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LOS
BUFONES
DE DIOS
MORRIS WEST
LIBRO PRIMERO
PRÓLOGO
CAPÍTULO1
Mi querido Carl:
"En ésta, la larga noche de mi alma, cuando la razón se
tambalea al borde del abismo y la fe de toda una vida
pareciera, haberse perdido, acudo a usted en busca de la
gracia de la comprensión.
"Hace ya muchos años que somos amigos. Sus libros y
sus cartas han sido hasta ahora mis inseparables
compañeros de viaje: bagaje infinitamente más esencial
para mí que mis camisas o mis zapatos. En numerosos
momentos de ansia e inquietud sus consejos han sido
fuente de paz para mí, así como su visión y sabiduría no han
dejado de ser la luz que ha guiado mis pasos por los oscuros
laberintos del poder. Y por eso, a pesar de que las sendas
de nuestras vidas parecieran haber divergido, me consuela
creer que nuestros espíritus han mantenido la unidad de sus
valores.
"Mi silencio durante estos últimos meses de mi
purgatorio personal se ha debido al hecho de que he
deseado mantenerlo al margen para no comprometerlo en
lo que me estaba ocurriendo. Desde hace ya algún tiempo
he vivido sometido a una estrecha vigilancia y en
consecuencia no me ha sido posible mantener nada privado,
ni aun mis papeles más secretos. En verdad tengo que
confesarle que si esta carta cae en manos equivocadas,
usted quedará expuesto a un gran riesgo y si decide llevar a
cabo la misión que intento encomendarle, el peligro a que
aludo se multiplicará con cada día que pase.
"Comenzaré a contarle la historia por su desenlace. El
mes pasado, los cardenales del Sacro Colegio, entre los
cuales creo que cuento con algunos amigos, decidieron, por
una amplia mayoría, que yo estaba, si no loco, por lo menos
no en un estado mental competente para desempeñar las
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tareas del pontificado. Esta decisión, motivada por razones
que más adelante le explicaré en detalle, colocó a mis
hermanos cardenales frente a un dilema que resultó trágico
y cómico a la vez.
"Sólo existían dos fórmulas para librarse de mí:
deponerme u obligarme a abdicar. Deponerme implicaba
dar explicaciones públicas, lo que evidentemente era
imposible por lo que nadie se atrevió siquiera a considerar
esta primera opción, ya que el olor a conspiración habría
sido demasiado fuerte y el riesgo de cisma consiguiente
demasiado grande. Por otra parte, la abdicación, en tanto
que acto legal, no habría podido ser llevada a cabo por un
hombre mentalmente enfermo, pues habría carecido de
toda validez jurídica.
"Mi dilema personal, en cambio, era completamente
diferente. Yo no había pedido ser elegido. Había aceptado,
con temor, pero confiando en el Espíritu Santo para
encontrar la luz y la fuerza necesarias. Aquel día en Monte
Cassino creí —e intento desesperadamente continuar
creyendo— que había recibido una iluminación especial del
Señor y que mi deber consistía en comunicar esa luz a un
mundo atrapado en la oscuridad de la última hora antes de
medianoche. Por otra parte comprendí que sin la ayuda de
mis más antiguos colaboradores, los hombres claves de la
Iglesia, ninguna acción era posible para mí. Me veía
reducido a la impotencia porque mis declaraciones podían
ser distorsionadas y las directivas que impartiera anuladas.
Los hijos de Dios podrían haber sido así sumidos en la
confusión o impulsados a la revuelta.
"Fue entonces cuando Drexel vino a verme. Como
usted sabe, es el Decano del Sacro Colegio de Cardenales y
fui yo mismo quien lo nombró en su actual cargo de Prefecto
de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. A
usted le sobran razones para saber que es un formidable
perro guardián, sin embargo en privado es un ser
comprensivo, sensible y muy humano. Al momento vi que
para él era muy dolorosa la misión que se le había
impuesto, pues venía como emisario de sus hermanos los
cardenales con cuya opinión no estaba de acuerdo pero
había sido encargado de transmitirme su decisión. Se me
pedía que abdicara y me retirara enseguida a la oscuridad
de un monasterio. En el caso de que no aceptara ellos
estaban dispuestos a correr el riesgo de hacerme declarar
insano e internarme bajo vigilancia médica en un
establecimiento para enfermos mentales.
"Como comprenderá, el impacto recibido fue muy
fuerte, pues jamás había yo imaginado siquiera que
pudieran atreverse a tanto. A este primer momento de
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sorpresa siguió otro de puro terror pues conozco lo
suficiente la historia de este cargo para no ignorar que la
amenaza era real. El Vaticano es un estado independiente y
todo lo que ocurre dentro de sus muros carece de audiencia
exterior cuando los que gobiernan aquí así lo han decidido.
"Luego el terror también pasó y logré encontrar la
calma suficiente para preguntarle a Drexel qué pensaba de
la situación. Me respondió al instante y sin vacilaciones. No
le cabían dudas de que sus colegas podían cumplir su
amenaza y que estaban plenamente dispuestos a hacerlo.
