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Cuando tenga la tierra sembraré las palabras*

1. Es invierno, viajamos a Jujuy en micro, mientras llegamos, el paisaje nevado que veíamos por la ventana
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parecía negar que estábamos en el norte del país. Llegamos a Tilcara el último día de la ola de frío que
afectó a gran parte del país, el pueblo está gris. Al día siguiente amanecemos con el sol radiante
característico de la Quebrada.

Vine a Jujuy con la inquietud de conocer campesinos de la zona. Antes de viajar a la Quebrada, en internet
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había encontrado la página web de Cauqueva (Cooperativa Agropecuaria y Artesanal Unión Quebrada y
Valles). Me sorprendió que la Cooperativa actualmente produce 40 variedades (o poblaciones) de papas
andinas de, ante mi mirada porteña, infinidad de colores y formas, casi completamente desconocidas en
Buenos Aires. Cuando en la ciudad vamos a la verdulería, solo nos encontramos con dos variedades de
papa: blanca o negra. Lo que las diferencia en apariencia no es su sabor, forma o tipo, sino que una tiene
menos tierra que la otra, la blanca ha sido lavada y la negra no.

Una vez en Tilcara, Lito del Museo Terry me recomendó que hablara con el ingeniero Javier Rodríguez de la
Cooperativa Cauqueva, buscamos su teléfono en la guía y lo llamé al día siguiente. Su mujer me dijo que
estaba de viaje pero que llegaría esa misma noche. Quedé en llamarlo nuevamente, pero sin poder esperar
su llegada me dirigí a Maimará, a conocer el pueblo y una de las sedes de la Cooperativa.
Fui con Aurelio en un micro de Evelia que tomamos en Tilcara, desde la ventana vimos el Restaurante de
Cauqueva pero seguimos viaje hasta la plaza del pueblo. Luego, mientras caminábamos sin rumbo, nos
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topamos con el galpón de empaque de papa andina de Cauqueva. Ahí se encontraba trabajando José.
Después de contarle nuestro interés en la producción de papa y cultivos de la zona conversamos un rato
largo, nos mostró las instalaciones del galpón y las diferentes papas que producen. Le pregunté si podríamos
conocer su campo y nos llevó en ese preciso momento.

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José es de Berazategui, un barrio del Conurbano Bonaerense, relativamente cercano a Avellaneda, el barrio
donde crecí. Llegó a Tilcara cuando tenía 20 años. En Buenos Aires trabajaba en una fábrica. Aquella vez
vino solo de vacaciones pero una vez acá no volvió a Buenos Aires. Hace 23 años vive en la Quebrada, los
primeros 10 vivió en Tilcara y hace 13 vive en Maimará.

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Nos contaba que cuando llegó, creía que esto ya no existía, que era del tiempo de La Colonia. En la escuela
veía que este modo de vida era viejo y había quedado en la historia. Dice que cuando se levantó la primera
mañana pensó “de acá no me voy más”.
Hace 7 años que se dedica a la agricultura y hace 3 a la producción de papa andina. Es socio y tesorero de
Cauqueva y es quien va con el camión de la Cooperativa a Buenos Aires para llevar sus productos. Su familia
lo visita de vez en cuando pero cree que ninguno elegiría vivir acá. De la familia es el único que se fue de
Berazategui, todos sus hermanos viven cerca de la casa de sus viejos, en total son seis, él es el cuarto de
arriba para abajo. Cuando su papá tenía 20 años y su mamá 18, hicieron el viaje inverso a José, del campo
se fueron a la ciudad. Ambos bolivianos, primero pasaron por Jujuy para trabajar en la caña de azúcar y
después fueron a Buenos Aires. Sus padres realizaron el viaje cuando José tenía sólo 1 año, junto con sus
tres hermanos mayores. Sus dos hermanas menores nacieron en Buenos Aires.
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Caminamos hasta llegar a su campo aproximadamente un kilómetro. En el medio de sus tierras, tiene un
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galpón, dice que es donde pasa la mayor parte del tiempo. En el galpón tiene desde botas y zapatillas, a
bolsas con papas, herramientas y una pequeña cama que usa para dormir la siesta. Tiene algo mágico el
galpón, pareciera que todos esos elementos agrupados sintetizan la vida de José. Ahí continuamos
conversando y tomando algo, me llama la atención que tiene tres tazas colgadas del techo envueltas en una
bolsa de plástico. Le pregunto por qué las guarda así, dice que por las ratas, cuando no está mucho vienen, y
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no quiere poner veneno en su tierra, prefiere guardar las tazas en una bolsa.

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Nos cuenta que de a poco se está construyendo su casa. Si todo sale bien estará terminada en 2 años.
Cuando logre hacerla le gustaría recorrer Latinoamerica, pero después volver. Dice que esto no lo cambia por
nada, que no se iría a vivir a otro lugar. El pogreso para José es tener el techo y acá, para hacer la casa todo
está en la tierra.
Vivir en la Quebrada es una opción de vida. Dice que acá tiene garantizada la comida, la papa, el maíz, que
la propia gente hace el bollo de pan. José arrienda su campo, tiene cuatro caballos, este año sembró cebolla,
papa y en menor cantidad maíz, para con la chala alimentar a sus caballos. Elige producir diversidad de papa
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andina para conservar el cultivo que es propio de la zona. Riega el terreno en mayo. En junio y julio el frío
mata los virus y bichos y a fines de agosto siembra. Dice que la papa es delicada por el gusano, que para no
usar agroquímicos hay que barbechar bien. Que se puede sembrar papa tres años seguidos, pero que
después se corre mucho riesgo con los gusanos, que lo mejor es sin barbecho sembrar ajo.
Nos cuenta que ver crecer las plantas que pone lo llena como ser humano. Por eso no quiere envenenar la
tierra. Pasan las horas y seguimos charlando, José dice que acá la calidad de vida es otra, que la gente vive
más tranquila, que su tiempo en la Quebrada es otro tiempo.

