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Número 1 abraKaDabra

Ciudadano - contribuyente:
un binomio no resuelto
Benjamín Gallegos Elías1

“…la democracia no es un régimen político,


sino una cultura, una cultura política y
social, que debe estar presente...” (Azuza;
2005:3,4).

Las notas pretenden llamar la atención sobre la necesidad de recuperar a


la política como una acción cotidiana del ciudadano, esta condición es
necesaria para construir contribuyentes que recuperen su atención
respecto de los recursos sociales que administra el Estado como el asunto
fundamental de la relación ciudadano-contribuyente y el Estado.

Palabras clave: ciudadano, contribuyente, democracia, transparencia e


información.

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Profesional de la economía, profesor de materias de las ciencias económicas. Actualmente profesor de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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E l propósito de estas reflexiones es interrogarnos sobre


la actitud del contribuyente hacia las finanzas
públicas, que son el sustrato en que se fundamenta su condición de
ciudadano. Existe una profunda indolencia por conocer las leyes que
establecen quiénes, cuánto y porqué debemos pagar impuestos; conocer
cuál es el destino de los fondos y de qué manera se dispone del patrimonio
nacional; asimismo, hay un profundo desinterés por el destino de los
fondos de la sociedad recaudados por el gobierno. La idea generalizada de
que los funcionarios que ejercen los poderes del Estado son corruptos, que
roban y desvían los recursos del erario, produce en el ciudadano una
sensación de impotencia que se traduce en desinterés.

La percepción social es que en materia de tributación se legisla al


margen y con frecuencia en contra de los intereses de la sociedad, en
beneficio de los grupos de poder, al tiempo que no se perciben beneficios
del gasto social. La información disponible es que el gasto social es
altamente regresivo.

Lo anterior nos lleva a cuestionar hasta qué punto los ciudadanos se


sienten representados por quienes detentan el poder político del Estado,
como establece el régimen político denominado democracia, más allá de la
formalización jurídica-electoral.

La discusión contemporánea acerca de lo que se entiende por


democracia ha llevado a incorporar categorías sociales que rebasan con
mucho los aspectos electorales, los partidos políticos y las formalidades

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jurídicas de las elecciones; esta discusión ha llevado a cuestionar el


concepto estático y a-histórico para dar lugar a una conceptualización
dinámica que incorpora elementos deliberadamente omitidos de lo que
debíamos entender como democracia.

La categoría fundamental que se hace indispensable revisar es la de


ciudadano, toda vez que ella contiene la forma en que el sujeto social,
jurídicamente acotado, se vincula con el Estado, que formalmente
representa los intereses de la sociedad. La revisión de esta categoría es
fundamental para conocer y evaluar la figura del contribuyente. El
politólogo brasileño Azuza al referirse a las luchas por la democracia
señala:

“Hay muchas luchas que hasta ahora no consideramos como


luchas democráticas, por ejemplo, la cuestión del
multiculturalismo, la lucha por el reconocimiento a la diferencia
librada por los indígenas y por las mujeres, es también, una lucha
de la democracia. Así como la que tiene lugar en la calle, en la
fábrica, en la casa, en el espacio público en general. Hasta ahora
hemos pensado la democracia mucho como un régimen político;
por eso esta democracia está confinada al sistema de gobiernos,
de partidos, es una isla democrática que convive en un
archipiélago, como decir, de despotismo; entonces las
organizaciones que luchan por una democracia más amplia,
social, presente en todos los dominios de la vida social, tienen que
ser democráticas, o sea, la democracia se hace con demócratas; y
hoy en día vemos que la democracia como régimen político se
está haciendo con gente que no es demócrata, se dicen
demócratas, pero son autoritarios, son corruptos, y por eso no son
una esperanza para nosotros” (Azuza; 2005: 4-5).

De tal manera que no es posible generar un concepto independiente


e incluso contrario con los elementos que lo constituyen y le dan sentido.