Sabían que el daño —considerando el crítico momento
internacional— sería grande, pero no irreparable. La Iglesia
había sobrevivido a los Theophylacts, a los Borgia y a las
orgías de Avignon. Podría sobrevivir a la locura lunática de
Jean Marie Barette. En vista de lo anterior Drexel me ofrecía,
muy amistosamente, su opinión personal: lo que me
convenía era inclinarme ante lo inevitable y abdicar
aduciendo motivos de mala salud. Concluyó agregando su
pequeña cláusula propia que cito textualmente para usted:
"Haga lo que le piden, Santidad, pero nada más, ni un ápice
más. Usted se irá. Se retirará a la vida privada. Y yo me
enfrentaré a cualquier documento o instrumento que intente
amarrarlo a algo más. Y en cuanto a esta luz que usted
declara haber recibido, no es a mí a quien corresponde
juzgar si viene de Dios o si es simplemente el fruto de un
espíritu sobrecargado por las ansiedades propias de su alta
investidura. Si fuera solamente una ilusión, espero que
antes que transcurra mucho tiempo, sabrá desecharla. Si es
algo que viene de Dios, entonces estoy seguro de que Él
permitirá que, cuando llegue el momento, la verdad se haga
manifiesta… Pero si entretanto lo declaran insano, quedará
usted completamente desacreditado y la luz que hay en
usted se apagará para siempre. La historia, especialmente
la de la Iglesia, sólo se ha escrito para justificar a los
sobrevivientes".
"Comprendí perfectamente lo que sus palabras
significaban, pero aun así no podía decidirme a aceptar una
solución tan tajante. Hablamos durante todo aquel día,
examinando cada alternativa posible. Más tarde, y por
largas horas aquella noche, oré en la soledad de mis
habitaciones hasta que, finalmente, en un estado de total
agotamiento, terminé por rendirme. A las nueve de la
mañana siguiente mandé llamar a Drexel y le comuniqué
que estaba pronto para abdicar.
"Hasta aquí, mi querido Carl, le he contado cómo
sucedió todo. Relatar el por qué tomará mucho más tiempo:
y entonces usted también, mi dilecto amigo, será llamado a
juzgarme. Ahora mismo, escribir estas líneas temo que su
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juicio pueda serme desfavorable. Así es la fragilidad
humana. Todavía no he aprendido a confiar en el Señor
cuyo Evangelio intento proclamar…"
CAPITULO 2
"En estos últimos y fatales días del milenio…" rezaban las líneas
iniciales de la encíclica no publicada de Jean Mario Barette. "…yo.
Gregorio, vuestro hermano en la sangre, vuestro servidor en
Jesucristo he recibido del Espíritu Santo la misión de escribir para
vosotros estas palabras de advertencia y consuelo…"
A Mendelius le costó creer la evidencia de sus ojos. Las
encíclicas papales, tal vez por el hecho mismo de ser portadoras de
tan abrumadora autoridad, eran usualmente documentos muy
vulgares que se limitaban a exponer posiciones tradicionales en
materia de fe o de moral, posiciones que cualquier buen teólogo
podría perfectamente encuadrar o explicitar y cualquier buen latinista
desarrollar en forma elocuente.
El modelo que se empleaba habitualmente correspondía al de
los antiguos y probados retóricos. Se comenzaba por exponer el
argumento, luego se acudía a citas de la Escritura y de los Padres de
la Iglesia para sostenerlo y reforzarlo. Seguían las directivas
destinadas a atar la conciencia del creyente. Había constantes y
urgentes exhortaciones a la fe, a la esperanza y a la permanente
caridad. A lo largo de todo el documento se usaba el formal nosotros,
no solamente para destacar la dignidad del Pontífice, sino sobre todo
como una connotación comunitaria y la indicación muy precisa de una
continuidad tanto en el cargo como en la enseñanza. La implicación
de todo ello estaba muy clara: el papa no comunicaba nada nuevo,
sólo exponía una antigua verdad que no había cambiado sino que
simplemente se aplicaba a las necesidades del tiempo presente.
Aquí, de una sola plumada, Jean Marie Barette había quebrado
todos los precedentes. Había desechado el rol de exegeta y endosado
el manto del profeta. "Yo, Gregorio, he recibido del Espíritu Santo la
misión…" Aun en el formal latín, las palabras resultaban impactantes.
Nada tenía pues de extraño que, al leerlas por primera vez los
hombres de la Curia hubieran palidecido y vacilado. Lo que venía a
continuación era aún más tendencioso…
U.R.S.S.
Nombre: Sergei Andrevich Petrov
Cargo: Ministro de Agricultura
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Dirección privada: Desconocida
Teléfono: Moscú 53871
Visita privada al Vaticano con el sobrino del primer ministro.
Consciente de la necesidad de tolerancia tanto religiosa
como étnica en la U.R.S.S. pero incapaz de hacer penetrar
esta idea a través de la coraza de los dogmáticos del
partido. Preocupado por el hecho de que los problemas
alimenticios y energéticos (petróleo) de Rusia podrían
precipitar un conflicto. Amigos íntimos entre los militares;
enemigos en la K.G.B. Vulnerable en la eventualidad de
malas cosechas o de bloqueo económico.
La última página contenía una nota de puño y letra de Jean
Marie.
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
LIBRO SEGUNDO
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11
Casi no podía creer que fuera tan fácil escribir aquellas cartas.
Cuando era pontífice se había visto obligado a pesar cada palabra,
pues no se podía correr el riesgo de desviarse, aunque sólo fuera por
el espesor de un cabello, de las definiciones de los antiguos concilios:
Calcedonia, Nicea, Trento. No podía tampoco desacreditar, por mucho
que disintiera de ellos, los decretos de sus antecesores. No podía
especular, sólo podía confiar en su capacidad de iluminar las formas
tradicionales de la fe. Él era la fuente misma de la autoridad, el
arbitro final de la ortodoxia, el que podía atar y desatar, siendo él el
que más atado estaba de todos, esclavo hasta la tumba del Depósito
de la Fe.
Y ahora, repentinamente, descubría que era libre. Había dejado
de ser Doctor et Magister para transformarse simplemente en Juanito
el payaso, con los ojos abiertos, inocentes y asombrados ante los
misterios del mundo. Ahora podía sentarse y gozar del olor de las
flores, observar las fuentes y, bufón de Dios, a salvo en sus ropajes
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de payaso, discutir con su Creador.
