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La revolución nazi fue un ejercicio de ingeniería social a una escala grandiosa. El "linaje
racial" era el eslabón clave en la cadena de las medidas de ingeniería. Entre la colección de
comunicados oficiales del sistema nazi, publicados en inglés a iniciativa de Ribbentrop,
destinados a la propaganda internacional y, por lo tanto, expresados en un lenguaje
comedido y moderado, el Dr. Arthur Gütt, jefe del Departamento Nacional de Higiene del
Ministerio del Interior, exponía que la tarea más importan de la autoridad nazi era "una
política activa tendente a preservar la sal racial" y explicaba lo que implicaba
necesariamente la estrategia de esta política: "Si facilitamos la propagación de un linaje
sano por medio de la selección sistemática y de la eliminación de los elementos enfermizos
podremos mejorar las condiciones físicas. Acaso no sea posible en la generación actual,
pero sí en las que nos sucederán". Gütt no tenía ninguna duda de que la política de la
selección por medio de la eliminación “se ajustaba a las líneas adoptadas universalmente
de acuerdo con las investigaciones de Koch, Lister, Pasteur y otros científicos famosos" y,
por lo tanto, constituían una extensión, de hecho, la culminación, del avance de la ciencia
moderna.
El Dr. Walter Gross, jefe del Departamento de Progreso sobre la Política de la Población y
el Bienestar Racial, explicó detalladamente los aspectos prácticos de la política racial:
invertir la tendencia actual de "una decreciente tasa de natalidad entre los habitantes más
adecuados y una propagación sin restricciones de los que tienen taras hereditarias, los
deficientes mentales, imbéciles, delincuentes hereditarios, etc.". Gross no se atreve a hablar
de la necesidad de esterilizar a los que tienen taras hereditarias ya que escribe para un
público internacional que probablemente no aplaudirá la decisión de los nazis de que la
ciencia y la tecnología modernas lleguen a su fin lógico.
La realidad de la política racial era, sin embargo, mucho más horripilante. Al contrario de lo
que afirma Gütt, los jerarcas nazis no vieron ninguna razón para limitar sus preocupaciones
a "las [generaciones] que nos
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sucederán". Como los recursos lo permitían, se dispusieron a mejorar a la generación
actual. El camino que llevaba a este objetivo pasaba forzosamente por la eliminación de los
unwertes Leben. Cualquier vehículo serviría para avanzar por este camino. Dependiendo de
las circunstancias, se hacían alusiones a la "eliminación", "desaparición", "evacuación" o
"reducción" (léase "exterminio"). Siguiendo la orden de Hitler de 1 de septiembre de 1939,
se habían creado centros en Brandenburg, Hadamar, Sonnestein y Eichberg que se
ocultaban bajo una doble mentira: los iniciados, en sus conversaciones en voz baja, los
llamaban "institutos de eutanasia" mientras que de cara a la galería utilizaban nombres
todavía más engañosos y capciosos como Fundación Caritativa para el "Cuidado
Institucional", "el Transporte de los Enfermos" o, incluso, utilizaban el delicado código
"T4", de 4 Tiergartenstrasse, Berlín, donde se encontraba la oficina que coordinaba toda la
operación de asesinato'. Cuando el 28 de agosto de 1941, a consecuencia de una protesta
clamorosa de varias importantes luminarias de la Iglesia, hubo que revocar la orden, no se
abandonó en absoluto el principio de "administrar activamente las tendencias
demográficas". Simplemente, con ayuda de las tecnologías sobre el gas que la campaña de
la eutanasia había ayudado a perfeccionar, se cambió el objetivo. Ahora eran los judíos. Y
también cambiaron los lugares, como a Sobibór o a Chelmno.
