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El color vale y tiene razón de ser según la luz que lo ilumine. Si observamos un objeto,
el color que vemos depende de las propiedades del material, el tipo de luz que lo
ilumina y las características de la visual individual del observador. Al percibir el color
entran en juego nuestras propias vivencias y sensaciones, inclusive evocaciones.
Vassily Kandinsky dice que la forma misma, aunque sea abstracta o geométrica, tiene
sonoridad interna, y siempre la forma contiene al color. Vale decir que si pensamos en un
color no lo vemos por el color mismo, sino que debe estar dentro de una forma. Cada matiz,
cada color, genera más imágenes. Esto va directamente relacionado con cada persona,
dependiendo de su individualidad, edad, sexo, estado emotivo, personalidad, experiencia.
Esto determinará la individualidad de la forma con respecto a la individualidad del color,
ambos en interconexión expresiva.
Reflexionemos acerca del color en la pintura, en un cuadro, el color, los acentos que
profundizan lo más importante, marcando distintas funciones como:
Como ya se menciono la sintaxis son los signos y los códigos del lenguaje y la semántica es la
forma en la se acomodan dichos códigos para poder ser entendidos por muchas personas.
Como se utilizan diferentes códigos y signos en nuestro mundo se necesita tener un código
que sea casi universal. Esta podría ser el del color ya que es el más empleado y conocido por
todos ya que este tiene su propia forma de usar el cual es la pragmática que es la forma de
usar los colores y con esto articular un lenguaje coherente y el cual puede ser entendido
por muchas personas. Ya que una de las formas con la que sabemos algunas cosas es por
medio de la intuición la cual puede ser connotativa y empírica.
SINESTESIA
El color en el gusto. Para la sensibilización gusto color se utilizaron dos elementos que
pertenecen al sistema espectral, el salado que esta representado por el amarillo, verde que
representa el ácido del producto ya que el componente principal de los Fritos son de sal y
limón. Así expresamos cromáticamente las sinestesias obtenidas a partir de estos sabores
sentidos.
La sugerencia táctil del color. La expresión cromática se refiere en este caso a los colores
blandos, calido y pesado, representado por el amarillo y el verde, y así se emplearon estos
calificativos para designar las sugerencias que obtenemos de los signos cromáticos al
efectuar la lectura háptica.
Aroma y color. La sistematización que aquí emplearemos será la de Piésse, por lo que los
elementos que se utilizaron para la sensibilización serán representados en el rojo canela,
que se utilizó en el fondo del logotipo que representa el limón.
Kandinsky en "De lo espiritual en el arte"
MORADO "O, supremo Clarín lleno de los estridores extraños, Silencios atravesados de
Mundos y de Ángeles: O el Omega, rayo morado de Sus Ojos!"
Rimbaud
SOMBRA "Hijo de pescador, el océano tenía que inducirme -sin rodeos y por accidente- a la
humildad del suelo terrestre (humus)."
Guillevic
W.Kandisnky
Composición IV
Kandinsky fue el iniciador de una nueva tendencia artística, la abstracción, que sólo a partir
de la Segunda Guerra Mundial se extenderá por Europa y EE.UU. Su pintura eruptiva y
lírica también prefigura el dibujo informal de los años cincuenta, y su nueva experiencia
influirá en la historia del arte al liberar al color de la servidumbre del objeto.
Kandinsky considera los colores y las formas en sí mismos como los medios más puros para
la expresión pictórica de una emoción. Para alcanzar esta esencia del arte, se situó, como la
música, ante una serie de formas inmateriales. Para ello necesitó buscar el ritmo, la
construcción abstracta, el dinamismo del color. Las obras de esta época, que, en contraste
con la evolución posterior hacia una abstracción más geométrica, se suelen denominar su
“período dramático”. Conservan muchas veces resonancias figurativas que se relacionan
todavía con sus primeros temas de leyendas, con jinetes, montañas, batallas y temas
religiosos.
