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Fenomenología de lo poético
Néstor y Ulises
En uno de los pasajes de los diálogos platónicos se afirma que los mitos
hablan de “dioses, seres divinos, héroes y difuntos habitadores del más allá”.
Sin embargo, Sócrates nos dice en el Fedón que el poeta, el que se propone
ser poeta, debe tratar en sus poemas mitos (mythos) y no razonamientos
(lógous), y por eso explica que el himno que ha compuesto en honor de Apolo,
antes de beber la cicuta, no es mythologikós. A ese himno Sócrates le atribuye la
categoría de lógos. Esto es, pertenece al razonamiento que conduce a conocer
una realidad en torno, a pesar de que hable de un dios; pues es un discurso de
precisas y necesarias argumentaciones teológicas. En cambio, los mitos son un
puro relatar sin constreñimiento obligatorio de las ideas a ceñirse a la estructura
de la realidad concreta y no implican de modo esencial ninguna argumentación
que tenga su origen en la naturaleza de las cosas. Mitólogo no es solamente
quien habla de dioses, sino quien narra del modo ya señalado.
De acuerdo a Platón, en su diálogo la República, hay dos modos de hablar
de “dioses y seres divinos”: uno, el que corresponde a mythos, es puro relatar,
no obligatorio, y suele ser engañoso, por lo cual Platón lo condena para la
educación en ese diálogo; el otro, al que corresponde el lógos, consiste en
“representar la divinidad tal cual es realmente”. Esos dos modos de representar
no sólo a las cosas divinas, sino a todo el contorno de la realidad, se dan en la
poesía de Franklin Mieses Burgos. En su obra no hay esa diferencia tan tajante
entre mythos y lógos. Vemos, pues, que en su poesía mythos no es contrario a
lógos; porque si no se dice, el mito no se nos presenta como existente. El mythos
es la palabra que desea dar lo que las cosas son imaginariamente antes de que,
mediante lógous, o razonamientos, la filosofía sustituya el relatar, no
obligatorio, como manera con que la lengua cotidiana, poética o dramática
decía el acontecer humano y la presencia del mundo.
Desde el punto de vista platónico hay muchas formas de mythología no sólo
las de relatos en torno a dioses, héroes y difuntos habitadores del más allá, sino
aun las de los relatos de fábulas en donde a los animales o a los objetos se les
trata de modo personificado, y que nada dicen de “los dioses”, pero que son
evidentemente un puro relatar no obligatorio. Es esa libertad interpretativa no
conceptualizada de todo cuanto es lo que explica la función de los mitos.
Porque los mythos son funciones interpretativas de la realidad que el hombre
emplea para tratar de explicarse realidades que no le satisfacen explicadas por
el concepto o por las ideas. El poeta de propensión mítica es una especie de
mago que nos da la realidad en símbolos o alegorías verbales. De ahí que
Mieses Burgos, como poeta mítico, haya sido el gran mago de la palabra poética
de nuestra patria. Un sembrador de voces, como dice en uno de sus poemas de
mayor belleza.
A lo largo de los diálogos platónicos percibimos que durante todo el siglo V,
en Grecia, las palabras mythos, lógos, mytología, y sus derivados eran
susceptibles de notables oscilaciones semánticas. En la obra de Platón existían
esas vacilaciones dialécticas en la constelación de vocablos aquí expuestos. K.
Kerényi, en su obra Religión de la Antigüedad nos indica que Herodoto, menos
riguroso que Platón, “emplea aún tranquilamente la palabra lógos en casos en
que Protágoras y Sócrates, en la realidad histórica griega o en el pensamiento
platónico, había hablado de mythos”.
Conviene al llegar aquí señalar que la mitología griega tiene como centro
difusor a Homero, y que en los textos homéricos los mitos ya no son puro
narrar sin compromiso, pues están sometidos a un comienzo de pensamiento
filosófico y a los intereses de la ideología de la clase guerrera helénica. Por
desdicha la primitiva fuente de mythos, está muy alejada en el tiempo ido y es
del todo imposible que podamos beber ya de sus primeras imágenes inter-
pretativas del hombre y del mundo.