Pero, desde el principio, el objetivo seguían siendo los unwertes Leben. Para los nazis,
creadores de la sociedad perfecta, el proyecto que perseguían y estaban decididos a poner
en práctica por medio de la ingeniería social dividía la vida humana en digna e indigna. A la
primera había que cultivarla amorosamente y darle Lebensraum, y a la otra había que "dis-
tanciarla" o, si el distanciamiento era inviable, exterminarla. Los que eran simplemente
extraños no fueron el objeto de esta política estrictamente racial. Se les podían aplicar
estrategias antiguas que funcionaban bien y que tradicionalmente se habían asociado con la
enemistad. A los extraños, por el contrario, había que dejarlos al otro lado de unos límites
celosamente guardados. Los discapacitados físicos y mentales constituían un caso más
difícil y requerían una nueva política, más original. No se les
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podía expulsar o separar con una cerca, ya que no pertenecían a ninguna de las "otras
razas", pero tampoco eran dignos de pertenecer al Reich de los mil años. Los judíos eran un
caso esencialmente semejante. No eran una raza como las otras, eran una antirraza que
minaría y envenenaría a todas las demás, que socavaría no simplemente la identidad de una
raza en concreto sino al propio orden social. Recordemos que los judíos eran la nación
no-nacional, el incurable enemigo del orden basado en la razón como tal. Con aprobación y
entusiasmo, Rosenberg citó el veredicto de Weiniger sobre los judíos, "una telaraña
invisible de hongos del cieno (plasmodium) que existe desde tiempo inmemorial y se ha
extendido por toda la tierra”. Por lo tanto, la separación de los judíos sólo podía ser una
"medida a medias", una estación del camino hacia el objetivo final. Era imposible que el
asunto terminara con limpiar Alemania de judíos. Incluso aunque habitaran lejos de las
fronteras alemanas, los judíos continuarían erosionando y desintegrando la lógica natural
del universo. Cuando Hitler ordenó a sus tropas luchar por la supremacía de la raza ale-
mana, creía que la guerra que desencadenaba era en nombre de todas las razas, un servicio
que prestaba a la humanidad organizada racialmente.
Según este concepto de ingeniería social, es decir, un trabajo con fundamentos científicos
cuya finalidad es la institución de un nuevo (y mejor) orden, un trabajo que necesariamente
supone la contención o, más aún, la eliminación de cualquier factor subversivo, el racismo
se ajustaba a la visión del mundo y a los métodos de la modernidad. (…)
96 Modernidad y Holocausto
Modernidad, racismo y exterminio (II)
todas las cualidades negativas que les hacían ser justo lo contrario de 1a raza superior: se
les consideraba vagos, taimados e incapaces de gobernar se a sí mismos''. Gobineau, padre
del "racismo científico", no tiene q desplegar mucha inventiva para describir a la raza negra
como de poca inteligencia, sensualidad excesivamente desarrollada y con un poder bruto
aterrador, igual que la muchedumbre desatada, mientras que la raza blanca ama la libertad,
el honor y todo lo espiritual".
En 1938, Walter Frank describía la persecución de los judíos como leyenda de "la erudición
alemana en lucha contra la judería mundial Desde el primer día del gobierno nazi se
crearon instituciones científicas dirigidas por distinguidos profesores universitarios de
biología, historia ciencias políticas, para que investigaran "la "cuestión judía" de acuerdo
con "las normas internacionales de la ciencia avanzada". Algunos de 1os muchos centros
científicos que abordaron temas teóricos y prácticos de "política judía" como aplicación de
la metodología erudita fueron Reichinstítut für Gesehichte des neuen Deutschlands, el
Institut zum Studium der Judenfrage, el Institut zur Erforschung des jüdische Eínflusses auf
das deutsche kirchliche Leben y el famoso Institut zum Enforschung des Judenfrage de
Rosenberg, y nunca carecieron de personal cualificado con credenciales y certificados
académicos. Según una de las lógicas típicas de su actividad,
durante muchas décadas, toda la vida cultural había estado más menos bajo la
influencia del pensamiento biológico, tal y como éste había planteado a mediados
del siglo pasado, con las enseñanzas de Darwin, Mendel y Galton, y después había
avanzado debido a los estudios de Plütz, Schallmayer, Correns, de Vries,
Tschermark, Baur Rüdin, Fischer, Lenz y otros ... Se reconocía que las leyes
naturales de cubiertas para las plantas y los animales también debían ser válidas par
el hombre.