Biografía:
Vassily Kandinsky dedicó gran parte de su vida a la investigación del color en la pintura;
trabajó en ello de forma obsesiva, a base únicamente de colores y formas. Ha sido
profunda la influencia de Kandinsky en el arte posterior a él y su investigación y teoría es
de una importancia fundamental para el concepto del color en el arte actual. De su libro De
lo espiritual en el arte es el extracto siguiente, acerca de los estímulos y respuestas
sensoriales específicos de cada color.
Verde: es el color más tranquilo. Tiende a no moverse en ninguna dirección. No tiene ningún
matiz, no pide nada. No llama a nadie. La ausencia constante de movimiento es una cualidad
de este color que actúa de manera beneficiosa sobre los seres y las almas cansadas; pero al
cabo de un cierto tiempo de descanso, puede resultar aburrido. El verde es el color clave
de la Naturaleza que ha superado su turbulenta adolescencia y conduce a una calma de
satisfacción.
Blanco: a veces se considera color y a veces no color. Los impresionistas no ven el blanco en
la Naturaleza. El blanco es el símbolo de un mundo en donde han desaparecido todos los
colores como cualidades y sustancias materiales. El blanco es un silencio frío e infinito,
pero que, de pronto, puede comprenderse. Es el color de la alegría pura y de la pureza
inmaculada.
Rojo: es la más vehemente sensación de fuerza, energía, impulso, alegría, triunfo. El rojo es
la pasión incandescente y constante.
Marrón: color chato y duro. El marrón es un color capaz de poco movimiento y en el que
resuena el rojo con un bullir apenas perceptible. A pesar de su sonido externo flojo,
interiormente el marrón puede tener un efecto sonoro potente.
Naranja: se parece a una persona convencida de sus fuerzas. Despierta una sensación de
salud.
Violeta: tiene algo de culpable, enfermizo, apagado, despreciado y, por ello, triste. También
es, a veces, un color de luto.
Para terminar, interesa resaltar y concretar que el aspecto psicológico subjetivo del color
es una sensación permanente que corresponde a un estimulo constante. De cualquier prenda
en la vestimenta que uno lleva puede obviar y olvidar ciertas cualidades, como la textura, el
peso, el grosor, incluso la forma, pero no puede obviar lo más mínimo de la presencia del
color de esa prenda. Haga alguna encuesta cada alumno de la clase para comprobarlo. De
aquí la importancia que para nosotros tienen los próximos capítulos sobre la tintura.
Razones objetivas
Razones subjetivas
Además de la particularización de estos ejemplos, lo cierto es que cada uno de los colores
tiene la propiedad de causar sensaciones específicas en nuestro psiquismo.
3. El artista, en tanto amanuense del arte, expresará lo que es específico del arte en
general (elemento de lo genuina y sempiternamente artístico, que sobrevive en todos los
hombres, tiempos y tierras, se pone de manifiesto en las obras de arte de cada artista de
cualquier nación y cualquier época y, como esencia del arte, se sustrae al tiempo y al
espacio). Solamente con penetrar con los ojos del espíritu a los dos primeros elementos, el
tercero se evidencia. Es allí cuando comprendemos que una columna rudimentariamente
labrada de un templo indio fue originada por un espíritu idéntico al de cualquier obra
moderna.
En cada época, el estilo personal y temporal produce formas materiales que, a pesar de sus
artificiosas diferencias, están conectadas orgánicamente de tal modo que pueden ser
consideradas como una forma única: el sonido interior es igual en todas ellas.
Los elementos personales y temporales son subjetivos. Todos los tiempos han querido
expresar y representar su existencia en forma artística. El artista también quiere
expresarse y utiliza para ello formas que le sean análogas espiritualmente.
Paulatinamente se va construyendo el estilo de una época, esto es, una cierta forma
subjetiva y exterior. En cambio, lo genuina y sempiternamente artístico es el elemento
objetivo oculto que se expresa gracias al elemento subjetivo.
