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NÚMERO 77

Fotografía de Rolly Valdivia Chávez

Encuentros cercanos en la Amazonia peruana


Detener la destrucción de la selva y a la vez querer vivirla de cerca y con toda comodidad no
tiene por qué ser una contradicción. a través de múltiples proyectos de investigación,
reforestación, agricultura, “econegocios” y conservación, inkaterra ha creado alternativas para
la población local. y también para los curiosos que quieran navegar, caminar y explorar lo
profundo de la amazonia peruana.
Por Rolly Valdivia Chávez | Julio 2008 | Tags: amazonia, peru, reserva amazonica, inkaterra

“¡Desanimarme?...no, cómo cree. Hay que seguir trabajando nomás. Es la única manera… o usted conoce otra.” Una sonrisa.
Un gesto cómplice. Una invitación amable: “Venga por aquí que le muestro la chacra y el vivero”. Sembríos convalecientes.
La tierra se recupera apenas de la voraz intromisión del río. “El agua se desbordó y se lo llevó todo. No pude hacer nada para
evitarlo.”

Navego en manos de los “intérpretes de la selva” de Inkaterra, la empresa que opera un espléndido lodge en una reserva de
10 mil hectáreas, y que a través de su asociación ha implementado diversos programas para conservar el equilibrio y el
modo de vida de la selva. El único objetivo es ver de cerca la Amazonia peruana, escuchar a su gente, sus historias, sus
encuentros cercanos con la vida salvaje. Y los míos.

Avanzo en una canoa motorizada por el cauce precipitado del Madre de Dios; o impulsada por remos en las aguas
somnolientas del lago Sandoval. Las visiones son contrastantes: de pronto un torrente sombrío y enérgico, de pronto un
espejo sublime. Las orillas rojizas parecen amputadas por la corriente, riberas pletóricas de largos aguajales (como se le
conoce en Perú a las áreas pantanosas donde crecen estas palmeras), poblados de caimanes y garzas, taricayas (tortugas) y
nutrias de río.

Parada intempestiva. Un par de ojos se prenden en el horizonte frondoso. Una voz da indicaciones: “Allí, en el árbol seco,
¿logra verlo?”. Plácida expectación en un escenario silvestre. “Pero aquella noche todo fue distinto, íbamos rápido y, de
pronto, una shushupe (serpiente venenosa) apareció en nuestro camino.”

Otro momento memorable: los recorridos por el bosque lluvioso. Los pasos pendulares en los senderitos flotantes de una
tirolesa de 35 metros de alto, 275 metros de largo, siete puentes colgantes y ocho plataformas; pasos de barro por trochas
que culebrean entre árboles gigantes. Desde esa perspectiva, uno se siente poderoso en la enhiesta atalaya de maderas y
cables que permite verlo todo con ojos de pájaro; absorbido, minimizado, tal vez hasta indefenso, ante el abrumador
imperio de la naturaleza.

“¿Irme?... bah, cómo cree, la selva es así. A veces da, a veces quita. Por eso sigo aquí, por eso nunca he migrado.” Se refiere a
la inundación que lo obligará a empezar de nuevo. Preparar la tierra, sembrar, esperar. “El río se llevó la chacra, pero no mis
fuerzas. Tengo mis brazos y piernas. Qué más hace falta.” Tenacidad. Tirar para adelante a pesar de todo. “Mi parcela ha
vuelto a producir, mírela bien, ¿no le parece bonita?”

Estoy de ocioso, hedonista incluso, en la selva tropical: vine aquí a contemplar el crepúsculo, o el acrobático peregrinaje de
una “pandilla” de monos, desde la relajante levedad de una hamaca. Emociones perdurables: el sol refulgiendo en el
horizonte fluvial, pintando el cielo de colores y sombras intensas; el crujido de las ramas ante los brincos de los primates
que arman un gran alboroto.

“¿Correr?... uff, habría sido peor. Esas víboras te persiguen. Teníamos que esperar. En algún momento se iría.” Minutos
eternos. Oscuridad sin luna. Linternas apagadas. “Pensamos en esquivarla pero era peligroso: no había otra trocha en el
bosque.” La shushupe sigue ahí. Quieta. Imperturbable. Fieramente bella. “Se nos ocurrió fumar. El humo podía fastidiarla.
Tal vez apresuraría su partida.”

