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La mariposa de Chiang Tzu

Marco A. Rodriguez

“Sueño de la Mariposa” se llamaba la fábula y estaba dedicada a Chiang Tzu: “Juan Pérez soñó que era un mariposa. Al
despertar ignoraba si era Juan Pérez que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa que estaba
soñando que era Juan Pérez”.

No sé si la historia es real. Puede ser un guiño, un sueño de alguien —de algo— tal vez desconocido. A veces reviso
Internet para asegurarme de que no es el revoloteo de mi propia fantasía lo que provoca una tormenta culposa.

Todo sucedió hace un año —hace dos mil años—. Un hombre soñó que escribió un cuento en que era una mariposa. Al
despertar ignoraba si era Juan Pérez que había escrito un cuento en que había soñado que era una mariposa o si era
una mariposa que estaba soñando que era Juan Pérez, que ganaba un concurso de cuentos.

Para asegurarse, se cambió de nombre. Ya no se llamaría más Chiang Tzu, sino que sería Carlos Dumont. Encubriría su
identidad como un ciervo escondido entre las hojas secas del bosque, y participó en un Concurso de Cuentos (a fines de
2004 en Argentina) y lo ganó. El trabajo premiado fue publicado en el número siguiente de la revista organizadora del
certamen.

“Sueño de la Mariposa” se llamaba la fábula y estaba dedicada a Chiang Tzu: “Juan Pérez soñó que era un mariposa. Al
despertar ignoraba si era Juan Pérez que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa que estaba
soñando que era Juan Pérez”.

Entre los lectores hubo una, Dora Ulrico, que dio cuenta de la ignominia. El cuento pertenecía a Chiang Tzu y había sido
escrito 300 años antes de Cristo. Carlos Dumont era tan solo un aparecido que soñaba fama a costa de la fantasía de
otro. Algunos creen que Dumont, como Pierre Menard, como Homero, como Borges, jamás existió.

Pero la absurda realidad que se había desatado, obligó a los miembros del jurado a reunirse horas más tarde para
acusar de hereje a los que antes fueron bendecidos. Ya repuestos de pundonor, atribuyeron tan lamentable traspié al
agotamiento físico (sic).

Y maldijeron a Chiang Tzu, que se había comportado como un Ciervo Escondido en las palabras de Dumont. “Parece un
sueño —dijo alguien— …y no precisamente de una mariposa”. Todos ya estaban al tanto del verdadero veredicto, referido por
Borges en su libro Cuentos breves y extraordinarios (que habla de cuentos de otros).

“El sueño de Chiang Tzu” —por si alguien todavía no lo ha imaginado— es el siguiente: “Chiang Tzu soñó que era un mariposa
y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un
hombre”.

Lo insólito es cómo se acrecienta el desaire del vuelo. El autor acusado de plagio hizo sus descargos en una misiva (nada
breve, por lo demás). En ella —verdaderamente—hace las veces de un leñador que escondió algo en un sueño y alguien
que le arrebató la materia de su sueño y del rey Cheng que sirvió de juez.

Es la anécdota de un ciervo escondido: Alguien sueña que caza al animal y cuenta el sueño. Otro lo escucha y
encuentra al animal siguiendo los datos del sueño. Un rey, entonces, tiene que dirimir de quién es la presa y se
pregunta si el querer repartir al animal no es todavía otro sueño más.

Pues bien, Carlos Dumont hace un elogio (un encomio será mejor decir) del chino Chiang Tzu, lo que —dos mil años
después— provoca suspicacias. Más todavía cuando repite —palabra por palabra y línea por línea— la ambición de P. Menard:
producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por línea— con las de Miguel de Cervantes.

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El sincronismo entre literatura y tiempo histórico sería, pues, subterfugio para justificar lo escandaloso. La literatura es una
idea inconcebible. Las siguientes digresiones son muestras de alguien que ha perdido su botín: “…la metáfora adecuada
para llamar la atención sobre el hombre actual, cuya crisis de la identidad se extiende también a sus sueños: ¿es el
hombre quien sueña o es la tecnología quien sueña por él?”

¡Qué remate más burdo! Lo único rescatable es la apostilla final (la palabra persona viene del étimo máscara.) de
alguien que confiesa que ha mentido: “Carlos Dumont no existe; su nombre es sólo producto de mi mente”. Al no existir el
aleteo de la mariposa, no existe tempestad. Así, no sé si yo —autor desconocido— soy el conspirador de otra patraña.
¿Habrá diferencia entre los sueños de Dumont y los del resto de los mortales?

Termina su historia: “Esperando benevolencia y comprensión, los saluda sinceramente. Dora Ulrich”. Su rebeldía pudo
más que su descaro. Recordemos que Ulrica —¿son deformaciones (torpes ficciones) el apellido Ulrico y su variante
sajona Ulrich?— es el verdadero sueño de Borges, la mariposa del amor que se posó en Javier Otárola, en El libro de
arena (“como la arena se iba el tiempo”).

Borges no existe. Lo que llamamos Borges es otro sueño de Chiang Tzu.

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