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Daniel Medvedov

ELIDAN DE VALAQUIA

LA NARÍZ DE CYRANO
UN VIAJE AL SOL EN EL SIGLO XXI

NOVELA

Madrid
2009
LEMA: “NUNCA ESTAR TRISTE BAJO EL SOL...”
DANTE

Veo, a veces, delante de mí, una gran montaña, con sus picos
recubiertos de nieve, con los senderos hacia la cima, en algún risco hay una
fortaleza sin habitantes, cascadas y puentes se oyen por doquier. Al instante,
oigo también el mar y si lo deseo ver, lo veo, desde el promontorio, en la falda
de la montaña, rompiendo sus olas con rugidos en las rocas de la orilla. Es
como un golfo, y aún así, las aguas son salvajes y las corrientes traen delfines
y peces voladores. Otras veces siento el viento detrás de mi cabeza, rugiendo
en las cavernas de la pared salvaje, despertando murciélagos y elevando arena.
La arena me lleva al desierto, al oasis, a la fuente: es como un laberinto
natural cuya torre es un vacío invertido en el abismo. Dunas se forman y se
componen al atardecer, cambiando el paisaje día a día. Se oyen truenos
hondos y se observan relámpagos lejanos, auroras boreales del crepúsculo y
cielos con dedos morados de la Odisea, en el Alba: estoy rodeado por la esfera
de cristal de la naturaleza y ¿qué diré del cielo estrellado? ¿Hay acaso algún
ser que no se maraville con las estrellas? Con sólo ver el Sol me bastaría creer
en algo grande y la sola luna me recuerda de la existencia de la poesía, aun
cuando falta en el cielo. La luz ceniza del primer día me presenta su esfera gris
como un pan recién sacado del horno, en plena noche. Modifico mi mirada y
observo a las hormigas. Son un solo ser, lo siento, un hormiguero entero como
el enjambre de las abejas. Los grillos continúan su canto hasta muy entrada la
noche. EL río baja solitario y callado hacia al mar y el bosque parece
congelado desde lejos, pero ¡qué movimientos frenéticos hay en su seno
verde! El fuego frío de las luciérnagas rima con las luces del cielo nocturno y
la brasa del fuego que he encendido palpita como un corazón abierto. Todo
eso lo veo desde mi balcón, en Barcelona. Desde mi ventana, viajo sin cesar
hacia el mundo, sin salir de la puerta de mi casa. Es una figura natural, del
viajero que ha cumplido con su itinerario y todo ello me trae en la memoria las
últimas palabras de Paracelso, a ver si me las recuerdo bien: “. . . verdadera
cosecha de Dios...oigo en mis adentros , pero falta algo, falta algo...la primera
parte de esa declaración extraordinaria de un hombre que ha volcado su vida
en pos de sus semejantes”...verdadera cosecha de Dios...” ¡Qué bueno que no
recuerdo el comienzo! . . . así todavía queda algo, aún no ha llegado el fin.
Escribo eso por volcar mis olas hacia tu playa, no por necesidad. Escribo
palabras, pero hubiera podido gestualizar todo, o dibujarlo en un papel de
arroz con grises de tinta china, como también dramatizarlo en forma de canto,
de elegía menor. Sé que no es inútil volcar tus vientos sobre la arena del
desierto. No es inútil llover sobre el bosque. No es inútil elevar el fuego frente
al frío ni abrigarte con el calor.

Había una vez un anciano en Barcelona, miraba adelante como un


marino. El barco trituraba el viento en la loma y el mascarón de proa tenía
forma de dragón que empuñaba una copa del más exquisito vino. Entre las
olas un pez espada navegaba. Amigo de este anciano de la nada...

La Luna, luna...

El Sol, el sol...

Y las estrellas, nada más

Estrellas...

Bellas, bellas...

Con ocasión de escribir este poema natural, voy a prender el puro que había
recibido de regalo en la ciudad de las amazonas...

Adiós, humo, adiós.

Adiós noche, adiós

Ya está llegando el Alba...

El 3 de marzo de 1996, mi esposa sueña conmigo y con una máquina


voladora que yo había construido, enteramente de madera, con la cual me
disponía a viajar hacia el sol, entre las estrellas. En la misma mañana me contó
la visión y se reía a carcajadas, diciéndome que eso no le extrañaría, dada mi
afición a tales arrebatos de la inteligencia. Las esposas toman siempre en
broma lo serio de las investigaciones científicas de sus maridos. La naturaleza
femenina peca de ser descreída, y por ello, la mayor parte de las cosas
secretas del mundo de la ciencia le quedan oscuras, por mera incredulidad. No
es que sean tan sólo las mujeres las que ostentan tal incredulidad. La mayor
parte de los hombres se comportan como si fueran mujeres.
Todo lo que en el hombre es una virtud, en la mujer se vuelve un
defecto y, al contrario, como una ley natural, lo que en la mujer es una virtud y
una cualidad insospechable, en el hombre se vuelve un defecto y una
debilidad. Ser delicado y sumiso en el hombre es una pésima actitud, en
cambio en la mujer resulta ser algo normal y natural. Vamos a ser francos, a
ninguna mujer le gustaría un hombre “modosito” y superfragilístico o
espialidoso pero la suavidad y la gracia es en la mujer una bella cualidad que
atrae a la naturaleza masculina.
El gran problema de los malentendidos entre hombres y mujeres es
fallar en la interpretación de estos signos naturales a causa de la confusión que
se hace entre lo suave y lo blando y lo duro y lo firme. Lo firme y lo suave no
es lo duro y lo blando sino la propia manera de actuar en el mundo humano.
Un ser que es suave y a la vez firme ya no pertenece al mundo de los sexos.
Está más allá de lo masculino y de lo femenino. El ser humano puede tomar
tanto de la naturaleza femenina como de la masculina, para manisfestarse y
desde el punto de vista existencial no hay ninguna diferencia entre un hombre
y una mujer. No obstante, la naturaleza femenina es diferente de la naturaleza
masculina y como tal, hay que tener en cuenta qué cosa es lo femenino y qué
es lo masculino.

Es cierto, preparo desde hace tiempo un viaje al Sol. Mis


investigaciones relativas al viaje hacia el Sol tuvieron en cuenta un hecho
sorprendente: el último eclipse total del sol tendría lugar, en su punto más
oscuro del cono de sombra, en una ciudad de Rumania, el 12 de agosto de
1999. Esa ciudad era, casualmente, el lugar de mi infancia y juventud y hacia
allá se dirigieron todas mis luces. Durante años he investigado la manera de
elevarme más allá de la atmósfera terrestre con la ayuda de la energía solar. Mi
empresa no es original. Hace más de tres siglos en 1652, CYRANO DE
BERGERAC había viajado hacia el Sol utilizando un ingeniosos aparato de
madera que hoy yo he construido, tomando en cuenta las precisas indicaciones
del caballero SAVINIEN. El sueño de mi esposa era un verdadero acuerdo
premonitorio de mi actividad, que he tenido bajo el más estricto sigilo.
La máquina de Cyrano era de madera. Durante ocho días encerrado en
una torre, Cyrano cepilló, escuadró, pegó maderas y acabó por construir un
maravilloso objeto volador que describe con detalles. Era una caja grande y
muy ligera construida con listones de madera de balsa, que cerraba muy
ajustadamente. Su altura no era mayor de seis pies y su anchura no llegaba a
tres pies, en cuadro.
La caja tenía un agujero interior y encima de la tapa, en la cual había
practicado también un orificio, colocó un tubo de cristal en forma de globo,
cuyo cuello de pelícano de alquimista se ajustaba y engastaba en la apertura
practicada en el capitel. La descripción de Cyrano me ayudó a realizar las
medidas y las formas de la manera más precisa. El tubo poseía varios ángulos
en forma de ICOSAEDRO con el objeto de producir reflexiones y
refracciones que generarían una potente energía cinética, solar y fotónica,
como un espejo ardiente. El icosaedro lo he construido tomando en cuenta los
dibujos técnicos de Leonardo en el libro de LUCA PACCIOLI. Tenía veinte
caras. Un antiguo libro de perspectiva de los cuerpos platónicos de la época de
Cyrano me ayudó a refinar ciertos detalles de angulación. Para Cyrano, como
para mí, el objeto era una auténtica monería mecánica. Terminada la
construcción la envié por avión en una caja bien sellada a RIMMICUL
VILCEA, la ciudad del eclipse y pronto viajé yo también, despidiéndome de
los míos, que estaban al tanto de los preparativos.

