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SEXUALIDAD Y GÉNERO
Objetivos
• Proporcionar conocimientos para que profesionales y técnicos de la salud puedan
integrar una visión de género a su práctica cotidiana.
• Proporcionar estrategias para que los profesionales y técnicos de la salud sean
capaces de aplicar la dimensión del género en su trabajo cotidiano.
¿Qué es el género?
Es un sistema o red de creencias, actitudes, valores, formas de comportamiento y
maneras de ver el mundo que se aprenden desde el nacimiento, a través de la familia, la
escolaridad, la relaciones sociales y medios de comunicación, las que son diferentes si se
es un hombre o una mujer. Así, se determinan los “roles de género”, es decir, los
comportamientos esperados para hombres y mujeres y los tipos y formas de relación
entre personas de distinto sexo. Las sociedades dan diferente valoración a los hombres y
las mujeres, siendo por lo general, éstas devaluadas y aquéllos sobrevaluados. Esto hace
que las relaciones entre los hombres y las mujeres no sean equitativas, que se vean
envueltas por el poder y se expresen en múltiples desigualdades en todos los ámbitos de
la vida.
Así, debiéramos considerar por ejemplo, para establecer los horarios de los centros de
atención a la salud, el hecho que muchas mujeres trabajan fuera de su hogar y también
dentro de él (a esto se le denomina doble jornada) y que por lo tanto, necesitan horarios
específicos. Otro ejemplo es tomar en cuenta el hecho que a los hombres les costará
dirigirse en busca de medidas de protección sexual a lugares o programas etiquetados
como “de la mujer”.
Tal parece que hoy en día está de moda hablar de género. Es necesario aclarar este
término, ya que en nuestro idioma tiene varias acepciones, por lo que se presta a
confusión. En los últimos años, el término ha sido usado frecuentemente por el
movimiento de mujeres, investigadores e incluso políticos, que han utilizado
indistintamente la palabra género o mujeres. En muchos textos se usa como sinónimo. En
ocasiones, cuando se habla de políticas estatales que tienen que ver con incluir a las
mujeres se hace referencia a “perspectiva de género”; sin embargo, el término es mucho
más amplio, no solamente se refiere a las mujeres sino también a los hombres.
Otro concepto que es necesario aclarar es el de sexo, ya que durante mucho tiempo este
concepto consideró tanto las características biológicas (varón, hembra) como el
comportamiento (masculino, femenino). Hoy se entiende el termino “sexo” como los
componentes biológicos, de varón o hembra, que todo individuo tiene al nacer, y género
como los aspectos psicológicos, sociales y culturales que cada sociedad asigna para la
masculinidad y la feminidad.
Por lo tanto, el género no es algo natural, no nacemos con él. El género es una
característica socialmente construída; esto quiere decir que la acción de la sociedad es
definitiva para el aprendizaje y desarrollo de los seres humanos.
Durante los últimos diez años el concepto de género se ha convertido en una herramienta
teórica de análisis social; así por ejemplo, ha servido para incluir en las estadísticas,
divisiones por sexo. Ha permitido mostrar y explicar las diferencias y desigualdades entre
hombres y mujeres, haciendo visible un problema social que hizó crisis en la década de
los sesenta: la exclusión de las mujeres.
El conocimiento acerca del origen de las desigualdades no garantiza que se lleven a cabo
acciones para evitarlas. Para entender realmente cómo se originan y qué efecto tienen
sobre la vida de los individuos, se utiliza la denominada perspectiva de género, que puede
definirse como la inclusión en todos los ámbitos de la vida (por ejemplo los académicos,
políticos, religiosos etc.) de una visión que toma en cuenta las características específicas
que tiene el género y cómo se expresa en la sociedad y en la historia. Esta óptica permite
proponer opciones de equidad en las relaciones entre los géneros. Sin embargo, mucho
de lo que se ha dicho sobre la categoría de género carece de líneas de acción o
propuestas organizativas basadas en la comunidad; es decir, no se pasa de la reflexión a
la acción.
Se puede decir que el género es la primera asignación en la vida que determina muchos
otros aspectos de la existencia de los individuos, como su identidad, su rol de género, la
orientación hacia el trabajo y otras.
