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Gérard Pommier

El desenlace de un análisis

Síntoma principal (motivo de la demanda): gran timidez, que contrastaba con capacidad intelectual
y sentido práctico eficaces.

Evento desencadenante: Asiste a una cena laboral. Fue una tortura. Se mostró poco brillante, y sintió
que todos se habían dado cuenta de los rubores que lo asaltaron repetidas veces. Esa noche sufre
una indigestión causada por lo que comió: “Conejo cazador”, un plato pesado y mal preparado que
pidió sólo porque los otros lo habían elegido.

Primera asociación: Un recuerdo de la infancia, en el cual había acompañado a su padre a una


partida de casa. Su padre es un gran cazador así como un gran pescador. Su padre, un hombre frío y
rígido no debe conocer gran cosa del pecado. Además siempre tuvo el convencimiento de que las
relaciones entre sus padres nunca fueron un éxito en el plano sexual.

Siguiente sesión: La primera mención se refiere a una idea que se le cruzó en la víspera. Su hijo
partía de vacaciones y lo acompañó a la estación. De golpe lo asaltó una violenta idea cuyos términos
exactos no recuerda: “Si hay un accidente de tren, mi hijo moriría y yo también moriré como padre”. La
formulación exacta del pensamiento se le aparece luego con claridad: “Si mi hijo muriese, yo quedaría
huérfano”. El primer recuerdo (inexacto) de este pensamiento era una asociación explicativa y
tranquilizadora, hecha para ocultar la angustia que rige la relación del padre con el hijo.
Si mi hijo muriese, cosa que no deseo, yo volvería a ser lo que fui, con un padre ausente que me
faltó… pero advierto que debo haber querido que me faltara, pues mi pensamiento dio ese salto en
que su nombre desaparece. Como huérfano, soy el artesano de la ausencia de la que me quejo.
Imagino que mi deseo de hijo fue un deseo de padre, pero al mismo tiempo me reaparece un viejo
anhelo de anunciarlo. Volví a hacerlo la vez pasada cuando lo llame ‘incapaz de pescar’.
Vuelve a hablar de la partida de caza: el plan de ir a cazar con su padre le había encantado, sin
embargo una vez en el bosque su placer diluye y aparece la angustia. Crece un temor cada vez más
violento de que su padre mate un animal –un conejo, seguro–. Con el miedo, aumenta el odio hacia el
padre, al punto tal vez, de desear que fuese él quien se hiriese o matara.
Esta asociación no lo toma desprevenido; en sesiones anteriores ya había reconocido su deseo de
asesinar a su padre. La novedad está en que se percata no sólo de su deseo sino también de aquello
que secretamente padece, de aquello que lo alcanza en su propio Nombre a causa de este deseo y
lleva a retirarse en su timidez cada vez que se traza un objetivo.

Pesadilla: La tiene en los días siguientes y es muy confusa; contiene la idea de alimento, aunque no
aparezca nada directamente comestible. Se trata de grandes pedazos de carne animal y de su olor.
Olor frío, ni agradable ni desagradable, pero penetrante. Nada en este intenso sueño permite situar el
punto pesadillesco y angustiante que lo hace despertar.
Puede hablar de cierta repugnancia por la carne animal que debió surgirle a los 5 o 6 años después de
ir al mercado con su madre y ver en el mostrador de una carnicería, una cabeza de cordero desollada
y sangrienta y con los ojos abiertos.
Otro recuerdo: Ve tres hombres arrodillados al fondo del corral de una granja, sobre un cerdo al que
acaban de matar, y uno acciona la pata del animal como si estuviera bombeando para exprimir la
sangre. Esta escena vista de lejos más bien le interesó. Al contarlo por primera vez, pone en duda la
veracidad de ciertos detalles. Se pregunta si es creíble el movimiento de vaivén imprimiendo a la pata
del animal, y si este vaivén no le evoca otros recuerdos más confusos, asociados también con gritos.
Se le cruza un pensamiento fugaz: el de sus padres en la habitación de un hotel en un viaje en el que
toda la familia había pasado la noche en el mismo cuarto. Considera nuevamente la escena, esa mano
accionando el miembro, y el placer de mirar que entonces lo embargó, y se pregunta si no estará
superponiendo varios recuerdos distintos.