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2. Al día siguiente volví a llamar al ingeniero Javier Rodríguez, quedamos en encontrarnos en la parada de
remises a Maimará y fuimos a la Cooperativa Cauqueva. Le conté que de casualidad había conocido a José
el día anterior. Nos llevó a conocer la Cooperativa, las oficinas, la cámara de deshidratación, el invernadero,
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el Museo del Campesino; el recorrido terminó con unos mates en el Restaurante de Cauqueva. Nos contó la
historia de la Cooperativa, como lucharon para tener el terreno donde se encuentra actualmente y que en el
resistir la gente de la Cooperativa se sintió más digna. Dice que Cauqueva actualmente tiene 150 socios, 14
años de vida formal y 3 de trabajo previo. Su postura se centra en la biodiversidad, en multiplicar especies y
en preservar los cultivos andinos más antiguos. Dice que la existencia de la Cooperativa ayuda a fortalecer la
presencia de los pequeños productores de la zona.
Javier nos destina toda su tarde, sospecho que como para José, para Javier el tiempo también es otro. Un
tiempo ajeno a los relojes y la velocidad de la ciudad. Aunque Javier es de Buenos Aires, vive en Tilcara hace
19 años. Parece que la Quebrada ha transformado su tiempo. Dice que nosotros, los porteños, venimos de
una sociedad que entiende todo por estadísticas, “acá la gente entiende el mundo desde la diversidad, no
mecaniza todo por la eficiencia del trabajo y el dinero”.
Javier nos cuenta de la Red (Red de Organizaciones de Economia Social en la Diversidad Tejiendo
Esperanzas), la próxima asamblea será el sábado. Me invita a asistir, acepto intrigada y contenta. Pienso
¿cómo será una asamblea de cooperativas en la Quebrada?

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Nos presenta a Lita, la encontramos trabajando en su escritorio en una oficina de la Cooperativa. Lita es
quien lleva adelante la parte administrativa de Cauqueva. Javier le cuenta de mi interés en conocer
productores de papa andina, en su relato parece entender y conocer perfectamente lo que busco con mi
investigación. Mencionan nombres, analizan quien sería más apropiado, “tal es muy joven, tal otro es muy
callado…”. Hasta que resuelven que iré el domingo a las siete de la mañana con el padre de Lita a la
Comunidad Aborigen Kolla de Finca Tumbaya, a visitar a uno de los socios productores de Cauqueva. Antes
de irnos Javier me presenta a Josefina, una señora mayor que está tejiendo junto con otras dos señoras en el
Museo del Campesino, él le cuenta de mi proyecto y quedo con ella en visitarla el lunes a la mañana. Doña
Josefina es médica del campo, sabe mucho de hierbas medicinales.

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3. El sábado asisto a la asamblea, llego media hora tarde pero la gente recién se está acomodando. Algo
nerviosa me siento en una de las mesas vacías, al rato se sienta al lado mío Javier, quien abre la asamblea.
Dice que antes de empezar me presente, soy una cara nueva para la Red. Hablo para todos y les cuento de
mi proyecto. La asamblea comienza, se escribe “orden del día” en el pizarrón y se discute, contraponen
posiciones, se encucha la palabra “compañero” varias veces. Respiro aires de militancia más vitales de los
que conozco de Buenos Aires. Con sus diferentes posiciones estos campesinos y militantes saben que se
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contruye desde la unidad.

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Hacen una pausa para el almuerzo, me siento con gente de La Quiaca, Cangrejillos y Maimará. Me
preguntan, cuentan e incorporan a la charla.
Al rato Javier me presenta a Susana de San Pedro. En el primer encuentro con Javier le contamos de nuestro
interés en conocer la zona de las Yungas, por los problemas que esta zona de Jujuy tiene con el
agronegocio, los desmontes, el monocultivo, el uso del glifosato y la usurpación de tierras a la gente del
lugar. Susana es miembro de la asociación de productores pequeños Madre Tierra y en la asamblea era una
de las que más participaba. Me invita a visitarla en San Pedro y dice que puede acompañarme a Palma Sola,
uno de los pueblos perjudicados en las Yungas.
Después del almuerzo la asamblea sigue pero me retiro, tengo que prepararme para visitar al día siguiente la
Comunidad Aborigen Kolla de Finca Tumbaya.

4. El domingo nos levantamos temprano y caminamos a la terminal, tomamos el micro hasta Tumbaya y allí
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nos encontramos con Don Florencio, que nos espera en su camioneta amarilla. Nos lleva a tomar un té a su
casa y al rato partimos junto con su familia, que se queda en la casa de la madre de su mujer, mientras
nosotros seguimos viaje cada vez más dentro de los cerros. Florencio es un hombre callado y amable,
durante el viaje cada tanto nos cuenta algo del paisaje, dice que creció en esa zona pero que ahora vive en el
pueblo y trabaja en la Municipalidad.
Florencio para la camioneta, se baja y corre la tranquera, sigue un poco más y estaciona, llegamos a una
casa, abre las puertas nos dá unas sillas y nos cuenta que todos los fines de semana viene a Finca Tumbaya
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a trabajar su tierra. Produce maíz y los domingos es el día que tiene agua para regar. Nos dice que
vamos a ir a ver a Don Armando y nos pregunta el por qué de nuestro interés en el cultivo de papa andina. Le
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contamos. La casa de Armando está justo al lado. Nos presenta y él mismo explica que es lo que venimos a
hacer. Se despide y dice que nos buscará en unas horas.

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Nuevamente nos invitan a tomar té y pan casero. Nos sentamos en el ambiente que está a la entrada de la
casa. Aparece Marta, la mujer de Armando y seguimos conversando los cuatro. Armando es el hermano de
Florencio, tiene 50 años y Marta 36, ambos son campesinos, ella además trabaja en la casa y él es,
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eventualmente, obrero de la construcción.

