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Se puede decir que Federico García Lorca es uno de los máximos

exponentes de la generación del 27 por diversas razones. Una de ellas

es el equilibrio que mantiene en sus obras entre la novedad de lo

vanguardista y las raíces tradicionales. En el apartado humano era una

persona muy cálida, que derrochaba simpatía y vitalidad, pero que

también tenía un malestar interior, una especie de frustración, que se

hace patente en su obra.

Esta obra habla, claramente, de la muerte. Al leer el poema, nos

encontramos con una escena tétrica, en la que un bandido muerto es

llevado hacía algún lugar desconocido por el lector, mientras la

naturaleza parece trastornada, sacudida por el suceso.

En la estructura externa se puede distinguir una estructura formada por

una tercerilla de hexasílabos y un pareado irregular, compuesto por un

hexasílabo y un decasílabo. Este pareado, además, es una especie de

estribillo que tiene dos variantes (“Caballito negro…” y “Caballito frío…”)

Esta estructura se repite cinco veces a lo largo del poema.

Respecto a la estructura interna, se observa que los estribillos alternan

entre una pregunta y una exclamación de dolor. En las primeras dos

tercerillas, Lorca se centra en el personaje, mientras que las dos

siguientes están reservadas para la descripción del paisaje nocturno. La

última tercerilla da una conclusión misteriosa y dramática al poema.


Este poema comienza con uno de los símbolos más comunes de Lorca:

la Luna, que generalmente suele significar la muerte. Este inicio dota a la

obra, desde el principio, de un toque oscuro, algo tétrico, que se

mantendrá a lo largo del texto. No será hasta el segundo verso cuando

sabremos que esa luna negra de la que se habla al principio persigue a

los bandoleros, una figura que siempre obsesionó a Lorca.

En lo que respecta al plano fónico-fonológico, no se aprecia el uso de

recursos de este tipo, lo que demuestra que el autor se centró más en

otros aspectos como el mensaje que en la lírica del poema.

En el plano morfosintáctico nos encontramos con una mayor variedad de

recursos, como el asíndeton, que se produce a lo largo de toda la obra,

ya que sólo hay dos conjunciones en todo el texto. También se aprecia la

escasez de verbos, que hace que predominen las oraciones simples, lo

cual, unido al asíndeton previamente mencionado, da más ritmo y

dramatismo al poema. En general, la entonación de esas oraciones es

enunciativa, lo que dota a la obra de un carácter descriptivo, aunque

también hay varias oraciones exclamativas e interrogativas. Resalta que

la mayoría de los sustantivos son concretos (bandolero, luna, etc.) y la

referencia a un topónimo (Sierra Morena), que localiza la obra en

Andalucía, lugar característico de la obra de Lorca. Los adjetivos

especificativos pospuestos (negra, muerto), junto con la ausencia de

pronombres, confirman esa idea de un poema descriptivo, que nos mete


en un ambiente oscuro y fantasmal. Esta composición está escrita en

presente en su mayoría, lo cuál nos mete más en la historia.

Este poema contiene una gran cantidad de recursos del plano léxico-

semántico, con un gran número de metáforas, como la referente a la

“luna negra de los bandoleros” en el primer verso, que hace referencia,

mediante uno de los símbolos más comunes de Lorca como es la luna, a

la muerte. También hay varios paralelismos, sobre todo entre los

pareados, ya que todos repiten la misma estructura, creando una especie

de estribillo. Las prosopopeyas se suceden a lo largo de la obra, como

por ejemplo “cantan las espuelas” en el tercer verso o “La noche espolea

sus negros ijares” en los versos 16 y 17. También hay un apóstrofe en el

verso veintitrés, que acompaña mediante la exclamación el mensaje (“¡un

grito!”).

Este poema comienza con un tono muy oscuro y misterioso, tono que se

mantiene a lo largo de toda la obra y con el que se nos habla de la

muerte de un bandolero y se nos describe la noche andaluza. Esta

descripción se hace centrándose más en el mensaje y en los símbolos

que en otro tipo de recursos o “florituras”. Podemos decir que este

poema trata sobre la muerte y los bandoleros, dos de los temas

preferidos de Lorca, por lo que podría ser uno de los exponentes de la

poesía Lorquiana.

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