En la Odisea de Homero podemos encontrar un significado de mythos muy
llamativo; se le emplea con el sentido de maquinación, plan o proyecto. Puede
verse de modo clarísimo en el libro IV. En el libro XII, el pastor Filecio lo usa
con el significado de elocuencia, cuando en la matanza de los pretendientes
hiere a Ctesipo y le increpa “¡Oh Politérsides, amante de la injuria, no cedas
más a la mentecatez ni te jactes tanto, sino déjales la elocuencia (mythos, en
griego) a las deidades, que son mucho más fuertes! “. En esos versos el
significado de mythos es algo enigmático; pero tal vez lo captemos realmente, si
lo entendemos como “palabra apropiada" o “verdadera elocuencia”, en
contraposición a las injuriosas jactancias y fanfarronerías de Ctesipo. El mito es,
pues, la palabra apropiada a los dioses y al sentido divino de las cosas y del
mundo. El mythos es una sentencia humana sobre el mundo, que coincide con
la palabra apropiada, de verdadera elocuencia, con que han hablado de éste los
dioses. El tránsito por la filología del mythos y el lógos lo hago en busca del
sentido profundamente humano de la cultura griega: de esa cultura que tan
espléndidamente comprenderá de modo intuitivo Franklin Mieses Burgos.
Furio Jesis, el notable investigador de los mitos griegos y egipcios, nos dice:
“En Edipo en Colono aparece desde el primer momento Edipo en la escena del
mendigo. Nosotros sabemos que camina hacia la entrada del Hades; el público
que asistía a la representación de la tragedia podía sospechar que el anciano
estaba a punto de penetrar en el reino de la muerte; pero el coro de los viejos de
Colono, cuando descubren su presencia, no saben de dónde viene el mendigo ni
a dónde va: tan sólo ve a un anciano andrajoso y ciego y no se inquieta por su
condición de mendigo ni por su ceguera, sino únicamente porque ha hollado
con sus pies un terreno sagrado, que está prohibido pisar: el bosque de las
erinias”.
No le inquieta, pues, al coro el mendigo en cuanto tal, sino que ese mendigo
haya penetrado en el lugar prohibido por los dioses. El mendigo revela al coro
una naturaleza misteriosa e inquietante porque se mete en el bosque sagrado.
Pero la inquietud del coro cesa cuando el harapiento anciano atiende a las
exhortaciones que le hacen y sale del bosque: queda sólo el misterio de quién
sea él. “Y el coro no quiere-- nos dice Furio Jesi— que este misterio se aclare en
tanto no haya cesado el mendigo de ser inquietante: mientras no haya salido del
lugar vedado”.
Edipo, sin duda alguna, es uno los más importantes problemas humanos
que plantea la cultura helénica al estudioso. Y en desentrañarlo vienen
empleando vidas enteras notables investigadores europeos. El contenido mítico
de esa tragedia sigue siendo un problema que se resiste a nuestra comprensión
humana de hombres del siglo XX. Ese mito, en su significado profundo, escapa
a todas las interpretaciones de los humanistas. Porque tal vez sea propio de lo
sagrado quedar mucho más allá de cualquier esfuerzo interpretativo. Y el mito
es, en principio, una interpretación sagrada de la vida. En el mito se expresa el
dinamismo siempre activo de lo simbólico.
Pero si no permanecemos sumergidos en la sustancia de la cultura griega,
podremos entrever que todo poeta verdadero es, en el fondo, un Edipo que
coloca su planta poética peligrosamente en el lugar prohibido. Por eso las
gentes tratan de no escucharlos, y se vuelven complacidas hacia poetas menos
ásperos y menos trágicos, inventados a la medida que aplaca el miedo, y que,
además, no nos sumergen de repente en la visión del naufragio que es el vivir
humano. El lugar vedado que el poeta no debe pisar nunca, si no quiere
empavorecer a su pueblo, es el de la gran poesía, y Mieses Burgos, como nuevo
Edipo, penetra en él desde que escribe su poema Esta canción estaba tirada por
el suelo.
Como Ulises, Mieses Burgos es un héroe “de multivariado discurso”;
polytropos, en el lenguaje de Homero. En eso consiste su grandeza mítica; esto
es, de poeta. Es poseedor como Ulises en la Ilíada de un habla que discurre por
las más diversas direcciones de la realidad humana.
Pero existe en Homero dos mythoisis contrapuestas, como señala Furios Jesi:
la de Odiseo y la de Néstor. En el texto homérico aquella contraposición es de
dialéctica interna y programática, en el concepto de mythos: el mito es astucia
presente y evocación de sucesos pasados. “La historia de la palabra mythos es
inicialmente, a partir de Homero, la historia de la retórica y, en especial, de la
elocuencia. La elocuencia del héroe homérico, “buen hablador” como Odiseo y
como Néstor, se nutre, por lo menos de dos facultades: la astucia para emplear
las palabras justas en el momento preciso (en la que resalta Odiseo) y la
capacidad de utilizar solamente un repertorio de historias preexistentes que
confieren al disertante y a sus argumentos autoridad de un pretérito consagra-
do (en lo cual es diestro Néstor). La elocuencia del anciano Néstor es, pues,
diversa, a la de Odiseo. Néstor se impone no tanto por el astuto empleo de las
múltiples modalidades del discurso, cuanto por la autorizada riqueza de
tradiciones que sabe evocar en sus larguísimos parlamentos. Néstor es
precisamente un anciano: cuando sostiene un argumento, evoca las numerosas
historias de su larga existencia, su lejana juventud, los sucesos que le acaecieron
a los antepasados. La fuerza de su elocuencia está hecha de experiencia, de
persuasión, pero, ante todo, del valor intrínseco de la evocación del tiempo
pasado.
