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1
Burke, Visto y no visto. Pág. 43
2
Ibid, . Pág. 44
3
Ibid, . Pág. 45
4
Ibid, . Pág. 45
1
niveles son análogos a los que desarrolló Friedrich Ast en su interpretación de los textos,
la hermenéutica. Al igual que Panofsky, Ast identifica un primer nivel literal (gramatical),
un segundo nivel histórico (relacionado con el significado) y un último nivel cultural
(relacionado con el espíritu de la época). Esto evidencia que lo que Panofsky y sus
colegas hicieron fue adaptar a las imágenes una tradición de interpretación de textos, sin
que esto desmerite su trabajo. 5
Si bien el método de Panofsky que identifica los tres niveles de interpretación tiene sus
ventajas (como la anteriormente expuesta), es obvio que también tiene sus problemáticas.
El reconocer que una imagen tiene una interpretación iconográfica es partir del supuesto
que el autor así la hizo y que por lo tanto, éste tenía conocimiento de la escena que
estaba representando, sin embargo se sabe que artistas, por ejemplo del renacimiento
(como Tiziano o Botticelli) no tuvieron una formación sobre la mitología clásica, temas
que trabajaron en sus obras. Es en este punto donde Panofsky y sus colegas se apoyan
en la idea de un consejero humanista que prepara el programa iconográfico que los
iconógrafos se disponen a reconstruir posteriormente.7 Cabría entonces mencionar a
aquellos artistas como Salvador Dalí o Monet, quienes rechazaban la idea de seguir un
programa coherente, en cuyas obras sería evidentemente arduo hacer una interpretación
iconográfica.8 Otra crítica a la visión de Panofsky es que asume, al intentar hacer una
interpretación iconológica, que hay una homogeneidad cultural que puede ser identificada
mediante la lectura del tercer nivel de significado.9 En este sentido habría que establecer
si es posible identificar una homogeneidad cultural en el periodo especifico que sea objeto
de análisis para lo que habría que hacer un estudio en donde se evidencie el papel de la
historia (y los documentos escritos) como soporte para el estudio iconográfico e
iconológico de la imagen, es decir, un estudio recíproco al que desarrolla Burke en este
libro.
No contempla tampoco este método a quién era el espectador de la imagen, por lo que
desconoce cómo fue la recepción de ese mensaje y los ‘malentendidos’ que pudieron
presentarse.10 Debe también contemplar que la ausencia de elementos, que al no estar
5
Ibid, . Pág. 45
6
Jongh de, citado por Burke, Visto y no visto. Pág. 46
7
Ibid, . Pág. 50
8
Ibid, . Pág. 52
9
Ibid, . Pág. 52
10
Ibid, . Pág. 51
2
presentes no formarían parte de la lectura preiconográfica, también hace parte del
mensaje. A este respecto el autor pone como ejemplo una imagen del paisaje de Nueva
Zelanda en donde la ausencia de aborígenes evidencia que para el artista (consciente o
inconscientemente) esa tierra es de nadie y por lo tanto legitima la conquista de ese
territorio por parte del imperio.11
Es obvio pensar que al ser tan fuertes las críticas contra el método de Panofsky existan
otras alternativas para descifrar ese mensaje que tienen las imágenes, sin embargo, el
autor no se atreve a denominarlas métodos sino enfoques porque no representan una
nueva vía de investigación sino nuevos intereses y perspectivas. Los tres enfoques que
Burke identifica son el del psicoanálisis, el estructuralismo (o semiótica) y el de historia
social del arte.12
Aunque esta manera de interpretar las imágenes contempla un aspecto que el método de
Panofsky deja de lado (el inconsciente del artista), este enfoque también se enfrenta a
dos serios problemas: el primero es que el objeto de estudio del psicoanálisis aplicado a
las imágenes, a diferencia del que se realiza en los consultorios, por ejemplo, tiene su
principal fuente (el individuo) fuera de alcance, por lo que se debe acudir a otros recursos
como la literatura, que al final son en gran parte expresiones conscientes, convirtiéndose
así muy similar al método antes expuesto.15 El segundo gran problema es que el
psicoanálisis estudia individuos y no sociedades, por lo que puede llegar a desconocer
ciertas convenciones culturales e interpretarlas equivocadamente como manifestaciones
del subconsciente. Es por esto que no le es posible lograr lo que pretende alcanzar el
método de Panofsky con la lectura iconológica, el conocimiento del espíritu cultural de la
época.16
11
Ibid, . Pág. 56
12
Ibid, . Pág. 215
13
Ibid, . Pág. 216
14
Ibid, . Pág. 216
15
Ibid, . Pág. 217
16
Ibid, . Pág. 217
17
Ibid, . Pág. 218
3
Son particularmente importantes dos tesis de los estructuralistas: la primera afirma que
una imagen se puede ver como un ‘sistema de signos’, lo que hace que se centre la
atención en la estructura interna de la obra y se deje de lado la relación de la misma con
el exterior. La segunda es que ese ‘sistema de signos’ hace parte de un universo (llamado
lengua) y del que el artista escoge unos elementos de su preferencia (parole).18
Basándose en estos dos fundamentos es como el estructuralismo estudia las relaciones
entre un signo y otro pero además contempla que la selección de esos signos
corresponden a una serie de convenciones que buscan poner en evidencia la importancia
de unos sobre otros, más que fidelidad que tuvieran frente a lo que se quería plasmar.
