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EL SECUESTRO

CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS
Psic. Elena Freiman de Arbitman*

El secuestro constituye una violación a los derechos humanos ya que


atenta contra la libertad, integridad y tranquilidad de las familias
víctimas del delito; invade la vida, genera descontrol y grandes
fluctuaciones emocionales tanto de la víctima como de la familia en
general.

La experiencia del secuestro, tanto para la víctima como para su


familia, se puede dividir en dos etapas fundamentales, la primera es
el cautiverio que comienza con la misma operación de secuestro y la
segunda etapa es la liberación o regreso a su vida familiar.

LA PERSONA SECUESTRADA
Para la persona secuestrada, el riesgo real de morir es la primera y
principal lectura que hace, es un temor que lo acompañará siempre,
independientemente del trato que le den los secuestradores. Este
temor hace a la persona dócil y manejable, de lo que se aprovechan
los secuestradores.

Con el secuestro la víctima comienza a vivir hechos inesperados en


espacios físicos absolutamente desconocidos, se encuentra
desvinculado de su espacio natural contra su voluntad, solo dispone
de recursos psicológicos internos, de las vivencias, experiencias y
conocimientos acumulados a través de su vida. El punto más crítico
para el plagiado a lo largo de todo el proceso de un secuestro es la
necesidad de manejar la ansiedad y el miedo provocado por el
impacto de dicho evento y por las condiciones generales del
cautiverio; la intensidad de estas emociones puede oscilar entre
momentos de confusión severa, llantos prolongados, desesperanza
profunda y alteraciones graves del sueño, hasta momentos en que la
víctima logra disfrutar del paisaje, interactuar con los plagiarios en
charlas y discusiones y llevar a cabo actividades que requieran de
gran concentración.

Debido a que la persona no puede entablar relaciones confiables con


los captores, establece una fuerte relación con su mundo interno.
Vive de los recuerdos del pasado y hasta llega a vivir de fantasía,
esto les produce un sosiego y alivio que le permite soportar su
amarga experiencia.

El secuestro se relaciona íntimamente con la psicología del


sometimiento, pues la finalidad que buscan los secuestradores es la
de someter a la víctima y a su familia, mediante un control cruel
sobre todos los aspectos de sus vidas. Para ello recurren a técnicas
de control psicológicas dirigidas a trasmitir el terror, la desesperación,
y destruir la confianza del retenido en él y quienes le rodean.

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Mediante amenazas y agresiones físicas o verbales que minan la
dignidad humana, el secuestrador manifiesta su poder sobre la
víctima haciéndole sentir que no tiene ninguna autonomía. Al mismo
tiempo, el captor se presenta ante la familia como el salvador y la
persona de quien estos dependen para subsistir o salvar a su ser
querido, buscando que tanto la familia como el secuestrado, se rindan
a sus pies por el temor y la necesidad que tienen de ellos. Es un estire
y afloje entre agresiones orientadas a minar la dignidad e integridad
personales y acercamientos “amistosos” en los que el captor se
muestra como su aliado.

La persona secuestrada intenta buscar explicación a lo sucedido.


¿Porqué el?, en muchos casos se llega al auto-reproche, y al
sentimiento de culpa tal vez por su falta de previsión.

El haber sido víctimas del secuestro es un hecho ajeno a la


voluntad propia del individuo y, por lo tanto, no puede
culparse por lo sucedido, ni tampoco tratar de justificar por
qué fue específicamente víctima de él. No hay nada como
seres humanos, ni en la historia personal de una persona, que
lo haga más secuestrable que otro. Hay circunstancias y de
pronto algunas acciones imprudentes que pudieron haber
conducido al secuestro, pero cualquier persona puede ser
víctima de este delito y el hecho de que le pase a el no
depende sólo de el. Esto no quiere decir que la persona no
pueda cambiar algunos hábitos, tomar medidas de seguridad,
guardar discreción acerca de sus bienes, etc. para reducir el
riesgo.

LA FAMILIA
Aunque los miembros de la familia no han sido plagiados y en
apariencia no se encuentran privados de su libertad, la realidad es
que ellos también están secuestrados. Las familias viven un
cautiverio virtual. No hay barrotes, no han sido aisladas del mundo, ni
tienen una pistola enfrente, pero se encuentran encerradas
psicológicamente por un secuestrador que aparece y desaparece de
manera repentina y azarosa como un ser invisible siempre ahí. Ojos
vigilantes y perseguidores que no se sabe dónde están ni dónde Los
pueden sorprender. Ya no hay planes, sobreviven y mantienen su
rutina pero siempre amarradas al teléfono o las comunicaciones de
los captores.