"Querido Dios,
"Me gusta este mundo tan divertido, pero acabo de
enterarme de que parece que estás dispuesto a destruirlo;
o, peor aún, que lo que piensas hacer es sentarte allá en el
cielo y contemplar como nosotros, imitando en esto a los
cómicos que destrozan un gran piano en el cual alguna vez
tocó Beethoven, destruimos nuestro propio mundo.
"No puedo discutir Tus voluntades ni lo que Tú haces.
Este es Tu universo. Tú regulas las estrellas y te las arreglas
para mantenerlas circulando por el espacio. Pero, antes que
llegue la última y enorme bomba, ¿podrías explicarme, por
favor, algunas cosas? Sé que esta tierra nuestra es nada
más que un diminuto planeta, pero es el planeta en que vivo
y antes de dejarlo, me gustaría comprenderlo un poquito
mejor. Me gustaría poder comprenderte a Ti también, tanto
como Tú me lo permitas, pero, por tratarse de Juanito el
payaso tu explicación tendrá que ser muy sencilla.
"…En mi propia mente nunca he comprendido muy bien
cuál es tu papel aquí abajo. Créeme que no intento faltarte
el respeto. Pero, ves Tú, en los circos donde yo trabajo
siempre hay, por un lado un auditorio, y por el otro,
nosotros, los actores, los que hacemos los malabarismos y
juegos de manos y también naturalmente están los
animales. En este recuento no los podemos dejar de lado,
porque nosotros dependemos de ellos y ellos cuentan con
nosotros.
"Ahora bien, el público es maravilloso. La mayor parte
de las veces todos los espectadores están tan felices y son
tan inocentes que el gozo que emana de ellos parece algo
palpable; pero a veces también es posible oler la crueldad,
como si desearan que el tigre atacara a su domador o que
los trapecistas cayeran desde las alturas. De manera que
realmente no puedo creer que Tú te encuentres presente
entre ellos. Luego estamos nosotros, los actores. Debo
reconocer que constituimos un grupo bastante mezclado,
compuesto de payasos como yo, de acróbatas, de hermosas
muchachas amazonas, de la gente que se equilibra en la
cuerda floja, de las mujeres con los perros amaestrados y
los elefantes y los leones y ¡ah! todo el conjunto. En
general, somos bastante grotescos: bien intencionados, sí,
pero a veces lo suficientemente locos como para matarnos
unos a otros. Si supieras las historias que te podría contar…
Bueno, pero Tú las conoces, ¿no es así? Tú nos conoces así
como el alfarero conoce las vasijas a las que ha dado forma
con su propia rueda.
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"Hay gente que sostiene que Tú eres el dueño del circo
y que echaste a andar el espectáculo para recrearte
privadamente con él. Puedo aceptar eso. Me gusta ser
payaso. Porque la verdad es que gozo con el goce que doy.
Pero lo que no puedo entender es por qué el dueño quiere
cortar las sogas que sostienen el techo y sepultarnos a
todos bajo los escombros. Una persona loca, un villano
vengativo podría ciertamente hacer algo semejante. Y no
puedo creer que Tú estés loco y seas sin embargo capaz de
hacer una rosa, o que seas vengativo y crees un delfín… De
manera que, como ves, hay mucho que explicar…"
Caminar a lo largo del río era el más sencillo de los placeres, así
como observar a los esperanzados pescadores y a los enamorados
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cogidos de la mano y a los turistas en los bateaux-mouches; así como
también deleitarse en los esplendores del atardecer derramándose
por las piedras grises de Notre Dame. El disfraz resultaba tan
divertido como un juego de niños. Por unos pocos francos compró un
desastrado ejemplar de Los Trofeos y un bastón con una empuñadura
tallada en cabeza de perro. Y así protegido como por un manto de
invisibilidad vagabundeó dichoso como cualquier caballero de la
literatura, que, si bien podía estar un tanto resentido por los efectos
de la inflación, aún estaba en condiciones de sacar mucho partido de
sus años otoñales.
Durante el resto de la tarde se dejó llevar por esta agradable
fantasía hasta que al final, realizó la última ceremonia, que consistió
en sentarse bajo los laureles de un bar instalado en la acera, ordenar
un café y pasteles y dividir su atención entre los paseantes y los
lapidarios versos de José María de Heredia. Descubrió que el antiguo
hombre del Parnaso había sabido envejecer y que aun él mismo podía
todavía conmoverse por el último y punzante momento vivido por
Antonio y Cleopatra en la víspera de la batalla de Actium.
"E inclinado sobre ella, el ardiente emperador
"Veía en sus ojos claros estrellados de puntas de oro
"Todo un mar inmenso donde fulguraban las galeras".
La grave y predestinada belleza de la imagen se acordaba muy bien a
su propio y elegíaco estado de ánimo. En momentos como éste,
pensar en la ruina de París, esta ciudad tan humana, contemplar la
extinción de toda esta serena belleza, parecía una verdadera
blasfemia… Y sin embargo, cuando llegara el día del Rubicón, esta
sentencia sería irrevocable y todo hombre que hubiera vivido en
Roma sabía cuan frágil es el tejido que sostiene a los imperios y cuan
quietos se quedan los muertos en sus urnas y catacumbas.
Y entonces oyó aquella voz. Estaba muy próxima a él, a su
izquierda, una saludable voz de barítono americana explicando el arte
del bouquinage.