Cuando, con los sofistas, la reflexión griega se plantea el problema de la
naturaleza de la palabra y, por tanto, el de la naturaleza y la acción de la
elocuencia, se hablará del talento de Odiseo, no del de Néstor. A Odiseo se le
calificaba de polytropos”.
En poesía hay quienes son en asunto de elocuencia iguales a Néstor: poseen
la elocuencia consabida y fija en las regularidades del saber del pretérito, y unos
pocos son, con Ulises, de lenguaje múltiple y variado, porque han sido capaces
de escuchar el peligroso canto de las sirenas de la realidad. No les basta el
lenguaje que les ofrece la tradición, con su tesoro ordenado de voces y
conceptos, y necesitan el lenguaje inédito que subyace en la realidad de las
cosas. A esa especie arriesgada, como el Ulises de las mil rutas, pertenece el
poeta Mieses Burgos.
Claro que Néstor es un buen hablador, y que los poetas nestóricos son
poetas; pero lo son sin riesgos y sin aventuras. Son más poetas del lógos que del
mythos. Los poetas odiséicos son, en cambio, poetas del riesgo permanente y,
además, pisan como Edipo el terreno sagrado. No se colocan, por supuesto, de
espaldas al lógos, sino que lo que dicen tiene la profundidad de lo procedente
de más allá de lo razonable. Si absolutamente razonable hubiese sido
Shakespeare, no sería el primer poeta trágico de los tiempos modernos. Con
experiencia razonable y nestórica no se escribe el Quijote. Podemos comprobar
que bajo el signo odiséico escribió Mieses Burgos siempre.
Los poetas odiséicos, edípicos y mitologizantes empavorecen a la sociedad
en que escriben, porque revelan que otros son los fundamentos de lo real y no
los que tradicionalmente se creyeron. Los fundamentos de todo no eran
precisamente aquellos de los que en la asociación de los hombres se hacía
lenguas; se hablaba de esos fundamentos, y los hombres no estaban en lo cierto.
Ante el atrevimiento creador del poeta polytropos, los que se sienten
guardianes de lo social responden llamándolos preciosistas. El preciosismo fue
una conquista de la expresión estética; pero en determinado momento de la
historia se convierte en algo mecánico e inexpresivo. Ahora bien: mito y
preciosismo son categorías estéticas incompatibles. En la obra poética en que
existe creación mitológica es imposible que se dé el preciosismo.
Cuando los versos expresivos nacen del mito, de lo trágico que es todo
mitologema, no es posible que puedan ser tildados de preciosistas, de falsa
joyería verbal. Esto es lo que sucede con la poesía de Franklin Mieses Burgos.
Su poema El ángel destruido es un gran mito; lo mismo podemos afirmar de
Clima de eternidad o del breve poema titulado Esta canción estaba tirada por
el suelo (escrita en 1929), y que dice:
y también porque el poeta ha tenido siempre gran afición por los poemas
trágicos de Grecia y por la tragedia sangrienta de Abel y Cain en la Biblia.
El se ha dado cuenta de que el mito es “siempre (como enseña Mircea
Eliade) el relato de una creación”, y que se “narra como algo que se ha
producido, que ha comenzado a ser en determinado momento”. Sabe nuestro
poeta que debemos enfretarnos al mito y entenderlo tal como lo vivían las
sociedades arcaicas. En esas sociedades el mito ofrece “una historia verdadera”.
Para los hombres que desenvolvían sus vidas en ellas, el mito no fue nunca
ficción o fábula. Además, esa historia era sagrada y, por ello, considerada como
muy valiosa.
En la “canción tirada por el suelo” tenemos no sólo un mito, sino un cabal
desarrollo de la propensión mítica. La auténtica poesía, en cada época creadora,
tiene alguien que renovarla; porque en el suelo del idioma, entre poemas
mostrencos, está como una hoja muerta, sin palabras. Sólo hay verdaderas
palabras cuando éstas se hacen dicientes. La mayoría de las personas que escri-
ben poemas sufren del tabú de renovar el lenguaje.
