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Morris West
Para
S ILVIO S TEFANO
sabio consejero, abogado honesto,
amigo de mi corazón
LIBRO PRIMERO
La gente escrupulosa no es adecuada
para llevar a cabo grandes negocios.
T URGOT
No estuve muy descontento con las cosas que leí. Eran unas
buenas críticas de una obra mala y llena de contradicciones.
Ninguna de ellas ponía en duda la versión oficial de la muerte
del general, lo que no quiere decir que la creyesen, pero que a
todos los grupos les iba bien aceptarla. El poema satírico me
preocupaba un poco. Tomándolo al pie de la letra, era una
tontería que no podía hacer daño alguno. El general era el último
del linaje, y además un viejo bellaco. Pero leyéndolo de otra
forma, podía significar que la izquierda había tenido algo que ver
en su extirpación y que, felizmente no había sucesor alguno a la
vista. Si uno era sutil... y a mí me pagaban para encontrar
significado hasta en las páginas en blanco, podía verlo como la
jugada inicial de una campaña para vilipendiar al general y
airear toda la ropa sucia de su familia. Era una pena que hubiese
sucedido, pero no podía hacer nada al respecto. Ahora estaba
somnoliento y sin muchas ganas de trabajar, así que comencé a
hojear los periódicos, mientras Stefanelli añadía su comentario
picante.
—...Vaya, aquí tenemos una cosa bonita: «La Principessa
Faubiani presenta su colección de verano.» La conoces, ¿verdad?
Procede de la Argentina, se casó con el joven príncipe Faubiani,
le buscó un amigo, y luego pidió la separación alegando la
impotencia de él. De esa forma, mantuvo su libertad, el título y
el derecho a recibir una pensión. Desde entonces, ha tenido un
nuevo protector cada par de años; ahora se dedica a los viejos, y
todos ricos. Financian las colecciones y además mejoran su nivel
de vida. El último fue ese banquero, Castellani... ¿Quién será este
año? Y lo divertido es que sigue siendo amiga de todos ellos.
Mira, aquí está Castellani, junto a la modelo en bikini. Ah, aquí
está el nuevo, en la primera fila, entre la Faubiani y el director de
Vogue. Ése es el lugar de honor. El ritual, ya sabes. Cuando la
alta sacerdotisa se cansa de uno, se lo entrega a sus modelos. No
obstante, si uno tiene sesenta años o más, ¿qué le importa? Esas
chicas salen más baratas que toda una colección de verano, ¿no?
Tengo que averiguar quién es el nuevo.
—¿Y cómo es que te interesa la moda, Steffi?
—Mi esposa tiene una boutique en la Via Sixtina... alta
moda para turistas ricos.
—¡Viejo diablo astuto!
—Soy un hombre afortunado, coronel. Me casé por amor y
además conseguí dinero para mi vejez. Por otra parte, la gente
con que trato es decorativa y los chismes siempre son
interesantes... Lo que me recuerda una cosa: se supone que
Pantaleone tiene un hermano perdido por algún sitio.
—No hay nada de eso en mi dossier, Steffi. El viejo conde,
Massimo, tuvo dos hijas en los primeros tres años de su
matrimonio, y un hijo unos diez años después. Una hija se casó
con un Contini, y murió al dar a luz. La otra se casó con un
diplomático español y vive en Bolivia. Tiene tres hijos adultos,
todos ellos con nacionalidad española. El hijo, nuestro general,
fue el único descendiente varón. Heredó el título y la parte del
león de las posesiones. Eso es lo que está indicado, y verificado,
en el Registro Central, y en los certificados de bautismo de
Frascati.
—Bueno, estoy de acuerdo en que no es una cosa tan oficial
como para aparecer en el Registro Central, pero la vieja baronesa
Schwarzburg ha sido cliente de mi esposa durante años. Está
tambaleándose al borde de la tumba, pero aún gasta una fortuna
en trapos. Dice que conoció al padre del general... lo cual es muy
posible, porque el viejo estuvo persiguiendo a las chicas hasta el
día en que se cayó de su caballo en el Pincio y se partió el cuello.
Según lo que dice ella, el conde tuvo un bastardo con la
gobernanta de sus hijas. La compensó bien y ella se casó con
alguien que le dio al chico un apellido, aunque la baronesa no
podía recordar cuál era ese apellido. Naturalmente, está
comenzando a chochear, así que puede que todo esto no sea más
que un rumor escandaloso. Ya sabes cómo son esas viejas. Se
han quedado en el tiempo de su primer vals y en la ocasión en
que Vittorio Emmanuele III les mostró su colección de
monedas... De todos modos, esto no es más que una nota
marginal, por si estás interesado.
—No del todo, Steffi. Ahora bien, si pudieras hallarme una
nota de suicidio, o una carta de chantaje que me explicase el
porqué Pantaleone se mató, me harías feliz... Dio! Son casi las
cinco. Las fotos del funeral deberían estar ya a punto. Si no lo
están, te enviaré tres cabezas para que las pongas en vinagre. Te
veré luego, Steffi. Manténte en comunicación conmigo.
