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I— Graffittis en el muro
“Tenemos, pues, el plano del espejo, el mundo simétrico de los ego y de los otros
homogéneos. De él debe distinguirse otro plano, que llamaremos el muro del lenguaje.
El lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente
comprenderlo. Y de esto precisamente se trata en la experiencia analítica.
El sujeto no sabe lo que dice, y por las mejores razones, porque no sabe lo que es”(1).
El ser humano ocupa un particular lugar en el mundo, en la medida en que no posee una
relación directa con el mismo, o con lo que podríamos denominar la “naturaleza”, de la que
se encuentra separado por un “muro”, que Lacan denominó como el “muro del lenguaje”.
Sabemos que existen personas, objetos, ideas pero este conocimiento sólo es aprehensible
por medio del lenguaje que hace las veces de mediador, introduciendo al símbolo como
creador de la realidad propiamente humana, y despojando al sujeto de una relación
“instintiva” o “natural” con el mundo. “El símbolo se manifiesta en primer lugar como
asesinato de la cosa”(2), con lo que el lenguaje establece un ordenamiento en la experiencia
humana que Lacan denominó como orden simbólico y que, anudado a lo imaginario y lo
real, conforma la estructura subjetiva del hombre.
El hombre se encuentra apresado por el lenguaje, rodeado por las paredes del muro (del
que, en el caso más favorable, nunca saldrá), aunque no por esto es un ser pasivo: también
habla, y su discurso muchas veces lo desconcierta: no entiende lo que dice, le extrañan sus
sueños, sus síntomas, dice más (o menos) de lo que quiere decir, verdaderos graffittis del
discurso, en los que Freud supo escuchar la verdad del deseo inconsciente del sujeto a
través de sus formaciones (sueños, chistes, síntomas neuróticos, actos fallidos, fantasías).
*
Las citas que aparecen señaladas por un asterisco no corresponden a un texto en particular, sino que
aparecen en tantos textos y mencionadas tantas veces por Lacan, que dejamos al lector la tarea de comenzar la
lectura del autor francés para encontrarse con ellas.
2
“Del lenguaje se ocupa la lingüística”, podríamos decir. De hecho, fue de un tenor similar
la objeción que los lingüistas le formularon a Lacan, como veremos más adelante. Pero
puede decirse, con absoluta justicia, que la lingüística como ciencia, la lingüística moderna,
debe su estatuto y sus blasones a Ferdinand de Saussure, creador de la lingüística
estructural y sin el cual no hubiera habido lingüistas en condiciones de refutar a Lacan.
Muy lejos queda nuestra intención de presentar toda la teoría de de Saussure; sólo
abordaremos aquellos aspectos fundamentales, que hicieron de su obra uno de los
referentes ineludibles para comprender los desarrollos de Jacques Lacan. A los lectores
interesados en ampliar esta temática remitimos a la clásica obra “Curso de lingüística
general”, que se consigna en la bibliografía del presente trabajo.
En primer lugar, de Saussure establece una clara diferencia entre lengua y habla, señalando
que el objeto de estudio de la lingüística es la primera.
Sdo = Concepto
Sgte Im. Acúst.
3
E M R
Lacan orientará su búsqueda teórica desde la obra freudiana –el psicoanálisis- hacia el
lenguaje –de Saussure mediante–, en pos de determinar cuál es la relación entre los dos
factores claves de la existencia humana (el inconsciente y el lenguaje).
El primer paso es obvio: el sueño, el lapsus, el chiste, el síntoma neurótico son fenómenos
de lenguaje, tal como lo resalta Lacan: “La función de la palabra sólo puede explicarse al
definir el campo del lenguaje. Esos dos términos son el título de un discurso que pronuncié
en Roma, en 1953, y del cual surge mi escuela después de muchas dificultades.
Mi escuela es freudiana, y eso no debe extrañar, ya que demostré claramente que los
testimonios aportados por Freud de la existencia del inconsciente, de los sueños, de los
lapsus y ocurrencias, sólo son interpretables sobre el texto de lo que se dice a través de la
palabra del propio interesado. Este es un hecho patente en las tres obras que Freud ha
escrito sobre cada uno de esos temas y que constituyen el punto de partida de su
«pensamiento»”(4). Referencias como éstas son innumerables en la obra de Lacan, pero
sólo nos aproximan a la cuestión planteada, indicando que las formaciones del inconsciente
son hechos de lenguaje. La pregunta, entonces, subsiste: ¿de qué manera se articulan estas
dos estructuras –inconsciente y lenguaje?
