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EL CRISTIANISMO CELTA, O LAS LUCES DE IRLANDA: IV:

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Dos siglos antes de que Offa alumbrara el aislamiento de Inglaterra contactando


con el Imperio de Carlomagno, un monje llamado Columbano ya había
desembarcado en las costas de Borgoña con 12 de los suyos, camino de la corte
del rey Childbert. Una peculiar forma de cristianismo irradiaba como una antorcha
en el centro del continente, y sorprendía a todo el mundo por su peculiaridad. Pero
los papas y los obispos miraban con recelo a aquellos ermitaños vagantes, y
pronto dirigieron sus esfuerzos contra el corazón mismo de aquella espiritualidad,
que nacía de una Irlanda bárbara, cuyos contactos con la civilización mediterránea
habían sido escasos siempre, y que ahora desarrollaba una espiritualidad brillante,
a la par que custodiaba con su prosperidad y erudición los fundamentos de la
cultura occidental.
Guíen así las luces de Irlanda, nuestro camino a través de los siglos oscuros.
CELTAS Y CRISTIANISMO:

La pregunta de cómo llegó el cristianismo a las islas es difícil de contestar.


Sabemos que, como religión oriental, llegó a Roma precedida de otros cultos que
venían a satisfacer la demanda espiritual de las clases medias y cultas, y así solo
entre estas gentes se expandió en un principio. Aprovechando la infraestructura
urbana del imperio, el cristianismo se difundió a las ciudades de provincias como
Hispania o la Galia.
Tenemos pues una religión nueva que se expandía aprovechando el entramado
del imperio, sus ciudades y su organización social, lo que daría lugar a una
jerarquía eclesiástica, y a la estructuración de una tupida red de obispados con
sede en las ciudades y con una jurisdicción territorial bien definida.

CRUZ DE DURROW:
Esta obra maestra del arte irlandés es del siglo IX, y está ubicada junto a lo que
fuera el monasterio de Durrow, fundado por Columba en el 553.
Es más que evidente que este sistema eclesiástico jamás podría cuajar en las
islas, y mucho menos en Irlanda, en donde la romanización fue nula. Las ciudades
eran inexistentes en la mayor parte del territorio, y la sociedad estaba poco
jerarquizada. Y sin embargo el cristianismo, adaptándose a las características de
aquellas sociedades, cristalizó de manera brillante. ¿Cómo pudo ser?
A medida que en el imperio el cristianismo se hizo más popular, podríamos decir
que se vulgarizó. Gentes ambiciosas y de precaria moralidad decían ser cristianas,
con lo cual se fue difuminando el mensaje original, de humildad y sencillez. Surgen
por ello una serie de personajes que deciden distanciarse de todo aquello.
Basándose en los místicos anacoretas de oriente, marchan igualmente al desierto,
intentando así acercarse al verdadero mensaje, lejos de las corruptelas que
imperaban en Roma y en las ciudades de provincias. Los anacoretas de la Galia -
a un paso ya de Britania - al contrario que los místicos de oriente, vivieron en
bosques y montañas, y en ellos encontraron habitantes, los paganos, con lo cual a
su deseo de retirarse se unió el de predicar y convertir. Predicar primero con el
ejemplo, para convertir después, adaptándose si es necesario a la espiritualidad
del campesino o del pastor, “rebajarse para conquistar” que decían los padres de
la Iglesia, convencidos de la superioridad del mensaje de Cristo.
Fue este tipo de cristianismo, capaz de adaptarse al medio bárbaro, el que llegó a
las islas. Sí es cierto que en las ciudades del sur de Britania hubo comunidades
cristianas muy pronto, sin embargo el mensaje llegó más rápido y de forma más
eficaz a las zonas menos romanizadas. “Regiones inaccesibles a los romanos
pero accesibles a Cristo” que dijera Tertuliano en el siglo III, un hecho confirmado
por nuestro cronista Beda. Así los celtas adoptaron el cristianismo con relativa
facilidad, mientras que los romanos, acostumbrados a racionalizarlo todo, tuvieron
serias dificultades para comprender el mensaje original, y cuando lo hicieron, lo
adaptaron a las estructuras sociopolíticas del Bajo Imperio, convirtiéndolo en una
forma de poder político, jerárquico y centralista, que justificaba guerras y
fomentaba las ambiciones de la mayoría de los reyes bárbaros que ya empezaban
a instalarse en occidente.
El cristianismo que llegó a los lugares inaccesibles a Roma fue llevado por
misioneros, muchas veces eremitas vagantes que se adentraron en la espesura
de los bosques para predicar. Así sabemos que cierto Ninián, en el siglo V predicó,
entre los pictos y britanos de la actual escocia, mientras su contemporáneo
Patricio hacía lo propio con los paganos de Irlanda, abriendo sin duda camino a la
exaltación cristiana del siglo VI, que traerá consigo innumerables fundaciones
monásticas y el surgimiento de santos y mártires en todos los rincones celtas de
las islas.
Mientras tanto Roma intentaba organizar las comunidades cristianas de Britania a
su manera, es decir, aprovechando la escasa estructura urbana de la isla, y
tejiendo una red de obispados y parroquias que en absoluto resistió a la llegada
anglosajona, con lo cual se vería obligada, andando el tiempo, a liderar la
reconquista cristiana, ya en tiempos de Gregorio el Grande - finales del siglo VI -.

