Sunteți pe pagina 1din 8

Biblioteca Laurenciana de Florencia

Según la ricordanza de Giovanni Battista Figiovanni, el cardenal Julio de Médicis le


comunicó en junio de 1519, en nombre también del papa León X, la intención de realizar en
San Lorenzo, iglesia de la familia, “la biblioteca y la sacristía”. A pesar de la contemporaneidad
de la idea de ambas obras por parte de los Médicis, mientras los trabajos para la sacristía
comenzaron casi inmediatamente, el proyecto de construir una biblioteca en que colocar la rica
colección de volúmenes iniciada por Cosme el Viejo y notablemente incrementada por
Lorenzo el Magnífico, sólo empieza a concretarse cuando, el 19 de noviembre de 1523, el
cardenal Giulio fue elegido al solio pontificio, tomando el nombre de Clemente VII. Tras una
breve estancia romana, en torno al 10 de diciembre, Miguel Ángel envía desde Florencia un
primer dibujo que llega a Roma el 30 de diciembre. El 2 de enero de 1527, Giovan Prancesco
Fattucci pide, por encargo del pontífice, “otro dibujo” con “las medidas de las dos bibliotecas,
la latina y la griega”, ya que el precedente no especifica la longitud del brazo reservado a las
obras griegas, y recuerda a Miguel Ángel que tenga en cuenta “que a la entrada de la biblioteca
parece que va a haber poca luz”.
Tras una carta en la que Miguel Ángel afirma no saber “dónde se la quiere hacer”, el 21
de enero llega a Roma una planta de San Lorenzo y varias ideas, expresadas gráficamente,
sobre la ubicación de la biblioteca en el interior del complejo laurenziano; el 30, el interlocutor
romano informa a Miguel Ángel que el pontífice “se inclina a hacer la que está orientada a
mediodía”. Clemente VII no quiere intervenir demasiado, con las obras de cimentación, en los
locales de la planta baja destinados a los religiosos, prefiere una cobertura de bóveda para
evitar el peligro de incendios y, finalmente, para evaluar los eventuales trabajos que han de
realizarse en las zonas claustrales, pide un plano de la planta baja. El 19 de febrero, Fattucci
escribe que, como el proyecto anterior supondría que “arriba se echan a perder siete
habitaciones y abajo se ciegan otras siete” (prácticamente “se estropea medio convento”), el
pontífice propone “aquella biblioteca que está hacia la plaza en dirección al barrio de San
Lorenzo” y pide que se averigüe “lo que sacan los clérigos u otros del alquiler de aquellas
tiendas y casas que habría que coger para la biblioteca y cuántas tiendas habría que derruir, para
resarcir del daño a los clérigos”. Dos notas escritas de mano de Figiovanni y un escrito en el
que Miguel Ángel índica las propiedades inmobiliarias que dan a la plaza, demuestran que la
hipótesis fue tomada en consideración. El 10 de marzo, llegadas a Roma otras dos plantas,
Fattucci comunica que el pontífice se muestra favorable a un proyecto que prevé, para la
biblioteca “hacia la plaza”, una longitud de 96 “brazos”, una altura de 6 “brazos” respecto al
nivel de entrada y un techo artesonado. Se le pide una vez más una cobertura de bóveda para
las piezas de la planta inferior y se le comunica que el pontífice “ha pensado, al final de la
biblioteca, dos pequeños estudios, a uno y otro lado de la ventana que está enfrente de la
puerta de entrada. Y en estos pequeños estudios, quiere guardar ciertos libros más secretos; y
también quiere utilizar los que están a uno y otro lado de la puerta”. El día 22 se confirma el
sitio elegido, a pesar de que se admite que la orientación no será la óptima. Finalmente, el 3 de
abril, a un Miguel Ángel que, no muy creíblemente, afirma haber extraviado las cartas hasta
entonces cruzadas, Fattucci le comunica: “Nuestro señor dice que hagáis la biblioteca donde
vos deseáis, es decir, sobre las habitaciones junto a la sacristía vieja; y le gusta mucho vuestra
consideración respecto a la fachada de San Lorenzo”; los pequeños estudios, studioli,
anteriormente previstos, “de seis «brazos» cada uno” irán, dos “al fondo de la biblioteca”, con
“una ventana en medio”, “y los otros dos, a uno y otro lado de la puerta”.