4
En primer lugar, notamos que, cuando del inconsciente se trata, no es aplicable la relación
establecida por de Saussure entre significado y significante a partir del signo lingüístico,
dado que el sentido de, por ejemplo, un sueño, es singular, individual, válido únicamente
para el sujeto que lo soñó (por ello es que no se puede hablar de un “simbolismo” onírico).
Este hecho contrasta con la “universalidad” del signo, con el valor que posee el signo para
toda la comunidad que lo utiliza, a partir de la lengua común.
Un solo ejemplo nos bastará para demostrar lo expresado: el sueño freudiano conocido
como la “Mesa redonda”.
Dice el contenido manifiesto de ese sueño: “Varias personas comiendo juntas. Reunión de
invitados o mesa redonda... La señora E.L. se halla sentada junto a mí, y coloca con toda
confianza una de sus manos sobre mi rodilla. Yo alejo su mano de mí, rechazándola.
Entonces dice la señora: «¡Ha tenido usted siempre tan bellos ojos!...» En este punto veo
vagamente algo como dos ojos dibujados o el contorno de los cristales de unos lentes...”(5)
¿Qué quiere decir este sueño? Está fuera de toda duda que el relato de su sueño por parte de
un sujeto constituye un hecho de lenguaje, mas: ¿cómo aplicar la estructura del signo en
este caso? ¿Cómo aplicar el significado sobre el significante, siendo que, precisamente, el
significado se escabulle por todos lados, sin dejarse aprehender? ¿Cómo decir qué es lo que
significa este sueño con la fórmula del signo? Desde luego, poseemos el recurso de afirmar
que “los sueños” (o los lapsus, o los síntomas, etc.) “son fenómenos absurdos, carentes de
sentido y no merecen, por tanto, nuestra atención ni nuestro interés”. Atajo disponible hasta
que el maestro vienés lo cerró, demostrando que todos los fenómenos mencionados poseen
una lógica y un sentido, perfectamente comprensibles luego de realizado su análisis. Porque
el punto clave es éste: los sueños (o cualquier formación del inconsciente) poseen un
sentido, dicen algo, son un mensaje, tal el descubrimiento de Freud. Pero el primer
psicoanalista llega a esta conclusión por medio de una vía sorprendente, insólita hasta ese
momento: las ocurrencias espontáneas de sus pacientes. La asociación libre, regla técnica
fundamental del psicoanálisis, consiste en que el paciente (el analizante) diga lo primero
que se le ocurra, sin previa reflexión ni crítica, con lo que se produce un material en
apariencia azaroso, pero que a partir de la interpretación del analista va resignificándose y
“ordenándose”, con lo que comienza a aparecer en el discurso del sujeto un sentido
desconocido para él mismo hasta ese momento, pero que, paradójicamente, le es propio.
Con ello, entramos ya en el terreno del inconsciente que podemos considerar como un
discurso incomprensible para el yo, un mensaje que necesita ser traducido para comprender
su texto, labor que sólo es posible a partir del psicoanálisis.
Con estas premisas claves, Lacan realiza su lectura de de Saussure de la que extrae una
conclusión fundamental: el significante posee una radical supremacía por sobre el
significado, siendo el segundo un efecto del primero.
Podemos apreciar que Lacan conserva los dos términos introducidos por de Saussure en el
signo lingüístico, pero invertidos:
Significante (S)
5
significado (s)
Lo que nos lleva a considerar qué es, para Lacan, un significante. Sabemos ya que para de
Saussure era la imagen acústica, la representación mental del concepto; mas, Lacan lo
definirá de un modo diferente: “un significante es lo que representa a un sujeto para
otro significante”*. Definición ésta, a primera vista, un tanto extraña pero sostenida por
una solidez lógica (y clínica) que veremos a continuación.
