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ASCENSO AL CENTINELA DE PIEDRA (Aconcagua)

Y cuando me di cuenta, estaba mirando hacia arriba y no llegaba a dimensionar lo


que había realizado…., sí, había llegado a la cumbre del Aconcagua y ya estaba
descendiendo hacia Berlín, el campamento desde donde partimos a la mañana muy
temprano. Ya todo lo que había ansiado durante tanto tiempo y con tanta paciencia
trabajado, pasó y yo ya estaba volviendo. La enormidad de esa montaña no deja
indiferente a nadie, se impone más allá de nuestra humanidad y creó en mí un
sentimiento de ubicación exacta de la dimensión humana, fue como reubicarme en
relación al mundo en el que vivo. Y pensándolo una y mil veces más, no llegaba a
poder entender plenamente que lo había logrado; había hecho cumbre en la cima
más alta del mundo occidental El Centinela de Piedra (Ackon – Cahuak).

Pero pasaron veinticinco años desde que vi por vez primera esa descomunal masa
de piedra. Desde Puente del Inca, o mejor dicho la entrada al Parque Provincial
Aconcagua, en Horcones; pude ver a la distancia, allá muy atrás de todo, la nevada
pared sur que se mostraba a todos los que participábamos de una excursión a la
alta montaña mendocina. Jamás pensé que un día la iba a escalar, sin embargo hoy
creo que en ese momento se firmó el contrato de esta expedición que marcaría
profundamente mi vida.

En los años siguientes fue instalándose en mí una necesidad de acudir a las


montañas primero en la provincia de Córdoba, luego en Neuquén y posteriormente
en Mendoza, la cuna de las altas cumbres.

Podría decirse que, fue todo un proceso que paulatinamente, y sin pausa, me fue
acercando a este desafío. Lo primero fue tomar la decisión de encarar tan compleja
aventura, que no nació de la nada y se correspondió con esta etapa de mi vida.
Creo que si no lo hacía en esta temporada, empezarían a alejarse cada vez más las
posibilidades de hacerlo.

El apoyo de mi familia ha sido importantísimo al momento de comunicarles mi


objetivo, cualquiera que ha realizado actividades parecidas a esta sabe que para
lograrlo debe movilizar una cantidad importante de recursos humanos, materiales,
equipos, logística y organización y los mecanismos de seguridad que se requieren.
Todo eso se traduce en tiempo y dinero que hay que poner en juego, y que la
medida de ello marca también las posibilidades de éxito.

Es así que, una vez logrado dar los primeros y más relevantes pasos me dediqué a
captar el interés de mis compañeros de montaña para el armado de la expedición,
inmediatamente se sumaron a la idea, las personas invitadas; no sin antes hacerles
saber que el intento se concretaría, mejor si lo hacíamos juntos, pero que de no
poder conformar el equipo de montañistas, igual yo lo haría aunque sea integrando
grupo con otras personas. El paso del tiempo y otras ofertas de aventuras hicieron
que llegará solo al comienzo de la ascensión, quedándome con la ilusión de poder
realizarla con mis amigos.

Tenía trazado un plan de


actividades a llevar
adelante durante un año,
que incluía preparación
física (ciclismo,
sobrecarga y yoga) y
técnica, ésta concretada
en una sucesión de cuatro
viajes que me permitieron
llevar adelante una
preparación específica de
montaña en lugares como
Altas Cumbres en
Córdoba, el Volcán
Domuyo, el Cerro
Vallecitos nevado y una
seguidilla de cuatro cumbres en Vallecitos en días seguidos y progresivos en cuanto
a altura, poniendo a prueba no solo el aspecto físico, sino también los aspectos
sicológicos, fundamentalmente la fortaleza mental necesaria para soportar la
permanencia en el ambiente de alta montaña y toda la voluntad que hay que poner
en práctica para permanecer en él.