A las doce en punto del día previsto, en un campo cercano a la ciudad


de Valaquia, saqué la máquina de su caja y la dispuse en una colina. Salvo las
dos aperturas laterales, la máquina estaba herméticamente cerrada. El pequeño
taburete, o celemín, que había introducido dentro, fijándolo a la base, me
permitía una postura cómoda, aunque apretada. Todo ello estaba acorde con la
descripción de Cyrano. No había nadie en los alrededores y ésta sensación de
soledad me generaba un estado de calma indescriptible. Con todo ello
dispuesto para arrancar, entré en la máquina, cerré la compuerta doble de
cristal y permanecí quieto como una hora. Cuando el sol entró en la oscuridad
del eclipse y el cono de sombra produjo una luz violácea y gris como la luz
ceniza del primer día de la luna, todos los ruidos de la naturaleza callaron.
Había una atmósfera féerica parecida a la luz fosforescente que había visto en
el Golfo venezolano de Cariaco, hace unos años. Aquélla luz se llamaba
ardentía, una fosforescencia fría y celestial que rimaba con el silencio de los
insectos y de los vegetales. Ni una hoja se movía. El icosaedro de cristal
recibía, a través de sus facetas, los tímidos reflejos de la luz gris del eclipse
que se difuminaba aún más por el bocal de la celda, luego de un sinnúmero de
reflejos y refracciones. La luz que entraba en mi aparato tomó un matiz
púrpura parecido a los dedos de la aurora que describió Homero en el
comienzo de su Odisea. El éxtasis que generó esa luz en mi Ser fue parecido a
la sensación que invadió a Cyrano en el mismo momento de su partida. Por el
orificio de la base me di cuenta que la máquina se había elevado suavemente y
el claro del bosque quedó abajo como un ojo en la verdura. Era prodigioso ver
como la máquina seguía, punto por punto, el diario de vuelo de Cyrano.
El vacío que se producía en el Icosaedro debido a los rayos cinéreos del
eclipse, unidos y enfocados por los cristales, atraía, para llenarse, una tromba
de aire que empujaba la caja de modo casi vertical. La vela que Cyrano había
agregado a los planos no entró en mis cálculos debido a la experiencia misma
de Cyrano. Poco después del despegue realizado tres siglos antes, la vela se
había desprendido y se perdió en la atmósfera.

En menos de una hora estaba ya en la región “intermedia” siguiendo los


pasos de este maestro de la imaginación. El sol, una vez liberado de las garras
del eclipse, golpeaba con vigor los espejos cóncavos del icosaedro y al
enfocarse los rayos en el interior del tubo, expulsaba con su ardor, por el tubo
superior, el aire que se formaba en torbellino y llenaba continuamente el
vacío, que aspiraba por la otra apertura, la misma cantidad, para llenarse.
Como Cyrano decía, - el éter se convertía en viento, por la velocidad con que
se precipitaba para impedir la existencia del vacío y empujaba la máquina con
una dinámica de la cual no me percataba dentro del artefacto.

Acorde a Cyrano, sacaba de cuando en cuando, una pequeña botella de


brandy y prendiendo un puro, introducía una bocanada de humo en el vaso que
había preparado desde abajo, situándolo en una base de alambre para no
caerse. El humo tomaba la misma forma helicoidal que movía mi máquina,
formando en la copa dos bellas espirales que me recordaron el libro de las
experiencias con el CAOS SENSITIVO de Shwenck. Por incredulidad y
desprecio, nadie había intentado practicar la misma experiencia de Cyrano.
Para mí, el pequeño libro del viaje a los Estados e Imperios de la Luna y del
Sol, era una joya. Lo llevaba conmigo en una pequeña mochila, como un
amuleto secreto de la emulación metido entre otros objetos mágicos que elegí
en tierra con mucho cuidado. Cuando niño, recuerdo que al terminar el primer
curso de Kinder, tenía cinco años, había faltado casi todo el período,
jubilándome sin que nadie se enterara y vagaba sólo por la ciudad, mirando las
vitrinas y la gente. Un día construí un aparato volador de madera, con hélices
y ruedas curiosas y se lo regalé a la maestra que lo expuso durante años en su
oficina, en un escaparate de cristal. Era un objeto bastante grande, y años
después, cuando de nuevo visité la guardería, lo encontré en el mismo sitio,
como una escultura rara. “Ese niño será un genio o un vagabundo” dijo la
profesora y mi madre afirmó lo mismo con un gesto de cabeza. Lo cierto es
que hoy me siento un vagabundo del camino del Sol.
El aparato que había construido de niño tenía cierto parecido con éste,
en el cual me encuentro hoy, moviéndome rectamente hacia el Sol del cenit.
La zona más difícil de franquear para ir al sol es la Corona, donde la
actividad ígnea y la temperatura es miles de veces mayor que en la superficie
del astro. No obstante, había practicado años la regulación térmica de mi
cuerpo, y al pasar el límite de la corona pude salir ileso y caer solitario sobre
la superficie solar. La máquina, salvo el icosaedro de cristal, se había
esfumado, para no decir “chamuscado”. Sólo sentí un fragor interno que
segundos después se transmutó en una sensación de vigor nunca antes
experimentada. Estaba ya acrisolado en el fuego. Sentado en las cenizas de las
arenas de una playa, miré a mi alrededor y reconocí la luz fría de la
ARDENTÍA. Todo estaba inundado por la fosforescencia de luciérnaga, que
me llegó a ser tan familiar, en Cariaco.

¿Y ahora qué?

No ví casas, ni caminos, ni huella alguna de habitantes cercanos. El sol


era un lugar fresco y el mar callado movía sus olas en una música suave en la
playa, cuya arena era de polvo aurífero. Me percaté que el oro era el
“material” del cual está “hecha” la “tierra” del sol, junto al mar que ostentaba
un oscuro color celeste, hasta el horizonte. Mar y Oro y luego, a lo lejos,
bosques tupidos de un verde brillante. Tal vez por ello el sol generaba esa luz
en el universo. El polvo de oro no quedaba expandido en el aire cuando
repasaba mi mano por la arena y la deriva de las olas no producía polvo. Los
finos granos caían suavemente en la “arena” amarilla y su pesadez impedía la
formación de huellas al caminar sobre al playa. ¡Qué agradable sensación es
caminar sobre el oro!