Las formas admitidas hoy son ejemplo de una conquista de la necesidad interior de ayer que
se ha instalado en una etapa de liberación. La libertad actual fue producto de una lucha, y al
igual que otras veces, hay quienes la consideran "la última palabra". Uno de los principios de
esta libertad restringida es que le artista puede utilizar cualquier medio expresivo,
siempre que se mantenga en el orden de las formas tomadas de la naturaleza. Pero este
principio, al igual que todos los precedentes, es sólo temporal: es la expresión exterior
presente y la necesidad externa actual. Pero, desde lo concerniente a la necesidad interior,
no pueden existir límites, por lo cual el artista debe ubicarse en la base interior vigente,
carente de límites externos; en otras palabras, el artista puede echar mano de cualquier
forma para expresarse.
Vemos de esta manera -y esto es primordial para todos los tiempos, particularmente para
el nuestro- que lo personal, el estilo (e incluso lo nacional) no se adquiere voluntariamente y,
por lo tanto, no tiene la importancia que hoy se le imprime. Se hace evidente que el
parentesco general de las obras, que se afianza y no se empobrece con el tiempo, no se
encuentra en la forma, en lo externo, sino en el origen de los orígenes, en el contenido
místico del arte.
La subordinación a una escuela, el propósito de una línea general, el deber de una obra a
principios y a medios expresivos, específicos de una época, orientan hacia caminos
equivocados y, naturalmente, dan por resultado confusión, oscuridad y mudez. El artista
debe estar ciego ante las formas aceptadas o rechazadas, sordo ante las lecciones y fines
de su tiempo.
Atentamente sus ojos deben volcarse hacia la vida interior y sus oídos estar prestos a la
necesidad interior. De esta manera, sencillamente utilizará tanto los medios autorizados
como los prohibidos.
Ésta es la única fórmula para expresar la necesidad mística. Todos los medios son sacros, si
son necesarios interiormente, y todos son profanos, si no surgen de la fuente de la
necesidad interior.
Por otro lado, a pesar de que se realicen análisis infinitos sobre esta cuestión, aún la teoría
es prematura. En el arte la teoría no avanza trayendo detrás de sí a la praxis, sino que
acontece lo inverso. En el arte se trata fundamentalmente de intuir, sobre todo en los
comienzos. Aunque la teoría pura pueda participar en la construcción general, lo que
conforma la esencia auténtica de la creación no se produce ni se halla por intermedio de la
teoría; es la intuición la que gesta la creación. El arte influye en la sensibilidad y, por ende,
sólo puede producirse gracias a ella. Nunca se conseguirán resultados artísticos, con el
cálculo matemático y la especulación deductiva, aunque se funden en medidas indiscutibles
y pesos exactos. No es posible proponer matemáticamente ni hallar las medidas y los pesos
del arte.
La medida y el equilibrio no deben buscarse fuera sino dentro del artista, forman lo que
puede denominarse su percepción de límites, su tacto artístico -atributos innatos del
artista que se alimenta hasta llegar a una revelación extraordinaria gracias a su
entusiasmo. En esta línea podemos entender el posible bajo continuo en la pintura,
anunciado por Goethe. Por ahora, sólo presentimos una gramática pictórica de esta índole;
cuando se ejecute estará fundada principalmente, no en leyes físicas (como se intentó y se
sigue intentando con el cubismo), sino en la ley de necesidad interior, que puede ser
calificada como anímica.
Es, por ende, preciso y nunca perjudicial que el artista conozca el punto de partida de estos
ejercicios, que consiste en la exaltación del valor interior de su material con una balanza
objetiva; esto es, en nuestro caso, el análisis del color, que deberá influir sobre diversas
personas.
No se necesita, para ello, sumergirse en hondos y complejos matices del color, sino
simplemente alcanzar una definición lógica de los colores simples.
