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LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LOS ANTECEDENTES DEL FRAUDE

HARTMONT AL ESTADO DOMINICANO EN 1869


A partir de 1865, la nueva clase dirigente, la burguesía que había
conquistado el poder del estado dominicano tras desplazar de sus
dominios a la oligarquía tradicional, actuó con celeridad para crear un
sistema financiero informal representado por los comerciantes
extranjeros radicados en la República Dominicana, quienes aliados a
la burguesía criolla crearon un sistema crediticio formado por la
instituciones crediticias denominadas Juntas de Préstamos, las cuales
aglutinaban a varios comerciantes, a quienes luego se les sumaron
los sefarditas de Curazao.
Estas Juntas de Préstamos o de Créditos le llegaron a hacer varios
préstamos al gobierno del general Cabral (22 de agosto de 1866-31
de enero de 1868), conocido como "El Protector de la República" por
un monto ascendente a la suma de 200 mil dólares, para que su
gobierno resolviera problemas financieros ordinarios. Los intereses
que cobraban dichas Juntas eran muy elevados, y por lo regular se
cobraba por este concepto un tres por ciento (3%) de interés
mensual, y podía aumentar, cuando a los capitales se le sumaban
nuevos intereses, por lo cual, dicho interés real alcanzaba hasta un
monto de un 50 por ciento al año.
Para un gobierno poder mantenerse en el ejercicio del poder
necesariamente debía disponer de fondos y partidas especializados
para cubrir los gastos de la guerra civil, tan frecuente para la época.
Algunas veces las sumas que se solicitaban a las Juntas eran
elevadas, y precisamente fue por ello que los directivos de las
mismas se vieron forzados a buscar el apoyo de comerciantes
extranjeros, principalmente de los judíos sefarditas de Curazao,
quienes jugaron un destacadísimo papel a partir de 1865 en su
función de prestamistas, entre los cuales se destacaron los señores
Jeremías Jesurum e hijo, Jacobo De Lemos, Jacobo Pereyra y muchos
otros que instalaron sucursales de Casas comerciales en Santo
Domingo, y casi todos tenían sus Casas matrices en las Antillas
Holandesas, y básicamente en Curazao, y mantenían relaciones muy
buenas con comerciantes y financistas de la vieja Europa.
El papel desempeñado por los sefarditas y por sus firmas comerciales
en la República Dominicana fue más que determinante en el proceso
de definición de las políticas de los gobiernos dominicanos de aquella
época. Inclusive los sefarditas y la burguesía comercial-usuraria
dominicana financiaban en algunos casos las revueltas que ponían fin
a los gobiernos de turno, debido a que los mismos se atrasaban o
incumplían en el pago de las obligaciones contraídas con dichas
entidades El gobierno surgido de la revuelta debía hacer frente a los
compromisos contraídos en este sentido por su predecesor.
Este es uno de los elementos que permite explicar la anarquía
reinante en la sociedad dominicana en aquel momento pos-
restaurador, así como el desorden político y social del periodo 1865-
1880. Durante este periodo el país fue escenario de innumerables
revueltas y revoluciones, golpes de estado y guerras, guerritas y
guerrillas. Desde el 4 de agosto de 1865 hasta el 1ro. de septiembre
de 1880, la República dominicana llegó a tener aproximadamente 26
gobiernos y más de 46 gobernantes, porque algunos de estos
gobiernos fueron colegiados. De todos estos gobiernos los más
duraderos fueron los de José María Cabral (22 de agosto de 1866 al
31 de enero de 1868): la cuarta administración de Buenaventura Báez
(1868-1874); el de Ignacio María González (1874-1876), y el quinto y
último gobierno de B. Báez (1876-1878), todos los demás fueron
gobiernos efímeros. Por lo tanto, en ese momento que cubre apenas
unos 15 años se puso de manifiesto el desorden y la anarquía
reinantes en la República Dominicana, determinada en cierta medida
por los factores económicos antes señalados.
El día 5 de abril de 1867 el Congreso autorizó al presidente de la
república a realizar gestiones para concertar un empréstito por la
suma de 400 mil libras esterlinas, sin embargo, en esa ocasión el
proyecto de préstamo quedó frustrado al no encontrarse fuente de
financiamiento alguna. Una vez más, el 20 de mayo de 1867 el mismo
congreso autorizó al ejecutivo de la nación a obtener un nuevo
empréstito en Curazao, vía los comerciantes judíos, por la suma de
200 mil dólares; Otro decreto autorizó en fecha 18 de abril de 1868 la
contratación por parte del presidente de un empréstito por la suma
de 2.0 millones de pesos.
Había ocasiones en las cuales los propios comerciantes judíos
facilitaban ellos mismos los fondos de empréstitos, cuando no se
valían de sus contactos en Europa para obtenerlos, logrando en su
beneficio por tales gestiones el pago de jugosas comisiones.

