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ELIDAN DE VALAQUIA
LA NARÍZ DE CYRANO
UN VIAJE AL SOL EN EL SIGLO XXI
NOVELA
Madrid
2009
LEMA: “NUNCA ESTAR TRISTE BAJO EL SOL...”
DANTE
Veo, a veces, delante de mí, una gran montaña, con sus picos
recubiertos de nieve, con los senderos hacia la cima, en algún risco hay una
fortaleza sin habitantes, cascadas y puentes se oyen por doquier. Al instante,
oigo también el mar y si lo deseo ver, lo veo, desde el promontorio, en la falda
de la montaña, rompiendo sus olas con rugidos en las rocas de la orilla. Es
como un golfo, y aún así, las aguas son salvajes y las corrientes traen delfines
y peces voladores. Otras veces siento el viento detrás de mi cabeza, rugiendo
en las cavernas de la pared salvaje, despertando murciélagos y elevando arena.
La arena me lleva al desierto, al oasis, a la fuente: es como un laberinto
natural cuya torre es un vacío invertido en el abismo. Dunas se forman y se
componen al atardecer, cambiando el paisaje día a día. Se oyen truenos
hondos y se observan relámpagos lejanos, auroras boreales del crepúsculo y
cielos con dedos morados de la Odisea, en el Alba: estoy rodeado por la esfera
de cristal de la naturaleza y ¿qué diré del cielo estrellado? ¿Hay acaso algún
ser que no se maraville con las estrellas? Con sólo ver el Sol me bastaría creer
en algo grande y la sola luna me recuerda de la existencia de la poesía, aun
cuando falta en el cielo. La luz ceniza del primer día me presenta su esfera gris
como un pan recién sacado del horno, en plena noche. Modifico mi mirada y
observo a las hormigas. Son un solo ser, lo siento, un hormiguero entero como
el enjambre de las abejas. Los grillos continúan su canto hasta muy entrada la
noche. EL río baja solitario y callado hacia al mar y el bosque parece
congelado desde lejos, pero ¡qué movimientos frenéticos hay en su seno
verde! El fuego frío de las luciérnagas rima con las luces del cielo nocturno y
la brasa del fuego que he encendido palpita como un corazón abierto. Todo
eso lo veo desde mi balcón, en Barcelona. Desde mi ventana, viajo sin cesar
hacia el mundo, sin salir de la puerta de mi casa. Es una figura natural, del
viajero que ha cumplido con su itinerario y todo ello me trae en la memoria las
últimas palabras de Paracelso, a ver si me las recuerdo bien: “. . . verdadera
cosecha de Dios...oigo en mis adentros , pero falta algo, falta algo...la primera
parte de esa declaración extraordinaria de un hombre que ha volcado su vida
en pos de sus semejantes”...verdadera cosecha de Dios...” ¡Qué bueno que no
recuerdo el comienzo! . . . así todavía queda algo, aún no ha llegado el fin.
Escribo eso por volcar mis olas hacia tu playa, no por necesidad. Escribo
palabras, pero hubiera podido gestualizar todo, o dibujarlo en un papel de
arroz con grises de tinta china, como también dramatizarlo en forma de canto,
de elegía menor. Sé que no es inútil volcar tus vientos sobre la arena del
desierto. No es inútil llover sobre el bosque. No es inútil elevar el fuego frente
al frío ni abrigarte con el calor.
La Luna, luna...
El Sol, el sol...
Estrellas...
Bellas, bellas...
Con ocasión de escribir este poema natural, voy a prender el puro que había
recibido de regalo en la ciudad de las amazonas...
¿Y ahora qué?
Estaba rodeado por un silencio que parecía leche tierna, lo mismo que
decía BÖEHME. Estas palabras se refieren a una sensación doble, tal vez
triple y simultánea: se oía, se gustaba, se tocaba, es decir, se saboreaba. Es
esto lo que estaba buscando, no añoraba conocer nuevos territorios u otros
mundos. No tenía hambre, ni sed. La brisa me alimentaba y el frescor del agua
de mar me hacía abrevar en esa humedad sonora, generándome un estado de
bienestar supremo. No tenía ganas de dormir ni de moverme. No pasaron días
ni noches. Era un irreverente y continuo silencio, eterno, perdurable.
No puedo decir qué pasó con el tiempo. Tampoco se había congelado
nada, tal vez la imagen sería un estado circulante, retroactivo y dinámico, algo
que se iba y venía, sin jamás partir, sin dejarme, sin deshacerse entre los
dedos.
¿Era acaso necesario volver?
Sentía que mi ser se había expandido como una bomba de jabón y sin
embargo, la consistencia de esa esfera no carecía de firmeza: parecía una
esfera de cristal. Era yo, el Ser redondo y a la vez humano, transparente,
translúcido, potente.
