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El Segundo Renacimiento o Manierismo

Para algunos críticos, la segunda mitad del siglo XVI supone la entrada en el segundo
Renacimiento, llamado también "Manierismo". Asistimos a una ampliación (en temas y
en recursos) del primer Renacimiento. El influjo de la Contrarreforma se deja sentir en
la literatura. Se hará una literatura más compleja, más elaborada; se inicia el camino
de una progresiva complicación que dará lugar a la poesía barroca.
La época de Carlos V había estado inspirada por los hombres de armas, por el
humanismo europeo, por la influencia italiana, por la sátira erasmista, por el
entusiasmo pagano y por los ideales de universalidad. En el reinado de Felipe II, que
cubre casi exactamente la segunda mitad del siglo XVI, España se orienta por entero
hacia la preocupación religiosa impulsada por la Contrarreforma, cuya postura en
contra del protestantismo condiciona la política real de defensa y aislamiento,
concentrándose España en sí misma para producir una cultura esencialmente nacional
y católica. Las corrientes renacentistas anteriores no se pierden sino que se funden
armónicamente con las tradiciones nacionales para forjar la síntesis personalísima que
constituye la originalidad del Segundo Renacimiento español.

Los estudios de historia literaria señalan para este periodo los siguientes rasgos:
1.- Un tono de gravedad se extiende a la literatura y las artes. Esta es la época de las
grandes figuras de la ascética y de la mística. Hay un intenso proceso de
"cristianización" en todos los órdenes de la actividad cultural y artística.
2.- La moda de la novela pastoril reemplaza la boga de las novelas de caballerías; el
realismo de la novela picaresca queda interrumpido que Mateo Alemán saca a la luz
el Guzmán de Alfarache en 1599, así como el teatro renacentista erasmista y
paganizante.
3.- Renace la filosofía escolástica. La filología se dedica con preferencia a los estudios
bíblicos y escriturarios; en este sentido cabe destacar la importante labor desarrollada
en la Universidad de Salamanca, más concretamente, Fray Luis de León, en su
condición de filólogo experto en lengua hebrea. En la época de Felipe II, el latín es
desplazado como lengua de la ciencia por el español, gracias al esfuerzo de la
Universidad de Salamanca. Ahí, el latín era, como en todas las universidades, no sólo
la lengua de la cátedra sino también la que se imponía a los estudiantes; hasta que
éstos acabaron por oponerse a su uso, dirigidos por el maestro de Retórica, Sánchez
de las Brozas (el Brocense) y el humanista y traductor de los clásicos Pedro Simón
Abril. Numerosos escritores los secundaron, entre ellos el doctor Juan Huarte de San
Juan (Examen de ingenios [Baeza, 1575]); Fray Luis de León, quien luchó para
conseguir que el español fuera admitido como lengua de Teología; Santa Teresa de
Jesús; San Juan de la Cruz; Fray Luis de Granada y otros religiosos cuyas obras de
ascética y mística se escribieron en legua vulgar por primera vez en Europa.
4.- La poesía se hace más severa y elevada en su contenido; y aparece poesía
religiosa y la épica culta de tema nacional.
5.- Renace también la autoridad de la Poética de Aristóteles en lo que concierne a la
disposición formal de las obras.
6.- Como ideal del estilo sigue manteniéndose la naturalidad y la sobriedad, pero con
un mayor propósito de selección y depuración, no exento de una acentuada
artificiosidad, como en la poesía de Herrera.En el terreno de la poesía lírica se observa
que las formas italianas importadas por Boscán y Garcilaso se nacionalizan, dando
entrada a los temas religiosos y patrióticos. El tema amoroso continúa, sobre todo en
Herrera, pero se espiritualiza merced al influjo de corrientes platónicas. Persiste la
poesía popular y el gusto por los romances.
Este periodo ha sido designado como "Segundo Renacimiento", pero también
como Manierismo, especialmente por don Emilio Orozco, quien dedicó buena parte de
su vida al estudio de la poesía lírica de estos años. Siguiendo a Orozco (Manierismo y
Barroco) podemos destacar algunos rasgos típicos del Manierismo:

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El Manierismo se caracteriza por su intelectualismo e individualismo, por una
búsqueda de nuevas formas y expresiones de belleza.
Sus teorizantes dan prioridad a la imitación de los poetas clásicos sobre la imitación
directa de la naturaleza.
Su doctrina es básicamente clasicista; sus modelos teóricos básicos son la Poética de
Aristóteles y Horacio.
Se trata ante todo de una postura intelectual, esteticista y técnica que hará buscar a
los poetas una consciente complicación y una mayor dificultad; esto es, el
acomodamiento de la expresión poética a esquemas compositivos previos, a los que
se les aporta mayor complejidad temática y mayor artificio poético. Buena prueba de
este Manierismo es la moda de los sonetos pluritemáticos en los que el motivo
principal queda en preterición, difuminado por los motivos secundarios (Emilio
Orozco comenta, como ejemplo, algunos sonetos de la primera época de Góngora).
En cuanto al análisis de la poesía lírica del Segundo Renacimiento, se observa cómo
ya en los años 70 del siglo XX, la mayoría de los estudios ha desechado la tradicional
división en tres grandes escuelas, la de Salamanca, la de Sevilla y la poesía mística,
presentadas como círculos más o menos cerrados y con características bien
diferenciadas e incluso excluyentes, sobre todo la escuela salmantina frente a la
sevillana Tradicionalmente, pues se decía que la escuela sevillana se caracteriza por
el predominio de la forma y por su carácter brillante, enfático y sonoro; su
representante principal es Herrera. Mientras que la salmantina se distingue por el
armónico equilibrio clásico entre expresión y contenido, más íntimo y hondo, y
preferentemente preocupado por los temas morales, religiosos y filosóficos; su mejor
expositor es Fray Luis de León.
Sin embargo, la crítica en los últimos treinta años: Emilio Orozco, Antonio Gallego
Morell, Antonio Prieto, Cristóbal Cuevas, Alberto Blecua, por citar sólo algunos
nombres, han desechado con mayor o menor rotundidad esta división en dos escuelas
diferenciadas netamente. Por ejemplo, Gallego Morellplantea el asunto en torno a la
existencia de dos generaciones poéticas durante el siglo XVI: una primera generación
que toma como modelo a Petrarca y una segunda generación, cuyo modelo es
Garcilaso y a la que pertenecen Fray Luis de León, Herrera y San Juan de la Cruz; en
cualquier caso, afirma Gallego Morell, el término de escuela sólo sería apropiado para
el grupo salmantino, ya que sus poetas surgieron bajo el amparo de una universidad
tan prestigiosa como la de Salamanca.
De todos modos, muchos historiadores de la poesía española en la segunda mitad del
siglo XVI prefieren plantear la existencia de grupos poéticos que desarrollan en torno a
núcleos geográficos, de los cuales Salamanca y Sevilla fueron los más importantes.

