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Capítulo 2
Nacimiento de la retórica
Los sofistas
A pesar de las diferencias entre ellos en cuanto a sus posiciones o sus centros
de interés, los sofistas tuvieron temas de reflexión en común, que de ahí en
más se constituyeron en bases esenciales del pensamiento retórico. En ese
sentido, mostraron un interés marcado por el lenguaje, en tanto objeto de
curiosidad, y también se preocuparon por la problemática de las relaciones
entre la naturaleza y la ley. Como telón de fondo de esta reflexión, se
planteaba una transformación profunda de las instituciones políticas. El
nacimiento de la democracia requería que las decisiones se tomaran como
resultado de debates argumentados y no fueran decisiones impuestas por un
puñado de privilegiados. De modo que los sofistas tenían la ambición de
educar a los ciudadanos tanto en el saber en general como en las técnicas de
la retórica, con el anhelo de brindarles herramientas eficaces para la
construcción de la democracia. Pero los sofistas adquirieron una mala
reputación que ha llegado aún hasta nuestros días. Se la deben sobre todo a
Platón, que como veremos fue quien les asestó el primer golpe. Dos de los más
célebres sofistas, Protágoras y Gorgias, desarrollaron reflexiones sobre la
naturaleza del ser y del lenguaje que no son ajenas a esa mala reputación.
Protágoras
“El hombre es la medida de todas las cosas, de las cosas que son, en tanto son,
y de las cosas que no son, en tanto no son.”
Pero tal vez haya algo más. El pensamiento de fines del siglo XX se ha
caracterizado, entre otras cosas, por un movimiento de rehabilitación de la
sofística. En este contexto, se ha recordado que los sofistas eran intelectuales
de profesión, tal vez los primeros en su tipo, y en tanto tales, pedían un pago a
cambio de sus enseñanzas, simplemente porque tenían que vivir de eso. En
este marco, el carácter mercantil de la actividad de los sofistas tal vez no sea
tan condenable como se ha querido creer, en la medida en que es innegable
que todo trabajo, sea intelectual o manual, merece un salario. Pero es
conveniente señalar que esta reciente rehabilitación de la sofística muchas
veces se inscribe en una corriente de pensamiento calificada de posmoderna,
que se adapta muy bien a una interpretación relativista radical del discurso
sofístico. En esa lectura, el aforismo de Protágoras significa que la realidad en
1
Gilbert Romeyer Dherbey, Les Sophistes, París, PUF, Collection « Que sais-je ? », 1985.
su conjunto depende, para existir, de una decisión o de una intervención
humana que puede manifestarse en forma de una mirada, de un discurso o de
un pensamiento. Dicho de otro modo, no habría realidad por fuera de toda
presencia humana. Esa lectura relativista radical tiende a reducir el conjunto de
la naturaleza a convenciones. Con esa visión de las cosas, todo es
convencional: tanto los principios y las decisiones como la luz del día y el curso
de las estaciones. La reducción de los hechos a convenciones reproduce como
un espejo la reducción que operaba el discurso mágico al recubrir de
convenciones los hechos. Mientras los unos no veían convenciones en ninguna
parte, los otros no ven en ningún lado hechos naturales. Así, paradójicamente,
las dos interpretaciones del mundo, la mágica o la relativista, terminan
transmitiendo una concepción bastante parecida del lenguaje. En efecto, en las
dos concepciones, el lenguaje gobierna la creación del conjunto de la realidad,
enteramente natural para los unos, enteramente social para los otros. No
obstante, de todos modos, ya sea que la reducción se produzca de la ley a la
naturaleza o de la naturaleza a la ley, impide mantener la distinción nítida
entre los hechos y las convenciones que sin embargo parece ser uno de los
avances fundamentales que le debemos al pensamiento de los sofistas.
Por esta razón, existe una interpretación del aforismo de Protágoras que tiene
el mérito de matizar la lectura relativista, aunque por un lado condena a los
sofistas como lo hizo Platón y por otro los rehabilita para la causa de una
concepción posmoderna del lenguaje.
Gorgias
Gorgias fue otro de los célebres pensadores de esa realidad social entre los
sofistas. Discutió la cuestión de la realidad en su famoso Tratado sobre el no-
ser, mediante una tesis enunciada en tres tiempos:
2
Eugène Dupréel, Les Sophistes, Neuchâtel, Éditions du Griffon, 1948.
