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LAS CONTRADICTORIOS ROLES DE LOS MEDIOS DE

COMUNICACIÓN EN LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA.

EL CASO DE EL SALVADOR.

Miguel Huezo Mixco


Caracas, marzo, 2004
El obispo Oscar Romero, instantes después de recibir el disparo mortal, el 24 de marzo de
1980, en la capilla del hospital Divina Providencia.
Dirigentes guerrilleros y periodistas. De izquierda a derecha, Comandante Eduardo,
Periosdista René Hurtado, Cmte Sanchez Ceren Vicepresidente electo, Periodista Raul
Beltran, Periodista no identificado, Cmte Ferman Cienfuegos, Cmte Salvador Guerra,
Camarografo Ricardo Gonzales, Periodista René Tobar y el ahora presidente electo, Mauricio
Funes (a la derecha, barbado). Octubre de 1987.
La historia salvadoreña del siglo XX se partió en dos por un crimen, un
horrendo crimen. Algunos de ustedes quizás no conocen esta historia.
Contárselas me tomará menos de un minuto. Al atardecer del día 24 de marzo
de 1980, Oscar Romero, el arzobispo de San Salvador, oficiaba misa en la
pequeña capilla de un hospital para enfermos de cáncer. Corrían días terribles.
Casi a diario se producían choques entre movilizaciones populares y las fuerzas
de seguridad. Los “escuadrones de la muerte” secuestraban y asesinaban a
activistas sociales.

Un francotirador se había aproximado furtivamente a unos treinta metros del


altar donde Romero celebraba la misa1. En el momento del ofertorio, cuando el
obispo extendió uno de sus brazos hacia el cáliz, el hombre apretó el gatillo. El
disparo le pegó en el pecho y le destrozó una arteria provocándole una masiva
hemorragia interna. Una enfermera de turno en el hospital intentó una
transfusión de emergencia, sobre el piso del altar, pero las venas se le habían
cerrado por la falta de sangre. Minutos después murió2.

Aquel disparo marca el comienzo de la guerra civil salvadoreña. Comúnmente


se dice que la guerra de El Salvador, que cobró la vida de más de 80 mil
personas, comenzó con la primera gran ofensiva guerrillera de enero de 1981.
Yo prefiero decir que la guerra comenzó en realidad con el crimen de Oscar
Romero.

El homicidio de este respetado obispo va servirnos como un hilo que nos


ayudará a desarrollar el tema para que he venido a este encuentro: hablar de
los complejos y contradictorios roles que jugaron en El Salvador los periódicos,
la televisión y la radio en los últimos veinticinco años.

Mi exposición está dividida en tres partes. La primera, describe la manera en


que los medios de comunicación --más concretamente, los propietarios y los
periodistas, pero también los dirigentes políticos y los propagandistas--

1
Gibb, Tom: Was the CIA to blame?, The Guardian, London, 2000.
2
Brokman, James R.: La palabra queda, UCA Editores, San Salvador, 1985.
ayudamos a empujar a El Salvador a la peor de todas las guerras que hemos
vivido. La segunda parte, describe cómo en la guerra misma comenzaron a
abrirse, con enormes costos en vidas y bienes, nuevas maneras de entender el
ejercicio del periodismo. La tercera, intenta interrogar sobre la conducta de los
medios en la realidad salvadoreña de posguerra.

Antes de seguir contándoles la historia de aquel crimen, quiero advertirles que


intentaré problematizar las versiones edificantes sobre el pasado reciente que
circulan en torno a los avances democráticos de El Salvador. Con frecuencia se
cita a mi país como un modelo que debe imitarse. Se dice con frecuencia, y con
razón, que en el caso salvadoreño un conflicto sangriento, que se venían
enconando en lo más profundo de la sociedad desde hacía décadas, consiguió
resolverse pacíficamente. Desde el fin de la guerra han pasado trece años. Si
pensamos que la configuración nacional tiene poco más de ciento noventa años,
los trece años de paz no son un tiempo despreciable. De hecho, forman parte del
ciclo de gobiernos civiles más largo que hemos conocido en nuestra historia.
Además, nunca antes, como ahora, los militares habían pasado a un rol
subalterno3.