S1—S2—S3—S4—Sn
significado
Si el significante es una cadena, se deduce que son necesarios al menos dos significantes,
para producir un efecto de sentido. Un síntoma neurótico no es, inicialmente, un
significante; pero si al síntoma se agrega alguna asociación que, retroactivamente, aclara su
sentido, estamos ya en la dimensión del significante. Isabel de R. acude a Freud derivada
por un médico, que la diagnostica como histérica. Sus síntomas eran dolores en las piernas
y dificultades para andar, cuyo origen no era orgánico. ¿Qué sentido tiene este síntoma?
¿Qué mensaje expresa? Imposible saberlo, se nos presenta como un jeroglífico similar al
contenido manifiesto de un sueño. Mas la labor de análisis arroja algunas luces que
permiten leer y comenzar a comprender el texto que un síntoma constituye. “Dolores en las
piernas, dificultad al andar” (sgte 1) se asocia con “lo sola que estaba” (sgte 2) (stehen
significa en alemán tanto “estar” como “estar en pie”) en ocasión de una serie de
infortunios familiares. Se asocia, además, con “el sentimiento de su «impotencia» y la
sensación de que «no lograba avanzar un solo paso» en sus propósitos” (sgte 3) de
reconstruir la felicidad familiar, etc.(6) En este ejemplo podemos apreciar cómo el
significado se constituye retroactivamente, como efecto de la cadena significante. Que no
hay primacía del significado se demuestra por el hecho de que un síntoma similar en su
forma en dos sujetos, posee un significado diferente para cada uno de ellos.
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Para finalizar este punto, destacamos que el significante posee dos propiedades: la
materialidad y la combinación. Con materialidad hacemos alusión a que cada significante
es diferente de los demás y es éste hecho el que posibilita la relación de los mismos, es
decir, su combinación. De este modo, las propiedades del significante hacen que éste se
exprese, estructuralmente, en forma de una cadena: lo que Freud denominó como la
“cadena asociativa”, que no es otra cosa que la puesta en juego del discurso (inconsciente)
del sujeto.
Finalmente, estas propiedades del significante están relacionadas con las figuras retóricas
del lenguaje: la materialidad se articula a la metáfora, y la combinación a la metonimia,
figuras retóricas que se constituyen, además, en las leyes del lenguaje, como veremos más
adelante.
Antes de proseguir, consideramos oportuno introducir una cita, que explica con mucha
claridad qué es un punto de capitón: “Es lo que se conoce en tapicería como capitoné.
Ingenuamente uno pensaría que esos botones aparecen cosidos uno a uno y esto sería
análogo a los signos en el sentido saussureano. En verdad el capitoné no se hace así, sino
que se trata de un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la
superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos
estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La
puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el
abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad.
Ejemplifiquemos:
Un.
Un hombre.
Un hombre bien.
Un hombre bien parecido.
Un hombre bien parecido al mono.”(7)
Hasta este momento nos hemos manejado con un término que pertenece, en realidad, al
campo de la lingüística: el significado. Lo vimos como un efecto de la cadena significante,
como lo que se constituye al final del deslizamiento significante y es singular, particular
para cada sujeto. Al ser, de esta manera, sumamente variable, Lacan intenta sustituir la
“rigidez” que transmite el concepto de significado en tanto se ve relacionado con la
“inmutabilidad” del concepto, cuando en psicoanálisis se trata de la singularidad del deseo,
y de cómo éste se constituye y expresa a través del significante (que, como vimos, es
siempre parte de una cadena). Decíamos, así, que Lacan busca reemplazar el término
“significado” por otro que exprese mejor lo que es el resultado dela cadena significante. A
tal fin, emplea el concepto de “significancia” al principio y también al final de su obra. En
el transcurso de ésta, utiliza también los términos de “significación”, “efecto de
significación” y “efecto de sentido”. Nos inclinamos por este último, dado que la
“significación” se establece entre lo imaginario y lo simbólico, quedando así lo real elidido;
en tanto que el sentido es el efecto de una intersección entre lo simbólico y lo real, en el que
se diluyen los efectos imaginarios. Aunque no desarrollaremos el tema de los tres registros
(sólo estamos exponiendo una introducción al orden simbólico) y su interrelación, nos
importaba dejar establecido en qué contexto y dentro de qué límites hablamos de
“significado”, y porqué nos parece más atinado su abordaje en términos de un efecto de
sentido.