—…No se llega allí como si se estuviera tratando de poner
patas arriba el desván de la abuelita. Se decide primero cuál es, en
realidad, el grupo de grabados que se desea llevar. Y si se trata de
algo tan escaso como dientes de gallina, eso no debe importar. Pero
eso es nada más que el punto de partida. De esta manera se le está
diciendo al hombre que uno es persona seria, que tiene dinero para
gastarlo y que si se toma el trabajo de mostrar lo que tiene escondido
debajo del mostrador, recibirá su recompensa. Esta es la forma en
que yo trabajé la cosa en Alemania y…
Jean Marie dejó que el monólogo continuara, buscó el dinero en
su cartera y, lentamente, dio vuelta la cabeza como si estuviera
buscando al camarero. Recordó la sentencia de Rolf Levandow. El
disfraz era un juego de ilusiones. Aun si alguien creía reconocerlo, se
desconcertaría, a primera vista, por el aspecto no familiar. Era preciso
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capitalizar eso, obligar al otro a bajar la mirada, y si llegaba a saludar,
mirarlo con desprecio.
En la mesa al lado de la suya estaba sentado Alvin Dolman,
completamente absorto en una conversación con una mujer joven
vestida de un alegre algodón veraniego. Cuando Jean Marie alzó su
mano pidiendo la cuenta, Dolman levantó la cabeza. Sus ojos se
encontraron. Jean Marie recordó que llevaba gafas y que, muy
probablemente, Dolman no podía ver sus ojos. Se volvió
pausadamente, luego, como si se encontrara impaciente por irse
pronto, deslizó un billete de diez francos bajo la salsera, reunió su
libro, y su bastón y se abrió camino hacia la calle pasando junto a la
mesa de Dolman. Gracias a Dios, Dolman no había detenido su
monólogo.
—… Ahora es conveniente que recuerde la clase de cosa que
generalmente es la que primero aparece en las librerías. Hoy
precisamente encontré a un tipo —el que estaba sentado en la mesa
próxima a la nuestra— que se especializa en diseños de ballet. Esto
no cae dentro de mi campo, pero…
…Pero el demonio de mediodía estaba en París y Jean Marie
Barette se permitió algunas perturbadoras suposiciones sobre sus
presentes actividades. Diez pasos más allá del café, dejó que su libro
cayera sobre el pavimento y al agacharse para recogerlo, miró hacia
atrás. Alvin Dolman continuaba intensamente concentrado en su
conversación con la muchacha. Parecía haber hecho algunos
progresos con ella. Porque ahora le sostenía la mano. Jean Marie
Barette confió en que ella le respondería lo suficiente como para
mantenerlo interesado, por lo menos hasta que él estuviera a salvo
en su propio escondite.
En casa lo esperaba un mensaje. Madame llegaría tarde. El
podía ordenar lo que más le gustara para la cena. Se decidió por un
emparedado de pollo y una taza de café servidos en su cuarto. Luego
se bañó, se puso el pijama y la bata y comenzó a trabajar en otra
carta. Ahora estaba lidiando con el más litigioso de los temas: las
divisiones que, en materias de fe, se producían entre hombres y
mujeres de buena voluntad.
"Querido Dios:
"Si es verdad que Tú eres el principio y el fin de todo
¿por qué no nos das a todos las mismas posibilidades? En el
circo, como bien lo sabes, nuestra vida depende de eso. Si
el que maneja las sogas comete un error, el trapecista
muere. Si el hombre de los fuegos artificiales no los usa
bien, yo pierdo mis ojos.
"Parece que Tú no miras las cosas de la misma manera.
Un circo viaja mucho y así nos acostumbramos a ver cómo
viven los demás y yo he aprendido a entender a la gente
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buena, la que se ama mutuamente y ama a sus hijos y
merece Tu aprobación.
"Ahora, he aquí lo que no alcanzo a comprender. Tú lo
sabes todo. Tú lo hiciste todo. Pero cada hombre Te ve de
manera diferente. Y sin embargo Tú has permitido que Tus
hijos se maten unos a otros solamente porque cada uno de
ellos tiene de Ti en la ventana de su alma, una imagen
distinta… Por qué cada uno de nosotros usa formas tan
diversas para significar que somos Tus hijos? Porque soy
cristiano fui rociado con agua; a Louis, el domador de
leones, le cortaron un pequeño trozo de su pene, porque es
judío; Leila, la muchacha negra que maneja a las serpientes
lleva un collar de amonitas alrededor de su cuello porque la
amonita es la piedra mágica de las serpientes… Y sin
embargo cuando la representación ha terminado y nos
sentamos a la mesa para cenar, cansados y hambrientos,
¿notas Tú alguna diferencia entre nosotros? ¿Te importan
esas diferencias? ¿Y Te sientes realmente muy
impresionado cuando Louis, que es viejo y tiene miedo se
desliza en el lecho de Leila en busca de compañía y tibieza y
Leila, que en verdad es bastante fea, se siente dichosa por
tenerlo ahí?
"Me parece recordar que Tu hijo disfrutó comiendo,
bebiendo y conversando, con gente como nosotros. Amaba
a los niños. Parecía comprender a las mujeres. Es una
lástima que nadie se haya preocupado por anotar sus
conversaciones con ellas; lo único que nos queda son unas
pocas palabras que dijo a su madre, porque el resto se
dirigió principalmente a unas jóvenes que ocasionalmente
se cruzaban con él a su paso por los pueblos.
"Lo que estoy intentando decirte es que Tú estás
liquidando al mundo sin habernos dado una verdadera
oportunidad de sobreponernos al peso y a las pruebas que
Tú mismo colocaste sobre nuestras espaldas… Tenía que
decirte esto. Porque no sería honrado de mi parte dejar de
decir lo que me parece que debo decir. En alguna parte, allá
arriba, en el Polo Norte hay una anciana sentada afuera,
sobre un hielo flotante. Ella no sufre. Lentamente, se va de
la vida. Su familia la colocó allí para que se fuera. Ella está
satisfecha porque ésta es la forma en que la muerte
siempre ha llegado para los viejos de su pueblo. Tú sabes
que ella está allí. Y estoy seguro de que la estás ayudando
para que el paso hacia la muerte sea fácil para ella, más
fácil en todo caso, que para muchos otros viejos que están
muriendo en costosas clínicas. Pero nunca nos has indicado,
de ninguna manera, cuál de las situaciones prefieres
verdaderamente. Quiero creer que es aquélla donde hay
más amor.
