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Los caballos de los conquistadores causa asombro, pone espanto, roba fuerzas,

y entre el coro de los indios,


sin que nadie haga un gesto de reproche,
¡Los caballos eran fuertes! llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas
¡Los caballos eran á giles! las insignias imperiales.

Sus pescuezos eran finos y sus ancas ¡Los caballos eran fuertes!
relucientes y sus cascos musicales... ¡Los caballos eran á giles!

¡Los caballos eran fuertes! El caballo del beduino


¡Los caballos eran á giles!¡ que se traga soledades.
El caballo milagroso de San Jorge,
No! No han sido los guerreros solamente, que tritura con sus cascos los dragones infernales.
de corazas y penachos y tizonas y estandartes, El de Cé sar en las Galias.
los que hicieron la conquista El de Aníbal en los Alpes.
de las selvas y los Andes: El Centauro de las clá sicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre,
que galopa sin cansarse,
Los caballos andaluces, cuyos nervios y que sueñ a sin dormirse,
tienen chispas de la raza voladora de los á rabes, y que flecha los luceros,
estamparon sus gloriosas herraduras y que corre como el aire,
en los secos pedregales, todos tienen menos alma,
en los hú medos pantanos, menos fuerza, menos sangre,
en los ríos resonantes, que los é picos caballos andaluces
en las nieves silenciosas, en las tierras de la Atlá ntida salvaje,
en las pampas, en las sierras, soportando las fatigas,
en los bosques y en los valles. las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las fé rreas armaduras,
¡Los caballos eran fuertes! cual desfile de heroismos,
¡Los caballos eran á giles! coronados entre el fleco de los anchos estandartes
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.

Un caballo fue el primero,


en los tó rridos manglares, En mitad de los fragores del combate,
cuando el grupo de Balboa caminaba los caballos con sus pechos arrollaban
despertando las dormidas soledades, a los indios, y seguían adelante.
que de pronto dio el aviso Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!",
del Pacífico Océ ano, porque rá fagas de aire entre el humo y e fulgor de los metales,
al olfato le trajeron se veía que pasaba, como un sueñ o,
las salinas humedades; el caballo del apó stol a galope por los aires

y el caballo de Quesada, que en la cumbre ¡Los caballos eran fuertes!


se detuvo viendo, en lo hondo de los valles, ¡Los caballos eran á giles!
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una có lera salvaje, Se diría una epopeya
saludo con un relincho de caballos singulares
la sabana interminable... que a manera de hipogrifos desolados
y bajó con fá cil trote, o cual río que se cuelga de los Andes,
los peldañ os de los Andes, llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes,
cual por unas milenarias escaleras de unas tierras nunca vistas,
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales... a otras tierras conquistables.
Y de sú bito, espantados por un cuerno
¡Los caballos eran fuertes! que se hincha con soplido de huracanes,
¡Los caballos eran á giles! dan nerviosos un soplido tan profundo,
que parece que quisiera perpetuarse.
Y en las pampas y confines
Y aquel otro, de ancho tó rax, ven las tristes lejanías
que la testa pone en alto y remontan las edades
cual queriendo ser má s grande, y se sienten atraídos
en que Hernán Corté s un día por los nuevos horizontes:
caballero sobre estribos rutilantes, Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape.
desde Mé xico hasta Honduras
mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,
es má s digno de los lauros Detrá s de ellos, una nube,
que los potros que galopan que es la nube de la gloria,
en los cá nticos triunfales se levanta por los aires.
con que Píndaro celebra
las olímpicas disputas ¡Los caballos eran fuertes!
entre el vuelo de los carros y la puga ¡Los caballos eran á giles!

de los airesY es má s digno todavía


de las odas inmortales
el caballo con que Soto, dié stramente,
y tejiendo las cabriolas como é l sabe,

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