El segundo aspecto es que, a partir del Siglo de las Luces, el mundo moderno se ha
distinguido por su actitud activista y de ingeniería hacia la
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98 Modernidad y Holocausto
Goebbels sostenía que había buena gente y mala gente mismo que animales buenos y
malos. "El hecho de que los judíos s viviendo entre nosotros no es ninguna demostración de
que sean parte nosotros, de la misma manera que una pulga nunca será un doméstico por
mucho que viva en una casa". La cuestión judía, en palabras del jefe de la Oficina de Prensa
del Ministerio de Asuntos Exteriores era "eine Frage des politischen Hygiene".
Dos científicos alemanes de fama mundial, el biólogo Erwin Baur y antropólogo Martin
Stammler, expresaron con el lenguaje exacto de ciencia aplicada lo que los dirigentes de la
Alemania nazi habían manifestado tado repetidamente con un vocabulario emotivo y
apasionado de políticos:
Resumiendo, mucho antes de construir las cámaras de gas, los nazis siguiendo las órdenes
de Hitler, intentaron exterminar a sus compatriotas física o mentalmente disminuidos por
medio del "asesinato misericordioso", falsamente llamado "eutanasia", y criar una raza
superior por medio
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De la repugnancia al exterminio
"La teología cristiana nunca ha abogado por el exterminio de los judíos", escribe George L.
Moss, "sino por su exclusión de la sociedad como testigos vivos del deicidio. Los progroms
fueron la consecuencia de aislar a los judíos en los ghettos'. Hannah Arendt afirma: "Un
delito lleva asociado un castigo. A un vicio sólo se le puede exterminar”.
La secular repugnancia hacia el judío solamente se ha expresado como un ejercicio de
higiene en su forma racista, moderna y "científica". Únicamente con la reencarnación
moderna del odio hacia los judíos se les ha cargado con un vicio indeleble, con un defecto
inmanente que no se puede separar de ellos. Antes de eso, los judíos eran pecadores. Como
todos los pecadores, estaban obligados a sufrir por sus pecados en la tierra o en otro
purgatorio terrenal, a arrepentirse y a conseguir la redención. Había que contemplar su
sufrimiento de la misma manera que las consecuencias del pecado y la necesidad de
arrepentimiento. Este beneficio no se podía derivar en absoluto del vicio, aunque llevara
asociado el castigo. Si alguien tiene alguna duda, que consulte con Mary Whitehouse. El
cáncer, los parásitos y las malas hierbas no se pueden arrepentir. No han pecado,
simplemente viven de acuerdo con su naturaleza. No hay nada por lo que castigarles: Por la
naturaleza de su maldad, hay que exterminarlos. En su diario, hablando consigo mismo,
Joseph Goebbels lo explica con la misma claridad que anteriormente hemos observado en
la historiografía abstracta de Rosenberg: "No hay ninguna esperanza de devolver a los
judíos al redil de la humanidad civilizada por medio de castigos excepcio-
nales. Siempre seguirán siendo judíos, lo mismo que nosotros seguiremos siendo miembros
de la raza aria". A diferencia del "filósofo" Rosenberg, Goebbels era ministro de un
gobierno que poseía un poder formidable incontestado, un gobierno que, además, gracias a
los logros de la civilización moderna, podía concebir la posibilidad de una vida sin cáncer,
parasitos ni malas hierbas y tenía a su disposición los recursos materiales para hacer real
esa posibilidad.