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El ejercicio de la política constituye el meollo del quehacer ciudadano


exigente y demandante de sus derechos; asimismo, enterado y
responsable de sus obligaciones, que busca romper el círculo vicioso de
que “el pueblo recibe pasivamente como una dádiva; obras que, al mismo
tiempo, tienen un carácter clientelista porque están dirigidas a ganar el
apoyo electoral de los ciudadanos…” (Harnecker; 1994: 9) y cuya fuente de
financiamiento son los propios recursos tomados impositivamente de la
sociedad y que en su retorno aparecen transfigurados como recursos
ajenos a la sociedad por la intermediación del Estado.

En un texto de entrevistas de Harnecker al alcalde y los concejales


de Caroni en Venezuela se afirma que:

“…una de las tragedias del ejercicio de la política en este


país ha sido que la política ha sido sustraída del ejercicio cotidiano
de la gente y ha sido arrebatada por un sector que se llama a sí
mismo profesional de la política y que, en definitiva, es el único
que se siente con derecho a opinar, a formular hipótesis y qué sé
yo cuántas cosas, y es la razón por la cual nosotros lo hemos
denominado, para que la gente lo comprenda muy bien: ‘la clase
política’, porque de hecho se han ido separando de los intereses
generales de la población y se han ido profesionalizando en el
ejercicio de la política, en el discurso de la política” (Harnecker;
1994: 95).

Esta sustracción de la política del quehacer cotidiano del ciudadano,


y su reducción a la mera votación en las épocas de elecciones, ha sido un
factor de separación de los intereses de los grupos en el poder respecto de
los intereses de la sociedad que formalmente representan, al convertir al
ejercicio de la política en sólo el discurso de la política.

Esta situación hace que los asuntos públicos parezcan ajenos e


incluso contrarios al interés social. De ahí la reflexión que hace Clemente
Scotto: “una de las cosas que nos han enseñado durante todos esos años

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en Venezuela ha sido la desesperanza; han tratado de convencer a la


población de que no vale la pena su participación, que de todas maneras
los de arriba van a hacer lo que les dé la gana. Ese ha sido el resultado de
la política de los cogollos2: cogollos en Acción Democrática y cogollos en la
izquierda” (Harnecker; 1994: 26); es decir, se reitera que la sensación
cierta de impotencia se convierte en desinterés, actitud que se replica en el
ámbito nacional mexicano.

La sensación que se basa en la realidad nos lleva a plantearnos la


necesidad urgente de “rescatar la política como ejercicio cotidiano de la
gente”. El ejercicio de la política sólo como instrumento de obtención del
poder es “lo que ha envilecido más el proceso político…, es que los
partidos le robaron la política a la gente y, si debemos tener un afán es,
precisamente, el de rescatar la política como ejercicio cotidiano de la
gente” (Harnecker; 1994: 99).

Parafraseando a Clemente Scotto asumimos en estas notas que


nuestros políticos no constituyen “solamente una clase política corrompida
porque se haya cogido los reales, es que es una clase política corrompida
también porque se cogió el poder, se cogió el patrimonio de elaborar la
política… Entonces, hay, ciertamente en este país una clase política a la
cual es necesario golpear en el discurso de quienes queremos politizar a
este pueblo”3. Y con Scotto afirmamos que “Una de las tragedias del
ejercicio de la política… ha sido que la política ha sido sustraída del
ejercicio cotidiano de la gente y ha sido arrebatada por un sector que se
llama a sí mismo profesional de la política y que, en definitiva, es el único
que se siente con derecho a opinar, a formular hipótesis… y es la razón
por la cual… lo hemos denominado… ‘la clase política’, porque de hecho
se han ido separando de los intereses generales de la población y se han
ido profesionalizando en el ejercicio de la política, en el discurso de la
política”, al margen y con frecuencia en contra de los intereses de quienes

2
Cúpulas en Venezuela
3
Entrevista de Martha Harnecker Op. Cit. 107 – 111.

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formalmente representan y asumiendo los intereses reales de los grupos


de poder de los cuales son voceros.