Pasan varias sesiones y vuelve a mencionar la pesadilla: ¿Con qué puede asociar la violencia del
olor? Se pregunta de dónde vendrá ese choque del olor, ya que los perfumes nunca lo atrajeron en
particular. Su madre no los llevaba y con frecuencia se jactaba de ser una mujer “natural” y simple.
Aquí comete una ligera falta de pronunciación “Ella rechaza todo seducción”. Luego advertirá el
sentido de este uso del masculino de “todo”: es él mismo y no la seducción, es su propia seducción lo
que su madre parece haber rechazado.
Puede que su madre fuera una persona cariñosa, pero no era propensa a las manifestaciones de
afecto. Aunque aún le cueste admitirlo, siempre tuvo la sensación de haber sido rechazado por ella.
Ahora puede intentar hallar las razones de esta actitud; puede imaginar que como él es su hijo, le
recuerda su condición de madre. Ella en cierto modo lo rechazó porque él es el signo vivo de su
estado de mujer, jamás encontrado a través de su hijo sin que la estorbara o cuestionara.
Ahora que habla de esto, esa sensación de haber vivido privado, de haber sido y de ser rechazado se
le aparece como un hilo esencial de su existencia. Esa falta de amor lo indujo a actuar frecuentemente
para seducir, para reducir la distancia que lo hubiese convertido en centro de interés. Ahora puede
recordar todas las hazañas que intentó realizar para hacerse merecedor del amor materno.
Sólo ahora descubre la crueldad de una actitud semejante y no porque fuesen íntimos signos de
aquella dureza sino porque hasta entonces había conservado la esperanza de que esto nunca hubiese
tenido lugar, de que él podía acercarse a su madre y besarla simplemente sin que un gesto mínimo le
recordase su escaso valor y la inutilidad de su amor.
Sus recuerdos toman un lugar nuevo, se ordenan de otra manera; así sucede con una escena singular
que sólo entonces se ubica en el lugar verdadero. Su madre estaba de pie, ocupada en una tarea
doméstica, él tenía 3 o 4 años, era muy pequeño porque sus brazos llegaban a la altura de las rodillas
maternas… por tanto su cabeza tenía que llegar a la altura de su vientre, de su sexo. Esa vez fue
rechazado con violencia desusada. ¿Besó su sexo? ¿Fue allí cuando lo impregnó un olor particular?
No lo puede precisar.