Sobre la arena se encontraban pequeños dados de oro; sobre las facetas
no habían puntos. Observé que los dados tenían formas distintas: cubos,
pentaedros, octoedros, dodecaedros, icosaedros. Mi icosaedro de cristal estaba
allí en la playa y, a pesar de su hosco tamaño, parecía uno más entre tantos
objetos de su misma forma. De las cosas que había embarcado en mi nave de
madera, además del icosaedro de cristal, me di cuenta que habían quedado
paradas en la playa de oro, dos maletas que había llenado de objetos
maravillosos, en mi salida de RIMNICUL VILCEA: dados, pinceles, tinta
china, una pequeña hamaca, una cervatana telescópica que podía aumentar su
tamaño como un catalejo hasta alcanzar los dos metros, una bicicleta
desmontable, un pequeño velero con su vela, también desmontable, el código
general de las lenguas, el modelo del Yo, un juego de ajedrez con su tablero y
trebejos, un reloj de arena, unos fósforos, una lupa, unas pinzas, un tramojo y
otras cien cosas más que estaban ordenadas en el interior de la maleta, tal cual
lo había hecho antes de partir. Me extrañó que la máquina se había esfumado y
las maletas no. Tal vez se debía ello al hecho de que estaban situadas muy
cerca de mi cuerpo a cado lado del celemín, o taburete de papel maché, donde
estuve sentado. Por cierto, el tabuerte también estaba allí. Este objeto especial
en forma de tortuga, era un “instrumento” que me había regalado uno de mis
maestros-amigos, Hernan Gómez, hecho con cinco bombillos y una botella
vacía de COCACOLA. Era uno de mis objetos favoritos pues me servía de
mesa, de almohada, de silla de meditación y de soporte para mis sesiones de
pintura y caligrafía ZEN, el Zen Latino.
A diferencia de las playas de arena, ese polvo de oro no quedaba
mojado al romperse las aguas del mar en la orilla. Entre las finas partículas de
oro-gualda, había fragmentos diamantinos cuyos brillos proyectaban a
grandes distancias rayos de luz fosforescente, de todos los colores.
Por mi cabeza no pasó jamás la idea de llenarme “ los bolsillos” de oro
o diamantes para negociarlos en tierra, a mi regreso en mi planeta mercantil. A
causa de ello, observé que todo lo que yo tocaba por más de ocho segundos, se
transformaba en oro: mis dados, la hamaca de hilos de henequén ahora era de
hilos de oro, la cerbatana y casi todos los objetos de las maletas eran de oro
puro: al hacer tan sólo una cruz sobre el objeto, esta cualidad que me traía a la
memoria al rey Midas y a su castigo, prohibía al material transmutarse en el
metal amarillo.
Sabía que el oro de la playa era el famoso polvo de proyección de
los alquimistas. Mi soledad en estos parajes no me infundía ningún
sentimiento de desamparo o tristeza gregaria: El tiempo no podía ser
calculado como en tierra ya que no tenía sueño ni hambre, ni sed, ni
cansancio corporal o de otra índole. En la lejanía percibí bosques verdes
y las plantas que crecían al lado de la playa pertenecían al género
descrito por Leo Leonni en su botánica paralela. Hice un recorrido por
los alrededores del lugar donde había AHELISADO, recordando a
CYRANO. ¿Y los pájaros? ¿Encontraría tal vez el Fénix del libro sobre
los misterios del Sol, del cual dejaba notas Cyrano? Ciertamente, el
vuelo de los pájaros en esta atmósfera de cuento de hadas tenía que ser
suave y fluido como una pluma elevada por el viento. Pero no había
viento, sino la brisa húmeda de los parajes tropicales que en el
crepúsculo, acaricia la piel de los que frente al mar se deleitan. En
cuanto al lenguaje de los pájaros estaba ya familiarizado por mis
experiencias en tierra. Pero no aparecía ningún pájaro. Parece que no
había nadie aquí. Como un Robinson Crusoe, medité en mi estancia y
decidí esperar. No se trataba de sobrevivir. No había nada que buscar y
nada que encontrar: parecía que todo estaba perfecto, sin apuro, sin
necesidades, lo único que me quedaba era sentarme en calma y
contemplar esa belleza cósmica y aurífera. El sol se llama AUR. El cielo
ANA, EL agua AP, y el oro, GÁLADA. ¿En qué lengua? En la lengua
de la Luz. Cerré los ojos pero era como si los tuviera abiertos. El brillo
suave permanecía callado en mi visión, cerrando o no los párpados.
Saqué una pequeña esfera maya de cristal, el ZASTUN que los
curanderos de Yucatán usan para diagnosticar a los enfermos, y empecé
a mirarla fijamente, con la intención de lograr ese instante nebuloso que
ocurre al concentrarte en toda esfera de vidrio. Durante largo tiempo
miré el soporte esférico con esa intención y pronto, la espesa niebla que
describen todos los magos que saben de esas cosas, apareció dentro y
alrededor de la esfera. Me ví entrando en la máquina, cerrando las
compuertas, elevándome, pasar por la región intermedia, llegando al Sol
y luego, de un destello, bajar lentamente, con las dos maletas al lado del
cuerpo, en la playa auriforme, como un perfecto replay. Pronto, la
imagen de mi cara apareció reflejada en la esfera y tenía la sensación de
verme en un espejo convexo, como la famosa pintura anamórfica de
ESCHER.