Estaba rodeado por un silencio que parecía leche tierna, lo mismo que
decía BÖEHME. Estas palabras se refieren a una sensación doble, tal vez
triple y simultánea: se oía, se gustaba, se tocaba, es decir, se saboreaba. Es
esto lo que estaba buscando, no añoraba conocer nuevos territorios u otros
mundos. No tenía hambre, ni sed. La brisa me alimentaba y el frescor del agua
de mar me hacía abrevar en esa humedad sonora, generándome un estado de
bienestar supremo. No tenía ganas de dormir ni de moverme. No pasaron días
ni noches. Era un irreverente y continuo silencio, eterno, perdurable.
No puedo decir qué pasó con el tiempo. Tampoco se había congelado
nada, tal vez la imagen sería un estado circulante, retroactivo y dinámico, algo
que se iba y venía, sin jamás partir, sin dejarme, sin deshacerse entre los
dedos.
¿Era acaso necesario volver?
Sentía que mi ser se había expandido como una bomba de jabón y sin
embargo, la consistencia de esa esfera no carecía de firmeza: parecía una
esfera de cristal. Era yo, el Ser redondo y a la vez humano, transparente,
translúcido, potente.
Sobre la arena se encontraban pequeños dados de oro; sobre las facetas
no habían puntos. Observé que los dados tenían formas distintas: cubos,
pentaedros, octoedros, dodecaedros, icosaedros. Mi icosaedro de cristal estaba
allí en la playa y, a pesar de su hosco tamaño, parecía uno más entre tantos
objetos de su misma forma. De las cosas que había embarcado en mi nave de
madera, además del icosaedro de cristal, me di cuenta que habían quedado
paradas en la playa de oro, dos maletas que había llenado de objetos
maravillosos, en mi salida de RIMNICUL VILCEA: dados, pinceles, tinta
china, una pequeña hamaca, una cervatana telescópica que podía aumentar su
tamaño como un catalejo hasta alcanzar los dos metros, una bicicleta
desmontable, un pequeño velero con su vela, también desmontable, el código
general de las lenguas, el modelo del Yo, un juego de ajedrez con su tablero y
trebejos, un reloj de arena, unos fósforos, una lupa, unas pinzas, un tramojo y
otras cien cosas más que estaban ordenadas en el interior de la maleta, tal cual
lo había hecho antes de partir. Me extrañó que la máquina se había esfumado y
las maletas no. Tal vez se debía ello al hecho de que estaban situadas muy
cerca de mi cuerpo a cado lado del celemín, o taburete de papel maché, donde
estuve sentado. Por cierto, el tabuerte también estaba allí. Este objeto especial
en forma de tortuga, era un “instrumento” que me había regalado uno de mis
maestros-amigos, Hernan Gómez, hecho con cinco bombillos y una botella
vacía de COCACOLA. Era uno de mis objetos favoritos pues me servía de
mesa, de almohada, de silla de meditación y de soporte para mis sesiones de
pintura y caligrafía ZEN, el Zen Latino.
A diferencia de las playas de arena, ese polvo de oro no quedaba
mojado al romperse las aguas del mar en la orilla. Entre las finas partículas de
oro-gualda, había fragmentos diamantinos cuyos brillos proyectaban a
grandes distancias rayos de luz fosforescente, de todos los colores.
Por mi cabeza no pasó jamás la idea de llenarme “ los bolsillos” de oro
o diamantes para negociarlos en tierra, a mi regreso en mi planeta mercantil. A
causa de ello, observé que todo lo que yo tocaba por más de ocho segundos, se
transformaba en oro: mis dados, la hamaca de hilos de henequén ahora era de
hilos de oro, la cerbatana y casi todos los objetos de las maletas eran de oro
puro: al hacer tan sólo una cruz sobre el objeto, esta cualidad que me traía a la
memoria al rey Midas y a su castigo, prohibía al material transmutarse en el
metal amarillo.
Sabía que el oro de la playa era el famoso polvo de proyección de
los alquimistas. Mi soledad en estos parajes no me infundía ningún
sentimiento de desamparo o tristeza gregaria: El tiempo no podía ser
calculado como en tierra ya que no tenía sueño ni hambre, ni sed, ni
cansancio corporal o de otra índole. En la lejanía percibí bosques verdes
y las plantas que crecían al lado de la playa pertenecían al género
descrito por Leo Leonni en su botánica paralela. Hice un recorrido por
los alrededores del lugar donde había AHELISADO, recordando a
CYRANO. ¿Y los pájaros? ¿Encontraría tal vez el Fénix del libro sobre
los misterios del Sol, del cual dejaba notas Cyrano? Ciertamente, el
vuelo de los pájaros en esta atmósfera de cuento de hadas tenía que ser
suave y fluido como una pluma elevada por el viento. Pero no había
viento, sino la brisa húmeda de los parajes tropicales que en el
crepúsculo, acaricia la piel de los que frente al mar se deleitan. En
cuanto al lenguaje de los pájaros estaba ya familiarizado por mis
experiencias en tierra. Pero no aparecía ningún pájaro. Parece que no
había nadie aquí. Como un Robinson Crusoe, medité en mi estancia y
decidí esperar. No se trataba de sobrevivir. No había nada que buscar y
nada que encontrar: parecía que todo estaba perfecto, sin apuro, sin
necesidades, lo único que me quedaba era sentarme en calma y
contemplar esa belleza cósmica y aurífera. El sol se llama AUR. El cielo
ANA, EL agua AP, y el oro, GÁLADA. ¿En qué lengua? En la lengua
de la Luz. Cerré los ojos pero era como si los tuviera abiertos. El brillo
suave permanecía callado en mi visión, cerrando o no los párpados.
Saqué una pequeña esfera maya de cristal, el ZASTUN que los
curanderos de Yucatán usan para diagnosticar a los enfermos, y empecé
a mirarla fijamente, con la intención de lograr ese instante nebuloso que
ocurre al concentrarte en toda esfera de vidrio. Durante largo tiempo
miré el soporte esférico con esa intención y pronto, la espesa niebla que
describen todos los magos que saben de esas cosas, apareció dentro y
alrededor de la esfera. Me ví entrando en la máquina, cerrando las
compuertas, elevándome, pasar por la región intermedia, llegando al Sol
y luego, de un destello, bajar lentamente, con las dos maletas al lado del
cuerpo, en la playa auriforme, como un perfecto replay. Pronto, la
imagen de mi cara apareció reflejada en la esfera y tenía la sensación de
verme en un espejo convexo, como la famosa pintura anamórfica de
ESCHER.
La bola de cristal era mi televisión, lo sabía: podía ver allí lo que quería.
Sólo con la intención de mirar bastaba para aparecer en la pantalla virtual, el
paisaje, el objeto o la persona que quería contemplar. A diferencia de las
imágenes televisivas, podía comunicarme con todos, entablar conversaciones
y hasta tocarlos “a mon gré” o moverlos en sus trayectorias lejanas. Me
levanté y empecé a caminar pero descubrí que me deslizaba por la playa de
oro como llevado por una banda mecánica invisible, sensación parecida a la
que tiene el que se mueve en los aeropuertos por la banda mecánica horizontal
sin peldaños ni barras laterales. Reflexioné en ello y elevé las manos.
Súbitamente, mi cuerpo se elevó un poco por encima del suelo- Sol y pude
deslizarme por los aires. Ese descubrimiento me alegró sobremanera. ¡Volar,
qué gozo inestimable! Viajé largo rato por los alrededores. Bosques, campos,
picos elevados de montañas de oro, planicies interminables de plantas
paralelas y en todas partes aquélla luz cinérea que se llamaba Ardentía.
Como permanecí un rato con la palma de mi mano derecha sobre el muslo, la
pierna entera se transformó en oro: se me vino en la memoria la leyenda de
PITÁGORAS y su muslo de oro que le permitía ser ubicuo. Seguramente, el
filósofo había sido un visitante de estos paisajes. Mi afecto, no obstante el
respeto que le profesaba a Pitágoras, se dirigía hacia la figura de Heráclito, el
hombre hosco y genial de EFESO. En el mismo momento en el cual estaba
pensando en el efésio, apareció a lo lejos, un caminante. Pronto llegó a mi
lado y me abrazó en silencio, con una breve sonrisa, deslizándose, como yo.

–Soy Heráclito- dijo brevemente.

–Soy Elidan de Valaquia- respondí.

-...de Valaquia, de Efeso, de cualquier parte, eso ya no importa, ahora eres del
Sol como yo. ¿Recuerdas el fragmento en el cual decía que el sol tiene el
tamaño de un pie humano?

-Sí, claro que lo recuerdo.

-No sé si lo habrán entendido allí, en tierra.

-Ciertamente, aún es oscuro el sentido de esa porción de libro perdido.

-¿Lo perdiste?
Es que nunca se ha perdido. Sólo hay un ejemplar, en el templo de
Artemisa, en el altar donde lo he depositado yo mismo.

-Nadie puede hablar hoy, de alguno que haya visto, siquiera de lejos, el libro
de Peri Physeos, o “Sobre la Naturaleza” –dije yo.

-Vamos a sentarnos en calma frente al mar. –dijo Heráclito ¿tienes dados


terrestres?

-Sí, respondí y busqué rápido en una de las maletas. Agarré cien pequeños
dados de distintos colores y se los entregué al “oscuro”.

-Estos dados , lo más gracioso es que la gente no sabe lo que está tirando
sobre las mesas. . . ¿tienes un cubilete?

-No, no. No uso- le dije, sorprendido.

-No me tomes a mal. Sólo quise ver si eras un poco tonto. No se necesita
cubilete para los dados. ¿Acaso no puedes hacer lo mismo con tu puño
cerrado? Menos mal que no te trajiste un cubilete. Te hubiera despreciado.
Vamos a hablar del dado, el objeto más bello de la inteligencia humana.

-¿Qué hace Ud. aquí? – pregunté.

_¿Qué hago? Lo mismo que tú. Nada en especial. Es un sitio de descanso


místico, no se hace nada. Estás aquí y basta. ¿Acaso quieres hacer algo? .
No creo que deseas abrir aquí algún negocio. . . –meditó Heráclito

-No, No... –respondí. Pero todo es tan preciso, tan calmado, tan perfecto, que
se me hace pequeño el corazón.

-¿Qué querías? Estás en el sol. Aquí todo está hecho. No te das cuenta que ni
siquiera necesitas ir “al baño”, como ustedes dicen allá, en tierra, en esos
días?
Era cierto. No me había percatado que mis necesidades de hacer “pipí” o
“pupú” como dicen los niños, estaban aquí totalmente anuladas.

-Es que en el sol todo está perfecto. No hay necesidad de hacer ninguna
necesidad, de crear nada, de inventar nada, de comer nada . . .
Sólo puedes imaginar, puedes imaginar cualquier cosa natural y al
instante se te presenta delante de tus ojos.
Mis fragmentos no es que sean “fragmentos”; simplemente dije “algo”, en
pocas palabras y basta. No sé a quien se le ha ocurrido llamarlos “fragmentos”

-Bueno es que suponen que la obra original tuvo que ser mucho más densa. El
libro se ha reconstruido de los comentarios que se encontraron sobre vos, en
varios autores.

-La ridícula crítica de Aristóteles es el colmo - dijo Heráclito.


En vez de percatarse de lo profundo que es el Logos, viene a discurrir sobre
donde hay que poner una coma para que se entienda lo que estás tratando de
decir, como si por las comas la gente va a comprender el sentido profundo de
las cosas ... Hay que ver cuan ridículos pueden llegar a ser, los filósofos.

-Erudición, arte de malabarismos –dije yo.

-Sí, erudición, arte de perversidad. Por cierto, hazme el favor de quitarte ese
muslo de oro, que me recuerdas a Pitágoras.

-Pero, ¿cómo hago? –le dije.

-Simplemente así: toca tu pierna con la mano derecha y haz un nudo - ustedes
dicen “una cruz”, pero es un nudo.

Acto seguido, hice el signo que Heráclito me aconsejó hacer y la pierna


recuperó su aspecto anterior.

-Así podemos hablar.- dijo Heráclito-

-Este lugar –continuó Heráclito- es el preciso sitio en el cual podemos


conversar en calma sobre mi libro. No estamos perdiendo ningún tiempo. No
tenemos que ir a dormir ni a comer. No hay necesidad de hacer ninguna
necesidad, puedes preguntarme lo que deseas. No estoy apurado.

-¿Puedo usar el orden que actualmente se concibe para los fragmentos? –dije,
con cierto temor reverencial.
-El orden no importa, lo que importa es el sentido, y el sentido no se pierde
con el ordenamiento diferente de las oraciones. Es más, lo único que digo es
una sola palabra: Logos. Si la entiendes, entiendes todo el libro. –dijo
Heráclito.

-¿Podría anotar nuestra conversación y darla a conocer en tierra?–le pregunté.

-¿En tierra? ¿pero quieres volver? Entiendo, como no hay nada que hacer aquí,
ya empiezas a fastidiarte.

-No, no, sólo desearía hacerles llegar a los míos, a mis amigos, también
estudiosos de la poesía, las palabras que me estás regalando.

-Esas palabras eran de oro, aún en tierra –dijo Heráclito- y a pesar de todo,
-continuó- lo que ya es oro, no necesita cambiar de forma y contenido en un
lugar donde las cosas pueden transmutar. Tengo especial cariño por los que se
ocuparon de mis escritos, por Capeletti, de Venezuela, por Agustín García
Calvo, en España, por Julio Caro Baroja, en fin, por todos, sin necesidad de
nombrarlos.