PELAGIO:
En los primeros tiempos del cristianismo el sistema de conversiones fue un tanto
anárquico. Aún no había un dogma oficial establecido, y así cada vez que un
pueblo optaba por convertirse no era difícil que optara por una visión particular de
la nueva fe. Surgen así innumerables herejías, o diferentes visiones del
cristianismo, que tratan de hacerse un hueco en el ideario religioso del momento.
Fue el cristianismo de Roma, apelando a la herencia de Pedro, quien intentó hacer
valer sus tesis como oficiales y verdaderas frente a las incontables desviaciones
que salpicaban Europa y el Mediterráneo. Una de estas herejías la protagonizó
cierto Pelagio, cuyo origen bien pudo ser britano, y cuyas tesis calaron entre las
poblaciones celtas de la isla.
Sabemos seguro que predicó en Roma y el Mediterráneo durante más de 20 años,
ganándose allí muchos adeptos, y chocando con las tesis de los santos Agustín y
Jerónimo, que no cejarán en su empeño de conseguir la excomunión del hereje, y
a quien tildarán peyorativamente de “escocés”, o “relleno de papilla escocesa”.
Independientemente de su vida y de sus discusiones – más o menos refinadas –
con los padres de la Iglesia, y para no extendernos demasiado, nos centraremos
en su doctrina:
Los dos puntos más conflictivos de su pensamiento tienen que ver con el pecado
original y con la Gracia.
Para Pelagio el pecado original viene de un acto de desobediencia que cometió un
solo hombre, Adán en este caso, y que no tiene que implicar al resto de su
descendencia. Con esto viene a decir que todos nacemos limpios de pecado, y no
tenemos que pagar por los actos de un solo hombre. El ser humano no nace
bueno o malo, por tanto, sino limpio y con capacidad de elegir su destino. Con
esto Pelagio atribuye libertad individual al hombre – libre albedrío – a la vez que
rechaza el maniqueísmo. No hay bien ni mal, sino que todo se funde en un todo
homogéneo, que incluye no solo al hombre, sino a Dios.
Si hablamos de libre albedrío negamos entonces la predestinación, chocando con
el problema de la Gracia. ¿Qué es la Gracia? Pues podríamos definirlo como la
salvación eterna que Dios ofrece al hombre por creer en Él. Dios sabe si alguien
se salvará en base a la fe que le procese. Pelagio decía sin embargo que la
salvación se consigue con obras. Solo con su propio esfuerzo, el hombre es capaz
de salvarse, porque es libre. Sin mediación alguna de Dios, y mucho menos de la
jerarquía eclesiástica.
Ante semejante bombazo no es de extrañar que Pelagio y los suyos fueran
expulsados de Roma por el papa. No volviéndose a saber de él.
El Pelagianismo ganó adeptos en Roma, pero solo las clases cultivadas fueron
capaces de entender su doctrina. Sin embargo en Britania caló tan profundamente
en la sociedad céltica que el papa hubo de enviar al obispo Germán de Auxerre a
combatir la herejía – y de paso a combatir por las armas a los pictos –.
Lo cierto es que las tesis pelagianas coincidían con el espíritu celta en muchos
factores, lo cual explica el éxito de su pensamiento en la isla. Para empezar el
libre albedrío concuerda perfectamente con el espíritu libre e individualista celta, y
con su sociedad horizontal y poco jerarquizada. En cuanto al valor de las obras y
la voluntad como medio de salvación está en relación directa con las proezas
inhumanas de los héroes mitológicos en su busca de la perfección. Así no solo nos
encontramos a los esforzados héroes del Grial sino a los propios monjes celtas,
cuya austeridad y rigor son casi legendarios, creyéndose capaces incluso de
cambiar la intención divina solo con su sacrificio.
El Pelagianismo desapareció de Britania, sin embargo el cristianismo celta tendrá
muchos puntos en común con esta herejía, aún en el caso de que muchos de
estos monjes apenas habían oído hablar de Pelagio. Simplemente se trata de dos
formas de espiritualidad cristiana que los celtas adoptaron en uno u otro momento,
aunque sin influencia mutua.