La bola de cristal era mi televisión, lo sabía: podía ver allí lo que quería.
Sólo con la intención de mirar bastaba para aparecer en la pantalla virtual, el
paisaje, el objeto o la persona que quería contemplar. A diferencia de las
imágenes televisivas, podía comunicarme con todos, entablar conversaciones
y hasta tocarlos “a mon gré” o moverlos en sus trayectorias lejanas. Me
levanté y empecé a caminar pero descubrí que me deslizaba por la playa de
oro como llevado por una banda mecánica invisible, sensación parecida a la
que tiene el que se mueve en los aeropuertos por la banda mecánica horizontal
sin peldaños ni barras laterales. Reflexioné en ello y elevé las manos.
Súbitamente, mi cuerpo se elevó un poco por encima del suelo- Sol y pude
deslizarme por los aires. Ese descubrimiento me alegró sobremanera. ¡Volar,
qué gozo inestimable! Viajé largo rato por los alrededores. Bosques, campos,
picos elevados de montañas de oro, planicies interminables de plantas
paralelas y en todas partes aquélla luz cinérea que se llamaba Ardentía.
Como permanecí un rato con la palma de mi mano derecha sobre el muslo, la
pierna entera se transformó en oro: se me vino en la memoria la leyenda de
PITÁGORAS y su muslo de oro que le permitía ser ubicuo. Seguramente, el
filósofo había sido un visitante de estos paisajes. Mi afecto, no obstante el
respeto que le profesaba a Pitágoras, se dirigía hacia la figura de Heráclito, el
hombre hosco y genial de EFESO. En el mismo momento en el cual estaba
pensando en el efésio, apareció a lo lejos, un caminante. Pronto llegó a mi
lado y me abrazó en silencio, con una breve sonrisa, deslizándose, como yo.
-...de Valaquia, de Efeso, de cualquier parte, eso ya no importa, ahora eres del
Sol como yo. ¿Recuerdas el fragmento en el cual decía que el sol tiene el
tamaño de un pie humano?
-¿Lo perdiste?
Es que nunca se ha perdido. Sólo hay un ejemplar, en el templo de
Artemisa, en el altar donde lo he depositado yo mismo.
-Nadie puede hablar hoy, de alguno que haya visto, siquiera de lejos, el libro
de Peri Physeos, o “Sobre la Naturaleza” –dije yo.
-Sí, respondí y busqué rápido en una de las maletas. Agarré cien pequeños
dados de distintos colores y se los entregué al “oscuro”.
-Estos dados , lo más gracioso es que la gente no sabe lo que está tirando
sobre las mesas. . . ¿tienes un cubilete?
-No me tomes a mal. Sólo quise ver si eras un poco tonto. No se necesita
cubilete para los dados. ¿Acaso no puedes hacer lo mismo con tu puño
cerrado? Menos mal que no te trajiste un cubilete. Te hubiera despreciado.
Vamos a hablar del dado, el objeto más bello de la inteligencia humana.
-No, No... –respondí. Pero todo es tan preciso, tan calmado, tan perfecto, que
se me hace pequeño el corazón.
-¿Qué querías? Estás en el sol. Aquí todo está hecho. No te das cuenta que ni
siquiera necesitas ir “al baño”, como ustedes dicen allá, en tierra, en esos
días?
Era cierto. No me había percatado que mis necesidades de hacer “pipí” o
“pupú” como dicen los niños, estaban aquí totalmente anuladas.
-Es que en el sol todo está perfecto. No hay necesidad de hacer ninguna
necesidad, de crear nada, de inventar nada, de comer nada . . .
Sólo puedes imaginar, puedes imaginar cualquier cosa natural y al
instante se te presenta delante de tus ojos.
Mis fragmentos no es que sean “fragmentos”; simplemente dije “algo”, en
pocas palabras y basta. No sé a quien se le ha ocurrido llamarlos “fragmentos”
-Bueno es que suponen que la obra original tuvo que ser mucho más densa. El
libro se ha reconstruido de los comentarios que se encontraron sobre vos, en
varios autores.
-Sí, erudición, arte de perversidad. Por cierto, hazme el favor de quitarte ese
muslo de oro, que me recuerdas a Pitágoras.
-Simplemente así: toca tu pierna con la mano derecha y haz un nudo - ustedes
dicen “una cruz”, pero es un nudo.
-¿Puedo usar el orden que actualmente se concibe para los fragmentos? –dije,
con cierto temor reverencial.
-El orden no importa, lo que importa es el sentido, y el sentido no se pierde
con el ordenamiento diferente de las oraciones. Es más, lo único que digo es
una sola palabra: Logos. Si la entiendes, entiendes todo el libro. –dijo
Heráclito.