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Ahora bien: ¿estas diferencias que vamos marcando desde la teoría lacaniana nos indican
que de Saussure estaba equivocado? De ninguna manera. El signo es una realidad,
constituye un hecho, y si la teoría saussureana trae aparejada una verdadera revolución en
la lingüística es porque logra ordenar ciertos fenómenos en un contexto conceptual que los
explica convenientemente, adquiriendo un status verdadero y rigurosamente científico.
Sin embargo Lacan tampoco estaba equivocado y la subversión de la teoría saussureana que
éste realiza debe situarse en un eje mucho más amplio: el de la subversión freudiana que,
precisamente, invierte la valoración que el hombre poseía de sí mismo hasta ese momento.
Antes de Freud, dotado de razón y conciencia, y por ello dueño de sí, de su ser, de su
voluntad; después de Freud, “un extranjero en su propia casa”, sobredeterminado por el
inconsciente, verdadero sistema que marca, sin que el sujeto (el yo) lo sepa, el sentido de
su existencia.
Otro caso es el de los procesos primarios, que son inconscientes, y en los cuales la energía
fluye libremente de una representación a otra mediante desplazamientos y condensaciones,
y en los que Freud encuentra una “identidad de percepción”. Las consecuencias de este
“libre fluir” de la energía a través de las representaciones son situar al significado como
contingente, y como efecto de la cadena significante: “La casa es hermosa” nos revela un
significado que se transforma por completo sólo con un ligero desliz, un pequeño
desplazamiento: “La caza es hermosa” ya posee otro sentido, dado que condensa otra serie
diferente de ideas.
Lacan y de Saussure se sitúan, en síntesis, en dos órdenes diferentes: uno se ocupa del
inconsciente –el analista– y otro del yo –el lingüista–.
Metáfora y metonimia
Otro de los fundamentos es adoptado por Lacan en base a la sugerencia de su amigo Roman
Jakobson, lingüista ruso de la Escuela de Praga, y contemporáneo del analista francés.
Jakobson, si bien está lejos de desautorizar a De Saussure, centra su interés en aspectos que
van más allá del signo lingüístico, y sostiene que el lenguaje se organiza de acuerdo con
dos grandes ejes: el paradigmático y el sintagmático. Desarrollaremos brevemente cada
uno de ellos.
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Dicen los lingüistas: “Para Jakobson, la interpretación de toda unidad lingüística pone en
marcha en cada instante dos mecanismos intelectuales independientes: comparación con las
unidades semejantes (= que podrían por consiguiente reemplazarla, que pertenecen al
mismo paradigma), relación con las unidades coexistentes (= que pertenecen al mismo
sintagma). De este modo, el sentido de una palabra está determinado a la vez por la
influencia de las que le rodean en el discurso, y por el recuerdo de las que podrían haber
ocurrido en su lugar. (...) esta dualidad es para Jakobson de una gran generalidad.
Constituiría la base de las figuras retóricas más empleadas por el “lenguaje literario”; la
metáfora (un objeto es designado por un objeto semejante) y la metonimia (un objeto es
designado por el nombre de un objeto que está asociado en él en la experiencia)
provendrían respectivamente de la interpretación paradigmática y de la sintagmática, a tal
punto que a veces Jakobson considera sinónimo sintagmática y metonímica,
paradigmática y metafórica” (11).
Las únicas “objeciones” que quizás podríamos plantear a lo expresado en esta frase, son las
de que no hablaríamos del “lenguaje literario”, sino del lenguaje en su aspecto más general;
y que no mencionaríamos el término “objeto” (empleado en las definiciones de metáfora y
metonimia), sino al concepto de significante. “Objeciones” que, naturalmente, no provienen
de la lingüística sino del psicoanálisis y que consisten, en realidad, en una extrapolación de
los conceptos de la lingüística a la experiencia psicoanalítica, con las necesarias
modificaciones que esto conlleva.
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Lengua Habla
Sustitución Combinación
Significantes unidos en ausencia Significantes unidos en presencia
Sincronía Diacronía
Metáfora Metonimia
En base a estos desarrollos, Jakobson sugirió a Lacan que la metáfora podría equipararse al
concepto freudiano de condensación, y la metonimia al de desplazamiento.
