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escritor francés, Bernard-Henri Lévy, colaborador de EL MUNDO, viaja hasta Oriente

Próximo para co ntemplar y contar, de primera mano, lo que está aconteciendo en


Israel y la Franja. Durante su periplo, el filósofo se entrevista en exclusiva con
el jefe del Shin Bet, recorre los suburbios de Gaza empotrado en una unidad de
élite del Golán, o recibe la confidencia del primer ministro israelí, Ehud Olmert,
de que ha hecho una interesante oferta de paz al presidente de la Autoridad
Palestina, Abú Mazen.
.
Por Bernard-Henri Levy
-
Yovan Diskin es el jefe del Shin Bet, la mítica y temida Agencia de Seguridad
Interior de Israel. Que yo sepa, nunca ha hablado.En cualquier caso, no desde que
comenzó esta guerra. Tiene unos 40 años. Es alto y fuerte. Enorme. Con un aire
militar desmentido por sus vaqueros, sus deportivas y su camiseta. Me recibe, muy
de mañana, en su despacho, situado en el norte de Tel Aviv. Una oficina que, con
sus troneras, parece una fortaleza. ¿Todo esto es por Sderot?, comienzo
preguntándole. ¿Este diluvio de fuego, de víctimas, tiene como objetivo detener el
lanzamiento de cohetes Qassam que caen sobre Sderot, sobre otras ciudades y sobre
los kibutz del sur del país?
«Sí, claro», me contesta, con convicción. «No hay Estado alguno en el mundo capaz
de asistir impasible a la lluvia diaria de m isiles sobre las cabezas de sus
ciudadanos».
Al responderle que ya lo sé, se detiene.
Al decirle que, cada vez que llego a Israel, voy a Sderot por principio y por
solidaridad, al señalarle también que quizás hubiese otros medios, como la
negociación, para evitarlo, alza los hombros de una forma un tanto cómica y, con
el tono del que -dado que se lo solicitan- va a entrar en los detalles técnicos,
retoma la palabra.
«Es necesario, entonces, que usted entienda quiénes son los de Hamas. Aquí, los
conocemos mejor que nadie. A veces, me da la impresión de poder seguir en tiempo
real e, incluso, prever sus más mínimas decisiones. Pues bien, desde aquí sabemos
tres cosas».
Le traen un café que bebe de un trago. «Su estrategia, que es la de los Hermanos
Musulmanes, de los que surgen, tiene como fin la conquista del poder, a largo
plazo, en el Líbano, Jordania e Israel».
Asiento con la cabeza. «A continuación, está su alianza con Irán, que puede
parecer una alianza contra natura, dados los muchísimos contenciosos pendientes
entre los suníes y los chiíes, pero cuyo proceso y evolución conocemos
perfectamente».
La fecha: 1993. El escenario: un consejo de ulemas de Siria, Arabia Saudí,
Jordania y Gaza. El inspirador: el egipcio El Jardaui, importador a la zona suní
de la estrategia chií de los atentados
suicidas.
«Y, por último, lo esencial: esa red de 300 tAneles, excavados bajo la frontera
egipcia con el consentimiento tácito de [Hosni] Mubarak que, cada vez que nosotros
se lo decíamos, juraba que se iba a ocupar del tema, pero, desgraciadamente, no
hacía nada, por lo mucho que teme contrariar a sus propios Hermanos Musulmanes».
Se puede sostener -como los pacifistas israelíes- que hubiese bastado con la
destrucción de los citados túneles. Se puede estimar -como en mi caso- que, tras
haber obtenido ya el resultado de hacerle descubrir al planeta la existencia de
los túneles y haber colocado a los egipcios contra la pared, Israel podría
detenerse esta guerra y, desde hoy mismo [día 11 de enero], ordenar el alto al
fuego. Lo que no se puede ignorar es este hecho, este contexto: que Gaza, una vez
evacuada, se convierte no en el embrión del Estado palestino tan esperado, sino en
la vanguardia de una guerra contra el Estado judío.
Estoy en Baka El-Garbil, que está cerca de Oum al-Fahim, una de esas ciudades de
árabes-israelíes que optaron, en 1948, por permanecer en sus casas y que forman,
60 años después, el 20% de la población de Israel. Este mediodía, toda la ciudad
está en la calle. Son unas 15.000 las personas que protestan contra el «genocidio»
de Gaza. Hay militantes, con la kefia en forma de damero de Fatah. Otros que
agitan su bandera verde de Hamas.Veo incluso, en la cabecera de la manifestación,
a jóvenes encapuchados que llaman a gritos, en casa del propio Israel, a la
Intifada, a la yihad y al martirio.