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Nos cuentan que recién van a empezar a sembrar en agosto, que ahora están preparando la tierra y que es
tiempo de plantar los arboles frutales, duraznos y manzanos. Producen diversidad de cultivos, maíz, tomate,
cebolla, papa kollareja y la que viene de abajo, que le llaman abajeña. Cuentan que trabajan la tierra
manualmente, con animales. Tienen algo más que una héctarea y unos 20 vacunos. Don Armando dice que
no puede criar más por el pasto, no hay tanto, sólo tienen dos meses de lluvia.

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La tierra donde viven y trabajan es parte de la Comunidad Aborigen Kolla de Finca Tumbaya. Armando nos
cuenta que sus tierras son comunitarias, la Finca tiene aproximadamente 25 mil héctareas, en las que hace
cuatro o cinco años vivian 150 familias pero que ahora debe haber más.
Cuenta que antes había un dueño que administraba toda la Finca al que llamaban “patrón” y que le pagaban
por héctarea, por pastaje, por cada animal. El dueño era de Jujuy pero parecía extranjero de Europa. Dice
que entre varios vecinos decidieron reunirse para decirle que ya no iban a pagar. Durante aproximadamente
diez años ellos habían trabajado esa tierra para poder sembrarla, sacando piedrita por piedrita de la tierra
que en ese momento arrendaban. Cuenta que se reunieron abajo, en la entrada de la ruta y que ahí se
quedaron manifestándose en una carpa negra, algunos dormian ahí, otros se turnaban para estar. La lucha
duro casi un año, en el 97 o 98 el Gobierno de la Provincia se presentó a fiscalizar, a negociar como pagarle
al dueño. Los vecinos le cortaban al “patrón” la entrada de la casa y no lo dejaban entrar. Cuenta que cuando
comenzaron a pelear por las tierras recién empezaban a vivir acá. Que todavía no había casas, ni luz, ni
agua corriente. Dice Armando que “ha sido una linda lucha”.
Armando y Marta tenían que trabajar; al igual que para Florencio el domingo es el día que tienen agua para
trabajar la tierra. Los acompañamos y empiezan a arar para plantar duraznos. No usan tractor, sino la fuerza
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de Negro, su caballo. Cuentan que vino con el nombre de Oscuro pero que ellos se lo cambiaron. Al rato
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llega para ayudarlos Raúl, vecino y primo de Armando.

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Pasan varias horas trabajando juntos, el tiempo de nuevo se detiene en el trabajo colectivo. Nos muestran
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como plantan los duraznos, buscan en la tierra lo que quedó de la cosecha pasada. Al rato nos busca
Florencio y nos vamos, quedamos en volver a visitarlos.

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5. El lunes a la mañana voy a la casa de Doña Josefina, queda en Maimará, cerquita de Cauqueva. Javier me
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había indicado como llegar, la casa que tiene un garaje hacia fuera.

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Cuando llego, ella se encuentra en el patio desplumando un pollo junto con su hija y nieta. Ordena las plumas
en un banco, sumerge el pollo en un balde con agua y le saca la piel de la pancita, dice que sirve para curar.
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Me cuenta que hay que esperar un día para comerlo.
Cuando termina vamos a lo que parece su taller, ahí Josefina teje y enseña a tejer a sus alumnas, tiene
estantes llenos de cosas, sus hierbas medicinales, tejidos, lanas, cajas, fotos.

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Me cuenta que es de Bolivia, que vino de chiquita con su tío y tía que eran solteros. Dice que ellos le
enseñaron muchas cosas, que la cuidaron como su hija. También cuenta que hace años fueron de visita a
Bolivia y no supo más de ellos.
Doña Josefina es médica de campo, todo lo que sabe de hierbas medicinales se lo enseñó su tío cuando era
muy chica. Todas las hierbas las saca de la naturaleza y las seca a la sombra. Después de conversar un rato,
empieza a bajar cajas de sus estantes, me muestra las diferentes hierbas que tiene y me cuenta para que
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sirven. Dice que no cobra por su trabajo, que cuando el paciente se cura puede darle lo que le parezca.

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Casi toda su vida vivió en Aguilar, primero trabajaba en un hospital y ahí conoció a su marido que era
minero. Él hizo que fuera a la escuela y terminara la primaria. Además del hospital, trabajó casi toda su vida
como portera en una escuela.
De uno de los estantes Josefina saca álbumes de fotos, pilas de fotografías de carnavales, de los cerros, la
mina, fiestas de cumpleaños, sus visitas al mar, su marido, sus hijos y ahijados. Alguien golpea la puerta y
Josefina lo hace esperar quince, veinte, treinta minutos. De nuevo tengo la sensación de que el tiempo
funciona distinto. Doña Josefina está tan entusiasmada mostrándome y contándome la historia de esas fotos,
que nada importa más que eso. Al rato llega otra persona, Simona, una de sus alumnas de tejido, ahí me
despido y vuelvo a Tilcara.

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6. Llamo a Susana de la asociación Madre Tierra de San Pedro. Quedamos en encontrarnos el jueves en el
micro que va a Palma Sola. Nosotros lo tomamos en Jujuy y ella en San Pedro. Palma Sola queda a tres
horas de San Salvador y a dos de San Pedro.
En el recorrido del viaje el paisaje y el clima cambian, entramos a las Yungas. Vemos el monte y el desmonte
desde la ventana del micro, el calor aumenta, parece verano. En San Pedro sube Susana y muchas maestras
que viajan dos horas ida, dos horas vuelta para ir a la escuela, el micro se llena. Llegamos a Palma Sola,
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Susana nos lleva a la Municipalidad, nos presenta a la Secretaria de Cultura Norma Benitez y después al
Intendente Fernando Agüero. Me sorprende que sea tan joven. En su oficina hay fotos de Cristina, Perón y
Evita. Dudo qué decirle, pero finalmente le cuento el por qué de nuestra visita e interés en Palma Sola, el
monocultivo, los problemas que está trayendo a la zona la agricultura industrial, el desalojo de campesinos de
sus tierras. Escucha y me dice que si necesitamos algo estará a la tarde en su oficina. Susana conversa un
rato con él y nos vamos a almorzar a la casa de Gloria que nos espera con la comida lista.