1.5. LA CUARTA ADMINISTRACIÓN GUBERNAMENTAL DE BÁEZ


Y EL EMPRÉSTITO HARTMONT DE 1869.
Buenaventura Báez al momento de alcanzar la presidencia en su país
en 1868 era un experimentado hombre de estado que se había
iniciado en las actividades políticas durante los años de la dominación
haitiana sobre la parte oriental de Santo Domingo (1822-1844), y
quién desde muy temprano se perfiló como un hombre inescrupuloso
a quien el brillo de poder deslumbraba y fascinaba. Fue presidente
durante los siguientes periodos: 1849-1853; 1856-1858; 1865-1866;
1868-1874, y 1876-1878.
Fue durante su cuarta administración al frente de la cosa pública que
Báez convino la contratación del empréstito Hartmont, a fin de
procurarse fondos que le permitiesen mantenerse en la presidencia
de la República por el mayor tiempo posible, y claro, sin pensar en lo
más mínimo en el bienestar de la población dominicana de aquella
época. A tales propósitos, preparó el terreno y abonó los argumentos
para justificar ante la pequeña nación la contratación de un
empréstito. Buenaventura Báez fue un político sumamente hábil y
tenía un gran poder de convencimiento, y era además un destacado
miembro del sector burgués conservador agrario-comercial, y un
accionista de bancos foráneos.
Para alcanzar su propósito, hizo que anticipadamente la Convención
Nacional (el congreso dominicano de aquel entonces), promulgara un
decreto en fecha 1ro. de mayo de 1868 que fijaba la deuda pública
interna del país, con la Casa de Jeremías Jesurum & Zoom en la suma
de 37,145.80 pesos de la época. Esto lo hizo un año antes de la
contratación del empréstito, con el preclaro y ulterior fin de justificar
ante la opinión pública el endeudamiento externo La existencia de
ésta deuda fue el pretexto que le sirvió a Báez de catapulta para
lanzar al congreso la idea de la necesidad de buscar una fuente de
financiamiento exterior.
En consecuencia, convencido el congreso por Báez, éste empleó a
fondo sus relaciones con los sefarditas establecidos en Curazao, y de
manera especial con los directivos de la Casa Jesurum & Zoom, a fin
de que fuesen éstos los encargados de localizarle en Europa la fuente
para obtener los recursos monetarios, y por lo tanto, actuando
conjuntamente con los aventureros norteamericanos General William
L. Cazneau, y con el coronel Joseph W. Fabens, pudo establecer
contacto con un señor apellidado Spofford, quien en definitiva se
convirtió en el agente norteamericano del empréstito, y a través de
éstos personeros pudo alcanzar su ansiado propósito, obteniendo en
fecha 1ro. de mayo de 1869 la contratación de un empréstito por la
suma de £420,000.00(El símbolo £ corresponde a la moneda inglesa
Libra Esterlina.) con la Casa Hartmont & Cía., con su asiento social en
la ciudad de Londres, Inglaterra. Esta fue la primera negociación
pactada entre el Estado Dominicano y el capital financiero europeo, el
cual, para el momento, se puede definir como un capitalismo usurario
que aplicaba la piratería financiera para incrementar la acumulación
originaria.
A partir de la firma del contrato, el presidente de la Casa Hartmont &
Cía., señor Edward Hartmont, quedó comprometido con el gobierno
dominicano a pagarle al momento del cierre del contrato un anticipo
por un monto nominal de £50,000.00, sin embargo, dada su
insolvencia inmediata, y disponiendo de tan sólo £37,500.00, a Báez
no le quedó otro camino que aceptar dicho monto, dada su aparente
urgente necesidad de dinero líquido, por lo cual, desde un principio, el
contrato fue incumplido por la Casa Hartmont & Cía. Y aunque el
monto del empréstito ascendía a la suma de £420,000.00, Hartmont
únicamente quedaba obligado a pagar £320,000.00, porque en el
contrato se acordó lícitamente que a él le correspondía descontarse
del monto total del empréstito la suma de £100,000.00, por concepto
de pago de una comisión justificada en supuestos riesgos y
desembolsos, tal y como se estableció en un contrato adicional de la
misma fecha del contrato principal.
Por lo tanto, el Estado dominicano debía recibir, a más tardar el mes
de diciembre de 1869, un pago completivo ascendente a la suma de
£282,500.00, según lo disponía el contrato de empréstito suscrito con
la Casa Hartmont & Cía., el cual fue debidamente ratificado por el
Senado Consultor de la República en fecha 1ro. de junio de 1869,
