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(The Loner)
Lass Small
Argumento:
Antes de mudarse, Clayton sacó del desván los objetos más valiosos, la
fotografía de sus padres y la Biblia de la familia. Arrastró los que le eran
necesarios, el colchón, las colchas, la sierra eléctrica, televisión, platos, trampas,
pistolas, cacharros y cacerolas al sótano que su bisabuelo abrió en el corazón de
la roca viva; después cerró la puerta de madera y la cubrió de tierra.
No había mucha tierra suelta donde Clayton vivía, al este de las Rocallosas. El
suelo del bosque estaba tapizado de agujas de pino y hojas en descomposición,
un material muy inflamable.
El mismo había tenido que llevar tierra de los prados desde hacía mucho
tiempo, para colocar una gruesa capa sobre el techo de su cabaña que mantenía
limpia de desperdicios. Su padre le advirtió siempre: "Mantén tus armas, tus
herramientas y tu techo limpios y tus cuchillos afilados". Aquellas eran las
reglas para sobrevivir.
Su madre le inculcó: "Sé ordenado. Mantén tu casa aseada. Por dentro y por
fuera. Lo mismo que tu persona".
Clayton echó una última mirada a su alrededor. Aquel sitio pertenecía a los
Masterson desde finales de 1700. Si el fuego lograba acercarse, quizá las rocas y
la tierra protegieran su guarida, excavada en la roca. Clayton sabía que podía
reconstruir la cabaña, igual que sus ancestros hicieron. Allí estaba su hogar, y
pensaba volver, cuando los incendios se extinguieran.
En aquel lugar tan remoto, Clayton jamás hablaba con nadie, a menos que
necesitara algo del pueblo. El se autoabastecía, rara vez se aventuraba a unirse a
la “civilización”, en la que se sentía incomodo a causa de su torpeza al tratar
con las personas. Se consideraba un inadaptado.
Pero no por ello eludía sus responsabilidades. Sus padres lo educaron para
que cumpliera con sus deberes cívicos. "Todos debemos ayudar, aunque no
estemos de acuerdo con lo que pasa", le explicaron a Clayton. "Este es nuestro
país. No podemos permanecer sentados sin hacer lo que nos corresponde". Así
que los hombres de la familia habían luchado en todas las guerras en las que
participó Estados Unidos de América. A su padre le tocó la de Vietnam.
Y, por esa convicción de sus padres de que formaba parte de una sociedad,
Clayton se había entrenado para sofocar incendios forestales. Al igual que la
mayoría de los habitantes de las montañas. Clayton tenía una radio para
comunicar cualquier cosa sospechosa a la policía montada, cuyo cuartel se
encontraba a cierta distancia, hacia el este.
Clayton pasó frente a un guardia que estaba en una torre contra incendios,
cerca de su cabaña. Los dos hombres nunca habían hablado, porque Clayton no
deseaba entrometerse en la vida del otro. Pero Lobo sabía que era dueño de una
perra. Siempre salía a la puerta, quedándose al lado del guardia para mirar a
Lobo, moviendo la cola. Lobo la miraba también.
Clayton estaba cerca de los treinta años. Era fuerte, de anchos hombros y
pecho amplio. Tenía el pelo negro y los ojos verdes. Llevaba barba desde que un
puma le destrozó la cara con sus garras. La barba no ocultaba todas las
cicatrices, pero las que dejaba ver, no eran desagradables. En la televisión, los
hombres de la ciudad no solían usar barba, por lo que Clayton suponía que a las
mujeres no les gustaban los hombres peludos.
Pensaba que a las mujeres les gustarían los hombres limpios. Conocía a un
tipo, a un par de montañas de distancia de su cueva, que era la persona más
sucia del mundo. Aunque lo apodaban el "Apestoso", consiguió una novia por
correo. La mujer escribió a una revista, pidiendo un compañero y el Apestoso se
presentó en la cabaña de Clayton diciendo:
-Necesito que le escribas una carta a esta mujer -le explicó el Apestoso-. ¿Me
harás ese favor? Te daré esta piel a cambio. Era una estupenda piel de lince.
Clayton escribió la carta, al aire libre, sentado en una roca, lejos del hombre
que lo asfixiaba.
Clayton era un hombre ingenuo; cuando veía a las mujeres por televisión, su
cuerpo experimentaba sensaciones desconocidas. Pero ignoraba cómo
establecer contacto con una mujer. En el pueblo había algunas que lo miraban,
pero él pensaba que se burlaban de él, un hombre que vivía en las montañas,
solo. No sabía cómo hablarles, ni siquiera cómo empezar una conversación.
Se preguntaba si alguna vez conocería a una mujer. Si sentiría sus manos sobre
él o si le permitiría tocarla, qué mujer podría amarlo.
-Sí
-¿Puede llevarme?
-Atrás.
-Gracias.
El perro gruñó.
La vio moverse y le pareció que aquella mujer era música. Pensó que era
etérea. Deseaba acercársele y arrodillarse ante ella, como un caballero medieval,
pero los hombres no hacían esas cosas en los programas de televisión;
abordaban a las mujeres, les sonreían seguros de sí mismos y decían frases
ingeniosas.
Una ruda voz varonil interrumpió los sueños de Clayton. Frunció un poco el
ceño y miró al hombre que lo interrogaba. Estaba cansado e impaciente.
-¿Tienes experiencia?
-Sí.
-Ve a aquel camión -le ordenó-. Allí te entregarán el equipo y la ropa. Habla
con el tipo que está detrás de la mesa. ¿Es tu perro? ¡Es un lobo!
-Me entrenaron el año pasado para apagar incendios -Clayton vio que el
hombre parecía muy interesado.
-Este es el cuarto año de la peor sequía en la historia del país. Aunque los
árboles se mantienen verdes y llenos de savia, no hay humedad. La primavera
pasada los pastos y arbustos perdieron de un veinte a un treinta por ciento de
humedad. Por lo general pierden un ocho por ciento. Con la ola de calor de la
primavera pasada y sólo la mitad de las lluvias, tenemos serios problemas. Los
arbustos pueden sobrevivir un año de sequía, pero este año es peor que el an-
terior y se espera que ocurra algún desastre.
-Hemos recibido muchas críticas porque dejamos que los incendios causados
por los rayos sigan su curso. Solíamos combatirlos, pero después de casi cien
años de hacerlo, las reservas forestales se han convertido en cajas de madera
listas para arder. Ahora estamos pagando por haber interferido en el ciclo de la
naturaleza.
-Creemos que nos aguardan uno o dos meses muy difíciles... el resto de agosto
y la mitad de septiembre. Descansen cuanto puedan, reman lo que les den,
duerman si encuentran la ocasión de hacerlo. Tenemos duchas portátiles para
que se laven con frecuencia. Cúrense hasta las heridas y ampollas más
insignificantes. Tenemos un equipo de primeros auxilios excelente. ¿Preguntas?
Como Clayton no apartaba los ojos de ella, fue testigo de la sorpresa que
experimentó al fijarse en Lobo. Preguntó algo al hombre que estaba a cargo del
grupo, Tom Spears. Este replicó a los gestos de Shelley tocándose el cuello, y
Clayton supo que se refería al collar que llevaba Lobo.
Al terminar la cena, Shelley le habló al lobo. Cuando los demás dejaron sola, el
lobo se le acercó más. A Clayton lo angustiaba el hecho de que el animal
pudiera mostrar su interés, mientras él debía fingir y mirar a otro lado. Pero
Clayton vio que había otros hombres que no eran tan sutiles como él, le parecía
que todos los varones del campamento miraban a Shelley.
Desde aquel momento, le cedió a Shelley la mitad del control sobre el perro.
Alzó la vista para decírselo, pero la joven proseguía con sus tareas, de modo
que Clayton no pudo mostrarle quién era el amo del lobo. Pensó que tendría
otra ocasión. Se preguntaba si debía usar al can como excusa para hablar con
Shelley. En la televisión había visto que algunos hombres empleaban esa táctica.
Por lo general se referían a un perrito encantador que la mujer llevaba en
brazos. Tal vez no importara que un lobo sustituyera a un perro. No tenía la
menor idea de qué decirle.
Vio que organizaban un partido de béisbol. Clayton jamás había jugado. Los
jugadores estaban entusiasmados y gritaban a sus anchas. Jugaban hombres
contra mujeres. Los primeros se mostraron indulgentes, pero tuvieron que
sudar para ganarles.
No sabía si era lo bastante hermosa para entregársela, tal vez no creyera que
jamás había tocado para otra mujer. Ni siquiera para otra persona... desde que
sus padres... pero no quería recordar eso.
Empezó a tocar las danzas alegres que acompañaban las fiestas de las cabañas
desde hacía muchas décadas. Algunas resultaban familiares a los atentos oídos
que escuchaban, con un ritmo que atraía, que seducía.
Las cuerdas y el arco lanzaban sus notas a los árboles y el aire vibraba con una
marca indeleble, aquel hombre dejaba su marca. Y el violín continuaba
cantando, veloz, travieso, festivo.
-Tomen su pareja, no le pisen los pies, que brinque y que salte, vuélvanla del
revés.
No conocía la letra, sólo la música, pero una mujer empezó a cantar y todos
empezaron a bailar, en medio de risas, gritos y bromas.
Shelley también bailó. Todos querían bailar con ella y a Clayton costaba
trabajo mantener un ritmo ligero y rápido. Los celos lo quemaban. Lo
avergonzaba aquella degradante emoción, sólo en un pequeñísimo rincón de su
conciencia. El resto de su cuerpo ardía de celos.
Al cabo de una hora, Clayton dejó de tocar y otra vez se inclinó e su público
para recibir sus aplausos. "¡Otra!", le rogaron. Pero sonrió y negó con la cabeza.
"¡Otra!', repitieron, pero él respondió: "Mañana".
Era lo que su madre le decía cuando le suplicaba que le contara otro cuento. Se
preguntaba qué habría pensado de Shelley.
-No conocía la mayoría de las piezas -indicó otro-. ¿Las has compuesto tú?
-sí.
Se burlaron de él.
-Tu violín es precioso -comentó una pelirroja, que estaba frente a él.
-Ha sido de mi familia desde hace mucho -repuso sonrojándose. Tenía una
oportunidad para practicar, pero su lengua no le obedecía. No sabía qué decir,
era como si su cerebro se hubiera paralizado. Le dedicó una sonrisa y ella le
correspondió de la misma forma. La sonrisa había sido suficiente.
Recordó cómo la perra incitaba a Lobo desde la torre del vigía y el lobo se
conformó con mirarla. Quizá los hombres no tenían que hablar, pensaba. Quizá
sólo debían mostrarse interesados.
Se unió al grupo que volvía al campamento. No los seguía, formaba parte del
mismo. Los otros hablaban con él y le resultaba agradable.
Como muchos de los voluntarios tenían hambre, les sirvieron un bocado antes
de dormirse. Spears gritó:
-Apaguen las luces dentro de media hora. Coman y... -Lávense los dientes
-terminó una voz burlona. Rieron.
Mientras dormía, soñó con Shelley. Enterró sus dedos en la piel de su mascota
imaginando que era el pelo sedoso de Shelley y murmuró algo entre sueños. La
joven se volvió y le lamió la nariz y Clayton se sorprendió de que en su sueño,
la lengua de Shelley fuera tan larga y rugosa.