Una de las grandes cosas de un viaje como éste es la oportunidad de escuchar las historias que describen el palpitar
cotidiano de los hijos de la Amazonia; escuchar la melodía salvaje de la fauna invisible, oculta tras la espesura. Relatos y
conciertos: el hombre que narra las penurias de una inundación, el joven que recuerda su encuentro con una víbora; el
persistente bullicio de los animales, sus cantos diurnos, sus largas letanías bajo la luna.

Fuera de eso, me dedico a navegar, andar, gozar la selva amazónica. Sin miedo, sin correr despavorido. Sólo vivo, me dejo
emocionar por los vericuetos boscosos de la región Madre de Dios (al sur oriente del Perú, limítrofe con Brasil y Bolivia). Sin
shushupes en el camino, sin aguas que escapen de sus cauces. Estoy aquí para conocer, descubrir, aprender de flora y fauna,
de historia y presente, de mitos y verdades en las 10 mil hectáreas de la Reserva Ecológica Inkaterra (REI).

LLEGADA EN GRIS

Puerto Maldonado, la distante y bulliciosa capital de Madre de Dios (30 minutos en vuelo desde el Cusco, dos horas desde
Lima), fue fundada a finales del siglo XIX. Me toca una mañana mustia, sin brillo. Mala suerte: es el friaje. Así llaman los
pobladores de la ciudad —muchos de ellos emigrantes de la sierra sur de Perú— a esos días caprichosos, odiados, quizás
hasta temidos, en los que la temperatura desciende dramáticamente. Suéteres y chamarras, también chalinas en la selva
sofocante.

El fenómeno se produce un par de veces al año, aunque hay quienes dicen que los últimos calendarios han traído más días
fríos. ¿Un efecto del cambio climático? Quizá. La pregunta queda flotando igual que las embarcaciones que reposan en la
capitanía de puerto, donde pronto zarpará una canoa que, después de un viaje de 45 minutos, acodará en el muelle de la
Reserva Amazónica.

Hace falta una cobija para abrigarse. El cielo es cada vez más opaco. Es un viaje extraño. Un viaje sin sol hacia una aventura
de lujo en cabañas inspiradas en las técnicas constructivas de los esse’jas y machiguengas, pueblos oriundos de estos reinos
de verdor que van perdiendo sus conocimientos ancestrales.

“Cerca del albergue hay una comunidad de esse’jas (Espíritu Santo), pero ya no conservan sus tradiciones”, cuenta Dennis
Osorio, jefe de Conservación y Medio Ambiente de Inkaterra, en tono de desazón. No sólo la flora y la fauna se extinguen en
el bosque. Se pierden idiomas, costumbres, formas de interpretar el mundo. Globalización le dicen ahora, cultura occidental
la llamaron antes. El resultado es el mismo. Desarraigo, imposiciones, olvido de la propia historia.

Cuidar la selva. Cuidar su gente. Cuidarse de ese tronco que está en medio del río… y el motorista maniobra con precisión de
cirujano. No pasa nada. Sólo un susto para los pasajeros nóveles y los turistas que, por vez primera, se acercan a la
Amazonia peruana y a la placentera comodidad de un lodge espléndido, que seduce a la aventura e induce, al mismo tiempo,
al descanso.

Desembarco. Tañe una campana. Nuevos huéspedes. Nuevas sonrisas. Una bebida refrescante en señal de bienvenida. Una
charla en el Eco Center de la Reserva Amazónica, el paso inicial de todas las excursiones. “Usted escoge a dónde quiere ir”,
informa Erick, el jefe de intérpretes; sí, intérpretes, porque a la selva hay que entenderla, descifrando sus señales, oyendo
sus voces.

Serio, pausado, confiable, Erick es un hombre del monte. Ellos se conocen desde siempre y hasta se podría decir, sin caer en
la exageración, que ambos se respetan. “Usted escoge”, repite y muestra el menú de travesías —igual de exquisito que el que
se sirve en el Main House (restaurante)— que se realizan en el interior de Reserva Ecológica Inkaterra o en Tambopata.