Detentar el monopolio del quehacer político y detentar la


representación del poder económico lleva a que el Estado y los recursos de
la sociedad se vean inmersos en un proceso de privatización; se reproduce
así la contradicción de que los fondos sean sociales mientras que las
decisiones sobre el uso de éstos sean privatizadas.

Por lo tanto, para que exista democracia y para que el contribuyente


se asuma responsable debe primero asumir su ser ciudadano, lo cual
implica la necesaria complementariedad entre democracia participativa y
representativa.

Una razón muy sencilla es que si la democracia en los movimientos


no se articula más con la política, sobre todo la política local, con
presupuestos participativos, con la gestión (gubernamental) municipal, no
vamos a tener participación (el ciudadano). (Azuza; 2005: 6).

Estamos ciertos de que la cuestión fiscal es uno de los temas


nacionales cuya sola mención provoca inmediatamente reacciones
contradictorias, opuestas, frecuentemente ideologizadas.

Debemos preguntarnos si al ciudadano-contribuyente se le informa


de los asuntos públicos y en qué medida éste se involucra en su
conocimiento; al respecto el gobierno mexicano adolece de “transparencia”
no sólo en la rendición de cuentas, sino en la claridad de los conceptos.

Un informe de Center of Budget and Policy Priorities4 clasifica al


gobierno de México como uno que provee “alguna información a los
ciudadanos”. Habría que matizar lo anterior agregando que existe un
deliberada “opacidad” y confusión innecesaria en los conceptos que genera
en los ciudadanos una resistencia a comprenderlos; aún en el caso de

4
Citado en EuropeAid. Oficina de Cooperación. IV Foro “Los retos de la gobernabilidad en
Centroamérica”. “Fiscalidad
“ y cohesión social”. La Antigua, 18 y 19 de junio de 2007.

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disponer de definiciones, la confusión de las mismas persiste como una


manera de evitar su comprensión.

Índice de presupuesto abierto 2006

Fuente: EuropeAid; 2006: 8.

Esto significa que la obligación de proveer a los ciudadanos de


información clara y suficiente sobre la hacienda pública, es cumplida por el
gobierno mexicano de un modo tan mediocre, que se puede equiparar con
el desempeño de países como Rusia y Turquía, cuyos regímenes están
considerados por las Naciones Unidas como de la más alta corrupción.

Una encuesta de Latinbarómetro corrobora la desconfianza


ciudadana en la honradez de sus funcionarios al manejar fondos públicos.
A la pregunta ¿Tiene Usted confianza en que el dinero de los impuestos
será bien gastado por el gobierno? el porcentaje de ciudadanos
latinoamericanos que respondieron afirmativamente en la encuesta del año
2005, fue el siguiente:

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Porcentaje de ciudadanos que respondieron


afirmativamente respecto del buen uso de los impuestos,
en países de América Latina, 2005.

Fuente: EuropeAid; 2006: 8.

La práctica del gobierno mexicano de presentar “alguna” información,


que además de escasa suele ser confusa, y el significativo número de
políticos que se han apoderado de dinero público a lo largo de la historia de
México, valida y fundamenta la impresión acerca del manejo deshonesto
de los recursos de la sociedad en manos del Estado5.

El gobierno de México proyecta una lamentable imagen de sí mismo,


dado que apenas el 15% de los encuestados respondió afirmativamente
respecto al buen manejo de los fondos públicos. Estas prácticas son
posibles por un marco jurídico que otorga a los funcionarios criterios
discrecionales en el manejo de los recursos públicos, al mismo tiempo que
ha creado una maraña de trámites y procedimientos que dificultan y
vuelven tediosa la investigación sobre los asuntos hacendarios y sólo
enmascara su comprensión.