CAPITULO 2
Se despertó con los primeros ruidos del campamento y buscó a Lobo, que
había desaparecido. Al haber cambiado tan radicalmente de vida, Clayton se
preguntó si el lobo habría vuelto al bosque. Se apoyó en un codo y buscó a
Shelley automáticamente. La encontró al instante. El can le imploraba comida,
cerca del camión que la llevaba y la chica se inclinaba sobre el pedigüeño. El
animal era inteligente. Había escogido a la más hermosa de las mujeres que
estaban en la pradera.
Shelley tomó una cuchara y una sartén y las golpeó mientras gritaba:
-¡A desayunar!
Para Clayton era obvio que actuaba de forma automática, pero, de todos
modos, se quedó paralizado porque lo había mirado. Se llevó el plato al saco de
dormir y allí se sentó, ausente. El lobo se comió los huevos y las salchichas. Lo
estaba maleducando.
Luego, la bestia hizo una ronda, saludando a los demás con inteligencia.
Conseguía un poco de huevo aquí, una salchicha que pescaba en el aire allá,
hasta que volvió con Shelley, quien le dio un bollo azucarado. Se estaba
convirtiendo en un adulador.
Más tarde se echó sobre la hierba, se retorció sobre su lomo y empezó a actuar
como un degenerado. Shelley se agachó para acariciarló mientras Clayton
gemía de envidia.
Sin darse cuenta de que no había respondido, sacó el violín y lo afinó. Empezó
a tocar viejas canciones sureñas, de la guerra de Secesión norteamericana.
La música sonaba bien en aquel lugar aislado y Clayton sentía una emoción
profunda, pues formaba parte de la melodía. Su instinto lo hizo detenerse antes
de que la música alterara sus sentimientos y todos durmieron serenos hasta la
mañana siguiente, cuando algunas mujeres se quejaron de los ronquidos de los
hombres.
Lobo se acercó a Clayton y, con una mirada, indagó la causa del silbido de su
amo. No había ninguna. Le ofreció un poco de huevo, pero el animal no parecía
interesado. Sí quiso un trozo de bizcocho con miel.
Lobo se relamió.
-¡Lo sabes! Entonces, dile que soy el mejor hombre que puede encontrar y que
quiero que me acaricie igual que a ti, ayer.
Lobo corrió hacia Shelley, lo único que Clayton pudo pensar fue: "Gracias a
Dios que no puede hablar". Pero observó con cierta inquietud lo que hacía el
lobo.
Clayton deseaba tener una cola para agitarla. El se sabía mejor que un lobo.
Era un hombre. Un hombre para Shelley.
Miró a Shelley.
Los hombres le enseñaban sus ampollitas y hasta alguno que otro raspón,
esperando obtener la compasión de la chica. Clayton los vigilaba como un
halcón. Ella era rápida, no se detenía con ninguno y no les tomaba la mano.
Charlaba con las mujeres y se mostraba fría con los hombres.
El incendió cambió aquel día y los llevaron muy lejos del campamento para
ayudar a combatirlo.
Las llamas, subían por los árboles, el espectáculo era impresionante. El fuego
ascendía hacia el cielo, con hermosos colores, y se oían explosiones cuando la
resina estallaba.
Era un trabajo arduo. Pasaron largas horas llenos de hollín, sudor y humo. El
tiempo transcurría muy lentamente. Los obligaron a retroceder y un equipo de
relevo ocupó su lugar.
Pasó una semana antes que Clayton volviera al campamento. Dijo que
necesitaba ver si su violín y su lobo estaban bien y Spears le dio permiso para
irse.
Ella no estaba. No había nadie. Silbó con fuerza y esperó, pero Lobo no acudía
a su llamada. Se encontraba completamente solo.
Apenas pesaban y se asían con facilidad. Se puso uno alrededor del brazo y se
lo aseguró. Acababa de colocarse un yeso en el otro brazo cuando un coche se
detuvo. Volvió la cabeza y escuchó. Alguien abrió la puerta y, un segundo
después, Lobo corría hasta él.
Clayton frunció el ceño. Lobo nunca hacía ruido. Estaba preocupado porque
empezaba a comportarse como un perro. Shelley también se le acercó.
El se quedó paralizado.
-¿Erupción en la piel por contacto con plantas venenosas? -leyó -. Oh, ¿eso
también? -le compadecía profundamente-. Si esperas un poco, te llevarán al
hospital..., pero podrían tardar horas. Necesitas... limpiarte... bañarte ahora
mismo -su incertidumbre había desaparecido y de repente se mostró firme.
Dominaba la situación.
El contuvo el aliento.
El asintió. Lo tocaría. Iba a poner las manos sobre su piel. Pensaba que se
condenaría por dejar que creyera que se había roto los dos brazos, pero no
podía desperdiciar la oportunidad de tenerla cerca. De que lo tocara... su cuerpo
reaccionó y se sonrojó aún más.
-Todo saldrá bien. No te avergüences. Soy como una enfermera -dijo con
firmeza, con el tono de una mujer de negocios. Hasta lo alentó-: No se trata de
una operación de cerebro, lo sabes.
-Quizá deberías sentarte. Tápate con esa toalla. Pondré esto sobre tu regazo -la
palangana tembló-. Así. Uh. Primero te lavaré la cabeza... el pelo. ¿Te duele
mucho?
-Estoy seguro de que no me he roto los brazos -al fin su lengua obedecía.
-Eres un valiente.
-He guardado tu violín -dijo, en medio del silencio. Estaba muy ocupada,
lavándole el pelo.
Era una sensación maravillosa. Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar.
-Gracias.
-Me llamo Shelley Adams. Mis padres me bautizaron en honor del gran poeta
inglés. Son de esa clase de personas. Vivo cerca de aquí, acabo de comprarme
una casa con piscina. Quizá tú... si no me hubieras visto, no habrías sabido
dónde estaba tu violín. Ahora sabes dónde encontrarme.
-Gracias.
Le echó hacia atrás la cabeza para quitarle el jabón con agua limpia.
Por suerte, ella estaba detrás de él, con los brazos alrededor de su cintura...
Cuando se estremeció, se detuvo y susurró:
-¿De verdad no te he hecho daño? Entiendo... he oído que los hombres... son
muy sensibles.
El no podía responder.
Continuó levantándole las piernas y los pies y luego le echó agua con cuidado.
En medio del silencio, la miraba a través de sus pestañas. Se sonrojaba,
manteniéndose muy seria. No había tenido la intención de excitarlo. Lo bañaba
para impedir que las plantas venenosas extendieran la erupción por su cuerpo.
Clayton no sabía cómo librarse de aquellos malditos yesos. Su piel le recordó
que todavía lo estaba tocando. Le ponía una loción por todo el cuerpo... todo. Se
sentó.
-¿Te sientes débil?
-Necesito... -prosiguió ella sin amilanarse-, debo... Tengo que curarte con esto.
Por fin terminó. También había terminado con él, dejándolo como un guiñapo.
Le puso un camisón de hospital, limpió el agua y...
-No me los he roto -sólo entonces notó que Lobo estaba echado en el quicio de
la puerta del camión, con el hocico sobre rostro patas, contemplándolos. Tenía
una expresión muy tolerante en el rostro.
-Mejor no.
-A mí no me importaría.
Pero antes que pudiera admitir que le encantaría, les llamó la atención el ruido
de un motor. Un camión se aproximaba a la pradera. Lobo desapareció.
-¿Qué te ha pasado?
-Nada, estoy bien -Clayton sabía que no podía engañar a nadie. Los hombres
asintieron y uno comentó:
-sí -asintió el otro-. Supongo que tendremos que llevarte a hospital. Esa clase
de yeso no soluciona el problema.
-Pero -objetó su interlocutor, por algo te los han puesto, así que tendremos que
cuidarte. ¿Tienes un bocadillo, bombón? –Como no obtuvo respuesta, agregó-:
¡Eh, Shelley! ¿Tienes un bocadillo? -Oh -exclamó ella-, pensé que le hablabas al
lobo.
Lo hizo y ella misma dio de comer a Clayton. El quería que los otros
desaparecieran para deleitarse con sus atenciones. Aunque todavía estaba
sonrojada, actuaba con eficiencia; los hombres observaban cada uno de sus
movimientos, en especial cuando el enfermo tomaba con la boca los bocadillos
que le ofrecía. Eran cuidados maravillosos que no podía aprovechar. Se
prometió solemnemente no hacer nunca más algo así, sino ser honesto y sincero
hasta la muerte.
-¿Cómo lo sabes?
-Has fruncido el ceño -le explicó con dulzura. Había actuado astutamente al
hacer aquel gesto.
Era tarde. Ya habían ido al hospital y parecían cansados. Clayton sabia que les
estaba causando problemas sólo porque quería que Shelley lo tocara.
-No -intervino Shelley-. Si has estado en contacto con hierbas venenosas, debo
lavarlos con jabón amarillo, etiquetarlos y meterlos una bolsa. Te darán ropa
nueva.
-Tendrás que llevar ese camisón por un rato -sonrió uno de los hombres-.
Cuidado con las corrientes de aire.
-Por Dios -suspiró Clayton-. No permitiré que por mi culpa hagan otro viaje al
pueblo.
Clayton se tranquilizó un poco. Se volvió hacia Lobo, que estaba fuera del
camión.
-Ven -le ordenó, El lobo entró como una sombra. Clayton puso un molde de
yeso sobre el hombro de Shelley y añadió -: Cuídala.
Clayton viajó hasta Jackson, viendo cómo conducían el camión. Como eran
combatientes de incendios, les dieron la bienvenida en el hospital, y todo el
personal miró los dos yesos de Clayton frunciendo el ceño. El dijo:
-Nada.
-Estaba solo. No esperaba que llegara nadie -le explicó Clayton-. Ella entró y
allí había una receta para un tipo que había estado en contacto con hierbas
venenosas. Quería que me tocara.
-Pensó que me había roto los brazos -le explicó Clayton-. Yo quería que me
bañara. Y ella lo hizo.
-No estoy seguro -contestó Clayton con inocencia-. Me sentía mal por
engañarla de ese modo y me distraje.
-¿Lobo?
-Siempre he sido un solitario -le confió al médico-. No sabía como hablar a las
personas.
-¿Está casada?
-No.
-Es una mujer muy independiente. Se ha comprado una casa en las montañas.
-Sí, me lo ha contado.
-Usted es el violinista.
-¿Así que los... Masterson, han estado por aquí desde hace tiempo?
-Sí.
-Pues, cuídese -le aconsejó el doctor-. Espero que siga viviendo en esta región.
Pero no piense que conquistará a Shelley sin que yo me oponga.
-Yo también.
-Michael Johnson.
-Lo entiendo.
-Que siga estando bien -se despidió el médico con voz agria.
-Gracias.
-Es muy amable, pero puedo bañarme solo. Sin embargo, si puede encontrar
un par de pantalones para mí, se lo agradeceré. Sonrió con picardía y le
preguntó:
-No, señorita -se puso una camiseta y se quedó allí, con el color de sus ojos
verdes intensificado por el de la tela del pantalón.
-Maggie salía de vez en cuando para charlar con él. Clayton descubrió que la
conversación le parecía bastante agradable. Le preguntaba los años en las
montañas. Y a él le resultaba fácil responder. No tenia que provocar nada,
Maggie se encargaba de todo. Le ofreció:
-Estoy comprometido.