«¿Este Israel contra el que vomitáis tanto odio no es vuestro Israel?», le
pregunto a uno de ellos. «¿No es el Estado del que sois ciudadanos, al mismo
título y con los mismos derechos que los demás?». El chaval me mira como si
estuviese viendo a un loco. Y me contesta que Israel es un Estado racista, que le
trata como una persona de segunda categoría, le prohíbe ir a la Universidad y a
los night-clubs y que, por consiguiente, no puede esperar fidelidad de su parte.
Y, al instante, se va con sus camaradas, dejándome sumido en la perplejidad: bella
solidez de una democracia que se las apaña, en tiempos de guerra, con uno de cada
cinco ciudadanos al borde de la secesión política y vertiginosa fragilidad de un
vínculo social, que está clarísimo que podría ser cortado desde dentro.¿Otro
contexto? No. Pero sí la situación de Israel.
«Nada justifica la muerte de un niño», me dice Asaf, de 33 años, dueño de un
restaurante de Nueva York y, en sus períodos de reservista, piloto de un
helicóptero Cobra. «Nada. Por eso, cuando existe el riesgo, cuando, desde mi
cabina, descubro que, al apuntar a un objetivo militar, puedo dar también a
civiles, doy media vuelta y regreso a la base». Le planteé a Asaf el reto de
probar lo que me estaba diciendo. Y, por eso, estoy aquí, en el Neguev, en la base
de Palm achim, sancta sanctorum de la tecnología israelí, donde se prueban sobre
todo los misiles antimisiles Arrow.
Vídeos de Asaf a bordo. Grabación de su conversación, del día 3 de enero, con un
interlocutor en tierra, al que informa de su decisión de parar la misión, porque
el «terrorista» que tiene en el visor va acompañado por un niño. Increíbles
películas -veo cuatro- de esos misiles ya lanzados, que el piloto -al ver que
aparece en su pantalla un civil o que el jeep al que apunta entra en el garaje de
un edificio, a cuyos moradores no se ha avisado, como suele hacerse habitualmente-
desvía en plena carrera y hace explotar en un campo.
Está claro, para mí, que no todos los pilotos tienen los mismos escrúpulos. De lo
contrario, ¿cómo explicar los demasiado numerosos e inaceptables baños de sangre?
Pero que hay Asafs en el Tsahal, que los protocolos piden actuar más bien a la
manera de Asaf y que, en definitiva, Asaf no es una excepción sino la regla, es
importante decirlo. (Y lo siento por el cliché que pretende reducir el Tsahal a un
montón de bestias que se ensañan con mujeres y ancianos).
En casa de Ehud Barak [ex primer ministro israelí y actual titular de Defensa]. Le
vi, ayer, en Palmachim, rodeado por sus generales.Y lo vuelvo a ver, hoy, en este
salón grande, que parece girar en torno a dos pianos que toca como un consumado
especialista.También él evoca el dilema=2 0moral al que tiene que enfrentarse su
Ejército. Describe los cálculos de Hamas, que -precisamente porque sabe cuál es la
forma de funcionar de los israelíes- instala depósitos de armas en un patio de una
escuela, en una sala de un hospital o en una mezquita. «Una de dos», me explica en
un tono en el que juraría vislumbrar la curiosidad del estratega ante una táctica
inédita. «O bien estamos informados y no disparamos y, entonces, ellos ganan. O
bien lo ignoramos y disparamos y, entonces, ellos filman a las víctimas, envían
las imágenes a las televisiones y ganan también».
Estoy a punto de preguntarle cómo es que el hombre de Camp David, la paloma que
ofreció a Arafat, hace nueve años, las llaves de un Estado palestino que aquél
rechazó, vive personalmente este dilema. Y también estoy a punto de replicarle que
Israel no estaría en este atolladero sin toda la serie de ocasiones fallidas, de
pasos en falso y de cegueras de los diversos gobiernos que se sucedieron en el
poder. Pero suena el teléfono.