Para espíritus no creadores, la gramática y la semántica se levantan como
cancerberos que guardan manzano del idioma, no para que nadie le robe
manzanas, sino, paradójicamente, para que nadie introduzca entre sus frondas
manzanas nuevas. Del árbol del idioma (que, en los peores momentos de la
cultura, envejece) caen las canciones, como hojas muertas. Y sólo cuando un
poeta verdadero descubre el sentido mítico, fundacional de la lengua (cuando
se da cuenta de que “en el principio era el verbo”), puede tomar la canción, que
yace como hoja muerta, y renovarla, creando, como en el principio del mundo,
sus palabras. Sólo en un gesto fundacional vuelve a resurgir la poesía y el gran
poema.
Entonces, con gran certidumbre, el poeta descubre que todo es posible en “la
tierra del viento”, no en la firmeza de la tierra común y cotidiana, sino en lo
movedizo y variable, y así llega a comprender que la leyenda (el mito), con su
sentido creador, no es “una yerba mala”, desechable y a la que ha de tenérsele
miedo, sino “un árbol de voces”, en donde se da el mítico diálogo de las
sombras y las piedras. Razón del mito es animar lo inanimado, sacar de lo
inmóvil y aparentemente muerto el movimiento creador que transforma y
revela el sentido oculto de las cosas y del mundo. En el poema Esta canción
estaba tirada por el suelo surge uno de los más hermosos programas estéticos
de nuestra lengua, y que consiste en descubrir en todo cuanto hay y todo
cuanto es, como el poeta expresa,
Nadando en el vacío
Franklin Mieses Burgos, tal como dice otra expresión de Bécquer, “nada en
el vacío” de un mundo mal hecho por la fuerza creadora, y ese mundo mal
realizado es el que desea corregir en Trópico íntimo y en El ángel destruido
En la poesía de Mieses Burgos hay siempre preocupación frente al mundo
que, integrando todas las cosas ya hechas y estables, las limita para las ansias de
expansión universal del hombre. El poeta quiere salvar ese límite que impone el
contorno material que fue fijado por la divinidad sin tener en cuenta al hombre
de dimensiones heroicas que no se conforma con los límites. No quiere Mieses
Burgos robar (como un nuevo Prometeo) el fuego divino; sino que intenta
transformar el mundo: romper los contornos de las cosas materiales. Entonces
se vuelve contra la luz misma que tiene, según él, toda la culpa de la concretez
de los objetos que nos separan.
Desde sus primeros poemas surge esta concepción que irá ampliándose en sus
grandes poemas. Transcribo parte de un poema escrito en su mocedad titulado
Canción de los ojos que se fueron:
Los ojos del poeta se han acostumbrado a tratar de ver esa presencia posible
de las cosas que huyen siempre, y no se detienen a contemplar la presencia de
las formas actuales, sino la forma preexistente que sospecha que debe existir en
toda cosa; por eso puede ver con los ojos de la sangre (esto es: con los ojos de la
vida toda) esa presencia de las cosas que escapan como el río, que no
permanecen y que, como poeta, tiene la obligación de conservar en sus versos.
Recordemos que en los primeros tiempos el poeta era el archivo de toda la
sabiduría.
Esos ojos que buscan por encima de toda transparencia distante desde la niñez,
se fueron (nos comunica el poeta) tras de la presencia fundamentante que
escapa de las cosas. En nada de lo que ve, halla una certidumbre del ser
permanente. No pone en olvido que somos el ente que en la tierra necesita de la
actividad del lenguaje para llenar la vida de contenido.
En otro poema (en el que indaga cuál es el serafín que se presenta a sus ojos)
le dirá a alguien (la amada, Dios o a su propia alma):
Un día yo te dije:
mi verdad es tan sólo
un reboso de luna esparcida en el agua;
mi voz vive distante como un rumor ausente
en la carne perenne que concreta las cosas...
Todos los objetos (la flor, el fruto, el hombre o la niñez) no pasan de ser
crespones transparentes, realidades frágiles; no son la carne perenne que
concreta las cosas. Estamos frente a un nuevo sistema de expresión poética, y
por eso el poeta va dudando de todo lo que antes se creía verdadero.
