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LA TOMA DE LA BASTILLA

Por Carlos Mauricio Iriarte

El cielo estaba cubierto de unas nubes


premonitorias que hacían del paisaje casi que
un escenario de cortometraje. Un viento
persistente soplaba fuertemente del oeste y al
contrario de lo que se cree debido a las
leyendas populares, ese día no hacía calor.
Mucho mejor que eso: al medio día la
temperatura era de 22 grados centígrados. Al
inicio la gente, agolpada en los alrededores de
la fortaleza de la Bastilla, estaba armada de
pocos fusiles, de sables y de cuchillos de cocina,
permaneciendo medianamente calmada hasta
el arribo de gentes mejores armadas y más
agresivas. La puerta levadiza carreteable
estaba levantada desde la mañana, pero la
pasarela para peatones se había quedado abajo
por un buen tiempo. El primer ataque fue
dirigido contra estos dos puentes por elementos
de avanzada. Los refuerzos a este grupo de
avanzada llegaban de los "invalides", del
"Faubourg Saint-Antoine", unos con armas de
fuego y otros, como el caso del pequeño grupo
comandado por el tendero Pannetier, con
hachas, picas, rastrillos, palas y bastones
tomados a la fuerza desde temprano del equipo
del regimiento de Nassau. Eran eufóricos y
estaban enardecidos. Se oían voces de "que
baje la tropa" y "queremos la Bastilla", pero
estos gritos obviamente no pudieron ser
entendidos por los particulares que
permanecían sobre las torres a veinticinco
metros de altura.
Bien pronto, dentro de la "cour des casernes",
un movimiento ofensivo se trama. El grupo
comandado por Pannetier observa que sería
muy fácil alcanzar, encima del muro de la
"contrescarpe", el camino de la ronda dando la
vuelta al foso, pasando por la "cour du
gouvernement". Pannetier hace de corta
escalera a Tournay quien, con otros siete u ocho
hombres suben por el muro, siguen el camino
de ronda y descienden a la "cour du
gouvernement", sin ser detenidos ni arrestados.
El Marqués de Launay, “Director” de la
fortaleza, después de haber conducido a Thuriot
de la Rozière, quien había pasado por la
pasarela momentos antes, había hecho replegar
la guardia hacia el interior de los muros y había
hecho recoger la pasarela para evitar, sin duda,
un enfrentamiento agudo con las masas.
Mientras tanto Tourney, Aubin Bonnemère y sus
camaradas llegaban detrás de la puerta de
avanzada. Ellos esculcan primero el cuerpo de
la guardia buscando las llaves para hacer bajar
el puente levadizo y abrir las puertas. Al no
encontrar dichas llaves proceden a hacer saltar
los pasadores de la pequeña puerta de la
pasarela y después rompen, a golpes de hacha,
las cadenas del puente levadizo. Al caer, este
gran planchón de madera mata a un hombre
que estaba al borde del foso y hiere a otro. En
un instante la "cour du gouvernement" estaba
invadida por trescientos insurrectos justo al
frente de los "invalides" que les hacían gestos
con sus sombreros para que se retiraran,
¡gestos que los invasores interpretaron como
una invitación a seguir! La guarnición,
obviamente, abre fuego y los invasores
retroceden con pavor dejando muertos y heridos
sobre el empedrado, intentando protegerse con
las puertas que conducían a la "cour de l'orme"
y a la calle Saint-Antoine. Esta carnicería ha
hecho nacer el rumor, propagado desde ese
mismo día, de que el gobernador había actuado
de esa manera con dolo y alevosía al hacer
entrar deliberadamente al pueblo hasta la cour
du gouvernement para poder acribillarlo sin
compasión, una vez alzado el puente. Al rumor
se le iban aumentando términos y actuaciones
hasta deformar por completo la realidad del
episodio. El diario del librero Hardy acusa al
gobernador de haber "hecho tirar a metralla
limpia sobre el pueblo agolpado a lo largo de la
calle Saint-Antoine, haciendo aparecer y
desaparecer alternativamente un pañuelo
blanco para hacer creer que él quería capitular",
narración que es de palmo a palmo falsa por
cuanto el episodio de la masacre se sucede
hacia las 12:30 y el del pañuelo blanco hacia las
4:00 o 5:00.