A estas alturas, por respeto a los miles de hombres y mujeres que perdieron la
vida, y a los otros miles que fueron heridos, y a los otros miles que padecieron
el dolor de las pérdidas, no podemos menos que sentir una mezcla de orgullo y
de vergüenza por los terribles costos que tuvimos que pagar para poder
alcanzar un nivel de convivencia que, en muchos sentidos, todavía dista de ser
aceptable. En El Salvador de nuestros días se comete un promedio de seis
homicidios diarios, lo que representa una de las tasas más altas de violencia en
toda América Latina. Pero no sólo eso: en los cuadros de los analistas, la curva

3
Huezo Mixco, Miguel: El tercer ejército: Desafíos del ejército salvadoreño en la post guerra. San Salvador:
Tendencias/CRIES, 1997.
de la violencia en la posguerra aparece tanto o más empinada que en los años
más duros del conflicto4. Nuestra realidad, pues, sigue siendo escalofriante.

***

Volvamos rápidamente al 24 de marzo de 1980. Esa tarde, en la capilla del


hospital la Divina Providencia, las circunstancias habían construido un
microcosmos en el que se presentan algunas piezas claves del periodismo de
aquellos años. Romero celebraba la misa de aniversario de la muerte de Sara
Meardi de Pinto, madre del empresario y periodista Jorge Pinto. Jorge Pinto,
descendía de una de las familias salvadoreñas con más tradición y arraigo en el
periodismo salvadoreño. Sus antecesores fundaron el Diario Latino a finales del
siglo XIX. Pinto era el propietario del diario El Independiente. Este periódico
venía enfrentándose en los últimos meses con el poder del gobierno, integrado
por una alianza entre el Partido demócrata cristiano y los militares. También
se enfrentaba con las familias más poderosas del país a quienes
responsabilizaba de la pobreza de la mayoría de salvadoreños. Jorge Pinto era
tildado como “comunista”. Su periódico sufrió al menos dos ataques con
bombas. Él mismo había recibido numerosas amenazas de muerte. Cuando
sonó aquel disparo, algunos amigos corrieron a protegerlo pensando que el
atentado iba dirigido contra su persona.

Muy cerca de Pinto se encontraba también el periodista Napoleón González,


director de otro combativo diario, La Crónica. González, al igual que Pinto,
soportó todo tipo de presiones por parte del gobierno. La organizaciones
sociales, que marchaban por las calles con armas y bombas caseras, tenían en
La Crónica casi el único espacio donde podían publicar sus manifiestos y
denuncias. Su Jefe de Redacción era Jaime Suárez, un poeta y combativo
editorialista, que fue secuestrado por un “escuadrón de la muerte” en la
cafetería a la que iba todas las tardes a reunirse con sus amigos literatos. El

4
Cruz, José Miguel: “Violencia y democratización en Centroamérica: el impacto del crimen en los regímenes
de posguerra”, en Aportes para la convivencia y la seguridad ciudadana, PNUD, San Salvador, 2004. Este
estudio aporte una perspectiva regional del fenómeno.
cadáver de Suárez fue encontrado después en la ribera del Lago de Ilopango, en
las afueras de San Salvador, con evidentes señales de que fue sometido a
torturas indescriptibles.

La tarde del crimen contra Romero, estaba presente también Eulalio Pérez,
fotoperiodista de la agencia internacional Prensa Unida (UPI)5. Pérez cumplía
una tarea de rutina: hacer fotos del obispo para mandarlas a la agencia para la
que trabajaba. Las únicas imágenes del asesinato del obispo, desplomado sobre
su espalda manando sangre por la nariz y la boca, pertenecen a Pérez. Pérez
estaba en el lugar correcto a la hora correcta. Después del disparo y en medio
de la confusión, hizo lo que tenía que hacer: tomar las fotografías. Las
religiosas del hospital lo retuvieron por algunas horas temiendo que se tratara
de un agente del gobierno.