Para Freud, la condensación y el desplazamiento son las leyes que rigen el funcionamiento
del inconsciente, siendo la primera una convergencia de dos o más representaciones sobre
otra, a la que de este modo sobredeterminan. Para seguir con el ejemplo expuesto,
señalaremos lo siguiente: el contenido manifiesto de un sueño es sumamente corto, conciso,
incomprensible; mas luego del análisis, parten varias cadenas asociativas que conducen a
las ideas latentes (preconscientes) del sueño, primer paso para acceder a las
representaciones inconscientes, que son las que verdaderamente forman el sueño, pero que
no se encuentran representadas directamente en el contenido manifiesto del mismo. Dicho
de otra manera: se encuentran sustituidas por el contenido manifiesto. Recordamos que es
ésta, precisamente, la fórmula de la metáfora: la sustitución de un significante por otro.
De este modo, si las leyes del inconsciente son equiparables a las leyes del lenguaje,
concluimos que entonces “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”, dado
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IV— “Lingüistería”
“Un buen día me di cuenta de que era difícil no entrar en la lingüística a partir del momento
en que se había descubierto el inconsciente.
Por lo cual dije algo que me parece, a decir verdad, la única objeción que pueda yo
formular a lo que oyeron el otro día de labios de Jakobson, a saber, que todo lo que es
lenguaje pertenece a la lingüística, es decir, en último término, al lingüista.
Y no es que no se lo conceda con todo gusto cuando se trata de la poesía, a propósito de la
que esgrimió este argumento. Pero si se considera todo lo que, de la definición del lenguaje,
se desprende en cuanto a la fundación del sujeto, tan renovada, tan subvertida por Freud
hasta el punto de que allí se asegura todo lo que por boca suya se estableció como
inconsciente, habrá entonces que forjar alguna otra palabra, para dejar a Jakobson en su
dominio reservado. Lo llamaré la lingüistería.
Esto deja su parte al lingüista, y también explica el que tantas veces tantos lingüistas me
sometan a sus amonestaciones —desde luego, no Jakobson, pero es porque me ve con
buenos ojos, o dicho de otra manera, porque me quiere, como lo expreso en la intimidad—.
Mi decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no pertenece al campo de
la lingüística”(12).
Desde sus dominios, situados en la lingüistería, Lacan prosigue su trabajo, aportando más
desarrollos a los que ya vimos. Entre ellos, dos que presentaremos acá, sin pretender que
nuestro análisis sea exhaustivo. Ellos son el “hablente” y “lalengua”.
Estos extraños términos no son más que una acentuación de las diferencias entre la
lingüística y el inconsciente; pretenden dar un contenido propio a los descubrimientos del
psicoanálisis, para situarlos en el contexto conceptual que se fue edificando, a partir de
Freud, desde la clínica.
12
Mas este hablente, dijimos, habla una lengua particular: la de su propio inconsciente, y es
por ello diferente a la lengua de los lingüistas. Lacan la denominó como lalangue
(“lalengua”), homofónica a la langue (“la lengua”). En este caso, la traducción es bastante
similar, aunque vale señalar que en la homofonía concluye el parecido, ya que trazan
campos absolutamente diferenciados. Es por ello que Lacan enuncia que “el inconsciente
está estructurado como un lenguaje”, y no como “el” lenguaje: “el” lenguaje es el campo de
la lingüística; un lenguaje (lalengua) ya es la entrada en el campo psicoanalítico, en tanto da
cuenta del sujeto del inconsciente ($).
Lalengua es, en primer lugar, la lengua materna. Mas no es el idioma, ni la lengua de una
comunidad determinada, sino la manera en que el discurso del Otro se inscribió en el
sujeto, los deseos que generó, los ideales, la sexuación, las fantasías, emblemas e
identificaciones que el sujeto fue incorporando, asimilando, de su relación con el Otro, en
su paso por el complejo de Edipo y el complejo de castración; es la forma en que el
lenguaje se inscribió en el sujeto. Provisoriamente, podríamos mencionar a los padres en el
lugar de Gran Otro, aunque luego iremos precisando este punto.
De este modo, surge acá un interrogante: si lalengua que habla un sujeto es singular, ¿cómo
es entonces posible la comunicación? Si cada cual habla un lenguaje, ¿qué posibilidad
existe de que dos –o más– sujetos se entiendan? Basta una ligera observación sobre la
realidad cotidiana para concluir que el malentendido se encuentra, siempre, a la orden del
día.
