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«El necio menosprecia el consejo de su padre; mas el que guarda la corrección vendrá a ser

prudente.» (Pr 15.5)

Algunas personas desestiman la prudencia, y dicen: «Dejemos las consecuencias en manos de


Dios». ¿Las consecuencias de qué? ¿De nuestra imprudencia y nuestros desatinos? Dios no
nos librará de ellas aunque las dejemos en sus manos. Aun cuando parezca indiferencia, Dios
simplemente deja que los acontecimientos sigan su curso normal, para que sus hijos —
equivocados— reciban la disciplina. Dios no rompe la relación causa-efecto. En realidad, lo que
lastima mortalmente a la iglesia es la falta de reflexión y la ausencia de sabiduría y prudencia.
Por muy buena que sea una persona, si planta espinos, no cosechará uvas.

PARTE DE NUESTRA PERSONALIDAD

La prudencia es el valor que nos ayuda o reflexionar y a considerar los efectos que
pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar
correcto en cualquier circunstancia.

La falta de prudencia siempre tendrá consecuencias en todos los niveles, personal y


colectivo

Por prudencia tenemos obligación de manejar adecuadamente nuestro presupuesto,


cuidar las cosas para que estén siempre en buenas condiciones y funcionales,
conservar un buen estado de salud física, mental y espiritual.

El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse, por el contrario, la


persona prudente muchas veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer
sus fallos y limitaciones aprendiendo de ellos. Sabe rectificar, pedir perdón y
solicitar consejo.

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