5
En febrero-marzo de 2009 el C. Secretario de Comunicaciones y Transportes Doctor Luis Téllez K. afirmó
que el ex presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) se había “adueñado de la mitad de la cuenta
secreta”. Esta cuenta consistía en una partida presupuestal de uso discrecional del Jefe del Ejecutivo Federal,
que era repuesta por la SHCP para mantener su monto; con lo cual la cantidad total extraída o utilizada
discrecionalmente sólo era conocida por algunos de los más altos funcionarios de la Secretaría.

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Cambiar este estado de cosas no será fácil porque “la mayoría de los
políticos actúa pegado al oportunismo electoral, y con escaso sentido de
Estado, y es improbable por tanto que incluso aquellos con mayorías
propias aborden a fondo las dos asignaturas pendientes: la creación de un
verdadero Estado de derecho y la ampliación de la base tributaria, con una
burocracia eficaz y decente, para recaudar y gastar más en quien más lo
necesita (...) Esto vuelve necesario contribuir a desarrollar la cultura de la
participación, así como la cultura de la exigencia de cuentas públicas”
(Harnecker; 1994: 98).

Al respecto Ángel Gurría, actual Secretario General de la


Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico y exSecretario
de Hacienda y Crédito Público declaró “La reforma fiscal es imprescindible
porque el mercado no redistribuye los ingresos. Era ‘necesaria’ en México
con el presidente Ernesto Zedillo (1994-2000), ‘urgente’ con Fox (2000-
2006), e ‘impostergable’ con el nuevo presidente, Felipe Calderón (2006-
2012)” (Aznárez; 2007: 2). Esta asignatura aún está pendiente y sin viso
alguno de tener una propuesta por parte de ningún partido porque eso
significaría “desarrollar la cultura de la participación” lo que pondría en
jaque la hegemonía de los partidos sobre la sociedad.

Por su parte Dante Caputo, Secretario para Asuntos Políticos de la


Organización de Estados Americanos. señala "Hay cuestiones que no
debatimos suficientemente. Tenemos que romper tabúes, y la fiscalidad
es uno de ellos…”. Caputo agrega refiriéndose a las campañas electorales
en América Latina:

"¿Cuántos candidatos plantearon el tema de la fiscalidad en


América Latina? ¿Y cómo va a mejorar la concentración del
ingreso si no mejora la fiscalidad?, ¿y cómo va a mejorar la
fiscalidad si usted no tiene un Estado capaz de cobrar y
hacer pagar? ¿Quién está discutiendo esa forma de Estado, un
nuevo Estado para una nueva democracia?¿De verdad, con fuerza
y compromiso? Muy pocos.

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“…la participación no se puede reducir únicamente a un


proceso electoral… Porque hay delincuencia electoral, la clase
política entendió siempre que participar electoralmente era buscar
las maneras de negociar, de acomodarse, de ir quitando de
alguna manera en la mesa electoral los votos a unos en beneficio
de otros.” (Harnecker; 1994: 97).

“…la democracia trae un elemento de cooperación, de


solidaridad, las presiones desde arriba son mercantiles,
básicamente mercantilización de la vida, no buscan crear
economías de mercado, sino sociedades de mercado, quieren
mercantilizar la educación, la salud, la seguridad social, el agua, la
electricidad, los servicios públicos, todo es mercancía y por eso los
consumidores que tienen plata son los únicos que pueden tener
acceso, los otros no”. (Azuza; 2005: 8).

En México lo que realmente existe es un enorme déficit democrático


y el descrédito de la política, el Informe del PNUD de 2004, «Democracia
en América Latina », identificó que el 54% de las personas entrevistadas
prefería un régimen autoritario que solucionase la pobreza y la
incertidumbre (Machicao; 2006: 6).