“Nada existe, y si existiera algo, no podría ser conocido, y si pudiera ser
conocido, no podría ser comunicado a los demás.3”
Esta dimensión de la retórica es una de las más importantes para Gorgias, cuyo
estilo se hizo famoso, a tal punto que se habla de “gorgiano” para caracterizar
a un discurso particularmente elocuente. En efecto, Gorgias pensaba que las
imágenes y las figuras de la retórica llegaban directamente al alma y
3
La formulación está tomada de Eugène Dupréel, Les Sophistes, Neuchâtel, Éditions du
Griffon, p. 63.
contribuían a provocar la persuasión indispensable para lograr adhesión. Una
de las imágenes que se hicieron famosas y llegaron a nuestros días es la de las
“tumbas vivientes”, para designar a los buitres. Para Gorgias, las imágenes y la
poesía en general permiten llegar directamente a la emoción. Así, la sentencia
de lo incognoscible y lo inefable podría encontrar una escapatoria dentro de la
retórica misma. En efecto, la incomunicabilidad según Gorgias remite
principalmente a la pretensión del lenguaje de hacer corresponder las palabras
y las cosas. Pero las imágenes poéticas no tienen tal pretensión, ya que tocan
directamente a las emociones. Gorgias se interesó en particular en aquello que
permite colocar a un auditorio en una situación de óptima receptividad: el
papel de la persuasión está en el centro de las reflexiones de Gorgias, como de
toda la sofística.
Platón
La retórica es uno de los temas fundamentales de la obra de Platón. En sus
diálogos, pone en escena a personajes – en muchas ocasiones se trata de su
maestro, Sócrates - que discuten con la finalidad de establecer la fuerza de un
punto de vista. En algunos de esos diálogos, los sofistas quedan
particularmente mal parados, dado que Platón buscaba denunciar sus técnicas
como basadas en la impostura y mostrarlos como si simplemente fingieran
contar con una capacidad que en realidad no poseían. Platón pone en escena a
Sócrates enfrentándose a los sofistas, que enseñan su arte de la manipulación
mediante la palabra y construye una verdadera “figura” del sofista retratado
como una mala caricatura, una parodia, del filósofo. En efecto, tanto el filósofo
como el sofista se declaran interesados por la sabiduría, pero, según Platón, los
sofistas solo ostentan apariencias de saber. Sin embargo, la acusación de
Platón tenía sus razones políticas, ya que, poco proclive a defender la
democracia, sabía bien hasta qué punto un régimen de ese tipo necesita una
práctica del arte de la oratoria por parte de los ciudadanos.
Pero hay también un problema filosófico más profundo. Cuando fue condenado
su maestro Sócrates, Platón experimentó el hecho de que un discurso, por bien
construido que esté desde el punto de vista filosófico, no vale de nada si no
gana la adhesión de los jueces. Para Platón, esta ley de la eficacia sofística
constituía un escándalo filosófico que se dedicó a combatir en una serie de
diálogos. Uno de los más célebres lleva justamente el nombre de Gorgias.
Capítulo 5
Perelman:
la Nueva Retórica
“[...] una ruptura con una concepción de la razón y del razonamiento que parte
de Descartes y que ha dejado su impronta en la filosofía occidental de los tres
últimos siglos.”
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Para un panorama general del pensamiento de Perelman, se puede consultar Marc
Dominicy, “Perelman et l'École de Bruxelles” [en traducción al alemán], en
Kopperschmidt (J.) y Eggs (E.), ed., Die Neue Rhetorik. Studien zu Chaim Perelman,
Munich, Fink, en prensa.
Podemos afirmar que los fundamentos de su teoría de la argumentación tienen,
en gran medida, una inspiración jurídica.
Lo racional y lo razonable
“No hay que examinar cualquier problema o cualquier tesis, sino solo aquellos
que puedan representar una preocupación para un interlocutor que merezca
que se le dé una respuesta razonada y no que simplemente se lo ignore o se lo
remita a sus sentidos; de hecho, quienes se preguntan si es necesario o no
honrar a los dioses y amar a sus padres, no merecen ser tenidos en cuenta, y
los que se preguntan si la nieve es blanca o no, solo merecen que se los remita
a sus sentidos.”