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"Deseo contarte también —no puedo dejar de
contártelo— que hoy me senté en un café. Cerca de mí
había un hombre del cual puedo decir que está plenamente
habitado por el espíritu del mal. Es traicionero. Es
destructor. Es un asesino. ¿Cuál será Tu juicio sobre él? ¿Y
cómo podremos nosotros conocer ese juicio? Porque creo
que tenemos derecho a saberlo. No tengo hijos, pero si los
tuviera y ellos no fueran simples juguetes sino personas,
¿no tendrían ellos también derecho a saber? Por sí misma la
vida confiere derechos, por lo menos así es de acuerdo a las
pequeñas y limitadas normas por las que nos guiamos.
Detestaría pensar que Tus normas de vida son inferiores a
las nuestras.
"Por favor, entonces —sé que te estoy presionando,
pero estoy cansado y tengo miedo de ese demonio de
hombre de sonrisa alegre y voz suave—, Te ruego pues que
me digas cuándo y dónde Te vas a decidir a escuchar el
caso del Creador versus la criatura. ¿O tal vez debería ser al
revés? ¿O preferiblemente terminarás con todo eso y
transformarás el juicio en una gran fiesta de amor?
"Qué raro es que nunca hasta ahora se me haya
ocurrido preguntarlo. ¿Puedes Tú, Dios, cambiar de
pensamiento? Si no puedes, ¿Por qué no lo puedes? Y si
puedes, ¿por qué no lo has hecho antes de permitirnos caer
en esta terrible confusión? Si he sido rudo, créeme que lo
lamento. Y créeme que en ningún momento he intentado
serlo…"
LIBRO TERCERO
CAPITULO 12
"Amigo mío:
"Cada día que pasa nos aproxima más al Rubicón. Y si
bien el estado de Paulette se mantiene estacionario y bueno
y podemos disfrutar de muchas cosas juntos, nuestros
planes para ese día no han cambiado. Lo que no obsta para
que no encontremos palabras suficientes para agradecer el
privilegio de que ahora estamos gozando. Sin embargo, no
podemos aceptar este privilegio como una forma de pago
por un acto de sumisión que no nos encontramos aún
preparados para hacer.
"Usted continúa en la lista de vigilancia grado A en
Francia. Los americanos también han comenzado a
interesarse y nuestra gente ha recibido peticiones de
informes por parte de un miembro de la C.I.A. llamado Alvin
Dolman. Salió la semana pasada con destino a Inglaterra.
Lleva como cobertura el cargo de asistente personal del ex-
secretario de Estado, Morrow, que ahora trabaja para la
Morgan Guaranty. "He pedido a un amigo mío de la
Inteligencia Británica que haga una investigación sobre
Dolman, porque pensamos que puede ser un agente doble.
Sabemos que no lo es, pero en este caso, revolver un poco
las aguas podría ayudar.
"Paulette le envía su cariño. Cuídese.
"Pierre".
CAPITULO 13
Esa noche, por primera vez, pidió una droga que le permitiera
dormir. Despertó a la mañana siguiente más tarde que de costumbre,
pero fresco y con las ideas claras. A la hora de la sesión de terapia,
descubrió que estaba caminando con mucha mayor confianza, que su
brazo inválido estaba respondiendo bastante bien a los mensajes del
centro motor. Su lenguaje había comenzado a conservar una
consistente claridad y rara vez encontraba ahora tropiezos en su
elección de las palabras. El terapista lo alentó.
—…Esto suele suceder así en los casos en que la prognosis es
buena. La mejoría sobreviene rápidamente; luego, las cosas parecen
arrastrarse por un tiempo, pero en seguida hay un nuevo repunte de
mejoría que generalmente continúa esta vez sin interrupciones hasta
la plena recuperación. Entonces… Bien, no apresuremos el proceso.
Ahora todo el arte consiste en gozar de lo adquirido, pero sin intentar
esforzarse demasiado por adelantar el proceso. Todavía no está en
condiciones de jugar fútbol, pero a propósito de eso puede comenzar
a nadar…
Jean Marie regresó a su habitación sin ayuda. Al llegar allí se
sentía cansado, pero triunfante. Cualesquiera que fueran los terrores
que lo esperaban, por lo menos podría afrontarlos afirmado sobre sus
propios pies. Deseó que el señor Atha estuviera allí para saborear
juntos ésta su primera, su real victoria. Se tendió en la cama e hizo
una serie de llamados telefónicos para participar a todos de las
buenas noticias. Pero todos los llamados terminaron en nada. El
teléfono de Carl Mendelius estaba desconectado; Roberta Saracini
estaba en Milán; Hennessy había regresado a Nueva York, Waldo
Pearson había ido a pasar unos días al campo. El único con el que
logró comunicarse fue su hermano Alain, que llegó hasta el teléfono
pero estaba sumido en preocupaciones. Se alegraba —dijo— de saber
que Jean Marie estaba progresando. La familia también se sentiría
dichosa con las noticias. Por favor, por favor, no perdamos el
contacto…
Todo esto tuvo como consecuencia volcar el pensamiento de
Jean Marie hacia la consideración de los problemas que debería
enfrentar en su futuro personal. Por mucho que mejorara, por muy
pequeñas que fueran las secuelas que le dejara su enfermedad, él
seguía siendo un hombre de sesenta y cinco años, víctima de un
accidente del cerebro, lo que implicaba que, en cualquier momento,
estaba expuesto a otro accidente similar.