Como es natural, las fotografías no estaban aún a punto, y
el jefe del Archivo Fotográfico se mostró bilioso y descontento.
Todo el mundo comprendía la urgencia del asunto, pero debía
ser razonable. ¿No podía ver que los tanques estaban
abarrotados de películas, que las ampliadoras estaban
trabajando horas extras, y que incluso con tres fotógrafos y dos
expertos en archivo fotográfico le costaría horas identificar a
todos los personajes? E incluso así, habría lagunas. Aquello era
como una película épica hecha en Cinecittá, con todo el
escenario repleto con centenares de extras... Y, ¿cómo hacía uno
para reconocer a los campesinos y tres autocares cargados de
turistas?
Tras diez minutos de diálogo cortante, lo dejé correr,
disgustado, y regresé a mi propia oficina. Aquí, al menos, había
un aparente orden y eficiencia. Los documentos que había traído
del piso del general habían sido todos ordenados y numerados,
y el principal de mis oficinistas había realizado algunos
descubrimientos interesantes.
—Hay notas de agentes de Bolsa, coronel. Todo ello ventas.
El general se ha desprendido de valores de primera categoría por
importe de unos ochenta millones de liras, durante estas cuatro
últimas semanas. Hay varias cartas de esos agentes, y todas
hablan de lo mismo: «Hemos remitido el importe, de acuerdo
con sus instrucciones.» La pregunta es, ¿a dónde fueron a parar
esos importes? A su Banco no, pues aquí está el último estado de
cuenta, enviado hace una semana. Y aquí hay una carta de la
«Agenzia Inmobiliare della Romagna». Indican que, aunque la
propiedad de los Pantaleone ha estado en venta durante más de
dos meses, no ha habido ningún serio interés en adquirirla por
la cifra indicada. Recomiendan retirarla de la venta, hasta que la
situación crediticia europea mejore un tanto, y se hayan
anunciado los nuevos acuerdos agrícolas del Mercado Común...
Ahora, llegamos a este documento. Es una nota manuscrita de
Emilio del Giudice, de Florencia. Ya lo conoce: un gran nombre,
un importante tratante de obras de arte de categoría. Aquí está
lo que dice: «Le aconsejo encarecidamente evite toda
transacción que le relacione personalmente en un intento de
exportar obras de la colección Pantaleone. Como vendedor,
usted debe limitarse a ofrecer las obras en venta, sujetándolas a
las condiciones de las leyes en uso. Después de eso, toda la
responsabilidad de las formalidades de exportación recae en el
comprador...»
Así que estaba tratando de venderlas. ¿Hay alguna
indicación del porqué?
—En ésos papeles, no.
—¿Qué otras cosas tenemos?
—Matrices de talonarios de Banco, cuentas domésticas,
estados bancarios, correspondencia con los encargados de sus
propiedades y administradores de fincas, agenda de escritorio y
agenda de bolsillo. Aún estoy comprobando los nombres que hay
en ellas en nuestros dossiers y, hasta el momento, no hay
sorpresas. Aquí está el llavero del general, en el que hay una llave
de una caja de seguridad en el «Banco di Roma». Me gustaría
ver lo que hay dentro.
—Lo veremos... en cuanto abran los Bancos por la mañana.
—Su abogado está chillándonos para que le entreguemos
los documentos.
—Ya nos preocuparemos de eso más tarde. También quiero
tener una charla con los agentes de Bolsa del general. Me
gustaría saber a dónde enviaron el dinero de las ventas... Si me
necesita durante la próxima hora, estaré en el «Club de
Ajedrez». Después, en casa.
F RANZISKUS L OEFFLER
Oberalp, Austria
LIBRO SEGUNDO
Querido,
Ha pasado tanto tiempo desde que escribí por última vez
a un hombre, que casi no sé cómo empezar. Aunque me imagino
que tú, mi cuidadoso Don Juan, jamás habrás escrito cartas a
una mujer. El tío Pavel no cuenta, porque no existe; pero, de
todos modos, me alegró tener noticias de él. Estoy sentada en
mi balcón, bañada por la luz del sol, con una maravillosa vista
de un valle verde, picos cubiertos de nieve y granjas que
parecen casitas de muñecas... todo para que yo disfrute
viéndolo. Y estoy disfrutando, cariño, de una forma, que jamás
hubiera creído posible. Hago bien poco. Camino. Leo. He
empezado a hacer ganchillo. Hablo con los otros huéspedes. Por
las noches, juego al bridge. Me voy a la cama a las diez y
duermo hasta que la criada me trae el desayuno. Es todo tan
simple, que me pregunto cómo he dejado que se me escapase
durante tanto tiempo.