Ese mito de la luz haciendo las cosas es “verdadero”; porque cada vez que la
luz regresa de vencer las tinieblas, surgen nítidas las propiedades características
de las cosas: de los vegetales, de los animales y del hombre. Mircea Eliade
enseña: “En suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas,
irrupciones de lo sagrado o de lo “sobrenatural” en el Mundo. Es esa irrupción
de lo sagrado la que fundamenta realmente el Mundo y la que lo hace como es
hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural,
a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales”’ Luego
precisa: “el mito se considera como una historia sagrada y, por tanto, “una
historia verdadera”, puesto que se refiere siempre a realidades. El mito
cosmogónico es “verdadero”, porque la presencia del mundo está ahí para
probarlo; el mito del origen de la muerte es “verdadero”, puesto que la
mortalidad del hombre lo prueba, y así sucesivamente”.
Para Mieses Burgos el mundo es como es hoy, sobre todo en el trópico, por
culpa de la luz que separa las cosas, creando sus diferencias. La luz en muchas
concepciones sacrales del mundo la hemos visto ligada a la divinidad. En el
Génesis, la ordenación en el caos comienza por la luz. En su primer párrafo el
Génesis nos dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era
algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el
espíritu de Dios alentaba sobre la superficie de las aguas.
Dios dijo: “Haya luz”, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y separó
la luz de las tinieblas. Llamó Dios a la luz “día”, y a las tinieblas llamó “noche”.
Y atardeció y amaneció el día primero” (Biblia de Jerusalén).
Mieses Burgos parte de la luz que nos ofrecen en el tiempo inicial que narra
la Biblia, y busca un mito nuevo, en el que la presencia de la luz es culpable de
las separaciones de las cosas que existen en el mundo. Rechazando el mito
bíblico de la luz, lo transforma, y crea otro completamente nuevo. Porque vio
que la luz no estaba bien, la enmienda en sus versos.
Ahora, en la voz liberada del poeta y desde siempre, sin límites temporales,
ha crecido el trópico que arde hasta abrasarlo en una sola llamarada de
sombras. Fusión mítica de los contrarios. Los contrarios (sin dejar de ser en la
dinámica del poema) se han resuelto en unidad en la sangre ideal e inagotable
que ha creado en su poema.
Toda la poesía de Mieses Burgos (aunque sea un soneto o un modesto
romancillo) transcurre en la misma dirección poética. Se diría que el poeta
atesora en su alma un solo y grandioso problema. Pero sería tomar un camino
equivocado identificar el mito y la poesía. El mito en Mieses Burgos, como en
cualquier poeta de tendencia mítica, es la fuente de donde mana su inspiración
poética. O, tal vez en su obra, mito y poesía brotan al mismo tiempo de los
manantiales de su desamparo.
Esta serie del Pensamiento Dominicano se enriquece ahora con una selección
amplia de la obra de Franklin Mieses Burgos, cuya poesía ha sido acogida con
beneplácito en todos los círculos nacionales y extranjeros donde se la conoce.
Reunidos en un volumen por primera vez, los poemas que aquí se ofrecen
confirmarán los méritos de una labor realizada sin pausa y sin prisa, de suerte
prodigiosa, en soledad abierta y atesorante.
La poética de Mieses Burgos cautiva por su musicalidad y su limpidez lírica,
sin par en la literatura dominicana. Estos atributos unifican su obra y al propio
tiempo sigilan las ideas que expresan o insinúan sus versos, al extremo de
parecer que un solo asunto, central y misterioso, es el objeto de su canto. Quizá
la repetición de imágenes, términos y giros idiomáticos disimule su
pensamiento vario y sugerente, pero es obvio el predominio de la magia sobre
lo sensible, sobre lo escuetamente objetivo y sistematizado.
Su poesía, de raigambre barroca y romántica y abastecida por las corrientes
literarias contemporáneas, es opulenta en bienes humanos y estéticos. Pero las
influencias, rectoras o accesorias, están moduladas por la exuberancia, el brillo
alucinante y la intuición desmedida peculiares a un hijo de los trópicos.
Consecuente y audaz consigo mismo, Mieses Burgos esclaviza cuanto acaudala
de otros y lo transforma en riqueza nueva y suya, por virtud de su primitiva y
constante concepción harmónica del verso, de su lirismo inconfundible y de su
acento.