La imposibilidad de ver y convivir con el captor despierta en las


familias todas las fantasías. A esa voz a través de un teléfono se le
ponen diferentes cuerpos y caras y como siempre aparece de manera
sorpresiva y en apariencia conociendo todos los movimientos de la
familia, cualquiera puede ser el enemigo. Esto genera una gran
angustia y la sensación de no poder confiar en nadie. Ya no se sabe
quién es amigo y quién traidor.
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Hay cuatro puntos críticos para las familias durante el cautiverio del
familiar:

1. Llenar el vacío emocional, asumir el papel y las responsabilidades


que quedan sueltas ante la ausencia del secuestrado(a).
2. Manejar las relaciones con la familia extensa, los amigos y colegas
que buscan ayudar.
3. Manejar la situación con los hijos pequeños.
4. Decidir si negociar o no negociar. Organizarse y realizar la
negociación o estar al tanto de ella cuando alguien más la lleva a
cabo.

El conocimiento del secuestro en las familias genera caos, miedo,


desconsuelo, angustia, impotencia e incertidumbre. La tranquilidad y
el equilibrio desaparecen. Los miembros no saben como asumir su
nuevo rol familiar, laboral y social. No se tiene la disponibilidad ni la
energía para continuar con las actividades que se venían
desempeñando. Además, el factor económico también puede
desencadenar discusiones familiares, ya que por un lado se esta
poniendo precio a la vida del ser querido y, por otra parte, es
necesario conseguir el dinero para lograr su liberación. Generalmente
los problemas familiares que existían antes del secuestro se agudizan
con la nueva crisis. Uno de los miembros de la familia se convierte en
el eje que canaliza las emociones familiares y controla los conflictos
que pueden surgir a raíz del estado de tensión inherente al secuestro.
Este eje emocional es el que tranquiliza cuando hay tensión,
promueve la reflexión antes de tomar decisiones, insta a que
continúen con sus vidas y obligaciones, da apoyo y reconforta. En
algunos casos esta función es cumplida por el mismo individuo todo
el tiempo, mientras que en otros es asumida por diferentes personas
de acuerdo con su estado emocional; de este modo, cuando uno
decae otra persona entra a sostener y así sucesivamente.

La manera como se organiza la familia durante el secuestro, va


íntimamente ligada a los roles que se venían desempeñando antes de
la ocurrencia del hecho delictuoso.

El tiempo y el teléfono se convierten en el peor enemigo. Los


familiares viven diversos altibajos de acuerdo con las llamadas del
captor y el teléfono se convierte en un objeto cargado
emocionalmente de manera ambivalente pues la llamada del
secuestrador es escuchar amenazas e información distorsionada; a su
vez, esperanza y vía de solución.

Muchas veces la impotencia que genera el secuestro conduce a la


familia a volcar sobre sí misma la rabia y la culpa generada por este
delito. En realidad se siente rabia hacia los secuestradores pero al no
poder expresarla directamente, se orienta hacia los demás miembros
de la familia o se reprime. Sentir rabia no es una señal de tener un
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mal corazón; es un sentimiento humano que surge naturalmente
cuando se siente, entre otras muchas cosas, que han violado los
derechos de uno. La posibilidad de sentir rabia no significa que se va
a actuar de acuerdo con lo que estos sentimientos dictaminan, pero sí
se puede expresar verbalmente, manifestar desaprobación,
compartirla con los seres queridos y, así, canalizar ese sentimiento,
que de lo contrario frustra y bloquea, y sale por otros lados
generando desconcierto en los seres queridos así como conflictos
familiares permanentes.

Las relaciones sociales para los familiares se ven fuertemente


afectadas durante el secuestro. A pesar de que la mayor parte de las
amistades ofrecen su solidaridad, a la familia le resulta muy difícil
hablar de lo que está sucediendo, ya que se busca confidencialidad
en todo el proceso de negociación. Por otra parte las amistades
suelen distraer a la familia, y ésta teme "perderse de algo
importante" o "abandonar" al secuestrado, y también suele castigarse
haciendo sacrificios, como los que considera que está haciendo el
secuestrado. Con el tiempo la familia se aísla casi completamente del
medio social

El manejo de la información en torno al secuestro crea nuevos


conflictos dentro de las familias nucleares y periféricas. Todos los
miembros de las mismas quieren estar enterados de los detalles de lo
que está ocurriendo, pero la información no fluye con facilidad.
Tiende a ser manejada por unos pocos miembros que actúan como
filtro de ella, lo cual implica que algunos parientes próximos o lejanos
queden excluidos. Esto suele generar un gran malestar, puesto que
llegan a sentir, algunos, que no son parte importante de la familia

En el caso que entre los miembros de la familia se encuentren hijos


menores, surgen en los adultos dudas como por ejemplo ¿Les
contamos todo? ¿Los protegemos dejándolos inocentes acerca de lo
que está sucediendo? ¿Cómo les decimos? ¿Qué les decimos?