-¿Usted vive aquí? –pregunté.

-En el Sol, sólo estoy yo. Los demás como lo llaman ustedes, “los iluminados”
están muertos, es decir viven ahora en tierra, enseñando aquí y allá. Tu hija, le
dice en este momento, a su mamá: Yo quiero dibujar un SOL -¿la escuchas?

Cerré Los ojos y ví y oí la escena que Heráclito me había revelado.


Estaba contento.

-¿Sabes? –díjo el sabio- me parece importante que hablemos del Logos, no


tanto de mi libro. Si tú deseas, agarra palabra por palabra y desmenuzaremos
el sentido para tus amigos, cuando regreses.

-Me gustaría tanto que mi nena leyera su libro- dije yo, permaneciendo con la
imagen de mi niña, en la memoria.

-No necesita leer mi libro. Lo importante es que se investigue a sí misma,


como yo también lo hice.
Cicerón escribió un famoso sueño, el sueño de ESCIPION, donde habló
del sonido. El Sonido es este LOGOS del cual yo hablo, esa música llena de
silencio, continua, potente, que se oye y se escucha en todo momento en toda
ocasión. Es el LOGOS que siempre existe pero los hombres lo ignoran, antes
de haberlo escuchado y aún después que por primera vez lo escuchan. Porque
aunque todas las cosas según este Logos-sonido, o SON, se originan, sin
embargo, ellos, semejantes a los dormidos, tratan, por medio de palabras y
acciones, parecidas a las que yo empleo y hago, cuando separo cada cosa
según la naturaleza y te explico en qué consiste. Pero a ellos se les oculta lo
que hacen despiertos, así como también olvidan lo que hacen dormidos.

-Ah, las primeras palabras de su libro –dije yo.

-En realidad, así termina mi libro. No sé por qué lo han puesto al comienzo
pero da lo mismo.

-Sí, común es el principio y el fin en la circunferencia, el fragmento 103. –


respondí.

-Veo que algo te ha quedado de mi polvo de oro. ¿No será que te lo quieres
llevar en los bolsillos y venderlo por ahí, en la tierra?

No dije nada. Miraba ese hombre luminoso y enjuto y deseaba tanto saber más
de su vida y de todas sus cosas, allí en el sol . . . ¿Qué hacía?

-Usted tiene amigos aquí? –pregunté.

-Aquí, como ya te decía, no hay nadie. Sólo yo he quedado en las playas de


oro, deslizándome cada vez que deseo sentir más fuerte la brisa áurea de la
mar. Elidan, te llamas Elidan. Bello nombre como todos los nombres. Mi libro
es un libro circular. Un libro redondo. Como todos los círculos, puede que sea
grande o pequeño, sigue siendo redondo, esférico, cristalino como una esfera.
Por ello, que el fragmento sea del medio o del final no tiene importancia. Me
investigué a mi mismo. Tú también. De allí he llegado a saber. Descubrí que
soy el ser. El único ser, el ser que todos los seres son, el SER. Solos, Seres
somos decía tu amigo Darío Lancini, seres solos somos. Pitágoras de Samos
no sabía qué somos, porque era de Samos y en Samos no se sabe qué somos.
En el sueño de Escipión están las palabras precisas para entender el Logos.
“...ahora los oídos de los hombres se han vuelto sordos a esa melodía” . . .
No es que sea una melodía. Es una música continua, pareciera que sólo
tiene un solo sonido pero a veces, se oye un gorjeo de pájaros, un gorjeo de
niños que aún no han empezado a hablar.

“...No hay en nosotros un sentido más apagado –continúa Cicerón. Lo mismo


que en ese lugar, que se llama CATADUPA, las grandes cascadas -¿has estado
alguna vez en el Iguazú?

-Sí, recuerdo el sonido

-En Catadupa pues, en Africa, donde el río cae desde las altas montañas, las
gentes que viven allí han perdido la costumbre de oír este sonido, por su
misma magnitud, como los peces que no ven el agua del mar, ciertamente un
tremendo volumen de sonido surge de la rápida y suave revolución de todo el
cosmos, pero los oídos humanos no son capaces de recibirlo, aunque lo tienen
dentro y fuera, del mismo modo que son incapaces de mirar directamente al
sol, cuyos rayos ciegan y vencen los sentidos. Sólo los niños pueden hacerlo,
pero al crecer, se olvidan. Te das cuenta que, tanto aquí como en la tierra, un
día es igual a otro cualquiera. Aquí sólo hay día.

-El fragmento 106-dije.

-106,108,5,9, qué importa, sigue, sigue, a lo mejor así aclararemos juntos


todas las oscuridades. No es que yo te explique más de lo que allí está dicho.
Sólo tenemos una conversación solar sobre estas cosas.

-Algunos pitagóricos decían que DE PYTHAGOREIS SINE LUMINE, NE


LOQUITOR.

-Yo digo DE HERACLITEIS SINE LUMINE NE LOQUITOR.

-De las cosas heraclíteas, sin haberlas comprendido, no hables –traduje yo.

-Sí.. . . Es eso lo que quiere decir luz: comprender. En cuanto a los que repiten
lo mismo que yo digo, es algo bueno, tal vez sea mejor que decir cosas
provenientes de sus propias opiniones –dijo Heráclito-
El sentido común es el sentido por lo común, es pensar en los demás, no
en tu provecho, por lo cual es necesario adherirse a lo imparcial, a lo común,
por lo común es imparcial, no puede parcializarse, ya que no sería “común” si
lo hiciera. Pero aún siendo así, imparcial, el Logos, viven la mayoría como si
tuvieran un entendimiento particular – continuó el anciano.

-Este es el fragmento número dos del libro recompuesto.

-Será..- dijo Heráclito. ¿Sabías que la magnitud del sol tiene la anchura de un
pie humano?

-Este es precisamente el fragmento tercero.

-Ellos son como tú. Saben el número del fragmento, pero no saben qué quiere
decir el fragmento mismo. –dijo Heráclito.

-Ahora que estamos en el Sol, ¿podría explicarme eso, maestro? –repliqué-

-Hay un fragmento en mis fragmentos, en el cual afirmo que lo Uno, lo sólo


sabio , no quiere y quiere ser llamado Maestro. Por eso, al oirte llamarme
maestro, sabes que no quiero y quiero ser llamado así.

-Me salió de modo natural.- dije-

-Correcto, recto. Puede ser incorrecto también. Puede ser cierto y también
puede ser falso y no por ello deja de ser verdadero. Para Dios, todas las cosas
son bellas, buenas y justas; pero los hombres a algunas las consideran justas y
a otras injustas.

-El fragmento 102 –dije, sin pena.

-Por lo mismo, dime como tú desees, de todas maneras estará bien. Me quieres
llamar “El oscuro”. Deseas decirme “el loco”, como se quería llamar a sí
mismo, HOKUSAI, “el viejo loco por el dibujo”. Llámame “loco”.

Me investigué a mi mismo y sé quien soy. No tengo necesidad de saberlo por


medio de nombres que me atilda la gente.

-De todos los fragmentos que conozco –proseguí, luego de haberme hablado
Heráclito –el del tamaño del Sol me parece el más ácido.
-Puede ser también el más alcalino, ya lo sabes –dijo- Fíjate, el tamaño de tu
pie es tal, que puede hacerte sombra.

-Sería cierto entonces la explicación de los Sciopodas, los seres que se hacían
sombra con sus propios pies?

-Eso es un chiste, Elidan. El sol no tiene tamaño. Ahora bien, como ustedes
ponen medidas a todos los zapatos, poseen, por cierto, números precisos para
ser calzados, me pareció propicio darle al sol un tamaño natural. Decir que el
Sol posee el tamaño de un pie humano es lo mismo que decir que un pie
humano posee el tamaño del sol. Por donde pasa un iluminado deja una huella.
Fíjate: en ese polvo áureo de la playa del sol, tu pie no deja huellas. ¿No será
que tu pie no tiene tamaño? ¿Recuerdas esas palabras del viejo testamento?
Oh! Qué bellos son los pies de los que anuncian bienes!
Creo que están acordes con ese fragmento mío que Ustedes numeraron
--¿con el número qué?

-Tres-respondí-

-Tres. Un, dos,tres, el sol tiene el tamaño de uno de los pies. ¿Cómo puede
tener tamaño la luz? La naturaleza no tiene tamaño; lo decía cantando, Willie
Colón, según la canción del poeta brasileño, cuyo nombre no recuerdo.

-¿??? Ah, yo tampoco, pero he oído la canción, es preciosa.

-Bueno, es esto. El Sol no tiene tamaño. Estás aquí, ¿te das cuenta? Has puesto
tu pie en el Sol. En la cara del sol y desde hoy, tu apellido será ELIDAN
HELIOPODOS, el del pie que tiene el tamaño del sol.

-Me parece fascinante –dije.

-El sol es la luz que en cada ser humano existe, en su fuero interno: es el Ser,
luminoso como el Sol. Ustedes lo llaman equivocadamente “espíritu”,
olvidándose que “espíritu” es la esencia, el alcohol, como dicen los árabes, la
OÚSIA, como decimos nosotros, los griegos. El sol es nuevo cada día
continuamente nuevo, siempre nuevo, porque la luz no envejece jamás.