El día antes del asesinato fue domingo. Ese día, el obispo había pronunciado en
la catedral de la capital su célebre sermón en donde les ordenaba a los soldados
y a los policías que no siguieran disparando contra su mismo pueblo. La parte
final del sermón dice:

“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de


Dios... Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla... Ya es tiempo de que
recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la
orden del pecado (...) En nombre de Dios, pues, y en nombre de este
sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más
tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese
la represión...!”6.

Muchos entendieron este mensaje como un llamado a la sedición dentro del


ejército. Por su enorme incidencia social, Romero era visto por muchos sectores
como un tipo de peligro. Entre estos no solamente estaba la ultraderecha, ni
sólo el gobierno militar-demócrata cristiano. Sus homilías no eran recogidas en
los periódicos. Las poderosas empresas de televisión no tenían programas de

5
Rosales, Metzi y Contreras, Claudia: “El juicio más difícil del siglo XX”, Enfoques, revista de La Prensa
Gráfica, San Salvador, 20 de marzo de 2005.
6
Oficina de Canonización de Monseñor Romero: http://www.romeroes.com/ .
noticias con una línea editorial plural. La caja de resonancia de Romero, que
era llamado “la voz de los sin voz”, fue una modesta emisora que transmitía en
frecuencia AM, la YSAX, propiedad de la Iglesia católica, que alcanzó altísimos
niveles de audiencia.

De esta manera, tenemos una parte del cuadro de los medios de prensa en
aquel aterrorizado país. Primero, la extraordinaria personalidad de Romero,
que, paradójicamente, se expresaba a través de medios muy modestos. Y,
segundo, dos periódicos independientes extremadamente vulnerables,
producidos en imprentas anticuadas y en papel de mala calidad.
Efectivamente, meses más tarde, Jorge Pinto y Napoleón González, cerraron
sus periódicos. La emisora del arzobispado también sufrió atentados. En pocas
palabras, a finales de 1980 las voces independientes estaban literalmente
exterminadas. Toda esa épica del periodismo independiente ha sido muy
borrada.

Lo que siguió podría describirse como una articulación de los más importantes
medios de comunicación al lado de las campañas del poder establecido. El
asunto no es nuevo. Una de las características del periodismo salvadoreño en el
siglo XIX fue el “doctrinarismo político”. Los periódicos, dice un respetado
historiador, eran “baluartes de la lucha por el poder”7.

Esa historia, ¿habrá comenzado a cambiar?.

Un grupo de universitarios ha realizado un estudio sobre el tratamiento que


hizo de las noticias nacionales el mayor rotativo del país, La Prensa Gráfica8
antes y después de la guerra. Este periódico hizo modificaciones evidentes
inmediatamente después de la firma de la paz, en 1992. Del examen se
concluye que el periódico, durante el conflicto, privilegió la versión oficial de los
hechos y contribuyó a “borrar de la historia los sectores de oposición”. Uno de

7
López Vallecillos, Ítalo: El periodismo en El Salvador, Editorial Universitaria, San Salvador, 1964.
8
Guzmán Martínez, Carmen Virginia, y otros: “Influencia de la finalización del conflicto armado en las
connotaciones generadas en las noticias nacionales de La Prensa Gráfica”. UCA, San Salvador, 1995. La tesis
estudia el universo de noticias durante ocho semanas durante el periodo de guerra y ocho de la posguerra.
los giros más notables del tratamiento noticioso se produjo en las connotaciones
de la Fuerza Armada. El ejército apareció invariablemente como defensor de la
ciudadanía contra la agresión terrorista del comunismo internacional --una
fórmula que algunos siguen utilizando en nuestros días. Después de la firma de
la paz, el periódico comenzó a abrir espacio a los severos cuestionamientos
hacia el rol de los militares.