Por lo general las familias buscan proteger a sus hijos pequeños


ocultándoles lo que está sucediendo y pensando, ingenuamente, que
no se van a dar cuenta de nada. La tensión, la angustia de una madre
o un padre que ya no tiene mucho tiempo ni la misma disposición
emocional para atenderlos y consentirlos, las llamadas misteriosas, el
entra y sale de la gente son captados por los pequeños quienes, ante
la ausencia de una información clara sobre lo que esta sucediendo,
construyen una serie de fantasías e inventan historias, muchas de
ellas sin ninguna relación con la realidad. Se sienten angustiados
porque temen que algo malo les pueda suceder a ellos o porque
piensan que el hogar se les va a acabar; a veces hasta se sienten
culpables y llegan a sentirse responsables de lo sucedido porque el
día anterior habían peleado con el padre o la madre secuestrada y
creen que fue por ello que su ser querido desapareció.

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La mejor manera de ayudar a los niños en estos momentos es
sentarse con ellos para entender qué están pensando y sintiendo,
cuáles son las historias que se han creado e informarlos, de manera
sencilla y clara, sobre lo que está pasando y lo que se puede esperar
de ellos. Al mismo tiempo, satisfacer su curiosidad y responder a sus
preguntas, siempre yendo a su paso. No hay que olvidar que lo que
acaban de experimentar es un abandono y por ello es importante que
quienes están con ellos les permitan saber dónde están y lo que van a
hacer, dándoles así la seguridad de que no van a desaparecer
también como el padre o la madre que de repente ya no llegó más a
casa.

REGRESO A CASA
Cuando el proceso de negociación está terminado, un motivo más de
angustia y desasosiego es el deseo de saber cómo y en qué
condiciones regresará el secuestrado a casa. En el hogar se desea
mantener las cosas en orden para que el secuestrado, cuando
regrese, encuentre todo tal y como lo dejó.

El regreso del ser querido a casa significa ponerle fin a la terrible


incertidumbre y zozobra que familia y secuestrado tuvieron que
padecer por un período de tiempo que para todos fue “eterno”.

Cuando el ser querido regresa, florecen los besos, los abrazos y la


alegría. Incluso aparece la sensación de incredulidad, y los allegados
tocan al exsecuestrado para corroborar que es cierto, que no es un
“sueño”. Para el ex -secuestrado es el feliz reencuentro con su
mundo, su familia, sus amigos, su casa, sus cosas, es el mundo del
cual un día fue arrebatado y del que desde hace varios días no sabía
nada, y aunque puede sentirse “extraño” y desacostumbrado a
situaciones o cosas que antes del secuestro eran de rutina (la ciudad,
el ruido de los carros, la gente, etc), experimenta una gran felicidad
de saber que sobrevivió a esta experiencia y está de nuevo con los
suyos.

Para la familia y la víctima es una etapa de ajustes constantes, de


manifestaciones y reacciones emocionales que muchas veces
resultan desconcertantes, e imprevisibles para unos y otros;
necesitan tiempo para reacomodarse y asimilar los cambios que
produce esta devastadora experiencia.

Hay es un despertar en el que la familia cae en cuenta de lo que ha


ocurrido y de sus efectos. En este momento se descarga todo lo que
se contuvo durante el cautiverio y que durante el reencuentro fue
opacado por la alegría de tener al ser querido de nuevo en casa. Este
despertar trae consigo la rabia, la angustia, la tristeza; además se
exacerba la sensación de inseguridad y el temor a que se repita el
secuestro y se está constantemente pendiente del entorno para
detectar cualquier posible amenaza.

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Durante este periodo de crisis es importante tener en cuenta que
todo el sistema familiar es parte de éste. Muchas veces parece que
un solo miembro es el que está manifestando los problemas y los
demás son observadores impotentes de lo que está ocurriendo.
Además, resulta más fácil descubrir los problemas de los demás e
ignorar los propios. En el momento en el que se acepta que todos
están sufriendo los efectos del secuestro y que el sistema familiar
debe reestructurarse para canalizarlos y desarrollar nuevos esquemas
de funcionamiento, es posible encontrar una clave que ayude a
desenmarañar la confusión producto de los sentimientos de temor,
tristeza, culpa y rabia.

El gran temor a la reincidencia traumática es uno de los aspectos


psicológicos que más se observan en quienes han vivido estas
experiencias catastróficas. Esto puede manifestarse en frecuentes
pesadillas referidas a la experiencia, recuerdos momentáneos e
inesperados del secuestro (Flash Back) y evidentes evasiones sobre el
tema. También puede presentarse un estado ansioso generalizado,
gran irritabilidad, despersonalización, desorientación temporo-
espacial y ansiedad demostrada con manifestaciones somáticas, en
algunos casos se llega a presentar el llamado “Síndrome del
Sobreviviente”, la triada típica compuesta por cefaleas frecuentes,
pesadillas recurrentes y estados de tristeza más o menos periódicos”.
Pero con el paso del tiempo, los temores a que se repita la
experiencia traumática desaparecen solos.