-Entonces es tonta y un hombre que vive solo en una cabaña necesita una
mujer que no sea tonta, sino una enfermera.
-Gracias -lo dijo con sinceridad. La oferta no lo alteraba tanto como el hecho de
hablar con alguien del sexo opuesto. Maggie le había dado el don maravilloso
de la confianza. Sentía que sería capaz hablar con Shelley.
-¿Qué sucede, doc? ¿Por qué está parado en medio del camino?
Clayton comprendía que debía dar alguna explicación, pero no mencionó los
moldes de yeso. Insistió en que nadie debía molestarse por él y al fin llegó al
campamento desierto con el camión que llevaba los desayunos. Se habían
cruzado los mensajes y pidieron nuevas instrucciones por radio, mientras
comían sus raciones.
-¿Operas hoy?
-Era todo lo que tenían de mi talla. Tuve una erupción en la piel... -no le
quedaba más remedio que proporcionar ciertos datos -y lavaron mi ropa con un
jabón especial.
-Oí que te habías roto los brazos -Sam le sonrió lentamente-. ¿Te hizo daño
Shelley?
-¿No se te rompieron?
-No.
-¿No sabes conducir? -preguntó, admirado-. Rayos, ¿cómo has podido llegar a
tu edad sin conducir?
-No soy australiano -le indicó Clayton, quien tomaba las cosas literalmente.
No te salgas del camino -le pidió, después de darle las instrucciones básicas-.
La superficie de la pradera es muy delicada. Lleva muchos años que el suelo se
recupere. Todavía pueden verse los rastros de las carretas que cruzaron por
aquí hace cientos de años.
Clayton obedeció y pensó que conducir una camioneta era lo mejor que le
había ocurrido en la vida... aparte de conocer a Shelley.
Sacó la llave y se bajó del vehículo con confianza, con cierto desenfado. Buscó
su sombrero, pero no sabía dónde lo había dejado y salió sin él.
-¿Clayton?
-¿Me necesitas?
Clayton asintió.
Era un hogar.
-Bonita casa.
Pero él la siguió hasta la cocina. El y Lobo. Notó que el animal se sentía como
en su propia casa.
Desde luego, le había pedido que la protegiera, pero quedarse allí dentro, con
ella, le parecía demasiado. Debía rondar la casa. Clayton se inclinó y murmuró:
-¿Te estás convirtiendo en un perrito faldero? -lo dijo para que Shelley lo oyera
y la risa de la joven le llenó el alma.
-Perfecto. Gracias. Pero creo que estás echando a perder a mi lobo -ella sólo
sonrió, divertida. El preguntó-: ¿Se lo consientes a... todos?
-Depende.
-¿De qué? -había visto que un hombre alentaba a una mujer en la televisión
con aquella pregunta. Esperó y ella se sonrojó. Clayton no lo entendió.
-¿A quién?
Asintió, comprensiva.
-Con todos esos incendios en esta parte del oeste, nadie sabe lo que sucede.
Esto es un caos.
-No.
Frunció el ceño. No estaba preparada para una catástrofe. Podía perder todo.
Debía de ser una chica de la ciudad.
-Los que viven aquí se preparan para las catástrofes, ¿No tienes sótano para
resguardarte de los ciclones?
-No hay sótano de ninguna clase -respondió-. La casa está construida sobre
roca.
-Debieron cavar un sótano. Como hicieron con la piscina. ¿Para qué sirve una
piscina? Ahora estás desprotegida. Si hay un incendio, lo perderás todo.
-Al sur.
Miró su vaso, casi vacío. Si la terminaba tal vez no tendría ocasión de volver a
entrar y pedir que se lo llenara de nuevo.
Ella tomó una chaqueta y se la puso. El se dio cuenta, tarde, de que debió
ayudarla a ponérsela.
No les fue fácil dar con la cueva. No se veía, y, de repente, Clayton se encontró
frente a ella. Echaba de menos un rifle.
No había señales de que alguien hubiera estado allí en varios años, pero
ignoraba si aquella era la única entrada. Le dijo a Shelley que se quedara fuera,
mientras él entraba. El lobo avanzó, olisqueando, Clayton pisaba con cuidado,
mirando hacia arriba y hacia abajo, lo mismo que a los lados. En las paredes
había huellas de fuego. Parecía haber servido de guarida.
-¿Clayton?
-Enséñame la silla.
-Sí.
Le sonrió con una sonrisa que le pareció un regalo. Clayton sintió que sus
músculos se endurecían y sus huesos se convertían en acero. Podía hacer
cualquier cosa.
La silla pesaba una tonelada y costaba un gran esfuerzo cargarla, pero la bajó a
la cueva. Le comentó a Dios que sería bueno que hubiera un desprendimiento
que cubriera la boca de la caverna para no tener que arrastrar tal armatoste
hasta la casa, como prometió.
-Ya sé que esto no es necesario, pero, si algo pasa, lloraría la pérdida de esta
silla. La señorita Lavender era una dama. Lo mismo que su silla.
-Que se vaya contigo -sabía que si quería que el lobo lo siguiera, tendría que
tomar a la bestia del collar, hasta casi ahorcarla. Al igual que su dueño, el lobo
le había entregado a Shelley su corazón, y ella no se daba cuenta de que dos
machos la adoraban. Parecía pensar que todavía era libre.
-¿A dónde diablos has ido? -quiso saber Sam-. ¿Queda gasolina?
Clayton se rió. Se sentía amigo de Sam. Era una sensación agradable. Tenía un
amigo y amaba a una mujer. La vida era buena. Y, sin embargo, se preguntaba
por qué sus padres eligieron vivir aislados. Los dos sabían conducir. Alguna
vez habían vivido en la ciudad. Su madre provenía del este. Si estuvieran vivos,
tal vez lo alentarían a integrarse a la civilización.
-¿Cómo estás?
Clayton vio que Shelley y Lobo llegaban, pero, aunque la mantenía vigilada,
no parecía percatarse de su presencia. Comprobó que se había cambiado la
falda por un pantalón y que se comportaba con los hombres con eficiencia y
amabilidad. Sonrió a Clayton y aquella sonrisa lo inundó de alegría. Lobo se
acercó a Clayton después de la cena y permitió que su antiguo amo lo
acariciara.
-¿Qué toco?
Clayton les dio un concierto. Empezó por melodías festivas y terminó con
otras lentas. . .
El y Shelley eran los únicos que no estaban agotados, así que ayudó a limpiar
las mesas. Al terminar, llevó a la joven a pasear por el bosque, bajo un ciclo
estrellado, acompañados del lobo.
-Eres lo más bonito que he visto -su voz sonaba tan ronca que apenas la
reconocía.
Ella sonrió. Ladeó la cabeza para sonreírle y aquello fue todo lo que necesitó.
La besó y le pareció algo glorioso.
El contacto del cuerpo de la joven contra el suyo fue mejor que cualquier
sueño. Era suave y dulce y no se apartó. No se apretó contra él, pero él lo hizo y
aquello fue igual de extraordinario.
Alzó los ojos y lo miró, seria. Sus párpados parecían pesarle y sus labios
suaves... ansiosos. No se movió para evitar el abrazo, y la besó de nuevo.
Shelley no abrió los labios para que sus lenguas se tocaran. El no estaba muy
seguro de cómo lograr esa clase de beso. Abrió su boca un poquito y el beso se
tomó húmedo. Le tocó con la lengua un resquicio entre sus labios y ella los
abrió apenas. Le suplicó con la lengua y ella abrió la boca un poco más, hasta
que él la acarició con la suya.
Sintió que subía al cielo, como los cohetes del cuatro de julio en la televisión.
Sabía lo que se sentía al encenderse una mecha. Estaba encendido y temía
explotar. La apretó con fuerza y gimió.
Levantó una mano y jugó con su pelo. Aquel movimiento lo puso en contacto
con todo el cuerpo femenino, oprimiéndose contra él y una necesidad terrible lo
invadió. Sin embargo, no podía protegerla. Aunque lograra que cediera, no
podía hacerlo.
Pero no frenó aquel tormento. Suspiró roncamente, lleno de deseo, sin soltarla,
y recibió todos los besos que ella le daba. Temblaba, con el corazón acelerado,
pero no dejó de acariciarla, ni la apartó de su cuerpo. Un dulce martirio.
Bajó las manos por los costados hasta tocar sus senos, hinchados por la presión
contra su pecho, y apretó las palmas de sus manos contra las suaves colinas.
Deslizó las manos por la curva de su espalda, oprimiendo con los dedos duros
su trasero. Y ella no se opuso. Se quedó quieta, aceptando sus besos afiebrados,
permitiéndole bastantes libertades.
La primera reacción de Clayton fue abrazarla con fervor. Luego alzó la cabeza
y buscó a Sam. Estaba demasiado lejos para distinguir lo íntimo que era el
abrazo. Sólo vio que había besado a Shelley. Shelley salvó a Clayton, que seguía
pensando en los besos profundos. Dijo:
-Ahora vamos.
Sam se fue.
Clayton miró al plácido lobo que no había dado la voz de alarma y lo regañó.
-Has comido demasiados bollos azucarados. Shelley acarició con los dedos el
pelo de Clayton.
Clayton pensó que también podría ser muy bueno con ella.
Como él no tenía motivos para estar cansado, ayudó a Shelley con los
primeros auxilios y la comida. De ese modo veía a la chica y a su ex compañero,
Lobo. El perro se mostraba tolerante y un tanto indulgente con un... antiguo
conocido.
-No -negó, escondiendo su mirada bajo las pestañas-. Es sólo que no llevas
ropa interior.
En el cajón de Gasp había visto los encajes que llevaban las mujeres.
-¡Clayton! -protestó.
-Sólo trato de ayudarte -sonrió. Hablar con una mujer se volvía cada vez más
fácil. Quizá fue demasiado atrevido, pero ella no estaba enojada. Examinó su
cuerpo. El frío le erguía los pezones. Su propio cuerpo, ardiente, reaccionó ante
el espectáculo y deseó un lugar privado para entibiarle aquellas zonas tan
íntimas.
-Sí
-Pero lo pienso.
-Y un fresco.
-Fresco porque crecí en los montes -le lanzó una mirada satisfecho y ella se rió.
La tenía en la palma de su mano... casi. Pronto sería suya, pensaba.
-El agua viene de ríos muy lejanos -le explicó Spears a Clayton-. Hay algunas
lagunas cerca, pero guardan un equilibrio tan delicado con el medio ambiente,
que el servicio forestal no permite sacar agua, ni siquiera para apagar los
incendios. El agua de las duchas podría alterar la ecología de la pradera. Por eso
la recogemos y la usamos para apagar el fuego.
-No sabía que mantener el medio natural fuera tan complicado -comentó
Clayton.
-Eh, Clayton, ¿por qué no vas al pueblo y te sacas el permiso para conducir?
-sugirió Sam, acercándose.
-Claro, sé conducir -se rió Clayton.
-Es una joya -sonrió al pensar en la mujer del Apestoso, musculosa y sin
dientes.
-¿Qué tal si me escribes una carta a mí, para que se la mande a una mujer? -se
interesó Sam.
-No. Mejor aprende a hablarle -le aconsejó-. Y luego le mandarás una o dos
cartas cursis para terminar de conquistarla -Clayton había sacado la idea de un
anuncio.