[El grupo poético sevillano. Herrera


En Salamanca la vida intelectual giraba de modo casi exclusivo en torno a su universidad y a los
problemas religiosos. Vivía Sevilla por aquellos tiempos el momento de su mayor esplendor en todas las
actividades profesionales y comerciales por el hecho de ser el centro financiero y organizador de las
expediciones de comercio y conquista que partían a las Indias. Sevilla era la oficina rectora, el almacén y
el banco de toda la empresa ultramarina. Así que la ciudad estallaba de vida, de movimiento, de gentes
de toda condición que se afanaban por realidades muy concretas y sentían a la vez el orgullo patriótico de
ser parte de la nación entonces más poderosa. Un incesante ir y venir de escuadras de guerra y de
comercio persuadían a sus habitantes de que Sevilla era la verdadera capital del mundo. Por esta razón,
la literatura de esta ciudad tenía un contenido nacional mucho más intenso y actual que en la remota
Salamanca. El sentimiento por la patria predominaba sobre el aspecto religioso en la escuela salmantina.
Sevilla no tenía en ese entonces universidad pero sí tenía cenáculos culturales donde se reunían
escritores, artistas, eruditos y otra gente profesional. Había además en la ciudad escuelas o centros de
estudio particulares como la famosísima de Gramática y Humanidades del humanista Juan de Mal Lara y
el Colegio de Maese Rodrigo de Santaella, donde estudió Herrera. Fernando de Herrera fue el principal
representante e inspirador de esta escuela.
Así que en torno al núcleo geográfico de Sevilla destaca un grupo de poetas entre los cuales sobresalen
los nombres de Francisco de Medina, Pablo de Céspedes, Pedro de Espinosa, Baltasar de Alcázar,
Hurtado de Mendoza, Luis Barahona y Fernando de Herrera.

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Pues bien, en Sevilla existía un círculo artístico y literario que se reunía en el palacio del conde de Gelves,
en el que figuraban muchas de las figuras más conocidas de la vida cultural de la ciudad: Juan de Mal
Lara, el pintor y poeta menor Francisco Pacheco, el historiador Argote de Molina, Juan de la Cueva y
otros. La condesa de Gelves, doña Leonor de Milán, inspiró la poesía amorosa de Fernando de Herrera.
Su amor puede haber sido en parte tema del convencionalismo cortesano, pero su poesía tiene
resonancia de estilizada pasión y, en ciertos poemas, se representa a doña Leonor correspondiéndole en
su amor. Parece que Herrera dejó de escribir poesía como tributo a su memoria, sólo publicó Algunas
obras (Sevilla, 1582), único volumen de sus poemas publicado en vida.
Una segunda edición fue publicada por el pintor Pacheco en 1619 (365 composiciones). Ha habido otras
ediciones de José María Asensio (1870), Adolfo Coster (París, 1908) y José Manuel Blecua (1948). Uno
de los mejores estudios de Herrera fue compuesto por Oreste Macrí en 1959. Blecua piensa que el pintor
Pacheco editó las obras de Herrera el Divino modificándolas según el gusto literario del momento, el
"culteranismo". Pero la validez de tal afirmación no se podrá comprobar hasta que no aparezca el original
de la poesía de Herrera, perdido a fecha actual.
Según la crítica tradicional Herrera representa la total nacionalización del petrarquismo y del italianismo
introducidos en España por Boscán y Garcilaso durante el Primer Renacimiento. El sevillano da entrada a
los motivos patrióticos y religiosos en su poesía, al lado de los eróticos y pastoriles del Primer
Renacimiento. Hay énfasis, grandilocuencia, cultismos latinizantes, suntuosidad, opulencia verbal,
complicación sintáctica, acumulación y brillantez de metáforas, elementos todos que anticipan el arte
barroco.
El poeta sevillano, antes de su enamoramiento, fue atraído primero por la poesía heroica. Una de sus
obras perdidas fue una Gigantomaquia, sobre la rebelión de los Titanes, y otra, una historia del mundo.
Pero Herrera destaca por sus odas patrióticas: si Garcilaso, el soldado heroico del Emperador, embebido
en su mundo pastoril, no escribe un sólo verso para cantar las glorias militares de su tiempo; Herrera, el
clérigo sedentario, encarna poéticamente el ideal imperial de la España guerrera y religiosa y la
interpretación providencialista de la monarquía española, convertida en brazo seglar de Dios para la lucha
armada contra los enemigos de la cristiandad. Esta temática se observa en Canción por la batalla de
Lepanto, Canción por la pérdida del rey don Sebastián, el poema dedicado a don Juan de Austria por su
victoria contra los moriscos de la Alpujarra y Al santo rey don Fernando.
No obstante, su mejor poesía es la amorosa, inspirada en el lenguaje de Petrarca, aunque es perceptible
la influencia de Ausías March, de los cancioneros y por supuesto y en un lugar prioritario Garcilaso de la
Vega. Herrera le da con apelaciones variadas un nombre poético a la dama a quien se dirige: Luz,
Lumbre, etc.; lo que le permite la misma clase de juego con las imágenes y la asociación que
encontramos en Petrarca (Laura, l´aura, etc.). Luz puede ser asociada con el sol, con el fuego, con los
cielos por lo general: se adapta al giro petrarquista y adquiere al mismo tiempo una significación cósmica.
En este sentido, Emilio Orozco y la mayoría de estudiosos que después han analizado la poesía de
Herrera comentan la novedad de cómo la naturaleza se adapta al estado de ánimo del poeta y aparecen
paisajes desolados en tanto símbolo de su sufrimiento amoroso. Lo cual llega a un alto grado de
perfección en los sonetos.
Finalmente, cabe destacar que Herrera expuso su doctrina poética en su edición y comentario de
Garcilaso: Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones(Sevilla, 1580). Estas "anotaciones",
aparecidas después de las realizadas por el Brocense (de la llamada escuela salmantina), generaron una
viva polémica en torno a la teoría y la práctica de la poesía en la segunda mitad del siglo XVI, tal y como
ha estudiado Morros Mestres (Las polémicas literarias en la España del siglo XVI: a propósito de
Fernando de Herrera y Garcilaso de la Vega. Barcelona, 1998). Aunque el poeta sevillano declara su
sincera admiración por Garcilaso, se muestra partidario de la creación de un lenguaje poético distinto del
usual y enriquecido por una serie de elementos cultos (neologismos, hipérbato, alusiones mitológicas,
metáforas audaces...). Esto es, un lenguaje sólo accesible para una minoría culta que fue interpretado por
teóricos y poetas (algunos del grupo salmantino) como una ruptura con el principio clasicista que exigía el
equilibrio entre la forma y el contenido del poema.
El caso es que Herrera, aún manteniéndose dentro de las coordenadas de la estética clásica renacentista
abre un camino que años más tarde emprenderán abiertamente los poetas del Barroco.
La épica culta del Segundo Renacimiento
La épica culta renacentista la forman una serie de poemas, más o menos extensos, que dedican sus
versos a relatar las hazañas, verdaderas o legendarias, de héroes famosos de distintas épocas. Como es
sabido, en la época de Carlos V, no se practicó la poesía épica, atentos los poetas a la moda bucólica y
amoroso-petrarquista. En cambio, durante el reinado de Felipe II, lo épico adquiere un importante auge
debido a unas fuentes de doble procedencia:
De los clásicos grecolatinos se leerá, entre otros, a Homero, en versiones adaptadas y muy lejanas al
original; a Lucano y, sobre todo, a Virgilio, cuya Eneida traducirá en 1555 Gregorio Hernández de Velasco
en octavas reales, estrofa en que se desarrollará la épica de este momento
De Italia llega lo que conocemos como canon de Ferrara, que es un modelo para la épica culta, en el que
se incluyen hazañas fabulosas sobre héroes conocidos -a veces reales-, la dedicatoria del poema a un
personaje o familia de la nobleza, etc. Las dos obras más importantes italianas fueron el Orlando
furioso de Ludovico Ariosto, traducido al castellano en 1549 por Jerónimo de Urrea y
la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso.