En este sentido, es nuestro poeta representativo. Las asimilaciones más
diversas se acumulan en él sin hostilidad y operan con eficacia sobre el nervio
todo de su poesía: son afluentes frescos que renuevan su canto personalísimo y
vigoroso. Y esta es, si no la más excelsa, una de las mejores modalidades de ser
nacional en literatura. En los últimos siglos, y sobre todo en el mundo de hoy,
las transculturaciones son incesantes e intensas y se escribe para todos los
hombres y mujeres de la tierra y de su tiempo, acorde las circunstancias de cada
quien. Ineludible que así sea, pues la eternidad y el exilio, en el quehacer
poético, son vicios igualmente reprobables, trampas que vuelven evasivos y
falsos la escena y el presente del escritor; son un escamoteo a la persona como
ente histórico y conducen a un memorismo excluyente y sustitutivo de lo vital;
producen una vida precaria que se traduce en la obra, menguándola con todos
los defectos de la superchería. -
Refiriéndose a Mieses Burgos, Manuel Valldeperes apunta que aquél “realiza
el milagro de la revelación a través de poemas en los que sólo alienta el
simbolismo del paisaje”. Pedro René Contín Aybar observa “flora y fauna,
principalmente marinas, abundosas, peculiarísimas”, entre los elementos
formativos de la obra del autor. Manuel García Hernández dice sobre Presencia
de los días: “La tierra de Santo Domingo incita como el buen vino... el eterno
poema del isleño. El mar es cuanto se ama y se respeta. Es el elemento turgente
que grita en los oídos y en los corazones, y este poeta dominicano no se evade
de tanta sugestión física”. Alberto Baeza Flores sintetiza: “La poesía en Santo
Domingo tiene que responder, necesariamente, a su naturaleza distinta, y al
vivir del hombre más encerrado en sus comienzos y en sus fines”, al presentarlo
en Brigadas Líricas.
He aquí, pues, que la escena en que se mueve como hombre, cuenta en la
lírica de Mieses Burgos. No es un desarraigado. No se exilia para escribir, no
obstante su fuerte imaginación e incontrastable fantasía. Simplemente subyuga
y exhibe su ámbito por estas dos virtudes poéticas suyas. Vemos que también
de este otro modo se revela su dominicanidad.
En pleno siglo veinte, un autor sin influencias sería un espécimen apócrifo y
representaría un individualismo exacerbado. Este extremo equivale a regreso y
anquilosamiento, pues es irrefutable que en la creación poética es necesario
partir de los supuestos líricos existentes, del pasado, y nutrirse de los buenos
ejemplos que ofrecen los coetáneos magníficos. Otra actitud espiritual aus-
piciaría una autosuficiencia perjudicial por impermeable y cerrada, a causa del
aislamiento negativo que implica. Para el enriquecimiento y logro de una voz
propia, el eclecticismo es la vía saludable. Mieses Burgos, poeta permeable y
abierto, es por esto mismo un creador auténtico, consciente de sus fuerzas. Y su
canto será más fidedigno, dominicano y universal, cuanto mayores bondades
líricas de diversa tendencia asimile y participen en la depuración de su
acérrimo instrumento expresivo.
Domingo Moreno Jimenes, Rafael Américo Henríquez y Héctor Incháustegui
Cabral, por sólo mencionar los ahora más importantes, son poetas con
asimilaciones menos heterogéneas que Mieses Burgos; pero tanto en la obra de
aquéllos como en la de éste, el ambiente entra con una dignidad literaria, sí
diferente, de igual jerarquía. Adrede dejé fuera de este grupo a Manuel del
Cabral, para mí con timbres humanos y estéticos comparable. a los de los antes
nombrados, porque en su caso no se puede hablar de influencias, sino de
impregnación. Y a Tomás Hernández Franco, por ser una figura aislada e
interesante de la poética vernácula. Mas lo cierto es que estos seis creadores
amplían y consolidan la sensibilidad dominicana y la elevan a un grado que la
hace cotejable con las más ilustres de Hispanoamérica.
Ánimo Social
Unicamente aquellos
que todavía no saben
que la tierra es muy grande
y sólo de unos pocos,
únicamente ellos
no abrirán el corazón
a la mirada triste
de los niños sin pan
y los perros sin dueño.
Sólo se es libre
cuando se está solo.
Y también somos únicamente
un prisionero de la soledad.
o este otro:
O este:
***
Id ahora a decirle
que cuando la luz fue la primera sonrisa
caída de su espejo,
También id a decirle
que el solo hecho de ser
es ya una destrucción.
