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SALVACION
Tercera Parte: Introducción
Tit 2:11-13
“11Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres,
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enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
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aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
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quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”
INTRODUCCION A LA SOTERIOLOGIA
“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días,
dice Jehová: daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a
ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos
me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice
Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su
pecado” en (Jer 31:33-34);
“y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador,
que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo
quite sus pecados" (Ro 11:26-27).
Abraham tuvo descendencia de Agar, de Sara, y de Cetura; pero sólo "en Isaac
(hijo de Sara) te será llamada descendencia" dice (Ro 9:7). Y una vez más, la
elección divina para el pueblo de la promesa determina que, de los hijos de
Israel, "el mayor servirá al menor" como afirma (Ro 9:12), y así los pactos de
Dios con la nación serán realizados sólo a través de Jacob.
A este grupo se refiere el Apóstol Pablo cuando dice: "porque no todos los que
descienden de Israel son israelitas" en (Ro 9:6), y es de este Israel espiritual
del que también habla cuando declara: "y luego todo Israel será salvo" (Ro
11:26).
De esta manera, el resultado final del plan divino respecto al pueblo al que
pertenecen los pactos terrenales, y cuyo destino es el de la tierra, queda
consumado tanto en relación al pueblo elegido, como en cuanto al
Las doctrinas específicas del judaísmo deben ser discernidas como tales, tanto
en lo que se refiere a su carácter como en lo que se refiere a la dispensación
en que tienen vigencia. Por falta de una revelación específica, la salvación del
individuo bajo el judaísmo - respecto a condiciones, tiempo y carácter general -
queda velada a los ojos humanos.
Siendo, pues, el designio divino de un alcance tan amplio, este tema se divide
naturalmente en tres tiempos:
1. El cristiano fue salvo al momento que creyó, así lo demuestran los
siguientes textos:
a. Lc 7:50 “Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz”
b. Hch 16:30-31 “30y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para
ser salvo? 31Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y
tu casa”
A éstos podrían añadirse otros pasajes que, a su vez, presentan todos estos
tres tiempos o aspectos dé la salvación
1 Co 1:30 “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”
Fil 1:6 “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
Ef 5:25-27 “25Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella, 26para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento
del agua por la palabra, 27a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no
tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”
1 Ts 1:9-10 “9porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos
recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, 10y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera”
Tit 2:11-13 “11Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres, 12enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, 13aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
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quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para
sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”
Estas verdades tan obvias pueden ser consideradas desde dos ángulos
diferentes: El aspecto legal y el aspecto práctico
(a) Lo que podríamos apellidar el aspecto legal del problema de la salvación
de un ser pecador está implicado en la necesidad de satisfacer las ineludibles y
santísimas exigencias de la justicia y del gobierno divinos que son ultrajados
por el pecado en cada una de sus múltiples formas. Nadie puede hacer
expiación por su alma y así salvarse a sí mismo. El castigo que su condición
pecadora merece es tan grande que, puesto a pagar por sí mismo, no le
quedaría al fin rédito alguno. Frente a esto, está la verdad de que Dios ha
provisto en la muerte sustitucionaria de Su Hijo el pago completo de tal pena.
Esta viene a ser la única esperanza para el hombre, pero esta actitud de
depender de Otro, como regla general, está muy lejos de la actitud por la que el
hombre intentara salvarse por su propio esfuerzo.
(b) Lo que podríamos llamar el aspecto práctico del problema de la salvación
de un ser pecador puede deducirse del carácter común a cuanto se incluye en
el estado de salvación. Nadie, y bajo ninguna circunstancia, podría perdonar su
propio pecado, darse a sí mismo la vida eterna, vestirse a sí mismo de la
justicia de Dios, o escribir su nombre en los cielos. Por consiguiente, hemos de
concluir que en las Sagradas Escrituras no se puede hallar verdad más obvia
que ésta, a saber, que "la salvación es de Jehová".
Pero, en adición a esta satisfacción del amor infinito, pueden descubrirse otros
tres motivos divinos en la salvación de los que están perdidos:
(a) Está escrito: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras las cuales
Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef 2:8-10).