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Entre las primeras obras castellanas de interés, destacan el Carlo famoso (1566), de Luis Zapata y Los
famosos y eroycos hechos (...) del Cid Ruy Díaz de Bivar (1568), de Diego Jiménez Ayllón, que pondrá de
manifiesto cómo la épica española es más fiel a la historia que la italiana.
Una de las dos obras maestras de este género fue Os Lusiadas de Luis de Camoens (1524-1579), escrita
en portugués y editada en 1572. Canta las expediciones de ejemplares navegantes portugueses de fines
del siglo XV y XVI, entre los que destaca Vasco de Gama. Con ellas entreteje el autor sus propias
experiencias de marinero y episodios o intervenciones mitológicas que completan el sentido de la obra. El
autor dejó además una extensa producción lírica en castellano que abarca diferentes géneros. El
momento de su muerte marca la anexión de Portugal al resto de España para algo más de medio siglo,
pero también la traducción al castellano de su obra capital.
Dos obras de importancia deben señalarse a lo largo de los años 80: La Austriada (1584) de Juan Rufo,
que cuenta con rigor historiográfico las hazañas de Juan de Austria en Granada y en Lepanto, y, en
segundo lugar, Las lágrimas de Angélica (1587), de Luis Barahona de Soto. Éste último poema retoma los
temas del Orlando furioso y trama una ficción -paralela a la de los libros de caballerías de esa época-
llena de aventura y de sensibilidad. A ellas podría unirse el Montserrate (1587) de Cristóbal de Virués,
mitad religioso y mitad épico.
Sin duda, la obra capital de la épica española es La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1595).
Se publicó en tres partes, entre 1569 y 1587 y trata de la conquista de Chile por los españoles, en lucha
con los indígenas americanos: los araucanos. Ercilla, que tomó parte activa en esas expediciones, no
oculta su simpatía por los indios y añade a su poema episodios novelescos de amores o brujerías,
resaltando el valor y heroísmo araucanos. También se revela como gran geógrafo, naturalista y persona
de grandes valores culturales.]
Pero el panorama de la poesía lírica española en la segunda mitad del siglo XVI
queda incompleto sin abordar las figuras de Fray Luis de León, San Juan de la
Cruz y Santa Teresa

Fray Luis de León


Biografía
(1527-1591)

Luis de León nació en Belmonte, provincia de Cuenca (España), de familia rica e


influyente; su padre ejerció como abogado y más tarde como juez, siendo tíos suyos
catedrático de derecho canónico el uno y abogado en la corte real el otro. Entre sus
antepasados contábanse algunos conversos, es decir, judíos que se habían
convertido, de buen o mal grado, a la fe católica. Hacia 1541 ó 1542 Luis ingresa en la
orden de los agustinos, doctorándose más tarde en teología. Entre sus profesores
estuvieron Melchor Cano y Domingo de Soto. En 1561 compite por una cátedra
vacante de teología en Salamanca, ganando el puesto al desplegar su enorme talento.

En marzo de 1572 fue detenido por la Inquisición y encarcelado en los calabozos que
en Valladolid tenía el Santo Oficio. Los cargos que había contra él tenían que ver con
su predilección por la Biblia hebraica en lugar de la Vulgata y la traducción al
castellano que había realizado del libro del Cantar de los Cantares. En una época en
la que en España se vive una auténtica caza de brujas ante las temidas desviaciones
de los protestantes y otros grupos heréticos, es fácil que un personaje con los
antecedentes y características de fray Luis sea punto de mira del terrible tribunal.
Añádase a esto las envidias y rivalidades existentes entre dominicos y agustinos,
unido a la inteligencia de fray Luis, y tendremos todos los ingredientes necesarios para
que caiga bajo sospecha. El proceso de la Inquisición contra fray Luis ha llegado hasta
nosotros y aquí van algunas frases de los cargos que se le imputaban: 'En la ciudad
de Salamanca a diez y siete días del mes de diciembre de mill e quinientos e setenta e
un años, ante el muy magnífico e muy Rdo. señor maestro Francisco Sancho,
comisario deste Santo Oficio... paresció siendo llamado el muy reverendo padre fray
Bartolomé de Medina, maestro en santa theologia, en la Universidad de Salamanca...
y entre las cosas que testificó en su dicho, dijo e declaró contra el maestro fray Luis de
León lo siguiente... Item declaró que sabe anda en lengua vulgar el libro de los
Cánticos de Salomón, compuesto por el muy Rdo. padre maestro fray Luis de León,
porque lo ha leído este declarante. Item declaró que en esta Universidad algunos
maestros, señaladamente Grajal y Martínez, y fray Luis de León, en sus paresceres y

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disputas quitan alguna autoridad a la edición de la Vulgata, diciendo que se puede
hacer otra mejor y que tiene hartas falsedades...'

Durante cinco años fray Luis permanece aislado en una celda de la Inquisición sin
saber quién le acusa y, durante algún tiempo, de qué se le acusa. No obstante, será
en la cárcel donde escribirá algunos de sus mejores y más famosos poemas, como
aquel que comienza:

Aquí la envidia y la mentira


me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

Sin embargo, en 1576 sale libre del proceso con más vigor y energía moral que antes,
si bien su salud queda quebrantada. Famosa se ha hecho la frase de su vuelta a la
cátedra de Salamanca con aquel: 'Decíamos ayer...' que indica su triunfo interior
contra la maldad de sus enemigos.

Tras obtener la cátedra de Sagrada Escritura en 1580 y ser elegido provincial de su


orden en Castilla muere en Madrigal de las Altas Torres. La labor de traducción bíblica
de fray Luis se centra en el Cantar de los Cantares, como ya hemos dicho, pero
también en el libro de Job y en algunos Salmos. Nótese que son todo libros
sapienciales y compuestos en su forma original en poesía. Aquí es donde se aprecia el
alma a la vez poética y espiritual de fray Luis, que es un enamorado de la Sagrada
Escritura y de la poesía.
Con su conocimiento del hebreo, fray Luis explora el campo semántico de las palabras
para verter al castellano el espíritu original de los textos antiguos. Su intención es
facilitar el conocimiento de los textos sagrados con el deseo de alcanzar "el bien de los
demás y la verdad pura". La fidelidad al texto hebreo en su traducción la describe así
en el prólogo:
"Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua, palabra
por palabra, el texto de este libro; en la segunda declaro con brevedad no cada
palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que
quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo
todo entero, y después de él su declaración. Acerca de lo primero procuré
conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las
traducciones griegas y latinas que de él hay, que son muchas, y pretendí que
respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras,
sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar
cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en
muchas cosas."