Por otra parte, y fuera cual fuera el resultado de los juicios en
que se iba a ver envuelto, emergería de ellos desacreditado, más aún
que si fuera realmente culpable de la mala conducta y los malos
hechos que se le atribuían. El mundo amaba a los bribones, pero
carecía de paciencia para los incompetentes. El resultado de esto
sería que Jean Marie Barette sería exactamente lo que decía su
pasaporte: pasteur en retraite, sacerdote retirado, cuya mayor
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esperanza podría residir en obtener el cargo de capellán de un
hospital o una pequeña casita en el campo donde podría entretenerse
con sus libros y su jardín. Cuando llegó la noche, los demonios negros
habían vuelto a apoderarse de él y el doctor tuvo que leerle un trozo
completo sobre las oscilaciones de ánimo de los maníaco-depresivos
y la forma de manejarlas. La lectura terminó con una sorpresa.
—…He ordenado un encefalograma para pasado mañana. Si
revela lo que creo que debe revelar, entonces podremos pensar en
darlo de alta dentro de los próximos días. Aquí no hay mucho más
que podamos hacer. Continuará necesitando controles cada quince
días, deberá mantener sus ejercicios en forma regular y, por lo menos
al comienzo, alguna ayuda doméstica. Le ruego que piense sobre
esto. Mañana volveremos a hablar. ¿Qué le parece?
Cuando el doctor lo dejó, comprobó la fecha en el calendario de
su libreta de apuntes. Era el quince de diciembre. En diez días más
sería Navidad. Se preguntó dónde la pasaría y cuántas Navidades
más vería el mundo, porque Petrov no había conseguido todo el
alimento que necesitaba y los ejércitos soviéticos comenzarían a
avanzar en cuanto llegaran los primeros deshielos.
Se hizo reproches a sí mismo. No hacía cinco minutos que el
doctor le había dicho que no debía sentarse ahí, solo, rumiando
pensamientos tristes. Había llegado la hora de las visitas. Se arregló
con mucho cuidado, se cambió de pijama, aunque no fuera sino para
probarse que sus nuevas destrezas no eran ilusiones, se colocó la
bata y las zapatillas, y cogiendo su bastón comenzó una ostentosa
aunque precavida marcha por el corredor saludando al pasar a sus
compañeras de las sesiones de terapia.
¿Qué era lo que el señor Atha había dicho? Que debía tener
panache. Los ingleses siempre traducían aquella palabra por "estilo",
pero la palabra francesa tenía algo más que simple estilo, algo como
"alarde". Alarde. ¡Qué bien! Ahora estaba coordinando su
pensamiento en dos idiomas. Debía tratar de recuperar su alemán
también, para así estar en las mejores condiciones para su
reencuentro con Carl Mendelius: La última carta de Lotte, ¿qué fecha
llevaba? ¿Qué decía con respecto a sus próximos planes? Este último
pensamiento lo hizo volverse por el corredor hacia su habitación,
recibiendo al pasar las felicitaciones de la enfermera nocturna:
"¡Caramba! ¡Es usted un hombre listo!" y el saludo del asistente
jamaicano: un brinco, un paso, un deslizamiento del pie y una
invitación: "Venga a bailar, hombre".
Revolvió los papeles de su escritorio hasta encontrar la carta de
Lotte —lo que implicó una serie de pequeños movimientos que llevó a
cabo sin problema alguno— después de lo cual se sentó en su silla de
ruedas para leerla. Estaba fechada el uno de diciembre.
"…Nuestro querido Carl se fortalece día a día. Ha desarrollado
una gran habilidad en el manejo del aparato que reemplaza su mano
izquierda y son muy pocas las cosas que no es capaz de hacer por sí
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mismo. Desgraciadamente ha perdido la vista de un ojo y lleva, en
ese lugar, un parche negro. Esto, sumado al daño que sufrió ese lado
de su cara, le da todo el aspecto de un siniestro pirata, lo que ha
dado base para una pequeña broma familiar. Cuando necesitemos
dinero podremos presentar a papá en una serie de televisión del tipo
de la Isla del Tesoro o del Violento Español.
"Johann, Katrin y un pequeño grupo de amigos están en el valle
desde hace ya un mes. Están trabajando en los edificios principales
para hacerlos habitables y abastecerlos de todo lo necesario antes de
la llegada del invierno. Carl y yo pensamos ir a reunirnos con ellos la
semana entrante. Hemos vendido la casa de aquí, con todo lo que
contiene y sólo hemos conservado, para llevar con nosotros, los libros
de Carl y algunos objetos personales que aún significan algo para
nuestra vida. Siempre había pensado que dejar Tübingen después de
tantos años pasados aquí sería una especie de desgarramiento, pero
no lo ha sido. El lugar donde vayamos a vivir ahora —Bavaria o Los
Mares del Sur— carece de real importancia.
"¿Y cómo está usted, amigo querido? Hemos recibido todas sus
tarjetas y vamos siguiendo sus progresos a través de su letra, y por
supuesto, a través de los mensajes de su buen amigo en Inglaterra,
Waldo Pearson. Nos estamos consumiendo de impaciencia por poseer
un ejemplar de su libro y Carl perece de ganas de conversar con
usted sobre él, pero comprendemos muy bien que por el momento
prefiera no usar el teléfono. A mí me ocurre lo mismo, especialmente
cuando se trata de comunicaciones con el exterior. Balbuceo,
tartamudeo y termino gritando para que venga Carl.
"¿Cuándo lo dejarán salir del hospital? Carl insiste —y yo
también— para que venga directamente a nuestro hogar en Bavaria.
