ce
ale, epoch de Roaces
de, Ben, Jonson, que definié a sus contemporineos
con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans de
Alexander Ross, de’ los astificios de George Moore
y de Eliot y, finalmente, de “la nasracci6n atribufda
al anticuario Joseph Cartaphilus", Denuncia, en el
primer capitulo, ‘breves. interpolaciones de. Plinio
(Historia naturalis, V, 8); en el segundo, de ‘Tho-
mas De Quincey (Writings, TIT, 439); en el tercero,
de una epistola de Descartes al embajador Pierre
Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to
Methuselah, V). Tnfiece de esas intrusiones, 0 hur-
tos, que todo el documento es apécrifo.
‘A mi entender, 1a conclusién es inadmisible. Cuan-
do se acerca el fin, esctibié Castaphilus, ya no que-
dan imagenes deb recuerdo; sblo quedan palabras.
Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, pala-
bras de otros, fué la pobre limosna que le dejaron
Jas horas y los siglos.
4 Cecilia Ingenieros.
)26¢
EL MUERTO j
Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que
un triste compadrito sin més virtud que Ia infatua-
cién del coraje, se interne en los desiertos ecuestres
de la frontera del Brasil y llegue a capitén de con-
trabandistas, parece de antemano imposible, A: qu
nes lo entienden asi, quiero contarles el destino de
Benjamin Otélora, de quien acaso no perdura un re-
cuerdo en el barrio de Balvanera y que murié-en su
ley, de un balazo, en los confines de- Rio Grande
do Sul. Ignoro los detalles de su ‘aventura; cuando
me sean revelados, he de rectificar y-ampliat estas
paginas. Por ahora, este restimen piiede ser util.
[Benjamin Otélora cuenta, hacia-€892) diecinueve
anos, Es un mocetén de frente mezquina, de ‘sixiceros
ojos claros, de reciedumbre vasca; una pufialada feliz,
Je ha revelado que es un hombre valiente; n0"lo'in-
guiéta. la muerte de su contrario, tampoco" la’ inme-
diata necesidad de dblica, El caudillo
de In parroquia Je da. una carta. para un tal Azevedo
Bandeira, del Uruguay. Otélora'se ‘embarca, la tra-
vesia. eS tormentosa_y crujiente; al-otro dia, vaga
por las calles def Monteudeal con-inconfesada y tal
vez ignorada tristeza, No da con Azevedo Bandeira;
hacia In medianoche, en un almacén del Paso del
yar¢
Pestages
“Tres po
Lugardesta
JORGE LUIS BORGES
Molino, asiste a un altercado entre unos troperos.
Un cuchillo relumbra; Otilora no sabe de qué Indo
esti la raz6n, pero lo atrae el puro sabor del peligro,
como a otros la baraja o Ja miisica, Para, en el en-
trevero, una pufialada baja que un pedn Je tira a
tun hombre de galera oscura y de poncho. Este, des-
pués, resulta ser Azevedo Bandéica. (Otilora, al sa-
berlo, rompe Ia carta, porque prefiere debérselo todo
4 si mismo.) Azevedo Bandeira da, sunque fornido,
Ja injustificable impresién de ser contrahecho; en’ su
rostro, siempre demasiado cercano, estin el
el_negro y el indio; en su empaque, el mono y el
gers daatra que le atraviesa Ja cara es un ador-
no mis, como el negro bigote cesdoso
Proyecciéa o error del alcohol, el altezcado cesa
con Ja misma rapidez con que se produjo, Otilora
bebe con los troperos y fuego los acompafia a una
farra y luego a un caserén en Ia Ciudad Vieja, ya
con el sol bien alto. En el altimo patio, que es-de
tierra, los hombres.tienden su recado para dormir,
Oscuramente, Otilora compara esa noche con la
anterior; ahora ya pisa tierra firme, entce amigos.
Lo inquieta algin remordimicnto, es0 si, de no ex:
trafiar 2 Buenos Aires, Duerme hasta Ia oracién,
cuando lo despierta el paisano que agredi6, borracho,
a Bandeira, (Otdlora recuerda que ese hombre ha
compartido con Jos otros Ia noche de tumulto y de
jibilo y que Bandeira lo senté a su derecha y lo obli-
86 a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el
patrén lo manda buscar. En una suerte de esctitorio
que da al zaguén (Otilora nunca ha visto un zaguin
con puertas Iaterales) esté esperindolo Azevedo Ban-
228
\ Giro?
