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MONSERRATE
En la ciudad, fuera de recorrer las calles, los centros comerciales, los cines y los
parques poco más se puede hacer. Bogotá está dominada por el cerro de
Monserrate con una altura sobre el nivel del mar de tres mil doscientos metros; a
él se accede o bien por funicular, el teleférico o por un camino de herradura
bastante tortuoso utilizado generalmente por los penitentes, gentes que van al
santuario del Señor de Monserrate a cumplir sus promesas y a pedir consuelo al
Todo Poderoso. El acceso por cualquier otro lugar es peligroso dado lo escarpado
del terreno.
En otra ocasión fui yo quien, un domingo, después de asistir a misa, vestido con el
terno azul oscuro del uniforme del colegio, salte , por una apuesta, una garganta,
no alcance el lado opuesto y caí al agua como una piedra. Salí empapado y lleno de
cieno. Sin demora me fui a casa, entre a hurtadillas, me quite las ropas mojadas,
las escondí en un armario y allí las encontró mi tía el domingo siguiente
enmohecidas y mal olientes. De la reprimenda y los azotes aun me acuerdo.
Optamos por recuperar fuerzas un rato, para calmar los ánimos y buscar una
solución, pero también con la esperanza de que alguien nos viera desde
el teleférico, que pasaba a unos setenta o cien metros de distancia sobre nuestras
cabezas. Olvidábamos que era viernes y que los ascensos y descensos tanto del
funicular, como del teleférico eran escasos. Las posibilidades de que nos vieran
eran, por decirlo de alguna manera, nulas.