Realizar todas estas actividades durante el año 2007 me hizo disfrutar de una
nueva experiencia, el viajar solo, encontrándome con personas desconocidas hasta
el momento y que a lo largo de los días de compartir las cumbres permitieron que
fuera cosechando nuevos amigos nacidos del interés mutuo, la misma pasión por la
montaña y del compartir códigos comunes que nos hermanan casi inmediatamente
al comunicarnos nuestro interés, subir siempre un poco más, si es posible; y si no,
gozar de la buena compañía y un buen intento cuando menos.

Un detalle a remarcar y que pienso que detonó parte del resultado final, fue
conocer a mi guía y amigo de montaña, Juan Pedro Vilches. Al que pude conocer
trabajando él con uno de sus grupos de clientes y yo disfrutando de una de las
ascensiones en Vallecitos; mi observación a lo largo de los días, me reveló su
profesionalidad y nivel de calidad humana, que al llegar el momento definiera mi
elección para participar de una de las expediciones que proponía para el año 2008.
De esta manera y dicho todo esto llegué al 3 de Enero de 2008 cuando partí de
Santa Fe hacia la ciudad de Mendoza, donde daría comienzo la expedición de Juan
Pedro, que estuvo compuesta por otros integrantes que más adelante detallaré. Es
interesante decir que la programación implicaba un periodo de aclimatación en
Vallecitos teniendo como objetivo el logro de la cima del cerro El Plata y que
posteriormente nos proponía el tramo en el Parque Provincial Aconcagua para
intentar lograr el premio máximo, ponernos lo más alto posible con un máximo de
seguridad, donde la cumbre es la consecuencia de innumerables factores, algunos
previsibles y otros producto de la buena o mala fortuna que se nos iría
presentando.

Una vez en la ciudad de Mendoza se


dispara todo y comienzan los últimos
aprestos, conseguir el permiso, compras
de elementos olvidados y ajustes finales.
Es así que creyendo que estaríamos
descansando durante todo el día, lo que sí
hicimos fue trabajar un poco más todavía
para colocarnos en mejores condiciones
para comenzar. En este día conocí a
Leandro y a Marc, quienes junto a Juan
Pedro y yo compusieron la expedición al
Plata, primera parte de esta experiencia.

Ya listos para partir, nos condujeron hasta


Vallecitos donde coronaríamos la cumbre
del cerro del mismo nombre, pues El
Plata se negó ante la presencia de fuerte
viento y bajísima temperatura.
Fortalecidos con el primer logro
importante, descendimos al refugio para
descansar y enfrentar la etapa principal
que nos llevaría, varios kilómetros más
allá hasta la zona de Horcones, uno de los
accesos para llegar al Aconcagua. Previamente en Los Penitentes se produjeron
variaciones, Marc se fue hacia su Francia natal y se sumaron cuatro integrantes
más a nuestro grupo. Estos nos acompañarían durante pocos días en los treking
hasta Plaza Francia y Plaza de Mulas, dos lugares de referencia de esta descomunal
montaña, donde acuden importante cantidad de personas para poder observar de
cerca, desde las caras sur y norte, todo lo que Aconcagua representa sin ir más allá
de los 4300 metros de altura.

Y ahí estábamos, a once días de haber comenzado la aventura, a 2850 metros


sobre el nivel del mar y con todo el entusiasmo, reforzado por la ascensión al
Vallecitos, para realizar el esfuerzo más importante y para el que tanto habíamos
trabajado. El tiempo era inmejorable, cielo azul claro, sol a pleno, temperatura
agradable. Fue así que una vez pasado los controles de guardaparques y con las
recomendaciones del caso nos adentramos finalmente en tierras del Aconcagua,
buscando el primer objetivo, acampar en Confluencia. Allí nace mi primera
incertidumbre, el control médico detecta presión sanguínea alta, que hay que
controlar; el médico trata de tranquilizarme, pero se plantea un obstáculo que bien
podría ser el motivo de mi deserción para otra oportunidad. Tanto esfuerzo y
bajarme sin casi haber comenzado….