-No. Nunca había conducido. Sam me está enseñando -sonrió -y puso una
mano sobre el hombro de su amigo. Buscó a Shelley con los ojos y vio que, el
doctor Michael Johnson estaba en el campamento. El corazón de Clayton se
aceleró ante aquella súbita señal de peligro.
-¿Qué hace ese payaso aquí? -la madre de Clayton llamaba payasos a las
personas que no le simpatizaban.
-¿Quién?
-Michael Johnson.
-Visita a los equipos que descansan -le informó Sam-. No Cobra por las
consultas. Es un buen tipo.
-Para ser un hombre que no sabía conducir hasta ayer, te mueves por muchos
sitios.
-Ella da los primeros auxilios -le recordó Sam, con infinita paciencia.
-¿No te has fijado cómo nos trata? -se quejó Sam-. Todos lo intentamos, pero
sin éxito. ¿Cómo lo has conseguido?
Clayton guardó silencio, viendo al guapo doctor coquetear con la mujer que él
había elegido...
-Anda, Clay. Vamonos para poder volver a la hora de la cena. Aligera el paso.
Ella le regaló una sonrisa deslumbrante, que él apenas captó, distraído por el
hombre que la acompañaba.
-Hola, eh, Masterson, así se llama, ¿verdad? ¿Cómo siguen los brazos?
Clayton aprendió las reglas. Cometió dos errores en el examen, que pasó con
facilidad. Exhalaba felicidad. Pensó que aumentaría la contaminación y aquello
le bajó los humos. Había adquirido una habilidad que algún día podía necesitar.
Sólo eso.
Los dos fueron a la tienda y miraron las tarjetas. Al fin Sam encontró dos que
le gustaron y obligó a Clayton a comprarlas.
Clayton no pudo encontrar una excusa para dejar solo a Sam y comprar algún
tipo de protección para Shelley. Lo inquietaba perder la oportunidad, pero no
podía permitir que ningún indicio revelara que estaba relacionado con aquella
mujer. Las sospechas podían destruir a Shelley.
Sam se bebió una cerveza. Pero ni siquiera él tiró la lata por la ventana.
Clayton se lo comentó.
-¡No, Clayton!
-¡Clayton, bájalo!
Ella se volvió, alejándose como una reina y él se inclinó ante su figura. Pero, al
enderezarse, preguntó con suavidad:
-¿Alguien más?
Tocó el violín después de la cena. Tocó mejor que nunca porque el doctor
todavía estaba allí. Tocaba pan alardear... como con el pelirrojo. Quería que
Shelley se diera cuenta de quién era el hombre que le convenía. No sólo era
fuerte, también poseía una sensibilidad especial para la música. En la televisión,
había visto que eso les gustaba a las mujeres. En realidad, debería llevársela al
bosque para demostrarle que la podía cuidar y satisfacer bajo otras
circunstancias, pero quizá no aceptara irse con él. Por lo menos no en aquel
momento.
Había sorprendido de tal manera al equipo con su reacción ante Otis, que
nadie se atrevía a moverse. Entonces, una de las mujeres sacó a bailar a Sam y
otros los imitaron. El doctor le pidió a Shelley que bailaran. Clayton debió
imaginarse que podía suceder. Se fijó en la pareja; odiaba que el cuerpo de la
joven estuviera tan cerca de aquel hombre.
Cuando Clayton terminó la pieza que estaba tocando, Sam puso un disco y
encendió el aparato. Las notas salvajes y pastosas de un rock inundaron la
atmósfera natural. Todos se pusieron de pie y bailaron sueltos. El tramo de
carretera que servía de pista de baile se convirtió en un remolino de brazos
agitados y cuerpos que giraban. Las parejas reían.
-Cambio de pareja.
-Los tractores no se pueden doblar, así que resulta más interesante con los
hombres -explicó su conducta con mucha amabilidad.
-En parte -poco después le dijo-: Te estás riendo -no la miró, como si lo supiera
por intuición.
-¡Cielo santo!
-¡Eres primitivo!
-Acabo de bajar -le sorprendió que no lo recordara-. Bajé para ayudar a apagar
los incendios.
-Te podría estrangular -su baile se tomó más emotivo que rítmico. Tenía los
puños apretados y sus ojos echaban chispas.
-Mañana iré al pueblo y solucionaremos este problema de una vez por todas.
-Nosotros.
-Ya verás -le sonrió, beatífico. -No deberías gastar dinero en mí.
-Compartiremos lo que compre -le aseguró.
-Es mi turno.
-Sí.
-Me quedaré cerca de ti -Maggie se volvió para fulminar a Shelley con los ojos
antes de retirarse.
Tomó a Shelley por el codo y tuvo que apretárselo, pues trató de zafarse. Se
apartó de los otros y la hubiera llevado al bosque. Estaba bastante oscuro y él
era tan valiente que hubiera podido resistir sus hechiceros encantos, pero ella se
resistía.
-No -la tranquilizó-. Tú eres la que se niega a admitir que eres mía -la
instruyó-: Las mujeres modernas piensan que les gusta ser independientes. No
es cierto. Lo he visto en la televisión y, aunque parece que eso quieren, siempre
tientan a un hombre para que se haga cargo de ellas. Yo estoy dispuesto a
hacerme cargo de ti.
Te domaré hasta dejarte como la seda. Igual que si montara una yegua
indómita y...
Shelley tomó aliento varias veces, iba a hablar, pero cerró la boca y lo dejó
plantado.
Sam se acercó y observó con agudeza.
-Se ha ido.
-No puedes cortejar a una mujer como si entrenaras un caballo, Clay -replicó
Sam, un tanto impaciente.
-No. Posiblemente tiene los SPM -Clayton suspiró con el peso de aquel
conocimiento.
-¿Se va a morir?
-Otis, déjanos en paz -le advirtió Sam, con una mirada furiosa,
Clayton sabía que los hombres debían ir a la guerra y las mujeres quedarse en
sus casas y esperarlos. Aquel era el tema de todas las películas antiguas de
guerra. El magnífico altruismo lo habían echado a perder las mujeres que no
aceptaban quedarse en casa y esperar.
Como las que combatían el fuego. Pero él era un saltador. Levantó el brazo en
silencio.
-Sí-se enderezó.
-No hay problema -repuso Clayton con frialdad, empleando la famosa cita de
la televisión.
-Te lo agradecemos.
-Sí.
-Contamos con eso -el hombre miró a Spears-. Quizá Masterson no vuelva a
esta unidad.
-Mañana puedes volver con tu grupo -le sonrió el jefe-. Así sabremos dónde
encontrarte. Un camión irá hacia allá al amanecer.
Le llevó toda la noche y parte del día siguiente. Durmió en los camiones que lo
llevaban y anduvo algunos tramos del trayecto, preguntándose si el
campamento estaría desierto de nuevo. Pero el equipo descansaba.
-Es un trabajo duro, como el que hacen ustedes. Sólo que nosotros llegamos
allí volando.
-Hola, Clayton -parecía que no quería hablar con él. Miró a su alrededor,
incómoda.
-Hola.
-¿Estás bien?
-Sí -pensó que se comportaba fríamente con él. No miraba a Clayton, sino
hacia la pradera. Clayton atrajo su atención. Quería recordarle que era un
guerrero que volvía al hogar después de la victoria. No había dormido en una
noche para regresar con ella, pero no se lo dijo.
Pensó que fingía que no le agradaba su regreso. Estudiaba sus dedos y miró al
cielo, impaciente. No lo miró a los ojos.
-Sí.
-Lo traeré -sonrió un poco y se fue. Nada más. Se valió de la excusa de buscar
el violín para dejar de hablarle.
-Hueles mal.
Ofendía con su olor. Debió bañarse antes, pero deseaba verla. Bajó los ojos,
avergonzado.
-¿Alguno de los saltadores se hizo daño? -preguntó, preocupada.
Negó con la cabeza. Sólo él estaba herido... por ella. Escuchó el murmullo de
las cuerdas y luego tocó su mejor pieza. No tenía más nombre que el que su
abuela le dio: "Amor no correspondido".
-Sólo un hombre podría sufrir tanto por una mujer -y aquella réplica reveló su
juvenil ignorancia.
-Ah -suspiró su madre-, ¡qué daría por ser tan ingenua de nuevo!
Sólo aquella noche Clayton captaba las palabras de su madre. Pero no era una
mujer la que atraía la melodía a la pradera. Era un hombre doliente. El.
Clayton hizo que el violín llorara. La canción conmovió los corazones de los
oyentes, como si Clayton despertara a la naturaleza quemándola con fuego.
Miró a Shelley para ver si entendía el dolor que le causaba y vio que tenía los
ojos llenos de lágrimas, como los de su madre. Shelley también podía sentir
emoción.
Clayton dejó el violín y se puso de pie para dirigirse a las duchas. Sus propios
ojos estaban llenos de lágrimas. Shelley suspiró.
-Sí.
No entendía por qué habían de llorar ellos. Pero mientras lo pensaba, supo
que no quería las lágrimas de Shelley. Ella lo tomó del brazo, inmovilizándolo.
Tocó una canción para cortejar a una muchacha, cuyas notas saltaban con
rapidez vertiginosa. Shelley se limpió los ojos y rió con los otros. Clayton seguía
triste.
Entró en el baño sabiendo que estaba allí, desnudo. Lo hizo a la vista de todos
y lo besó voluntariamente.
Salió despacio del camión, tratando de decidir cómo actuar, pero ella había
desaparecido. Tampoco su jeep estaba allí.
Soñó.
Por la mañana, Shelley apareció con los ojos brillantes y sonrisa descansada.
Servía el desayuno como si no tuviera ningún problema en el mundo. Sonreía
feliz y el tenía ganas de torcerle el cuello. Sentía que el cuerpo le quemaba... a
causa de ella. Quería ir al pueblo a comprarlos condones.
-Hola, Clayton -lo saludó Spears-. Han llamado de Loft. Me han pedido que te
deje descansar un par de días porque trabajaste muy duramente. ¿Por qué no
vas al pueblo?
-Shelley, necesito provisiones. ¿Puedes pedir que me traigan esta lista en cinco
días? Y necesito que llenes el tanque de agua. ¿Te encargarás de eso?
-Desde luego -se volvió hacia Clayton-. ¿Te gustaría acompañarme al pueblo?
-no lo miró porque estaba muy ocupada.
-Yo... sí. Pero luego iré a mi cabaña para asegurarme de que sigue en pie.
-Oh, Clayton -agregó Spears-, aquí tienes tu cheque por las últimas dos
semanas. Siempre nos atrasamos un poco con la paga. Lo siento.
-¿Estás listo?
-¡Ay!
-Gracias. ¿Recuerdas cómo llegar?
-Perfecto.
La siguió despacio, tieso como un palo. Tenía miedo. Tal vez al sacrificio de su
inocencia. Decidió no temer a nada, que saldría bien librado del apuro. Estaba
seguro de que intentaba seducirlo. Se frotó el pecho para calmarse y poder
respirar. Le haría el amor y él no estaba preparado. Pero, llegaría hasta donde
ella quisiera.
Entonces vio que las manos de Shelley estaban atrapadas en la blusa y que
trataba de soltar un mechón de pelo.