-¿En tierra? ¿pero quieres volver? Entiendo, como no hay nada que hacer aquí,
ya empiezas a fastidiarte.
-No, no, sólo desearía hacerles llegar a los míos, a mis amigos, también
estudiosos de la poesía, las palabras que me estás regalando.
-Esas palabras eran de oro, aún en tierra –dijo Heráclito- y a pesar de todo,
-continuó- lo que ya es oro, no necesita cambiar de forma y contenido en un
lugar donde las cosas pueden transmutar. Tengo especial cariño por los que se
ocuparon de mis escritos, por Capeletti, de Venezuela, por Agustín García
Calvo, en España, por Julio Caro Baroja, en fin, por todos, sin necesidad de
nombrarlos.
-En el Sol, sólo estoy yo. Los demás como lo llaman ustedes, “los iluminados”
están muertos, es decir viven ahora en tierra, enseñando aquí y allá. Tu hija, le
dice en este momento, a su mamá: Yo quiero dibujar un SOL -¿la escuchas?
-Me gustaría tanto que mi nena leyera su libro- dije yo, permaneciendo con la
imagen de mi niña, en la memoria.
-En realidad, así termina mi libro. No sé por qué lo han puesto al comienzo
pero da lo mismo.
-Veo que algo te ha quedado de mi polvo de oro. ¿No será que te lo quieres
llevar en los bolsillos y venderlo por ahí, en la tierra?
No dije nada. Miraba ese hombre luminoso y enjuto y deseaba tanto saber más
de su vida y de todas sus cosas, allí en el sol . . . ¿Qué hacía?
-En Catadupa pues, en Africa, donde el río cae desde las altas montañas, las
gentes que viven allí han perdido la costumbre de oír este sonido, por su
misma magnitud, como los peces que no ven el agua del mar, ciertamente un
tremendo volumen de sonido surge de la rápida y suave revolución de todo el
cosmos, pero los oídos humanos no son capaces de recibirlo, aunque lo tienen
dentro y fuera, del mismo modo que son incapaces de mirar directamente al
sol, cuyos rayos ciegan y vencen los sentidos. Sólo los niños pueden hacerlo,
pero al crecer, se olvidan. Te das cuenta que, tanto aquí como en la tierra, un
día es igual a otro cualquiera. Aquí sólo hay día.
-De las cosas heraclíteas, sin haberlas comprendido, no hables –traduje yo.
-Sí.. . . Es eso lo que quiere decir luz: comprender. En cuanto a los que repiten
lo mismo que yo digo, es algo bueno, tal vez sea mejor que decir cosas
provenientes de sus propias opiniones –dijo Heráclito-
El sentido común es el sentido por lo común, es pensar en los demás, no
en tu provecho, por lo cual es necesario adherirse a lo imparcial, a lo común,
por lo común es imparcial, no puede parcializarse, ya que no sería “común” si
lo hiciera. Pero aún siendo así, imparcial, el Logos, viven la mayoría como si
tuvieran un entendimiento particular – continuó el anciano.
-Será..- dijo Heráclito. ¿Sabías que la magnitud del sol tiene la anchura de un
pie humano?
-Ellos son como tú. Saben el número del fragmento, pero no saben qué quiere
decir el fragmento mismo. –dijo Heráclito.
-Correcto, recto. Puede ser incorrecto también. Puede ser cierto y también
puede ser falso y no por ello deja de ser verdadero. Para Dios, todas las cosas
son bellas, buenas y justas; pero los hombres a algunas las consideran justas y
a otras injustas.
-Por lo mismo, dime como tú desees, de todas maneras estará bien. Me quieres
llamar “El oscuro”. Deseas decirme “el loco”, como se quería llamar a sí
mismo, HOKUSAI, “el viejo loco por el dibujo”. Llámame “loco”.
-De todos los fragmentos que conozco –proseguí, luego de haberme hablado
Heráclito –el del tamaño del Sol me parece el más ácido.
-Puede ser también el más alcalino, ya lo sabes –dijo- Fíjate, el tamaño de tu
pie es tal, que puede hacerte sombra.
-Sería cierto entonces la explicación de los Sciopodas, los seres que se hacían
sombra con sus propios pies?
-Eso es un chiste, Elidan. El sol no tiene tamaño. Ahora bien, como ustedes
ponen medidas a todos los zapatos, poseen, por cierto, números precisos para
ser calzados, me pareció propicio darle al sol un tamaño natural. Decir que el
Sol posee el tamaño de un pie humano es lo mismo que decir que un pie
humano posee el tamaño del sol. Por donde pasa un iluminado deja una huella.
Fíjate: en ese polvo áureo de la playa del sol, tu pie no deja huellas. ¿No será
que tu pie no tiene tamaño? ¿Recuerdas esas palabras del viejo testamento?
Oh! Qué bellos son los pies de los que anuncian bienes!
Creo que están acordes con ese fragmento mío que Ustedes numeraron
--¿con el número qué?