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Es sorprendente la amabilidad de la gente, Susana tiene todo organizado desde el almuerzo hasta citas con
gente del lugar. Llama al ingeniero Alvaro, no lo conoce pero le dijeron que es con quien tiene que
contactarse por los conflictos de la tierra.
Vamos a la casa del ingeniero, nos abre y pasamos. La casa parece un centro de militancia y lo es. Ahí están
Alvaro y Ariel, los dos son jóvenes, en el ambiente donde nos sentamos hay posters, varias computadoras,
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pilas de fotocopias. Nos cuentan que son parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena, que vinieron
a Palma Sola hace menos de un año para ayudar a las familias en conflicto. Susana le cuenta de su
asociación, de la Red, les explicamos el por qué vinimos a Palma Sola. Ellos escuchan no desconfiados, pero
si precavidos y pacientes. El clima y la situación parecen de película, ellos hablando y escuchando, los
posters de la militancia campesina alrededor; el calor me marea. Dicen que ellos están por ir a ver a una de
las familias afectadas, nos invitan a ir con ellos.

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Llegamos a la casa de Bernardina y Armando, son mayores, nos reciben sonrientes, en el trato se nota
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que tienen confianza con los chicos. También están de visita su hijo Miguel Angel y su nieto Yamil, que
viven en San Salvador. Preparan un mate y comienzan a contarnos lo que vienen sufriendo en el último año.
Su campo ya no es campo, sino un terreno cercado y alrededor, el desmonte. En ese terreno tienen su casa
tres familias: Doña Bernardina y Don Armando la de adelante, la de Doña Gloria y Don Agustín, y la de su
hijo Juan Antonio y su mujer Dora que está vacia. Juan Antonio y Dora se fueron después de la violencia y
las presiones de los matones del monocultivo. Nos cuentan que vinieron el 31 de diciembre pasado, que las
familias en defensa de la posesión les cerraron el ingreso al campo, pero que los matones ingresaron
violentamente con armas y palos para sacarlos a la fuerza. Que ellos se negaron a salir de las tierras que
vienen habitando y trabajando desde siempre y que como respuesta los matones golpearon y arrastraron por
el piso a Doña Gloria, campesina de 80 años, que su hijo Juan Antonio para defenderla tiro un tiro al aire y
que la noche terminó con Armando, Gloria, Agustín y su hijo detenidos en la comisaria de Palma Sola, toda la
noche los ancianos y todo el fin de semana Juan Antonio. Pasó un rato hasta que caímos en que ellos eran la
familia afectada sobre la que habíamos leído en internet.

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Nos llevaron a conocer el desmonte, Aurelio se adelantó con los otros y yo caminé algo atrás con
Bernardina. Mientras caminábamos me contaba que antes todo eso era monte, que ahí pastaban sus ovejitas
y vacas libremente pero que ahora, de a poco, se van muriendo porque no tienen que comer. Casi lo único
que queda es el yuyo afata brava, que cuando lo comen se les hincha la panza y mueren. Me muestra una de
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las ovejitas muerta, cuenta que nacen deformadas por el glifosato, que los matones les han soltado los
perros para lastimar a las vacas y que las que les quedaron están del otro lado del desmonte, con otra gente
que les avisa cuando están enfermas para que las atiendan. Bernardina dice “ver así a los animales, lejos y
muriendo, es muy triste”.
Caminamos y llegamos al cerco del desmonte que pusieron los matones del monocultivo. Bernardina y
Armando pusieron ramas entre el alambre para que sus ovejitas no pasen al campo contaminado, ya que
también pueden ser baleadas o envenenadas. En el alambre hay lana de oveja. Caminamos y el paisaje se
vé cada vez más desolador y la resistencia de Bernardina y Armando cada vez más impresionante y valiosa.

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Volvemos a la casa y nos invitan a comer zapallo y ancos que ellos mismos han cosechado, antes de irnos
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nos regalan uno. Nos muestran su maíz, sus ovejitas y un mortero que encontraron años atrás en el
monte y que creen que tiene varios siglos. Vuelven a hacer mate. En varias oportunidades mencionan que
gracias a “los chicos”, Ariel y Alvaro, pueden seguir en su tierra resistiendo. Nos abrazamos y despedimos.

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Vamos a la casa de la familia Mamani. Ellos también están rodeados de monocultivo de porotos.
Conversamos con Normando, Lidia y su hija Gloria. Ella es quien está llevando adelante la lucha por las

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tierras de su familia. Anochece mientras conversamos, Susana se toma el micro a San Pedro y quedamos en
verla al día siguiente para visitar su campo. Ariel y Alvaro nos llevan a un hospedaje familiar donde pasar la
noche. Dejamos las cosas y vamos a comer algo con ellos. A lo largo del día los dos se van relajando, se los
vé más confiados, como si ya supieran quienes somos. Les pregunto sobre el Movimiento Nacional
Campesino Indígena, de nuevo respiro ese aire de militancia vital del campo que desconocía. Su Movimiento
se plantea la Reforma Agraria Integral y la Soberanía Alimentaria, dicen que los modelos productivos
industrial y familiar empiezan a chocar, que la agricultura familiar tiene diversidad y que con su destrucción se
pierde la agricultura ancestral, la vida de los campesinos, la tierra, el monte. Creen en la organización para
transformar la realidad y caminan hacia eso. Nos despedimos y quedamos en volver a verlos en septiembre,
ya que viajarán a Buenos Aires para ser parte del 1° Congreso del MNCI.
A la mañana siguiente emprendemos el viaje a San Pedro, en la terminal nos espera Gustavo, el marido de
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Susana, y nos lleva a su campo. De nuevo el tiempo se detiene, pasamos el día con ellos, comemos,
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conversamos, recorremos los campos de la asociación Madre Tierra, nos muestran lo que producen y nos
regalan plátanos y paltas. Al final del día volvemos a Tilcara.