Tomemos primero los colores aislados y permitámosles influir sobre nosotros según un
esquema simple y planteando la cuestión de la manera más sencilla posible.
De esta manera, cada color tiene cuatro tonos clave: caliente claro, caliente oscuro, frío
claro y frío oscuro.
Los colores que ocasionan el movimiento horizontal de otro color, están determinados
también por ese movimiento, y poseen otro simultáneo que los individualiza por su efecto
interior. Se establece de esta manera la primera gran antinomia, de acuerdo con el valor
interior. La orientación de un color hacia el frío o el calor, tiene una importancia interior
primordial.
La otra antinomia importante se funda en la oposición entre el blanco y el negro, los colores
que instauran la otra dupla de tonos clave: la tendencia hacia la luminosidad o a la
oscuridad. Aquí también acontece un fenómeno de proximidad o distancia respecto del
espectador, pero ya no dinámica sino estáticamente (ver gráfico I).
El segundo movimiento del amarillo y el azul, dentro de la primera antinomia, es centrífugo
o centrípeto. Si trazamos círculos idénticos y coloreamos uno con amarillo y otro con azul,
percibiremos que el amarillo irradia energía, toma un movimiento desde el centro que lo
aproxima ostensiblemente al espectador. El azul, en cambio, produce un movimiento
centrípeto (como un caracol que se introduce en su caparazón) que lo distancia del
espectador. El primer círculo impacta sobre la vista, el segundo la atrae.
Si queremos enfriar el amarillo (cálido por excelencia), aparece un tono verdoso y el color
pierde dinamismo, tanto el movimiento horizontal como el centrífugo al tiempo que toma
calidad de enfermizo y ensimismado, como una persona llena de entusiasmo y fuerza que se
viera reprimida por circunstancias externas. El azul detiene al amarillo con su movimiento
opuesto. Si agregamos más azul, los movimientos antinómicos se contrarrestan, dando como
resultado la calma, y la inmovilidad del verde.
Esto mismo ocurre con el blanco mixturado con negro: el color pierde su consistencia y
aparece el gris, que se parece al verde respecto de su valor moral.
En el verde, en cambio, acechan el amarillo y el azul como potencias latentes que pueden
renacer. El verde posee una vitalidad que esta absolutamente ausente en el gris, porque el
gris se compone de colores que no tienen fuerza activa (movimiento), sino que poseen una
resistencia estática o, mejor, un estatismo carente de toda resistencia (cual un muro tan
alto que se pierde en el infinito, o como un pozo sin forma).
Los colores que componen al verde son activos y móviles, por lo que se puede establecer
teóricamente, según el tipo de movimiento, qué efectos espirituales causa.
Experimentalmente, permitiendo al color actual sobre nuestros sentidos, tendremos el
mismo resultado. De esta manera, el primer movimiento del amarillo, un empuje hacia es
espectador, que puede incrementarse hasta la agresividad, y el segundo, que se extralimita
y emana energía a su alrededor, pueden compararse con los atributos de una fuerza física
que se vuelca inconscientemente sobre un objeto y se vierte hacia todos los costados.
Observado directamente, en cualquier forma geométrica, el amarillo intranquiliza al
espectador, lo estorba y lo estimula, muestra un matiz de violencia en su expresión, que
influye obstinada y vergonzosamente sobre su sensibilidad.
La particularidad del amarillo, de inclinarse siempre hacia los tonos más claros, puede
incrementarse hasta llegar a un grado de fuerza y estridencia intolerables para el ojo y el
espíritu. Un amarillo intensificado de tal forma suena como una trompeta ejecutada con
toda la energía, o como un tono de clarín. El amarillo es un color típicamente terrenal, sin
gran profundidad. Enfriado con azul, adquiere, como dijimos, un tono enfermizo.