Entrada, segundo y postre, más sus guarniciones. Una canasta de yucas fritas, ensalada de chonta (palmito), doncellas (pez
fluvial) al limón, tres leches a la hora del almuerzo; visita al canopy y al puente sobre el aguajal (dentro de la REI), ese que
cambió su diseño original porque los obreros encontraron o, mejor dicho, se asustaron con una anaconda que vivía en esas
aguas estancadas.

De plato fuerte, el recorrido al lago Sandoval en Tambopata (15 minutos en bote y tres kilómetros de caminata), donde un
cuarteto de nutrias o lobos de río sale de pesca, se alimenta, lucha por escapar de la extinción. “Sólo quedan 300 en estado
silvestre en toda Sudamérica”, puntualiza Erick.

Hora del postre: Isla Rolín (concesión de una hectárea otorgada a Inka Terra Association (ITA) por la Marina de Guerra del
Perú). En la zona se está implementando un plan de rescate para animales silvestres. “Ya está casi listo”, comenta con
alegría Héctor Méndez, coordinador de la Asociación Inkaterra en Puerto Maldonado, quien se mantiene inmóvil y sereno,
mientras una monita de pelambre colorado, lo inspecciona en busca de comida. “Están mal acostumbrados —se lamenta—
vamos a buscar la forma de cambiar ese comportamiento.”

Confusión de menús. Deseos de hacer todo, y muchas veces. De oír más relatos de Erick, que sigue esperando a que se
marche la shushupe o que recuerda que hace varios años un jaguar estuvo a punto de saltar sobre él. “Estaba con mi padre,
él volteó de improviso, alumbró una rama y ahí estaba el tigre, listo para lanzarse. Nos salvamos.”

SEMBRANDO FUTURO

“¿Ya se va? No, pues, quédese un ratito más. ¡Vamos a la chacra de mi primo! Después nos metemos bien al bosque.”
Propuesta tentadora. Ir o no ir. Caminar o volver a la canoa. “¿Qué dice?, nos acompaña.” Mirar el reloj, al perro guardián
que ha olvidado sus ladridos, al rústico bohío con su cocinita ennegrecida. “Conozco bien la zona, no desconfíe.”

Apuros en la quebrada Gamitana: ganas de quedarse un poquito más; aunque también de volver cuanto antes a la suntuosa
comodidad del albergue Reserva Amazónica (RA) o de navegar hacia el fundo Concepción o la Isla Rolín, ese refugio para
animales rescatados de los traficantes de la fauna amazónica. Indecisión matutina: retornar a los caudalosos embates del río
o dejarse llevar por el hombre que promete azarosas excursiones por los dominios agrícolas de su primo.

Pero el primo en mención no dice nada. Sólo exhibe o juguetea con su machete, el compañero inseparable de los pobladores
del bosque. Su nombre es Pedro Guevara y su aptitud no debe confundirse con un gesto conminatorio o agresivo. “Es
costumbre”, dice escuetamente, como si pretendiera demostrar con su economía verbal que la locuacidad no es un rasgo de
familia sino una peculiaridad de su primo Adelfo.

La canoa sigue esperando con el motor encendido. Es hora de partir a pesar de las palabras incisivas de Adelfo y el machete
de Pedro. Ellos, no sólo comparten un lazo sanguíneo y su dedicación a las labores del campo, sino, también, su condición
de beneficiarios del programa de parcelas agroforestales, impulsado en su comunidad por Inkaterra.

“La idea —explica Viviana Vigo, la administradora general de la asociación— es combinar el sembrío de productos agrícolas
con el de árboles maderables. De esa manera, se asegura el día a día de los pobladores y se promueve la reforestación.
Además, los árboles, que demoran varios años en crecer, son una inversión a futuro, algo así como un fondo de jubilación”.