Está cargada con el mayor de los énfasis la verdad así declarada, de que la
salvación es una empresa divina sobre la base de pura gracia, en la que no
caben obras o méritos humanos. Esta salvación es para buenas obras,
nunca por buenas obras; y lo es para tales buenas obras en cuanto que éstas
están preparadas de antemano por Dios,
(b) De la misma manera, se nos declara que lo que indujo a Dios a salvar a los
hombres fue el provecho que tal salvación les proporcionaría a ellos. Juan 3:16
afirma: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo
Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna." En este texto tan familiar, se asegura claramente que cuantos creen en
Cristo obtienen un doble beneficio - no se pierden, y reciben vida eterna. Estas
ventajas son inconmensurablemente grandes, tanto en su valor intrínseco
como en su duración eterna. Podría· preguntarse si es posible un motivo más
alto de parte de Dios para inclinarle a salvar al hombre, que el beneficio que el
hombre mismo recibe de ello. Diremos que hay un objetivo en el ejercicio que
Dios hace de Su gracia salvadora, el cual representa para Dios una realidad
mucho más importante que las buenas obras o propio beneficio del hombre. Y
es
(c) el hecho de que la salvación del hombre es por gracia de Dios, a fin de que
esta gracia divina pueda tener una manifestación adecuada. Acerca de esta
verdad está escrito: "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes
riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ef
2:7). Este motivo estaba en el seno de Dios, sin que ángel alguno hubiese
podido intuirlo jamás. Los ángeles habían observado el poder y sabiduría
divinos, desplegados en la creación y conservación de todas las cosas. Habían
contemplado Su gloria, pero no habían visto Su gracia, pues no era posible una
manifestación de la gracia divina mientras no existiesen criaturas pecadoras,
que pudiesen ser objeto de gracia. La relevancia que en los reinos celestes
tuvo la manifestación de la gracia divina no pudo ser apreciada en este mundo
puesto que el amor divino no se mostró de un modo completo hasta que Dios
entregó a Su Hijo a morir por los hombres perdidos. La importancia de tal
demostración sobrepasa también la capacidad comprensiva del humano
entendimiento. De igual manera, la gracia divina no pudo mostrarse de una
manera perfecta hasta que hubo pecadores salvos mediante la muerte del Hijo
de Dios, y la medida de esta gracia sobrepasa también la capacidad del
entendimiento humano. El que un solo ser de entre esta nuestra raza caída y
pecadora pueda ser transformado por el poder divino hasta el punto de
representar una exhibición de Su gracia infinita, satisfactoria para el mismo
Dios, es ya un pensamiento que trasciende toda inteligencia, y, aunque las
amplias estancias de los cielos se viesen repletas de tales seres, dicha
exhibición no ganaría más quilates por el hecho de multiplicarse los ejemplos
puesto que cada individuo constituiría la expresión adecuada de la superlativa
gracia de Dios.
inmenso, queda asegurado por la promesa de que cada uno de los salvos será
hecho "conforme a la imagen de su Hijo" como dice (Ro 8:29); y el apóstol
Juan testifica igualmente: "Cuando El se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es" en (1 Jn 3:2). Esto es sin duda lo que el
Apóstol tenía en mente al escribir: "y así como hemos traído la imagen del
terrenal, traeremos también la imagen del celestial" en (1 Co 15:49). Incluso
ahora, Cristo está en el creyente como "la esperanza" de esa "gloria" como
dice (Col 1:27), y este mismo cuerpo nuestro será transformado "para que sea
semejante al cuerpo de la gloria suya" dice (Fil 3:21).
Todo predicador del Evangelio haría bien en estudiar, a fin de darles el debido
énfasis, las dos perfecciones divinas antes mencionadas, que resplandecen en
la salvación del hombre, obtenidas ambas sobre bases de justicia mediante la
muerte y resurrección de Cristo. Una de ellas viene a ser un traspaso de algo
malo, mientras que la otra comporta la obtención garantizada de algo bueno.
Estas dos perfecciones divinas son:
1. Que, mediante la muerte de Cristo, todo juicio y condenación han sido tan
perfectamente asumidos, que nunca más volverán a ser exigidos al
creyente como demuestra (Ro 8:1). Incluso en la salvación de una persona,
no se ha descargado un solo golpe, ni se ha proferido una sola crítica o
censura.
2. Igualmente, y sobre la misma base de la muerte y resurrección de Cristo, es
otorgada toda estipulación requerida para la comunión eterna con Dios en
los cielos - Y todo ello, en verdad, partiendo del principio de pura gracia.
Este anatema jamás ha sido revocado, no puede serlo en tanto que la salvífica
gracia de Dios haya de ser proclamada a un mundo perdido. Desde un punto
de vista humano, una defectuosa presentación del evangelio podría desorientar
a un alma hasta tal punto, que perdiera para siempre el rastro del camino de la
vida. Al médico de almas incumbe conocer el remedio preciso que debe
administrar. Un médico corriente puede, por error, destruir una vida que, en el
mejor de los casos, no es sino una breve estancia en este mundo, pero el
médico de almas se ocupa de algo en que entra en juego el destino eterno de
la persona. Después de haber entregado a Su Hijo a morir por hombres
abocados a la perdición, Dios no puede menos que apremiar sobre la manera
en que este gran beneficio debe ser presentado, y no puede ser considerado
injusto si pronuncia Su anatema sobre aquellos que pervierten el único camino
de salvación, adquirido a tan alto precio.