aunque el mismo fuese anulado, de manera unilateral y posterior, por
éste mismo organismo legislativo el 20 de julio de 1870.
Con relación a éste primer empréstito se hace necesario destacar que
la Casa Hartmont & Cía., no cumplió cabalmente con sus obligaciones
contractuales para con el Estado Dominicano, y Hartmont lo que
realmente hizo fue aprovecharse de las circunstancias para
enriquecerse de manera ilícita. A tales fines se dedicó a realizar
emisiones de bonos o títulos de valor por un monto muy superior a lo
acordado en el contrato con el gobierno de Báez. Los bonos emitidos
por Hartmont alcanzaron un monto total de £757,700.00, cuando
solamente estaba autorizado para la emisión de £420,000.00, que era
el tope máximo acordado contractualmente.
Según establecía dicho contrato de empréstito, la República
Dominicana debía amortizar la deuda contraída haciendo pagos de
£58,000.00 anuales, durante 25 años, a la entidad crediticia,
mediante el pago de cuotas semestrales, hasta completar un monto
ascendente a £1,450,000.00. Como garantía del préstamo Báez
ofreció a la Casa Hartmont y Cía., de acuerdo con el contrato de
endeudamiento de fecha 1ro. de mayo de 1869, lo siguiente: a) Una
primera hipoteca sobre todo el activo del Estado Dominicano, sus
proventos y dominios (artículo 9 del contrato); b) una garantía
especial de las recaudaciones de las aduanas del país, cuyos ingresos
oscilaban entre 500,000 y 800,000 pesos (artículo 10 del contrato);
así como el control directo de las aduanas más importantes del país y
con mayor recaudación anual, y que eran las de Puerto Plata y la de
Santo Domingo; c) una garantía suplementaria de las minas de
carbón de Samaná, sus bosques, y los derechos de exportación del
guano de la isla de Alto Velo (artículo 14 del contrato).
El empréstito Hartmont fue una gran estafa en perjuicio del Estado
Dominicano que se hizo posible debido a la actitud asumida por el
presidente Báez, en aparente complicidad con los aventureros
norteamericanos: Fabens, Cazneau y Spofford, entre otros. El Estado
Dominicano apenas llegó a recibir por éste empréstito un avance de
£37,500.00, y el resto del dinero la Casa Hartmont nunca lo envió al
país, razón por la cual se procedió a la anulación del contrato. Y en
cuanto a la actitud de Báez, esta no tiene justificación en tanto él
tenía en ese momento la suficiente experiencia de Estado en lo
concerniente al manejo de la cosa pública, y no se explica que obrase
sin la cautela propia de un estadista, para exigir y reclamar a la Casa
Hartmont & Cía. las garantías y las seguridades que en tales casos
forman parte de los usos comerciales y del más elemental sentido
común. En cambio, se puede apreciar de los hechos que Báez actuó
en aparente complicidad con Hartmont, porque sin justificación
aparente lo llegó a nombrar Cónsul de la República Dominicana en
Londres, llegando inclusive a hacerle entrega de papel timbrado con
el membrete del gobierno dominicano, firmado y sellado en blanco
por Báez, e inclusive autorizó a Mister Hartmont para que realizara la
transferencia del contrato de empréstito en favor de terceros.
Y lo peor del caso es que cuando el 20 de julio de 1870 el Congreso
anuló el contrato de empréstito frente al incumplimiento de las
obligaciones de la Casa Hartmont, Báez no dio la voz de alarma en el
mercado bursátil de Londres, premiando a Hartmont con la ventaja
del tiempo, el cual aprovechó éste para poner a circular y vender
nuevas emisiones de bonos. No fue sino hasta 1872 cuando su
gobierno denunció en el mercado londinense la anulación del contrato
de empréstito. Ya para ese momento el aviso de anulación del
contrato se hacía tardío. El fraude, la estafa del pirata financiero
inglés y de sus asociados se hallaba consumada.
A fin de cuentas, acaecida la estafa de Hartmont el país no tuvo
acceso inmediato a fuentes crediticias en el mercado europeo; el
Estado siguió siendo deudor de múltiples tenedores de bonos
europeos a quienes Hartmont les vendió dichos títulos
correspondientes a las emisiones de bonos autorizadas por el
contrato de empréstito de 1869. Por lo tanto, fue responsabilidad de
la nación y de los gobiernos posteriores a la cuarta administración de
Báez (1869-1874), el asumir este reto: pagar o renegociar una deuda
nacida del fraude.