Silvia Amigo
Los impasses del segundo despertar sexual

Primera entrevista: Relata con lujo de detalles una cantidad de “cosas raras” que le ocurren. Tiene
sueños en colores, brillantes, impactantes, sueños con agua; mares, oleajes, tempestades. No
comentará ningún argumento de ningún sueño. En las siguientes entrevistas ante una pregunta de la
analista responderá que estos sueños no le molestan, a tal punto que prefiere dormir, para soñar, sólo
para “ver” imágenes de colores.
Se presenta con una imagen de sí mismo poderosa, eufórica, megalómana: en el deporte, con las
minas, como estudiante. Lo único que comenta durante muchas entrevistas (en las cuales la analista
cree que él esperaba encontrar en ella una partenaire fascinada que lo acompañara en la
contemplación del espectáculo que él ofrecía) como punto sintomático, son ciertos accesos de bronca
que le producen ciertos tipos.
Pero llegará por fin el relato de qué es lo que le molesta. De vez en cuando algo pasa y ya no sabe
para qué vive. Momentos en que su colorido mundo vira al gris y a la angustia. Duda de todo. Todo se
vacía de sentido. Ya no sabe si tiene sentido estudiar, o si tiene sentido (lo primero que le cuesta decir)
levantarse minas.
Cuando está por entrar en una de estas crisis tiene otros sueños, raros y feos. Recuerda el sueño de
los licántropos que tuvo rn la última crisis y que además lo llevó al análisis.
Omitió decir que en medio de las crisis le pasa que cuando quiere sobreponerse a su sensación y
reesfuerza por estudiar o acercarse a una chica una voz le dice: “sos maricón” - “sos impotente” – “vas
a perder un ojo, un dedo, un brazo” – “Dios no existe”.
Aparece a la vista el contraste entre la fascinación escópica de los sueños de colores, de la vida
durmiendo que se pasa, mientras está eufórico y megalómano, y estas crisis en que se quiebra el
espejismo: las crisis donde el mundo literalmente pierde su color, las dos cosas que lo apasionan,
mujeres y ciencia, se le hacen imposibles y una voz burlona le dice todo lo que de su integridad física
viril queda amenazado: es un puto, un impotente, o un inválido.
La voz aparecía como un enunciado del que él no se podía reconocer el enunciante, pero tenía una
percepción clara de que era un producto de su mente.
La transferencia abre un tercer espacio. Alfredo contaba por un lado con el mundo de colores, por otro
con la angustia demoledora de sus crisis; en la transferencia podrá ser acompañado en el despliegue e
intersección de estos dos campos cerrados, y será el primer lugar donde hable del segundo, padecido
en silencio y soledad desde sus 12 años.
Lleva a análisis el “sueño azul”: el sueño del auto azul, su auto pero a nombre de su mamá (“Total es
lo mismo”), y el azul el color preferido de la madre [como azul es el agua, es un amor de su madre
(sueños de oleaje)].
Asocia: recuerda la cena con su novia Uruguaya, que llevó a la casa como una amiga, y el terror de
que lo tocara delante de su madre.
A los ojos de su madre debe estar entero a su disposición. Todo el donjuanismo es impotente para
resolver su posición sexual. Ante la madre es como si fuera puto, impotente o inválido: lo que la voz le
ordenaba.
Esta cena muestra el desorden estructural de Alfredo: ¿Cuál es la mujer prohibida para él? ¿la madre?
¿o Gabriela?
En análisis se irá haciendo cargo de esta posición que la edad le imponía: hacer uso de su atributo.
También de la total interdicción de dar pruebas de ello ante su madre. Se ordenan para él miles de
detalles de su vida cotidiana (Ej. “Voy a lo de Ricky”).
Se aclara aquí la cuestión de sus crisis de bronca: la despierta la visión de otro muchacho que hace lo
que él no puede.
Aparece un recuerdo caído en la más profunda represión: el de su vecinita y el ataque de locura de su
madre, la cuál luego le dice explícitamente que él había nacido para ella.
Llegado aquí se decide a “confesar” el episodio ocurrido con la novia del hermano cuando tenía 16
años.
Se aclaran dos alucinaciones; la de la puerta corrediza que se abre sola (a medias entre él y su madre)
y el del bicho que se escapa hasta el cuarto de servicio, con el que asocia el vicio – la paja. Las novias
traen problemas, la paja no. Se inició sexualmente con una mucama, y cree que su madre se dio
cuenta porque la echó (“El bicho está entre las chicas y la paja”).
Si él no puede usar el pito para apretarse a la vecinita, pero si puede usarlo cuando mamá le indica
(acostarse con la novia de su hermano), el pito es de su mamá. Dos alternativas inaceptables: mejor
ser puto o impotente. O bien el caballo loco que coje a escondidas de la mamá, y se resguarda entero
ante sus ojos.
Cura – Castración imaginaria.
Se dará cuenta de que sus crisis comienzan cuando aparece una mujer que le interesa en serio y él
duda en acercársele.
Comienza a hacérsele claro que él no quiere ofrecer una parte de sí. No toleraría un rechazo. Está
acostumbrado a ser tomado todo él, y a ser querido por sí mismo. Ponerse a prueba es vivido por él
como una afrenta narcisista.

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