Fray Luis y el grupo "Salmantino"


Fray Luis de León no es un caso aislado en el mundo universitario de Salamanca.
Junto a él se encuentra un grupo de amigos y discípulos con intereses y gustos afines.
Entre este grupo figuran nombres como Francisco Sánchez de las Brozas (el
Brocense), Benito Arias Montano, Juan Almeida, Miguel Termón, Alonso de Mendoza,
Basilio Ponce de León,... Todos trabajaron en traducciones de los clásicos, todos se
aproximaron a la poesía y todos se intercambiaron sus producciones, puesto que

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deseaban desarrollar un ejercicio intelectual. Además de producciones que son juegos
lingüísticos o alardes de ingenio, también trabajaron sobre una preocupación moral.
Así que la crítica ha venido adscribiendo a la "escuela salmantina", además de Fray
Luis, los nombres de: Francisco de Aldana, Francisco de la Torre, Francisco de
Figueroa…
Pero difícil es clasificar los rasgos comunes que puedan llevar a agrupar a un variado
número de artistas en la escuela "Salmantina", puesto que se encuentra una gran
variedad de temas y técnicas, además de dificultades de distinta naturaleza, como por
ejemplo que los poetas líricos que la crítica ha adscrito a esta "escuela" no pueden ser
considerados "discípulos" directos de Fray Luis, ya que no tienen con él otra relación
que la coincidencia en unos ideales poéticos similares basados en la sobriedad,
sencillez y en Horacio como modelo, honor que comparte con Garcilaso de la Vega.

Producción literaria de Fray Luis de León: sus obras en prosa


Verdaderamente, el panorama de la producción luisiana no es excesivamente extenso,
pero sí amplio y de variada temática. Aparte las obras perdidas, abarca un reducido
número de poemas originales en castellano, casi todos de gran calidad artística y de
hondo contenido vital e ideológico; un poema latino, Te servante ratem, maxima
virginum; diversas obras teológicas y exegéticas, también en latín; cuatro obras
extensas en prosa; varios escritos breves y casi medio centenar de cartas.
Su primera obra en prosa fue la Exposición del Cantar de los Cantares, libro
redactado entre los años 1561 - 1562, a instancias de la monja del convento de Sancti
Spiritus de Salamanca, Isabel Osorio. El propósito de esta traslación consistía en
facilitar a la religiosa salmantina el acceso al texto bíblico.
Su obra mayor en prosa De los nombres de Cristo apareció en Salamanca el 10 de
abril de 1583 y fue completada en 1585; la elaboró Fray Luis en su segundo período
de encarcelamiento.
El secreto del libro (al margen de la síntesis de su pensamiento bíblico, teológico y
filosófico) estriba en la intimidad de la vida del hombre con la vida de Cristo. Lo que el
autor pretendía era una obra que supliera en lo posible la lectura de los Libros
Sagrados, prohibidos en lengua vulgar. Fray Luis quería ofrecer a sus lectores una
introducción al pensamiento bíblico y patrístico, que sirviera como de compendio del
dogma, la moral y hasta la espiritualidad ortodoxa.
Cristóbal Cuevas analiza con precisión cómo Fray Luis escoge para este libro el
género de la prosa dialogada: tres frailes agustinos (Marcelo, Sabino y Juliano) que en
la finca de "La flecha" conversan acerca de los "Nombres de Cristo". A través de estos
diálogos más ciceronianos que platónicos, no sólo expone Fray Luis una sugerente
teoría lingüística del nombre, sino que además muestra su visión cristocéntrica del
Universo, y una visión de la naturaleza enfocada desde un punto de vista espiritual y
simbólico, como camino platónico hacia Dios, además del consabido tema de la
evasión de la vida urbana (el tópico horaciano del Beatus ille)
La Perfecta Casada es la siguiente obra de Fray Luis de León. Manual clásico de la
mujer cristiana, sigue a una larga tradición de didáctica femenina. Esta obra expresa
un pensamiento cálido y robusto acerca del carácter y del oficio de cada condición
humana en la sociedad natural y legal.
Se puede extraer de La Perfecta Casada una antología de sentencias y de vivaces y
agudas impresiones sobre la vida familiar, la política, el derecho, el lujo de las damas y
de los ricos, las condiciones de patronos y siervos, el mundo del trabajo en el
artesanado y en el campo, todo esto sin perder el contexto bíblico. Es La Perfecta
Casada el único caso en el que Fray Luis aplica por extenso la interpretación moral al
texto bíblico, es el único texto del que disponemos para conocer la aplicación práctica
del sentido moral a la Escritura.
La última obra en prosa conocida de Fray Luis de León es Exposición del Libro de
Job (publicado en 1779) cuya génesis tuvo lugar en la cárcel. En su primera parte, Job
se lamenta y protesta contra Dios, pero en los capítulos siguientes el discurso se

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templa en las acusaciones de Eliú, quien representa la razón humana; más tarde
emerge la figura de Dios, quien al fin pone de manifiesto las maravillas de la creación.
En el Job está presente el subfondo de los Nombres, el hecho en que Fray Luis funda
su experiencia del no-ser, de la tiniebla, del mal, del pecado, del hombre de por sí
destituido y perdido. Aparecen los sentimientos de tristeza y melancolía; la melancolía
de Job es densa, continua. Así se demuestra la pesadumbre existencial de Fray Luis,
pues es una obra autobiográfica.

La poesía de Fray Luis


Pero Fray Luis es -sobre todo- un poeta, aunque para él la poesía no fuera algo
fundamental, pues, en un ejercicio de humildad o tal vez del recurso retórico
de captatio benevolentiae, llegó a decir lo siguiente:
"Entre las ocupaciones de mis estudios, en mi soledad, y casi en mi niñez, se me
cayeron como de entre las manos estas obrecillas, a las cuales me apliqué más por
inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad".
Aparentemente, para él, la poesía es un escape, un refugio en sí mismo, un desahogo
a veces. Pero, posiblemente, esa nada relevante motivación poética de Fray Luis sea
la que haga que sus versos nos lleguen pausados, lentos, apacibles. Y todo ello se
consigue elevar por encima de lo humano, a través de un lenguaje que intenta
expresar fielmente sus ideas y sentimientos sobrenaturales.
"De las palabras que todos hablan, elegir las que convienen" Esto es, un proceso de
selección que filtra la lengua común para darle un nuevo sentido y valor. Los tópicos
de la sencillez y de la espontaneidad en la poesía que esconde un estilo elegante,
profundo en el contenido, y de perfecta estructura interna y externa, bajo la que se
ocultan significativos cultismos léxicos. Dicho de otro modo, resulta muy difícil de
creer la confesión de una poesía "caída de entre las manos", cuando los modelos
poéticos en que se basan las "obrecillas" fusionan con inigualable maestría la Biblia,
Virgilio, Horacio, Píndaro, Garcilaso de la Vega, y también ciertos elementos del
popularismo lingüístico.
El propio Fray Luis dividió sus poesías en tres apartados:
- Las originales
- Las traducciones de poetas profanos
- Las traducciones o versiones bíblicas.
No se publicaron hasta 1631; las editó Quevedo, utilizando a Fray Luis como antídoto
al culteranismo (dentro del marco de la endiablada lucha verbal que mantenían
Quevedo y Góngora, cada uno con sus respectivos secuaces detrás). La edición de
Quevedo no fue la mejor, por no utilizarse los manuscritos de Fray Basilio Ponce de
León, que eran los más fieles. No será hasta fines del XIX, cuando se haga una
edición notable de sus poesías.
La producción original de Fray Luis es muy breve, apenas unas veinte composiciones,
de las que destacan las siguientes:
Odas morales: La vida retirada, La noche serena, Oda a Felipe Ruiz, Oda a Salinas
Odas religiosas: En la Ascensión, la Morada del cielo, entre otras.
Otras composiciones: como En una esperanza (escrita en la cárcel), A Elisa (versión
cristiana del carpe diem) y La profecía del Tajo (sobre la pérdida de España por don
Rodrigo)
Sin embargo, los comentaristas han intentado en varias ocasiones otras
clasificaciones de la obra de Fray Luis; ya Menéndez Pelayo trató de distinguir entre
imitaciones de Horacio e imitaciones libres. Al primer bloque corresponderían odas
como "Profecía del Tajo" o "La vida retirada", mientras que en el segundo incluirían
"Noche serena" o la oda a Salinas. Por su parte, Oreste Macri clasifica las odas
luisianas según su relación con la experiencia del encarcelamiento sufrido por el autor:
las escritas antes del proceso, las que Fray Luis escribió en prisión y las que creó tras
su absolución.