En general, muchas de las informaciones relacionadas con la guerra que


publicaban los grandes periódicos, tenían como fuente exclusiva los partes y los
boletines del gabinete de prensa del ejército. Los medios, como gustábamos
decir, no eran “el cuarto poder” sino “la cuarta pata del poder”.

Voy a hacer una confesión que ojalá no empañe mi credibilidad ante un foro tan
distinguido. Yo fui un propagandista, primero de las organizaciones obreras y,
luego, del movimiento armado, por más de diez años. Luego, firmada la paz,
tras mi renuncia al FMLN, participé en dos proyectos de periodismo
independiente. Pues bien, el día del entierro de Monseñor Romero yo estaba en
medio de aquella multitud, con una cámara fotográfica en mano. Quise
registrar la impresionante escena de la plaza Barrios repleta de miles de
hombres y mujeres congregados para decir su último adiós al obispo. Con
dificultad, me abrí paso hasta el balcón de la catedral, y allí pude ver el
momento que varios francotiradores, apostados en lo alto del Palacio Nacional,
abrieron fuego contra la multitud. Aquella estampida dejó numerosas personas
muertas. Al día siguiente, los periódicos publicaron la versión del gobierno, que
aseguraba que los “terroristas” habían intentado robar el cadáver de Romero.
Aquella versión fue tomada como una verdad por la prensa de aquellos días. Es
triste reconocer que ahora se emiten juicios negativos para los actores
intelectuales y materiales del asesinato de Romero, pero casi nadie se detiene a
examinar la manera en que los grandes medios contribuyeron a la mentira.

Por otra parte, las organizaciones sociales conocían bien el papel de la


propaganda, las organizaciones armadas salvadoreñas también desarrollaron
verdaderas estrategias de construcción de medios de propaganda. Por algunos
meses estuve junto con otros escritores de mi generación en la publicación de
una revista internacional sobre la lucha revolucionaria salvadoreña. Luego,
participé en el montaje y operación de una de las dos estaciones de radio de la
guerrilla salvadoreña. Naturalmente, nuestras radioemisoras, la radio
“Venceremos” y la radio “Farabundo Martí”, tampoco eran medios
independientes. Nuestro trabajo consistía en difundir desde las zonas de
guerra, los éxitos militares y los hechos de represión que se cometían por parte
del ejército. La única fuente que usábamos para nuestras informaciones eran
los partes de las jefaturas militares. No se ha hecho todavía un estudio sobre el
lenguaje de la propaganda del movimiento armado, pero no creo estar lejos de
la verdad si digo que había un tono triunfalista y confrontativo. Debo añadir,
rápidamente, que aquellos medios nunca se presentaron como “imparciales”,
sino como armas de combate político y herramientas para romper la
desinformación. La matanza de más de 700 campesinos, muchos de ellos niños,
cometida en diciembre de 1980 por el coronel Domingo Monterrosa en el caserío
El Mozote, se conoció en parte gracias a las transmisiones de radio
“Venceremos”.

Como vemos, en la guerra de El Salvador, los medios de comunicación fueron


piezas claves del enfrentamiento mortal por la conquista o la defensa del poder.

Este acontecimiento me lleva directamente a la segunda parte de mi charla: el


surgimiento de medios separados de la confrontación y el papel de la prensa
internacional. Regresemos al atardecer del 24 de marzo. Como recordarán,
entre los asistentes a la misa de Sara de Pinto se encontraba, de manera
providencial, un fotoperiodista que trabajaba para una agencia internacional
de prensa. Gracias a él, las imágenes del asesinato se difundieron casi de
inmediato por el mundo entero. De hecho, en el cuadro que hemos fabricado en
torno al crimen de Romero, Eulalio Pérez encarna el rol que tuvo una parte de
la prensa –en este caso, la prensa internacional--- en la difusión de
acontecimientos que ayudaron, primero, a modelar una imagen sobre el
conflicto que no siempre coincidía con la que difundían las partes enfrentadas;
en especial, contradecía las versiones oficiales sobre los acontecimientos.
Segundo, introdujo una mística y una nueva manera de entender el ejercicio del
periodismo en el conflicto armado.