PATRICIO EN IRLANDA:

Contemporáneo de Pelagio, y de Germán de Auxerre fue el britano Patricio, a


quien se atribuye la cristianización de Irlanda. Sin embargo a la antigua Hibernia
ya habían llegado anónimos misioneros, y es bastante probable que hubiera
comunidades cristianas allí desde antes. Es seguro que Patricio tuvo un precursor
en la persona de Palladio, enviado por el mismo papa en calidad de obispo, y por
tanto, para organizar comunidades ya existentes. Nada sabemos de la vida del
obispo allí, salvo, que quizá, no tuvo mucho éxito, ya que en el 432 encontramos a
Patricio predicando a los scottos de Irlanda.
Sabemos que nació en torno al 387 entre los britanos de Strathclyde, y que era
hijo y nieto de clérigos. Contando con pocos años fue raptado por los scottos, que
como ya hemos visto, eran piratas entre otras muchas cosas, y permaneció en
Irlanda varios años, hasta que logró escapar. Su estancia en la isla como siervo de
un mago, quizá un druida, sin duda le hizo conocer bien la religión de estos
pueblos, lo que luego aprovechó en su predicación, sintetizando los principios
celtas con los cristianos - aquí está la clave de su éxito -.
Tras algunos años en Auxerre y Roma, Patricio regresará a Irlanda en calidad de
obispo, para organizar y convertir a aquel pueblo que tan bien conocía. Sabemos
que predicó en la región del Ulster, en donde logro algunas conversiones
importantes. Patricio hizo que el cristianismo se adecuara a las necesidades
espirituales de los scottos, renovando de alguna manera los principios druídicos,
que por aquellas fechas parecían estar en decadencia. En aquel momento los fili
(o filidh) parecían haber asumido algunas de las funciones de los druidas. Los fili
eran miembros de la clase culta, y parece ser que se encargaban de las labores
de adivinación, así como de la narración de historias y de la poesía. Con el tiempo
fueron arrinconando no solo a los propios druidas sino a los bardos - en calidad de
poetas cultos -. En este momento llegó Patricio, quien en mitad de la pugna quiso
ponerse al lado de los fili, de quienes aprovecha su mayor vigor místico. Así va
expandiendo su mensaje, convirtiendo a muchos de ellos, que veían en el
cristianismo un arma poderosa para imponerse a los druidas. Patricio además
siempre respetó su sabiduría, y jamás quiso imponerles nada por la fuerza. De
este modo los fili le dieron su apoyo y adoptaron la nueva religión de modo natural,
adoptando sus postulados y principios, y protagonizando, sin saberlo, una
regeneración espiritual sin precedentes en Irlanda.
Patricio, sin embargo, creó en la isla un entramado cristiano igual que el que se
estaba desarrollando en las provincias del imperio, a la romana o basado en la
supremacía del obispado. Dicha organización no se mantuvo en absoluto y
desapareció por completo tras su muerte. Sin embargo el barniz cristiano perduró
en buena parte de la isla. Desapareció la infraestructura pero el mensaje se
mantuvo, por lo que los scottos organizaron el nuevo credo a su manera,
adaptando el cristianismo a su sistema social y político. Así poco después
tenemos a la santa Brígida dirigiendo un monasterio mixto en calidad de abadesa,
algo impensable en el continente. El cristianismo celta de Irlanda, tan peculiar,
comienza su andadura.