No olvide que somos su familia. Además Anneliese Meissner afirma
que es indispensable que cuando salga del hospital pueda refugiarse
en algún lugar seguro. Ella pasará con nosotros, en Bavaria, sus
vacaciones de invierno. Está muy unida a Carl y su amistad es
mutuamente beneficiosa, de manera que he aprendido a no tener
celos de ella así como antes aprendí a no tener celos de usted. Tan
pronto como sepa la fecha en que lo darán de alta en el hospital,
envíe un telegrama a la dirección que le estoy incluyendo aquí. Vuele
directamente a Munich y nosotros pasaremos a recogerlo al
aeropuerto y lo llevaremos al valle.
"Carl suele inquietarse con respecto a su llegada. Teme que
puedan cerrar las fronteras antes que usted esté listo para viajar. La
tensión crece en todas partes. Tropas y más tropas americanas e
inglesas han comenzado a situarse en toda la región del Rhin. Se ven
muchos convoyes militares, el tono de la prensa es francamente
chauvinista y la atmósfera de la Universidad se ha vuelto muy
extraña, Se están contratando muchos especialistas y por supuesto,
se está montando todo el aparato de vigilancia que Carl y Anneliese
tanto temieron. Lo más increíble de esto es que muy pocos
estudiantes han manifestado su disconformidad con lo que se está
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haciendo. Ellos también parecen haber sido afectados por la fiebre
guerrera y de una manera que jamás hubiéramos esperado. Es
verdaderamente chocante oír de nuevo todos los viejos clichés y
gritos de combate. Agradezco a Dios que Johann y Katrin estén lejos
de todo esto… Porque la locura nos infesta a todos por igual, hasta el
punto que a menudo Carl y yo nos encontramos usando expresiones
que hemos oído en la radio o en la televisión. Da la impresión de que
todas las antiguas deidades teutónicas hubieran abandonado sus
cavernas… pero supongo que cada nación tiene su propia galería
subterránea de dioses guerreros…"
Una cruda voz transatlántica interrumpió su lectura.
—Buenas tardes, Santidad.
Levantó la vista y vio a Alvin Dolman apoyado contra la puerta
sonriéndole. Dolman, como él, llevaba pijama, una bata y sostenía en
las manos un paquete envuelto en papel marrón.
La sardónica insolencia del hombre, dejó por un momento
atónito a Jean Marie, pero en seguida este sentimiento dejó lugar a
otro de inextinguible furia. Luchó contra esta furia en una breve y
desesperada oración implorando que su lengua no le fallara y lo
dejara avergonzado e inerme frente al enemigo. Dolman entró al
cuarto y trepó ostentosamente sobre el borde de la cama. Jean Marie
no dijo nada. Había recuperado el control de sí mismo. Esperaría que
Dolman declarara sus intenciones.
—Luce muy bien —dijo Dolman amablemente—. La enfermera
me informó que muy pronto lo darán de alta. Jean Marie continuó en
silencio.
—Vine a traerle una copia de El Fraude —dijo Dolman—,
adentro encontrará una lista de la gente que estuvo realmente feliz
de ayudar a su descrédito. Me pareció necesario que conociera esos
nombres. Claro que no le servirá de mucha ayuda en los Tribunales,
pero en realidad, en un caso como éste, nada sirve de ayuda.
Cualquiera que sea el veredicto de los jueces, la mugre siempre
habrá salpicado. —Depositó el paquete en la mesa de noche, pero en
seguida lo cogió de nuevo y lo abrió parcialmente—. Nada más que
para probarle que no contiene ninguna trampa como el que envié a
Mendelius. Por lo demás, en su caso ya no es necesario ¿no es así?
Usted ha quedado definitivamente fuera del juego.
—¿Por que ha venido? —la voz de Jean Marie era tan helada
como la escarcha blanca.
—Para compartir una broma con usted —dijo Alvin Dolman—.
Pensé que podría apreciarla. El hecho es, que mañana seré operado.
Y éste era el único hospital de Londres que podía recibirme y
atenderme así, de improviso, inmediatamente. Tengo un cáncer en el
intestino mayor, de manera que cortarán una parte de él y me darán
una pequeña bolsa que deberé llevar conmigo por el resto de mi vida.
En estos momentos estoy considerando si realmente la cosa vale la
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pena. Por eso he tomado la precaución de proveerme de los medios
para un fin rápido e indoloro. ¿No le parece que es muy divertido?
—Me pregunto qué lo ha hecho vacilar —dijo Jean Marie—. ¿Qué
hay en su vida o en usted mismo que pueda encontrar tan valioso
como para haber vacilado?
—No mucho —dijo Dolman con una sonrisa—, pero hemos
estado preparando todo para este infernal gran drama, el gran
estallido que borrará todo nuestro pasado y tal vez todo nuestro
futuro también. Y he pensado que tal vez valdría la pena esperar un
poco para tener un asiento en primera fila. Me quedaría siempre la
posibilidad de irme después. Usted es el hombre que profetizó lo que
ocurrirá. ¿Qué piensa de todo esto?
—Por poco que importe mi opinión —dijo Jean Marie— esto es lo
que pienso: usted está aterrado, tan aterrado que se ha sentido
obligado a representar este pequeño acto de tonta burla. Desea que
yo me asuste también con usted, de usted. Pero no, no tengo miedo…
Más bien estoy triste, porque sé lo que está sintiendo en estos
momentos, cómo todas las cosas carecen de sentido y cuan inútil
respecto de sí mismo y del mundo puede verse un hombre. Esta es
solamente la segunda vez que nos encontramos. Ignoro todo del resto
de su vida y lo que pueda haber hecho a otros hombres Pero, ¿cómo
se siente por lo que hizo con Mendelius y ahora conmigo?
—Indiferente —la respuesta había sido rápida y muy clara—.