-Calma -la tranquilizó-. Quédate quieta. Déjame a mí -con gran calma le bajó la
blusa por el cuerpo hasta que apareció su rostro sonrojado, con los ojos llenos
de lágrimas-. Así. En un minuto estarás bien -le aseguró.
Ella reprimió una risita que lo enloqueció. No aceptó sus sugerencias de cortar
el botón o el pelo, sino que lo quitó con cuidado hasta que quedó libre.
-Casi.
El la besó en la cabeza.
-¡No me sueltes!
La abrazó para luego acariciarla con las manos duras, frotando su piel
maravillosa. Su boca la absorbía como si fuera el último trago de un refresco
delicioso. Entonces, su lengüecilla se asomó y le tocó la boca, y él la abrió,
azorado por aquella sorpresa. Ella hizo un sonido sensual mientras él jugaba
con su lengua.
-Me has hecho arder -le advirtió-. Y no tengo nada con que protegerte.
Apártate hasta que vayamos al pueblo.
-Eso no me cuesta trabajo -le dio unos cuantos besos más. Cuando se
separaron para respirar, se sentían más desorientados, jadeantes y excitados
que antes. Pero Clayton logró hacer la pregunta que le interesaba.
-¿Tú... no quieres?
-¿Quieres?
-Síííí -lo afirmó con tanta seguridad que le costó trabajo pronunciar la palabra.
Despacio, ella se relajó y, más despacio, sonrió. Luego bajó los párpados y
confesó satisfecha:
-Eso pensaba.
-Esto ayudó un poco. Como no me llamaste ni nada mientras estuviste con los
saltadores, pensé que me hablas olvidado.
-No -musitó.
-Pero, Shelley...
-¿Están?
-¿Cuántos compraste?
-Uno.
-Oh.
-Está en el armario.
Un condón.
-Algunas veces mamá me visita sin avisar -se encogió de hombros, con su
tentadora semidesnudez. Lo hacía sentirse tierno porque no era una mujer
dura. Tenía miedo de disgustar a su madre.
Se dio la vuelta, pero ella no se bajó de la silla. Se volvió para mirarla, sólo con
los pantalones puestos. Era una imagen que hubiera enloquecido a cualquier
hombre. Apretaba las rodillas y estaba pálida.
-¿Tienes miedo de las alturas? -fue lo único que se le ocurrió decir-. Anda,
tómate de mi mano.
Se la tendió y vio cómo ponía los pies en el suelo. La mano de Shelley estaba
fría. La contempló. Seguía pálida.
-¿Qué te pasa?
-Con toda esta conversación y... -hizo un gesto vago- ...y con todo, pues... no
he perdido el interés pero... no creo que sea el momento para hacer esto,
después de todo.
-Yo tampoco creo que me lo hubiera podido poner... Yo... no, no creo que
pudiera.
-¿No quieres?
-Oh, sí -le aseguró con sinceridad-. Pero, como dices, tal vez este no sea el
momento -leyó las instrucciones, que no entraban en detalles. Se lamió los
labios. Le agradeció a Ron Reagan, hijo, el anuncio de la televisión sobre el
SIDA en el que enseñaba a personas como Clayton Masterson cómo ponerse el
condón con un plátano. Clayton tenía un condón, pero carecía de experiencia
para usarlo.
La vida era muy complicada. Clayton observó a Shelley. Estaba quieta, con los
brazos cubriéndose los senos tímidamente. Su timidez lo reconfortó. Valían la
pena todos los problemas. Y, hacerle el amor... sería un milagro.
-Me alegra que vivas en el bosque, lejos del pueblo -le comentó Clayton a su
amor.
-Vine buscando paz y silencio, pero me rodean otros ruidos diferentes de los
del pueblo. Algunos me asustan.
-¿Cuáles?
-El viento, los árboles, coyotes... toda clase de criaturas. ¡Y la gente! A veces
aparece por aquí gente en planeadores... Llega y te sorprende. En ningún sitio
estás a salvo. Tú... ¿te consideras antisocial?
-No -vio que se llevaba las manos a la espalda para que pudiera verla. Se
sentía muy sociable-. Es sólo que no sé hacer amigos. No tengo práctica.
-Eres uno de los hombres con más talento y buenos que he conocido -le
aseguró, seria-. Cuando pensamos que te hablas roto los brazos, te mostraste
muy positivo. Eso requiere mucho valor. Estoy orgullosa de ti.
-Pues... -él se sonrojó. Tendría que decirle lo que había sucedido, pero temía su
reacción ante la farsa-. Valió la pena -pudo hablar-. Me bañaste -Clayton se
quedó cortado. Tenía miedo de que lo echara de la casa.
-Debería volver a bañarme -su sonrisa estaba llena de lascivia. Ella se puso una
mano sobre la boca y se rió, con los ojos bailándole, divertidos.
De acuerdo con lo que había visto en televisión, las mujeres pensaban que
desnudar a un hombre era estupendo. Se le acercó y Clayton supo de inmediato
que no le quedaría ni un gramo de energía para bañarla.
Encontró algo que sabía hacer, mientras ella apretaba sus senos desnudos
contra su pecho velludo. La sentía con su cuerpo, con sus manos y su boca. La
besó con dulzura, pero no duró mucho. En menos de un suspiro sus besos se
volvieron hambrientos. Tensos y urgentes.
Así que le quitó el resto de la ropa y se arrancó la suya sin pedirle ayuda. La
mantenía apretada contra su cuerpo, gimiendo de deseo. Ella lo estrechaba con
fuerza, haciendo ruiditos que lo volvían loco. Tomó el paquete.
-Oh, Shelley...
Se durmió. Supuso que ella también, pero, al despertarse, vio que lo estaba
mirando con la sonrisa de un gato recién alimentado. El se rió.
-Ven y convénceme.
Les llevó mucho tiempo vestirse porque se reían y bromeaban. Descubrió que
tenía un talento natural para las bromas y se sorprendió. Nunca antes había
bromeado con una mujer.
La risa era parte del amor. Tomó a Shelley en sus brazos, mientras seguía
riéndose y bromeando y la mantuvo cerca. Ella debió reconocer la diferencia de
actitud porque guardó silencio. Permanecieron en la misma posición por algún
tiempo. Luego Clayton la besó con suavidad y ella apoyó la cabeza en su pecho,
sin moverse.
-Me encanta que me beses para sentir tu barba cerca de mi boca. Me hace
desearte.
-¿Quién ganó?
-¿Furioso?-indagó, alarmada.
-No. Irritado.
-Creo que naciste para ser mi amante -le dijo con voz ronca.
-¿Cómo lo sabes?
-No tenía teléfono. Ni siquiera pensé en usar uno. Sólo había una radio para
las emergencias.
-No había dormido en un par de días -le arregló el pelo para tocarla-. Sólo me
importaba llegar a ti y tú mirabas a todas partes menos a mí.
Shelley se recostó sobre la espalda, dobló una pierna y puso las manos bajo la
cabeza.
Se colocó sobre ella y su cuerpo le separó las rodillas. Apoyó los codos sobre la
cama, para sostener su peso y le besó la oreja con los labios ardientes,
poniéndole la carne de gallina. Luego descendió con su boca hasta sus senos
para acariciar la piel sensible con su lengua ardiente y afiebrada, hasta que ella
gimió con las sensaciones que despertaba.
Y volvió a hacerle el amor. Esa vez sus cuerpos se acoplaron mejor y sus
movimientos se volvieron voluptuosos. No hubo bromas ni risitas. El acariciaba
su carne de mujer, sensibilizando su pecho, endureciendo los pezones, mientras
la observaba con los ojos fijos, afiebrados. Ella se retorció cuando su rostro
barbado prestó atención a su vientre y empezó a hacer ruiditos.
-He sido demasiado exigente -Shelley se había olvidado de que Clayton era el
que debía rogarle con un "por favor" e inducirla al amor.
Pero ella también aprendía nuevas técnicas, y apretó los músculos para
estrujarlo. El gimió y le cubrió la boca con un beso profundo.
Shelley llamó para pedir las provisiones y que fueran a llenar el depósito de
agua.
-No te vistas. Déjame contemplarte -le rogó Clayton-. Nunca he visto moverse
a una mujer y tú eres hermosísima. Déjame verte.
Pero Shelley no podía estar desnuda todo el día. La hacía sentirse avergonzada
e inquieta; así que se puso una blusa de algodón y una falda larga, sin ropa
interior.
El día entero fue una orgía. Se hartaron. Ni una vez se negaron al deseo o lo
reprimieron. Hacían el amor cada vez que se les antojaba, para aplacar sus
ansias. No siempre querían llegar al clímax. Se acoplaban para aumentar su
fiebre amorosa, bromeando y aumentando las tentaciones. En su paraíso
privado, sus manos se buscaban.
-Me encanta la forma en que tu seno se endurece, como un caramelo -le dijo,
lamiéndole el pezón y apretándoselo un poco-. Tienes el trasero más bonito que
he visto -agregó y sus manos la moldearon, mientras la besaba. Le explicó-: Soy
un experto, porque he estudiado los traseros que aparecen en la televisión.
Casi puedo rodearla con mis manos. Pero no puedo hacerlo aquí arriba
-extendió las manos por encima de sus senos-. Ni aquí abajo -le acarició las
caderas.
Ella le dijo que lo prefería con barba. Le encantaba, pero necesitaba que se
afeitara para ver si le gustaba su cara, con lo que se afeitó y ella se le sentó en las
piernas para estudiarlo.
-¿Deshonesto?
-Aventurero.
La miró posesivo y la besó con dulzura. Luego la apartó un poco, tomó aliento
para tranquilizarse y dijo:
Asintió y terminó.
-Puede que lo sea -admitió-. Pero, ¿para qué correr riesgos? Atravesamos la
peor sequía de que se tiene memoria.
-Exageras.
Ella no estaba muy convencida, pero Clayton se sentía mejor con las
pertenencias de la chica a salvo.
-He conseguido estas cosas con mucho trabajo -le indicó Shelley-. Las
considero mis tesoros.
-Lo mismo que nosotros -la miró, con ternura-. Hacían el amor. Ella volvía
contenta, caminaba con lentitud y sonreía. El se iba en el camión de carga.
-No. No. Déjame explicarte. Un día entré en el café, hace un par de años, pedí
cinco cervezas y las puse en fila. Me tomé una, igual que el conductor, y me
sentí un poco raro. "No sé lo que pasó después. Apenas acababa de beberme la
segunda cuando me caí de espaldas; desperté mucho después, fuera del café,
con un horrible dolor de cabeza. Nunca me dejaron pedir otra cerveza. Como
jamás había probado una, no sabía cómo beberla. Pero te puedo dar un consejo:
no te tomes dos cervezas con el estómago vacío -compartía una sabiduría
ganada a pulso.
-De acuerdo.
-Me di cuenta cuando las campanas dejaron de sonar -le confió Clayton con
gravedad-. Luego me dediqué a hablar con los hombres acerca de los
programas que veía en la televisión. Mi madre tenía opiniones muy firmes
acerca de todo. Papá no estaba de acuerdo, pero se mostraba cortés al oponerse.
Mamá nunca aceptó casarse. Era una hippie y decía que un trozo de papel no
une a una pareja. Papá tuvo que adoptarme para darme su apellido. A Shelley
no la inquietó la información, pero preguntó:
-Ellos... murieron.