Es difícil, acaso imposible, llegar a la idea del exterminio de todo un pueblo sin una
imaginería de raza, es decir, sin la visión de un defecto endémico y fatal que es, en
principio, incurable y, además, puede propagarse a menos que sea detectado. También es
difícil, probablemente imposible, llegar a esa idea sin una práctica consolidada de la
medicina, tan de la medicina propiamente dicha como de sus numerosas aplicaciones
alegóricas, con su modelo de salud y normalidad, su estrategia de separación y sus técnicas
quirúrgicas. Es especialmente difícil y poco menos que imposible concebir esta idea de
forma independiente de la orientación de la sociedad hacia la ingeniería, la creencia de la
artificialidad del orden social, la institución de los conocimientos técnicos y la práctica de
administración científica de la interacción entre seres humanos. Por estas razones, hay que
contemplar la versión exterminadora del antisemitismo como un fenómeno exclusivamente
moderno, es decir, algo que sólo podía darse en un estado avanzado de la modernidad.
Estos no fueron los únicos vínculos entre los proyectos de exterminio y, los adelantos que
se asocian con toda justicia a la civilización moderna. El racismo, aunque se hubiera unido
a la predisposición tecnológica de la mente moderna, no habría bastado para llevar a cabo la
hazaña del Holocausto. Para hacerlo, tendría que haber sido capaz de asegurar el paso de la
teoría a la práctica y esto probablemente habría implicado activar, por medio del poder
moralizador de las ideas, a los suficientes agentes humanos como para enfrentarse a la
magnitud de la tarea y mantener su dedicación todo el tiempo que hiciera falta hasta
concluirla. El racismo tendría que haber imbuido a las masas de no judíos, por medio de la
educación ideológica, la propaganda o el lavado de cerebro, un odio y una
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repugnancia por los judíos tan intensos como para que estallara una acción violenta contra
ellos en cualquier lugar y momento.
De acuerdo con la opinión que comparten casi todos los historiadores, esto no sucedió. A
pesar de los enormes recursos que dedicó el régimen nazi a la propaganda racista, el
esfuerzo concentrado de la educación nazi y la amenaza real de terror contra toda
resistencia a los métodos racistas, la aceptación popular del programa racista y, en especial,
a sus últimas consecuencias lógicas, se detuvo mucho antes del punto que habría exigido un
exterminio guiado por la emoción. Por si se necesitara una prueba adicional, esto demuestra
una vez más la falta de continuidad o de progresión natural entre la heterofobia o enemistad
declarada y el racismo. Los dirigentes nazis, que esperaban capitalizar el difuso
resentimiento contra los judíos con el fin de obtener el apoyo popular para la política racista
de exterminio, pronto tuvieron que admitir su error.
Sin embargo, aun cuando el credo racista hubiera tenido más éxito, caso improbable por
otro lado, y hubiera habido muchísimos más voluntarios para linchar y cortar cuellos, la
violencia de las muchedumbres nos habría sorprendido por ser una forma ineficaz y
descaradamente premoderna de ingeniería social o del proyecto moderno de higiene racial.
De hecho, como Sabini y Silver han afirmado, el episodio más completo, amplio y efectivo
de violencia de masas contra los judíos, la infame Kristallnacht, fue un pogrom, un
instrumento del terror ... típico de la secular tradición antisemita europea, no del orden nazi
ni tampoco del exterminio sistemático de la judería europea. La violencia de las masas es
una técnica de exterminio primitiva y sin efectividad. Es un método efectivo de aterrorizar
a una población, de mantener a la gente en su lugar, incluso de forzar a algunos a abandonar
sus creencias religiosas o sus convicciones políticas, pero ésos no eran los designios de
Hitler para los judíos. Lo que intentaba era destruirlos.