Ambos, niño y niña, aprenderán también la valoración desigual que la sociedad confiere a
los géneros: lo masculino altamente valorado y lo femenino devaluado. Incluso esta
diferencia de valor, como muchas otras asociadas al género, quedarán registradas como
algo natural e intrínseco a la diferencia sexual y, pocas veces reconocida, como
construcción social.
Las diferencias genéricas son transmitidas de forma explicita e implícita. El lenguaje, las
acciones de la vida cotidiana, la ropa, el trabajo, las relaciones familiares, les dan a niños
y niñas elementos para comportarse de acuerdo con el género asignado y para elaborar
su autoimagen. Si la valoración que se da a los géneros es desigual, se crece también
con una autoimagen que implica desigualdad.
3.1 La Familia
Por ejemplo, la división del trabajo entre la madre y el padre; si el padre comparte o no el
cuidado de los hijos o realiza algunas tareas del hogar; si la madre se dedica
exclusivamente al trabajo de la casa o si trabaja afuera y además, realiza ella sola el
trabajo doméstico. Las responsabilidades que se dan a los hijos también son importantes;
si las hijas sirven la mesa a los hermanos, si sólo ellas ayudan con el trabajo doméstico o
si éste es repartido entre todos los miembros de la familia de forma equitativa.
Las libertades que tienen unos y otras para salir con amigos o a fiestas es otro punto en el
cual se pueden expresar desigualdades; por ejemplo, si se refuerza que los hombres,
sólo por el hecho de serlo, deben tener más libertad para salir y aprender así su papel en
el mundo, mientras que el lugar de las mujeres es la casa, ya que afuera corren peligro.
En algunos sectores de la población, hasta la alimentación es diferente para hombres y
mujeres; las madres e hijas llegan a tener grados de desnutrición mayores, pues la “mejor
comida” es cedida a los hombres, bajo el argumento de que la necesitan “porque ellos
trabajan” o “serán el pilar de una familia”.
discutidas y analizadas por ambos padres, tomando en cuenta a los demás miembros de
la familia.
3.2 La Escuela
La escuela es otra de las instituciones formadoras y reforzadoras del género; tanto los
conocimientos que se adquieren en las aulas, como la interacción entre el/la profesor(a),
los/las alumnos/as y éstos entre sí, llevan el sello social del género. Esta transmisión de
conocimientos se da, en muchos casos, de manera implícita; podemos encontrarlos en los
juegos y rondas de los preescolares, en las actividades propuestas por los libros de texto,
en los comentarios de profesores y profesoras, y en las labores asignadas a niños y a
niñas. Se llega al extremo de que objetos escolares como lápices, estuches, cuadernos
etc., sean catalogados como de niña o de niño, de acuerdo con sus ilustraciones y colores
.
En el caso de los varones, los maestros tienen más expectativas y les brindan mayor
apoyo; a los muchachos brillantes los prefieren por sobre todos los alumnos; en cambio
aquellos que tienen bajo rendimiento son considerados en el más bajo nivel. De ello, los
alumnos varones aprenden que el rendimiento es importante.
En la prensa escrita esto se expresa en la forma en que se redactan las noticias, los
calificativos utilizados e incluso las fotografías son distintas cuando se refieren a hombres
o a mujeres; las revistas de mujeres dan consejos de cómo conquistar al sexo opuesto,
consejos de belleza y chismes de los artistas de moda. Para los hombres las hay de
deportes, ciencia y política, además de las pornográficas.
Los contenidos de estos medios, van configurando y reforzando una particular forma de
ser, que unida a la socialización familiar y escolar van “permitiendo” o “prohibiendo”
determinadas conductas, intereses y motivaciones para hombres y mujeres. Estos
La América precolombina estaba poblada por una gran variedad de culturas, desde los
complejos mayas, incas y aztecas hasta grupos menos desarrollados como las tribus
nómadas de los más diversos puntos de la vasta geografía de estas regiones.
La mayoría de estos pueblos (los grupos amazónicos, los belicosos pueblos caribeños y
muchos otros) se habían organizado, desde sus más remotos orígenes, con base en la
división sexual del trabajo; esto quiere decir que los hombres realizaban una serie de
tareas como cazar, sembrar —aunque las descubridoras de la agricultura fueron las
mujeres—, defender al grupo de los posibles agresores, etc. Por otra parte, las mujeres se
encargaban de cuidar a los hijos, producir alfarería, preparar los alimentos, hilar, tejer, etc.