LA ORGANIZACIÓN MONÁSTICA:

La construcción del cristianismo scotto tuvo en el monasterio su piedra angular, y


en el abad su máximo dirigente..
Los monasterios ejercían jurisdicción sobre un territorio y no solo en el ámbito
espiritual, sino político y económico. Ese territorio se conoce como Paruchia, y era
gobernada por el abad. Se crea así una infraestructura eclesiástica perfectamente
adaptada a un mundo sin ciudades, y que pasa de la Edad de Hierro a la Edad
Media cristiana sin transición alguna. El abad gobernaba su territorio por encima
incluso de los obispos, cuya misión, entre otras, era ordenar, pero no dirigir.
Encontramos así en el abad poderes religiosos y políticos, fundiéndose en su
persona la figura del rey y el druida. No en vano muchos abades eran príncipes y
fili a un tiempo, portando a la vez la autoridad del rey y del druida, como es el caso
de Columba, abad de Iona, y de quien nos ocuparemos más adelante.

MONASTERIO DE GLENDALOUGH, fundado por san Kevin en el siglo VI.

El monasterio irlandés era en realidad una aldea, con chozas independientes


alrededor de un templo. Solo este último edificio estaba hecho en piedra, al menos
en parte. Cada una de estas aldeas estaba dirigida por un abad ordenado
sacerdote, o por una abadesa, y existían así mismo comunidades mixtas.
Cada comunidad mantenía relaciones con otras cercanas, creando una tupida red
de cenobios en el que no eran raras las disputas jurisdiccionales. Debemos saber
que la mayoría de los monjes celtas eran miembros de la clase guerrera de sus
respectivas tribus - incluso estaban obligados a un servicio militar -. Los
monasterios además podían representar a determinado clan o tribu, siendo su
abad un representante de la realeza. Así sabemos que a finales del siglo VII tuvo
lugar una batalla entre los monasterios de Clonmacnoise y Durrow, en donde hubo
cientos de muertos.
El carácter guerrero de monje irlandés no era lo único que le diferenciaba de los
cenobitas del continente. Y es que había muchos otros matices y diferencias con
respecto al cristianismo romano, que si bien, nunca llegaron a incurrir en herejía, si
causaron quebraderos de cabeza a los papas, empeñados por aquel entonces en
homogeneizar el culto en toda la cristiandad occidental
Para empezar, la sola visión de un monje celta llamaba la atención a los cristianos
romanos, pues practicaban una tonsura diferente, afeitándose buena parte de la
frente, de oreja a oreja, a veces con flequillo delante y larga melena detrás.
Independientemente de las diferencias estéticas - escondan lo que escondan
detrás -. Los contrastes más acusados, a parte de la organización, tienen que ver
con la doctrina.
El monje celta llevaba una vida de gran austeridad. Como sí mediante el sacrificio
pudieran cambiar, o moldear la voluntad de Dios. Conservamos algunos
penitenciales que espantan por su severidad, y que incluyen latigazos por toser
durante las comidas o por tropezar en el altar, así mismo otros sacrificios incluyen
dormir una noche con un cadáver, sobre camas de ortigas, cáscaras de nuez o en
el agua. La capacidad para hacer cambiar la voluntad divina mediante la
penitencia les permitía, no obstante, cometer ciertos pecados, de cuyo castigo
eterno podías librarte mediante el correspondiente castigo- cada mala acción tenía
su precio -. Así por la mortificación y las obras conseguían la salvación, dejando a
Dios al margen, lo cual nos lleva directamente al libre albedrío que Pelagio
concedía al hombre. Y nos recuerda los logros físicos de los caballeros del Grial,
por ejemplo, o del ciclo del Ulster, en donde la divinidad era fría y distante, y en
donde el hombre debía lograr, mediante sus hazañas, cambiar el destino del
mundo si fuese preciso.
Nos encontramos pues ante verdaderos héroes, hombres y mujeres de oración
capaces de cambiar su destino. Y digo mujeres porque hubo abadesas con el
mismo poder que cualquier abad, y, por su puesto, con mayor potestad que
cualquier obispo, lo que nos indica algo que ya sabíamos, y que tiene que ver con
el grado de autonomía y libertad que la mujer tenía en el mundo celta. Sabemos
que las mujeres celtas gozaban de gran consideración en el ámbito doctrinal,
participando incluso en los ritos, lo que chocaba fuertemente con la misoginia
desatada de la mayoría de los padres de la Iglesia.
Vistas estas diferencias de base, que desde luego no son las únicas, hay un factor
más que definitivamente hizo que los papas se pusieran alerta. Se trata de la
expansión del cristianismo celta, hacia Britania y hacia el continente. Es la
peregrinación por amor a Dios. Para Roma un desafío, y para los celtas, una
nueva hazaña