Varios son los dibujos identificados como estudios para la localización de la biblioteca,
objetivo principal de la correspondencia entra la corte papal y Miguel Ángel en los meses de
enero-abril de 1524, periodo en el que se plantean dos propuestas alternativas. La solución a la
que se inclinaba el pontífice a finales de enero, la “orientada al mediodía” (a que se alude en la
carta del 30 de enero), fue luego descartada porque habría comportado excesivas obras en el
convento. En efecto, la planimetría muestra la biblioteca orientada tal como después sería
hecha, pero dispuesta en el lado meridional, en vez del occidental, del claustro principal,
comportando la necesidad de atravesar el claustro menor. La otra propuesta dispone el cuerpo
de la sala de lectura paralelamente a la iglesia. Aunque de la primerísima idea de Miguel Ángel,
que debía prever una ubicación diferente de las obras latinas y de las griegas, no tenemos
ningún testimonio gráfico, se ha identificado un proyecto de ubicación de la biblioteca en la
plaza de San Lorenzo. Esta solución, que, por lo que se dice en la correspondencia, parece
haber sido aceptada el 9 de febrero, no es descartada hasta el 3 de abril, a requerimiento
expreso de Miguel Ángel, en cuanto evidentemente habría interferido en la fachada de la
iglesia.
Resuelta la ubicación de la biblioteca, a partir del 13 de abril se plantea el problema de
los cimientos: sabemos, por la correspondencia mantenida, que Miguel Ángel piensa ensanchar
los muros de la planta inferior en más de un «brazo» florentino y, por tanto, quiere “derruir1o
todo desde el primer techo hacia arriba... y hacer pilastras de piedra por dentro y por fuera de
las habitaciones”, al mismo tiempo que Fattucci insiste en que, “no teniendo que sustentar otra
cosa que el techo [de la biblioteca], no hay necesidad de hacer difíciles y costosos trabajos de
demolición y cimentación. Con el asesoramiento de Baccio Bigio, se elabora entre mayo y junio
la solución estructural que se adoptará en la posterior construcción; en ella, los muros de carga
son sustituidos por contrafuertes exteriores a los que, en el interior, corresponden pilastras; de
este modo, sin embargo, se plantean pesados condicionamientos a la sala de lectura, que no
puede ya ser concebida como articulación de muros sino que ha de ser resuelta en un alternarse
rítmico de ventanas y pilastras cuya cadencia viene determinada por el sistema estático elegido.
Inmediatamente después de la aprobación pontificia, comunicada el 9 de julio, Miguel Ángel
envía presupuestos de gastos, aceptados el 2 de agosto, e inicia la construcción, que de
momento no prevé la bóveda esquifada, aunque se invita al arquitecto a dejar abierta la
posibilidad de añadirla en un segundo momento. El trabajo es supervisado por Baccio Bigio,
para que Miguel Ángel pueda “dedicarse con más comodidad a las estatuas” de la sacristía
nueva, pero -precisa el pontífice al autorizar la construcción- Buonarroti será, en todo caso, el
único responsable de la obra.
En octubre se inician las obras de refuerzo de las estructuras existentes, obras que
continuarán a lo largo de todo el invierno 1524-1525, Fígiovanni (que había critica do en una
carta a Clemente VII la ubicación de la biblioteca, diciendo que se iba a hacer “la biblioteca en
el palomar” pide a principios de octubre informaciones a Miguel Ángel sobre cómo se van a
abovedar las habitaciones que quedan bajo la sala de lectura, y el 6 de noviembre le comunica
que “se han puesto algunas de aquellas piedras fuertes de las pilastras”. En enero de 1525 son
registrados diversos pagos por las obras de demolición y cimentación; en febrero llega la piedra
“para una ventana de la biblioteca”; en abril se están levantando los muros
longitudinales. EI 12 de abril son aprobados por Clemente VII “los dibujos de las ventanas...
por dentro y por fuera, y también los tabernacoli interiores sobre las ventanas”.
En la carta del 12 de abril es aceptada la propuesta de Miguel Ángel de hacer, en lugar
de las dos escaleras pensadas un año antes y aceptadas por el pontífice el 29 de abril de 1524,
una sola “que cogiese todo el vestíbulo”; el pontífice, sin embargo, “dice que al fondo de la
biblioteca no quiere capilla, sino que haya una biblioteca secreta para guardar ciertos libros más
valiosos que los otros».