-Tres-respondí-
-Tres. Un, dos,tres, el sol tiene el tamaño de uno de los pies. ¿Cómo puede
tener tamaño la luz? La naturaleza no tiene tamaño; lo decía cantando, Willie
Colón, según la canción del poeta brasileño, cuyo nombre no recuerdo.
-Bueno, es esto. El Sol no tiene tamaño. Estás aquí, ¿te das cuenta? Has puesto
tu pie en el Sol. En la cara del sol y desde hoy, tu apellido será ELIDAN
HELIOPODOS, el del pie que tiene el tamaño del sol.
-El sol es la luz que en cada ser humano existe, en su fuero interno: es el Ser,
luminoso como el Sol. Ustedes lo llaman equivocadamente “espíritu”,
olvidándose que “espíritu” es la esencia, el alcohol, como dicen los árabes, la
OÚSIA, como decimos nosotros, los griegos. El sol es nuevo cada día
continuamente nuevo, siempre nuevo, porque la luz no envejece jamás.
-Sabes más que pescado frito. Tengo tanto tiempo sin comer y no obstante
perdura en mi memoria el sabor de los pescados fritos en la piedra ígnea.
Aguárdanles a los hombres, al morir, cosas que ni esperan, ni creen . . . sabes
Elidan, tú estás aquí, en el Sol porque has muerto allá en la tierra. . . a
diferencia de otros, tú crees y esperas lo que te aguarda al salir de tu entorno.
Estás ahora hablando aquí, conmigo, y pronto deberás volver a nacer de
nuevo, en la tierra de los hombres. Aquí en el Sol, no hay nadie. Sólo yo he
quedado, por comodidad, no por otra cosa. Juego a los dados, sólo, aquí en la
playa áurea. Ahora vas a tener que obedecer a la mía voluntad, como dirían los
italianos. También es ley obedecer a la voluntad de uno solo. ¿Qué número
tienen esas palabras mías, en el libro que ustedes reconstruyeron?
-33
-Qué bello número. Ese número es uno de los más secretos de la historia
mística.
-Pues, obedecerás lo que te voy a decir. Hasta que los humanos no entiendan
que son el Ser, no habrá emancipación en la cultura de los tuyos. No es que en
mis tiempos hubieran vivido muchos individuos preocupados por tales cosas.
También había pocos. La voluntad del sabio es la voluntad del cielo. Te
agradezco que no me mires así. Los ignorantes aún cuando oyen, parecen
sordos, de ellos dice el refrán: ”presentes, ausentes están”. Y se quedan
boquiabiertos, al oír cualquier cosa...
-Es el fragmento 34.
-Bien. Los sabios en cambio, aún ausentes, presentes están. ¿Has entendido?
Como digno varón filósofo es necesario que estés bien enterado de muchas
cosas ¿sabes hacer nudos?
-Sí
-Pues debes empezar a enseñar a las gente a usar de nuevo los nudos y a
llamar cabos a las cuerdas, como verdaderos marineros. Por lo tanto, al nacer
de nuevo entre los hombres, madura, pasa la niñez jugando, sin perder de vista
al cielo y al Sol y al llegar a la mayoría de edad, trata de prepararte para esa
tarea que te estoy encomendando: enseñar a la gente todo sobre el Ser.
Empezarás con los Nudos, los elementos más cercanos a la meditación, a la
contemplación, a la concentración. En una cosa consiste la sabiduría: en
conocer el designio por el cual todo mediante todo se rige.
-Muchas cosas que yo dije, las dije en broma pero la mayoría de las palabras
que han quedado son ciertas. Lo que pasa es que el humor escasea en nuestra
raza humana y mucha gente toma en broma lo que es serio y al contrario, toma
en serio lo que yo dije sólo en broma. Por lo menos lo de Homero es una
broma pero son muchos los que lo tomaron en serio.
-El 130.
-Disculpa...
-133. El fragmento 133. Heráclito, te quiero preguntar –dije yo- ¿qué sentido
tiene el fragmento 134 en el libro?
-Tienes que decirme qué dice este “fragmento” como ustedes lo llaman porque
te figuras que yo no conozco los números, de mis “fragmentos”.
Por fortuna digo eso de los números, menos mal que no digo que no
conozco lo que estoy diciendo o escribiendo.
-El fragmento 134 dice lo siguiente: La educación es otro Sol para los
educados.
-Como estamos en el Sol, todo lo relacionado con ese astro bello, cae de
perlas. Tú mismo lo puedes explicar. ¿No es para ti el sol un motivo
importante para el estudio? ¿No te ha enseñado ese silencio más que mil
palabras dichas por tus profesores y guías durante tu vida terrestre?
Si para ti el Sol es la luz misma y si el sol es luz para la tierra, para los
educados, la educación es “otro sol”, como bien digo en mi libro. No entiendo
qué tienen de oscuridad mis palabras para que me achaquen el mote de
”oscuro”. EL sol desaparece, o está “escondido” detrás de mi luz, como el
MAESTRO desaparece y está escondido detrás de la Luz de la Educación.