DE COLUMBA EN IONA A COLUMBANO EN EL CONTINENTE

Al igual que los héroes de los mitos célticos, los monjes de Irlanda también
partieron en busca de aventuras. Esta acción de salir de su patria, que tenía algo
de proeza y también de sacrificio, estuvo siempre en la mente del monje.
Sabemos que Brandan de Clonfert se aventuró por el Atlántico hacia el oeste, y
que otros monjes irlandeses descubrieron Islandia antes que los vikingos. Aunque
la gran labor del cristianismo celta tuvo lugar con las fundaciones monásticas
continentales, como veremos.
El gran precedente de esta peregrinación lo encontramos en la exitosa aventura
de un monje llamado Columba, Collum Cill en gaélico. Columba nace hacia el 521
en el norte de Irlanda. De estirpe real, era además un fili, y por tanto gran
conocedor de la religión druídica. Dotado de poderes religiosos y políticos, el rey
sacerdote, parte hacia las islas de Escocia y funda allí un monasterio, en Iona.
Columba era de la dinastía de los reyes de Dal Riada, que como sabemos, era un
doble reino situado parte en Irlanda y parte en Escocia. La isla de Iona sirvió no
solo como puente entre ambos, sino que fue el punto de donde partió la
evangelización de los britanos, pictos y sajones. Así Columba contribuyó a la
cristianización de Britania y a la expansión de Dal Riada como entidad política, lo
que indudablemente contribuyó a la gaelización de Escocia.

Columba muere en el 600, sin embargo el legado que dejó le sobrevivirá con
creces. Iona siguió ejerciendo gran influencia sobre Britania. Además se copiaron
y recopilaron libros que se creían perdidos en el continente - el propio Columba
era un gran copista – y mientras Europa vivía su particular oscuridad, Iona e
Irlanda entera guardaban en sus anaqueles obras vitales para el resurgir de la
civilización durante la plena Edad Media.
Llena Irlanda y Britania de monasterios celtas, y con los papas enviando a toda
prisa legados a Kent para convertir a los anglosajones, nuestros monjes deciden
pasar al continente.
Pronto lugares como la Galia, la actual Suiza o Italia se llenarán de monjes celtas
que vagarán por los caminos, hablarán con los reyes y sobre todo fundarán
monasterios. El más destacado de todos ellos fue Columbano.

La vida de Columbano es todo un ejemplo de las virtudes celtas que antes


apuntábamos. Más joven que Collum Cill, nace hacia el 543 en la región de
Leinster. Aunque la labor más importante del monje tuvo lugar en el continente, no
hemos de olvidar que no salió de Irlanda hasta pasados los 40 años, por lo que
hemos de suponer que adquirió en su tierra natal una sólida formación. Así fue, de
hecho, y estuvo en varios monasterios antes de embarcarse con 12 compañeros –
ya lo hiciera así en tiempos Collum Cill o el propio Brandan de Colfert – hacia
donde su curragh, la típica embarcación celta de cuero, quisiera llevarles. En el
año 590 aparece en la costa francesa, y pronto en la corte de Borgoña, en donde
su rey le permite fundar un monasterio. Columbano encontrará el lugar ideal en la
región de los Vosgos, una zona salvaje y poco habitada, en donde encontró los
restos de una fortaleza romana que se convertiría en el primer monasterio celta en
el continente, Annegray.

COLUMBA, fundador, entre otros, del monasterio de Iona. De estirpe real y


conocedor del saber druídico, fue uno de los santos capitales del panteón céltico –
cristiano.