No todo el mundo reacciona inicialmente de la misma manera.


Algunas personas tienden a estar solas y aislarse y entran en un
mutismo que la familia no entiende. Otras prefieren estar en
compañía para no sentir la soledad del cautiverio y hablan una y otra
vez de esta experiencia. Puede ocurrir que la persona minimice lo
ocurrido. “Ya pasó, no fue grave, yo estoy bien, lo importante es estar
vivo”; en parte, lo hace para mantener el control y no reconocer ante
los demás lo que su secuestro significó.

No obstante, e independientemente de la reacción de cada cual, es


necesario reconocer que la persona ha sido víctima de una fuerte
invasión a su espacio vital, se encuentra gravemente vulnerada y por
tanto no le será del todo fácil, ni expresar todas sus emociones, ni
contar todas sus experiencias, ni retomar los roles y
responsabilidades que había asumido como parte fundamental en su
“antigua vida”. Pero no por esto ha perdido su capacidad o su
derecho de decidir o pensar por sí mismo.

Ajustarse a los sentimientos que van apareciendo y al nuevo estilo de


vida con todas las pérdidas que implica, no es tarea fácil; la persona
requiere de una buena red de apoyo familiar y a veces hasta de
atención psicológica para entender, comprender y poder expresar sus
vivencias sin ser recriminada, juzgada o victimizada. El diálogo
ayudará a que se puedan ir expresando los temores, las dudas, las
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ideas, ayudará a aliviar las tensiones existentes en ambas partes, y
contribuirá a que el proceso de readaptación sea más llevadero

A veces el tiempo y otros elementos esenciales como el afecto, la


expresión de sentimientos, la comunicación y el descanso, van
sanando las heridas que deja el secuestro. Otras veces se observa
que inevitablemente el secuestro “paralizó” y “atascó” el desarrollo y
la adaptación de los individuos y sus familias, a pesar de los esfuerzos
que realizan por “normalizar” sus vidas.

En estos casos es cuando se habla del “trauma” producido por el


secuestro, y se puede detectar principalmente cuando:

a) Las sensaciones de “atasco” o “estancamiento”, cobran fuerza en


todas las esferas de la vida individual, familiar, social, moral, política,
etc.

b) Ha pasado algún tiempo (más o menos de cuatro a seis meses), y


la persona que estuvo cautiva continúa presentando las reacciones y
altibajos anteriormente descritos, o se manifiestan con mayor
intensidad y frecuencia.

Existen algunos factores que influyen notablemente para que se


presenten o no síntomas de trauma psicológico que varían de
acuerdo a cada persona y situación particular:

1° Las condiciones físicas y emocionales del cautiverio. Es decir el


trato que le dieron al secuestrado y las circunstancias específicas
que rodearon el secuestro.

2° Los recursos previos de personalidad. O sea la forma en que la


persona se ha relacionado con el mundo, su temperamento, sus
recursos intelectuales, sus creencias, sus valores, la forma previa de
resolver conflictos, su expresividad, su autoestima, sus proyectos
hacia el futuro, etc.

3° La edad. Dependiendo de la edad y de las expectativas con


relación al futuro, las personas tienden a sobreponerse con mayor o
menor rapidez. Se ha observado sin embargo, que a menor edad el
impacto psicológico es mayor

4° Las redes de apoyo afectivo y social con que cuente el individuo y


la familia, es decir los recursos sociales, amigos, instituciones, etc,
capaces de dar ayuda y sostén a los procesos de reajuste y
readaptación.

El secuestro es una experiencia que deja huella a pesar de haberlo


superado, no pasa inadvertido para quien lo vive, ni para la familia;
queda como una huella, con la que se tiene que aprender a vivir.
Asimilar las heridas y el dolor que produce este evento, es un proceso
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lento e implica la mayoría de las veces, aceptar que no se vuelve a
ser el mismo de antes.

Es necesario aceptar que en ningún lugar del mundo se esta en la


capacidad de controlar todo lo que sucede. El azar siempre entra en
juego y trae sorpresas para las que no se le ha preparado a uno. Sin
embargo, sí es importante analizar cuidadosamente qué sí se puede
hacer para protegerse y reducir, mas no eliminar del todo, los riesgos.

Este tipo de acontecimiento cuestiona las creencias más


fundamentales del ser humano sobre la confianza, la justicia,
la vida, la muerte, la bondad y la maldad en el mundo y en
uno mismo, genera un cambio en el auto concepto y en la
forma como se siente la persona en relación con el mismo.

*Especialista en EMDR, tratamiento efectivo para manejo de Estrés


agudo y Trastorno por Estrés post-traumático
elenaarbitman@gmail.com

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