Es Condoleezza Rice, que llama para presionarlo precisamente para que declare muy
pronto un alto al fuego. ¿Por qué tan pronto, a su juicio? El ministro-pianista
sonríe. Porque, en el plazo de unos 10 días, ese alto al fuego será su obra, la
obra de Condy, o la del otro Barack (Obama), que podría birlarle su legacy
[legado].
Amos Oz está hundido. El gran escritor, conciencia del país y, especialmente, del
bando de la Paz, el autor de Ayúdenos a divorciarnos, con el que me reúno en
Jerusalén, en casa de nuestro amigo común, Simon Peres, recuerda cómo el Tsahal
tuvo que abordar, hace siete años, el genocidio de Yenín (66 muertos, de ellos, 23
israelíes).Y, después, en la época de la Guerra del Líbano, el drama de Canaán
(remake, según algunos, del asalto al gueto de Varsovia).
También hablamos de las terribles armas que estaría utilizando el Tsahal (y cuyo
efecto sería tragar el oxígeno alrededor del punto de impacto). Sin embargo, el
rumor del día, el caso del edificio, en la zona de Zeitun, al que se habría
atraído a cien personas antes de convertirlo en blanco de los disparos, le parece
tan insensato que no sabe por dónde cogerlo ni cómo ha podido surgir y propagarse.
Parece que todo comenzó por un vago testimonio recogido por una ONG. Y, después,
por unos cuantos periodistas. «Que dejen entrar a la prensa. ¿Cómo desmentir las
patrañas, si nosotros no estamos allí?». Y, a continuación, la aldea mediática
planetaria que se lanzó a por el caso. «El Tsahal habría... El Tsahal podría...El
doctor X confirma que el Tsahal sería el causante de...».¡Ay, el veneno de estos
sutiles condicionales, supuestamente prudentes! En dos días, ya no se hablará del
rumor de Zeitun.Pero, ¿qué conclusión sacará el mundo? C2Que era algo absurdo? ¿O
que un horror entierra al otro y, mientras tanto, el Tsahal habría subido un
escalón más en el escalafón de la abominación y del crimen? Oz, el Camus de
Israel. La desinformación o el mito hebreo de Sísifo.
Otro rumor del que, en este caso, yo mismo pude verificar lo infundado que era: el
del «bloqueo humanitario». Dejo de lado el caso del Hospital Shiva de Tel Aviv,
cuyo director adjunto, Raphi Walden, me explica que el 70% de los pacientes son
palestinos.Dejo de lado el caso de las ambulancias atacadas por error por el
Tsahal, pero bloqueadas, conscientemente, por el Ministerio de Sanidad de Hamas,
que coge a estos civiles como rehenes y no quiere, por nada del mundo, que sean
atendidos en el hospital Soroka de Beer Sheba.
La información decisiva la recojo el miércoles, 14 de enero.En la frontera de
Keren Shalom, en el extremo sur de la Franja de Gaza, por donde un centenar de
camiones pasan, como cada mañana, ante la mirada vigilante de los representantes
de las ONG. Harina.Medicinas. Alimentos para bebés. Mantas. Nada ni nadie, ni
siquiera el habitual consuelo humanitario, puede atenuar, tanto aquí como en
cualquier otra parte, el sufrimiento de las familias que perdieron a uno de los
suyos. Pero los hechos son los hechos.
Y el hecho es que son más de 20.000 toneladas las que entraron, desde el comienzo
de la operación, con bandera de la UNICEF o del World Food Program [Programa
Mundial de=2 0Alimentos]. Así me lo dice el coronel Jehuda Weintraub, que fue, en
otra etapa anterior de su vida, el autor de una tesis sobre Chrétien de Troyes y
que se ha reenganchado, a sus 60 años, en la «coordinación» de la ayuda: «La
guerra es siempre horrible, criminal, llena de odio. ¿Por qué añadir mentira a su
atrocidad?».
El tono de la protesta sube en París. Jean-Marie Le Pen dice que Gaza es un campo
de concentración. Otros, del bando de la izquierda radical, proclaman que no ha
habido, desde hace mucho tiempo, peor masacre de musulmanes que la de Gaza. ¿Y los
300.000 habitantes de Darfur, camaradas? ¿Y los 200.000 bosnios? ¿Y las decenas de
miles de chechenos que Putin iba a «rematar hasta en las letrinas» y que no os
arrancaron ni una sola lágrima?