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7. De nuevo en Buenos Aires, el tiempo vuelve a ser el de siempre, rápido, con horarios establecidos,
corridas y viajes en colectivo. Aurelio planta el carozo de la palta que nos regaló Susana en San Pedro y de a
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poco la planta crece.

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Recuerdo que en septiembre se realizará el Primer Congreso del Movimiento Nacional Campesino Indígena
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en Buenos Aires y contacto a los chicos de Palma Sola que me envían la información. Tendrá lugar en el
Sindicato de Pasteleros en el Partido de Esteban Echeverría del 11 al 13 de septiembre y finalizará con una
caminata a Plaza de Mayo el martes 14.

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Es domingo, vamos a Esteban Echeverría, nos tomamos una combi en Lima e Independencia. Cuando baja
la autopista y comienza a recorrer el ex Camino de Cintura (actual Ruta de la Tradición) el paisaje cambia,
aparece esa mezcla de ruta hiper transitada con descampado alrededor que caracteriza al Conurbano.
Llegamos al Congreso, la combi nos deja en la puerta del Sindicato, a la entrada está la Feria donde el
Movimiento se presenta por medio de afiches, maquetas, videos, y donde a su vez venden sus productos las
organizaciones y cooperativas de todo el país que lo componen.
Llamamos a Alvaro y nos viene a ver a la entrada. Nos cuenta que Ariel no vino pero si Gloria Mamani, su
madre Lidia y su abuela Doña Gloria. Quedamos en vernos en una hora para almorzar juntos.
Aurelio y yo vamos a recorrer el lugar. Dos mil campesinos de todo el país se encuentran durmiendo,
discutiendo y soñando en el recreo del Sindicato de Pasteleros. En los quinchos, donde imagino que
habitualmente los afiliados hacen asado, hay colchones, bolsas de dormir, frazadas, bolsos y mochilas; fuera
de ellos hay carteles que dicen “Acá sueña Puna”, “Acá sueña MOCASE”, etc.
Vamos a la zona de las parrillas al aire libre, donde el verde de los árboles se mezcla con el rojo y verde de la
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multitud campesina que los porta en los gorros, remeras y bolsos del Movimiento.

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Encontramos a la gente de Palma Sola comiendo en una de las mesas. Está Lidia que se alegra al vernos y
Gloria que está con muletas. Nos cuenta que tuvo un accidente en Palma y que no puede pisar ni caminar
bien, pero que sabiendo todo lo que se iba a discutir en el Congreso no aguantó las ganas de venirse. Alvaro
nos presenta a Doña Gloria que ni bien llegamos nos empieza a hablar de su tierra y lamenta no haber
estado en su casa cuando visitamos Palma Sola. Doña Gloria es la señora que los matones del monocultivo
arrastraron de los pelos el 31 de diciembre. Señalando su cabeza dice que tiene todo guardado en la
memoria y que nos lo contará cuando la visitemos nuevamente.

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Nos despedimos por un rato, ellos a las dos y media tienen una reunión. Nosotros vamos a otra que el MNCI
hace para los invitados y curiosos que llegan al Congreso para conocer al Movimiento. Nos colocan un
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cartelito que nos identifica como invitados y nos sentamos en ronda. Militantes del interior del país hablan
de los modelos agropecuarios que están en puja, el modelo industrial y el familiar; del MNCI, sus orígenes,
objetivos y sueños. Cuentan que actualmente el Movimiento cuenta con la participación activa de más de 20
mil familias campesinas e indígenas (del campo y la ciudad) y una acción territorial que incide en más de 100
mil familias de diez provincias del país.

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Cuando termina seguimos caminando por el recreo y gracias a la tarjeta de invitados que nos acredita en el
Congreso entramos al anfiteatro, donde de nuevo se multiplica el rojo y verde en la multitud campesina,
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ahora también en las banderas del Movimiento. En el centro hay una mesa con tres hombres y una mujer
que se encuentran hablando cuando entramos. Sobre la mesa hay flores, zapallos y otras verduras. En la
pared una pancarta que dice “Somos tierra para alimentar a los pueblos”, alrededor de todo el anfiteatro
carteles con retratos de diferentes luchadores latinoamericanos: José Artigas, Agustín Tosco, Eva Duarte,
Juana Azurduy, Paulo Freire, María Elena Walsh, Frida Kalho, etc. Me sorprende ver una multitud compuesta
por tantas generaciones diferentes participando de un mismo hecho político con la misma energía y alegría.
Después de varios oradores comienza la Mística a cargo de Eduardo Belleli, que como el anterior orador es
de Córdoba. Nos pide que nos pongamos de pie y saltemos, movamos el cuerpo hacia un lado y hacia el
otro. Me sorprende que todos los presentes participan de la Mística, saltan, ríen, festejan y disfrutan del acto
colectivo del que son parte. El orador nos invita a cerrar los ojos y sentarnos para pensar en el campo y la
Reforma Agraria. La multitud roja y verde cierra los ojos, abuelos, abuelas y jovenes mezclados en las sillas y
escalinatas del anfiteatro transforman el silencio y la escucha en participación activa con sus ojos cerrados.
Yo también los cierro, Eduardo les dice a sus compañeros que piensen en su campo, me imagino parcelas de
campo multiplicadas por la cantidad de campesinos presentes, con los ojos cerrados imagino el trabajo que
llevan a diario y las decenas de colores de su paisaje cotidiano. Abrimos los ojos y cantan al unísono “y si
señor vamos a llenar de montes todo el campo”. Las banderas rojas y verdes flamean, la multitud aplaude y
sonríe.