Cuando la noticia del fusilamiento aleve del
pueblo se convirtió en chisme, el Comité
Permanente comisiona al presidente de la
Asamblea de Electores, el señor de la Vigne, al
abate Fauché y a otros dos electores para
notificar al marqués de Launay el siguiente
bando: "el Comité Permanente de la Milicia
Parisiense, considerando que no debe haber
ninguna fuerza militar que no esté bajo el
mando de la Ciudad, encarga a los diputados
preguntar al Marqués de Launay, comandante
de La Bastilla, si está dispuesto a recibir dentro
de esa plaza las tropas de la milicia parisiense
que la protegerán en concierto con las tropas
que allí se encuentran y que estarán bajo las
órdenes de la Ciudad". La importancia de este
texto es máxima por cuanto es el primero en
donde el poder de hecho instalado en el
ayuntamiento (Hôtel de Ville) se dirige
oficialmente a los representantes de las
autoridades regulares. La delegación conducida
por de la Vigne, al llegar a la cour de l'Orme,
constata la existencia de un fuego cruzado
persistente entre los revoltosos apostados en
los corredores y la guarnición disparando desde
lo alto de las torres. Para intentar pasar ella
agita algunos pañuelos blancos pero ni los
soldados ni los ciudadanos comprendieron o
sencillamente se hicieron los de la vista gorda.
Luego ensayaron presentarse por delante de la
fortaleza, pasando por la calle de Saint-Antoine,
logrando de esa forma hacer cesar los disparos
por parte de los asaltantes pero con el infortunio
de no haber sido obedecidos por los soldados de
la guarnición, quienes siguieron, desde lo alto,
acribillando a los asaltantes, razón por la cual el
fuego cruzado se reinició, esta vez con más
ardentía.
Mientras tanto el Comité Permanente, que había
continuado sesionando, decide, ante la demora
de su delegación, enviar otra más formal
encabezada por el Procurador de la ciudad, Ethis
de Corny, quien iría armado de un tambor y una
bandera. Esta nueva delegación estaba
compuesta por Boucheron, de la Fleurie, de
Milly, Piquod de Saint-Honorine y Poupart de
Beaubourg. Después de hacer redoblar el
tambor, Boucheron y Piquod entran en la “cour
des casernes”, donde encuentran a un buen
número de hombres armados de fusiles, hachas
y palos, quienes consienten en cesar el
enfrentamiento. Pasando el gran puente
levadizo entraron en la “cour du
gouvernement”. Boucheron avanza sobre el
puente de piedra y frente al segundo puente
levadizo él hace señas con su sombrero gritando
con todas sus fuerzas que era una delegación
de Diputados para que se dejara de disparar. El
Marqués de Launay cree que se trata de una
treta de guerra y por eso, una vez la delegación
se dio vuelta para regresar por la cour de l'orme
y ante la media vuelta ofensiva del pueblo, él
ordena de nuevo a las tropas abrir fuego.