Comparando con el estado anímico de un hombre, podría corresponder a la expresión
cromática de la locura; no de la nostalgia o de la hipocondría sino de la locura furiosa, la ira
ciega, el delirio. El loco ataca a los otros, destruye todo y descarga sus fuerzas físicas por
todos lados, gastándolas sin objeto y sin límites, hasta acabar con ellas. Sería comparable
también al desgaste salvaje de las últimas fuerzas del estío en la hojarasca otoñal, que
carece del tranquilizador azul perdido del cielo. Surgen colores de una fuerza irrefrenable,
carentes de la capacidad profundizadora que hallamos en el azul, teóricamente en el
movimiento físico (que lo distancia del espectador y lo concentra en sí mismo), y también en
su influencia directa sobre el alma (bajo cualquier figura geométrica). La inclinación del
azul a la profundidad ocasiona que justamente en los tonos oscuros adquiera su extrema
intensidad y fuerza interior. Cuanto más profundo es el azul, mayor es su capacidad de
atracción sobre el hombre; es un llamado infinito que gesta en el hombre el deseo de
espiritualidad y pureza. El azul es el color del cielo, azul lo imaginamos al oír esa palabra.
El amarillo se torna tan agudo con facilidad y es incapaz de descender a una gran
profundidad. El azul difícilmente se hará agudo y será incapaz de ascender a una gran
altura.
De la misma manera en que un cuadro pintado en armonía amarilla segrega calor espiritual, y
otro en tonos azules parece emitir frío (esto es, producen efectos activos, ya que el
hombre, como porción del universo, está creado para el movimiento permanente y quizá
perpetuo), el verde resuma aburrimiento (su efecto es pasivo). La pasividad es, por lo tanto,
el atributo más característico del verde absoluto, junto con una suerte de hastío y
autosatisfacción. El verde absoluto es en la escala de colores lo que en la sociedad la
burguesía: un elemento estático, conforme y limitado en todas las cuestiones. El verde es
como una vaca sana, pingüe y quieta, que rumiando observa con ojos soñolientos y atontados
el universo. El verde es el color del estío, cuando la naturaleza ha vencido la rebelión
adolescente de la primavera y se hunde en la tranquilidad satisfecha (ver gráfico II).
Si el verde absoluto se desequilibra, elevándose hacia el amarillo, se revitaliza, adquiere
juventud y alegría; al mezclar amarillo comienza a actuar una fuerza activa. Si desciende en
profundidad hacia el azul, tomo otro matiz. Se torna grave y reconcentrado. También aquí
comienza a actuar una fuerza diferente, de un carácter totalmente distinto. Entre la
luminosidad y la oscuridad, el verde conserva su esencia original indiferente y calma,
poniendo de relieve el primer atributo en la luminosidad y en la oscuridad, el segundo.
En la música podríamos asociar al verde absoluto con los tonos calmos, alargados y
semiprofundos del violín.
El sonido interno del negro es, en oposición, la nada sin oportunidades, la nada inerte luego
de apagarse el sol, un silencio eterno sin porvenir y sin expectativas. En música, sería una
pausa definitiva, luego de la cual comienza otro universo, ya que el que se cierra está
culminado y ejecutado siempre: el círculo está cerrado. El negro está muerto como una
hoguera quemada; es algo inerte como un cadáver, indolente y frío. Es como el cenit de la
vida, el silencio del cuerpo después de la muerte. Exteriormente es el color más insonoro; a
su lado cualquier otro color suena con energía y certeza, incluso los de menor resonancia.
Contrario a lo que sucede con el blanco, junto al cual todos los colores pierden fuerza hasta
casi desaparecer, quedando un tono frágil, mitigado.
El rojo, color que se presenta cálido y sin límite, causa el efecto interior de un color vivo y
movedizo, pero no posee la rapidez abrumadora del amarillo, sino energía y perseverancia.
Es un ardor vibrante, centrado en sí mismo y poco atrevido, es un símbolo de madurez viril
(ver gráfico III).