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Eduardo menciona que antes la población rural era el 60 % y ahora es el 7 %, lo que significa trescientas mil
familias que se fueron del campo a la ciudad. Dice que hablar de Reforma Agraria es hablar de resistencia,
que resistir en los territorios, que producir alimentos sanos es hacer la Reforma Agraria. Cuenta que él volvió
al campo, a su pueblo, a trabajar en comunidad. Que en su pueblo hay tres héctareas de Reforma Agraria,
que no es nada pero que es algo. Afirma, ésta es la posibilidad de que quien quiera volver al campo lo haga,
que la pregunta es “no de quién es la tierra, sino para qué es la tierra”. Cuando finaliza invita a los
campesinos presentes “a ganar los corazones de los compañeros”, y afirma “la Reforma Agraria ya empezó”.
De nuevo aplausos, banderas flameando y la gente que sale despacio y ordenadamente del anfiteatro. Me
encuentro con Alvaro que camina abrazado con sus compañeras de militancia, todos están muy
emocionados. Nosotros también. Quedamos en encontrarnos en la caminata que realizarán del Puente
Pueyrredon a Plaza de Mayo.

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8. Es martes, mientras almorzamos escuchamos la radio esperando alguna noticia sobre los dos mil
campesinos que a esas horas comienzan a caminar por la ciudad. De pronto escuchamos que pasan por la
esquina de casa. Salimos apurados y vemos que por la Avenida Montes de Oca unas cuadras de caminantes
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transitan con sus colores característicos, cantando consignas que desconciertan a la gente del barrio.

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Vamos a Plaza de Mayo, cuando llegamos ellos también recién llegan. Los dos mil campesinos y demás
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simpatizantes del Movimiento bañan la plaza de rojo y verde. Su organización es asombrosa, hay militantes
que recogen los papeles y basura de la plaza y otros con cintas amarillas en los brazos encargados de guiar
a los compañeros al baño. Desde el escenario se organiza el almuerzo, anuncian: “Buenos Aires come al
lado de la fuente”, “Jujuy puede venir a retirar la comida a la derecha del escenario”.
La plaza está ocupada por esos aires de militancia vital que respiraba en Jujuy y que volví a respirar en
Esteban Echeverría. Desde el escenario aclaman y la multitud acompaña “Globalicemos la lucha,
globalicemos la esperanza”. Hablan de vida, de preservar el suelo para nuestros hijos y nietos, hablan de lo
doloroso que fue escuchar a los “señores de la Mesa de Enlace” decir que ellos eran “el campo” en el 2008, y
en oposición aclaman “somos tierra para alimentar a los pueblos”.
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Nos encontramos con la gente de Palma. Nos sentimos cómodos con ellos, charlamos, escuchamos los
que hablan desde el escenario, comienzan a tocar grupos y cuando suena la canción “A desalambrar” Doña
Gloria dice “ahí cantan para nosotros”.

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9. Al finalizar el Congreso tomamos contacto con Sercupo (Servicio a la Cultura Popular) que es parte del
Espacio Interbarrial Esteban Echeverría, brazo bonaerense del Movimiento Nacional Campesino Indígena.
Los conocimos en la feria del Congreso, donde nos contaron que trabajan en cuatro barrios de Esteban
Echeverría. Les escribo un mail al que responden con dos teléfonos donde puedo llamar, los de Miguel y
Ezequiel. Hablo con Miguel, le cuento de mi interés en el Movimiento y de mi experiencia en Jujuy. Me invita
a tener una reunión en una casa que tienen en Monte Grande. De nuevo aparece ese misterio que extrañaba
de mi experiencia jujeña. ¿Qué es la casa, quién vive en ella, qué tipo de trabajo hacen Sercupo y el Espacio

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Interbarrial? Serán interrogantes que me acompañarán durante los siguientes días y en el viaje en tren desde
Constitución, que es más corto de lo que esperaba.
Llegamos y nos recibe Ezequiel, Miguel está de viaje. La casa tiene estantes con cajas de archivo, fotografías
y posters del Movimiento, afiches escritos probablemente en reuniones, escritorios, computadoras. No creo
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que viva nadie ahí.