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De todos modos, las odas de Fray Luis están cuidadosamente construidas sobre la
naturaleza y el mundo, sobre la ciencia y la historia. Es decir, aparece una fusión
perfecta entre cristianismo paulino-agustino y humanismo y diríamos que se presencia
una analogía rítmica con las odas clásicas de Horacio y de Píndaro. Hacen juego las
oposiciones fónicas y semánticas del movimiento y éxtasis, gracilidad y fuerza,
flexibilidad y solemnidad. Su rima es muy semántica y disimulada con extrema finura.
La lira, constante métrica en la poesía de Fray Luis.
Fray Luis de León vive literariamente a caballo entre Garcilaso de la Vega y Luis de
Góngora; coetáneo de San Juan. Pero, y refiriéndose a los dos primeros Dámaso
Alonso (en su magistral estudio de la poesía de Fray Luis)dice que es "habitante de un
mundo estético distinto al de Garcilaso y al de Góngora". Cierto es, pero hay un
importante aspecto que Fray Luis toma de Garcilaso, en su pleno derecho; sabido es
que éste introdujo en España, procedente de Italia, la forma estrófica de la lira, aunque
él sólo la utilizara con ocasión de la famosa Canción a la flor de Gnido. Bien, pues será
Fray Luis de León quien se erija en el prototipo de cultivador de la lira, una estrofa
breve, condensadora, de contención. Esta misma estrofa pasará de Fray Luis a San
Juan de la Cruz, en quien se espiritualiza al máximo.
Posiblemente el arquetipo de lira en la poesía de Fray Luis de León, sea el que utilizó
en la Oda a la vida retirada. Se trata de una oda en la que Fray Luis tiene como
modelo próximo a Horacio (su "Beatus ille"), aunque no es tan cercana la imitación
como en otros casos y respecto al mismo Horacio.
En el aspecto de la técnica compositiva de esta estrofa destacan los conocidos
encabalgamientos de Fray Luis -que recuerdan a Píndaro, pero adaptados a la
alternancia de endecasílabos y heptasílabos-, contribuyen a crear una oscilación entre
pausa y avance. Esta tensión entre el retraso y el avance impetuoso se resuelve y
recomienza continuamente a lo largo de toda la oda
Por otra parte, la perfección compositiva, y en ello han coincidido Dámaso Alonso y
Leo Spitzer, llega a su mejor dimensión en uno de los poemas menos estudiados de
Fray Luis, porque no es de los más emocionales ni de los más espirituales. El tema,
por contra, es de raíz española. La Profecía del Tajo, en donde se nos cuenta la
historia de don Rodrigo, el último rey godo, que forzó a la Cava, tras lo que, el padre
de ésta, el conde don Julián, llama a los musulmanes para que le venguen; éstos,
venidos del Norte de África, destruyen el reino visigótico en la mítica batalla de
Guadalete. Se trata del entronque máximo de Fray Luis con la historia y con la cultura
españolas de la Edad Media, y ello, pese y junto a su saber clásico y bíblico.
Cualquiera de las Odas a "Felipe Ruiz", la "Noche serena", "En la Ascensión", son
composiciones conocidas por el mundo literario desde que Fray Luis las escribiera,
aunque a él -como afirmó- "se le cayeran de las manos".
En la poesía de Fray Luis de León (asceta y estoico) se ve el deseo de ascender a los
cielos, el deseo de escapar de este mundo para encontrar alivio a los sufrimientos que
la vida le había causado. Fray Luis no viajó por el “camino de perfección” un largo
trecho como San Juan de la Cruz. Pero encontró su propio camino y un reservado
para su alma en el silencio. Huyendo del ruido se hizo voz para decirnos en las noches
oscuras la palabra infinita sin aliento y sin labios. Su deseo de evasión y la angustia de
no poder satisfacer plenamente ese deseo, le hace más humano, más comprensible
que a otros místicos. Su Dios, es el que buscamos y nunca terminamos de encontrar.

San Juan de la Cruz [y Santa Teresa]

Introducción: la mística española


Al reinado de Felipe II corresponde una de las manifestaciones literarias de mayor
importancia que han conocido las letras hispanas: la literatura ascético-mística.
Durante los siglos XVI y XVII, más de 3.000 libros fueron publicados sobre esta
materia. La ascético-mística es, entonces, uno de los géneros más genuinos y
representativos de España.

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Su florecimiento, sin embargo, se produce en España como un hecho tardío. La
mística es un fenómeno peculiar de los siglos medios en todas las literaturas de
Europa, aunque en esta época tenemos en España al catalán Ramon Llull y la mística
musulmana. Pero es en la Edad Moderna cuando este tipo de literatura se convierte,
en España, en la más perfecta y profunda del mundo.
Las causas determinantes de la aparición de la ascético-mística en el siglo XVI son:
La gran tensión religiosa existente en la España de la Contrarreforma, debido a la
lucha contra el protestantismo.
El contacto en esta época con los países germánicos, donde se habían dado las más
altas figuras del misticismo medieval.
Como vía de escape, dentro de la religiosidad ortodoxa, del fervor intimista provocado
por el erasmismo, así como el creciente individualismo de la época renaciente.
El comienzo de la literatura mística coincide con la terminación de la Reconquista y
después del Primer Renacimiento.
En la mística castellana se observan, por consiguiente, los siguientes rasgos:

- Carece de una efectiva tradición medieval, a excepción del contacto con la obra de
Ramon Llull y la posible influencia semítica recibida principalmente a través de él (la
influencia semítica se refiere a sus dos ramas: la árabe y la judía).
- Aparece en plena Edad Moderna y es la última de las grandes manifestaciones
colectivas de la mística teológica.
- La tendencia más genuina de la mística española es de carácter ecléctico,
armonizador entre tendencias extremas.
- En la literatura religiosa hispana predomina lo ascético sobre lo místico.
- La mística española es de excelente estilo literario y aspira a influir en la educación
moral del pueblo.