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no pueden tener una "causa" y, mucho menos, una causa "justa" ni tampoco "intereses" para
que se los tome en consideración ni tampoco pueden apelar a la subjetividad. En
consecuencia, los objetos humanos convierten en un "factor molesto". Su turbulencia
refuerza la autoestima y los vínculos de camaradería que unen a los funcionarios. Estos
últimos se consideran ahora como compañeros en una lucha difícil que exie valor, sacrificio
y dedicación desinteresada a la causa. Los que sufren merecen compasión y alabanzas
morales son los sujetos y no los objeto de la actuación burocrática. Es posible que se
sientan orgullosos y seguros de su propia dignidad cuando aplasten la obstinación de sus
víctimas, lo mismo que se sienten orgullosos de salvar cualquier otro obstáculo. La
deshumanización de los objetos y la valoración positiva de la propia mor se refuerzan
mutuamente. Los funcionarios pueden estar con toda fidelidad al servicio de cualquier
objetivo mientras su conciencia moral per manezca intacta.
La conclusión global es que la forma burocrática de actuación, tal como se ha ido
desarrollando a lo largo del proceso de modernización contiene todos los elementos
técnicos que demostraron ser necesarios la ejecución de las tareas genocidas. Esto se puede
poner al servicio de un objetivo genocida sin que sea necesario hacer una revisión a fondo
de estructura, sus mecanismos y sus normas de conducta.
Además, al contrario de la opinión general, la burocracia no es simplemente una
herramienta que se puede utilizar con la misma facilidad para fines moralmente deleznables
en unos casos y, en otros, para designios; profundamente humanos. La burocracia se parece
más a un dado cargado, aunque se mueva en cualquier dirección hacia la que se la empuje.
Tiene su propia lógica y su propio impulso. Hace que una solución sea menos probable que
otra. Dado un impulso inicial, se moverá con más facilidad, lo mismo que las escobas del
aprendiz de brujo, más allá de los umbrales en los que se detendrían quienes le dieron el
impulso, donde todavía controlan el proceso que han desencadenado. La burocracia está
programada para buscar la solución óptima, para medir lo óptimo en términos tales que no
se pueda distinguir a los objetos humanos de otros o
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a los objetos humanos de los inhumanos. Lo que importa es la eficiencia y reducir los
costos del proceso.
La función de la burocracia en el Holocausto
Lo que sucedió en Alemania hace medio siglo es que se le confió a la burocracia la tarea de
dejar Alemania judenrein, es decir, limpia de judíos. La burocracia empezó como lo hacen
todas las burocracias: formulando una definición precisa del objeto, registrando a todos los
que se ajustaban a la definición y abriendo un expediente para cada uno de ellos. Comenzó
a segregar del resto de la población a los que se encontraban entre los fichados y,
finalmente, pasó a expulsar a la categoría segregada de las tierras de los arios que había que
dejar limpias. En primer lugar, los presionó ligeramente para que emigraran, y luego los
deportó a territorios no alemanes una vez que estos territorios se encontraban bajo control
alemán. Para ese momento, la burocracia había organizado maravillosas técnicas de
limpieza que no se podían desaprovechar y dejar que se oxidaran. La burocracia que
desempeñó tan bien el cometido de limpiar Alemania hizo factibles otras tareas mucho más
ambiciosas y el que su elección fuese poco menos que natural. Con una facilidad tan
pasmosa para la limpieza, ¿por qué detenerse en el Heimatde los arios? ¿Por qué no limpiar
todo el imperio? Es cierto, como el imperio era universal, no había nada "fuera" donde se
pudiera tirar la basura judía. A la deportación sólo le quedaba un camino: hacia arriba, en
forma de humo.