-No. Tres hombres estaban cazando. Se encontraron con mi madre. Era una
mujer muy buena y uno de ellos fingió que estaba herido. Así que cayó en la
trampa y se acercó para ayudarlo. Los tres la atraparon.
"Estaban en nuestra propiedad. Papá oyó que se reían y fue a ver qué sucedía.
Cuando aquellos malditos lo vieron, dispararon. Clayton guardó silencio,
respiraba con dificultad. Al fin, dijo en voz baja:
-Los busqué. Un guardia también los perseguía, pero los muy cerdos no
dejaron pistas falsas. La policía atrapó a los tres. Mamá los marcó con sus uñas.
Juraron que nunca habían visto a aquella mujer muerta, ni sabían nada del
hombre que recibió unas balas "por accidente". Dijeron que los rasguños se los
habían hecho con los arbustos, mientras seguían a un venado. Y, aunque,
admitieron que habían estado en el bosque ese día, dijeron que no estuvieron en
nuestro terreno.
-Sí -mantenía una expresión rígida-. No puedes mezclarte conmigo hasta que
este asunto se arregle.
-Sí.
-¿Qué harías si eso les hubiera pasado a tus padres? -le preguntó.
-La ley dice que no debe uno tomarse la justicia por su mano. Pero los jueces
se dejan influir por los tecnicismos. Mis padres fueron asesinados hace cuatro
años. Murieron y los asesinos siguen libres. Tienen abogados que los defienden.
Mis padres no pudieron contratar a nadie que protegiera sus vidas.
-Lo mismo digo -ella le sonrió y le acarició la mejilla con un dedo. De pronto,
pregunto curiosa-: ¿Tú de qué vives?
-De varias., Y algunos valles. También cazo y pesco. Hay un arroyo con
truchas enormes. ¿Te gusta la trucha?
-No mucho.
-No -sonrió.
-No sé -después indagó con cautela-. ¿Te gustaría... es decir... te interesaría ver
mi cabaña?
-Clayton...
-Estoy bien, pero no puedo pensar en mis padres de forma tan directa.
-Lo siento.
-Es un animal magnífico -repuso ella y luego preguntó-: ¿Le gusta ser tu
compañero?
-¿Y se irá?
-¡Ug!
-Tengo una piel que me dio un hombre a cambio de que le escribiera una
carta. Estaría magnífica sobre tus hombros desnudos.
-Lo que toco es para un grupo -le explicó—, para que las personas se pongan a
cantar...
-¿Por mí? ¡Pero si estaba a tu lado! Y, además, me aventuré, con una osadía
increíble, a entrar a la ducha donde estabas desnudo como el día en que naciste.
-¿Por qué no te quedaste por allí? Estaba dispuesto a hacer toda clase de
perversiones con tu cuerpo indefenso.
-Tú me inspiras.
-Te hago todas estas cosas perversas porque me fascina tu risa. Comieron la
mitad del pastel.
-¿Te gustan las tortitas? -preguntó-. Me salen mucho mejor. ¿Qué sabor
prefieres?
-De limón.
-Limón.
Se movió despacio, poniendo los platos en la pila mientras ella preparaba las
tortitas de limón. Una vez saciado su apetito sexual, el cansancio de haber
luchado contra el fuego invadió el cuerpo de Clayton. Se movió cada vez más
despacio, hasta que se detuvo y se quedó dormido de pie.
-Tengo miedo -replicó con un brillo en los ojos cansados-. Hay alguien en la
cama que me atrae cada vez que me doy la vuelta y me roba mi esencia vital.
-¡Ja!
-Es verdad -protestó, serio-. Alguien se sube sobre mí y actúa lasciva con mi
pobre cuerpo.
-¡Qué escándalo!
-¡He oído eso antes! -exclamó, fingiendo temor-. Eres tú. Lo sabía.
Le desabrochó la camisa.
-Sí, otra trampa. He aprendido mucho acerca de las mujeres voraces. -
-¿Quién me iba a decir que iba a encontrar a una mujer tan sensual? Es como si
hubiera abierto una caja de frágil belleza y encontrado un tesoro tan
maravilloso que no quisiera perderlo de vista -se bajó la cremallera de los
pantalones.
-Oh, Clayton.
-Hasta tu risa es especial -le dijo-. Eres deliciosa y posees tantas cualidades,
que tengo miedo de no estar a tu altura. Pero, no estás jugando conmigo,
¿verdad? Siento que me moriría sin ti.
Cuando se despertó era de noche. Se sentía muy cómodo. Oyó que ella
suspiraba y, sorprendido, se volvió con rapidez. Shelley estaba junto a él, en la
cama, no había sido un sueño; entonces recordó y sonrió.
-Oh.
-Pensaba que debías hacerlo solo, sin que te ayudara todo el tiempo.
Tuvo que retorcerse y estirarse para poder demostrarle la buena ayuda que
podía ser.
-Quería sorprenderte.
-Me gustan las sorpresas -le aseguró apretándolo una y otra vez.
CAPITULO 8
El idilio de los amantes duró otros dos días. Se comieron las tortitas de limón
de Clayton, lo mismo que unas de chocolate, las favoritas de Shelley. Hablaban
con más facilidad, más seriamente. Poco a poco, iban descubriendo lo que
pensaban acerca de la vida y sus problemas.
-Puede. Opinan lo mismo acerca de casi todo. Pensaban que la música de los
sesenta era demasiado ruidosa, que la sociedad no se comportaba como era
debido y que aquella época propiciaba la violencia. Rara vez discuten. No me
explico cómo tus padres, siendo tan distintos, no se peleaban.
-Pues... -por primera los juzgaba con total libertad-. Se amaban. Creo que su
relación se basaba en un gran amor y una gran tolerancia. Siendo él tan
conservador y ella tan liberal, se atraían. Yo me parezco a mi madre.
Aquel comentario hizo que Shelley se mordiera el labio para sofocar una
exclamación y tuvo que desviar la vista.
-Cierto -concedió Clayton-. Pero era muy distinto de mi madre. Creía en las
leyes y jamás las ponía en duda. Admiraba a los políticos, cuya conducta hacía
que mi madre se tirara de los pelos. Sostenían debates muy interesantes acerca
de los pros y contras de cualquier asunto frente a su único hijo.
-O que viva en una comuna -propuso Shelley-. ¿Te gustaría que yo lo hiciera?
-No.
-Creo que el trabajo honrado debe recibir una paga decente. Que el gobierno
no debe educar a los hijos de las personas. Que hombres y mujeres son
responsables de sí mismos.
-No creo que el gobierno deba interferir en las vidas privadas. Los políticos
existen para hacer lo que nosotros queremos. Los elegimos como nuestros
representantes, no como nuestros vigilantes.
-Era algo muy especial. Pero también mi padre. La única vez que lo vi perder
el control fue cuando ella murió. Atacó a esos hombres sin armas. Yo estaba
demasiado lejos para ayudarlo y... -la voz de Clayton se quebró.
Shelley lo rodeó con sus brazos y él se desahogó, por primera vez en toda su
vida. Lo hizo tan mal, que Shelley se preguntó si había llorado alguna vez.
-¿Me amas?
-No me tomes en serio hasta que sea libre. Ya sabes lo que tengo que hacer.
-Puedes tratar de atraparlos -cedió ella-, pero debes prometerme que los
entregarás a la policía. Te doy un año.
-Sí -alzó la barbilla y esperó un poco. Pero sus ojos brillaron pícaros y sonrió-:
Pero, podrás lograrlo, ¿no? El se rió con sinceridad.
-Eres un hombre muy especial -lo admiró ella-. ¿Me puedes tocar la canción
del cortejo?
-Si no te has dado cuenta, apostaría a que tus padres se sonrojarían por la
estupidez de su hijo.
Dejarla fue para él como abandonar el paraíso. Creía morir a medida que
avanzaba, alejándose de ella. Era su vida. Aquel pensamiento lo perturbaba. No
sabía si de verdad la amaba o sólo quería volver a su cama.
Reflexionó en todas las mujeres que veía en Shelley. Su rostro, con todos sus
temperamentos y humores apareció en su mente, como si fuera un proyector.
Era una mujer especial. Y se dio cuenta de que sus sentimientos encerraban
mucho más que sexo. Mucho más. Era amor, como aquel que había unido a sus
padres.
Eran buenas personas, pero no se justificaba poner en peligro sus vidas por un
perro.
Los guardias tenían que actuar con mucha paciencia. Algunos perdieron la
calma, pero no lo demostraron. Sin embargo, los voluntarios no fueron tan
diplomáticos.
-No hay nada que hacer. Salven las casas, si pueden, pero nosotros hemos
perdido la fe. Sólo la carretera detendrá el fuego.
La unidad entre los voluntarios era increíble. Una causa común forjaba en una
sala las más diversas personalidades. Hombres arrogantes aceptaban obedecer
a jefes insignificantes a los que ni siquiera hubieran saludado en otras
circunstancias. Y todos trabajaban sin descanso.
Una leve lluvia despertó sus esperanzas, pero no fue suficiente. Enfrió el aire y
detuvo el incendio... durante un tiempo. Pero necesitaban más lluvia. Y nieve.
Algunos años, por aquella época, nevaba...
-¡Imbécil!
-Podían haberle dicho a alguien lo que pensaban hacer para que nos
preocupáramos.
-¡Shelley!
Todos sabían que Clayton y Shelley formaban una pareja, también Michael y
Maggie Franklin. Clayton le dijo a Michael:
-Se supone que Shelley está enamorada de mí -replicó Clay -. Maggie no. Te
hace sufrir porque primero te atrajo Shelley y no ella. Préstale atención,
compárala con Shelley y la conquistarás.
-Supongo que ya te habrás dado cuenta de que Shelley no era para ti -repuso
Clayton estudiando al médico-. Eres demasiado conservador. Me necesitaba a
mí.
-A un hombre libre -lo corrigió-. Maggie es la mujer ideal para ti; ella puede
comprender tu mente rechoncha.
-No puedes evitarlo, te han educado así - Clayton consoló al hombre que
podía volverse uno de sus amigos-. Préstale atención a Maggie.
-Cazando animales salvajes. El otro día alguien vio que arrastraban un bisonte.
-Mira...
Clayton vio al policía alejarse. Ignoraba que había conocido a sus padres, y le
gustó que alguien más creyera que los tres hombres eran los asesinos.
-Yo sé dónde hay una bañera que nadie usa... y debo volver a revisar mi casa
-lo seducía con la mirada.
-En seguida.
-¿A dónde?
Se besaron con delicadeza, apenas rozándose los labios, pero se sonreían con
los ojos y sólo a duras penas se soltaron de la mano. Casi era de noche cuando
Clayton terminó su trabajo. Se despidió de Juan Gómez y le pidió prestado su
camión a uno de los hombres.
-Cuídalo -le rogó al prestárselo.
Así fue como se encontró camino a casa de Shelley para pasar la noche con
ella. Deseaba no estar tan cansado. Sonrió. En realidad, no estaba tan cansado.
Ella salió de la casa para recibirlo. Sólo llevaba una blusa de algodón y su
falda. Su silueta se dibujaba contra la puerta, él pudo ver que no llevaba nada
más.
-Vaya...
-Pero necesito bañarme para que no vomites con mi olor cuando me quite la
ropa.