Hay, por otra parte, cuatro períodos en la historia de la mística, según Pedro Sáinz
Rodríguez en su todavía no superado estudio Introducción a la historia de la literatura
mística en España (Madrid, 1927):
Período de importación e iniciación, que comprende desde los orígenes medievales
hasta 1500, durante el cual se traducen y difunden las obras de la mística extranjera.
Período de asimilación (1500-1560) en el que las doctrinas importadas son por primera
vez expuestas a la española por los escritores que son precursores (Hernando de
Talavera, Fray Alonso de Madrid, Fray Francisco de Osuna, Fray Bernardino de
Laredo, Juan de Ávila y otros).
Período de plenitud y de intensa producción nacional (1560-1600, reinado de Felipe II).
San Juan de la Cruz y Santa Teresa
Período de decadencia o compilación doctrinal, prolongado hasta mediados del siglo
XVII, representado no por creadores originales sino por retóricos del misticismo que se
ocupan de ordenar y sistematizar la doctrina del período anterior.
.
Tanto Oriente como Occidente han contribuido en parte a la formación del lenguaje de
los místicos españoles. Mientras que la crítica posterior (dado que todas estas teorías
se basan en argumentos y datos significativos y válidos, pero que, a pesar de todo, no
son definitivos) prefiere pensar que el establecimiento de la literatura mística española
se debe a un cúmulo de elementos y circunstancias que en un momento dado se
concentran: la Reforma y la Contrarreforma, la existencia de movimientos internos de
renovación en el seno de las diversas órdenes religiosas, lo cual trae consigo un
nuevo modo de entender la espiritualidad; y finalmente la confluencia de variadas
formas de expresión literaria de las experiencias religiosas (los místicos alemanes,
Ramon Llull -y con él la mística semítica-, la propia literatura española y el modelo
garcilasista que a mediados del siglo XVI era una realidad plenamente vigente.
La palabra "mística" procede de un verbo griego que significa "cerrar", de donde aquel
vocablo vendría a tener un sentido como de "oculto" o "secreto"; así, de acuerdo con

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su etimología, sería la mística como una vida espiritual secreta y distinta de la
ordinaria de los cristianos. En su sentido más propio debe aplicarse a las
manifestaciones de la vida religiosa sometida a la acción extraordinariamente
sobrenatural de la Providencia. La palabra "mística" estrictamente sólo deberá
aplicarse para designar las relaciones sobrenaturales, secretas, por las cuales eleva
Dios a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y la hace conocer un mundo
superior, al que es imposible llegar por las fuerzas naturales ni por las ordinarias de la
Gracia. Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina, en que el
alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con Dios. Pero si la
mística es el punto más alto de la vida espiritual y representa un regalo extraordinario
de la Gracia de Dios, el alma puede colaborar por todos los medios a su alcance para
aproximarse a tal estado de perfección y hacerse digna de él. Esta variada serie de
esfuerzos o ejercicios del espíritu se designa con el nombre de "ascética", que podría
definirse como la pedagogía humana que conduce hacia el misticismo. La ascética
depende, pues, exclusivamente, de la voluntad y actividad humanas; deriva esta
palabra del verbo griego que significa "ejercitarse", pues se trata del período de la vida
espiritual en que, por medio de ejercicios espirituales, mortificaciones y oración, logra
el alma purificarse, purgarse o desprenderse del afecto a los placeres corporales y a
los bienes terrenos.
Por tanto, tres vías o momentos distinguen los tratadistas en el camino hacia la unión
con la Divinidad.
1.- La VÍA PURGATIVA, en la que el alma se liberta poco a poco de sus pasiones y se
purifica de sus pecados.
2.- La VÍA ILUMINATIVA, durante la cual el alma se ilumina con la consideración de
los bienes eternos y de la pasión y redención de Cristo.
3.- Y, finalmente, VÍA UNITIVA, en la que se llega a la unión con Dios, según el
modelo definido por San Juan de la Cruz como "matrimonio espiritual".
La ascética está, pues, en el camino de la mística, y de los tres momentos dichos: los
dos primeros son comunes a ambas, quedando el último reservado para la segunda.
En lo que atañe a su contenido, la ascética se basa en el ejercicio racional, mientras
que la mística es puramente intuitiva. No puede llegarse a la cima de la perfección
espiritual sin pasar por el camino de la ascética

Concluida esta introducción, ya se está en condiciones de abordar la cima más alta de


toda la mística española y universal es la alcanzada por los escritores de la Orden del
Carmelo: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

San Juan de la Cruz


Biografía
Juan de Yepes Álvarez (Fontiveros, España, 1542-Úbeda, 1591) Poeta y religioso
español. Nacido en el seno de una familia hidalga empobrecida, empezó a trabajar
muy joven en un hospital y recibió su formación intelectual en el colegio jesuita de
Medina del Campo.
En 1564 comenzó a estudiar artes y filosofía en la Universidad de Salamanca, donde
conoció, en 1567, a santa Teresa de Jesús, con quien acordó fundar dos nuevas
órdenes de carmelitas. Su orden reformada de carmelitas descalzos tropezó con la
abierta hostilidad de los carmelitas calzados, a pesar de lo cual logró desempeñar
varios cargos. Tras enseñar en un colegio de novicios de Mancera, fundó el colegio de
Alcalá de Henares. Más adelante se convirtió en el confesor del monasterio de santa
Teresa.
En 1577 prosperaron las intrigas de los carmelitas calzados y fue encarcelado en un
convento de Toledo durante ocho meses. Tras fugarse, buscó refugio en Almodóvar.
Pasó el resto de su vida en Andalucía, donde llegó a ser vicario provincial. En 1591
volvió a caer en desgracia y fue depuesto de todos sus cargos religiosos, por lo que se

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planteó emigrar a América, proyecto que frustró su prematuro óbito. Canonizado en
1726, fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1926.