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Ezequiel nos pide que esperemos en uno de los cuartos mientras termina de conversar con dos mujeres. Al
rato viene, le preguntamos por Sercupo y nos cuenta que más allá de ser una agrupación civil, ellos la toman
como una herramienta de organización. Muchos de los militantes que la conforman vienen de la agrupación
FANA (Frente Amplio para una Nueva Agronomía) de la Facultad de Agronomía. Estudiantes que se oponían
al discurso predominante de la Facultad que afirmaba “que ya no existen campesinos en el campo”. Estos
estudiantes, agronómos y militantes universitarios salieron de las aulas y los “ambitos de conocimiento”,
donde se analiza y observa el campo de lejos, para trabajar con los campesinos que sí existen y continúan
trabajando y resistiendo a lo largo del territorio. La gente de Sercupo, que en muchos casos vive en la Capital
Federal, eligió cruzarla para trabajar comunitariamente con los campesinos que fueron expulsados de sus
tierras por aquellos que quieren que en el campo no haya campesinos, para poder enriquecerse con la
producción ilimitada de monocultivos. Estos agrónomos y estudiantes vinieron como militantes sociales a
Esteban Echeverría a aprender de los que en la ciudad todavía poseen valores y saberes campesinos.
Sercupo es parte del Espacio Interbarrial Esteban Echeverría, que está conformado por cuatro barrios del
partido. Ezequiel cuenta que en las reuniones interbarriales son de 30 a 40 compañeros de los barrios, y que
después están los que se acercan por cuestiones particulares.
Mientras hablamos recuerdo que Ariel de Palma Sola cuando conversábamos de lo mal que estaba la cosa
en Buenos Aires, decía que admiraba el trabajo de los militantes de la ciudad, de que construyan
organización y lucha en las condiciones de marginalidad, desamparo, violencia y desaliento que caracterizan
al Conurbano y la Capital actualmente.
Ezequiel dice que en el campo está la cuestión de la tierra, que te quieran desalojar hace que te tengas que
unir con el de al lado. Asi la organización se va haciendo, después también para producir, para dar a conocer
tu lucha. En cambio “en la ciudad el enemigo es mucho más difuso, capaz el enemigo más cercano es el
propio vecino que le tira el agua sanja y es el más fácil de visualizar”.
Dice que uno de los objetivos que tienen a largo plazo es la vuelta al campo, sabemos, dice, que es un
camino largo y que todavia no están dadas las condiciones, que actualmente sigue viniendo gente del campo
a la ciudad y que los que ya están acá no quieren volver porque uno no quiere volver a donde lo echaron. Por
eso el MNCI se propone mejorar las condiciones de vida del campo y después se verá. Los que vuelvan
podrán ser la gente que se vino, o sus hijos que en muchos casos hoy son adolescentes. Dice que además,
más allá de proponer en el futuro la vuelta al campo, el ser parte del movimiento les dá hoy a los compañeros
que vinieron a la ciudad la posibilidad de revalorizar su vida campesina y volver a reconocerse como
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campesinos dentro del Movimiento.
El Espacio Interbarrial tiene un centro comunitario en cada uno de los barrios (Santa Isabel, Monte Chico,
Sarmiento y Altos de Monte Grande). Actualmente están empezando con la producción de mermeladas y con
la construcción de una radio comunitaria, poseen una cooperativa de forestación que pelea con el intendente
de Esteban Echeverría el forestar, no solo los barrios privilegiados, sino fundamentalmente los más
periféricos, que son los que más lo necesitan.

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10. Es sábado, nos encontramos en la casa de Monte Grande con Hernán y Fernanda de Sercupo para ir al
barrio Santa Isabel donde habrá una jornada interbarrial de los cuatro centros comunitarios de Esteban
Echeverría. Llegamos a un barrio de casas bajas y calles de tierra. Estacionamos en el Centro Comunitario
“Los Gurises”, que es una casa celeste de chapa ubicada en una calle con nombre de pajaro, “La
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Calandria”. La cerca de alambre que separa la casa del terreno vecino tiene banderas del Movimiento y
cintas verdes y rojas. Hay carteles sobre las actividades que realizan y otros que dicen “aquí soñamos una
fabrica de dulces”, “somos comedor para dejar de serlo”. A la entrada hay una canilla junto a otro cartel que
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dice: “canilla comunitaria, agua sana para todos/as”. El agua viene de dos tanques que han instalado para
que la comunidad del barrio cuente con agua potable. Solo el 15 % del agua del Partido de Esteban
Echeverría es potable. Santa Isabel es un barrio que ya tiene 30 años y todavía no tiene, además el barrio
tiene cerca tres cementerios y un frigorífico que contaminan las aguas. El pozo que el MNCI realizó tiene 70
metros de profundidad y como dice el cartel es de uso comunitario, “agua para tomar y cocinar”.
Muchos de los presentes llevan las características remeras y gorros del Movimiento. Todos se saludan y nos
saludan a nosotros también. Mientras hay médicos atendiendo a los nenes del barrio en el Centro
Comunitario, Cristina está haciendo mermelada en el patio, Hernán nos presenta y la ayudamos a cortar
frutillas. Como en Jujuy el tiempo de nuevo se detiene, llega el almuerzo, Cristina comienza a cocinar la
mermelada, en el terreno de al lado vemos jugar y bailar a algunos nenes del barrio con militantes del
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Movimiento.

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Conozco a Pola, que es una de las referentes del MNCI en el barrio. Nos sentamos al sol y comenzamos a
conversar. Pola es de familia campesina, vino de Misiones a Buenos Aires cuando tenía 20 años junto a su
marido y su primera hija. Me cuenta que nació en El Dorado en 1956, de chica vivía en una chacra y tenían
cabras, vacas que les daban la leche, pero que también tenían un patrón. Hacían el desmonte para sembrar
y criar gallinas y otros animales. Cuenta que en tiempo de siembra guardaban las semillas para al año
siguiente sembrar de nuevo. Que su papá les enseñaba a preparar la tierra con arados, que se juntaban a
sembrar todos, algunos maíz, otros zapallo, batata, que vendían o canjeaban entre los mismos campesinos.
Dice que se educó de esa forma, la vida sana, la pesca, el agua del arroyo y sus vertientes. Extraña esas
cosas, afirma que ser campesino, chacrero se lleva en la sangre. Su marido siempre le dice que cuando se
jubilen se van a ir a rumbear por sus tierras.

