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AVENTURAS SIN PATINES

DANIEL F. AGUIRRE R.

INTRODUCCIÓN

Hace algunos años, cuando estábamos reunidos algunos amigos por motivo del
cumpleaños de uno de ellos, tuve una conversación acerca de la escritura y de lo que se
podía llegar a hacer en el futuro. Muchos de nosotros estábamos en la universidad
descubriendo la profesión que queríamos obtener, otros se dedicaban a trabajar
directamente y el resto hacía ambas cosas a la vez.

En el ir y venir de las conversaciones y con la llegada frecuente de una copa de


whisky a nuestro poder, los tópicos variaban y los grupos también. La distribución por lo
general se desarrollaba con temáticas relacionadas a economía, política, nimiedades varias,
estupideces frecuentes, indiferencia absoluta y risas (que era en la única actividad en la que
participábamos todos al mismo tiempo).

En un momento de descanso en que usábamos el balcón de la casa donde nos


encontrábamos para fumar un cigarrillo, tuve la oportunidad de conversar con uno de mis
amigos acerca de mi novato ingreso al mundo de las letras. Desde que tuve la edad de 18
años empecé a desarrollar un hábito de lectura y escritura en donde daba a conocer mis
puntos de vista acerca de motivos varios. Fue así como hubo la oportunidad en que pude
colocar un par de mis ensayos en un bar de la ciudad que ya no existe más. Mis amigos (no
todos) dedicaron atención a esta escritura dando el pie para que algunos de ellos se
interesen en lo que hacía. Fue justamente cuando este amigo, al cual considero mucho y
sigue siendo uno de ellos, de manera muy particular me propuso que hiciera un conjunto de
ensayos en donde se podría rememorar nuestras actividades juveniles. Recuerdo sonreí por
la idea y también por lo complicado que sería hacerlo. No es sencillo relatar un suceso, y
peor aún cuando existen tantos puntos de vista acerca del mismo. Me dio como plazo para
el desarrollo de esta obra hasta que cumpliera la edad de 30 años.

Hace aproximadamente dos años decidí poner en práctica la idea de escribir un libro
que contenga múltiples anécdotas tanto de mi infancia como de mis años colegiales. Es
cierto que existen muchas historias por contar y que no se encuentran incluidas en estas
páginas, pero he podido desarrollar algunas de ellas de la mejor manera que he podido para
que puedan ser interpretadas.

Las historias están relatadas desde mi punto de vista y no necesariamente son


verídicas completamente, sino que me he dado la libertad para desarrollarlas colocando
características de sus personajes, algunos reales y otros fruto de mi imaginación, para que el
relato tome forme y resulte más atractivo.

Es cierto que algunas personas se sentirán identificadas en algún momento con las
anécdotas que he relatado, y es una de las ideas principales de este trabajo: lograr recordar
quienes fuimos y las cosas que vivimos en una época distinta a la actual. Espero que por
medio de estas letras las personas con quienes viví y tuvieron pie en estas historias, se
sientan comunicados de alguna manera con los tiempos de antaño para que dibujen en su
memoria los recuerdos de sus vidas y su semblante regale una sonrisa y, por qué no, una
carcajada.

Hay algo que quisiera contar, y es el porqué del nombre de este libro: los patines
fueron uno de los pocos instrumentos para realizar una actividad deportiva que no pude
controlar. Una vez intenté desarrollarla con patines de cuatro ruedas (no en fila como los
más novedosos y veloces) y no fui apto para el mismo debido a mi deficiente capacidad de
mantenerme en equilibrio. Nunca más probé con estos patines de cuatro ruedas y tampoco
me rendí a la idea de no poder usarlos. Fue así como luego en la ciudad de Quito, en el
Palacio del Hielo ubicado en el Centro Comercial Iñaquito – CCI, hice uno de mis mejores
shows como entretenedor de masas.

En ese tiempo estuve cursando estudios universitarios y una de mis primas iba a
realizar un viaje al extranjero. Con ese motivo hubo la oportunidad de poder encontrarnos
un grupo de familiares y amigos para hacer una despedida para la prima a punto de disfrutar
de sus vacaciones. El lugar de reunión fue la pista de patinaje en hielo, adonde decidí
lanzarme para intentar nuevamente el arte de patinar con unos botines distintos, ya que con
los de ruedas no me fue sencillo aprender. He aquí mi primer error.

La fricción entre los patines y el hielo es mucho menor que la de las ruedas con el
asfalto y por tanto es más difícil mantener el equilibrio, por cuya razón respeto mucho a las
personas que realizan piruetas en esta modalidad y los muchos saltos que pueden lograr.

Como era de esperarse, todos ingresamos a la pista de patinaje que estaba llena de
gente, diría que probablemente unas cincuenta personas entre niños, jóvenes y adultos que
giraban en sentido antihorario en la pista. Muchos de nosotros (los niños y yo) usábamos
los límites de la pista como lugar de apoyo mientras lográbamos mantener el equilibrio y
sentir por milisegundos la sensación de disfrute del patinaje. En realidad mi impaciencia
ganó lugar en esta práctica pues deseaba ir más rápido y eso era complicado debido a la
cantidad de niños en fila alrededor de la baranda.