El tramo de Confluencia a Plaza de Mulas fue la mejor representación del paisaje, al


nos adentrábamos, dejamos de ver lo poco de verde que muestran Los Andes y
transitamos por un desierto muy extenso y amplio que rodea al Aconcagua y de a
poco nos fue llevando hasta la cara norte de la montaña. El paso por la Cuesta
Brava, que bien merecido tiene su nombre, nos hace ilusionar de una pronta
llegada, pero todavía nos falta un trayecto muy accidentado que pareció
interminable. La compañía de Juan Pedro, Leandro y Pablo fueron un soporte más
que sólido para superar el cansancio acumulado.

Al llegar a Plaza de Mulas, se nos


sumó Gladis al equipo de cumbre,
que ya estaba aclimatando en la
zona desde hacía unos días y que
sería parte del ataque final
posteriormente. Alojados en el
hotel-refugio, aunque dormimos
una sola noche en sus habitaciones,
el uso del sector comunitario
(cocina-comedor) nos brindó la
comodidad necesaria como para
hacer la existencia agradable. De la
carpa no zafamos, Juan Pedro no
quería que nos ablandáramos, más
aún cuando todavía nos faltaba
poner lo mejor de nosotros para alcanzar la meta.

El control médico determinó que había superado el proceso de alta presión y que
podía seguir sin inconvenientes, pero al trasladarnos al campamento de altura en
Cambio de Pendiente, durante la noche comencé a producir apneas involuntarias.
Hice uso de todo lo que había aprendido con mi maestro de yoga, relajación,
concentración, respiración completa, los mantras aprendidos; nada dio el resultado
esperado, pues cuando me dormía volvían los accesos de ahogo. Me planteé
seriamente abandonar la expedición y así se lo comuniqué al grupo, ellos me
animaron a seguir y con un tratamiento de suero fisiológico pude superar el
trastorno respiratorio que me permitió continuar. Ya estábamos ahí cerquita,
veíamos nuestro objetivo todo el día, solo faltaba seguir y así lo hicimos.

Posteriormente nos instalamos en Berlín,


casi 6000 metros, esto era cosa muy seria,
el último campamento antes del asalto a la
cumbre. Era la final por el campeonato,
ponerle la frutilla al postre, culminar lo
comenzado, o como queramos llamarlo.
Faltaba poco y mucho a la vez. Vientos en la
cumbre nos hicieron esperar un día más en
la carpa, buena oportunidad para descansar
e hidratarnos al máximo, dos aspectos que
nunca sobran en la alta montaña.

Estamos en el día esperado, Gladis con sus inseguridades, Leandro con su voluntad
intacta, Juan Pedro con su inacabable paciencia y mejor profesionalidad, yo que
estaba tranquilo, pero con toda la carga de incertidumbre del que sabe a qué se
enfrenta, pero no tiene todos los ases en la mano, pues la última carta siempre la
tiene la montaña. De todas maneras estábamos para desafiarla, aunque solo era
enfrentar nuestros propios desafíos internos, donde viajamos miles de kilómetros,
sólo para encontrarnos con nosotros mismos. Todo lo que de alguna manera ya
conocemos, pero vemos con mejor claridad ante un paisaje inconmensurable o
tratando de superar un obstáculo a la medida de nuestra vida.
Preparados y acomodados convenientemente comenzamos a ascender, lentamente,
con mucha paciencia. Cada uno concentrado en sí mismo, pero a la vez alerta por lo
que le sucede a sus compañeros, a esa altura la baja de uno de los nuestros es
como una pérdida personal; luego de tantos días lo que le pase a uno del grupo,
nos pasa a todos. Con paso firme y coraje intacto vamos sumando altura, Gladis
plantea sus dudas e incomodidades. Descansamos, avanzamos, tomamos algo
caliente, seguimos avanzando. Gladis no puede mantener el ritmo necesario para
lograr la cumbre, Juan Pedro, el guía, sugiere que regrese a Berlín, ahora que ya ha
amanecido y antes de que estemos a mayor altura, Gladis logra su mejor intento de
los tres que ya lleva, alcanza el Refugio de Independencia.