A veces me preocupo, porque aún estoy muy insegura y
me siento como en transito; pero mi abogado, Herr Neumann,
me tranquiliza. Es un hombre pequeño y viejo con cabello
blanco y antiparras de oro. Me llama «jovencita», lo que
siempre ayuda. Ahora, lo sabe todo de mí, excepto algunas
cosas muy íntimas, y dice que quizá pueda solicitar asilo
político. Me ha tomado una serie de declaraciones, y busca el
consejo de sus colegas de Zurich. Me gusta bastante la idea del
asilo. Suena como si le diesen a una refugio en una iglesia,
donde todo es confesado, todo es perdonado y una puede
comenzar de nuevo, sin miedo.
La gente de aquí son personas simples, sobrias y amables.
También los otros huéspedes son agradables. Hay una pareja
de viejas damas, una de las cuales es mi compañera en el
bridge. Hay una pareja en luna de miel, que a veces me hace
sentir envidiosa; un profesor estadounidense, bastante mayor,
que está escribiendo un libro sobre las migraciones germanas;
y hay un tipo fanfarrón de Lugano, que me habla en italiano,
me invita a un cóctel antes de la cena, y me ofrece llevarme a
sitios con su «Maserati». Aún no he aceptado, pero quizá lo
haga pronto. Es muy atento. No tiene mal aspecto y es bastante
inteligente; trabaja como ingeniero o algo así en un proyecto de
construcciones que hay a quince kilómetros de aquí.
Y tú, mi Dante Alighieri, ¿cómo estás? No te pregunto lo
que estás haciendo, porque sé demasiado y no puedo hacer
nada por ayudar. Te amo, y te echo de menos; pero no me
atrevo a depender de ese amor, y tengo que acostumbrarme a
tu falta. Te diré tan sólo que sueño muchas veces contigo y me
despierto medio esperando encontrarte junto a mí. Mientras
escribo, siento celos por todas las mujeres con que te encuentres
o con las que te encontrarás. Me pregunto si tú también tendrás
celos de mi ingeniero. Me gusta pensar eso.
Ten cuidado, querido. Piensa con cariño en mí, tal como yo
lo hago en ti.
Un buen mañana, quizá sea
Tuya, L ILI
Mi amada Lili:
Esta carta es de tu títere, que ha descubierto, muy tarde y
dolorosamente, lo poco que puede controlar su propio destino.
Es muy tarde. La luna está llena en lo alto y todo el terreno
parece de plata. Todo está en un gran silencio, así que casi puedo
oír a los ratones respirando tras el recubrimiento de madera de
mi dormitorio. El fuego está casi apagado y comienzo a sentir
frío; pero no quiero irme a la cama, porque tú no estarás en ella
y no podré soñar que has vuelto. Rompí tu última carta porque
deseaba apartarte de mi mente hasta que todo este asunto
estuviera acabado. No sirvió de nada. No puedo olvidarte. No
puedo soportar el vacío que hay en mi corazón. Siento celos de
que puedas haber hallado a alguien que ocupe mi sitio en el tuyo.
Te amo, Lili. ¡Ya está! Ya lo he dicho. Te amo. Antes, he
dicho estas palabras sin sentirlas. He mentido y me han mentido
con ellas. Ésta es la primera vez que hay algo de verdad al
decirlas. ¿Te casarás conmigo, Lili? Si algún día te llamo para
que vengas a un pequeño lugar que apenas si aparezca en el
mapa, ¿vendrás a unir tus manos, tus labios y tu cuerpo con los
míos para siempre, y un día después de siempre? No contestes
hasta que estés segura, porque cuando estés segura y yo esté
libre, te seguiré hasta las últimas fronteras, para volver de nuevo
a casa.
¿A casa? Ahora no tengo casa, Lili. Soy un fugitivo. Las
cosas han ido mal para nosotros, pero aún hay esperanzas de que
todo acabe bien. Mañana abandonaré este agradable refugio
para volver al bajo mundo, donde los mendigos conspiran contra
los tiranos y los tiranos usan mendigos como espías. Busco una
herencia, dejada por un hombre que creo que está muerto. Si la
encuentro, todo será simple. Si no, me verás en Suiza antes de lo
que esperas.
Tengo miedo, pero no demasiado, porque estoy
aprendiendo lentamente a convivir con el hombre que vive en mi
piel. Aún no lo he visto cara a cara. Eso también llegará. La
Salamandra sigue bien, y estoy aprendiendo de él las artes de la
supervivencia... Te parecerá irónico, pero jamás pensé que
pudiera sobrevivir tanto sin la compañía de una mujer. Quizá la
verdad sea que mi mujer nunca está tan ausente que me halle
desprovisto por completo de ella.
Es extraño cómo recuerdo aquellas palabras: Quella che
’mparadisa la mia mente! Aquella que convierte mi mente en un
paraíso. Mi homónimo escribía algunas cosas muy buenas en su
tiempo. Es una pena que no escribiese más acerca del cuerpo.
Éste se siente muy solitario ahora.
Siempre tuyo,
D ANTE A LIGHIERI.
LIBRO TERCERO