La mística quizá no era tan novedosa. Los redactores de los periódicos


opositores fueron verdaderos mártires en el ejercicio de sus deberes
profesionales. Algunos de estos periodistas fueron asesinados, otros huyeron y
unos pocos encontraron espacio al lado de los cazadores de noticias que llegaron
a El Salvador.

La guerra salvadoreña ejerció una enorme fascinación en periodistas de todo el


mundo. Uno de esos legionarios de la prensa fue el colombiano Javier Darío
Restrepo. Sus experiencias en El Salvador están recogidas en su libro Testigo
de seis guerras9.

“La guerra interna de El Salvador –dice-- había terminado por crear las
fórmulas, los gestos de una liturgia popular de la muerte, en la que el
dolor y una rabiosa esperanza se confundían en una explosiva mezcla
que mantenía a aquella nación en estado de pre-revolución, algo así como
si sus volcanes, de repente, hubieran entrado en ebullición”.
Estos periodistas eran una mezcla de héroes y aventureros dispuestos a jugarse
la vida en medio del fuego cruzado. Junto a ellos estaban también los
periodistas salvadoreños que trabajaban con agencias internacionales. Ellos
enseñaron a balancear las informaciones con la consulta de fuentes y le
abrieron espacio a otras versiones sobre lo que ocurría en el país, especialmente
en el decisivo terreno de la opinión pública de los Estados Unidos. Además,
mostraban un coraje increíble a la hora de contar lo que habían visto. El saldo
de su trabajo dejó casi una veintena de periodistas muertos, entre salvadoreños
y extranjeros, a manos de las fuerzas militares gubernamentales.

9
Planeta Colombiana, Bogotá, 1986.
Los artículos del norteamericano Mark Danner para The New Yorker en
relación a la mencionada matanza en El Mozote, produjeron impacto en la
prensa y en círculos de tomadores de decisiones en Estados Unidos10. Efectos
similares se derivaron de los reportes de Tom Gibb, corresponsal de la BBC,
uno de los primeros en publicar impactantes revelaciones sobre la existencia de
los “Escuadrones de la Muerte”.

No sé si entre nosotros hay alguno que crea de manera piadosa en la


“imparcialidad” de los medios de comunicación. El periodismo, desde que existe,
tiene el derecho de ser político. No se le puede reprochar a un medio de
comunicación por tomar posición frente a acontecimientos que impactan la vida
social. Es más, lo deseable es que lo haga. No se puede ser imparcial ante un
caso corrupción de fondos públicos, ni ante la manera irresponsable en que un
gobierno local maneja la basura, o ante una matanza o frente a las violaciones
a la ley. El problema que ocurrió en El Salvador no es que la prensa hiciera
política, sino que el pensamiento de los empresarios de medios y sus
intelectuales “orgánicos”, se sumara al intento de poner fin a cualquiera otra
política que no fuera la de los sectores más conservadores. Los medios se
sumaron a la consigna de “aniquilar al enemigo”. Vivimos un periodo de mucha
intolerancia que ojalá no vuelva a repetirse. Ninguno puede sentirse
completamente orgulloso de aquellos eventos. Ni siquiera la prensa, que a
menudo intenta colocarse como un observador imparcial.

Con la negociación y la firma de la paz, en 1992, El Salvador vivió un cambio


político estructural. La reforma constitucional fue uno de esos cambios claves.
En el pasado, la Constitución y las leyes habían sido una trinchera de los
grupos dominantes para negarse a cualquier cambio. Permítanme insistir en
este punto. La nueva legislación, por primera vez, subordinó la Fuerza Armada
al Órgano ejecutivo. Para la sociedad salvadoreña este es uno de los cambios
más importantes de toda su historia. Esto posibilitó una nueva manera de

