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1. LA FILOSOFÍA POSMODERNA
Por el contrario, lo moderno siempre ha tenido vocación de entidad, de unicidad, tal como
evidencian los “ismos” artísticos, superponiéndose uno a otro, en un intento explicativo y unitario
de la realidad. Sin embargo, en los últimos años, lo “moderno” ha ido decayendo, vaciándose de
contenido, tal como lo evidenciamos en la década de los años setenta, al asistir a la concepción de lo
moderno como revival de la propia modernidad; lo out, lo pre, lo retro, era lo in, lo actual, lo
definidor.
“El rey desnudo”, de Finkielkraut 20, es la expresión clara de la derrota del pensamiento, de
la derrota de la cultura europea. Las pulsiones descritas por la antropología freudiana se
manifiestan a sus anchas en la vida cotidiana. El principio de placer, de placer privado e
individual, de placer inmediato y solitario, por un lado, y el principio de agresividad, patente en la
velocidad de los automovilistas 21, en el cine y el teatro, en los espectáculos deportivos de masas, en
el arte 22, en la música, en la publicidad y en la moda. En la literatura de Joyce, Proust, Musil o
Faulkner no hay privilegios para ningún momento de la narración. Todo merece la pena de ser
explicado. El interés privado adquiere el rango de público. Y además no existen criterios para
distinguir lo que es arte de lo que no lo es. Un par de botas equivale a Shakespeare: 23
“El actor social posmoderno aplica en su vida los principios a los que los arquitectos y los pintores
del mismo nombre se refieren en su trabajo: al igual que ellos, sustituye los antiguos exclusivismos
por el eclecticismo; negándose a la brutalidad de la alternativa entre academicismo e innovación,
mezcla soberanamente los estilos; en lugar de ser esto o aquello, clásico o de vanguardia, burgués o
bohemio, junta a su antojo los entusiasmos más disparatados, las inspiraciones más contradictorias;
ligero, móvil, y no envarado en un credo ni esclerotizado en un ámbito cultural, le gusta poder pasar
sin trabas de un restaurante chino a un club antillano, del cuscús a la fabada, del jogging a la
religión, o de la literatura al ala delta” 24.
Y es que si la cultura, en la modernidad, siempre fue vista y definida como postura “anti”, y por
tanto en contra de lo establecido y en contra de las concepciones axiológicas que propugnaba el
sistema o el poder –recuérdese el Desayuno sobre la hierba de Manet, Las señoritas de
Avignon de Picasso, el Ulises de Joyce o el propio marxismo, etc.-, ahora, con la
posmodernidad, la cultura se conforma como acción del sistema, replicando o reproduciendo, en
consecuencia, la lógica del capitalismo; la cultura es entendida como objeto de consumo 25.
La igualdad implica una superficialidad. Sin fundamento, sin puntos de referencia, todo es
diferente y, por lo mismo, igualmente lícito 26. De ahí que Vattimo pretenda ir todavía más lejos al
descubrir en la crisis de la comunicación la característica más genuina de la posmodernidad: “Con
todo, yo sostengo que el término posmoderno sigue teniendo un sentido, y que este sentido está
ligado al hecho de que la sociedad en que vivimos es una sociedad de la comunicación
generalizada, la sociedad de los medios de comunicación (mass media)” 27. Estos “medios”
indudablemente son los factores determinantes de la transmisión y reproducción de los esquemas y
de los no valores o, mejor dicho, de la nueva condición del valor en la posmodernidad.
Decimos esto porque es posible caracterizar la posmodernidad como una crisis axiológica, si bien
es algo más que determina en sí a esta nueva concepción del valor: es fundamentalmente una crisis
antropológica. El sujeto moderno, el punto cero de todas nuestras representaciones, ha
desaparecido. La persona ha quedado difuminada en el grupo, en la masa, en el sistema. Ello
resulta todavía más grave al hacer referencia a las relaciones de alteridad, a los procesos de
comunicación y, por lo mismo, a la educación.
El hombre posmoderno, como sujeto moral, ya no tiene con qué jugar en la cultura
contemporánea. La persona desaparece y, como mucho, surge el individuo. Pero éste ya no es el
portador de los valores éticos, el que se entrega con devoción al encuentro con los demás, sino
aquel que se observa a sí mismo, que busca la realización individual. La moralidad como elemento
trascendente a lo social ha desaparecido. El otro no es alguien que me ayuda en mi propia
realización, sino mi enemigo, el que me observa y me cosifica. El otro no ha quedado simplemente
excluido de las relaciones interindividuales, sino que además ha sido relegado 28
al ámbito de lo no
necesario, de lo no imprescindible.
En la actualidad son más esclarecedores los deseos individualistas que los intereses de clase, la
privatización es más reveladora que las relaciones de producción, el hedonismo y psicologismo se
imponen más que los programas y formas de acciones colectivas por nuevas que resulten” 29.
Nietzsche, en su obra Así habló Zarathustra, narra el episodio de las “tres transformaciones”:
de cómo el “camello” se transformó en “león”, y éste, a su vez en “niño”. El “niño” es el hombre
posmoderno, el narciso. El hombre burgués ha muerto, pero también ha hecho lo propio el
hombre proletario. Ya no hay un nosotros, ciertamente, como tampoco existe un yo, con sus
fobias y filias, con sus angustias y sus psicopatologías. El pensamiento de finales del siglo XIX y
de principios del XX había encontrado dos direcciones importantes: la vía de crítica social,
ejemplificada en el marxismo y sus derivados, y la vía existencial, personalista, de la que Sartre
podría ser un buen ejemplo. El hombre correspondiente a cada uno de ellos tenía, a su vez, dos
importantes patologías: la alineación y la angustia. Con la posmodernidad han desaparecido
ambas. Tales conceptos y tales experiencias escapan a las vivencias del hombre posmoderno 30.
Jameson ha encontrado en el escalofriante cuadro de Munch, El grito 31, la expresión más clara
de las pasiones modernas que acaban de perecer. Además de la alineación y la angustia, ya
comentados, aparece la soledad, la fragmentación social y el aislamiento, como los sentimientos del
sujeto existencial moderno. La posmodernidad está lejos de El grito. Una nueva brecha en el
terreno de los afectos se abre. Las vibraciones personales se concretan en el deporte, en la
velocidad, en el riesgo del peligro, en la agresividad de la vida cotidiana, en las vorágines de las
discotecas de los fines de semana... y todo ello culmina en una nueva concepción de la acción
educativa.