En la práctica, este rojo perfecto sufre enormes modificaciones, derivaciones y
diferencias: su forma material es rica y variada... ¡Pensemos en su gran gama: rojo saturno,
rojo bermellón, rojo inglés, barniz de granza, en tonalidades claras y oscuras! Puede
parecer cálido o frío sin perder nunca su tono básico.
El rojo cálido y claro (rojo saturno) se asemeja al amarillo medio; de hecho, contiene un
pigmento amarillento, y transmite fuerza, energía, empuje, coraje, felicidad, victoria y
otras sensaciones afines. Musicalmente es comparable al sonido de trompetas acompañadas
de tubas; es un sonido poderoso, constante y perturbador. Su tono medio (el bermellón)
añade tenacidad a sus sensaciones fuertes: es como una pasión obstinada e inextinguible,
una fuerza imbatible y concentrada en sí misma, que, sin embargo, puede mitigarse con el
azul, cual un hierro incandescente en el agua. Este rojo no admite al frío, que le arranca su
sonido y su significación. O dicho de otra manera: su enfriamiento repentino y trágico gesta
un tono que los pintores evitan por 'sucio', especialmente en la actualidad. Lo que implica un
error, ya que la 'suciedad', como toda representación material y ente tangible, posee
también un sonido interno. Por lo tanto, es tan arbitrario y unilateral el deseo de evitar la
suciedad en la pintura contemporánea como ayer fue el temor al color puro. Debemos tener
presente que todos los medios que provengan de la necesidad interior son puros. En este
caso, la suciedad exterior sería internamente pura, como la pureza externa suele ser
interiormente sucia. El rojo saturno y el rojo bermellón tienen un carácter similar al del
amarillo, pero su potencia hacia el espectador es menor: el rojo arde en sí mismo, no posee
el rasgo demencial del amarillo. Tal vez por esto se lo prefiera en lugar de ese color. La
ornamentación rudimentaria y popular lo usa con frecuencia; también es corriente
encontrarlo en los trajes populares, en los que sobresale como complementario del verde,
principalmente al aire libre. Solos, estos rojos tienen una condición activa y material, algo
inadecuada a las profundidades, como el amarillo. En un ámbito superior únicamente se
posesiona de un sonido más profundo. Es peligroso oscurecerlo con negro, porque un negro
inerte extingue su fuego y lo minimiza. De esta forma surge el marrón, color plano y duro,
incapaz de mucho movimiento, y donde la resonancia del rojo es un bullir apenas
distinguible. Pero el marrón emite un inmenso sonido interno a pesar de su escaso sonido
externo. Un uso propicio puede gestar una belleza incomparable: la demora. Si el rojo
bermellón se asemeja al sonido de una tuba, el marrón se acerca al sonido de un tambor.
Como todos los colores esencialmente fríos, como por ejemplo el barniz de granza, un rojo
puede enriquecerse en profundidad (especialmente con barniz). Su condición cambia
entonces considerablemente: la sensación de fuego puede crecer mientras va
desvaneciéndose el elemento activo. Pero este elemento no llega extinguirse
completamente, como ocurre en el verde oscuro, sino que aguarda oculto, como quien se
marcha pero continúa acechando y puede dar un salto violento. Aquí se funda precisamente
el gran contraste entre el rojo y el azul profundo: el rojo mantiene algo corporal aun en
este tono, como los apasionados tonos medios y bajos del violonchelo. El rojo frío claro
posee un carácter corpóreo mayor, como la estridencia de la alegría juvenil, como una mujer
joven, pura y fresca. Musicalmente esta sensación puede expresarse con los tonos altos,
claros y vibrantes del violín. Las muchachas jóvenes tienen una gran inclinación por este
color, que únicamente se intensifica si se mezcla con blanco.