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De Misiones vinieron en el 78 buscando recursos, su papá un día los sentó a ella y su marido y les dijo
“ustedes tienen que vivir otra vida”, y ahí partieron. Cuando llegaron al barrio casi todo era campo y de a poco
se fueron viniendo más y más familias. Al principio su marido trabajaba en el frigorífico de Monte Grande,
pero cerró y los trabajadores lo tomaron. Recuerda que comían en la olla popular y que como ella tenía
zapallos y ancos sembrados pudo alimentar a su familia. Hacía ñoquis, tarta y dulce de zapallo, dice que sus
hijos le decían “mamá, ¿cuándo vamos a dejar de comer zapallo?”. Fue en el 90, 92 que se quedaron sin
nada y su marido empezó a hacer changas. Ahora trabaja en un taller de la autopista, arreglando máquinas
de cortar pasto.
Me cuenta los comienzos del trabajo en el barrio, en el 2001 se juntaron un grupo de señoras de la capilla y
armaron un comedor ambulante, donde con las vecinas hacían una olla popular. Venían los chicos que
necesitaban comer, ella siempre tenía su huertita y su marido trabajaba en un criadero de pollos. Primero se
hacía en su casa, después en la capilla, hasta que en el 2005 llegaron Miguel y Claudio del Movimiento y
juntos trasladaron el comedor atrás de la casa de su hija Yoli. Cada vez eran más chicos, dice que le
invadieron la casa a su hija. Hicieron rifas, ferias de platos, bingos y juntaron plata para comprar el terreno
donde ahora está el Centro Comunitario. En el 2007 se instalaron acá, salían a juntar a los vecinos, iban al
municipio a exigir alimentos para el comedor. Nosotros, dice, “salimos a manifestarnos porque acá estamos
viviendo como en otro mundo. Acá atrás está el country, tenemos cerca tres cementerios, el agua está
contaminada y en el barrio hay jóvenes que murieron de cáncer”. Por eso se hicieron los tanques de agua y
gracias a la profundidad del pozo tienen agua sana para el barrio.
Dice que lo que extraña de la vida del campo es que podés salir de tu casa y dejar la puerta abierta, y
también ver los distintos verdes. Pero que ahora ya no hay tantos, de a poco están desmontando la selva
para plantar pinos.
Actualmente Pola todavia tiene una huerta en su casa y, junto con Don Emilio, es ella también la que trabaja
la del Centro Comunitario. Mientras miramos el paisaje de Santa Isabel y el sol nos dá su calor de primavera,
dice que a sus seis hijos los crió en el barrio con mucha lucha y sacrificio.
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11. Llega el verano y una tarde calurosa vuelvo a visitar a Pola. Cuando llego también está Don Emilio, ya
lo había conocido en mi visita anterior, pero no habíamos conversado.

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Don Emilio vive en el Centro Comunitario, es de Santiago del Estero, pero a los trece años de fue a Santa Fe
y años después vino a Buenos Aires. En Santiago su familia tenía una quinta, dice que sembraban, que un
campito como este te servía para alimentarte todo el año porque había mucho monte. Había cosecha de
maíz, trigo, melones, sandias, de todo. Tenían más de cien vacunos, chivas, ovejas. Carne no les faltaba
nunca. A los trece años se fue a Santa Fe con su hermano, ahí se dedicaban al trabajo rural, pero trabajaban
para otro. Cuenta que vino a Buenos Aires para pelear por la vuelta de Perón en el 69, y recuerda que llegó
el día que los astronautas llegaron a la luna. Vivió primero en Spegazzini, después en Avellaneda hasta que
finalmente vino al barrio.
Don Emilio y Pola me muestran la huerta, tienen sembrado zapallo, ancos, albahaca, perejil, tomate, habas,
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cebolla. Dejan crecer el pasto bien alto para que proteja lo sembrado del sol, con parte de lo que producen
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cocinan para los nenes del barrio. Me regalan varios zapallos, una calabaza y un anco para la muestra,
antes de irme paso por la casa de Pola para conocer su huerta. También tiene zapallos y ancos sembrados,
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me los muestra, están escondidos dentro de las hojas de la planta, saca algunos para que me lleve y me
enseña a hacerlo a mi.

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Después de un rato nos despedimos, vamos con Fernanda en colectivo a tomar el tren en Monte Grande.
Durante el viaje conversamos, me cuenta de Pola y de los demás militantes del Espacio Interbarrial, de sus
convicciones, de su trabajo con los jóvenes, de los proyectos que llevan adelante. Hablamos del Congreso,
de su repercusión en los medios, de cómo es su militancia en Buenos Aires. Le comento que para mí en la
ciudad la mayoría de la gente desconoce completamente la problemática del campo y la conquista que los
grandes productores y multinacionales están haciendo en nuestras tierras. Afirmo “esas tierras no las
recuperamos más”, a lo que Fernanda responde “no, claro que las vamos a recuperar”. De nuevo el tiempo
se detiene, en silencio recuerdo la consigna que la multitud roja y verde aclamaba en el Congreso y en Plaza
de Mayo, “globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza”. Respiro nuevamente aires de militancia vitales,
pero esta vez en el tren Roca, mientras llegamos a Constitución después de haber de atravesado parte del
Conurbano. Nos despedimos en la estación, ella sigue viaje a su casa en Parque Avellaneda y nosotros hacia
Barracas.

Julia Mensch (en colaboración con Aurelio Kopainig).

* Canción popular de Daniel Toro y Ariel Petrocelli.


** Dibujo de Carlos Julio Sánchez, en “La realidad a mano”, Sachacaba Ediciones, Gráfica 29 de Mayo, Córdoba, Argentina, 2010.

Gracias Alvaro Abraham, Normando Agapito, René Alvarez, Josefina Aragon de Vilte, Bicente, Cauqueva (Lita, Mayela Lamas, Javier
Rodríguez), Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Espacio Interbarrial Esteban Echeverria, Jorgina Hilda Espinosa, Armando,
Florencio y Marta Cruz, Lidia Estrada, Bernardina Guerrero, Paula Ledesma, Gloria Mamani, Ariel Mendez, Eduardo Molinari,
Movimiento Nacional Campesino Indígena, Armando y Miguel Angel Ortega, Miguel Pinkas, Susana Reyes, Carlos Rodriguez, Emilio
Ruiz, Miguel Angel Sandoval, Sercupo, José Surita, Raúl Tapia, Carlos Tyndyk y Yamil Wolluschek.

Proyecto Bicente cuenta con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes.

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