1.6. BÁEZ Y ESTADOS UNIDOS.


A finales de 1869 y en el curso del año de 1870 la urgencia de Báez
era la de entregar la República Dominicana a la Unión
Norteamericana, y por ello, contando con el estímulo y la
colaboración del General William L. Cazneau y del Coronel Joseph W.
Fabens, gestionó la anexión del país a Estados Unidos, así como la
venta de la península y bahía de Samaná por la suma de 1.5 y 2.0
millones de dólares respectivamente. Es bueno aclarar que las
negociaciones de Báez con Estados Unidos y con el presidente Grant
se iniciaron en 1869. El 29 de noviembre de 1869, Báez firmó un
contrato con el Cónsul de Estados Unidos, Mister Perry, para ceder a
ese país la Bahía de Samaná, a cambio recibió 100,000 dólares en
efectivo y 50,000 en armamentos y municiones; y en 1870 Báez
recibió de Ulises Grant un adelanto de 150,000 dólares, sin embargo
este contrato fue rechazado por el Congreso en ese mismo año. El 31
de mayo de 1870 se produce un mensaje de Grant al Congreso de
Estados Unidos pidiendo la aprobación de un acuerdo concertado
entre su gobierno y el de Buenaventura Báez, el cual dice:
“La doctrina promulgada por el presidente Monroe ha sido acogida
por todos los partidos políticos; y juzgo oportuno afirmar ahora el
principio igualmente importante de que, en lo sucesivo, no podrá
territorio alguno de este continente transferirse a ninguna potencia
europea... Tengo noticias, que creo fidedignas, de que una potencia
europea esta dispuesta a ofrecer, caso de que rehusemos a la
anexión, dos millones de pesos por solo la bahía de Samaná. ¿Cómo
pudríamos impedir que una nación extranjera asegurase la
presa?...Es apetecible la adquisición de Santo Domingo por su
posición geográfica. Gobierna la entrada del mar Caribe y el transito
del comercio en el istmo. Posee el suelo más rico, la más espaciosa
bahía, el clima más saludable y los más valiosos productos de todas
las clases que ninguna otra de las islas de las Indias Occidentales. (...)
En el caso de una guerra extranjera, nos dará el mando de todas las
otras islas, impidiendo que algún enemigo las posea como un lugar
de cita en nuestras propias fronteras... La adquisición de Santo
Domingo es una aceptación de la doctrina de Monroe. Es una medida
de protección nacional. Es afirmar nuestra justa pretensión a influir en
el gran trafico comercial que pronto debe correr de este a oeste por
medio del istmo de Darién... es arreglar la desgraciada condición de
Cuba y concluir con un conflicto exterminador”.