Desde hace muchos años, los historiadores del Holocausto se han dividido en dos grupos, el
"intencional" y el "funcional". El primero de ellos insiste en que desde el principio Hitler
había tomado la firme decisión de matar a los judíos y sólo esperaba a que se dieran las
condiciones oportunas. El segundo sólo atribuye a Hitler la idea general de "encontrar una
solución" al "problema judío", una idea clara sólo por lo que se refiere a la idea de una
"Alemania limpia", pero vaga en lo referente a los pasos que
había que dar para que se hiciera realidad. Los estudiosos de la historia apoyan con datos
cada vez más convincentes la visión funcional. Sin embargo, sea cual sea el resultado del
debate, caben pocas dudas de que espacio que existía entre la idea y su ejecución lo colmó
hasta los topes actuación burocrática. Y tampoco existe ninguna duda de que, por muy
exaltada que fuera la imaginación de Hitler, se habría llegado a poco si un ingente y
racional aparato burocrático no la hubiera asumido y traducido en procesos rutinarios para
resolver los problemas. Al fin y al cabo, acaso lo más importante, la forma de actuar
burocrática dejó su impresión indeleble en todo el proceso del Holocausto. Sus huellas
dactilares se encuentran en la historia del Holocausto para que las vea todo el mundo. Es
cierto, la burocracia no incubó ni el miedo por la contaminación ni la obsesión por la
higiene racial, porque para eso hacen falta visionarios y la burocracia se alza donde los
visionarios se detienen. Pero la burocracia hizo el Holocausto y lo hizo a su imagen y
semejanza.
Hilberg ha afirmado que en el momento en que el primer oficial alemán escribió la primera
norma para la exclusión de los judíos, el destino de los judíos europeos estaba decidido. En
este comentario hay una ver-dad más profunda y aterradora. Lo que precisaba la burocracia
era la definición de su tarea. Como era racional y eficiente, la llevaría hasta el final.
La burocracia contribuyó a la perpetuación del Holocausto no solamente por medio de sus
inherentes talentos y aptitudes, sino también por medio de sus dolencias. Se ha observado,
analizado y descrito la tendencia de todas las burocracias a perder de vista el objetivo
original y a centrarse en los medios, medios que se convierten en fines. La burocracia nazi
no se libró tampoco. Una vez en movimiento, la maquinaria de la muerte creó su propio
ritmo. Cuanto mejor limpiaba de judíos los territorios que controlaba, más buscaba nuevas
tierras en las que poder aplicar sus nuevas habilidades. Al aproximarse la derrota militar de
Alemania, cada vez se iba haciendo más irreal el objetivo original de la Endldsung. Lo
único que mantenía en marcha a la máquina de la muerte era la rutina y la irreflexión.
Había que utilizar las posibilidades del asesinato en masa porque estaban allí. Los expertos
crearon los objetivos que se ajustaran a sus conocimientos. Recordamos a los expertos de
las Secciones Judías de Berlín introduciendo la mínima restricción sobre los judíos
alemanes que casi habían desaparecido del suelo alemán hacía tiempo. Y a los dirigentes de
las SS que prohibieron a los generales de la Wehrmacht que dejaran con vida a los
artesanos judíos que necesitaban desesperadamente para sus operaciones militares. Pero en
ningún lado la enfermiza tendencia de sustituir los medios por los fines fue más visible que
en el macabro y misterioso episodio del asesinato de los judíos húngaros y rumanos que se
perpetró a pocos kilómetros del frente oriental y con un gran coste para el esfuerzo bélico:
se desviaron de las tareas militares vagones y maquinaria sin precio y se desviaron tropas y
recursos administrativos de tareas militares con el fin de limpiar partes alejadas de Europa
en las que los alemanes nunca iban a vivir.
La burocracia es intrínsecamente capaz de una actuación genocida. Para participar en esta
actuación necesita encontrarse con otro de los inventos de la modernidad: un proyecto
audaz para un orden social mejor, más razonable y racional, como la uniformidad racial o la
sociedad sin clases, y, por encima de todo, la capacidad de elaborar ese proyecto y la deci-
sión de ponerlo en práctica. El genocidio se produce cuando se reúnen dos invenciones
corrientes y abundantes de los tiempos modernos. Sin embargo, hasta ahora, ha sido raro y
fuera de lo común que se reunieran.