Al respecto, Lacan aportó otra novedad, que trae aparejada una radical modificación de la
fórmula de la comunicación establecida por de Saussure (ver página 3), al expresar que “El
emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida”*. Fórmula que, en cierta
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E W M R
El equívoco que el significante abre nos lleva a realizar una aclaración: el término en forma
de “doble ve” es, en realidad, una “M” invertida.
V- El Gran Otro
El tramo final de nuestro recorrido nos lleva a uno de los conceptos centrales en la obra
14
lacaniana, como es el del Gran Otro, introducido por el maestro francés en la clase del 25
de mayo de 1955 de su Seminario 2 (véase bibliografía).
El pequeño otro se sitúa en la dimensión del yo y del semejante, son los otros que tratamos
a diario, cotidianamente, relación entre iguales y “de yo a yo”. La estructura de esta
relación está dada por el registro imaginario, que posee una función de desconocimiento
de la relación simbólica del sujeto con su deseo.
Por el contrario, el Gran Otro se sitúa en el registro simbólico, que es el orden del deseo
inconsciente, el lenguaje y el significante. El término evoca resonancias freudianas de la
primera época, cuando en sus inicios Freud denominaba al inconsciente como una “otra
escena”, un “otro lugar” en el que se ponía en juego y en acto el deseo del sujeto. Marca
también una alteridad fundamental, destaca la ajenidad y la extrañeza que el propio
inconsciente le causa al sujeto; como si el sujeto estuviera dividido: por un lado, lo que sabe
y conoce de sí mismo, las certidumbres yoicas con que se presenta; pero además, es como
si el sujeto fuese Otro para sí mismo, en tanto los aspectos fundamentales de su ser le son
desconocidos, a pesar de saberlos. En esa paradoja consiste el inconsciente: es un saber no
sabido y eso es, en definitiva, el Gran Otro: uno de los nombres lacanianos del
inconsciente. El sujeto del inconsciente, sujeto dividido (o sujeto barrado), se simboliza en
el álgebra lacaniana, con una “ese tachada” ($).
Lo expresado hasta acá refleja sólo parcialmente el contenido que posee el concepto de
Otro, ya que éste no sólo es una definición, un modo de nombrar al inconsciente, sino que
permite ampliar y precisar el alcance del inconsciente freudiano. Freud siempre remarcó
que las “personas” (las comillas son, en este caso, de suma importancia, ya que se trata en
realidad de representaciones) más importantes en la vida del sujeto, adquirían un valor y
una significación muy elevadas sólo en la medida en que, a partir de ciertos rasgos
particulares, lograban evocar algunas representaciones reprimidas en el sujeto, pasando a
ser sustitutivas de éstas. Para un sujeto, entonces, ocupará el lugar del Otro quien evoque
las representaciones reprimidas de su propio inconsciente. Este aporte de Lacan permite
despojar al inconsciente de resonancias tales como “lo oculto”, al destacar que el deseo
entra en juego en el campo del Otro.
El lector podrá haber inferido ya, probablemente, que el Otro no es, entonces, “alguien”
particular, sino una “abstracción”, un lugar simbólico a ser ocupado por personajes
contingentes. Al principio de este ítem dijimos que “el Otro se sitúa en el orden simbólico”,
expresión que ahora corregiremos y precisaremos, señalando que el Otro es el orden
simbólico, es el orden del lenguaje, que preexiste al sujeto, lo constituye y estructura, y
seguirá existiendo luego de que el sujeto desaparezca. De ahí la ambición de dejar una
huella, un rastro del paso por la vida que expresa la popular frase “tener un hijo, plantar un
árbol, escribir un libro”: simplemente, formar parte del universo simbólico por el que
transcurre la existencia humana, y que en Lacan se lee como el Otro.