Ulises Grant planificó la anexión de las Antillas a Estados Unidos y le


dio una interpretación extensiva a la doctrina del presidente Monroe
(1823), al afirmar: "Ninguna potencia europea puede adquirir por
ningún medio, guerra, colonización o anexión, parte alguna del
territorio americano, aunque lo pida el pueblo interesado".
El papel desempeñado por el General norteamericano William L.
Cazneau fue sumamente importante en la implementación de los
planes de anexión a Estados Unidos iniciadas por Báez desde 1869.
Inclusive, éste aventurero, amigo de Grant, fue designado por Báez
"Embajador dominicano" en la ciudad de Washington, y durante su
estadía -según lo revela Melvin Knight- fue Hartmont quien cubrió los
gastos de su estadía en la capital norteamericana.” Y surge la
interrogante: ¿Por qué Hartmont?, porque sí él tenía en garantía la
península de Samaná en virtud de lo dispuesto por el artículo núm. 14
del contrato de empréstito de fecha 1ro. de mayo de 1869, esto le
garantizaría algún derecho y quizá un beneficio futuro ante las
negociaciones de anexión de Báez con el presidente Grant y Estados
Unidos.
A nuestro juicio, no es el azar histórico lo que determina que tras la
cancelación del empréstito Hartmont se gestionara un contrato de
anexión y otro de arrendamiento de Samaná. Una reflexión
verdaderamente crítica nos permite apreciar una relación entre el
affaire Hartmont y las tratativas anexionistas que se inician también
en 1869.
En lo que se refiere a la política anexionista de Báez, ésta se continuó
manifestando en los años posteriores, y el 28 de diciembre de 1872
se firma un nuevo contrato de arrendamiento de Samaná sobre la
base del pago de una renta de 150,000 dólares anuales, sin embargo,
el congreso de Estados Unidos se opuso a tal acuerdo.

1.7. TENTATIVAS DE NUEVOS EMPRÉSTITOS.


Desde el empréstito Hartmont (1869) al contraído con la Casa
Westemdorp & Co. de Holanda en 1888, se produjeron en la
República Dominicana varias tentativas para la obtención de
empréstitos. Veamos: a) en diciembre de 1869 se gestionó uno en
Estados Unidos por la suma de 100,000.00 dólares por año, poniendo
en garantía la bahía de Samaná ; b) por la ley del 21 de abril de 1871,
se gestionó otro empréstito en Estados Unidos por la suma de
1,500,000.00 dólares, poniendo en garantía todo el territorio de la
República, lo cual constituía un verdadero proyecto de anexión, el
cual fracasó por las fuertes protestas de los generales Cabral y
Luperón, y de los sectores populares; c) el 24 de febrero de 1872 se
trató de obtener un préstamo de 25,000.00 pesos del señor Jeremías
Jesurum, comprometiéndose como garantía los ingresos parciales de
las aduanas dominicanas; d) el 5 de octubre de 1874 se intentó otro
por la suma de 3.0 millones de dólares, elevado a 5.5 millones por el
senado consultor, para ser contratado en Estados Unidos, y
ofreciéndose en garantía las aduanas nacionales; e) el 8 de octubre
de 1884 se quiso obtener la suma de 800,000.00 pesos ante una
Junta de Crédito recién instalada; f) en 1887 J. Mendel prestó al
presidente Ulises Heureaux, la suma de 224,182 pesos en calidad de
banquero de Santo Domingo, obteniendo en garantía las aduanas
nacionales ; g) desde 1887 Heureaux gestionó en Europa un
empréstito por la suma de 3.5 millones de dólares, previa gestión en
Estados Unidos. Esta búsqueda concluyó en 1888 con la firma de un
contrato con la Casa Westemdorp & Co. de Ámsterdam, Holanda.

A MANERA DE CONCLUSIONES
El proceso inicial de endeudamiento público de la República
Dominicana se fundamentó en la supuesta necesidad, argumentada
por los gobernantes de aquella época, de disponer de recursos
financieros frescos para mantener la guerra de independencia contra
los haitianos a partir de 1844.
Sin embargo, no conformes con la deuda interna contraída, durante la
cuarta administración de Buenaventura Báez se gestiona un
endeudamiento público externo por la suma de 420,000 libras
esterlinas ofreciendo en garantía las aduanas nacionales, dando lugar
a un colosal fraude financiero en perjuicio de los dominicanos.
Estas experiencias nos permiten concluir reflexionando sobre las
implicaciones que tiene el endeudamiento publico, interno y externo,
sobre la sociedad en general, presente y futura, por lo cual,
entendemos que a la hora de asumir compromisos financieros de esta
índole se debe evitar obtener prestamos para destinarlos a la
voracidad de la corrupción administrativa de los funcionarios de los
gobiernos de turno.
El endeudamiento sería justificado para invertir los recursos en obras
públicas o en proyectos de desarrollo sostenibles que beneficien a
toda la comunidad nacional.