El alzó las cejas para mostrarle que estaba dispuesto a admitir cualquier
sugerencia, no le importaba la que fuera.
-Me gustaría que dejaras tu ropa aquí afuera. No quiero parecerte demasiado
remilgada, pero no me gustaría que metieras esas cosas dentro de mi casa.
Tendría que fumigarla.
-Una mujer delicada -empezó a quitarse las capas de ropa-. ¿Hay alguna forma
de limpiarlas?
-He comentado el problema con mi lavadora -declaró-. Y se ha ofrecido,
valiente, como voluntaria.
-Perfecto.
-Me tranquiliza que no dependas de mí, una roca para restregar y una cuerda
para tender la ropa, para lavar esa chaqueta. Los otros no se ensucian tanto
como tú.
-Son unos novatos en esto -la calmó con la mano-. Por eso debo vigilarlos.
-Exageras.
El retrocedió para tener una mejor perspectiva y se dio cuenta de que tenía la
piscina a su espalda, llena de agua fría. Sonrió.
-Tú eres mucho más hermosa a los ojos. Mírate. Dulce y bella. Me gustaría
besarte. Y lo haré dentro de un momento.
Le parecía increíble haberse sentido tan cansado y que el agua fría lo hubiera
revivido. La alcanzaba todas las veces, y la joven tuvo que otorgar favores cada
vez más íntimos. La sacó de la piscina sin esfuerzo y la llevó a la casa. Allí se
secó, mientras la observaba.
La secó después a ella de forma muy diferente. Le frotó el pelo con una toalla
limpia y después con el secador.
Le prestó entonces una atención cortés a su cuerpo. Le pasó el secador por las
piernas, le levantó el brazo para descubrir que no había nada y la besó allí.
Halló un mechón entre sus piernas, casi seco, pero lo alborotó, hasta que no
quedó ni una gotita de agua.
-¿Por qué? -alzó la vista desde donde estaba arrodillado, con expresión
inocente.
-Creo que estás aguantando todo lo que puedes -parecía muy segura de su
afirmación.
-¿Sí? ¿Cuál? -se levantó y la miró-. ¿Me contento con observar o puedo
participar en el juego? ¿Cómo se llama?
-Ummm... conexiones.
El se rió.
-A mí me gusta oírte ronronear -le rodeó la cabeza con las manos y le besó la
boca con ternura.
-Tu espíritu llamó al mío. Sabía que era el momento de buscarte y lo hice.
-Sí.
-Entonces, no vuelvas.
-Volveré. Me amas tanto como yo a ti. Este problema está fuera de nuestras
vidas. El amor es algo que compartimos. Lo otro no tiene nada que ver con
nosotros.
Se volvió y acercó el cuerpo frío de la joven al calor que emanaba del suyo.
El viento soplaba. Al oírlo, cantando entre los árboles, todos gimieron. El,
viento arrastraría chispas con el humo, incendiando nuevos árboles.
-Calma -les pidió Juan a los novatos-. Muévanse con tranquilidad. Sepárense.
Tienen tiempo. Si se ponen nerviosos, quizá cometan un error. Piensen en lo
que harán. Organícense. Su vida puede depender de ello. Cuando lleguen a la
línea, trabajen a un ritmo normal. La lentitud y la constancia le ganan la carrera
al fuego también. Y lo saben. Ahora escúchenme.
-No son los únicos responsables. Forman parte de una gran ofensiva. Todo lo
que tienen que hacer es salvar las casas y edificios que tienen posibilidades de
salvarse. La tierra se regenerará.
-Para levantar una barrera contra el fuego. Quizá la salte, por la fuerza del
viento.
-Eso simplifica mucho las cosas -sonrió el guardia-. ¿Has visto a...? Oh, ¿eres
tú, Masterson?
-Así que han vuelto -suspiró Clayton, como si hablara consigo mismo.
-Sí -Clayton se puso nervioso-. Escucha, debo quedarme aquí, con estos
jóvenes. Necesitan la radio. La de Juan se ha roto. ¿Puedes hacer que Spears
mande a alguien para sustituirme? Quiero formar parte de... la cacería.
-Ya veo. Abre bien los ojos. Y, Masterson, si los localizas, llámanos. No los
sigas solo. ¿Me entiendes?
-Entonces, obedece. Sabes muy bien que los hemos estado persiguiendo
durante mucho tiempo, aun antes de que se encontraran con tus padres. Los
conocemos. No dudarían en partirte el cráneo y tirarte al fuego. Ya lo sabes.
Sabes de lo que son capaces. Déjanoslos a nosotros. ¿Entiendes?
-Buena suerte.
-Estoy ayudando a Juan Gómez con los novatos -le explicó Clayton-. Por lo
tanto, estoy obligado a quedarme, como comprenderás. Por favor. Escúchame.
Ponte en contacto con Spears y consígueme un sustituto para que pueda
ayudarlos. Debes imaginar lo que esto significa para mí. Tú viste a mi madre y
lo que quedó de mi padre o te contaron lo que ocurrió. Tienes que entender que
debo estar con ustedes.
-¿Como conoces esta zona del país? -le preguntó el guardia a Clayton.
-Tranquilo.
-Juan cree que el fuego va a saltar. El viento aumenta. Me ha dicho que llames
e informes que piensa que el camino no detendrá el incendio.
-¡Qué raro! -exclamó Jim, señalando la desviación-. Mira. El incendio está muy
cerca y no hay señales de humo. El sol está claro y brillante.
-El viento mantiene el humo cerca del suelo, pero eso no significa que las
chispas no vuelen.
-¡Clay! -otro miembro del equipo, Otis, se acercó corriendo por el camino-. ¡Ha
saltado! Juan nos ha cambiado a la segunda brecha.
-Comunícalo -le ordenó Clayton con rapidez-. Yo voy a... ¿Qué demonios es
eso?
Una camioneta traqueteaba por el camino, con el motor rugiendo por encima
del estruendo del fuego. Clay corrió hasta el vehículo, agitando una bandera
naranja para que el chofer tomara el camino de la izquierda. La camioneta
disminuyó un poco la velocidad.
Luego, como si se tratara de una película en cámara lenta, Clayton vio que los
tres asesinos estaban en la camioneta. En la plataforma del vehículo había por lo
menos cinco magníficos antílopes.
Si lo único que deseara Clayton fuera vengarse, hubiera bastado con indicarles
que tomaran a la derecha, y el fuego los habría devorado. A la velocidad con
que conducían los asesinos, tratando de escapar de los guardias, se metieron en
el infierno antes de darse cuenta de lo que sucedía, y se quemarían vivos.
Pero la camioneta negra corría más aprisa. Pasó a través de una barricada con
banderines naranjas aumentando la velocidad.
-¿Qué les pasa? -se asombró Otis-. Lo han hecho a propósito. ¡Dios del cielo!
¡Se van a asar!
Clayton corrió hacia el camión detenido detrás del autobús escolar. Les gritó a
los otros dos:
-Ahora vamos -respondió la voz, con calma. Otis dejó el micrófono y comentó
exasperado:
-Pero les has dicho que vayan por la izquierda -asentó Otis.
-¿Algún superviviente?
Los miembros del equipo todavía estaban alelados por la explosión que
presenciaron. Casi de inmediato empezaron a balbucear y a bombardear a
Clayton, Otis y Jim, que no estaban con ellos cuando ocurrió. Necesitaban
hablar.
-Las balas...
-Como cohetes...
-Algún idiota...
-¿Han visto...?
-¿Por qué entraron por ese camino? Se suponía que lo habías cerrado -indagó
Juan, serio.
-Ellos se lo han buscado -opinó Jim, moviendo la cabeza-. Yo estaba allí, con
Otis. Clay hizo lo que pudo para que tomaran la bifurcación de la derecha. Esa
es la verdad.
-Quería atraparlos -dijo Clayton con calma. En medio del silencio, alguien
preguntó:
-¿Qué dices?
-Mataron a mis padres.
-Me parece que había oído nombrar a esos asesinos comentó Juan-. Dispararon
a tu padre, ¿verdad?
-Sí.
-Sí -Clayton le puso una mano sobre el hombro-. Yo jamás hubiera permitido
que te bajaras del camión. Sin embargo, les agradezco su apoyo.
-Eres un buen hombre -Otis miró a Juan cuando hizo aquel comentario.
Clayton sintió que tenía dos hermanos. Jim y Otis se le pegaban a los talones.
Clayton era un solitario. Mientras crecía, había deseado tener hermanos, pero si
su, deseo se le hubiera concedido, habría escogido a Otis y a Jim.
Caminaban con él, lo acompañaban a todas partes y lo hacían sentirse
oprimido. Lo cuidaban, y Clayton no sabía cómo zafarse de un cariño que lo
sofocaba.
-Clay agitó la bandera para que tomaran la desviación. Les gritó "¡No!" cuando
se lanzaron contra la barricada, y ustedes habrán visto cómo la destrozaron.
Clay corrió tras ellos gritando: "¡Deténganse!".
-¿Sabes que habrá una audiencia? No podemos permitir que nadie te acuse de
engañar a los asesinos para vengarte.
-Si lo hacen, admitirían que esos malditos mataron a sus padres -objetó Otis.
-¿Por qué les indicaste que tomaran la bifurcación de la izquierda, Clay? ¿Los
reconociste?
-Sí. Y ellos supieron quién era yo. Intentaron atropellarme con la camioneta.
-No -interpuso otro—, conocían esta zona. Sabían que el otro camino los
habría llevado a nuestras manos. Debían intentar escapar y se arriesgaron. Mala
suerte.
-Ya no -replicó Otis, contento-. Entre las cenizas, no puedes saber dónde
termina una cosa y empieza otra.
Se fue la policía. Los miembros del equipo estaban cansados, pero la dramática
experiencia los mantuvo despiertos, charlando por un rato.
-Has pasado la noche inquieto -contestó Jim-. Parecía que luchabas contra una
legión de demonios.
-Esa guapa enfermera, Maggie, vino a curar ampollas -continuó Otis-. Se sentó
a tu lado, te puso una mano sobre la frente y al fin te calmaste.
-Sí. El también vino. Dijo que estabas "tenso"-añadió Otis. Clayton sintió asco.
Sentía que le faltaba espacio para respirar. El...
-Te hemos traído algo de comer -Otis le presentó un plato lleno de los
manjares del desayuno-. Maggie dijo que tenías una dieta deficiente. ¿Tú que
crees, Jim? ¿Lo he hecho bien?
-Perfecto.
-He traído café. Eso te ayudará -opinó Jim con amabilidad. -Yo oí que Maggie
decía que debíamos descafeinarte -se opuso Otis.
-No puedo creerlo -para él era una magnífica expresión que usaban en la
televisión.
-¿Cómo sigue? -su tono era el mismo con el que uno se refiere a un perro
rabioso. Suave y cauteloso.
Clayton se preguntaba qué demonios había hecho durante la noche para que
todos lo cuidaran como a un bebé. Le lanzó a Sam una mirada y contestó:
-Bien -pero recordó que Sam le enseñó a conducir, y que Otis y Jim lo
apoyaban. Entonces, pensó con paciencia en lo afortunado que era al tener tan
buenos amigos.
-Tenía que traer algunas cosas. Hoy mismo vuelvo... He oído lo del incidente...
Estoy orgulloso de ti, Clay -se inclinó y le palmeó el hombro. Luego se enderezó
y añadió-: Nos veremos más tarde.