Estas actividades podían tener alguna variante de sociedad a sociedad, pero lo
importante es la generalización de la división sexual y, que ambas labores eran
indispensables para la supervivencia de la comunidad.
Sin embargo, la relación entre los hombres y mujeres no era equitativa en la mayor parte
de las sociedades. Por lo general, estas culturas daban mayor valor a lo masculino y
devaluaban lo femenino; el poder político-social estaba en manos de los hombres y por
ello se dice que estas sociedades eran patriarcales.
Debemos mencionar sin embargo, que en este mismo período, en nuestro país, en un
lugar muy lejano, llamado Tierra del Fuego donde habitaban onas y yaganes, las mujeres
se sentaban en la proa de la canoa y los hombres en la popa; las mujeres cazaban y
pescaban, salían de las aldeas y volvían cuando querían, mientras los hombres montaban
las chozas, preparaban la comida y cuidaban los hijos. En esta cultura, si bien existía
igualmente la división sexual del trabajo, los roles eran distintos al patrón habitual.
España había comenzado su proceso de reunificación unos cuantos años antes del
descubrimiento de América. Esto implicaba la conquista territorial, la unidad religiosa y la
formación de una nación, en la cual se compartieran el idioma, la religión, las leyes y la
forma de ver el mundo.
Así, para las colonias españolas y portuguesas se importaron del viejo mundo los
sistemas económicos, los sistemas jurídicos, la religión, formas de vida y reglas éticas y
morales. La imposición de éstas le dio a Latinoamérica una base común que, una vez
mezclada con las características geográficas, étnicas y culturales de cada región, le
imprimió un sello propio a cada lugar.
Los ideales para los roles de género mostraban a una mujer sumisa, obediente del padre
y marido, que se encargaba de las labores del hogar, alejada de los placeres sexuales,
devota cristiana y entregada por entero al cuidado de su familia, la cual estaba por encima
de todo, inclusive de sí misma. Los hombres en cambio, debían ser buenos proveedores,
representar a su familia legalmente, saber enfrentar con fortaleza cualquier amenaza y ser
buenos cristianos. Pero, se reconocía que los hombres eran seres sexuales cuyos
placeres no podían, dada su naturaleza, evitar. Por ello, la prostitución era una práctica
tolerada que se justificaba aduciendo que protegía la honra de las mujeres solteras y las
buenas costumbres dentro del matrimonio.
En resumen, durante la Colonia las nuevas sociedades impusieron una clara normativa
societal, donde las relaciones de género que existían eran casi todas patriarcales y
desiguales: el género femenino era considerado inferior.
El siglo XIX trajo para América Latina profundos cambios sociales iniciados a fines del
siglo XVIII en Francia y Estados Unidos. Casi todos los países lograron su independencia,
comenzando la búsqueda de un camino propio.
Las ideas básicas que imperaban en América Latina eran la conformación nacional y la
modernización de los países. Las jóvenes naciones necesitaban hombres y mujeres
nuevos que hicieran frente a los retos de la modernización. Las fábricas requerían de
obreras, además de obreros, y la sociedad de mujeres con cierta educación que pudieran
orientar y educar a sus hijos/as. El matrimonio y la familia siguieron siendo la base de la
sociedad; sin embargo, fueron los modelos ideales comenzaron a sufrir modificaciones.
La educación femenina siguió siendo solamente para las mujeres de clase privilegiada,
para quienes era fundamentalmente “un adorno”, ya que ésta consistía básicamente en
prepararlas para ser “buenas esposas” y poder llevar la administración del hogar.
En el caso de Chile, las mujeres iniciaron en 1833 su lucha por el derecho a voto;
después de innumerables discusiones en las cámaras se llegó en 1884 a una negativa
expresada en el artículo 40 de su constitución. La lucha por el voto femenino estuvo
ligada a la lucha por el derecho a la educación y fue hasta 1877 que las mujeres pudieron
ingresar a la Universidad y en 1893 al Instituto Pedagógico.