Después vendría otra fundación, Leuxeuil, ante el número de adeptos que


decidían unir su destino al de aquellos extraños monjes extranjeros, y ante la
necesidad de predicar a los campesinos y nobles que por allí se acercaban.
Gentes, paganas o cristianas, que quedaban deslumbrados ante el quehacer
sobrio y continuo de los irlandeses, y que veían en estos monasterios una luz
innegable frente a la oscuridad y al caos en el que estaban sumidos los reinos
francos - no muy diferente al desbarajuste anglosajón visto en el capítulo anterior
-.
Este éxito trajo varias consecuencias, a nuestro modo de ver: la primera de ellas
viene a propósito del éxito de las comunidades monásticas por él fundadas. La
atracción de gentes hizo que se perdiera parte del sentido original de los
monasterios, que debían estar en el desierto - es decir alejados de la gente -, por
ello Columbano pasa varios meses al año haciendo vida de anacoreta en una
cueva - al estilo de los santos celtas, cuyas ermitas están esparcidos por todos los
acantilados y riscos de las islas -.
Este alejamiento del mundo no le impedía seguir ejerciendo potestad sobre los
monasterios, y desde su retiro enviaba mensajeros que informaban de su
voluntad.
Este gobierno por parte de Columbano sobre sus monjes nos lleva directamente a
la creación de una Regla, para organizar las cada vez más numerosas
comunidades. Basándose en sus maestros irlandeses, y acorde con el espíritu
cristiano celta, instituye una Regla de gran austeridad y rigidez, lo que nos lleva a
una última y fatal consecuencia, y es el recelo con el que algunos miembros de la
corte empezaron a mirar a los monjes extranjeros. Unos monjes que criticaban
abiertamente la baja moralidad de la corte borgoñona, y del clero que la toleraba -
clérigos romanos, se entiende -. Sabemos que obligó al rey Teuderico II de
Borgoña a renegar de sus numerosas amantes y a quedarse tan solo con su
esposa, o que se negó a bendecir a sus bastardos. Los obispos veían molestos
como los irlandeses anteponían la voluntad de su abad a la suya, y ante la presión
de la corte y del papado deciden celebrar un concilio para intentar colocar a las
díscolas comunidades irlandesas bajo su tutela - algo que por las mismas fechas
estaba intentando San Agustín en Britania, con idéntico resultado -. Columbano ni
se molestó en acudir, y tras una serie de circunstancias desagradables, en donde
habrá persecución y cárcel, el viejo abad parte hacia nuevos horizontes, en pos de
nuevas aventuras que acabarán por llevarle al lago Constanza, en la actual Suiza.
En aquella apartada región fundan otra comunidad, que con el tiempo acabará
llevando el nombre de uno de los compañeros de Columba, llamado Galo. Nada
sabemos de las discrepancias personales entre los dos monjes, ignoramos
obviamente la calidad de su trato, o si Galo acataba bien las órdenes del abad, el
caso es que la expedición quedó dividida, y mientras galo se quedó junto al lago
con otros tantos, Columba marchó al sur, no sin antes imponer una severa
penitencia a su compañero, - supongamos pues que alguna desavenencia hubo -.
La penitencia consistía en que Galo no podría impartir misa hasta que él no
hubiera muerto.
Queda pues una comunidad en aquel perdido rincón de Austrasia, mientras el
viejo Abad parte hacia Italia. En el norte de la península se habían establecido los
lombardos. Columbano será recibido por su rey Agilulfo, quien pronto optará por la
conversión - era ya cristiano pero en su vertiente arriana -. Después el viejo abad
recibió unas tierras en los Apeninos, y allí, sobre las ruinas de una antigua iglesia,
levantó su último monasterio y quizá el más significativo, Bobbio, cuya labor e
importancia superó con creces la vida del viejo abad, que llegaría a su fin pocos
años después, en el año 615, y con él la aventura celta en el continente, pues
aunque sus fundaciones continuaron funcionando y gozaron de gran esplendor en
Europa, le regla de Columbano se fue extinguiendo con los años ante el empuje
de otra más sencilla y llevadera, que predicaba humildad frente a la cruel
austeridad de los celtas. La Regla de san Benito fue así expandiéndose por
Europa de manera natural, e incluso los monasterios de Luxeuil, San Galo o
Bobbio con el tiempo, se acoplaron a la nueva Regla que llegaba de Roma, que se
imponía ya sin duda en el continente. Ahora le tocaba el turno a Britania y a la
propia Irlanda.