Afortunadamente los Diputados no fueron
heridos pero el conflicto se recrudeció en tal
forma que las vías políticas para resolverlo se
descartaron por completo. Dos destacamentos
de la guardia francesa, provenientes de la
compañía de granaderos de Reffuveille y de la
compañía de "fusiliers de Lubersac" (3
sargentos, 2 caporales y 58 hombres) se habían
puesto a disposición del Comité Permanente
constituyéndose en armada de pie del
ayuntamiento. Desde la una de la tarde ellos
planeaban la toma de la Bastilla hasta que un
burgués llamado Pierre-Auguste Hulin, director
de la lavandería de la Reina, apareció ante ellos
y les dijo: "mis amigos, ¿son ustedes
ciudadanos? Sí, ustedes lo son! ¡Marchemos a la
Bastilla pues allí están degollando los burgueses
y sus camaradas!...." Estos guardias que no
esperaban si no un jefe, marcharon enseguida,
en compañía de algunos civiles por la ribera del
Sena hacia el arsenal. Eran algo así como
quinientos y algunos cañones que en el
momento de la capitulación tuvieron más valor
que los mismos hombres. Casi al mismo tiempo
que esta columna arrancó otra de similares
dimensiones desde la Alcaldía por la Rue Saint-
Antoine, bajo la dirección de Jacob-Job Elie,
vestidos de uniforme blanco y portando la
bandera del Regimiento de la Reina. La forma
absolutamente ingenua y poco profesional de
disparar los cañones dio bastante de que hablar
en lo sucesivo, pero poco daño hizo a los muros
de diez pies de espesor de la Bastilla. Sin
embargo, la terquedad de los asaltantes y su
irrestricta voluntad de tomarse esa fortaleza
que les simbolizaba las injusticias y
desigualdades del “Ancien Régime”, los condujo
a, finalmente, desplazar dos cañones frente al
puente levadizo y al puente pequeño. Después
de disparar algo así como 12 proyectiles (más o
menos seis cada uno, según J.-B Humbert) que
no le hicieron daño a ninguna persona, el
Marqués de Launay pareció haber "perdido la
cabeza" y, sin "consultar a nadie de su Estado
Mayor o de la guarnición y sin oír la opinión de
nadie, hizo redoblar los tambores en señal de
rendición". En ese momento se hizo cesar el
fuego y el Lugarteniente De Flue fue a buscar al
Marqués, encontrándolo en el plan de redactar
un papel en el que se expresaba que los
guardianes de la fortaleza tenían al rededor de
200 quintales de pólvora y que si no se
aceptaba la capitulación el Marqués haría volar
en mil pedazos no solo la Bastilla si no ¡todo el
barrio! Pero los asaltantes no querían oír de
capitulaciones. El grito general era: "deben abrir
las puertas y bajar el puente". En realidad el
Marqués, antes de redactar el mensaje de
rendición ya había ensayado hacer volar la
fortaleza con la mala fortuna de haberse visto
forzado a apartarse de la pólvora por los
soldados Ferrand y Becart. De pronto, cinco
guardias se deciden a abrir las puertas y bajar el
puente. En cuestión de segundos Elie, Hulin,
Arné, Maillard, Tournay, Cholat, los dos
hermanos Morin, Humbert y el resto de la
muchedumbre entra a la fortaleza y desarma a
sus defensores con la furia de siglos de
represión a sus espaldas. La vieja fortaleza que
había sido tomada en 1413 por los Armagnacs,
en 1418 por los Bourguignons, en 1436 por el
Rey, en 1565 por el Príncipe de Condé, en 1591
por los Ligueurs, en 1594 por las tropas reales y
en 1649 y 1652 durante el levantamiento de la
Fronde; capitulaba por última vez después de un
sitio que no se pareció en nada a la batalla de
gigantes cantada por Michelet y Carlyle.
El balance no es tan brutal dada la magnitud del
acontecimiento que hoy por hoy es símbolo de
la Revolución francesa: del lado de los
defensores de la Bastilla no hubo si no un
muerto y dos o tres heridos hasta el momento
de la apertura de las puertas. Del lado de los
asaltantes hay varias versiones. La primera es
la de Dusaulx que constata "98 muertos, 60
heridos y 13 estropeados". El libro "la historia
de la Revolución por dos amigos de la Libertad"
cuenta que la toma de la Bastilla "costó la vida
a cerca de 40 asaltantes". La verdad sobre las
víctimas de la toma no la sabremos jamás.
Bástenos con saber que por los indicios
existentes todos los listados existentes adolecen
de exageración. De todas maneras el
acontecimiento fue tal que marcó la historia de
la humanidad y el advenimiento de la "eternidad
Burguesa".
Mientras tanto, para el Rey Luis XVI la jornada
del 14 de julio de 1789 no significó mayor cosa.
En la página respectiva de su diario personal,
aparece de su puño y letra sólo una palabra:
"Rien" ("Nada").

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