-Es su fragmento, el seis.


-Seis, tiene lógica si recordamos los seis días del génesis. Fíjate: los griegos
hemos llamado al nacimiento Génesis y los latinos cristianos lo tradujeron
como CREACIÓN. Es un disparate, puesto que produce una filosofía
enteramente errada. Deben traducir GÉNESIS como NACIMIENTO o
generación, no como CREACIÓN. La Creación sería en griego POIESIS. Pero
este cosmos, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses, ni de los
hombres, sino que siempre fue, es y será. Fuego siempre viviente, que según
medidas se enciende y según medidas se apaga.

-Este fragmento es el número 30, del libro reconstruido..

-Me alegra saberlo. ¿qué me puedes decir de esas medidas?

-Pues, creo que es el GRAN AÑO de 25.920, el mismo número de


respiraciones humanas en un día.

-Sabes más que pescado frito. Tengo tanto tiempo sin comer y no obstante
perdura en mi memoria el sabor de los pescados fritos en la piedra ígnea.
Aguárdanles a los hombres, al morir, cosas que ni esperan, ni creen . . . sabes
Elidan, tú estás aquí, en el Sol porque has muerto allá en la tierra. . . a
diferencia de otros, tú crees y esperas lo que te aguarda al salir de tu entorno.
Estás ahora hablando aquí, conmigo, y pronto deberás volver a nacer de
nuevo, en la tierra de los hombres. Aquí en el Sol, no hay nadie. Sólo yo he
quedado, por comodidad, no por otra cosa. Juego a los dados, sólo, aquí en la
playa áurea. Ahora vas a tener que obedecer a la mía voluntad, como dirían los
italianos. También es ley obedecer a la voluntad de uno solo. ¿Qué número
tienen esas palabras mías, en el libro que ustedes reconstruyeron?

-33

-Qué bello número. Ese número es uno de los más secretos de la historia
mística.

-Pues, obedecerás lo que te voy a decir. Hasta que los humanos no entiendan
que son el Ser, no habrá emancipación en la cultura de los tuyos. No es que en
mis tiempos hubieran vivido muchos individuos preocupados por tales cosas.
También había pocos. La voluntad del sabio es la voluntad del cielo. Te
agradezco que no me mires así. Los ignorantes aún cuando oyen, parecen
sordos, de ellos dice el refrán: ”presentes, ausentes están”. Y se quedan
boquiabiertos, al oír cualquier cosa...
-Es el fragmento 34.

-Bien. Los sabios en cambio, aún ausentes, presentes están. ¿Has entendido?
Como digno varón filósofo es necesario que estés bien enterado de muchas
cosas ¿sabes hacer nudos?

-Sí

-Pues debes empezar a enseñar a las gente a usar de nuevo los nudos y a
llamar cabos a las cuerdas, como verdaderos marineros. Por lo tanto, al nacer
de nuevo entre los hombres, madura, pasa la niñez jugando, sin perder de vista
al cielo y al Sol y al llegar a la mayoría de edad, trata de prepararte para esa
tarea que te estoy encomendando: enseñar a la gente todo sobre el Ser.
Empezarás con los Nudos, los elementos más cercanos a la meditación, a la
contemplación, a la concentración. En una cosa consiste la sabiduría: en
conocer el designio por el cual todo mediante todo se rige.

-Este fragmento es el 41 –dije brevemente- Es extraordinario.

-Sí es fuera de lo común –dijo Heráclito.

-Alguna vez terminaremos todos estos fragmentos, descuida. Es bueno


saberlo, tal vez han metido en mi libro cosas que no he dicho.

-Ciertamente, hay grandes polémicas en este punto.

-Muchas cosas que yo dije, las dije en broma pero la mayoría de las palabras
que han quedado son ciertas. Lo que pasa es que el humor escasea en nuestra
raza humana y mucha gente toma en broma lo que es serio y al contrario, toma
en serio lo que yo dije sólo en broma. Por lo menos lo de Homero es una
broma pero son muchos los que lo tomaron en serio.

-El sol, Elidan, es inmenso como el ALMA. Andando no encontrarás los


límites del Sol, como no encontrarás los límites del Alma, aunque recorras
todos los caminos: tan profundo es su Logos. Por lo mismo, deja de investigar
los alrededores de esa playa donde caíste y espera tu momento para retornar.

-Ese es el fragmento 45 –dije.


-A un conocedor de muchas cosas, le digo, no seas presuntuoso. Es preciso
extinguir la prepotencia más que un incendio.

-Estas palabras han sido catalogadas como el fragmento 43.

-Me refiero a ti. Un erudito casi siempre es prepotente. El sabio en cambio, es


suave y modesto, escucha la historia de cada uno, pero a la vez, es austero y
sobrio. Algo importante. Por más cómico que fueras no conviene que seas
chistoso hasta el punto de convertirte tú mismo en objeto de risa.

-El 130.

-130, 130. he visto a muchos profesores dramatizando sus enseñanzas y ese


teatro resulta lamentable, porque los oyentes se están riendo de ti, no de lo que
tú dices.

Ser prepotente luego de haber conocido algo y usar tu conocimiento para


mirar con altanería a los pobres diablos que no conocen nada de lo que tú
conoces es una presunción falaz y yo la llamo REGRESO DEL PROGRESO.

-Es el fragmento 131.

-Disculpa...

-Progresaste porque aprendiste, pero regresas, porque hay presunción en tus


palabras. No desees ser honrado, ni premiado por tus congéneres, porque los
honores esclavizan a santos y hombres. ¿no ves cómo trabajan los pobres
santos con tantas velas prendidas en las casas y en las iglesias?

-132 –dije yo.

-También te digo que no te extrañe la enemistad que adoptarán hacia tu


persona algunos de los tuyos. Los hombres malvados son enemigos de los
veraces.

-133. El fragmento 133. Heráclito, te quiero preguntar –dije yo- ¿qué sentido
tiene el fragmento 134 en el libro?

-Tienes que decirme qué dice este “fragmento” como ustedes lo llaman porque
te figuras que yo no conozco los números, de mis “fragmentos”.
Por fortuna digo eso de los números, menos mal que no digo que no
conozco lo que estoy diciendo o escribiendo.

-El fragmento 134 dice lo siguiente: La educación es otro Sol para los
educados.

-Como estamos en el Sol, todo lo relacionado con ese astro bello, cae de
perlas. Tú mismo lo puedes explicar. ¿No es para ti el sol un motivo
importante para el estudio? ¿No te ha enseñado ese silencio más que mil
palabras dichas por tus profesores y guías durante tu vida terrestre?
Si para ti el Sol es la luz misma y si el sol es luz para la tierra, para los
educados, la educación es “otro sol”, como bien digo en mi libro. No entiendo
qué tienen de oscuridad mis palabras para que me achaquen el mote de
”oscuro”. EL sol desaparece, o está “escondido” detrás de mi luz, como el
MAESTRO desaparece y está escondido detrás de la Luz de la Educación.
A propósito del Sol, te diré que si el Sol no existiera, por lo que toca a
los otros astros, habría noche.

-Estas palabras me parecen importantísimas. Pertenecen al fragmento 99.

-Por cierto, ¿cuántos fragmentos tiene mi libro reconstruido? –me preguntó


Heráclito.

-Se han considerado 139 fragmentos, algunos dudosos, otros seguros, según
citas de grandes filósofos antiguos.

-¿139? En mi libro, llamémoslo único, por haberlo escrito en un solo ejemplar,


como es una la sabiduría, no escribí sino cien diferentes temas, de manera
muy sucinta. Será por eso que ustedes los llaman “fragmentos”: para mí no
son “fragmentos” sino “totalidades”. De todos aquellos cuyas palabras he
escuchado, ninguno llegó a esto: a comprender que la sabiduría está de todas
cosas separadas.

-Los estudiosos llaman a estas palabras “el fragmento 108.

-Correcto, 108. Es el número de las cuentas del rosario, el collar de los


misterios. Tiene mucho que ver este número con la vida y la muerte.

-Hay un fragmento, el 110, que dice que - “no es mejor para los hombres que
se les cumpla cuanto desean “ -¿me quiere explicar eso? -dije yo.
-No te lo voy a explicar porque la explicación no dice nada. Te lo voy a decir
de nuevo y dado tu interés genuino en entenderlo, lo entenderás y
comprenderás instantáneamente. Oye: NO ES MEJOR PARA LOS
HOMBRES QUE SE LES CUMPLA CUANTO DESEAN.
¿Qué tiene que ver el sentido profundo de esas palabras con la bendita coma
de la que habla Aristóteles?
El ser humano desea algo. Tal deseo abre una cuenta en la propia vida
del deseante y el pago se realiza instantáneamente, cuando el deseo se cumple.
Si lo que desea coincide con lo que está escrito, no se considera un “deseo”,
en el verdadero sentido de la palabra, sino una coincidencia. Casualmente, el
deseante ha deseado lo que ya estaba escrito que se cumpla. Pero estos casos
son raros. Por lo general, la gente desea mil cosas, sin saber que tales deseos le
generan un descuento valioso de su propia vida, en días, años, meses, en salud
y en otras cosas que aquí no digo.
Hay que empezar a decirles y explicarles a todos, ese fragmento . . .
¿qué número decías que es?