A fines del siglo XIX proliferan las fábricas textiles y las mujeres se incorporan en mucho
mayor número al trabajo remunerado fuera del hogar. Surgen movimientos por los
derechos de las mujeres, liderados en su mayoría por mujeres de clase media o alta, que
habían tenido acceso a la educación. En Chile se funda la Federación Femenina
A partir de 1960 las mujeres ingresan a los centros de estudios superiores, asumen
cargos públicos, participan algo más en las decisiones nacionales y adquieren mayor
conciencia cívica y comunitaria; ésta última ligada principalmente a la llegada de la
planificación familiar. Estos cambios traen consigo modificaciones y/o extensiones a los
roles tradicionales establecidos, proceso que adquiere una particular complejidad al
convivir, en un mismo momento histórico y social, discursos heterogéneos y
fragmentados respecto del rol femenino y masculino.
En el caso de los hombres, los cambios ocurridos si bien han tenido algún impacto, ellos
no han hecho variar sustancialmente su lugar en la sociedad. Sin embargo, se hace
necesaria una redefinición de la masculinidad en función de las transformaciones
ocurridas en la identidad femenina.
Hasta aquí tenemos clara la existencia de un género masculino y otro femenino, cada
uno de los cuales se presenta como modelos sexuales de comportamiento que contienen
las principales nociones, normas, valores y significados respecto de cómo ser hombre o
mujer en cada sociedad. La manifestación pública, o rol de género, como dijimos
anteriormente, indica a cada persona y a los demás, cuán femenino o masculino es su
comportamiento de acuerdo a una normativa social particular.
Estudios realizados en nuestro país, en los últimos 15 años, aún identifican el ser hombre
con el ejercicio del rol de proveedor, autoritario, personaje activo en el ámbito público y
decidor de lo importante en el hogar, controlado afectivamente y activo en lo sexual. Lo
femenino se identifica, esencialmente, con la maternidad y la crianza de los hijos, esposa
de un hombre, pasiva en el terreno sexual y dependiente en lo económico y afectivo.
las mujeres, en cambio, el rol femenino se refleja en frases tales como: “ la mujer será
siempre de su casa, es su primera prioridad”, “mi plata es para lo accesorio, él debe saber
colocar lo demás”, “la que sabe mucho de sexo es por algo“, “ la mujer puede vivir sin
sexo”, “para nosotras siempre será más importante estar con él, pero para ellos no es
igual”.
Estas creencias acerca del comportamiento aceptado para cada sexo, nos permiten
vislumbrar su efecto en el ámbito de la relación hombre/mujer, contribuyendo a la
polarización de las funciones sociales, valoración desigual de las tareas asignadas a cada
sexo y como es de suponer, marcando diferencias en torno al comportamiento erótico
amoroso.
Sin embargo, como concepto sociocultural, el género no es estático. Está sujeto a los
cambios que se generan a partir de transformaciones del contexto social en su sentido
más amplio. Esto se evidencia en algunos estudios 1 , en que los entrevistados reconocen
estar inmersas en una etapa de transición y asistiendo a un cambio sociocultural donde
los roles establecidos son confrontados en su invariabilidad y rigidez.
Afirmaciones de hombres que reflejan lo anterior, son por ejemplo: “no me gustaría ser ni
tan fuerte ni tan canchero”, “lo conquistador me gustaría cambiar, estoy cansado y
aburrido de eso, a uno siempre le toca tomar la iniciativa”, “a veces me canso de ser el
sostenedor”, “quiero dejar de ser el malo entre los niños”, “a veces me canso, mi mujer
siempre espera que yo decida”, “me gustaría dejar de ser el que debe controlarse, quiero
tener la oportunidad de bueno y sano sincerarme, y no tener que tomarme un trago para
eso”. Las mujeres por otro lado afirman: “me gustaría ser más suelta de cuerpo, darme
más permiso”, “quiero que compartamos más las tareas, me cuesta dejar que participe en
la casa, pero hay que dejarlos”, “me he dado cuenta que ser más emocional no
necesariamente es una debilidad, sólo es nuestro”, “me siento bien aportando, a veces
pienso que me gustaría que él pudiera descansar...”
1
De Aguirre, P., Díaz M. E, Díaz, M.,Malinarich, A. Rojas, X., Sanhueza, A., ¿Y que pasa con los hombres?