Adán ha nacido adulto, creado por la mano de Dios. Siente Adán la necesidad
de una Eva palpable; surge en él la soberbia propia de quien piensa libremente:
II
En la última parte del poema, titulada Desvelado Caín, Caín mata a Abel
para inventar la muerte que no fue inventada por Dios. La rebelión del hombre
frente a Dios es producida por el hastío. El hombre, tan pronto empieza a
hacerse preguntas, manifiesta una necesidad de creación semejante a la de
Dios—Padre. Cuando Caín mata a Abel destruye lo fijo, lo dado, lo que ya
estaba ahí. Caín es quien crea el morir con que morimos todos:
***
***
Las metáforas son los ladrillos con que se construye un poema. Esos ladrillos
pueden ser irracionales, o subconscientes o inconscientes o como se quiera. Pero
el poema, íntegramente considerado, es obra de la voluntad consciente. El poeta
quiere, decide, escribir un poema. La inteligencia y la voluntad tienen también
su tarea en la creación poética. El delirio puede hacer imágenes pero el solo
delirio no edifica grandes poemas. (Aquí no se trata de versos sueltos, de
poemitas “lindos” o de miniaturas artísticas).
Este poema está montado sobre la tradición judeocristiana. Es el mito de
Adán y Eva, de Caín y Abel, ensanchado desde una perspectiva nueva. El
poema, aunque utiliza un mito viejísimo, como obra artística está realizado
desde la altura de la lírica contemporánea. El tema, el desarrollo imaginativo, la
forma, los símbolos, han sido cuidados al máximo. Este Franklin Mieses Burgos,
el “sembrador de voces”, un poeta dominicano, ha sido capaz de levantar una
catedral con versos alejandrinos y heptasílabos.
El Angel Destruido consta de 278 versos. Está dividido en ocho poemas; dos
poemas de 54 versos; el más largo —Eva Recién Hallada— tiene 75 versos. Los
pequeños poemas conjuntivos son de 19, 17 y 9 versos. Fue publicado en 1953.
La obra de Mieses Burgos, poco conocida y mucho menos estudiada, no ha
perdido frescura con el paso de los años. Muy poco ligada a caprichos
superficiales, esta poesía lleva dentro algo que al poeta hubiera gustado llamar
“un clima de eternidad”. Promover la difusión de su obra es la única trampa
legítima que puede hacer un artista.. Y ni siquiera ese artilugio ha empleado
Mieses Burgos.
TORRE DE VOCES
(1929 -1936)
Antigénesis
GAVIOTAS ENTERRADAS
(1936-1940)
TIENDA DE FANTASÍAS
Ya llegó la vendimia
de los frutos sin nombre,
en donde en cada germen
que oculta la simiente
hay un hálito macho
gozando una doncella;
yo la vi desde el árbol
donde el viento -nodriza
de los retoños nuevos—
mece la dulce cuna
de las ramas más altas
y ha llegado tan sólo
porque el rosal crecido
tiene todas sus manos
llenas de voces blancas.
—¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
—Un paso más, y ahora
descolgarás la luna
sin que nadie nos diga
que es una voz distante,
una gardenia muerta,
o una canción redonda
clavada sobre el cielo.
¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
—Unicamente aquellos
que todavía no saben
que la tierra es muy grande
y sólo de unos pocos,
únicamente éstos
no abrirán su piedad
a la mirada triste
de los niños sin pan
y los perros sin dueño.
— ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
—No le digas a nadie
que los pinos son hechos
con el canto crecido
de los pájaros muertos;
no le digas a nadie
que la tarde te hastía
con su mirada enorme
de bestia fatigada:
La humanidad se cansa
de la desdicha ajena,
del llanto que no brota
del fondo de sus ojos.
— ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
y está lloviendo siempre
— — ¡siempre! —
una lluvia de cielo
por la noche del aire.
ANGEL CAÍDO
DEMONIO DE CENIZA
Demonio de ceniza,
criatura a quien el fuego le dio su último nombre.
¿En cuál cerrado anillo del humano existir
se debate furiosa tu impotencia;
ese golpear insomne de campana que dama
sepulta en sus tinieblas;
grito de bestia herida que muriendo denuncia
desesperadamente su agonía;
esa su oculta muerte merecida?
Demonio de ceniza
a quien el dulce viento de Dios no eleva al cielo,
mar que cierra en si mismo sus últimas orillas.
¿Cuál encono terrestre oscurece la noche
de tu cielo por dentro? ¿Es que anhelas acaso
cambiar a voluntad la sombra de tu origen,
o suscitar laureles aún sin verdecer
para tu torva frente?
Demonio de ceniza:
Cielo apartado y lejos de lo humano como el cielo.
La gloria es un rumor que llega desde fuera,
un mar enardecido cuyas olas se abaten
al frío pie sin vida de las mudas estatuas;
eco donde la noche terrible del olvido
también irá cayendo;
nada más que un rumor:
un lejano rumor salido de otros labios,
de otras almas en paz donde un júbilo niño
apenas ilumina la luz de una sonrisa.