Al contrario de vosotros -preocupado por ir a verlo-, al menos, entré, el martes
13 de enero, caída la noche, en los suburbios de Gaza City, en el barrio Abasan
Al-Jadida, un kilómetro al norte de Jan Younes. Embedded [empotrado] en una unidad
de élite del Golán. Sé perfectamente, por haberlo evitado toda la vida, que el
punto de vista del embedded no es jamás la buena perspectiva.Y no voy a pretender
haber captado, en unas cuantas horas, el espíritu de esta guerra.
Pero, dicho esto, ofrezco mi testimonio. Desgraciadamente, los combatientes de
Varsovia no disponían de minas anticarro del tipo de la que acaba de explotar bajo
las rueda s del vehículo que pasó 20 minutos antes que el nuestro. Sus agresores
no mostraban el cansancio ni el asco profundo por la guerra que muestran el
comandante Guidi Kfirel y los cuatro reservistas que nos acompañan.
Y, por último, está claro que puedo equivocarme, pero lo poco, lo poquísimo que
veo (edificios sumidos en la oscuridad, pero en pie, huertos abandonados, la calle
Jalil al-Wazeer con sus comercios cerrados) habla de una ciudad abatida,
transformada en una ratonera, aterrorizada, pero no arrasada en el sentido en el
que lo fueron Grozni o algunos barrios de Sarajevo. Y esto es, una vez más, un
hecho.
Ehud Olmert [primer ministro israelí], en Jerusalén. Cuenta, con cierta sorna, el
baile de mediadores apresurados. Y menciona también el doble juego de Mubarak, al
que la comunidad internacional deberá terminar por forzar a que cierre su frontera
a los contrabandistas beduinos. Pero, de pronto, cambia de tono. Y, con una voz
más queda, como en confidencia, comienza a contarme la última visita de Abú Mazen
[presidente de la Autoridad Palestina], hace tres semanas, a esta misma oficina,
en el mismo sillón en el que yo me encuentro.
«Le hice una oferta: el 94,5% de Cisjordania, más el 4,5% en forma de intercambio
de territorios. Más un túnel, bajo su control, que uniese Cisjordania con Gaza,
que equivaldría al 1% restante.Y, por lo que a Jerusalén se refiere, una solución
lógica y sencilla: los barrios árabes para él; los barrios judíos para nosotros.Y
los Santos Lugares bajo administración conjunta saudí, jornada, israelí, palestina
y americana. Abú Mazen me pidió que le dejase el papel en el que había diseñado mi
esquema. No lo hice, porque le conozco, y sé que, la próxima vez, habría utilizado
mi papel como punto de partida de una contra-negociación. Pero, bueno, la oferta
está hecha. Estoy esperando respuesta». ¿Demasiado bonito para ser cierto? ¿Es
posible que, hace tan poco, se haya estado tan cerca de la paz?
Abú Mazen no está en Ramala, capital de los palestinos moderados.En su lugar, en
un inmueble del centro de la ciudad, me reúno con Mustafa Barguti, presidente de
la Iniciativa Nacional Palestina, así como con Mamdouh Aker, médico, autoridad
moral y veterano del diálogo palestino-israelí.
Ni uno ni otro creen seriamente en una oferta de paz ofrecida por un primer
ministro que está a punto de irse. Ambos hablan con severidad de Abú Mazen,
culpable de instaurar un «Estado policial». Y siento que se guardan de no decir
nada que parezca ir contra un Hamas del que la calle palestina es solidaria.
Y, sin embargo, reflexionando bien, escuchando al primero contarme su nostalgia
del «plan saudí» de coexistencia de los dos estados, al ver al segundo animarse
con la sola evocación de su Carta a Isaac Rabin, publicada en 1988 por el
Jerusalem Post -porque los periódicos árabes la habían rechazado-, observando, por
último, a la vuelta, el aspecto de los chicos y el rostro sin velo de las chicas
que hacen cola, a mi lado, para entrar en Jerusalén, en el puesto de control de
Kalandiya, me sorprendo creyendo de nuevo en ellos. Aquí están los socios de la
paz futura. Una paz a pesar de todo. Una paz por encima de devastaciones y
lágrimas.Una paz de la razón, sin vítores ni entusiasmo, pero quizás, precisamente
por eso, una paz al alcance de la mano más que nunca.Dos pueblos, dos estados. Una
paz seca.

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