15
Estos últimos lineamientos que venimos trazando nos permiten señalar un punto de suma
importancia: el Otro (A) no es consistente, no es perfecto; sino, por el contrario, es
inconsistente, incompleto, lo que en el álgebra lacaniana se representa como A. Si el orden
simbólico fuera perfecto, cerrado, seríamos como hormigas, perfectamente regulados por
una estructura perfecta. En el Otro siempre faltará una respuesta, La respuesta, lo que deja
un lugar al sujeto, posibilitando que él busque, por medio de su deseo, un lugar en el Otro:
dado que en el Otro siempre faltará una significación, a esta significación para su deseo
debe encontrarla en una búsqueda singular cada sujeto. Mas, como esta búsqueda se juega
siempre en relación al Otro, Lacan dice que “el deseo del hombre es el deseo del Otro”*, en
la medida en que el deseo, para hacerse reconocer, debe remitirse al Otro, al cual está
articulado estructuralmente.
El desarrollo precedente intenta presentarse como una introducción a los conceptos claves
de Lacan, de los cuales hemos desarrollado algunos en sus puntos más relevantes, dejando
su análisis exhaustivo para otra ocasión. Nos interesa destacar, sin embargo, que nuestro
abordaje es por fuerza incompleto, y que cada uno de los temas tratados posee una
fundamentación mucho más amplia, que por imperio de los límites que todo trabajo posee
no hemos desarrollado. Queda ya en la iniciativa del lector el ahondar y corregir los
lineamientos presentados en estas páginas.
Finalizamos con una cita de Lacan que, esperamos, no resultará extraña a esta altura: “El
lenguaje sin duda está hecho de lalengua. Es una elucubración de saber sobre lalengua. Pero
el inconsciente es un saber, una habilidad, un savoir-faire [saber hacer] con lalengua. Y lo
que se sabe hacer con lalengua rebasa con mucho aquello de que puede darse cuenta en
nombre del lenguaje”(15).
Notas
(2) Lacan, J.: “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, pag. 307; en
“Escritos”, tomo 1, Ed. Siglo XXI, 1988.
(3) De Saussure, Ferdinand: “Curso de lingüística general”, pag. 130, Ed. Losada, 1945.
(Las cursivas pertenecen al original).
(5) Freud, Sigmund: “Los sueños” pag. 723, Ed. Biblioteca Nueva, 1981.
(6) Freud, S.-Breuer, J.: “Estudios sobre la histeria”, pags. 118-9, Ed. Biblioteca Nueva,
1981.
(7) D’Angelo, R.; Carbajal, E.; y Marchilli, A.: “Una introducción a Lacan”, Ed. Lugar,
2000, pag. 35.
(8) Freud, S.: “Los sueños”, pag. 725, Ed. Biblioteca Nueva, 1981. (Las cursivas me
pertenecen).
(9) Lacan, J.: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”,
pag. 785, en “Escritos”, tomo 2, Ed. Siglo XXI, 1988.
(11): Ducrot, O.; y Todorov, T.: “Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje”,
pag. 134; Ed. Siglo Veintiuno, 17ª. edición, 1995.
(12): Lacan, J.: Seminario 20, pag. 24, Ed. Paidós, 1991.
(13): Freud, S.: “Análisis fragmentario de una histeria (caso «Dora»)”, pags. 951-2 (Las
cursivas me pertenecen).
(15): Ibid (11), pag. 167 (las cursivas en francés son del original).
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Bibliografía Consultada
• Lacan, Jacques: “Escritos”, Editorial Siglo XXI, decimocuarta edición, 1988; y “El
Seminario”, Editorial Paidós, 1991.
- “La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, en “Escritos”, tomo
1.
- “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en “Escritos”, tomo 1.
- “La significación del falo”, en “Escritos”, tomo 2.
- “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en “Escritos”,
tomo 2.
- “Posición del inconsciente”, en “Escritos”, tomo 2.
- “La ciencia y la verdad”, en “Escritos”, tomo 2.
- “El psicoanálisis verdadero y el falso”, Revista freudiana N° ¾, Editorial Paidós,
Barcelona, 1993.
• De Saussure, F.: - “Curso de lingüística general”, Ed. Losada, Buenos Aires, 1945.
• Ducrot, O.; y Todorov, T.: - “Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje”,
Ed. Siglo XXI, decimoséptima edición, España, 1995.
• Kristeva, J.: - “El lenguaje, ese desconocido”, Ed. Fundamentos, Madrid, 1988.
• Entrevista a J. Lacan, realizada por María José Raqué Arias, y publicada en el libro
“Freud y el psicoanálisis”, Ed. Salvat, 1973.