-110 –dije.
-Cierto, ese fragmento 110, a los niños, se les debería decir cada vez que piden
cosas, como están acostumbrados: quiero eso , quiero aquello. Tú les dices:
No es mejor para los niños que se les cumpla cuanto desean. Da igual para los
adultos. Son tan niños la mayoría de ellos como los niños mismos, o quizás
más. Ser “más niño” sería algo así como más papista que el Papa, es decir
“más infantil que los infantes”.
Al final de los años 1700, por el año 1798 creo, vivió en Alemania
George Christoph Lichtenberg, y escribió un bello libro que los familiares
llamaron Aforismos, palabra que Lichtenberg nunca usó para titularlo. En una
de sus páginas escribió algo que me hizo reír, porque me recordé algunas
palabras mías referentes a los puercos. Decía yo que los cerdos se deleitan
en el fango más que en el agua pura, y quería sugerir con ello algo relativo al
fango de las actividades humanas que muchas veces ensucian al Ser más que
al fango mismo. ¿Un ejemplo? Los homosexuales que se deleitan en cosas
eróticas. Todos tienen derecho de amar a quien quiera, pero de allí a las cosas
eróticas hay un gran abismo. Amistad, cariño, ser afeminado y gustarle a
cualquiera, otro sujeto del mismo sexo, es un asunto menor y privado. No lo
critico. Lo que ensucia el sentimiento es el aspecto sexual-erótico entre
homosexuales, no la atracción de cariño para con el otro. Por lo tanto, hay
cosas que ensucian más que el fango. Lichtenberg escribe: Llovió tanto que
los limpios se emporcaron y los puercos se limpiaron.
Al puerco no le gusta estar limpio y al limpio no le agrada la suciedad.
Ojalá mi libro no produzca ese efecto en mis lectores. Yo dejaría las cosas así
como están -sucios los puercos y limpios los limpios.

-Es el fragmento número 13 –dije yo-

-Es tiempo de decirte que la mayoría de los que frente a tales cosas se
encuentran, es decir frente a enseñanzas o palabras que yo estoy diciéndote, no
las entienden ni habiéndole sido enseñadas no las comprenden, aunque ellos
creen que sí. No es tu caso, pero debes tener eso en cuenta cuando vayas a
enseñar. No creas que una sonrisa en los labios de los que te escuchan es
sinónimo de entendimiento.

-Es el fragmento 17.

-¿Sabes Elidan? Pronto irás de nuevo a la tierra. Aquí o allá, estarás a la luz
abierto y esa luz penetra en los más recónditos rincones. ¿Recuerdas lo que
dije? Quizás puede alguien ocultarse de la luz sensible, pero en cuanto a la
inteligible, la luz de tu ser, esto no puede ser: de lo que jamás declina ¿cómo
podría uno ocultarse? Y lo que jamás declina en ti, es el Ser.

-Es el bello fragmento 16.

-Bello o rústico me da lo místico, para no decir lo mismo –respondía


Heráclito.

-El Ser, luz inteligible, dorada, nunca se oculta en el ser humano –decía
Heráclito. Lo místico y lo califragilístico es espialidoso.

-¿Puedo preguntar algo? –díje- observando que Heráclito se había distendido


un poco en la seriedad del discurso.

-Adelante –respondió.

¿En el Sol hay pájaros? ¿Existe el fénix del cual hablaba Cyrano? – pregunté.

-Cyrano estuvo aquí hace unos siglos. Tenía una gran nariz, no larga, sino
maciza, signo de ser buen jugador de ajedrez. En su mundo solar habían
pájaros, cierto, pero cada uno, tenemos nuestro mundo particular.
Son nuestros sueños, donde moramos y disfrutamos luego de morir.
Este es tu mundo, en el cual sólo vive Heráclito, el viejo loco por el Logos.
Para los despiertos hay un solo mundo, el real, pero los que duermen
construyen sus mundos. Los que duermen son como los que mueren. Esto no
es un sueño, querido Elidan, es la realidad de tu despertar. Sólo hay este
mundo que ahora estás disfrutando. Jugamos a los dados, sólo nosotros, en el
cielo, luego el Sol, la luz. El bello cosmos parece basura tirada al azar,
esparcida por los perros en la calle de la ciudad, !Pero qué basura! La Vía
Láctea, un río, un río estelar, ancho como el sonido. ¿Conoces la historia del
sapo que un día vio su pozo desde arriba? ¿Has oído ese cuento alguna vez?

-No - díje lentamente.

-Es una historia curiosa. Se parece a la historia de tu vida y a tu llegada aquí.


Ahora, pronto, tendrás que irte. Vigilaré tus andanzas, aquí sólo hay luz y
sonido. Es más, la luz es el sonido. El mismo es el camino hacia arriba que el
camino hacia abajo. Llegarás como has venido. Nosotros, los solares,
llamábamos a ese camino “la nariz de Cyrano”, el tobogán de “Cyrano”.

Miré al anciano y él me sonrió franco, directo, cordial.

-Aquí también hay oro, querido Elidan, no sólo allí en la tierra. Busca el
resplandor seco, esa alquimia del ser, la playa de polvo aurífero que pisan los
poetas. Con ocasión de tu llegada y ahora de tu partida, he compuesto este
poema:

“. . . si no se espera lo inesperado no se le hallará, pues es inhallable e


inaccesible...”

Este hombre curioso dejó caer de su ojo derecho una lágrima, la observé
con atención y vi como el líquido cristalino se solidificaba, al caer sobre la
playa, y tomaba la forma de un icosaedro. Le pregunté: Heráclito, esos
diamantes de la arena son tus lágrimas?

-Te voy a responder –dijo el viejo. Soñé con un poema sufí recitado por una
princesa persa. Ella decía “aunque hayas pasado una noche entera de gozo y
holganzas en la alcoba, con la bella vendedora de lirios, cuando te pregunten
tus amigos acerca de ella, tú dirás: “Ah, apenas nos conocemos...”
Poco a poco, Heráclito se alejó caminando, con ese deslizar suave de
las olas, sin voltearse.
Desapareció en el horizonte del bosque. En la playa, el polvo de oro no
podía tapar las innumerables piedras brillantes que ese hombre había llorado.
Yo sé que su llanto es de gozo, no de tristeza, que estas lágrimas no tienen
dolor. Muerte es cuanto vemos despiertos, ensueño, cuanto vemos dormidos .

El fragmento 21 lo leía en mi memoria, con otras palabras: Oro es


cuanto vemos despiertos, diamantes cuanto vemos dormidos, nosotros, los
buscadores de oro –dice Heráclito. Es el fragmento 22.