“Limitar la democracia a la política, y además excluir la economía de


su esfera de actividad en nombre de la ‘competencia’ y del ‘libre juego de
las fuerzas del mercado’, cuando la ley del mercado se ha apoderado de
(casi) todas las esferas de la actividad humana, equivale a privar a la
democracia de todo asidero sobre la realidad y corre el riesgo,
peligrosamente, de vaciar de contenido su conquista, pagada a tan alto
precio y jamás lograda por los pueblos, la clase trabajadora y las clases
populares” (CETIM; 2000: 2).

En esta línea de acción el gobierno mexicano asume como propias


las políticas sugeridas por los organismos que conforman el Consenso de
Washington que hacen coincidir Buena gobernanza y buen gobierno. Para

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el FMI la buena gobernanza, no es el aumento de la participación


democrática de los individuos y de los pueblos en el proceso de
decisiones, ni el respeto de su derecho al desarrollo, sino obligar a
los Estados nacionales a des-regularizar los mercados, es decir, a
regularlos únicamente por las fuerzas del capital mundial dominante
(CETIM; 2004: 3); aunque éste ha dado muestras evidentes de
irracionalidad económica de enorme impacto negativo para la sociedad.

“…si algo no ha cambiado en América Latina, y allí nacen parte de


sus desgracias, es la estructura de poder. Las elites de siempre le jugaron
al Estado cuando éste era el poderoso y ahora le juegan al mercado
cuando se le reconoce como el asignador por excelencia de los recursos
del país. La tecnocracia, que trató de suplantar la política, ignoró este tema
y probablemente allí nació su incapacidad para contribuir a los grandes
cambios que se esperaban. La economía no creció y menos se lograron los
procesos sociales que requieren los pueblos latinoamericanos. Además, la
coincidencia del nuevo modelo de apertura en lo económico y la
consolidación de democracias en la región, terminó debilitando a los
pueblos

Latinoamericanos en este esquema político (PNUD, 2004).


(Machicao; 2006: 26).

No sólo la pobreza sino la concentración de ingresos, de propiedad,


de poder político en la Región empiezan a reconocerse como limitaciones
del crecimiento y de los procesos de inserción exitosos en el mundo global
(Machicao; 2006: 25, 26).

En paráfrasis con Machinea podemos concluir: Un pacto que


consagra un modelo de protección social, basado en derechos y orientado
hacia la cohesión, exige como complemento eficaz, un pacto fiscal que
determine los niveles y las fuentes de financiamiento, tanto contributivo
como no contributivo.

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El financiamiento de la protección social depende de dos vectores


fundamentales. El primero es la estructura del mercado de trabajo en que,
como ya se sabe, sólo una fracción de trabajadores accede a empleos con
provisión de servicios sociales, dada su calidad de contribuyente a la
seguridad social. El resto, sean miembros de su familia no comprendidos
por las prestaciones o trabajadores no insertos en sistemas contributivos,
deberán recurrir a la oferta del sistema público, a la propia familia o al
mercado.

Un pacto social cristalizado en un pacto fiscal coherente es a la


vez medio y fin, punto de partida y punto de llegada de la cohesión. Tiene
una enorme relevancia en la dimensión procesal de la gobernabilidad
democrática, porque constituye un espacio de diálogo basado en un
lenguaje compartido, en reglas compartidas y en mecanismos
consensuados de diálogo y negociación. Opera, también, como
mecanismo de legitimación para una política de Estado que apunta a
elevar la equidad, reducir la exclusión y consagrar derechos sociales
para todos. Y por otro lado infunde un mayor sentido de pertenencia y
de justicia distributiva a los actores involucrados y a quienes
representan, lo que despierta mayor confianza en el futuro y en la
institucionalidad democrática.

En México el gasto social es altamente regresivo, situación única


entre los países grandes de América Latina; es decir, el coeficiente de Gini
calculado después de realizado el gasto social muestra mayor desigualdad
(tiende a cero), como se muestra en el cuadro siguiente en la distribución
del gasto por quintiles de ingreso por persona de menor (I) a mayor (V).