EL MUERTO
deita, con una clara y desdefiosa mujer de pelo colo-
sado, Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de
cafia, le repite que Je esté pareciendo ‘un hombre
animoso, Je propone ir al Norte con los demis a
tact una Tape lor acaps; acl Ta made
stig en camino, rumbo a Tacuaemb6,_
Bnpies entonces para Otflora una vida distinta,
una vida de vastos amaneceres y de jornada que roe 4
nen el olor del caballo, Bsa vida es nueva pata dy
a veces atroz, pero ya estk en su sangre, porque lo
mismo que los hombres de otras naciones veneran
y presienten el mar, asi nosotros (también el hombre
que entreteje estos simbolos) ansiamos Ia llanura in-
agotable que resuena bejo los cascos, Otélora se ha
crido en los barrios del carrero y del cuatteador;
antes de un afio se hace gaucho. Aprende a jinetear,
a-entropillar la hacienda, a carnear, 2 manejar el lazo
que sujeta y Ins boleadoras que tumban, a resistir
el suefio, las tormentas, las heladas y el sol, @ atrear
con el silbido y el grito, Sélo una vez, durante ese
tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero
Jo tiche muy presente, porque ser hombre de Ban-
deira es sex considerado y temido, y porque, ante
cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeia
Jo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nacié del
otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso,
que deberia rebajarlo, oscuramente lo enriquece de
selvas populosas, de ciénagas, de inextricables y cast
infinitas distancias, Gradualmente, Otilora entiende
me los negoci a son miltiples y que el
rincipal es el contrabando, Ser tropero es ser un
SaTaherOBlors se propone ascender a contraban-
d29¢JORGE LUIS BORGES profacén
soi de los compafieros, una noche, cruzarin
Ja Frorffera para volver con unas partidas de cafia;
Otélora_ prov. i ®
Tugar. Lo mueve [a ambicién y también una oscura
Tidelidad, Que of hombre (piensa) acabe por enter
der que yo valgo més que todos sub orientales juntos.
Otro afio pasa antes que Otélora regrese a Monte-
video. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otélora
Je parece muy grande); llegan a casa del patrén;
los hombres tieaden. Jos’ recados en el tltimo patio.
Pasan los dias y Otélora no ha visto a Bandeita. Di-
cen, con temor, que esti enfermo; un moreno suele
subir a su doveitoris cons ealdeta y con el mate’
Una tarde, le encomiendan a Otilora esa tarea. Este
jente' vagamente humillado, pera satisfecho
se
tam
El dotmitorio es desmantelado y oscuro, Hay un
balcéa que mira ai poniente, hay una larga mesa con
un sesplandeciente desorden de taleros, de atreado-
zes, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas,
hay un remoto espejo que tiene la luna empafiada,
Bandeira yace boca arriba; suefia y se queja; una
vehemencia de sol tiltimo lo define. El vasto echo
blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otélora nota
Jas canas, Ia fatiga, Ja flojedad, las grictas de los
afios, Lo subleva que los esté mandando ese, viejo. Panto,
Piensa que un golpe bastarla para dar cuenta ‘de él, MESO
Ja mujer de pelo cojo, esl a Reo Veair 7 devalea
y lo observa con fria cutiosidad. Bandeira se’incor-
pora; mientras habla de cosas de la campaiia y des-
‘pacha mate tras mate, sus dedos juegan con Jas teen.
130
EL MUERTO
zas_de la mujer, Al fin, le da licencia a Otélora
pata ine.
Dias después, les llega Ia orden de ir al Norte.
Arriban a una estancia perdida, que esté como en
cualquier lugar de Ja interminable Lanura. Ni arbo-
Jes ni ua arroyo la alegran, el primer sol y el tiltimo
a golpean. Hay cortales de piedra para la hacienda,
que-es guampuda y menesterosa. Ef Suspiro se llama
ese pobre establecimiento,
Otélora oye en rueda de peones que Bandeira no
tardard en Megar de Montevideo, Pregunta por qué;
alguien aclara que hay un forastero agauchao que
esti queriendo mandar demasiado, Qtélora compren-
de que es una broma, pero le halaga que-esa broma
ya sea posible, Averigua, después, que Bandeira se
hi lstado con uno, de los jefes politicos y qu
éste_le be retirado gu apoyo. Te gusta esa noticia,
Llegan cajones de armas largas; Ilegan una jarra y
una palangana de plata para el aposento de la mijer;
Megan ‘cottinas de intrincado damasco; llega de las
cuchillas, uan mafiana, yn jinete_sombrio, de barba
cestada: y de poncho. Se Ilama[Ulpiano Suse es
el 'capanga o_guardaespaldaside Azevedo Bandeira,
Habla muy: poco y de una manera abrasilerada. Oti-
Jora no sabe si atribuic su resceva a hostilidad, a
desdén oa mera barbarie, Sabe, eso si, que_paca
el_plan gue esti maquinando tiene que ganar su
amistad.
Entra después en el destino de Benjamin Otélora
un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo
Bandeira y que luce apero chapeado y caroia con
bordes de piel de tigre, Ese caballo liberal es un
dar