-Los buscadores de oro remueven mucha tierra y encuentran poco. Ahora,


Cyrano debe estar buscando. Yo iré a acompañarlo porque ve poco el camino
que lleva a la mina. Conocerse a sí mismo es saber que eres todo y saber todo
es el único saber. Para saber, hay que saber poco y antes, hay que saber
mucho. Luego, el saber se hace oro, primero polvo, luego diamante: es el
saber diamantino. A mí, todo el libro de Heráclito me parece un poema, y lo
bello es conocer al poeta mismo, no sólo a su verso. Su verso es tan sólo la
sombra de la luz que anda, sólo el eco del sonido que vibra, sólo lagrimas de
diamantes, pero conocer al que llora es más importante que vender los
diamantes de sus lágrimas. La gente se contenta con lo que escribe el escritor
y no se percata que el escritor es más importante que su escritura. Pronto, el
escritor se despide y en la playa dorada no deja huellas. Ha partido para
siempre, para el mundo del siempre, el mundo del nunca. Entre los objetos que
he traído conmigo había un puro. Lo toqué largo tiempo y se transformó en un
tabaco de oro que encendí con un fósforo de oro. El humo no era de oro, era
un sonido que se elevaba hasta la vía láctea y se confundía con las miríadas de
estrellas de este camino celeste que la mayoría de los hombres jamás ha
mirado en el cielo, aún teniéndolo tan presente, tan cerca y tan lejos. Entendí
por qué lo llaman el Camino Real: es la Vía que toman los seres para bajar y
para subir. La metáfora del río me escapó. Me olvidé preguntarle a Heráclito
sobre el bañarse y no bañarse dos veces en las mismas aguas. ¿Qué haré con
mis cosas? Tendré que dejarlas en la playa, desplegadas al azar, como las
estrellas. Me senté en el celemín y por largo rato contemplé el mar.
Las olas caían suaves sobre la arena de oro, susurrando el logos. Oye,
fumador de puros, si cierras los ojos no verás el humo que se levanta hacia la
Osa Mayor. Oye, bebedor de vino, si cierras los ojos, no verás la esencia que
gira en tu vaso. . . si quieres ver, abre los ojos. Si quieres oír, ciérralos. Antes
de abrirlos de nuevo . . . reflexiona . . . ¿Habrás cerrado la puerta? . . . ¿Habrás
removido las huelas que dejó tu cuerpo en la cama de la princesa? . . . ¿Te
has llevado el oro que dejó resbalar en tu boca, la mujer quemada por el sol?
¿Has ordenado las piezas en el tablero? . . . ¿Habrás guardado a la reina en su
mismo color? El jugador ha dejado los dados sobre la mesa. El vencedor ha
dejado la espada en el cinto. El bebedor ha dejado el vino en la copa, el
fumador ha dejado la ceniza en el tabaco. El vendedor ha dejado la tienda
abierta. El comprador ha dejado el oro en la entrada. El rey ha dejado la
corona boreal en el cielo. El cielo ha dejado las estrellas en tierra. El barco ha
dejado al marinero en la orilla. El sonido ha dejado el eco en el valle. El valle
ha dejado la fuente en la montaña. La luz ha dejado su brillo en el arcoíris, la
luna ha dejado su luz ceniza y el fuego ha dejado su calor en las brasas. Todos
han dejado algo. ¿Y Tú? En el umbral, no sé a quién estás esperando. Baja de
una vez, preséntate, te reconocerán algunos, la mayoría no se darán por
enterados de tu llegada, las flores festejarán, los pájaros van a trinar, te
aseguro, las piedras se quedarán, porque es su naturaleza quedarse, y el sol
iluminará tus pasos en la medianoche, de eternidad en eternidad. Hay un
infinito que se desploma en forma de un ser humano. Estas palabras son un
texto de fiar, escrito con letras del oro de la playa de Heráclito. No importa la
lengua, el sentido es el mismo. No importa el sonido, el contenido es el
mismo. No importa el soporte, el libro es el mismo. De cuando en cuando,
como gotas, llueve oro del cielo y se deposita en el espejo cóncavo de tu
silencio. De vez en cuando alguien escucha y oye el sonido auricular y
peculiar. Bajamos, subimos, quedamos un rato en el peldaño inferior y de
nuevo escalamos la escalera hacia el Sol ¿Quién leerá en la noche de luna
estas palabras? Por fortuna había llevado conmigo el pincel, pero al levantarlo,
he quedado así congelado, frente a la hoja. Temo que no podría hacer ni
siquiera un círculo. Qué digo...ni un punto dejaría. Ni siquiera la intención de
elevar el pincel ha quedado en mi memoria. Ni siquiera el eco de la tinta toca
el papel. Este sonido perpetuo, candente, llena los espacios de todas las figuras
que he deseado hacer. La que más amo es el punto. Cuando Hokusai llegó a
los ciento diez años, hasta el punto que él dibujaba estaba vivo. Con un punto
bastaría crear todos los círculos del universo. Hemos hablado de cosas sutiles,
en el silencio fosforescente, tal vez algunas de estas palabras germinará sobre
la piedra y los sonidos la envolverán, como grandes raíces, como el águila que
sostiene en su garra algo pesado para no dormirse, como las nubes que cubren
el sol para dejarlo un rato tranquilo, a descansar. Si no fuera por las nubes, el
sol jamás descansaría . . . Si no fuera por el silencio, las palabras jamás
descansarían. Si no fuera por las madres, los seres jamás bajarían a la vida. He
aprendido el arte de hacer nudos, en la noche, en la hora del elixir. Nudos con
las manos, nudos con los ojos, nudos con las piernas. También con el corazón.
Nudos bien atados. Deslizantes en el cabo de vida que me ha sido asignado.
A estribor, “hombre al agua”, gritan los hombres y lanzan un salvavidas
circular sobre el cual aún se lee el nombre del próximo barco.
Hemos nadado mucho para llegar aquí. Hemos flotado en el mar celeste,
agreste, en el cual no hay peces, ni tempestades. Sólo he encontrado veleros
solitarios, embarcaciones individuales como barquitos de papel llevados por el
viento hasta la playa. Lo más importante de un barco es el ANCLA. Llevarla,
dejarla colgando, para verse desde lejos y navegar en la cubierta. La sombra
del mástil tiembla con la orza y Odiseo sigue atado, escuchando ese canto de
las sirenas que embriaga al incauto y lo hace saltar en las olas ¡Hola Odiseo!
He venido a desatarte. Hay que taparse de nuevo los oídos, para subsistir.
Tomamos un té en la cabina, sonreímos y, al pasar al estrecho, ni siquiera
miramos la Scyla, ni siquiera nos percatamos que ya Caribdis pasó. . . Somos
recios marineros del Mediterráneo. Pelasgos, digamos, malteses, atlántidos.
No nos infunde terror la tempestad. No hay remos en la galera. No hay brújula
en el timón. No es necesario cuando el barco va rumbo al Sol. No hace falta
tomar el Norte rumbo a Ítaca. No hace falta anunciar la llegada, la reina
espera, es tradicional, retorna el Rey, después de la guerra de Troya. No es
casual, lo que importa es no salir más, es no añorar de nuevo el peligro. Una
vez en la orilla, encontramos todo como lo habíamos dejado: Juventud sin
Vejez y Vida sin Muerte –(J-V)+(V-M). El hijo habría vencido solo a los
pretendientes. No hacía falta luchar, ni castigar a los intrusos. El pan estaba
sobre las mesas y el vino, ya servido, ondeaba en las copas. Vamos, Odiseo,
prepárate, arroja tu vestido de mendigo, ya que todos te han reconocido. . .
Empuña el arco una vez más, pasa la flecha por las doce hachas y brinda
conmigo. Vamos Cyrano, empuña la espada, saluda, el duelo ha terminado y
los testigos se han marchado. No hace falta luchar. Vamos Alighieri, pasa, la
puerta de los siete ENES está abierta. Vamos caballero, deja tu triste figura y
saluda a tu amigo Montesinos. . . En la cueva hay un lobo amistoso que criará
al niño, enseñándole a hablar. Será el niño feral, el que todo entiende, en todas
las lenguas del mundo. Sin su amigo, Guilgamesh ha dejado de buscar la
hierba de la Inmortalidad. Ya sabe que es inmortal. . . Vamos Alicia, estás al
otro lado del espejo. Sonríe, la sonrisa de mi gato es tuya, vamos, la
madrugada está cerrada a esas horas del día. . . Vamos Altazor, AAEIOAEA
¡Ea! Gandalf, regálame tu bastón, y tú, Merlín, acércate . . . ¿Por qué callase
sentado en el rincón? Arturo ha llegado y Ygrene lo acompaña en grata espera.
Adelante todos, hemos llegado. Había una vez un poema. Era tan largo
que un día se cansó de andar y decidió terminarse a sí mismo, en honor al
silencio y a la poesía. Cerró sus puertas, calló sus palabras, puso sus puntos y
aguardó callado en país de la poesía. Aquí termina el poema terminal que sólo
desea descansar, en el mundo vertical. Durante nueve meses estuve
escribiendo encaramado a mi próxima madre, caído desde las estrellas. . .
Al salir el cuerpo, entré por la fontanela, en el lugar que me
correspondía y comencé a estirarme y a tratar de llorar, para estar en la onda
natural de todos los niños que nacen en este mundo horizontal. Me esperaba
una nueva existencia, ya plasmada en la anterior, ya marcada, ya escrita. Los
primeros años trataré de jugar, lo más que pueda, todos los juegos del mundo
este y también los juegos del otro. Nadie se percatará que este niño ya había
estado aquí: hay que disimularlo con arte. Aprenderé de nuevo a saltar. Tal vez
estudiaré algo. Quizás buscaré algo. Es posible que encuentre una compañera
y con ella tendré niños, para que ellos también giren, salten y aprendan a
caerse. Este es el consejo de Guilgamesh: Oh, tú hombre, deja de buscar la
inmortalidad y alégrate de los gritos de tus niños que juegan a tu alrededor y
de tu mujer y goza de tu magra comida y de tus rústicos vestidos, en un
continuo descanso activo en el sabor de la vida. A una cierta edad, construiré
una máquina estelar, según los planos de Cyrano y llegaré de nuevo al Sol,
para conversar con mi amigo Heráclitus, que tal vez me espera impaciente
para compartir su silencio. Esta vez no hablaremos más de los “fragmentos”:
fragmentaremos el logos en porciones de silencio y en el intermedio, una taza
de té aurífero será suficiente para embriagarnos, Mientras tanto, observo en mi
balcón de Barcelona como los camiones de basura hacen su ronda nocturna,
recogiendo los contenedores llenos de los desperdicios del día. Cuántas cosas
útiles no se han botado. La luna está en cuarto creciente: parece una DE.
La mujer está dormida junto a la hija de unos añitos. Prenderé un puro, cerraré
la ventana del cuarto, para que el humo no moleste a las princesas durmientes
y al haberse acabado el brandy, disfrutaré de una cerveza, que por cierto, es
tan antigua que aparece en las páginas de arcilla de Guilgamesh. En la calle,
carros vienen y carros van. Todo el mundo tiene su ferviente actividad
nocturna. Algunos van a sus casas, otros salen de ellas, para ir a bailar. Yo
adoptaré una postura de silencio y desde allí viajaré al mundo estelar, sin que
nadie se percate de mi ausencia. Traeré frutas y oro en polvo, que dejaré sobre
las mesas, para que en la mañana, los buscadores encuentren algo que comer.
La luz del fósforo ilumina mi cara y me imagino que ese brillo se percibe
desde lejos. En las casas, la gente está dormida, los mendigos regresan a sus
castillos y los dueños de los locales nocturnos se preparan para cerrar. Cada
quién, en lo suyo. La vida ha sido así siempre y así será. Fluida, salvaje, llena
de incógnitas, sorprendente. Adoro a los sabios. A través de ellos tenemos
comida especial, preparada en el crisol de la soledad: la CRISOLEDAD.
Quiero cerrar ese libro con un discurso sobre la soledad acrisolada. En
realidad, todo lo que deseaba decir, ya lo he dicho. He hecho todo lo que he
deseado hacer. En mi mochila no hay nada.
Las palabras dicen lo que nosotros deseamos decir. Lo que ocurre es que
los que leen estas palabras, en parte ignoran y en parte entienden, pero en la
mayoría de los casos, no entienden el sentido de las palabras. Por lo tanto,
hablar mucho o poco es irrelevante. Lo que importa es que las palabras sean
comprendidas. Es impropio decir que no tienes palabras para expresar algo
que consideras maravilloso. Estoy tan ansioso a prender fuego a mi puro que
no sé si resistiré más de unos minutos para terminar todo esto que empecé a
escribir, hace unas horas. Acorde al trato que hice conmigo mismo, debo
acabar con el texto, sólo cuando las hojas de este cuaderno terminen. Están a
punto de terminar, pero aún no han acabado. . . Aconsejo a los que van a
hacer en el futuro este tipo de promesas, a comprarse pequeños cuadernos con
un máximo de cien hojas, para no estar como yo, obligados a estirar el hilo de
la madeja. Adiós, adiós, adiós. Asól, asól, asól.