Fue entonces cuando decidí lanzarme por la pista luego de haber pedido una clase
superavanzada de indicaciones básicas sobre cómo acelerar, comprender la forma de dar
impulso y de la misma manera lograr detenerme. La parte de detenerme me resultó muy
complicada así que decidí experimentar poco a poco para comprender la técnica y buscar
cual era la que mejor se acomodaba a mi ritmo. Uno de mis primos y un amigo suyo, que
maniobraban con habilidad, fueron mis instructores.

Me lancé al estrellato en mi pequeña y corta carrera de patinador. De manera rápida


y sin dar espacio a quedarme deslizando sin control por la pista de hielo, me empujé con
todas mis fuerzas hacia el centro de la pista logrando alcanzar una línea recta en la cual mi
velocidad se incrementaba con cada impulso. La sensación fue muy emocionante y me
provocó un sentimiento de alegría infinita. Pero no duró ni tres segundos, cuando me di
cuenta de que no había más pista y necesitaba detenerme. No lo logré. Descubrí que al
llegar a toda velocidad al límite de la pista iba a desbaratarme y debía frenar usando mis
manos y piernas como amortiguadores sobre las paredes laterales absorbiendo toda la
energía cinética acumulada, lo que provocaba un poco de dolor que lo ubiqué en la
categoría de tolerable.

Así fue como usé la mayor cantidad de tiempo en la pista con los consejos de mis
instructores en cada uno de mis intentos para poder lograr curvas y no seguir solo en línea
recta. Las veces en que perdí el equilibrio fueron innumerables y debido a la forma en
cómo caía y a mi persistencia por tratar de hacerlo bien la siguiente vez que lo intentaba,
me convertí en el payaso de la pista para mis tíos que disfrutaban desde el graderío mientras
cada caída resultaba graciosa en aumento.

Mis primos, al ver que no me preocupaba de mi inutilidad, y viendo que la


sobrellevaba de forma alegre, decidieron darme unas clases avanzadas agarrándome cada
uno de mis brazos y llevándome por toda la pista para hacerme disfrutar, como ellos, de lo
que se sentía saber patinar. En ese momento nació la idea macabra por parte de mi primo y
en complicidad con su ayudante me preguntaron si estaba listo como para que me soltaran.
Al responderles afirmativamente, empezaron a dar vueltas a mayor velocidad. Se sentía la
adrenalina a pasos acelerados en el desarrollo de este deporte cuando, de repente y sin
previo aviso, mis instructores me soltaron a toda velocidad para ver el desenlace sobre los
límites de la pista, estrellándome estrepitosamente.

Las risas estallaban por todo el lugar entre las personas que habían logrado ver mi
acto, y mis instructores con sus caras serias, pensando en que mi ira despertaría por
semejante broma, llegaron a socorrerme. Para sorpresa de ellos, me estaba desternillando de
la risa (y algo también venía por el dolor causado, que no era de gravedad) pidiéndoles que
por favor lo repitiéramos. Sus rostros dibujaron una sonrisa de complicidad y sin perder
más tiempo, me agarraron de los brazos ayudándome a poner en pie y repetir por muchas
ocasiones el aumento de la velocidad y la mediocre maniobra para detenerme.
Casi al finalizar el tiempo de nuestra estadía en el local, y con menos gente,
empezamos a hacer un tren de personas para patinar formando una larga serpiente alrededor
de la pista. De esta manera hasta los más pequeños podían disfrutar de la velocidad
dibujando diferentes formas sobre el hielo y realizando giros rápidos y divertidos. De igual
forma y en complicidad con mis instructores decidimos realizar algo para poder reírnos. Lo
logramos al ganarnos la confianza de las personas que componían el largo tren, y en el
momento de alcanzar la mayor velocidad, nos separábamos súbitamente del grupo y,
debido a que no había ningún tipo de control, se desarrollaba un gran choque entre sus
componentes, saliendo todos desbaratados y resbalándonos por todo el lugar. Nadie salió
herido, pero eso sí muchos terminamos con los pantalones mojados debido a la cantidad de
veces que estuvimos en contacto con el frío hielo.

Al finalizar nuestras risas y carcajadas por el patinaje, el comentario por parte de


todos fue unánime: “Daniel, eres pésimo para patinar”, y era muy cierto. Lo bueno es que
después de todo pude disfrutar del deporte logrando ser parte del grupo y de igual forma
poder sacarles unas carcajadas mientras hacía intentos desesperados por aprender algo del
complicado deporte.

Esa fue la única vez que tuve una aventura con patines, el resto de mi vida se ha
venido desarrollando sin ellos.

Espero que las personas que se encuentran a punto de leer las páginas de estas
historias encuentren un momento de relajación y placer al recordar un poco de sus vidas o,
en su defecto, reírse de la mía.

En una ocasión leí este refrán: “Dichoso aquel que puede reírse de sí mismo pues
así nunca tendrá motivos para dejar de hacerlo”, y tiene mucha razón. Espero que en
algún momento lo puedan aplicar y de esa forma nunca dejar de sonreír.

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