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36 JORGE LUIS BORGES - OBRAS GOMPLETAS INUESTRO POBRE INDIVIDUALISMO\ Las ilusiones del patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burlé de quienes declaran que la luna de Ate- nas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el xvi noté que Dios tenia la costumbre de revelarse primero a Sus ingleses; Fichte, a princi- pios del xix, declaré que tener cardcter y ser aleman es, evidentemente, lo mismo. Aqui, los nacionalistas pululan; los mueve, segun ellos, el atendible o inocente propésito de fomentar los mejores rasgos argenti- nos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica, prefieren definirlos en funcién de algtin hecho externo; de los conquistadores espaiioles (digamos) o de una imaginaria tradicién catdélica o del “im- perialismo sajén”. El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este pais, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstraccién;' lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforis- mos como el de Hegel “El Estado es la realidad de la idea moral” le parecen bromas siniestras. Los films elaborados en Hollywood repeti- damente proponen a la admiracién el caso de un hombre (generalmen- te, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policfa; el argentino, para quien la amistad es una pasion y la policia una mafia, siente que ese “héroe” es un incomprensible ca- nalla. Siente con don Quijote que “alld se lo haya cada uno con su pe- cado” y que “no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello” (Quijote, I, XX). Mds de una vez, ante las vanas simetrias del estilo espafiol, he sospechado que diferimos insalvablemente de Espafia; esas dos Iineas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el simbolo tranquilo y secreto de nuestra afinidad. Profundamente lo confirma una noche de a literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policia rural grité que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martin Fierro. 1. El Estado es impersonal: el argentino sdlo concibe una relacién personal. Por eso, para él, robar dineros publicos no es un crimen, Compruebo un hecho; no lo justifico 0 excuso. OTRAS INQUISIGIONES 37 El mundo, para el europeo, es un cosmos en el que cada cual inti- mamente corresponde a la funcién que ¢jerce; para el argentino, es un caos. El europeo y el americano del Norte juzgan que ha de ser bueno un libro que ha merecido un premio cualquiera, el argentino admite la posibilidad de que no sea malo, a pesar del premio. En general, el ar- gentino descree de las circunstancias. Puede ignorar la fabula de que la humanidad siempre incluye treinta y seis hombres justos los laned wsfraks— que no se conocen entre ellos pero que secretamente sosticnen el universo; si la oye, no le extrafiard que esos beneméritos sean oscuros y andnimos... Su héroe popular es el hombre solo que pe- lea con la partida, ya en acto (Fierro, Moreira, Hormiga Negra), ya en potencia o en el pasado (Segundo Sombra). Otras literaturas no regis- tran hechos andlogos. Consideremos, por ejemplo, dos grandes escri- tores europeos: Kipling y Franz Kafka. Nada, a primera vista, hay en- tre los dos de comtin, pero el tema del uno ¢s Ja vindicacidn del orden, de un orden (la carretera en Kim, el puente en The Bridge Builders, la muralla romana en Puck of Pook’s Hill) ; el del otro, la insoportable y trd- gica soledad de quien carece de un lugar, siquiera humildisimo, en el orden del universo. Se dira que los rasgos que he sefialado son meramente negativos © andrquicos; se afiadira que no son capaces de explicacién politica. Me atrevo a sugerir lo contrario. El mds urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvida- do Spencer) es la gradual intromisién del Estado en los actos del indi- viduo; en Ja lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y na- zsmo, el individualismo argentino, acaso imitil o perjudicial hasta ahora, encontraré justificacion y deberes. Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un parti- do que nos prometiera (digamos) un severo minimo de gobierno. El nacionalismo quiere embelesarnos con la visién de un Estado infinitamente molesto; esa utopia, una vez lograda en la tierra, tendria la virtud providencial de hacer que todos anhelaran, y finalmente construyeran, su antitesis. Buenos Aires, 1946

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