Eso es todo.

Barcelona 2 de junio de 2001

3:00 de la noche
Epílogo

HISTORIAS PARA NIÑOS


UNA BREVE TRILOGÍA
DEL SOL, DE LA LUNA Y DE LAS ESTRELLAS

LA HISTORIA DEL SOL

Había una vez un sol que cubría de luz toda la tierra y la luz llegaba
hasta el corazón de los hombres y los hombres construyeron grandes muros
para impedir que esa luz les ilumine. En los muros pusieron toldos para
eliminar todo brillo y desviar hasta la sombra . . . Armaron telas dobles para
que nada de la luz pudiera bajar al pequeño espacio del corazón. En su
empeño de tapar lo que no se puede tapar y de oscurecer lo que no puede
oscurecerse, sin estar en tinieblas, arriba de los toldos instalaron anchos
parasoles de tela opaca para cubrir aún más el sitio del corazón. Encima de los
parasoles colgaron sendos entramados para desviar los rayos, a través de
complicados espejos convexos y más arriba de los entramados, elevaron
espesos bosques artificiales para que la sombra se extienda hacia abajo. Más
arriba de los bosques de plástico desplegaron largas cortinas y por fin, la
oscuridad era total. Pero eso no les bastaba: sobre las cortinas vaciaron
cemento. Se habían acercado, sin percatarse, casi a un salto, del gran astro . . .
De pronto dijeron: Vamos a dejar todo eso que hemos hecho allí abajo, y
quedémonos aquí cerca de la luz, para estar junto al sol y así olvidarnos de
nuestra insensatez. . .
No tenían vasos, no tenían techos, no tenían muros y abolieron las
fronteras del alma. Era el año dos mil cincuenta y uno, un mes de octubre, un
día octavo, a las ocho de la mañana. El sol brillaba candente y su luz cubría el
corazón de los hombres. Con el calor, prendieron un fuego y las llamas se
confundieron con los rayos del sol, del cual estaban tan cerca que se fundieron
con su brillo y nadie pudo diferenciar la humanidad de la luz. Abajo, muy
abajo, las ciudades solitarias se anegaban en soledad. No había quien
caminara por sus calles vacías. Elevaron las escaleras, para que nadie pudiera
bajar al infierno oscuro y taparon los agujeros por donde habían subido. Hoy,
estos sitios se perciben como unas curiosas manchas que aparecen de cuando
en cuando, tal vez de once en once años, en la superficie del astro ígneo, y
desde otras tierras del universo, esas manchas en el sol son un misterio.

HISTORIA DE LA LUNA

Había una vez una esfera que deseaba ser felíz. Cada día, la luz del
universo la cubría y moldeaba su forma hasta dejarla brillante y luminosa,
como una rueda de fuego. Pero la esfera quería algo especial. ¿Podría acaso
ser posible tomar aspectos múltiples y aparecer en el cielo en forma de barco,
en forma de vela de barco, en forma de techo, como una cúpula, o en forma de
manzana mordida?
Sí! El Sol, que en aquellos días, como hoy, cumplía los anhelos de
todos, oyó sus deseos y plasmó durante veintiocho días, un programa
luminoso que estuviera acorde con el deseo de la luna. EL primer día se llamó
“luz-cinérea” es decir, “luz-ceniza”.
El sexto día, la luz del Sol cumplió con dibujar en el cuerpo esférico de
la Luna, un fino borde circular que los niños llamaron - la “DE”. Luego, al
pasar otros seis días, el círculo se llenó y la gente vio en el cielo La Luna
Llena. Pero eso no pudo continuar así. Nada es perdurable, sino la Luz. Por lo
mismo, el brillo empezó a menguar y en unos días más, los niños llegaron a
ver la luna como una letra en el cielo, la letra “ce”. Parecía un creciente pero
era menguante. Poco a poco, la “CE” giró en forma de techo y pronto, en el
día veintiocho, como estaba ya pautado por el arquitecto ígneo, la luz retornó
a su cauce y dejó el astro lunar, huérfano de brillo. Fueron tres días que la
gente de todo el universo llamó Luna Nueva ¿Cómo puede ser nueva la Luna
cuando nunca ha sido nueva? . . . Pues bien, era una gestación. En la placenta
de la oscuridad, la luna nueva, como si naciera de nuevo, guardó su sombra y
se preparó para un nuevo florecer, para una nueva vida, para un nuevo día de
luz ceniza. Leonardo, uno de los hombres, vio que ese día la esfera de la luna
estaba feliz: aunque poco iluminada el cuerpo entero estaba cubierto de un
brillo translúcido que el llamó ardentía. Con su visión sin mancha, consideró
que aquella transparencia gris, era fruto del reflejo del planeta azul que todos
llamaban tierra, sobre la superficie oscura de la luna iluminada, en el primer
día en el fino borde circular de su esfera.
LUZ-CENIZA,
LUZ-CINEREUM,
LUZ CINÉREA . . .
. . . palabras curiosas que hoy pocos conocen. Era el asombroso nacimiento de
un nuevo ciclo que enseñó a los hombres que las mujeres son lunas que desean
encarecidamente guardar la luz del sol, aunque sea por un breve instante,
como lo son todos los instantes.
Al repetirse los instantes, alcanzan el estado de instantes sin duración,
momentos curiosos que se repiten sin cesar, hasta que se perciben eternos y la
luna estaba feliz porque así los hombres conocieron el secreto de la mujer y el
origen de la sangre. Cada mujer es una luna, con su luz-ceniza, su cuarto
creciente, su plenitud, su cuarto menguante, y su novedad. Hay que descubrir
lo nuevo después de la mengua. Quién sabe eso calla y disfruta de la Luz-
ceniza de las mujeres, mirando la Luna, la gran Gestora y Gestadora del cielo.

HISTORIA DE LAS ESTRELLAS

Había una vez un cielo. Con ser cielo, le bastaba. Durante las largas
noches de los tiempos, nada brillaba en su extensión oscura. Entonces - ¡ qué
bella palabra es “entonces”! -, el Sol recordó cómo se hacían antaño las
píldoras: en un mortero se trituran los elementos y luego se añade miel. Se
hace una masa sólida y después se estira como una serpiente. Se corta en
pedacitos iguales y estos trozos se redondean entre los dedos. Así nacieron las
pastillas de hoy. Lo mismo hizo el sol: con tan sólo uno de sus rayos, le bastó
un solo rayo para hacer miles y miles de esferas luminosas, que luego arrojó
en toda la extensión del cielo. Como el proceso era manual, las esferas
salieron desiguales: una más pequeña, otra más grande, y hasta el polvo fue
salpicando los cielos en forma de Vía Láctea. Como se trataba de píldoras de
luz, no es de extrañarse que estas esferas brillaban. Las estrellas son las
medicinas de la noche, las píldoras celestes de un Sol farmacéuta que inventó
estos cuerpos brillantes, a semejanza de los médicos antiguos. Hoy, las
fábricas de píldoras tienen maquinas muy sofisticados que hacen el trabajo de
las manos, mucho más rápido y no permiten que el tamaño de las pastillas sea
desigual. Todo es perfecto. Todo es preciso. Todo tiene que ser perfecto y
preciso. Pero ninguna de esas píldoras posee la luz, que antaño, las manos
imprimían a la materia. Lo natural es brillante y luminoso y lo artificial es
opaco y oscuro. Si deseas medicina para tu Ser, eleva los ojos al cielo y toma
todas esas píldoras luminosas de un solo trago, sin importarte: pueden ser
magras, pero la amargura de tu boca se transformará en dulce manjar en tus
entrañas. Esa es la medicina: estrellas, estrellas, mirar las estrellas...
El Tratado de Navegación para Niños Medievales,
La Divina Comedia,
El Conde Lucanor,
Oh! . . . Gargantúa,

¡Oh! . . . Masnavi,
¡Oh! . . . Hakim Sanai, con su Jardín Amurallado de la Verdad,
¡Oh! . . . Saadi, el poeta . . . su Bustan y Gulistan,
El Señor de los Anillos,

¡ Qué bellos libros son todos ¡


La Odisea,
El I ching,
El Guilgamesh,
El Heráclito,
El Chuang Tsu,
El Tao Te Ching,
El Popol Vuh,
El Chilam Balam de Chumayel,
El Quijote,
El Principito,
Las Enseñanzas de Don Juan . . .
Son como estrellas caídas sobre las mesas que esperan tu dolor para
curarlo, para aliviarlo. Tómalas con agua y ajo: aguantar y trabajar.

Elidan de Valaquia

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