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Pero pasaron veinticinco años desde que vi por vez primera esa descomunal masa
de piedra. Desde Puente del Inca, o mejor dicho la entrada al Parque Provincial
Aconcagua, en Horcones; pude ver a la distancia, allá muy atrás de todo, la nevada
pared sur que se mostraba a todos los que participábamos de una excursión a la
alta montaña mendocina. Jamás pensé que un día la iba a escalar, sin embargo hoy
creo que en ese momento se firmó el contrato de esta expedición que marcaría
profundamente mi vida.
Podría decirse que, fue todo un proceso que paulatinamente, y sin pausa, me fue
acercando a este desafío. Lo primero fue tomar la decisión de encarar tan compleja
aventura, que no nació de la nada y se correspondió con esta etapa de mi vida.
Creo que si no lo hacía en esta temporada, empezarían a alejarse cada vez más las
posibilidades de hacerlo.
Es así que, una vez logrado dar los primeros y más relevantes pasos me dediqué a
captar el interés de mis compañeros de montaña para el armado de la expedición,
inmediatamente se sumaron a la idea, las personas invitadas; no sin antes hacerles
saber que el intento se concretaría, mejor si lo hacíamos juntos, pero que de no
poder conformar el equipo de montañistas, igual yo lo haría aunque sea integrando
grupo con otras personas. El paso del tiempo y otras ofertas de aventuras hicieron
que llegará solo al comienzo de la ascensión, quedándome con la ilusión de poder
realizarla con mis amigos.
Realizar todas estas actividades durante el año 2007 me hizo disfrutar de una
nueva experiencia, el viajar solo, encontrándome con personas desconocidas hasta
el momento y que a lo largo de los días de compartir las cumbres permitieron que
fuera cosechando nuevos amigos nacidos del interés mutuo, la misma pasión por la
montaña y del compartir códigos comunes que nos hermanan casi inmediatamente
al comunicarnos nuestro interés, subir siempre un poco más, si es posible; y si no,
gozar de la buena compañía y un buen intento cuando menos.
Un detalle a remarcar y que pienso que detonó parte del resultado final, fue
conocer a mi guía y amigo de montaña, Juan Pedro Vilches. Al que pude conocer
trabajando él con uno de sus grupos de clientes y yo disfrutando de una de las
ascensiones en Vallecitos; mi observación a lo largo de los días, me reveló su
profesionalidad y nivel de calidad humana, que al llegar el momento definiera mi
elección para participar de una de las expediciones que proponía para el año 2008.
De esta manera y dicho todo esto llegué al 3 de Enero de 2008 cuando partí de
Santa Fe hacia la ciudad de Mendoza, donde daría comienzo la expedición de Juan
Pedro, que estuvo compuesta por otros integrantes que más adelante detallaré. Es
interesante decir que la programación implicaba un periodo de aclimatación en
Vallecitos teniendo como objetivo el logro de la cima del cerro El Plata y que
posteriormente nos proponía el tramo en el Parque Provincial Aconcagua para
intentar lograr el premio máximo, ponernos lo más alto posible con un máximo de
seguridad, donde la cumbre es la consecuencia de innumerables factores, algunos
previsibles y otros producto de la buena o mala fortuna que se nos iría
presentando.
El control médico determinó que había superado el proceso de alta presión y que
podía seguir sin inconvenientes, pero al trasladarnos al campamento de altura en
Cambio de Pendiente, durante la noche comencé a producir apneas involuntarias.
Hice uso de todo lo que había aprendido con mi maestro de yoga, relajación,
concentración, respiración completa, los mantras aprendidos; nada dio el resultado
esperado, pues cuando me dormía volvían los accesos de ahogo. Me planteé
seriamente abandonar la expedición y así se lo comuniqué al grupo, ellos me
animaron a seguir y con un tratamiento de suero fisiológico pude superar el
trastorno respiratorio que me permitió continuar. Ya estábamos ahí cerquita,
veíamos nuestro objetivo todo el día, solo faltaba seguir y así lo hicimos.