DEL SÍNODO DE WHITBY AL FIN DEL CRISTIANISMO CELTA:

En efecto, apenas medio siglo después de que los monjes celtas del continente
tuvieran que someterse a la regla benedictina y a las directrices de los obispos y
de Roma, los monjes isleños correrían la misma suerte.
Ya hemos visto como san Agustín de Canterbury trató de convencer a los abades
y monjes de Britania e Irlanda para que se colocasen bajo la tutela romana, sin
resultado alguno. Hay que tener en cuenta que en aquel momento los
anglosajones aún no habían abrazado la causa cristiana romana, así que los
celtas andaban a sus anchas sin presión alguna por su parte. Mientras fueran
paganos, ellos podrían seguir firmes en su peculiar modo de ver el cristianismo.
Así nos encontramos a monjes y misioneros celtas en Escocia, en la Galia o en
lugares tan remotos como Islandia, mientras dejaban a los ingleses ajenos a su
mensaje - al menos a la mayoría de ellos -. Los cristianos romanos, sin embargo,
pronto se lanzaron a la cristianización de Inglaterra. Si desde Roma era difícil
controlar a los díscolos scottos y britanos, los anglosajones lo harían por ellos,
como así fue.
Como ya hemos visto en el capítulo previo, a la conversión de Ethelbert de Kent y
de buena parte del reino, siguieron otras como la de Edwin de Northumbria y otros
tantos, lo cual motivó la entrada en escena de los monjes de Iona, para
contrarrestar de alguna manera los éxitos romanos, y logrando algunos triunfos
importantes en Northumbria, plasmados brillantemente en la cristianización para
su causa de los futuros reyes Oswald y Oswiu. Pero estos logros no serán
suficientes. El cristianismo romano había cristalizado con fuerza en Canterbury, y
tanto sus monjes, como el resto de los reyes ingleses presionaban cada vez más a
los northumbrios y a los propios celtas para que abandonaran sus creencias. En la
corte de un dubitativo Oswiu, en el 664, tendrá lugar el sínodo de Whitby, en
donde representantes sajones y celtas debatirán los pormenores de su doctrina, y
en donde el rey northumbrio, como buen político, eligió la causa de los que a todas
luces estaban destinados a vencer. De este modo, al igual que el resto de sus
hermanos anglosajones, Oswiu – y pronto el resto del reino – optaron por el
cristianismo romano.
Sin duda esta decisión, a los celtas, no les hubiera importado nada en absoluto de
no ser por que el poder anglosajón era ya demasiado importante. La mayor parte
de Britania estaba ya en manos inglesas, y lo que era peor, estos ingleses eran
católicos. Roma había logrado su objetivo, y los sajones ahora terminarían el
trabajo que ellos no pudieron hacer. Legitimados por los papas, la presión sobre la
Céltica se hizo insoportable. Así poco a poco, las comunidades desobedientes se
fueron colocando bajo la tutela de Roma y de Canterbury. El puente entre las dos
islas, el monasterio de Iona, se someterá en el 716, llegando de este modo la
influencia romana a la propia Irlanda.
Sin duda esta alineación en el bando romano por parte de las comunidades
célticas fue un hecho verídico, sin embargo más de dos siglos de un cristianismo
celta, que bebía además de fuentes milenarias, no podían borrarse en unos años.
Sabemos que en el norte de Irlanda fue el Cister quien erradicó los últimos
vestigios - hablamos del siglo XII -. Lo cual no impidió que el recurso al genocidio
fuera usual desde los tiempos de Enrique II Plantagenet hasta el siglo XX. Es
decir, la eliminación física como única manera de extirpar una idea, de aniquilar un
concepto que a pesar de todo se mantiene, debilitado pero firme, en los rincones
más remotos de las islas.

PÁGINA DEL LIBRO DE KELLS, del año 800, que nos da una idea del grado de
desarrollo cultural y artístico de los monjes irlandeses.

Fin del trabajo.

Quiero agradecer a Mario y a Ana su ayuda en temas de literatura inglesa, y


también al gran conversador Javi (Funky), que me habló de sus aventuras y
hazañas por las Hébridas e Irlanda.

© Carlos de Miguel
Todos los derechos reservados.
Aviso Legal

Contacto:

karlthegreat2001@yahoo.com

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