San Juan de la Cruz eleva la poesía mística a la más intensa y sublime expresión a
que ha llegado el misticismo universal. Es el último de los grandes místicos. También
en él se agotan las posibilidades de la poesía religiosa. También es una de las voces
líricas más puras que jamás hayan existido.
Aunque escribió en prosa y en verso, fue su obra poética la que más elogios recibió.
Una vez escritos sus tres poemas mayores (Noche oscura del alma, Llama de amor
viva, y el Cántico espiritual), San Juan redactó unos comentarios en prosa a fin de
explicar el significado de sus versos acorde con la doctrina cristiana. Puesto que lo
que pretendía explicar era algo tan personal y subjetivo como puede ser la experiencia
mística, San Juan tuvo que recurrir a este comentario en prosa, o glosa que aclaraba
el verdadero sentido del texto poético. Por ejemplo, A la "Noche" le dedicó dos
tratados ("Subida del monte Carmelo" y "La noche obscura del alma").
Es muy curioso el caso de San Juan de la Cruz. Él está considerado como uno de los
principales poetas españoles y, paradójicamente, es autor de una obra muy escasa.
Como ha señalado Jorge Guillén, "es el gran poeta más breve de la lengua española,
acaso de la literatura universal".
Su obra poética comprende unas veinte composiciones, las cuales no superan en total
el millar de versos.
En este conjunto, los manuales de historia de la literatura suelen establecer dos
grupos: poemas menores y poemas mayores.
Poemas menores. Los poemas menores corresponden a la época de su iniciación
como poeta. En ellos utiliza materiales poéticos profanos tradicionales y los recrea
divinizándolos. Hay romances, canciones y glosas a lo divino, todas en metro corto.
Los romances forman el conjunto más extenso dentro de este grupo. De contenido
espiritual, muchos de ellos están directamente inspirados en la Biblia.
Las canciones, en las que San Juan comienza a utilizar el endecasílabo, tienen su
ejemplo más significativo en la composición "El pastorcico".
Las glosas desarrollan coplas de origen popular con tintes divinos, como la famosa
"Vivo sin vivir en mí", que también utilizó Santa Teresa.
Poemas mayores.: Noche oscura del alma, Llama de amor viva, y el Cántico
espiritual. En ellos, el poeta se centra en el proceso místico mediante el cual el alma
llega a la unión con Dios. El proceso de esta unión nos viene dado en forma alegórica.
# La Noche oscura del alma está escrita en liras garcilasianas. La Amada (el alma),
embriagada de amor, abandona su casa (el cuerpo) en plena noche (el estado de
oscuridad provocado por esa separacón del cuerpo y del alma) en busca de su amado
(Dios). Las últimas tres estrofas describen el gozo inmenso de esta unión mística.
# El Cántico espiritual es el poema más extenso de San Juan. En él se narra
alegóricamente el camino recorrido por la Esposa (alma) en busca del Esposo (Dios)
en el marco incomparable de una naturaleza llena de sensualidad y simbolismo.
# En "Llama de amor viva" el poeta canta jubiloso y enamorado su goce supremo.
La poesía de San Juan es puramente mística. La idea de las tres vías viene de San
Bernardo de Clairveux (abad francés del siglo XII), así como la utilización del "Cantar
de los cantares" para simbolizar la vida mística, así como la peculiaridad de ver en la
"Esposa" no a la Iglesia o a la Madre de Dios sino al alma humana. En San Juan
coexiste el místico enamorado que escribía como en pleno rapto o arrobo, y el técnico
experto que afina minuciosamente los recursos artísticos de su poesía. Su poesía se
expresa en bellas metáforas, símbolos e imágenes, y usa la alegoría del matrimonio.
La naturaleza se usa en toda su riqueza: montes, ríos, árboles, flores, animales,
perfumes, pero siempre como elementos alegóricos. Su vocabulario es rico en
sinonimias, palabras populares y rústicas, antítesis, onomatopeyas o aliteraciones. En
su poesía se unen, pues, tres corrientes de la poesía castellana:
a) la poesía popular "a lo divino",

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b) la poesía popular del romancero
c) la poesía renacentista.
El tema único de su poesía es el de la unión mística con Dios. En efecto su poesía ha
sido clasificada como "poesía erótica a lo divino". El plano humano ha sido elevado al
más alto simbolismo religioso.
Porque hay tres símbolos dominantes en su obra: la noche, el matrimonio y la llama.
> El símbolo de la noche es quizás el más creativo del orden místico por su fuerza
expresiva y la variedad de ramificaciones que puede tomar. Por ejemplo, hay que
distinguir entre una noche de los sentidos en que el alma va realizando una purgación
primaria del mundo terrenal y sus tentaciones, y una noche del alma en que el espíritu,
recién liberado de la materia se queda a "oscuras" esperando ansioso la unión mística
con la Divinidad
> El matrimonio será el símbolo que elija para usar lenguaje amoroso, único capaz de
poder manifestar con sus palabras la relación amorosa entre el Alma y el Amado, por
último y en plenitud desarrollada; es el Esposo y la Esposa del Cántico Espiritual.
> La llama será la consumación de ese amor y alumbrará esa noche oscura.
Como se puede apreciar la obra de San Juan de la Cruz tiene un secreto estético dado
por un misterio en la expresión verbal que hará posible la relación entre: doctrina y
experiencia se unifican. El uso de estos símbolos será de fundamental importancia
para seguir los pasos de la famosa "vía unitiva" que encerrará en sí misma: la
búsqueda, el encuentro y la unión del individuo con la Divinidad. "Llama de amor viva"
representa la intensidad de la unión que también encontramos con menos fuerza en
"Cántico espiritual" y en "La noche oscura".
Anteriormente hemos definido la mística como una "experiencia espiritual secreta e
individual", pues bien, esto repercute directamente en la elaboración de la poesía de
San Juan en tanto expresión lírica de esa experiencia secreta.
El objetivo que se propuso el santo carmelita cuando escribió los poemas mayores fue
exponer exclusivamente para sus compañeros de orden sus experiencias vividas en el
éxtasis místico. Estas experiencias, según él mismo reconoce, son inefables; la poesía
no encuentra, en realidad, las palabras adecuadas para expresar correctamente esa
experiencia mística. Por eso, recurre al simbolismo erótico de larga tradición (amor
cortés, cancioneros, petrarquismo, etc.) y a las explicaciones en prosa, como
complemento necesario para dejar bien claro a sus compañeros de orden
Precisamente, aquí reside la modernidad de la poesía de San Juan. Los poetas
simbolistas, los modernistas, Juan Ramón Jiménez, etc. no escriben para la mayoría,
sino sólo para la "inmensa minoría" que comparte, y por eso también puede llegar a
entender el misterio de una experiencia vital, psicológica y espiritual que las palabras
de la lengua cotidiana y que la poesía misma no aciertan a expresar en su plenitud.
Justo casi el mismo proceso de creación artística que realiza San Juan de la Cruz.

Santa Teresa de Jesús


[También llamada Teresa de Ávila. Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila el 28 de marzo de 1515.
El ambiente de piedad que respiró en su infancia se manifiesta de forma clara cuando siendo niña
convenció a su hermano Rodrigo para que juntos sufrieran el martirio en tierra de infieles y ganar de
forma rápida el Cielo. Estudió en el convento de las agustinas, y con 19 años ingresó en el Carmelo de la
Antigua Observancia en el convento de la Encarnación de Ávila, donde progresó de forma admirable en el
camino de la santidad.
En 1555, después de muchos años de sufrir una grave enfermedad y someterse a ejercicios religiosos
cada vez más rigurosos, experimentó un profundo despertar en el que vio a Jesús, el infierno, los ángeles
y los demonios. En ocasiones sintió agudos dolores que, según sus palabras, estaban provocados por la
punta de la lanza que un ángel le clavaba en el corazón. Disgustada a causa de la indisciplina de las
carmelitas decidió emprender la reforma de la orden y se convirtió, con el apoyo del Papa, en una dura
oponente para sus inmediatos superiores religiosos.
Su gran trabajo de reforma comenzó por ella misma. Ella hizo el voto de hacer siempre lo más perfecto y
se determinó guardar la regla con la mayor perfección que pudiese. Un grupo de monjas reunidas en su
celda una tarde de Septiembre de 1560, inspirándose en la primitiva tradición del Carmelo y en la reforma
descalza de San Pedro de Alcántara, propusieron la fundación de un monasterio de tipo eremítico. Así, el