También resalta, a diferencia del método de Panofsky, la importancia de los silencios, es
decir, esos elementos de los que se habló anteriormente que, paradójicamente, están
presentes debido a su ausencia.19
Al igual que los dos anteriores, este sistema también tiene sus limitaciones, por lo que ha
sido llamado ‘insoportablemente reduccionista’ suponiendo que sólo hay un significado
para ese mensaje de la imagen y no contempla si este fue desarrollado consciente o
inconscientemente. A partir de estas críticas surge lo que se conoce como el post-
estructuralismo, en donde se expresa el extremo opuesto afirmando que cualquier
significado es igualmente válido, cayendo así en la polisemia.20
El tercer y último enfoque que el autor menciona es el de ‘historia social del arte’, que es
la conjunción de diversos ‘métodos’, pero que tienen como premisa común que el
significado de las imágenes depende de su contexto social.21 Cabe destacar la teoría
feminista y la de la recepción. El primero se refiere al estudio de la historia del arte en
términos de diferencia de sexo (aunque género sería un concepto más adecuado) y no de
otros parámetros, como por ejemplo las clases sociales.22 Entre las mujeres pioneras de
este ‘método’ están Linda Nochlin y Griselda Pollock quienes han hecho a su aporte a la
interpretación de las imágenes al hacer “prácticamente impensable ignorar el tema del
sexo a la hora de analizar las imágenes”.23 El segundo enfoque corresponde a la teoría
de la recepción que se centra en la respuesta o la recepción que generan las imágenes
en el espectador. A este propósito entran a jugar varios factores según sea el aspecto que
se vaya a analizar, sin embargo es claro que para cualquiera que sea la forma como se
vaya a abordar la imagen, es necesario el término que Burke muy adecuadamente cita “el
ojo de la época”.24 Desde el punto de vista de la recepción se pueden analizar dos
niveles: el nivel de respuestas previstas y el nivel real. El primero se refiere a la retórica
de la imagen, es decir, a la forma como el artista trata de persuadir al espectador para
18
Ibid, . Pág. 219, 220
19
Ibid, . Pág. 222
20
Ibid, . Pág. 224
21
Ibid, . Pág. 227
22
Ibid, . Pág. 228
23
Ibid, . Pág. 228
24
Baxandall, citado por Burke, Visto y no visto. Pág. 229
4
que dé una determinada interpretación o respuesta frente a la obra.25 El nivel real es
aquel que estudiosos como Freedberg han determinado según documentos donde se
aprecie el comportamiento de los espectadores frente a la imagen (antropología histórica
de las imágenes). Claros ejemplos de estas situaciones son las diferentes “revoluciones”
de iconoclasia en donde esas respuestas reales han sido tan contrarias a las previstas
que han concluido en la destrucción y modificación total o parcial de la obra.26
Cualquiera que sea el enfoque o método que se decida utilizar, o en el mejor de los casos
una conjunción de varios, es necesario tener siempre presente el papel que desempeña la
imagen. A este respecto, el autor afirma que las imágenes religiosas han sido utilizadas
con cuatro fines principales: como medio de adoctrinamiento, objeto de culto, estímulo en
la meditación y como arma en los debates. 28
25
Ibid, . Pág. 229
26
Ibid, . Pág. 229,233
27
Ibid, . Pág. 231,234
28
Ibid, . Pág. 60
29
Ibid, . Pág. 66
30
Ibid, . Pág. 66,67
31
Ibid, . Pág. 70
5
Se puede concluir entonces que, después identificar esas funciones que cumple la
imagen se puede proceder a desvelar el mensaje que ésta quiere transmitir. Existen,
como ya se vio, diferentes métodos y enfoques algunas veces complementarios o
contrapuestos. Cualquiera que se escoja, siempre se deben tener presentes ciertas
premisas para tratar de ser lo más coherente posible con la naturaleza de la imagen.
Éstas dan acceso a las visiones de un mundo en una época y por el contrario no dan
acceso directo al mundo social. Además, ese mensaje de la imagen debe ser visto dentro
de una serie de contextos y convenciones artísticas de una determinada época y lugar,
así como los intereses del artista y los posibles espectadores. Los artistas tienen
prejuicios que se evidencian en la presencia o ausencia de ciertos elementos, esto hace
que él nunca tenga completo control sobre el significado que tendrá la obra. Por último,
siempre será preferible estudiar varias imágenes, especialmente si se va a analizar
cambios que se presentan en un largo periodo de tiempo.32
Se puede concluir que para el uso de la imagen como documento histórico es necesario
saber cómo descifrar el mensaje que este presenta y la utilidad concreta que puedan
tener dependiendo de la temática que se trabaje. A título personal considero que para
lograr este cometido el método de Panofsky es quizá el más completo y adecuado, sin
embargo, siempre será muy útil incorporar ciertas nociones del psicoanálisis, el
estructuralismo y la historia social del artes, que el primero no contempla o desconoce.
32
Ibid, . Pág. 239,240