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Distribución del gasto social, 2000

Fuente: Andretta, John Scott (S/f.: 5).

Un segundo aspecto crucial en las finanzas públicas es el de la carga


impositiva. Con base en dicha carga, el Estado no sólo puede cubrir
brechas de protección frente a riesgos en sectores más vulnerables, sino
que en general cuenta con más o menos financiamiento para destinar a
políticas sociales que contribuyan a la mayor cohesión. En América Latina
la carga impositiva alcanza un promedio de 18 por ciento del PIB (22%
cuando se incluyen otros recursos mayoritariamente provenientes de la
renta de los recursos naturales), muy por debajo del 41% de la Unión
Europea, del 36% de la OECD, y del 26% de Estados Unidos.

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La carga tributaria en Latinoamérica, esto es, los ingresos fiscales de


los gobiernos, oscilan entre el 8% y el 24% del PIB, con la excepción de
Brasil, que alcanza el 34%. El promedio es famélico comparado con el
europeo: entre el 35% y el 45%.

"En América Latina algunos miran al Estado desde arriba y


dicen: 'A mí no me toca. Yo soy más fuerte que el Estado', algunos
están tan abajo que el Estado no llega a ellos. Entonces sólo
queda un sectorcito cautivo al cual llega el Estado", explica Dante
Caputo. América Latina es el subcontinente con mayor
concentración de poder fuera del Estado. Y el poder económico
genera poder político. "¿Qué capacidad tiene usted de
hacer pagar impuestos cuando el poder no está en el
Estado? El desafío es inmenso", y agrega “...La ciudadanía ejerce
poder, más allá de la votación, pero estos fenómenos suceden en
un proceso forzado por la carencia de un Estado que
responda por sus demandas sociales, económicas y
políticas” (Aznárez; 2007: 2).

Lo que no pagan en impuestos lo pagan comprando prestaciones


privadas en el mercado. Con ello, no tienen incentivos ni para reclamar por
una mejor calidad de los servicios públicos, y mucho menos para pagar
más impuestos que redunden en una mejor calidad y cobertura de los
servicios públicos. Todo esto erosiona el sentido de solidaridad de las
clases medias y altas hacia el resto de la sociedad, y genera ciudadanías
sociales de primera y segunda clase, afectando gravemente la cohesión
social.

En México se considera que la carga fiscal es muy reducida, aunque


las tasas impositivas están en el nivel de los países de la OCDE. Los
factores que inciden en la baja recaudación son: por un lado, la alta
evasión declarada por las propias autoridades hacendarias, y por otro, el
marco jurídico que permite no contribuir al gasto social; en el mismo
sentido, la discrecionalidad legal otorgada a las autoridades hacendarias

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propicia la inequidad en la aplicación de las leyes, así como da espacio a la


corrupción de las autoridades y los contribuyentes con intereses cercanos
a los gobiernos.

La percepción de los actores es de crucial importancia. Así como es


muy difícil avanzar en términos de cohesión social en un país o región
donde persisten fuertes brechas de ingreso y de acceso a distintos activos,
¿cómo promover mayor sentido de solidaridad y de pertenencia si los
ciudadanos no confían en las instituciones básicas de la democracia y
perciben que la justicia no es la misma para todos? ¿Cómo promover
mayor disposición a contribuir al bienestar general por vía tributaria si los
actores sienten que el gasto social no mejora la equidad, no rescata de la
pobreza y carece de transparencia y efectividad? ¿Cómo hablar de
cohesión social en sociedades donde la negación del otro ha sido la
regla por décadas o siglos, permeando la cultura política y cívica?
(Machinea; 2007: 1-9).

En conclusión se puede plantear la hipótesis siguiente: en materia de


finanzas públicas no existe espacio para los procesos democráticos; se
requiere que la sociedad se transforme para asumir la responsabilidad de
su destino, el binomio no tendrá solución en tanto no exista el ciudadano.

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