10
Danner, Mark: The Massacre at El Mozote, Vintage Books, New York, 1994.
distribuir el poder en la sociedad. Naturalmente, esto debía encontrar una
forma de expresión en el terreno de la comunicación. Apenas comenzaba la
transición a la democracia, y el intelectual Salvador Samayoa (que formó parte
del equipo negociador de la paz por parte del FMLN), advertía:

“No estoy seguro que haya otro país de América Latina que tenga el nivel
de libertad de expresión (de El Salvador) y no es fortuito, sino que ya es
parte de una cultura nueva de libertad de expresión que no existía”11.
En efecto, se experimentó una apertura inédita: los grandes medios
periodísticos llevaron a sus páginas editoriales escritores de izquierda; y se
amplió la agenda informativa en la prensa y la televisión hacia temas que
habían sido prohibidos en el pasado. Una publicación emblemática del periodo
de transición es la revista independiente Tendencias, integrada por
intelectuales que habían regresado del exilio. También se fundó el semanario
Primera Plana, una publicación pionera en la apertura a la investigación
periodística de fondo. Había, sin duda, razones para el entusiasmo.

Por esos mismos años, el periodista Mauricio Funes advertía, sin embargo, la
existencia de ciertos mitos sobre la democratización de los medios. Uno de ellos
es, precisamente, el de la libertad irrestricta para informar. En realidad, existe
un conflicto de intereses entre independencia editorial y la búsqueda de
rentabilidad. Para este periodista, las millonarias cuentas publicitarias
restringen la autonomía de los periodistas ante las fuentes y los hechos. Este
conflicto, asegura, “ha minado las posibilidades de conquistar una autonomía
creciente de los medios frente a las fuentes de información y (...) frente a los
grupos de poder en la sociedad”12. Para Funes, lo que ha cambiado, pues, es “el
contenido de la exclusión”. Los dirigentes de la oposición dejaron de ser
excluidos como en el pasado, pero en su lugar los excluidos son ahora quienes

11
Samayoa, Salvador: “Un cambio político estructural”, Tendencias No. 36, San Salvador, diciembre-enero
1995.
12
Funes, Mauricio: “Medios y transición democrática en El Salvador”, Tendencias No. 40, San Salvador,
mayo, 1995.
“denuncian la corrupción y revelan los entretelones del poder, poniendo en
riesgo la inversión publicitaria”.

Las problemáticas de los medios en la actualidad, el tema de la tercera y última


parte de mi intervención, son complejas. Las circunstancias que rodearon el
despido de Mauricio Funes de TV Doce, nos ayudarán a ilustrar los desafíos y
los contradictorios roles de los medios.

Hasta el pasado 18 de febrero, Funes era el Director Informativo de ese Canal,


fundado durante la guerra. Esta televisora privada ha mantenido una posición
consistente en abrir el debate hacia temas espinosos, una posición que el estilo
polémico y, en muchos sentidos brillante, de Funes ayudó a consolidar. Por
ejemplo, el canal levantó serias dudas sobre la eficiencia y la limpieza con que
se manejaron los recursos de la cooperación internacional para las víctimas del
terremoto de enero de 2001. La respuesta del gobierno fue cerrar la llave de la
publicidad, a lo que se unieron algunas empresas privadas. En mayo de 2001,
Jorge Zedán, propietario del 25% de las acciones de TV Doce, reconoció una
pérdida de entre 220,000 y 350, 000 dólares, de lo cual responsabilizó
directamente al gobierno del presidente Francisco Flores. De acuerdo con
Zedán, altos funcionarios del gobierno recibieron órdenes específicas de no
acudir a las entrevistas de Canal 1213.

Dos años más tarde, el 24 de marzo de 2003, fue clausurado el programa "Sin
Censura". Funes atribuyó este hecho a nuevas presiones del gobierno.
Sintomáticamente, ese mismo día, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
concluía en San Salvador su asamblea de medio año, y, en el mismo hotel, la
Asociación Internacional de Radiodifusores (AIR) cerraba la reunión anual de
su consejo directivo. Los tres periódicos locales miembros de SIP -La Prensa
Gráfica, El Diario de Hoy y El Mundo- habían dedicado numerosas páginas a
esas reuniones exaltando los valores de la libertad de prensa y de expresión.