Demonio de ceniza:
presencia y realidad de lo humano incompleto;
no hay cielo que soporte gozoso tu osamenta,
el hielo de tus manos;
no hay cielo que se mire sereno por tus ojos;
aun aquél en que crecen desmesuradamente
las semillas del odio:
cielo para la muerte de la lealtad del hombre.
Demonio de ceniza
a quien el dulce viento de Dios no eleva al cielo:
saber no es repetir
únicamente el nombre terrestre de las cosas;
tampoco es recoger como un mendigo el eco
caído de otras voces,
ni cosechar en huerto de ajena sementera
una escuálida fruta en donde lo infecundo fermenta su amargura;
saber es sepultar un nombre en lo más hondo,
tal vez si una palabra de amor únicamente.
Porque en verdad, saber
es tan sólo el pensar de un dios desmemoriado
que tiene que inventarse continuamente el mundo.
Hay una edad que pone solícita su tiempo
de amor al crecimiento;
no se salta de ésta ni se engaña tampoco
lo que viene del árbol madurando por dentro:
aquella savia suya de vigoroso aliento
que lo ensancha en conciencia y en plenitud de fruto;
él lo sabe de siempre;
pero el árbol jamás lo precipita:
he aquí toda la fuente de su sabiduría;
su realidad no excluye para ser la presencia
de ningún otro árbol igual que le acompañe;
él es, y goza en ser
de un modo leal y suficiente.
Demonio de ceniza:
tú no estás en el árbol,
en esa edad sensible de los brazos abiertos;
no te das generoso como la espiga al viento,
y es por esto que hay algo que te niega a ti mismo
por la voz cuando cantas;
algo amargo que a todos te denuncia lo mismo
que el cristal de un espejo;
algo oscuro e insondable en tu propio sentir,
que te hace morder con diente de rencor
tu propia sedienta primavera.
Demonio de ceniza:
Nada vale en la tierra
si no ha sido amasado con nuestra propia sangre;
nada es útil al hombre,
si no sale de él por la piedad y el llanto.
MONOLOGO DEL HOMBRE INTERIOR*
TRÓPICO ÍNTIMO
(1930-1943)
ELEGIA POR LA MUERTE DE TOMAS SANDOVAL
ELOGIO A LA PALMA
TRÓPICO ÍNTIMO
II
III
GAYUMBA
II
IMPLORACIÓN
TEMA
PRESAGIO
PRIMERA VARIACIÓN
SEGUNDA VARIACIÓN
TERCERA VARIACIÓN
¡ Oh llanto inagotable
de no saber en dónde sembrar nuestras palabras;
nuestros signos humanos sin nombres designados,
secos árboles donde no crece ningún sueño,
ninguna voz vibrante, tampoco madrugada,
en el cielo remoto de los otros vocablos,
de los otros sollozos caídos en el coro
celeste de los ángeles!
Reino este cerrado igual que los melones;
negro como la entraña profunda de la tierra
en que habitamos todos con el mismo destino
vegetal de las ramas,
de los troncos que existen mordidos por el barro
sin ayer, sin mañana, sino siempre.
—¿No crees que, como ellos, también hemos vivido
desde el espanto mudo de nuestra inmensa y honda
desolación humana, sin el conocimiento
que cada cosa entraña desde su oscuro reino?
Alguien conmigo ahora no obstante lloraría
mi ruiseñor de luna,
muerto de soledad sin luz entre los lirios;
si no fuera por esa pared hecha de manos,
de uñas y de dedos, de bocas y de dientes,
en la que todo acto realizado se queda
como una flor herida,
como una cabellera de mujer destrozada,
lo mismo que una estrella sobre su cielo, muerta.
Estamos frente a frente de una eterna verdad
que nos derrumba a todos como a livianas torres,
como a espigas quebradas por la mano del viento;
ni tú ni yo podremos abrir un nuevo surco
para enterrar su sombra, su endurecido aliento;
todos hemos crecido debajo de su cielo,
donde únicamente su sol es el que alumbra,
y ahora nuestros pechos por ello es que agonizan
ardidos por las llamas del fuego crepitante
que incendia sus cabellos tendidos sobre el mundo.
—¿Somos ceniza o brasa
para el tiempo feliz en que lloramos?
¿Somos ceniza o brasa? Ni tú ni yo sabemos.
CONCLUSIÓN
CLIMA
DE ETERNIDAD
(1944)
ARIEL ESPERANZADO
ROSA EN VIGILIA
ESTRELLA MATUTINA
EL RÍO
HUMILDE MAYO
ESTE TACTO
VIVA MUERTE
EL CIELO DESTRUIDO
A LA SANGRE
AMOR
EL MENSAJE
SONETO A LA MUERTE