6. Anexión a España. Se mantuvo hasta 1865. Más que de anexión


debería hablarse de reconquista, por la oposición armada que suscitó
en varios lugares de la isla. En contra de lo que se había informado al
Gobierno español, no existía unanimidad entre los dominicanos con
respecto a esta reincorporación, que tampoco resultó beneficiosa
para ninguno de los dos países, aunque se consiguiera evitar nuevas
invasiones haitianas. La primera rebelión contra el dominio español,
encabezada por el coronel José Contreras en Moca, fue reprimida
sangrientamente en mayo de 1861. Responsable de la rebelión era
Santana, nombrado gobernador y capitán general. Haití no sólo
protestó, sino que prestó su apoyo a los descontentos, algunos de
ellos refugiados en territorio haitiano. A las protestas internacionales
se unieron especialmente Chile y Perú. Los Estados Unidos, que en
1861 habían comenzado la guerra de Secesión (v.), se encontraban
demasiado ocupados para intervenir en otros asuntos que no fueran
los suyos. Napoleón III de Francia (v.), que desde 1861 pretendía
establecer una monarquía en México, veía con buenos ojos la nueva
situación dominicana. Inglaterra, en estrecha colaboración entonces
con franceses y españoles, se mostraba indiferente.
Una de las primeras víctimas de la guerra restauradora fue el
general Francisco del Rosario Sánchez. Condenado a muerte por un
Consejo de Guerra, fue fusilado con otros 21 compañeros. Las
medidas represivas de Santana tuvieron el apoyo de Francisco
Serrano (v.), entonces capitán general de Cuba, uno de los que más
habían trabajado por la anexión de la R. D., pensando más bien en su
carrera política. Pero los españoles destinados al país anexionado
tenían también sus objetivos particulares que chocaban con los de los
dominicanos. Algunos de éstos querían gozar de autonomía y
considerarse ciudadanos de un Estado asociado, pero hubieron de
soportar difícilmente el sistema de monopolio y centralización, y se
vieron desplazados por los militares y políticos venidos de la
Península para medrar. El mismo Santana se sintió defraudado al ser
postergado y reducido en sus acostumbradas atribuciones
omnímodas. El 2 en. 1862 renunció al cargo de gobernador y capitán
general, recibiendo, como recompensa a sus servicios, además de
una pensión vitalicia, el título de marqués de Las Carreras. Le
sustituyó como gobernador el teniente general Felipe Rivera y
Lemoine, bajo cuyo mandato los dominicanos continuaron siendo
desplazados de los cargos públicos por los españoles.
En 1863, el descontento se extendió al pueblo. Aunque la
revolución de ese año fue dominada, el gobernador Rivera llegó a
proponer sin resultado que se desocupase el país. En ese mismo año,
los rebeldes proclamaron la reinstalación de la República D., obra de
José María Cabral, Gregorio Luperón, Pedro Antonio Pimentel, Benigno
Filomeno de Rojas, José Antonio Salcedo, Gaspar Polanco, Benito
Monción, etc. Rivero fue sustituido por el general Carlos Vargas, que
también fracasó en su intento de dominar la rebelión, a pesar de la
ayuda prestada por Santana. Tampoco pudo hacer nada efectivo el
siguiente y último gobernador José de la Gándara (1865-65), quien se
enfrentó a Santana. La súbita muerte de éste (14 jun. 1864), antes de
ser embarcado a Cuba, sumó más partidarios a la causa
revolucionaria. La mala situación de los españoles en la R. D. movió al
general Ramón María Narváez (v.), vuelto al poder en 1864, a
abandonar el país dominicano. Vencida la oposición de la reina, las
Cortes decretaron el abandono el 3 mayo 1865.
7. Segunda República Dominicana. Comenzó con la lucha por el
poder y la división en partidos. Continuó con una rápida sucesión de
presidentes, situación que se prolongó hasta la ocupación
norteamericana en 1916. Los grupos más destacados eran el «azul» y
el «rojo», integrado el primero por liberales de la restauración, en el
que se mezclaban heterogéneamente militares e intelectuales; el
segundo, más homogéneo, lo componían principalmente los llamados
baecistas, que desde 1853 habían luchado contra el santanismo. Al
frente de los «azules» se encontraba eventualmente José María
Cabral, proclamado protector de la república el 14 ag. 1865. Unos