13
López, Jaime: “El Salvador: Defensa Fragmentada de la Libertad de Expresión”, 17 abril 2003.
www.libertad-prensa.org
Igual relevancia ofrecieron a las referidas reuniones las radios y televisoras
miembros de la Asociación Salvadoreña de Radiodifusores (ASDER). A pesar de
todo esto, ninguno de ellos se pronunció contra el cierre de Sin Censura14.

El despido de Funes ha sido uno de los asuntos más controversiales


relacionados con la libertad de expresión en la posguerra. Para el periodista
Paolo Luers, el Canal 12, que durante la guerra se constituyó, con “grandes
riesgos y sacrificios, como un espacio periodístico crítico e independiente, se
transformó bajo la dirección de Mauricio Funes en un noticiero con tendencia
partidista” favorable hacia el FMLN15. La polémica apenas está comenzando.

Algunas personas consideran que el país se está enfrentando a dos terribles


desafíos: por un lado, una mayor polarización política; por otro: a una espiral de
violencia y criminalidad. La violencia está siendo de nuevo la gran protagonista
de las agendas de los medios. Ambas presentan un cuadro que amenaza la
incipiente democracia salvadoreña. Es cierto que El Salvador de hoy no es el
país de los días de Oscar Romero. En lo que se refiere a los medios, existen
cinco periódicos de alcance nacional. Cada uno de los dos mayores periódicos
realizan tiradas diarias de 100 mil o más ejemplares. Funcionan más de 100
emisoras radiales, de las cuales una tercera parte posee programas de noticias.
Las más importantes se encuentran formando parte de redes empresariales con
amplia cobertura nacional. Desde hace diez años, existe una red de radio
comunitarias cuya influencia se circunscribe casi exclusivamente a ex zonas
donde la guerrilla tuvo apoyo social. En televisión existen ocho canales locales.
Tres de ellos, los más importantes, están integrados en un corporación. Con
ellos compite, un agresivo sistema de señal por cable. En el interior del país
también han surgido al menos cuatro canales con un radio de influencia muy
local. Existen al menos tres iniciativas independientes de publicaciones
periódicas por Internet, dentro de las que destaca El Faro.net. Aunque no
podemos sentirnos conformes, tenemos que reconocer un avance significativo en
14
Ibid.
15
Luer, Paolo: “Nadie es imprescindible”, www.elfaro.net. San Salvador, 21 de marzo - 27 de marzo de 2005
la proliferación de medios. Esto no es todo, el incipiente periodismo
investigativo que ha venido jugando un creciente papel fiscalizador, la
existencia de programas de debate político –más allá de que no estemos
completamente satisfechos con sus contenidos--, y la creciente independencia
de los medios frente al gobierno, aunque no siempre ante los grupos
económicos, dibujan los avances y desafíos de la construcción democrática
salvadoreña.

Si recordamos el cuadro que construimos en derredor al momento del asesinato


de Oscar Romero, los actores del periodismo independiente están menos en
nuestros días menos amenazados que entonces. Desafortunadamente, en un
clima de mayor apertura democrática, estas iniciativas independientes apenas
existen. Esto es todavía más curioso si consideramos que los medios de
comunicación han venido perdiendo la confianza de la población. En el año
2003, a diferencia de lo que ocurría con los partidos políticos y la Asamblea
Legislativa, los medios de comunicación estaban considerados por la población
entre las instituciones más confiables (29.6%), sólo debajo de la Iglesia católica
(49.9%)16. De alguna manera, podía decirse que los medios estaban llenando el
vacío de representación dejado por los partidos políticos. Un año más tarde, los
medios descendieron en picada hasta la octava posición (19.1%) en los índices
de credibilidad17.