Hasta el 10 de noviembre no llegan a Roma algunos “dibujos de la pequeña biblioteca”,
que el pontífice acepta y “quiere que sea hecha como... ha sido diseñada”, dando orden a
Giovanni Spina de adquirir la casa adyacente de Ilarione Martelli, que ha de ser en parte
demolida para hacer posible su construcción. Todavía el 3 de abril de 1526, a una demanda de
Miguel Ángel de “abandonar la pequeña biblioteca para poder hacer el muro entre el vestíbulo
y la sala de lectura”, Clemente VII manda responderle que considere “como si la pequeña
biblioteca estuviese ya hecha: la cual quiere que se haga nada más acabar el vestíbulo”. Sólo,
pues, la detención de los trabajos, coma consecuencia de los acontecimientos de 1527-1530,
condenó a la condición de lo «no-acabado» la extraordinaria idea miguelangelesca que debía
constituir el episodio conclusivo de la larga sala de lectura, en relación formal con el fuerte
«prólogo» del vestíbulo.
La capilla a situar al final de la sala de lectura, que ha de identificarse con “la añadida al
fondo de la biblioteca” -citada por Fattucci en la carta del 2 de agosto de 1524-, estaba
conformada por un espacio rectangular coronado por una cúpula ovalada, sostenida por
pilastras en los ángulos a las que se añaden otras dos pilastras en los lados. La habitación de los
libros valiosos presentaría una planta triangular, con hornacinas y columnas en los ángulos,
cuyas paredes no presentan ninguna abertura, siendo la luz recibida únicamente desde el techo
a través de aberturas circulares.
Poco antes de noviembre de 1525, Miguel Ángel escribe a Roma diciendo que “está
resuelto a hacer el vestíbulo”; en la misma fecha, Clemente VII objeta al proyecto de Miguel
Ángel que “las ventanas en el techo con aquellos ojos de vidrio en la cubierta”, aunque “cosa
bella y nueva”, son de muy difícil mantenimiento, puesto que “sería necesario pagar a dos
frailes de los Iesuati que no se ocupen de otra cosa que de limpiar el polvo”. El 23 de
diciembre, Clemente VII encarga decir que “levantando el muro dos «brazos» para hacer las
ventanas”, como propone Miguel Ángel, hay que verificar “si aguantará el peso y no dañará la
construcción”. El 20 de enero de l526, el Piloto, en carta a Miguel Ángel desde Venecia, dice
haber oído “que se ha empezado a poner 1os cimientos del vestíbulo”. Wittkower, al
reproducir las viejas fotografías anteriores a la restauración de acabado de la fachada del
vestíbulo, ha hecho notar cómo antes de esta restauración era todavía bien visible la altura
añadida de casi un metro.
También para el proyecto del vestíbulo conocemos una serie de estudios fácilmente
datables, gracias a la abundante correspondencia entre el artista y quien le ha hecho el encargo.
Pues sabemos que, a finales de abril de 1524, Clemente VII acepta la idea de una escalera con
doble rampa. En los doce meses siguientes, hasta abril de 1525, son datables varios proyectos:
la solución más simple prevé dos rampas, adosadas a las paredes este y oeste, que conducen a
un rellano adosado al lado meridional adyacente a la sala de lectura; la pared oeste del vestíbulo
es imaginada todavía muy semejante a la de la sala de lectura, lo que comporta obvios
problemas por la excesiva altura del basamento, que viene a ser de cerca de 6 «brazos», igual
que el desnivel que ha de salvar. En otra propuesta, quizá para dejar más espacio a la partición
arquitectónica de las paredes este y oeste y reducir la altura del basamento, Miguel Ángel piensa
dividir los cerca de tres metros en varias partes: las dos rampas acaban en rellanos laterales,
desde los cuales, subiendo cuatro escalones, se llega a un rellano central que conduce, tras
otros tres escalones, a la entrada de la sala de lectura.