DOMOS,1991.
Manual Conversemos de Salud Sexual
Ministerio de Salud Chile
Redacción y adaptación IKASTOLA
2002
Mejoramiento de la Calidad de Atención en Salud Sexual de
Usuari@s de Atención Primaria
El campo de la sexualidad se refiere a la manera en que la cultura marca las pautas para
vivir los deseos y placeres eróticos, y el género la manera de vivir como hombre o mujer.
La influencia que ejercen la una en la otra es fundamental; el deseo y placer erótico
cambian dependiendo de si se vive como hombre o como mujer.
Ni la sexualidad ni el género son las mismos siempre; esto quiere decir que las prácticas
que la sociedad construye son históricamente determinadas, es decir, que cambian a
través del tiempo, del espacio o de la cultura; el ser hombre o mujer en Colombia, Perú o
México hoy es diferente a serlo en la edad media, en África o en la época prehistórica.
Tanto la sexualidad como el género son estructuras que pueden ser transformadas; a
pesar de estar reglamentadas por el Estado y la sociedad en todas las épocas y en todas
las partes del planeta, los seres humanos han promovido y luchado para lograr cambios
en las conductas y en las políticas de sexo o género.
Como lo explicitan Lamadrid y Muñoz (1996) “es en la sexualidad donde los géneros, que
han aprendido a diferenciarse, se enfrentan y confrontan los aspectos más íntimos de sus
identidades. Son las mismas definiciones genéricas las que participan en establecer los
límites de lo posible para los miembros de la pareja.
Así por ejemplo, lo prescrito para los hombres (es decir permitido e incluso reforzado
socialmente) tiene relación con estimular o posibilitar la frecuencia coital y la diversidad
de parejas: “hijo, tienes que conocer harto antes de casarte”, “hijo de tigre lo pasan
llamando por teléfono, algo se trae”, son algunos comentarios que se dirigen a menudo a
los jóvenes. Se espera que un varón, que se precie de tal, inicie su actividad sexual
tempranamente en vías a oficiar de “experimentado” en sus relaciones erótico-amorosas
futuras. La actividad sexual se convierte así en el ámbito donde los hombres se vivencian
como tales, resultando su práctica inherente a la significación de lo masculino, de lo viril.
En este contexto de aprendizajes, no debe extrañarnos que en los varones la práctica
sexual adquiera mayor valor que la intimidad afectiva, lo erótico prevalece en el espacio
sexual sobre el compromiso afectivo y relacional.
Para las mujeres, el rol establecido asocia la vida sexual a los atributos de exclusividad y
fidelidad. La práctica sexual aparece así vinculada a la conyugalidad y la maternidad,
donde lo sexual es vehículo de afecto y, por ende, de procreación, en el marco de la
legalidad (matrimonio) establecida: “cuando te enamores sabrás a quién entregarte”,
“cuida ese bien preciado para el hombre que sepa amarte y responderte”. El cuerpo como
instrumento de placer sexual para sí misma está prohibido; es un cuerpo al servicio de
otro, que, en la medida que “sirve” a los deseos del cónyuge, obtiene a cambio afecto y
atenciones: “si a él le hace feliz, a mí me hace feliz”, “lo hago por él, porque no soporto
que amanezca malhumorado”.
Actualmente, como ya dijimos, existe un movimiento hacia una relación más equitativa
entre hombres y mujeres, que también se vislumbra en el plano sexual.
Esto aparece con mayor precisión en los estudios realizados en población de jóvenes de
ambos sexos, donde es posible de apreciar en forma más evidente “como las instituciones
y los relatos e ideologías tradicionales carecen de potencia para interpretar la experiencia
de sexualidad de los jóvenes” 2 . Las formas tradicionales de la pareja (pololeo) no
alcanzan a cubrir una sexualidad que se da en la ocasionalidad; del mismo modo los
esquemas del “romanticismo” (en mujeres) y el machismo (en hombres) que otorgaban
forma a la sexualidad están sujetos a cuestionamiento permanente por parte de los
jóvenes.
Sin embargo, incluso en esta población, el discurso antiguo aún no es reemplazado; los
patrones emergentes no logran ser un referente social que derrumbe “los mandatos
tradicionales”. Los valores de los padres ya no son útiles, pero no han surgido otros que
los reemplacen plenamente. Por tanto, los jóvenes tienden a vivir en una continua
ambivalencia, entre lo emergente y lo establecido.