meses después, la Asamblea General eligió a Buenaventura Báez
como presidente, quien sustituyó la Constitución liberal
recientemente estrenada por la de 1854. Esto produjo su caída y la
formación de un triunvirato compuesto por Pedro Antonio Pimentel,
Gregorio Luperón y Federico de Jesús García. La Asamblea
Constituyente volvió a poner en vigor la Constitución de 1865 y eligió
presidente de la república al general José María Cabral (1866), quien
inició negociaciones con los Estados Unidos para obtener un
empréstito a cambio de la bahía de Samaná y concluyó un tratado de
paz en Haití que no fue ratificado por el Congreso de este país (1867).
Derribado Cabral por Báez (1868), éste se puso a la cabeza de los
«azules» y asumió la presidencia de la república, con el título de
dictador «por aclamación popular». Puso en vigor la Constitución de
1854, que le permitía ejercer poderes dictatoriales. Pero no todos los
«azules» militaban en sus filas. Desde Haití y aun desde el interior de
la república, otros jefes «azules» combatían a Báez. A pesar de las
medidas de represión, uno de los puntos fundamentales de su
gobierno, la paz interior, no pudo lograrse. La lucha civil se extendió
por toda la isla con la participación de Haití. En cuanto a la crisis
financiera, el empréstito concedido por Inglaterra provocó la inflación.
La proyectada anexión a los Estados Unidos fracasó por no aprobarla
el Senado norteamericano, pero Báez consiguió arrendar la península
de Samaná a una empresa privada de EE. UU., que se denominó
Compañía de la bahía de Samaná (28 die. 1872). Esta concesión fue
aprobada posteriormente por el Senado Consultor dominicano y
mediante plebiscito.
La inmoralidad administrativa, la intolerancia, la miseria y la
oposición armada terminaron con el régimen terrorista de Báez,
contra el que se unieron «rojos» y «azules» en el Movimiento
Unionista. Con la caída de Báez concluyó la guerra civil de los Seis
Años y comenzó el «desfile» de presidentes, que hasta 1916 fueron
los siguientes: Ignacio M. González (1874-76 y 1878), Ulises Francisco
Espaillat (1876), Buenaventura Báez (1876-78), Jacinto de Castro
(interinamente, 1878), Cesáreo Guillermo (1878-79), Gregorio
Luperón (provisionalmente, 1879-80), Fernando Arturo de Meriño
(1880-82), Ulises Heureaux (1882-84 y 1887-99), Francisco Gregorio
Bellini (1884-85), Alejandro Woss y Gil (1885-86 y 1903), Juan Isidro
Jiménez (1899-1902 y 1914-16), Horacio Vázquez (provisionalmente
1899 y 1902-03), Carlos F. Morales Languasco (1903-06), Ramón
Cáceres (1906-11), Eladio Victoria (1911-12), Adolfo Alejandro Nouel y
Bobadilla (1912-13), José Bordas Valdés (1913-14) y Ramón Báez
(1914).
González suprimió el arriendo de Samaná y dio al país otra
Constitución. Durante su mandato se reanudaron las relaciones con
España, firmándose un tratado de amistad y comercio (1875); con
Haití se concluyó también un tratado (1874), en el que ambos países
se comprometían a establecer las líneas fronterizas. Interiormente, se
produjo la ruptura del unionismo. González aceptó la dictadura y
organizó su propio partido, el «verde» (grupo burocrático). Después
de las acusaciones de la Liga de la Paz, movimiento liberal, y
presionado por la oposición «azul», González abandonó la
presidencia. Con Espaillat volvieron al poder los «azules» y se intentó
un gobierno civil, el primero en la historia de la R. D., que no pudieron
respaldar los 300.000 dominicanos, en su mayoría ignorantes y
políticamente deformados. Espaillat sustituyó el texto constitucional
de 1877 por la Constitución despótica de 1854, y fue derribado por
los mismos que le llevaron al poder. A los «azules», entre los que se
encontraban Luperón y Meriño, se debió una cierta regeneración del
país. El primero mejoró las relaciones con los Estados Unidos y la
Santa Sede, fomentó la prensa libre y llevó a cabo la reforma
constitucional; el segundo párroco de El Seibo, siguió fielmente los
principios democráticos del partido «azul», desarrolló la industria
azucarera y dejó un déficit de 270.000 $. Siendo presidente Báez, se
creyeron encontrar los restos de C. Colón. El predominio de los
«azules» duró hasta 1886.

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