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24 de agosto de 1562, tras grandes dificultades, consiguió fundar en Ávila el convento de San José, la
primera comunidad de monjas carmelitas descalzas.
Nació así su primer palomarcico, como ella llamaría a sus fundaciones. En él reforzó el cumplimiento
estricto de las primitivas y severas reglas de la orden; dando lugar al inicio de la reforma de la Orden del
Carmen. Su doctrina se basaba en la «unión del recogimiento contemplativo y la actividad práctica». Por
esto para ella hasta entre los pucheros anda Dios. Su método clásico de oración se fundamentaba en
buscar a Dios en lo más profundo del alma.
Sus reformas fueron aprobadas por el director de la orden y en 1567 se le permitió fundar otros conventos
similares para religiosos. De esta manera, con San Juan de la Cruz y Antonio de Jesús, fundó el primer
convento de Hermanos Carmelitas Descalzos en noviembre de 1568.
A partir de ese momento su vida transcurriría entre grandes disgustos y persecuciones a causa de sus
sucesivas fundaciones de conventos por Castilla y Andalucía. Con la ayuda de San Juan de la Cruz, el
místico español y doctor de la Iglesia, santa Teresa organizó una nueva rama del Carmelo. Contó también
con el apoyo del padre Antonio de Heredia. Logró fundar 16 casas religiosas para mujeres y 14 para
hombres; aunque siempre acosada por poderosos y hostiles funcionarios eclesiásticos, incluso llegando a
ser denunciada varias veces a la Inquisición.
Dos años antes de morir, las carmelitas descalzas recibieron el reconocimiento del Papa como orden
monástica independiente. La muerte la sorprendió en Alba de Tormes, el 14 de octubre de 1582.
Además de una mística de extraordinaria profundidad espiritual, santa Teresa fue una organizadora muy
capaz, dotada de sentido común, tacto, inteligencia, coraje y humor. Purificó la vida religiosa española de
principios del siglo XVI y contribuyó a fortalecer las reformas de la Iglesia católica desde dentro, en un
periodo en que el protestantismo se extendía por toda Europa. Canonizada en 1622, fue la primera mujer
proclamada doctora de la Iglesia, en 1970. Su festividad se celebra el 15 de octubre.

Obras
Todos sus escritos, publicados después de su muerte, están considerados como una contribución única a
la literatura mística y devocional y constituyen una obra maestra de la prosa española. Los críticos suelen
dividir su obra, atendiendo a su temática, en:
> Obras autobiográficas como el Libro de su Vida, Libro de las Fundaciones y Libro de las Relaciones.
> Obras doctrinales como Camino de perfección (1583), Castillo interior (1577), volumen más conocido
por el título Las Moradas y Los conceptos de amor de Dios (1573-1582).
> Además se conservan unas 400 cartas y numerosos poemas que conforman un todo armonioso.
El Libro de la Vida (1561-1565) es una obra donde abunda la sinceridad y la frescura. Nos ofrece datos
personales e íntimos, donde observa los elementos que componen una vida espiritual: purgación,
iluminación y unión mística. Además realiza un análisis profundo del camino ascético-místico. Como
complemento del Libro de la Vida se considera al Libro de las Relaciones.
En el Libro de las Fundaciones nos narra todas las aventuras en su largo camino de fundaciones Así
podemos apreciar el gran espíritu de lucha, la enorme capacidad organizativa y emprendedora, la
prudencia y su habilidad para relacionarse con toda clase de personas desde el rey Felipe II, hasta los
más humildes mesoneros o arrieros.
Camino de Perfección es un tratado de ascética dirigido a las monjas de sus monasterios, es una especie
de manual para ellas, porque es consciente de las más profundas motivaciones del alma femenina.
El Libro de las Moradas o Castillo Interior es la obra cumbre de Santa Teresa y una de las grandes de la
Mística Española. En esta obra, donde predomina la alegoría, se compara el alma con un castillo todo de
diamante, que se compone de muchas Moradas, «unas en lo alto, otras en lo bajo y otras a los lados; y en
el centro o mitad de todas éstas tiene la más principal, que es donde pasan las cosas de mucho secreto
entre Dios y el alma». Las tres moradas primeras se corresponden con la primera etapa de la vida
espiritual, la vía purgativa; las tres siguientes se corresponden con la vía iluminativa; la séptima y última
morada con la vía unitiva.
Los Conceptos de amor de Dios contienen un comentario original acerca del Cantar de los cantares.
La poesía de Santa Teresa representa el momento popular, pedagógico y comunitario de la mística
española. El suyo es un lirismo que arranca de versos y cantos profanos que traducidos a clave religiosa
se convierten en expresión de un amor trascendente. Dámaso Alonso, con acierto, define su labor poética
como una actividad divinizadora. La inquietud reformadora hace uso del verso, para enfervorizar a las
monjas carmelitas, tras haberle servido a ella misma como canal de desahogo de su propia experiencia
emocional.
Su producción lírica, sin embargo, es escasa; se limita a unas treinta composiciones, algunas de las
cuales son de discutible atribución. El molde elegido es casi siempre el octosílabo de los cancioneros,
preferentemente en su versión de glosa o villancico. Esto último imprime los rasgos de verbalismo, juego
conceptual y cierto amaneramiento retórico propio de las poesías profanas que le sirvieron de base de
inspiración.
Por otra parte, resulta innegable que la calidad estética de la poesía de Santa Teresa -máxime si la
comparamos con la de San Juan de la Cruz- es muy inferior a la de sus escritos biográficos o teológicos.
De todos modos, resulta exagerada la afirmación de Hatzfeld de que "San Juan de la Cruz es un gran
poeta y Santa Teresa no es más que una versificadora".
De sus poemas el más conocido es la glosa de la copla tradicional Vivo sin vivir en mí, composición a lo
divino en que sólo pertenece a la santa el comentario, y que fue también utilizada por San Juan de la

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Cruz. También pueden destacarse las quintillas, ¡Oh hermosura que excedéis...! en que la poesía
cancioneril queda superada por un arrebatador impulso hacia la trascendencia. También están los
villancicos de abolengo popular Este niño viene llorando y vertiendo está sangre, que recuerdan por su
inspiración y simplicidad otros de tono parecido de Lope de Vega.
Los villancicos de Santa Teresa conmovieron a todo un erudito como Allison Peers (Madre del Carmelo,
Madrid, CSIC, 1948) "con su anacrónica teología, y la plasmación de sugestivos pastores convencionales
sacados de las novelas pastoriles contemporáneas". Y eso que el mismo Allison Peers los califica como
"himnos carentes de arte" y "como versos verdaderamente malos" por sus rimas fuertemente marcadas o
asonancias cadenciosas, sometidas a un ritmo alegre.
Por lo demás, la poesía teresiana oscila entre la expresión de los sentimientos estrictamente místicos, y el
impulso ascético y devocional. Ello explicaría el predominio del registro alegórico-didáctico sobre el puro
simbolismo.
De todos modos, al margen de los calificativos poco elogiosos a la calidad de la poesía de Santa Teresa
que vierten Hatzfeld y Allison Peers, cabe destacar que Víctor García de la Concha (El arte literario de
Santa Teresa, Barcelona, Ariel, 1978) analiza el asunto desde nuevas perspectivas: como desahogo
psíquico o para satisfacer las súplicas de las monjitas. Su instrumento es el lenguaje imaginativo, mejor
que el puramente conceptual. En su lucha por la expresión poética hay un esfuerzo por declarar fielmente
sus vivencias místicas sólo equiparable al anhelo por mover eficazmente los espíritus.]

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