El rojo cálido, reforzado con un amarillo acorde, da por resultado el naranja. Gracias a esta
unión, el movimiento interior del rojo se transforma en un movimiento de emanación que lo
difunde a su alrededor. El rojo, que conserva una fuerza relevante en el naranja, retiene en
él un matiz de gravedad. Como una persona tan conveniencia de sus fuerzas que parece
saludable. Su sonido es comparable a la campana de una iglesia llamando al Ángelus, o al de
un poderoso barítono, o al de una viola tocando un largo.
El violeta es, entonces, un rojo enfriado, tanto física como psíquicamente, por eso parece
enfermizo, apagado (como la escoria) y melancólico. Es razonable que sea considerado
propicio para vestidos de ancianas. Los chinos lo usan como color de luto. Musicalmente
recuerda al sonido de la corneta inglesa o de la gaita, y cuando es hondo, a los tonos bajos
de los instrumentos de madera (el fagot, por ejemplo).
Los dos últimos colores analizados, productos de la unión del rojo con amarillo o con azul,
tienen un equilibrio inestable. Cuando los mezclamos observamos su tendencia a perder el
equilibrio. Recuerda al equilibrista que debe tomar precauciones a cada paso, balanceándose
a cada lado. ¿Dónde comienza el naranja y dónde acaban el amarillo y el rojo? ¿Dónde está
la frontera del violeta? ¿Cuál es el punto que lo distingue exactamente del rojo y del azul?
El violeta y el naranja componen la cuarta y última antinomia en el ámbito de los colores
simples y primigenios; desde un punto de vista físico, son complementarios como los de la
tercera antinomia -rojo y verde- (ver gráfico IV).
Los seis colores que en duplas componen las tres grandes antinomias conforman un círculo
inmenso, como una serpiente que se muerde la cola (emblema del infinito y la eternidad). A
su izquierda y a su derecha se gestan dos grandes posibilidades de silencio: la muerte y el
alumbramiento (ver gráfico V)
Evidentemente, las caracterizaciones que realizamos sobre los colores simples son
aproximadas y provisorias, al igual que las sensaciones que utilizamos para expresarlas
(felicidad, melancolía y otros). Estas sensaciones son solamente ciertos estados anímicos.
Pero los tonos de los colores, como los musicales, están fuertemente matizados, engendran
vibraciones anímicas mucho más sutiles que las que se pueden manifestar con palabras.
Todos los tonos consiguen ser expresados en palabras, pero queda siempre un resto
inexpresable, que no es algo superfluo sino precisamente lo esencial. Por esto las palabras
nunca dejarán de ser simples indicadores, rótulos externos de los colores. La potencialidad
del arte monumental reside en la imposibilidad actual de reemplazar la esencia del color por
una palabra u otro medio expresivo. En él se concentra una de las múltiples y variadas
combinaciones asequibles, fundadas en lo que hemos estado analizando. En el arte
monumental, un mismo sonido interno puede expresarse por diversas arte en el mimo
momento; cada una de ellas, además de participar en el efecto general, ofrecerá un efecto
propio, enriqueciendo y robusteciendo el sonido interior general. O puede estar en primer
plano la contradicción entre artes diferentes, sobre un fondo de otros contrastes. Muchas
veces se ha dicho que la posibilidad de reemplazar un arte por otro (por la palabra, la
literatura, por ejemplo) desmiente la necesidad de diversas artes. Pero no es cierto, ya
que, como se ha dicho, no se puede repetir un mismo sonido por medio de artes diferentes.
Ya aun cuando fuera posible, esa repetición presentaría otro color, por lo menos
exteriormente. Y aunque esto tampoco sucediera, es decir, que la repetición de un mismo
sonido por medio de artes diferentes diera por resultado realmente el mismo efecto
(interior y exteriormente) con extremada precisión, esa repetición contendría en sí misma
un valor. La reiteración de sonidos iguales y su acumulación intensifican la atmósfera
espiritual necesaria para la gestación de determinados sentimientos (aun los más sutiles),
igual que ciertos frutos necesitan para su maduración, la atmósfera densa del invernadero.