2
Canales, M. CORSAPS.1994.
3
Op cit.
Manual Conversemos de Salud Sexual
Ministerio de Salud Chile
Redacción y adaptación IKASTOLA
2002
Mejoramiento de la Calidad de Atención en Salud Sexual de
Usuari@s de Atención Primaria
más tradicionales (el placer erótico como propia de lo masculino y la emocionalidad para
lo femenino).
Aportes interesantes en este sentido, son los análisis de discursos realizados por
investigaciones recientes. Rodó y Sharim 4 descubren contradicciones en el discurso de
las mujeres, en tanto habla privada o habla grupal. Este estudio da cuenta cómo los
nuevos códigos eróticos aparecen en el habla privada, mientras el habla grupal se
muestra aún más conservadora y restrictiva respecto al comportamiento y prácticas
sexuales permitidas para “las mujeres”.
Por su parte, Malinarich 5 realiza un estudio similar en hombres donde los entrevistados, a
pesar de sentirse identificados con los roles asignados tradicionalmente en esta sociedad,
muestran interés en modificar algunos de ellos, principalmente aquellos que limitan su
relación de pareja y/o hijos (controlados, poco expresivos afectivamente, autoritarios) o
aquellos que suponen una carga (responsabilidad económica, tomar decisiones
importantes y el de ser “machos”). Los menos, cuestionan el rol de hombre en su
conjunto, aduciendo su desacuerdo con ellos, dado el abismo que sienten entre lo que
son sus necesidades humanas y los modelos impuestos, que cursarían por caminos
opuestos. Sin embargo, los autores señalan que, en los hombres entrevistados, no se
percibe una conciencia clara e integral de lo que implica para sus vidas y sus relaciones
humanas, el estar metidos en el engranaje de roles. A pesar de reconocer la rigidez de los
roles establecidos y el costo que ello significa, ellos mismos no advierten, o al menos no
lo manifiestan, las implicancias concretas que tiene el hecho de flexibilizar tales roles.
Como hemos visto, son muchos los aspectos en los que la sexualidad y el género se
entrelazan y llevan la desigualdad hasta los rincones más íntimos y privados de la vida
cotidiana. Es aquí donde la toma de conciencia representa una parte del camino hacia el
cambio, ya que a través de ésta podemos comenzar a transformar nuestras conductas.
Los profesionales de la salud, más allá de su experticia técnica, somos parte de una
sociedad y en ese sentido intervienen en nosotros las cargas culturales que lleva el
género, ideas, identidad, sentimientos, movimientos, lenguaje corporal, lenguaje oral,
vestidos, etc. Uno de los aportes más relevantes que han realizado las ciencias sociales
al trabajo en salud, consiste en incorporar las variables psicosociales en la comprensión
del proceso de salud-enfermedad en las personas. Ello se traduce en considerar, en las
intervenciones sanitarias, el replanteamiento y cuestionamiento de los roles sociales, de la
carga sociocultural , que muchas veces enferma o problematiza en forma diferente a
hombres y mujeres.
Generalmente, los servicios de salud se establecen con una aparente “igualdad” para
ambos sexos; sin embargo, se advierte cada vez más la necesidad de adecuar tanto los
servicios como el trato que se da a pacientes según el sexo al que pertenezcan. Esto se
hace con el fin de lograr un mayor impacto en la salud de la población.
4
Rodo, A. Y Sharim, D. 1997.
5
Malinarich, A.M., DOMOS, 1991.
Manual Conversemos de Salud Sexual
Ministerio de Salud Chile
Redacción y adaptación IKASTOLA
2002
Mejoramiento de la Calidad de Atención en Salud Sexual de
Usuari@s de Atención Primaria
Enfoque de género
Implica el reconocimiento de los diferentes roles y necesidades de mujeres y hombres; el
diferente acceso y control que tienen respecto a las inequidades que resultan de ahí, y a
partir del mismo, una toma de acción con el fin de superar tales inequidades que,
innecesaria e injustamente, perjudican a uno u otro de los sexos.