Un estudio sobre la cobertura de los dos mayores periódicos del país durante la
campaña electoral para la Presidencia del país, indica que ambos medios se
inclinaron hacia la figura del candidato Antonio Saca, del partido ARENA,
quien a la postre resultó electo. El estudio destaca también que si bien ambos
medios estuvieron entre los primeros en advertir la violencia que caracterizó la

16
Santacruz, citado en Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador, PNUD, San Salvador, 2003.
17
IUDOP: “Los salvadoreños evalúan la situación del país en 2004”, UCA, San Salvador, 2004.
campaña política, también fueron quienes más espacio le otorgaron al
encarnizamiento de los dos principales partidos (ARENA y FMLN)18.

Algunos análisis sostienen que las causas de los crecientes problemas de


gobernabilidad en El Salvador pueden ubicarse, en gran parte, en la poca
institucionalidad de los partidos políticos, el deficiente nivel de incidencia de la
sociedad civil en las tomas de decisiones y en el carácter parcial de los medios
de comunicación19. Evidentemente, el control de los medios de comunicación,
como suele ocurrir en todos los grupos sociales, inclusive en los más
democráticos, se encuentra distribuido de una manera desigual. Esta realidad
no es muy diferente de las percepciones de un grupo importante de líderes
latinoamericanos que miran en los medios de comunicación, en los grupos
económicos, especialmente en el sector financiero, a entidades que ejercen a
menudo más poder que los propios Estados20.

A la lista de aspectos problemáticos de las prácticas de los medios en El


Salvador, agreguemos, para finalizar que un estudio sobre el lenguaje de la
violencia ha advertido que las formas de representación y las metáforas usadas
en las noticias en la prensa escrita salvadoreña, discriminan y niegan como
iguales a los jóvenes a los que se vincula con actos delictivos, lo cual, en
definitiva, es otra forma de violencia21.

Pese a todas estas razones, sería muy apresurado decir que en El Salvador la
democratización se encuentra retrocediendo. Sí me atrevo a asegurar que
estamos en una posición muy diferente a la de hace 25 años. El país ha
cambiado en muchos sentidos. Los cambios no siempre son percibidos de la
misma manera por diferentes sectores sociales o grupos de poder. En esa
18
Guzmán, Nataly: “Las elecciones presidenciales de 2004: un estudio desde la prensa escrita”, ECA, No.
667, San Salvador, mayo de 2004.
19
PNUD: “Gobernabilidad Democrática: el marco de opciones políticas para el desarrollo humano en la
globalización”, Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador, San Salvador, 2003.
20
PNUD: La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Buenos
Aires, 2004.
21
Vasilachis de Gialdino, Irene: “El lenguaje de la violencia en los medios de comunicación. Las otras formas
de ser de la violencia y la prensa escrita”, en Aportes para la convivencia y la seguridad ciudadana, PNUD,
San Salvador, 2004.
disyuntiva, los medios se encuentran ante exigencias superiores a las de hace
25 años. Primero: una mayor profesionalización del cuerpo de redactores y
editores, que les permita integrar la complejidad de los fenómenos sobre los que
informan, evitar las generalizaciones y estereotipos. Segundo: una mayor
independencia frente al poder del Estado y frente a los grandes empresarios.
Tercero: cualificar el debate público otorgándole espacios a otras voces no
escuchadas.

Estoy a punto de finalizar mi exposición, diciendo que los desafíos de los medios
deben ponerse en la perspectiva de las necesidades de la construcción
democrática. El Salvador ha avanzado en el camino de la democratización pero
sigue necesitado, como hace 25, 50 o cien años, de encontrar soluciones a la
desigualdad, la pobreza y al disfrute de los derechos. La libertad de prensa y el
derecho a la información, en tanto derechos civiles clásicos, son un componente
fundamental de la ciudadanía y son condiciones necesarias para que la
sociedad tenga capacidad de fiscalizar los asuntos públicos y de participar en
ellos. Esto significa: buscar nuevas formas de canalizar la participación
ciudadana, gestionar agendas y construir acuerdos políticos.

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