A propósito del Sol, te diré que si el Sol no existiera, por lo que toca a
los otros astros, habría noche.
-Se han considerado 139 fragmentos, algunos dudosos, otros seguros, según
citas de grandes filósofos antiguos.
-Hay un fragmento, el 110, que dice que - “no es mejor para los hombres que
se les cumpla cuanto desean “ -¿me quiere explicar eso? -dije yo.
-No te lo voy a explicar porque la explicación no dice nada. Te lo voy a decir
de nuevo y dado tu interés genuino en entenderlo, lo entenderás y
comprenderás instantáneamente. Oye: NO ES MEJOR PARA LOS
HOMBRES QUE SE LES CUMPLA CUANTO DESEAN.
¿Qué tiene que ver el sentido profundo de esas palabras con la bendita coma
de la que habla Aristóteles?
El ser humano desea algo. Tal deseo abre una cuenta en la propia vida
del deseante y el pago se realiza instantáneamente, cuando el deseo se cumple.
Si lo que desea coincide con lo que está escrito, no se considera un “deseo”,
en el verdadero sentido de la palabra, sino una coincidencia. Casualmente, el
deseante ha deseado lo que ya estaba escrito que se cumpla. Pero estos casos
son raros. Por lo general, la gente desea mil cosas, sin saber que tales deseos le
generan un descuento valioso de su propia vida, en días, años, meses, en salud
y en otras cosas que aquí no digo.
Hay que empezar a decirles y explicarles a todos, ese fragmento . . .
¿qué número decías que es?
-110 –dije.
-Cierto, ese fragmento 110, a los niños, se les debería decir cada vez que piden
cosas, como están acostumbrados: quiero eso , quiero aquello. Tú les dices:
No es mejor para los niños que se les cumpla cuanto desean. Da igual para los
adultos. Son tan niños la mayoría de ellos como los niños mismos, o quizás
más. Ser “más niño” sería algo así como más papista que el Papa, es decir
“más infantil que los infantes”.
Al final de los años 1700, por el año 1798 creo, vivió en Alemania
George Christoph Lichtenberg, y escribió un bello libro que los familiares
llamaron Aforismos, palabra que Lichtenberg nunca usó para titularlo. En una
de sus páginas escribió algo que me hizo reír, porque me recordé algunas
palabras mías referentes a los puercos. Decía yo que los cerdos se deleitan
en el fango más que en el agua pura, y quería sugerir con ello algo relativo al
fango de las actividades humanas que muchas veces ensucian al Ser más que
al fango mismo. ¿Un ejemplo? Los homosexuales que se deleitan en cosas
eróticas. Todos tienen derecho de amar a quien quiera, pero de allí a las cosas
eróticas hay un gran abismo. Amistad, cariño, ser afeminado y gustarle a
cualquiera, otro sujeto del mismo sexo, es un asunto menor y privado. No lo
critico. Lo que ensucia el sentimiento es el aspecto sexual-erótico entre
homosexuales, no la atracción de cariño para con el otro. Por lo tanto, hay
cosas que ensucian más que el fango. Lichtenberg escribe: Llovió tanto que
los limpios se emporcaron y los puercos se limpiaron.
Al puerco no le gusta estar limpio y al limpio no le agrada la suciedad.
Ojalá mi libro no produzca ese efecto en mis lectores. Yo dejaría las cosas así
como están -sucios los puercos y limpios los limpios.
-Es tiempo de decirte que la mayoría de los que frente a tales cosas se
encuentran, es decir frente a enseñanzas o palabras que yo estoy diciéndote, no
las entienden ni habiéndole sido enseñadas no las comprenden, aunque ellos
creen que sí. No es tu caso, pero debes tener eso en cuenta cuando vayas a
enseñar. No creas que una sonrisa en los labios de los que te escuchan es
sinónimo de entendimiento.
-¿Sabes Elidan? Pronto irás de nuevo a la tierra. Aquí o allá, estarás a la luz
abierto y esa luz penetra en los más recónditos rincones. ¿Recuerdas lo que
dije? Quizás puede alguien ocultarse de la luz sensible, pero en cuanto a la
inteligible, la luz de tu ser, esto no puede ser: de lo que jamás declina ¿cómo
podría uno ocultarse? Y lo que jamás declina en ti, es el Ser.
-El Ser, luz inteligible, dorada, nunca se oculta en el ser humano –decía
Heráclito. Lo místico y lo califragilístico es espialidoso.
-Adelante –respondió.
¿En el Sol hay pájaros? ¿Existe el fénix del cual hablaba Cyrano? – pregunté.
-Cyrano estuvo aquí hace unos siglos. Tenía una gran nariz, no larga, sino
maciza, signo de ser buen jugador de ajedrez. En su mundo solar habían
pájaros, cierto, pero cada uno, tenemos nuestro mundo particular.
Son nuestros sueños, donde moramos y disfrutamos luego de morir.