Si bien la historia de ITA comienza en el año 2001, las inquietudes ambientalistas de Inkaterra se remontan a sus orígenes.
Fundada en 1975 por José Koechlin, la empresa promueve en sus hoteles de Machu Picchu, Cusco, el lago Titicaca y en su
lodge de Madre de Dios la práctica del geoturismo, un concepto innovador que se sustenta en la responsabilidad ambiental y
cultural.

Basándose en esa visión particular del turismo, los diferentes proyectos que ejecuta la ONG promueven el desarrollo
sostenible, tanto en lo social como en lo económico. A través de ellos, se busca apuntalar el equilibro ecológico y el respeto
por la naturaleza, las culturas vivas y el patrimonio arqueológico de las poblaciones involucradas.

“Nosotros —expone Dennis Osorio— pagamos a la Sustainable Travel Internacional (STI) por las emisiones de dióxido de
carbono que producen nuestras operaciones. Además, tratamos de sensibilizar a nuestros pasajeros, para que ellos hagan lo
mismo.” Luego, agrega, que “el dinero que recibe la STI es invertido en programas de reforestación en diversas partes del
mundo”.

En la actualidad, los principales proyectos de ITA se desarrollan en la zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional
Tambopata (región Madre de Dios), un frágil refugio de la naturaleza ultrajado por la tala indiscriminada de sus tupidos
bosques; un área valiosa y prolífica, pero seriamente amenazada.

Sus diferentes líneas de trabajo se enmarcan en cuatro programas básicos: Investigación (evaluación ecológica, inventarios
de flora y fauna), Conservación (caracterización de áreas, manejo de recursos naturales, monitoreo de fauna), Proyección
Comunitaria y Capacitación Productiva, y Generación de Recursos Propios (econegocios).

Dentro de esta última, se ha erigido dentro de la REI el canopy (la tirolesa) y un puente sobre el aguajal, infraestructura
turística que pertenece a la ONG, pero que es utilizada por los viajeros de Inkaterra. La empresa, como es lógico, paga por el
usufructo de dichas atracciones, lo cual es una fuente de ingresos más para ITA.

Estas iniciativas y aspiraciones empiezan a concretarse gracias al apoyo y la confianza del Fondo para el Medio Ambiente
Mundial (GEF, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la National Geographic Society. Es así
como, próximamente, la Casa ITA (dentro de la REI) se convertirá en una estación biológica.

“Vas a volver, tarde o temprano lo harás.” Son los pronósticos en el momento del adiós. Un par de manos se levantan en
señal de despedida. Ya no se escuchan las palabras de Adelfo. Ya no se ve el machete de Pedro. La canoa se aleja con prisa y
sin remordimientos de las orillas de Gamitana. Otra vez a navegar. Otra vez los embates. Otra vez las palabras de Viviana
Vigo.

“La tarea no es fácil. Nunca faltan las complicaciones, pero todo se soluciona con perseverancia y esfuerzo”, comenta y
recuerda el acercamiento exitoso con las poblaciones de Juan Pablo, Micaela Bastidas e Isla Rolín; así como el rechazo de la
gente de Juan Velasco y Madama, harta ya de las palabras, promesas e incumplimientos de otras organizaciones.

El reto es insistir sin desesperarse. Retroceder sin abandonar. Crear estrategias para seguir con los monitoreos de flora y
fauna: “no digan que son de ITA, por si acaso”. Ir de incógnito, decir que se realiza un trabajo universitario, oír mensajes
intimidantes: “si conocen a los de Inkaterra, díganles que mejor no vengan, los recibiremos a balazos”.

Lo cierto es que no ha habido ni un solo disparo. “Esa comunidad, ahora, quiere trabajar con nosotros. Ellos han visto
nuestra labor en Juan Pablo y nos han buscado.” Al ver que los otros mejoraban mientras ellos estaban estancados,
decidieron guardar las escopetas y conversar, buscar alternativas. “Aquí nada se impone. La gente debe estar de acuerdo con
el proyecto, si no, las cosas no funcionan.”

En el caso de los primos Guevara, ellos reciben asesoría para el cultivo de sus parcelas. Constantemente, los profesionales de
la ONG visitan las chacras, ven el estado de los cultivos, hablan con ellos y hasta los aconsejan. “Tenemos un vínculo muy
fuerte con nuestros beneficiarios, lo cual es vital, porque conocemos sus problemas e inquietudes. Eso nos permite
continuar y mejorar los proyectos”, puntualiza la administradora.