Estamos en el día esperado, Gladis con sus inseguridades, Leandro con su voluntad
intacta, Juan Pedro con su inacabable paciencia y mejor profesionalidad, yo que
estaba tranquilo, pero con toda la carga de incertidumbre del que sabe a qué se
enfrenta, pero no tiene todos los ases en la mano, pues la última carta siempre la
tiene la montaña. De todas maneras estábamos para desafiarla, aunque solo era
enfrentar nuestros propios desafíos internos, donde viajamos miles de kilómetros,
sólo para encontrarnos con nosotros mismos. Todo lo que de alguna manera ya
conocemos, pero vemos con mejor claridad ante un paisaje inconmensurable o
tratando de superar un obstáculo a la medida de nuestra vida.
Preparados y acomodados convenientemente comenzamos a ascender, lentamente,
con mucha paciencia. Cada uno concentrado en sí mismo, pero a la vez alerta por lo
que le sucede a sus compañeros, a esa altura la baja de uno de los nuestros es
como una pérdida personal; luego de tantos días lo que le pase a uno del grupo,
nos pasa a todos. Con paso firme y coraje intacto vamos sumando altura, Gladis
plantea sus dudas e incomodidades. Descansamos, avanzamos, tomamos algo
caliente, seguimos avanzando. Gladis no puede mantener el ritmo necesario para
lograr la cumbre, Juan Pedro, el guía, sugiere que regrese a Berlín, ahora que ya ha
amanecido y antes de que estemos a mayor altura, Gladis logra su mejor intento de
los tres que ya lleva, alcanza el Refugio de Independencia.
Al llegar a la Cueva, el
desnivel y la pendiente se
modifican, lo que nos hace
comenzar el tránsito por la
mítica Canaleta, lugar
donde muchos terminan
sus mejores esfuerzos.
Nosotros seguimos con
ánimo inquebrantable y
ritmo seguro; Juan Pedro
abriendo camino y Leandro
siguiendo mis pasos.
Ascendemos lenta e
inexorablemente, nada nos
va a detener, el día es
maravilloso, un cielo azul
límpido, sin una sola nube,
el sol a pleno; detrás
nuestro y bastante más abajo nos siguen otros montañistas. El Filo del Guanaco
está al frente, sólo hay que seguir caminando, el paso se entorpece y se vuelve
más lento todavía. Falta muy poco.
Curva a la derecha un pequeño promontorio de rocas, Juan que nos alienta, le cedo
el paso a mi amigo Leandro y juntos llegamos a la cumbre. Los sucesos son un
poco confusos en mi mente escasa de oxígeno, seguimos hacia la cruz, la
alcanzamos juntos, Juan nos alienta más aún y documenta este momento tan
importante para nosotros, el abrazo con Leandro es interminable. Por supuesto,
brindamos con lágrimas, de esas que brotan fácil y calidamente, las que son
acompañadas por nuestros mejores afectos, por los seres queridos que esperan que
volvamos intactos y que tanto hicieron para que llegamos a donde lo hicimos, la
Cumbre del Aconcagua.
Fotos y más fotos, abrazos con Juan Pedro que ya dejó de filmar y fotografiar; nos
visita una muchacha cordobesa que hace cumbre en solitario y se despide después
de la consabida fotografía. Ya empezamos a prepararnos para el descenso, hasta
ahora solo hicimos la mitad del trayecto de nuestra expedición; ahora hay que
volver a casa. Comenzamos a bajar, mientras unos cincuenta montañista
aproximadamente, no claudican en sus esfuerzos por llegar. Nosotros perdemos
altura con facilidad
pero no sin continuar
invirtiendo energías
que a estas alturas no
abundan. La
sensación es de
agotamiento, pero
sumamente
placentero, es como
haber ingresado en
un ámbito nuevo e
inexplicable. Solo el
compartir anécdotas
con amigos podrá ir
revelando todo lo
sucedido y entender
mejor lo realizado, es
muy lindo….
La bajada no fue fácil, hay menor motivación, el cansancio se suma, el equipo que
fuimos abandonando en sucesivas etapas hay que volver a cargarlo. Querer llegar a
Plaza de Mulas, comer bien y descansar, es el máximo anhelo; que de a poco
vamos alcanzando. Una vez allí, lega el festejo y las felicitaciones de otros
montañistas que comparten nuestra felicidad, porque saben lo que hacemos y que
se suman al brindis con champagne que nos regala la gerencia del hotel de Plaza de
Mulas.
Para todos ellos, para todos quienes pueden emocionarse con la aventura y la
inmensidad de escalar el Aconcagua, va mi agradecimiento.