Este es tu mundo, en el cual sólo vive Heráclito, el viejo loco por el Logos.
Para los despiertos hay un solo mundo, el real, pero los que duermen
construyen sus mundos. Los que duermen son como los que mueren. Esto no
es un sueño, querido Elidan, es la realidad de tu despertar. Sólo hay este
mundo que ahora estás disfrutando. Jugamos a los dados, sólo nosotros, en el
cielo, luego el Sol, la luz. El bello cosmos parece basura tirada al azar,
esparcida por los perros en la calle de la ciudad, !Pero qué basura! La Vía
Láctea, un río, un río estelar, ancho como el sonido. ¿Conoces la historia del
sapo que un día vio su pozo desde arriba? ¿Has oído ese cuento alguna vez?
-Aquí también hay oro, querido Elidan, no sólo allí en la tierra. Busca el
resplandor seco, esa alquimia del ser, la playa de polvo aurífero que pisan los
poetas. Con ocasión de tu llegada y ahora de tu partida, he compuesto este
poema:
Este hombre curioso dejó caer de su ojo derecho una lágrima, la observé
con atención y vi como el líquido cristalino se solidificaba, al caer sobre la
playa, y tomaba la forma de un icosaedro. Le pregunté: Heráclito, esos
diamantes de la arena son tus lágrimas?
-Te voy a responder –dijo el viejo. Soñé con un poema sufí recitado por una
princesa persa. Ella decía “aunque hayas pasado una noche entera de gozo y
holganzas en la alcoba, con la bella vendedora de lirios, cuando te pregunten
tus amigos acerca de ella, tú dirás: “Ah, apenas nos conocemos...”
Poco a poco, Heráclito se alejó caminando, con ese deslizar suave de
las olas, sin voltearse.
Desapareció en el horizonte del bosque. En la playa, el polvo de oro no
podía tapar las innumerables piedras brillantes que ese hombre había llorado.
Yo sé que su llanto es de gozo, no de tristeza, que estas lágrimas no tienen
dolor. Muerte es cuanto vemos despiertos, ensueño, cuanto vemos dormidos .
Eso es todo.
3:00 de la noche
Epílogo
Había una vez un sol que cubría de luz toda la tierra y la luz llegaba
hasta el corazón de los hombres y los hombres construyeron grandes muros
para impedir que esa luz les ilumine. En los muros pusieron toldos para
eliminar todo brillo y desviar hasta la sombra . . . Armaron telas dobles para
que nada de la luz pudiera bajar al pequeño espacio del corazón. En su
empeño de tapar lo que no se puede tapar y de oscurecer lo que no puede
oscurecerse, sin estar en tinieblas, arriba de los toldos instalaron anchos
parasoles de tela opaca para cubrir aún más el sitio del corazón. Encima de los
parasoles colgaron sendos entramados para desviar los rayos, a través de
complicados espejos convexos y más arriba de los entramados, elevaron
espesos bosques artificiales para que la sombra se extienda hacia abajo. Más
arriba de los bosques de plástico desplegaron largas cortinas y por fin, la
oscuridad era total. Pero eso no les bastaba: sobre las cortinas vaciaron
cemento. Se habían acercado, sin percatarse, casi a un salto, del gran astro . . .
De pronto dijeron: Vamos a dejar todo eso que hemos hecho allí abajo, y
quedémonos aquí cerca de la luz, para estar junto al sol y así olvidarnos de
nuestra insensatez. . .
No tenían vasos, no tenían techos, no tenían muros y abolieron las
fronteras del alma. Era el año dos mil cincuenta y uno, un mes de octubre, un
día octavo, a las ocho de la mañana. El sol brillaba candente y su luz cubría el
corazón de los hombres. Con el calor, prendieron un fuego y las llamas se
confundieron con los rayos del sol, del cual estaban tan cerca que se fundieron
con su brillo y nadie pudo diferenciar la humanidad de la luz. Abajo, muy
abajo, las ciudades solitarias se anegaban en soledad. No había quien
caminara por sus calles vacías. Elevaron las escaleras, para que nadie pudiera
bajar al infierno oscuro y taparon los agujeros por donde habían subido. Hoy,
estos sitios se perciben como unas curiosas manchas que aparecen de cuando
en cuando, tal vez de once en once años, en la superficie del astro ígneo, y
desde otras tierras del universo, esas manchas en el sol son un misterio.
HISTORIA DE LA LUNA
Había una vez una esfera que deseaba ser felíz. Cada día, la luz del
universo la cubría y moldeaba su forma hasta dejarla brillante y luminosa,
como una rueda de fuego. Pero la esfera quería algo especial. ¿Podría acaso
ser posible tomar aspectos múltiples y aparecer en el cielo en forma de barco,
en forma de vela de barco, en forma de techo, como una cúpula, o en forma de
manzana mordida?
Sí! El Sol, que en aquellos días, como hoy, cumplía los anhelos de
todos, oyó sus deseos y plasmó durante veintiocho días, un programa
luminoso que estuviera acorde con el deseo de la luna. EL primer día se llamó
“luz-cinérea” es decir, “luz-ceniza”.