Pero la atmósfera espiritual no está formada únicamente por lo que muestra este ejemplo
gráfico. Espiritualmente es como el aire: puede estar limpio o cargado de elementos
variados. No sólo son elementos de esta atmósfera espiritual las acciones observables y los
pensamientos expresados, sino también las acciones ocultas que los otros desconocen, los
pensamientos desorganizados y los sentimientos sin expresar (esto es, toda la vida interior
de un ser humano). Suicidios, asesinatos, violencia, ideas impropias e indignas, odio,
enemistad, egoísmo, envidia, patriotismo, partidismo, son algunos elementos espirituales,
entidades del espíritu que conforman esa atmósfera. Por otro lado, la voluntad de sacrificio
y solidaridad, los pensamientos puros y sublimes, el amor, la caridad, la generosidad, la
justicia, el sentimiento humanitario, son también entidades espirituales que iluminan a
aquellos sentimientos como el sol extermina a los microbios, dejando limpia la atmósfera .
Otra repetición (más compleja) sería aquella en que intervienen diversos elementos en
diferente medida. En nuestro caso, serían las diversas artes en el arte monumental, donde
su sumarían y realizarían. Este tipo de reiteración es más eficaz todavía, ya que las
diversas personalidades humanas responden de formas diferentes a cada medio del arte:
sobre unas influye la música (que influye en todos, casi sin excepción), sobre otras, la
pintura y sobre las demás la literatura. Debemos añadir que las energías latentes en cada
una de las artes son diferentes en realidad, de manera tal que recrudecen su efecto en la
misma persona, a pesar de que actúan separada e independientemente. Partiendo de la
actividad indescriptible de cada color aislado, confluyen en armonía diversos valores.
Cuadros y mueble completos son dotados de un tono específico, seleccionado por
imperativos del arte. La penetración de un tono cromático o la aleación de dos colores por
la cercanía que los funde, erige muchas veces la base sobre la que se construye la armonía
cromática. Cabe concluir, a partir de todo lo analizado sobre el efecto de los colores y
sobre nuestro tiempo lleno de interrogantes, intuiciones e hipótesis y, por ende, de
contradicciones (tengamos presente los capítulos sobre el triángulo), que precisamente
nuestra época tiene dificultades para admitir una armonización basada en los diversos
colores. Escuchamos la música de Mozart con envidia y devoción, acompañadas de
melancolía. Para el caos de nuestra vida interior, proveen una pausa agradable, un sosiego y
una esperanza, pero las escuchamos como sonidos de otro tiempo, pretérito y, en verdad,
extraño. Nuestra armonía se compone por una puja de sonidos, desequilibrios, premisas que
son desatendidas, redobles sorpresivos de tambor, grandes interrogantes, impulsos sin
sentido aparente, entusiasmo exacerbado y nostalgia, cadenas e hilos rotos que se
entrelazan, contradicciones y contrastes. La composición fundad sobre esta armonía ofrece
una yuxtaposición de formas cromáticas y gráficas independientes, que se encuentran
fuera de la necesidad interior, constituyendo una totalidad denominada comúnmente
cuadro.
Las secciones aisladas importan solamente: todo lo otro (aun la preservación del elemento
figurativo) es secundario, constituye un sonido complementario.
Es sorprendente que precisamente la combinación del rojo y azul fuera una de las más
utilizadas por los artistas primitivos (alemanes, italianos y otros) y que sobreviva en las
formas artísticas heredadas de aquellas épocas (el arte sacro popular, por ejemplo). En las
obras artísticas pictóricas y plásticas de ese tiempo encontramos muchas veces a la Virgen
representada con un vestido rojo y un manto azul. Cual si el artista desease simbolizar la
gracia divina que cubre al ser humano, cubriendo su imagen con un manto de divinidad. A
partir de nuestro análisis de la armonía, se infiere que, hoy más que en ningún otro tiempo,
la necesidad interior reclama un poderoso arsenal de medios expresivos.