Además de las parcelas de Pedro y Adelfo, la asociación mantiene en Gamitana una chacra modelo y un vivero. Y en esta
comunidad, la señora Rosa Izquierdo ha iniciado un expectante negocio de deshidratación de plátanos. Su producción la
vende al albergue y en el mercado de la ciudad.

Tanto por conocer y aprender. De conservación y ecología (aquí separamos los desechos en orgánicos e inorgánicos, informa
Alejandro Montaya, el gerente residente de la RA). De los planes de ITA (haremos un orquidiario y tenemos un proyecto
para recuperar las palmeras locales). De las amenazas que enfrenta la selva, su gente, sus animales. Tantas razones para
volver. Adelfo, Pedro, vayan preparando sus machetes.

Recomendaciones
Antes de viajar, consulte con su médico las precauciones que debe tomar en la selva.

No se interne en el bosque sin la compañía de un guía o intérprete.

Nunca olvide su impermeable o poncho de lluvia.


Use repelente y protector solar.

Lleve camisas o camisetas delgadas de manga larga (una protección extra contra las picaduras de mosquito). También
prefiera los pantalones largos y botas altas de jebe, para las caminatas (sobre todo en la época de lluvia).

GUÍA PRÁCTICA
CÓMO LLEGAR

Por vía aérea hasta Puerto Maldonado desde Lima (dos horas) y Cusco (30 minutos). La mayoría de los itinerarios que se
inician en Lima, incluyen una escala en Cusco, e Inkaterra tiene espléndidas opciones de alojamiento en ambas ciudades.

También es posible llegar por vía terrestre (2 180 kilómetros desde Lima, 527 desde Cusco), pero el tramo final de la
carretera (Cusco–Puerto Maldonado) no se encuentra en buen estado, situación que empeora en la época de lluvias
(diciembre a abril, aproximadamente).

Ya en Puerto Maldonado, es necesario embarcarse para conocer la selva a profundidad. Las agencias incluyen este servicio
en sus paquetes. Si viaja de manera independiente, debe acudir al embarcadero y contratar una canoa, para realizar algunas
excursiones.

CUÁNDO IR
El clima es cálido y húmedo (la temperatura promedio bordea los 26°C), con dos temporadas: la seca (mayo a noviembre) y
la lluviosa (dicembre a abril). En ambas se impone el calor, pero es preferible visitar la zona durante la época seca. Eso sí, en
cualquier momento puede desatarse una tormenta. Además, en junio, suelen presentarse varios días fríos (friaje)
especialmente en las proximidades de la fiesta de San Juan (24).

DÓNDE DORMIR
RESERVA AMAZÓNICA
Río Madre de Dios km 15, distrito Las Piedras, provincia Tambopata
T. 51 (82) 572 988 (Puerto Maldonado),
51 (1) 610 0400 (Lima)
www.inkaterra.com
Desde 285 dólares por dos noches y tres días.

Sus sofisticadas cabañas de madera están inspiradas en la arquitectura ancestral de los pueblos amazónicos. Con vistas al
río o con pródigas imágenes del monte, todas están equipadas con productos de baño orgánicos, batas y sandalias de corte
tradicional, ventiladores, cómodas butacas de madera y otros muchos detalles, como el mosquitero que protege las camas o
las hamacas que bambolean en las terrazas.

Todas las noches, la luz dorada de los lamparines crea una atmósfera espléndida e inusual que parece remontarnos en el
tiempo, hacernos olvidar que existe la corriente eléctrica (aunque sí llegue hasta las habitaciones), impulsarnos a tratar de
dejar un mínimo impacto en estas tierras.

En el Main Center, un agradable salón para tomarse una copa en los albores de la noche, se sirven platillos preparados con
productos típicos de la zona (frutas, plátanos, pescados de río).

Y está el Ena Spa (agua en lengua esse’eja), en el que se emplean productos naturales, hechos con extractos botánicos de la
zona.

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