Las dificultades para, en presencia de dos rampas de escalera, llegar a un tratamiento
unitario de las cuatro paredes, deben haberle parecido insalvables, hasta el punto de que, en
abril de 1525, Miguel Ángel propone una sola rampa que ocupe todo el espacio central del
vestíbulo, liberando de este modo las paredes laterales. De este modo, Miguel Ángel puede
concentrarse en la solución del problema inmediatamente sucesivo. En efecto, manteniendo la
altura total del vestíbulo -con cubierta de bóveda- igual a la de la sala de lectura -con cubierta
plana-, el orden principal del vestíbulo ha de ser necesariamente más bajo, hasta el punto de
implicar una diversidad de modulación (es éste el período en que Miguel Ángel estudia también
la sala de los libros valiosos, que le plantea un problema análogo): al no estar la escalera
adosada a las paredes laterales, se proponen pares de columnas parcialmente encajadas en el
muro; a sus lados, pilastras flanqueando hornacinas salientes en forma de tabernáculo; y, en la
zona más alta, aberturas circulares que garanticen la iluminación. En un estudio para el
basamento se prevé el par de columnas encajadas, lo que supone una cobertura de bóveda. La
que será la solución final presenta ménsulas de volutas y recuadros encajados bajo los edículos.
Rechazada por Clemente VII, en noviembre de 1525, la propuesta de abolir el plano
superior, desplazando las aberturas circulares al techo -evidentemente planteada para permitir
un mayor desarrollo en altura del orden principal-, Miguel Ángel acepta la contrapropuesta de
aumentar en dos «brazos» la altura del cuerpo del vestíbulo, renunciando así a la unidad
exterior del conjunto de la construcción; la elección en favor de una cobertura plana, en vez de
la más embarazosa de bóveda, permite aumentar aún más la altura, que, en cualquier caso, debe
estar totalmente definida en enero de 1526, en el momento de iniciar la obra de cimentación.
La datación más tardía de los dibujos relacionados con la ventana del plano superior del
vestíbulo (diciembre de 1525 y los primeros meses de 1526, o incluso 1532-1533 comporta
obviamente reconocer que, en el momerito de la partida de Miguel Ángel de Florencia,
ninguna de las cuatro paredes del vestúbulo podía estar terminada.
El 17 de julio de 1526, Fattucci informa a Miguel Ángel que el pontífice “no quiere que
por ahora se gaste tanto en la biblioteca, y quiere que se reduzcan dos tercios del gasto
mensual”; el 12 de octubre le comunica que “del palco de la biblioteca, por ahora no quiere
hacer nada”, aunque, asegura el 4 de noviembre de 1526, el hacer que los trabajos vayan más
lentos “no lo causa la voluntad sino las ocupaciones y los problemas en que se ha encontrado y
se encuentra Su Santidad”; los problemas, de carácter económico en l526, se convierten en
problemas políticos, primero, con el saqueo de Roma y, después, con la experiencia
republicana de Florencia.
A mitad de 1526 está ciertamente definida la puerta de entrada de la sala de lectura
cuyo dibujo es aprobado el 17 de abril del mismo año; han sido colocadas al menos cinco
columnas del vestíbulo, Miguel Ángel asegura poder completar los edículos en cuatro y está
casi acabada la sala de lectura, a excepción del techo, el pavimento, el mobiliario de madera y
los vitrales.
Inmediatamente antes de partir para Roma, en agosto de 1533, Miguel Ángel encarga a
los entalladores Battista del Cinque y Ciapino los bancos de lectura, pensados desde agosto de
1524 “no como simples muebles, sino como un elemento necesario, integrante de la estructura
arquitectónica”. Según la Ricordanza de Figiovanni, poco antes de la muerte de Clemente VII,
en septiembre de 1534, seis carpinteros estaban trabajando en la construcción de los bancos y
otros seis tallando los paneles del techo, cuyo proyecto estaba definido desde abril de 1526; el
palco fue termina- do, en cualquier caso, después de 1537, ya que lleva el escudo de Cosme I.