Eso pertenece al orden de las tareas diarias. Es aquello para lo que
me entrenaron y es en consecuencia lo que hago. No cuestiono las
órdenes que recibo y sean ellas cuerdas o locas, malas o buenas, no
hago sobre ellas juicio alguno. Si alguna vez lo hubiera hecho, hace
ya tiempo que estaría encerrado en una jaula para bobos. La
humanidad es solo una tribu demente. No hay esperanzas para ella.
Yo encontré una profesión en la cual me fue posible aprovechar esta
demencia colectiva. Trabajé para lo que hay, con lo que hay. Cumplí
con todos mis contratos. Lo único con lo que nunca he tenido que ver
es con el amor y también la resurrección. Pero en fin de cuentas, me
encuentro tan bien como está usted. Hace dos mil años que usted ha
estado negociando con la salvación a través del Señor Jesús y mire
adonde eso lo ha llevado.
—Usted también está aquí —dijo blandamente Jean Marie— y
vino por propia voluntad. Eso indica que hay en usted algo más que
indiferencia.
—Curiosidad —dijo Alvin Dolman—. Quería ver cómo estaba
usted. Y debo decir que parece haberlo sobrellevado muy bien.
—Pero aún no me satisface.
—Bien. Aquí va. —Dolman inclinó la cabeza a un lado, así como
un ave de presa acechando a su próxima víctima—. Cuando todo esto
comenzó, yo fui el que recomendó matarlo. Para ello presenté una
docena de planes muy sencillos. Pero nadie se atrevió, excepto los
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franceses. Esta gente siempre ha creído en la eficacia de las
soluciones rápidas e indoloras. Sin embargo, no se pudo hacer porque
Duhamel intervino. Le dio un pasaporte especial e hizo saber que
destruiría a quien se atreviera a destruirlo a usted. Cuando llegó a
Inglaterra, la liquidación dejó de ser una solución provechosa y
cuando sufrió este ataque resultó claramente innecesaria. En ese
momento pareció evidente que lo adecuado era desacreditarlo y no
transformarlo en un mártir.
"Yo nunca estuve de acuerdo con esto último. Cuando ayer me
enteré de que debía ser operado y que por el resto de mi vida me
vería obligado a acarrear siempre, conmigo mis propios excrementos,
pensé ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro, usted primero y yo
después?
"Recuerdo aquella noche en Tübingen cuando me dijo que me
conocía y que conocía el espíritu que me habitaba. No creo haber
odiado nunca a nadie como lo odié a usted en aquel momento. —
Registró el bolsillo de su bata y extrajo de él una estilográfica de oro
que enseñó a Jean Marie—. Esto contiene la muerte en uno de sus
más elegantes ropajes: una cápsula de gas letal capaz de matarnos a
los dos, a menos que yo cubra mi nariz mientras le lanzo el gas a
usted. Cubrió su nariz con un pañuelo y enfocó la punta de la
estilográfica hacia el rostro de Jean Marie. Jean Marie continuó
sentado, muy quieto, mirándolo. Dijo suavemente—. Hace ya mucho
tiempo que me reconcilié con la muerte. Usted me está haciendo un
gran favor, Alvin Dolman.
—Lo sé. —Dolman colocó nuevamente en su bolsillo el pañuelo
y la estilográfica e hizo un cómico gesto de resignación—. Supongo
que lo que yo necesitaba era probarme a mí mismo. —Estiró la mano
y cogió el paquete semiabierto que estaba sobre la cama. Dijo, con un
encogimiento de hombros—: De todos modos, la broma era mala.
Ahora regresaré a mi cuarto.
—Aguarde —dijo Jean Marie levantándose de su silla—, lo
acompañaré hasta el ascensor.
—No se moleste, puedo encontrar mi camino solo.
—Hace ya mucho tiempo que perdió su camino —dijo Jean
Marie sombríamente— y por sí mismo nunca será capaz de
encontrarlo.
El rostro de Dolman se transformó súbitamente en una pálida
máscara de furia.
—Dije que encontraría mi propio camino.
—¿Por qué se molesta tanto por una simple cortesía?
—Usted debería saberlo. —Dolman sonreía ahora, con un rictus
de silenciosa alegría que resultaba mucho más terrible que su risa—.
Usted me dijo en Tübingen que sabía el nombre del espíritu que me
habita.
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—Sí, lo conozco. —Jean Marie habló con tranquila autoridad y
con un raro, caprichoso humor—. Su nombre es Legión. Pero no
sobrevaluemos este drama, señor Dolman. Usted no está poseído por
el demonio. Es usted simplemente una casa donde moran los
demonios, demasiados demonios en realidad para que un hombre
que comienza a envejecer pueda sobrellevarlos a todos.
La altiva, sonriente máscara se quebró y en su lugar apareció el
cansado rostro de un hombre de mediana edad, el rostro de un
clochard que había jugado todas sus cartas y que ya no tenía lugar
alguno en el mundo donde refugiarse.
—Siéntese, señor Dolman —dijo gentilmente Jean Marie—.
Tratemos de entendernos como seres humanos.
—Usted no comprende —dijo cansadamente Alvin Dolman—,
pedimos auxilio a nuestros propios demonios porque no podemos
vivir con nosotros mismos.
—Pero usted está vivo y por lo tanto abierto al cambio y a la
merced divina.
—Usted no me está escuchando. —La altiva, torcida sonrisa
había vuelto al rostro de Dolman—. Puedo parecerme al resto de la
gente, pero de hecho soy diferente. Pertenezco a otra raza… Somos
perros de presa y si tratan de cambiarnos, de domesticarnos, nos
volvemos locos y destruimos a los que intentan hacerlo. Ha sido
mucha suerte para usted que yo no lo haya matado esta noche.
CAPITULO 14
EPILOGO