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América Latina ante el «fin de Ia historia» Agustin Cueva Los grandes cambios ocurridos en la correlacién mundial de fuerzas en el segundo quinquenio de la década de los 80 no constituyen, desde luego, el «fin de la historia», cor pretenciosamente los ha denominado Francis Fukuyama. PeFo los neoconservadores y el capitalismo desarrollado en gene- ral- tienen razones suficientes para considerarse victoriosos: es un hecho innegable que los paises capitalistas avanzados, con Estados Unidos a la cabeza, han inflingido, en dicho lapso, una severa derrota al «campo sociolistas: para ser més precisos, al bloque constituido por la Unién Sovistica y los «socialismos realmente existentes» de Europa del Este. La derrota (no necesariamente defintiva) ha sido ademés en to- dos los planos: econémico, politic, ideol6gico, cultural, tec- nolégico y militar. En todo caso, la correlacién mundial de fuerzas, que hasta mediados de los 80 se caraclerizaba por la paridad estratégica entre los Estados Unidos y la Unién Sovié- fica, se ha convertido en una obvia disparidad estratégica, tal 63 como el conflicto del Golfo Pérsico, por ejemplo, lo ha puesto en evidencia. En la acivalidad, existe una sola superpotencia en el mundo, que son los EEUU. Es verdad que los sociolismos de lo «periferia» siguen en pie, englobando a una poblacién de por lo menos mil tres- cientos millones de personas; pero, pobres y aislados, tienen or ahora poco peso en el escenario mundial (esto es valido incluso parc la inmenso China) 0 apenas poseen fuerzas para defenderse del sistemético acoso estadounidense (caso de Cuba, sobre todo). En general, la izquierda mundial esté en reflyjo. El fin de la llamada «guerra fria» y de lo confrontacién Este-Oeste es un hecho positivo en la medida en que parece haber Glejado (ojalé que para siempre) la posibilidad de una guerra nuclear que habria marcado, ella si, el fin de la histo- fia. Lafaueva coyuntura vo « permitir, ademés, nuevas formas de cofperacion internacional, en principio benefiiosas para ambos, enire el eprimeron y el «segundo» mundos. Pero la forma asimétrica, desbalonceada, en que tal pro- ceso ha tenido lugar (con Io consagracién de la hegemonia estadounidense), es un hecho negotivo en cuanto permite que la confrontacién mundial continue, simplemente centrada so- bre otro eje. En efecto, tal eje ya no es més el Este-Oeste, sino, ‘hora, el Norie-Sur. Liberados de los tensiones en su flanco oriental», los paises imperialistas disponen hoy, de mayores fuerzas pora enfrentarse con el «Sur», es decir con el Tercer Mundo (ol que de hecho yo habian declarado la guerra en la década de los 80), que en general ha dejado de contar, ademés, con el apoyo de varios tipos (desde econémico y tecnolégico hasta militar) que antes le proporcionaban los paises sociolistos Otro hecho digno de tomarse en consideracién es que el reordenamiento del campo capitalista en los veinle illimos aiios ha desembocado en una situacién que nosotros denomi- nariamos de hegemonia fragmentada, en el sentido siguiente: 64 Hay, de uno parte, una supremacia econémica cada vez mayor de paises como Alemania y Japén (para no hac _generalizaciones a toda Europa Occidental o el Sudeste Asi tico), frente o un declve relativo, pero al parecer irreversible de la economia estadounidense, afectade, entre otros males, Por su baja produclividad, la poca competivided de sv indus- trio, el relraso no s6lo en la investigacién cientfica y tec- nolégica, sino también en el sistema educative en general; el abultado défcit fiscal, la cuantiosa deuda externa, la debil dad de las inversiones, el elevado endeudamiento empresa- rial e incluso familiar. Por otra parte, en la decada de los 80 se consolida la absoluta supremacia politico-militar de Estados Unidos, sin que ninguno de sus aliados pueda competir con ella, ni de lejos (por razones de diversa indole). Esta supremacia consti- tuye, por lo demas, una de los pocos eventajos comparativass de Estados Unidos sobre sus aliados; por lo mismo, es muy grande la tentacién de utilizar tal poderio para mantener, si es ue no para incrementar, la renta imperial que Estados Uni- dos obtiene del dominio y la explotacién de inmensas zonos del Tercer Mundo, renta vital para él. Dicho pederio militar le sirve incluso para transgredir, en su relaciones con el Tercer ‘Mundo, aquellos reglas del mercado (precios determinados por el libre juego de la oferta y la demanda, por ejemplo) que €en teoria dice siempre respetar. En el caso de Estados Unidos, el empleo de fuerza en las éreos dependientes ha pasado o ser, por eso, un elemento constitutive de su modelo de ¢cumu- lacién, ° v 2Cuéles son, en estas condiciones, las consecuencios para ‘América Lotina del fin