Disminuido el grupo, continuamos. Con grampones y piquetas avanzamos por el


Gran Acarreo, una inmensa extensión de piedra suelta cubierta de nieve. La falta de
oxígeno se advierte y obliga a ajustar el paso, que se hace más lento, sin perder
firmeza y decisión. Paulatinamente vamos superando los lugares conocidos a través
de los relatos de otros montañista o la lectura de algún libro de montaña, todos son
viejos amigos, esperados y que ansiamos dejar atrás, pues nos espera algo más,
un poco más arriba todavía.

Al llegar a la Cueva, el
desnivel y la pendiente se
modifican, lo que nos hace
comenzar el tránsito por la
mítica Canaleta, lugar
donde muchos terminan
sus mejores esfuerzos.
Nosotros seguimos con
ánimo inquebrantable y
ritmo seguro; Juan Pedro
abriendo camino y Leandro
siguiendo mis pasos.
Ascendemos lenta e
inexorablemente, nada nos
va a detener, el día es
maravilloso, un cielo azul
límpido, sin una sola nube,
el sol a pleno; detrás
nuestro y bastante más abajo nos siguen otros montañistas. El Filo del Guanaco
está al frente, sólo hay que seguir caminando, el paso se entorpece y se vuelve
más lento todavía. Falta muy poco.

Curva a la derecha un pequeño promontorio de rocas, Juan que nos alienta, le cedo
el paso a mi amigo Leandro y juntos llegamos a la cumbre. Los sucesos son un
poco confusos en mi mente escasa de oxígeno, seguimos hacia la cruz, la
alcanzamos juntos, Juan nos alienta más aún y documenta este momento tan
importante para nosotros, el abrazo con Leandro es interminable. Por supuesto,
brindamos con lágrimas, de esas que brotan fácil y calidamente, las que son
acompañadas por nuestros mejores afectos, por los seres queridos que esperan que
volvamos intactos y que tanto hicieron para que llegamos a donde lo hicimos, la
Cumbre del Aconcagua.

Fotos y más fotos, abrazos con Juan Pedro que ya dejó de filmar y fotografiar; nos
visita una muchacha cordobesa que hace cumbre en solitario y se despide después
de la consabida fotografía. Ya empezamos a prepararnos para el descenso, hasta
ahora solo hicimos la mitad del trayecto de nuestra expedición; ahora hay que
volver a casa. Comenzamos a bajar, mientras unos cincuenta montañista
aproximadamente, no claudican en sus esfuerzos por llegar. Nosotros perdemos
altura con facilidad
pero no sin continuar
invirtiendo energías
que a estas alturas no
abundan. La
sensación es de
agotamiento, pero
sumamente
placentero, es como
haber ingresado en
un ámbito nuevo e
inexplicable. Solo el
compartir anécdotas
con amigos podrá ir
revelando todo lo
sucedido y entender
mejor lo realizado, es
muy lindo….

La bajada no fue fácil, hay menor motivación, el cansancio se suma, el equipo que
fuimos abandonando en sucesivas etapas hay que volver a cargarlo. Querer llegar a
Plaza de Mulas, comer bien y descansar, es el máximo anhelo; que de a poco
vamos alcanzando. Una vez allí, lega el festejo y las felicitaciones de otros
montañistas que comparten nuestra felicidad, porque saben lo que hacemos y que
se suman al brindis con champagne que nos regala la gerencia del hotel de Plaza de
Mulas.

Preparar todo y caminar en


descenso es todo lo que
falta para llegar a Horcones
donde nos espera Javier
con la camioneta en
marcha, bebidas frescas y
un importante lomito bien
aderezado; gracias por
tamaño manjar. Estamos
rumbo al final: la ciudad de
Mendoza, despedidas,
abrazos, promesas de mails
y fotografías a enviar por el
mismo medio.

Nuevamente solo, viajando a Santa Fe, satisfecho, en un estado de plenitud


desconocido y todavía tratando de entender y dimensionar lo alcanzado. Qué es
una cumbre, qué es para mi mismo, que son los afectos cultivados durante esos
días, que son mis seres queridos, la familia, los amigos de siempre que me
acompañaron todo el tiempo y que sin ellos nada tendría sentido.

Para todos ellos, para todos quienes pueden emocionarse con la aventura y la
inmensidad de escalar el Aconcagua, va mi agradecimiento.

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