Al respecto actuar con perspectiva de género implica, para este último punto, considerar
que mujeres y hombres necesitan distintos horarios de atención; por ejemplo, las mujeres
que trabajan en la casa requieren horarios matutinos que no interfieran con la entrada o
salida de las escuelas, mientras que la mayor parte de los hombres requieren horarios
vespertinos. Del mismo modo, para aquellas mujeres que trabajan fuera del hogar,
establecer el lugar y momento apropiado al igual que para la población de jóvenes
(principalmente mujeres) no escolarizados.
Sabemos de las frustraciones a las que se ven sometidos las y los profesionales de la
salud, por ejemplo respecto del uso de las metodologías anticonceptivas, cuando el
método falla, por falta de comprensión o mal uso de los métodos, a causa de los bajos
niveles de escolaridad que presentan las usuarias. En este punto, es de suma importancia
que el personal que atiende a estas mujeres considere que los quehaceres y roles
tradicionalmente asignados al género femenino les va privando de autoestima, de
asertividad, de audacia, de capacidad de decisión, de poder, y de atrevimiento. Todo ello
hace necesario que el profesional brinde explicaciones amplias y apropiadas, motivando
las preguntas de las pacientes, brindando espacio para que tome decisiones, reforzando
capacidades de negociación, instándolas a decir no cuando sea necesario; en resumen
actuar con perspectiva de género significa también reforzar en las mujeres habilidades y
destrezas que les permitan dialogar respetando sus necesidades e intereses, lo que
indirectamente contribuye a que sea capaz de relacionarse en forma más equitativa con
los hombres.
Por otro lado, debemos idear estrategias que promuevan en los hombres su salud sexual
y reproductiva. Los hombres requieren de una atención específica en estos términos, no
una que sea anexa a la de su mujer o como parte de una patología urológica. Los
hombres requieren también vivir su paternidad y ello significa, no sólo, incorporarlo al
parto sino más bien ser coparticipe de su duración y crianza. Los hombres requieren
también espacios donde hablar de sus miedos, exigencias, cansancios, etc, en horarios (y
lugares) apropiados para ellos. Los hombres necesitan aprender también de sexualidad,
de erotismo, de placer corporal, para que sean capaces también de construir espacios
íntimos de disfrute sexual.
Los profesionales deben también considerar que los roles y quehaceres asignados
tradicionalmente al género masculino, les ha privado de expresividad emotiva y de
conexión con el dolor y, a potenciado la imagen de experto en todo y que no necesita
ayuda. Así, a pesar que el paciente varón diga haberlo entendido todo, saberlo con
anterioridad, o “no sentir nada” es labor del profesional instigar el desarrollo de
habilidades que hagan de cada hombre que consulta un sujeto más integral.
El rol que tradicionalmente tienen los hombres es la dirigencia política y el de las mujeres
el ser una masa de miembros voluntarios. Ésta es una inequidad fundamental, que no ha
permitido a las mujeres desarrollarse adecuadamente.
Las necesidades estratégicas para el caso de las mujeres parten del análisis de la
subordinación; como un ejemplo podemos decir que luchar en contra de la segregación
ocupacional es una necesidad estratégica de género.
Las necesidades prácticas de género parten de las condiciones concretas, como pueden
ser las necesidades de servicios básicos, por la supervivencia humana, etcétera.
Hoy casi todos los programas de desarrollo, nacionales e internacionales dirigidos sobre
todo a las mujeres —ya que se reconoce que son éstas quienes sufren en mayor grado
las desigualdades—, incluyen en su planteamiento la capacitación en el proceso de
empoderamiento. La Organización Panamericana de la Salud plantea cuatro mecanismos
en este proceso: empoderamiento personal, desarrollo de grupos de autoayuda,
organización comunitaria y coaliciones de acción política.
Bibliografía:
Dides C., Huenchuñir S., Moreto M., Munita G., Palacios L., Sagredo Mª. E., La Política
de Fecundidad en el Chile Actual: Docilización o Autonomización. Programa Género
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Money.J , Ehrhardt, A., Man y Women, boy and girl: The differentiation and
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Hopkins Press. U.S.A. 1972.
Taller sobre género, salud y desarrollo. Guía para facilitadores. Mujer, salud y
desarrollo. OPS/OMS. Washington, D.C., 1997.