Clayton agradecía sus buenos deseos, pero también se daba cuenta de que sus
hermanos adoptivos habían hecho que el campamento guardara silencio
mientras él dormía.
Si los consideraba sus hermanos, pensaba que era lógico que lo apreciaran y
protegieran. A Sam lo divertía la situación más que a Clayton. Clayton pensó
que tal vez imitaría su tolerancia divertida. Su padre le enseñó que todos
pueden aprender algo de los demás. Clayton se preguntó qué podía aprender
de Otis.
-Quizá ese animal sea mío. ¿Juan? Tengo que irme. Puede que le haya pasado
algo a Shelley y haya mandado a mi lobo a buscarme. Otis lo había oído todo.
-La gente menciona a un lobo con un collar amarillo. Mi lobo se quedó con
Shelley. Tengo que irme.
-¿En dónde está esa chica, Shelley? -preguntó Juan con cautela-. Indícamelo en
el mapa.
-Lo siento -dijo Juan-. Esa zona se incendió. Si estaba allí, ya la hubieran traído
aquí.
-Formaba parte del equipo de esa zona -le explicó Clayton-. Proporcionaba
primeros auxilios y servía las comidas.
-La hubieran traído aquí -repitió Juan-. Quizá te gustaría llevarte mi camión.
Ve y averigua lo que sucedió.
-No pueden ir los dos -protestó Juan-. Necesito cada hombre que esté
disponible. Elijan.
-Soy capaz de conducir hasta el otro campamento –afirmó Clayton con voz un
tanto estridente-. No necesito a nadie.
-Pensamos que quizá necesites a uno de nosotros, Clay –asentó Otis-. Así que
yo voy contigo. Confórmate.
-Oh, demonios.
-No te preocupes. Quizá Lobo se perdió y te está buscando. Eso es todo. Ella
está bien.
-Lo sé.
-Han debido de evacuarla. Intenté llamarla por teléfono pero las líneas no
funcionaban. Desde antes se le advirtió...
Por lo visto nadie sabía nada de Shelley. Sam estaba allí y le dijo a Otis:
-Pero...
-Vayan a este sitio -apuntó el guardia-. Allí tienen una lista de las personas
evacuadas. No es muy precisa, pero quizá averigüen lo que necesitan.
-Nunca. Pero todos los hombres de la edad del comandante, que todavía
trabajan para el gobierno, estuvieron allí. Ya verás.
-Mi jefe tiene muchas ganas de... volver a hablar contigo para... recordarte.
Clayton se quedó con el hombre que programaba los vuelos, a quien dijo con
gravedad:
-¿Sabes cómo llevar la ropa protectora? -preguntó el tipo que le tendió las
prendas.
-Puedes atravesar un muro de fuego con esto, pero el "muro" no debe ser muy
ancho. Tu visión está limitada por el casco. Debes tener cuidado de en dónde
pones los pies. Si te tropiezas con un tronco o una raíz y se rasga la tela, te
quemarás, y podrías morir al instante. ¿Comprendes?
-Ya conoces las tiendas. Llevarás dos. Si caminas a través del fuego, la de fuera
podría estropearse. No duran para siempre, puedes tirarlas. ¿Comprendes?
-Buena suerte.
-Vámonos.
-Pídale al piloto que pase un par de veces para que lo estudie -le rogó Clayton.
-Sí.
-Si no puedes pasar, dirígete hacia el sur. Allí estarás más protegido.
-El fuego avanza hacia afuera. Si la localizas, tendrán más espacio a medida
que avance el fuego. ¿Ves? Ya sabes cómo actuar cuando toques suelo. Ponte el
casco y aprieta esa tienda contra tu pecho. ¿Listo?
-De acuerdo -el entrenador hablaba por el micrófono mientras el avión daba
una segunda vuelta.
-Ahora -gritó.
-Estoy en camino.
Avanzó por los sitios en los que había menos fuego. No se desorientó. No
perdía de vista las marcas especiales del paisaje y tenía cuidado de dónde poner
los pies.
Cuando vislumbró la casa entre las llamas, lo sorprendió que estuviera tan
cerca. Cruzó la cortina de fuego.
Apoyaba los pies con fuerza, sabiendo que una caída podía costarle la vida. Se
movía con extraordinaria cautela, contando los segundos que le quedaban. Y lo
logró. Llegó hasta la piscina.
Se quitó el casco, las pesadas botas y los protectores, pero llevó el paquete de
ropa con él. Caminó hasta los escalones secos de la piscina, avanzando hacia
Shelley. Ella lo identificó al momento. Clayton vio que abría la boca, pero tosió
y se sumergió de nuevo.
Estaba con otras criaturas que se habían refugiado en el agua. Una culebra.
Clayton se inquietó, pero vio que Shelley había puesto tablas y cojines de
plástico para sus posibles huéspedes. La acompañaban un conejo, un zorrillo, la
culebra, dos ratas de agua y un gato salvaje.
Un viento fresco les sorprendió y respiraron con ansiedad. Clayton vio que la
culebra empezaba a ponerse nerviosa.
-No es venenosa -le informó él-. Pero las mordeduras son dolorosas -se quitó
la ropa con mucho cuidado, muy despacio, para que los animales no se
alarmaran, en especial el zorrillo. Le dio a Shelley un caramelo de menta para
que lo chupara.
Le dio más caramelos para que los chupara. Bebió agua de una cantimplora e
hizo un gesto. Tenía la garganta irritada por el humo que había inhalado y la
voz ronca al murmurar: "Oh, Clayton", muchas veces. Al fin él logró quitarse la
ropa y abrazarla sin aquel impedimento, preocupado por la posibilidad de que
el humo le hubiera irritado el sistema respiratorio hasta tal punto que el frío le
provocara una pulmonía.
-Vieron a Lobo y adiviné que nunca te dejaría a menos que fuera necesario
encontrarme.
-Oh, Clayton.
-Aquí estoy. Tú estás bien y estamos juntos. Ten, tómate esto -era un frasco
con zumo de frutas.
-Sí.
-Tienes que saber que te quiero -replicó con cierta impaciencia-. Te amo,
Shelley. Mi vida no sería nada sin ti. Te amo con todo mi corazón. ¿Por qué
demonios no te marchaste de aquí?
-No es el momento de enfadarte conmigo -le advirtió.
-Clayton, no me regañes.
-Me has dado un susto de muerte -apretó los dientes-. Tengo todo el derecho
de mandarte al infierno si quiero. Cometiste un error estúpido que casi nos
mata a los dos y estoy furioso contigo.
-Supongo que tienes razón. Lo siento. Pero ya ves que hice lo correcto. No me
hubiera pasado nada. No tenías que haber arriesgado tu vida viniendo aquí.
-¿Eso parece?
Hacía menos calor. Ella pasó sus brazos por el cuello de su amado y lo besó
con toda su alma.
Pasó cierto tiempo antes que la dejara debajo del trampolín y saliera de la
piscina. El gato salvaje había desaparecido, las ratas parecían dudar, el conejo y
el zorrillo seguían en su sitio. La culebra se había ahogado.
Entonces, Shelley decidió salir. Caminaba con cautela y temblaba sin control.
Clayton estaba acostumbrado a la proximidad del fuego, pero Shelley no, y
estaba sufriendo un shock.
El abrió la puerta de la casa. Algunos cristales se habían roto por el calor y las
habitaciones estaban llenas de aire sofocante. Pero Shelley dejó de temblar, se
desnudó y se puso ropa seca y calcetines de lana.
Excepto por el exterior, los cristales rotos y el olor a humo, no había daños que
lamentar. Clayton sacó una sábana y la tendió en el patio. Era la señal para que
el piloto supiera que estaban a salvo. Agitó una mano y el avión desapareció.
-En cuanto podamos -le propuso Clayton-, bajaremos a la cueva. Creo que allí
estaremos mejor.
-De acuerdo.
Justo antes del anochecer, descendieron por una vereda del sur. Nada impedía
el paso, porque los árboles se habían mantenido en pie, con las ramas quemadas
y desnudas. Sin embargo, algunas zonas del bosque habían escapado al fuego
casi intactas.
-Me alegra que hayas venido por mí; no sé qué habría hecho sin ti.
-Te habrías salvado -le aseguró-. Hiciste todo bien, excepto quedarte allí. Vine
porque necesitaba comprobar que no te había pasado nada.
-No sabía qué hacer. Ya no habría vuelto a mojar la casa. Y no hubiera venido
a la cueva.
-¿De verdad?
-Me dijiste que no volviera a menos que te prometiera que no iba a perseguir a
esos hombres -se puso un poco tenso-. Murieron -ella contuvo una exclamación
y él admitió lentamente-: Yo no los maté.
-¿Cómo fue?
-No me sentiré en paz hasta que entienda por qué quise ayudarlos.
-Se acabó -lo tranquilizó-. No pienses más en ello. Estás libre de toda
responsabilidad.
-No.
-Sí. Creo que Otis y Jim te han dejado unas cartas en Loft.
-Gracias.
-¿Es esa?
-Sí.
-Oh.
Guardó silencio por largo tiempo y ella casi se dio por vencida. Entonces,
comentó en voz muy baja:
-Quizá tengas razón -pero no se volvió hacia ella, sino que se quedó quieto,
hasta dormirse.
-Has sido muy paciente conmigo, Shelley -le dijo-. Aprecio lo que haces por
mí.
-Me gustaría que me dejaras entrar en tu alma. Siento que me alejas de ti.
-Lo haremos.
-Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero nunca nos visitamos.
-Sí. Sube a su perra hasta lo alto de la torre -y Clayton pensó que se volvería
amigo del guardia. Se volvió, el guardia lo seguía mirando. Levantó una mano
en señal de despedida y el guardia le sonrió agitando su mano para
corresponder.
Al final del segundo día de marcha, llegaron a una pradera. Clayton se detuvo
y le dijo a Shelley.
-Aquí empieza nuestra propiedad. Esa es la montaña Masterson.
-Impresionante.
-Hermoso.
Casi era de noche cuando llegaron a la cabaña. Sabían que no le había pasado
nada, pues el guardia se lo habría dicho, pero no esperaban encontrar a Lobo
esperándolos en la puerta.
Entonces Shelley le tendió la mano, pero el lobo apenas la saludó con cortesía.
Le dijo a Clayton:
Abrió la puerta y comprobó que nadie había estado allí. Frunció el ceño ante
un muelle que salía del sofá, encendió la luz y dejó que Shelley pasara.
-En la televisión, el esposo siempre toma en brazos a la novia para que pase
bajo el quicio de la puerta. Lo quiero hacer.
-¿Esposo?
-Sí -replicó, levantándola en brazos. El lobo se quedó afuera-. Mira, sabe que
no debe entrar.
-Voy a bajar las cosas del desván. No es tan amplia tomo el tuyo, pero allí las
cosas están a salvo.
-¿Cómo lo hago?
-¿Tú no?
-¿Sí?
-Ya veo.
-Todavía no, pero lo harás, Shelley. Tenías razón. He pensado en mis padres y
al fin he comprendido que se han ido para siempre. Por otro lado, siempre
serán parte de mí. Y esa parte la compartiré contigo. Me dieron amor, orgullo y
un sentido de responsabilidad que puedo entregarte.
-Oh, Clayton.
-Ven.
Fin