de la guerra fria? Muchos pensaban, hasta el tercer trimestre de 1989, que ello nos dejaria un mayor margen de autodeterminacién en la medida en que nuestras decisiones politicas ya no aparecerian encuadradas en el marco de la confrontacién Este-Oeste, razén permanen- fomente esgrimida por Estados Unidos para violar nuestra soberania. Parecia, por afadidura, que si la Unién Soviética permitio ahora la libre determinacién de los poises del Este europeo, hasta entonces considerados «salélites» suyos, Eslo- 65 GEN Pan dos Unidos estaria moralmente obligado a proceder de igual manera con sus clientes» latinoamericanos (una especie de lair play» 0 de enoblesse oblige», en definitive). Sélo que esta ilusi6n se derrumbé cual cosfillo de noipes con |a invasion de Panamd, en diciembre de 1989. Ciertamen- te las reglas del juego eran diferentes en Europa del Este y en Latinoamérica: nos habia tocodo, una vez més, el lado obscu- ro de la historia, La invasin de Panamé fue la primera intervencién con- tempordnea de Estados Unidos en Latinoamérica para cuya iustificacién el gobierno de Washington no invocé la «lucha conira el comunismo», y también la primera en que se des- fruyé a toda la fuerza armada nacional (sustituida por el ejército invasor) y se entregé la presidencia del pais a un hombre traido ex professo por las fuerzas de ocupacién. Y hay un dato que no cabe olvidor, yo que él ubico la invosién de Panamé en su verdadera dimensidn de enfrenta- miento Norte-Sur: la comunidad de paises desarrollados y Occidente no hallé nada escondolosa esta violacién de lo soberania ponamefa y lotinoamericono: al contrario, lo apoyé (con excepcién de Suecia y Espofo); reaccién que conirasta con la producida por la ocupacién de Kuwait por Irak. v La eleccién» impartida en Panamé sirvié de «advertenciay «ala Nicaragua sandinista. ¥ dio sus frutos: riunfé la candida- ta de lo administracién Bush, dofa Violeta Chamorro, gracias a dos «sefales» claramente inteligibles: «como soy la aliada de la potencia agresora, les prometo terminar con lo guerra», y, «como soy la candidata del pats més rico del mundo, les ofrezco disminuir nuestra miseria». Lo cual tuvo impacto en ‘omplios sectores de lo poblacién nicaragiense (no hay nin- gin pueblo del mundo compuesto exclusivamente por héroes Y mares), atemorizados ante la eventual repeticién de una xoperacién Panamés, en Nicaragua, cansodos de una guerra interminable de desgasle, azotados por la consecuente crisis econémica y sin duda escéplicos, o estas alturas, frente o un campo socialisto que venia perdiendo mucho de su vitalidod. 66 Lo que sin embargo llama la otencién ~y demuestra hasto qué punto puede llegar la hipocresia de Occidente- es que las democracias més desarrolladas hayan dado por vélidas unas elecciones realizadas en un pais cercado por un ejérci mercenario, armado y asesorado por una potencia extranje- ra, de manera publica y notorio; elecciones en las que resulté triunfedore, para mayor sospecha, la candidato de dicho potencia. gPuede llamarse a esto elecciones limpias y libres? Pareciera que no; que se trata, més bien, de un episodio més de lo guerra ede baja intensidad», de otro triunfo del Norte sobre el Sur. vi Los elementos justficativos de la invasién de Panama fue- ron dos: la lucha contra el narcotrético y la necesidad de implontar la democracia. En cuanto al primer argumento, s6lo cabrio hacer una pregunta: es licito invadir, entonces, todos los paises del mundo en donde existe un fuerte tréfico de drogos o en los que se practica el «lavadow del dinero proce- dente de esta activided, negocios en los.cuales Panamé no ‘ocupaba, por cierto, el primer lugar? Los motives sin duda fueron otros, que tienen que ver con el valor estratégico del Canal de Panamé para Estados Unidos, sobre todo con miras al contro! politico, econémico y militar de América Latina En cuanto ol segundo argumento, referents «lo implanig- cién de lo democracia, hay que decir que la ocupacién de n pais por tropas exlranjeras no parece ser la via més idénea para establecerla: asi se crean colonias o semicolonias, pero no democracias. Ademés, gera el Panama de Noriega menos democratico que el de Haiti de Avril o incluso que lo Guate- mala de Cerezo? No trato ni de lejos defender a Noriega; simplemente hago notar hasta qué punto la democracio, que es una legitima aspiracién nuestra, es instrumentalizada por Estados Unidos para sus fines imperiales En el momento presente, tal insirumentacién juega un pa- pel muy importante en el cerco tendido contra Cuba. Una vez ‘mas preguntariamos: gpor qué tanta preocupacién woccci- dental» con lo que sucede en Cubo y tanto olvido con respecto © Hoiti y Guatemala o£! Salvador? Cuba necesito, no lo or

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