El pavimento de la sala de lectura fue hecho, entre 1549 y 1559, por Santi Buglioni
sobre dibujo de Tribolo, que “hizo repasar todo el palco y el techo” (Vasari); en los vitrales
constan la fechas 1558 y 1568. En torno a 1533-1540 el vestíbulo aparece completo, a
excepción del plano superior, todavía con el muro desnudo. El 30 de agosto de 1533, MigueI
Ángel encarga a cinco canteros el entallamiento de cornisas de puertas y la escalera, según un
modelo en arcilla descrito en el contrato. Por algún motivo, la escalera quedó sin hacer, en
ausencia de MigueI Ángel, y Vasari, 1568, recuerda que “en tiempos de Pablo Tercero”,
Tribolo fue a Roma, por encargo de del duque Cosimo, para persuadir a Miguel Ángel que
volviera a Florencia a completar la sacristía nueva y la Biblioteca Laurentina. Ante su negativa,
2preguntó... por la escalera de la biblioteca de San Lorenzo, de la cual Miguel Ángel había
hecho hacer muchas piedras; y no había ningún modelo ni certeza sobre la forma, y, aunque
había signos en el suelo en un pavimento de ladrillo y otros bocetos de tierra, su propia y
última resolución no se encontraba”. Miguel Ángel, asumiendo una actitud que se hará
inquietante, “no respondió nunca otra cosa sino que no se acordaba”. Al no disponer “ni de
medidas, ni de ninguna otra cosa”, Tribolo abandonó la obra poco antes de mitad del siglo,
“cuando había puesto cuatro escalones” (Vasari). A Vasari, que pide también aclaraciones por
encargo del duque, Miguel Ángel le responde el 26 de septiembre de 1555 no menos
evasivamente, pero dando alguna idea: “Sobre la escalera de la biblioteca... creedme que, si yo
pudiera recordar cómo la había ordenado, no me haría de rogar. Me vuelve claro a la mente
como un sueño de una escalera, pero no creo que sea precisamente la que yo pensé entonces,
porque la que me viene a la mente es una cosa torpe y sin gracia; a pesar de ello, la describiré
aquí: o sea, como si yo cogiera una cantidad de cajas aovadas, todas de un palmo de fondo
pero desiguales en longitud y anchura; y la mayor la pusiera la primera sobre el pavimento, tan
lejos del muro de la puerta cuanto quisiera que la escalera fuese suave o brusca, y pusiera otra
sobre ella que fuese menor por todos los lados y que avanzase sobre la primera tan despacio
como necesita el pie para subir, disminuyéndolas y retirándolas hacia la puerta entre una y otra
siempre lo necesario para subir, y que la disminución del último escalón lo haga igual al vano
de la puerta; y dicha parte de escalera aovada tenga como dos alas, una de un lado y otra de
otro, que tengan los mismos escalones pero no aovados. De esto, sirva la parte del medio para
el señor; del medio hacia arriba de dicha escalera y los recodos de dichas alas vuelvan al muro;
de la mitad hacia abajo, hasta el pavimento, todo el conjunto de la escalera esté separado del
muro tres palmos aproximadamente, de modo que el basamento del vestíbulo no esté ocupado
por ningún lado y queden libres todas las caras. Yo escribo cosas de risa; pero bien sé que vos
encontraréis cosas que os sirvan” (citada en Vasari, 1568). Tres años después, el 16 de
diciembre de 1558, habiéndole pedido consejo Bartolomeo Ammannati “sobre una cierta
escalera que se ha de hacer en la biblioteca de San Lorenzo”, prepara “un boceto pequeño de
arcilla, como me parece que se la puede hacer”. EI modelo es enviado a Florencia el 13 de
enero de 1559, acompañado de una carta en la que Miguel Ángel explica que “he tenido que
inventarlo, recordándome que lo que había proyectado estaba aislado y no se apoyaba más que
en la puerta de la biblioteca. Me he ingeniado para mantener la misma forma, y las escaleras a
ambos lados de la principal no quisiera que tuvieran balaustrada como la principal, sino cada
dos escalones un asiento, como queda apuntado”. En cuanto al material del que ha de hacerse
la escalera, sería mejor “que se hiciera de madera, o sea, de un buen nogal, que estaría mejor
que de piedra y más en consonancia con los bancos, con el palco y con la puerta”. Al dar inicio
a la obra llevada por Ammannati, el 22 de febrero de 1559, el duque ordena «que la escalera sea
hecha de piedra y no de madera”. La biblioteca, casi acabada, es abierta al público en junio de
1571; el techo del vestíbulo y la ordenación, no terminada, del exterior de este cuerpo de la
biblioteca son fruto de una restauración de acabado, arbitraria y nada brillante, de los primeros
años del siglo XX.

S-ar putea să vă placă și