El sexto día, la luz del Sol cumplió con dibujar en el cuerpo esférico de
la Luna, un fino borde circular que los niños llamaron - la “DE”. Luego, al
pasar otros seis días, el círculo se llenó y la gente vio en el cielo La Luna
Llena. Pero eso no pudo continuar así. Nada es perdurable, sino la Luz. Por lo
mismo, el brillo empezó a menguar y en unos días más, los niños llegaron a
ver la luna como una letra en el cielo, la letra “ce”. Parecía un creciente pero
era menguante. Poco a poco, la “CE” giró en forma de techo y pronto, en el
día veintiocho, como estaba ya pautado por el arquitecto ígneo, la luz retornó
a su cauce y dejó el astro lunar, huérfano de brillo. Fueron tres días que la
gente de todo el universo llamó Luna Nueva ¿Cómo puede ser nueva la Luna
cuando nunca ha sido nueva? . . . Pues bien, era una gestación. En la placenta
de la oscuridad, la luna nueva, como si naciera de nuevo, guardó su sombra y
se preparó para un nuevo florecer, para una nueva vida, para un nuevo día de
luz ceniza. Leonardo, uno de los hombres, vio que ese día la esfera de la luna
estaba feliz: aunque poco iluminada el cuerpo entero estaba cubierto de un
brillo translúcido que el llamó ardentía. Con su visión sin mancha, consideró
que aquella transparencia gris, era fruto del reflejo del planeta azul que todos
llamaban tierra, sobre la superficie oscura de la luna iluminada, en el primer
día en el fino borde circular de su esfera.
LUZ-CENIZA,
LUZ-CINEREUM,
LUZ CINÉREA . . .
. . . palabras curiosas que hoy pocos conocen. Era el asombroso nacimiento de
un nuevo ciclo que enseñó a los hombres que las mujeres son lunas que desean
encarecidamente guardar la luz del sol, aunque sea por un breve instante,
como lo son todos los instantes.
Al repetirse los instantes, alcanzan el estado de instantes sin duración,
momentos curiosos que se repiten sin cesar, hasta que se perciben eternos y la
luna estaba feliz porque así los hombres conocieron el secreto de la mujer y el
origen de la sangre. Cada mujer es una luna, con su luz-ceniza, su cuarto
creciente, su plenitud, su cuarto menguante, y su novedad. Hay que descubrir
lo nuevo después de la mengua. Quién sabe eso calla y disfruta de la Luz-
ceniza de las mujeres, mirando la Luna, la gran Gestora y Gestadora del cielo.
Había una vez un cielo. Con ser cielo, le bastaba. Durante las largas
noches de los tiempos, nada brillaba en su extensión oscura. Entonces - ¡ qué
bella palabra es “entonces”! -, el Sol recordó cómo se hacían antaño las
píldoras: en un mortero se trituran los elementos y luego se añade miel. Se
hace una masa sólida y después se estira como una serpiente. Se corta en
pedacitos iguales y estos trozos se redondean entre los dedos. Así nacieron las
pastillas de hoy. Lo mismo hizo el sol: con tan sólo uno de sus rayos, le bastó
un solo rayo para hacer miles y miles de esferas luminosas, que luego arrojó
en toda la extensión del cielo. Como el proceso era manual, las esferas
salieron desiguales: una más pequeña, otra más grande, y hasta el polvo fue
salpicando los cielos en forma de Vía Láctea. Como se trataba de píldoras de
luz, no es de extrañarse que estas esferas brillaban. Las estrellas son las
medicinas de la noche, las píldoras celestes de un Sol farmacéuta que inventó
estos cuerpos brillantes, a semejanza de los médicos antiguos. Hoy, las
fábricas de píldoras tienen maquinas muy sofisticados que hacen el trabajo de
las manos, mucho más rápido y no permiten que el tamaño de las pastillas sea
desigual. Todo es perfecto. Todo es preciso. Todo tiene que ser perfecto y
preciso. Pero ninguna de esas píldoras posee la luz, que antaño, las manos
imprimían a la materia. Lo natural es brillante y luminoso y lo artificial es
opaco y oscuro. Si deseas medicina para tu Ser, eleva los ojos al cielo y toma
todas esas píldoras luminosas de un solo trago, sin importarte: pueden ser
magras, pero la amargura de tu boca se transformará en dulce manjar en tus
entrañas. Esa es la medicina: estrellas, estrellas, mirar las estrellas...
El Tratado de Navegación para Niños Medievales,
La Divina Comedia,
El Conde Lucanor,
Oh! . . . Gargantúa,
¡Oh! . . . Masnavi,
¡Oh! . . . Hakim Sanai, con su Jardín Amurallado de la Verdad,
¡Oh! . . . Saadi, el poeta . . . su Bustan y Gulistan,
El Señor de los Anillos,
Elidan de Valaquia