Después de pasar por el Siglo de las Luces, que creyó poder capturar su
esencia definitiva, la noción vuelve a aparecer en Perelman, tan operativa
como problemática, con esta herencia nunca desmentida: la decisión razonable
pone en juego cualidades humanas de sabiduría, lucidez y responsabilidad.
Vamos a ver qué puede significar concretamente ese ideal dentro de una
reflexión sobre la argumentación.
La noción de desacuerdo
5
Sobre estos temas, se puede consultar provechosamente el importante trabajo
desarrollado por Marcelo Dascal sobre la naturaleza de las diferentes controversias.
Véase, por ejemplo: Marcelo Dascal. Interpretation and Understanding. Amsterdam,
John Benjamins, 2003; Marcelo Dascal. 2005. “The balance of reason”, en D.
Vanderveken, ed., Logic, Thought and Action. Dordrecht, Springer, p. 27-47.
Podemos clasificar estos esquemas en dos grandes categorías, a saber los
procedimientos de enlace y de disociación:
Este párrafo nos permite apreciar el hecho de que los autores del Tratado
conciben la actividad de argumentación como un modo de pensamiento
natural en el hombre, pero no por eso exento de complejidad. También hay una
reflexión similar en Toulmin que se tomó el trabajo de separar, en los
esquemas argumentativos, el recorrido del pensamiento y la forma en que los
resultados de ese recorrido se presentan al auditorio. En términos de Perelman,
el orador deberá decidir, al momento de presentar elementos susceptibles de
conquistar la adhesión, si estos son solidarios desde un principio o si, por el
contrario, serán objeto de una nueva relación. Sea como fuere, hay una
intuición compartida, según la cual, en argumentación, se instala una distancia
entre el razonamiento producido psicológicamente y el que se presenta luego
públicamente a un auditorio.
La distinción de los aspectos lógico, retórico y psicológico es, sin lugar a dudas,
crucial para la disciplina. Pero lleva a una reflexión que resulta muy compleja,
ya que en el discurso retórico con frecuencia se apela a puestas en escena del
mundo tal como es o tal como se lo idealiza, sin que la distinción pueda
establecerse siempre claramente. En el plano teórico, a veces es difícil
distinguir entre esos diferentes niveles.
La ruptura de nexo
En todo caso, quien opera una ruptura de nexo está denunciando una
amalgama. Pero esa amalgama, ¿está en la representación que el orador se
hace de lo real o en la que le presenta al auditorio? Dicho de otro modo, ¿se
trata de un error o de un intento de manipulación? Al parecer incluso esta
distinción puede no siempre ser clara. La noción de “paralogismo” o de
6
Este tipo de relación permite poner de relieve el vínculo cognitivo que puede
establecerse entre esquemas argumentativos, topoi o marcos de pensamiento más
tradicionales, tales como los que proveen los proverbios.
argumentación falaz presenta la misma ambigüedad. Le dedicaremos un
desarrollo específico en el Capítulo 6. Pero ya podemos ir adelantando que la
denuncia del paralogismo, como error o como manipulación, presupone en
todo caso que el denunciante piensa que existe un modo de razonamiento
correcto, justo, que toda argumentación debería idealmente alcanzar.
“Cuando una sociedad es hostil, todo tipo de pretexto sirve para justificar la
represión. Dejemos de lado esta hipocresía. El tecno se ha transformado hoy en
un fenómeno de la sociedad cuya amplitud no puede dejar a nadie indiferente.
Amalgamar ese movimiento con la droga es inadmisible y es parte de esa
voluntad represiva. El tráfico y el consumo de estupefacientes son temas
suficientemente preocupantes para merecer un debate serio. Estoy en contra de
la droga y a favor de la prevención y la información sobre los riesgos del
consumo de productos peligrosos. Pero no es prohibiendo y cerrando los ojos
como vamos a resolver este problema.”
La disociación de nociones
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Sobre la acusación de amalgama, ver el Capítulo 6.
Con la técnica de disociación de nociones sucede algo muy diferente. Cuando
tiene lugar este procedimiento argumentativo al que ahora dedicaremos
nuestra atención, se afirma, en cambio, que es conveniente disociar elementos
que anteriormente se encontraban perfectamente reunidos, lo que no se niega.
Por lo tanto, se trata de un movimiento mucho más profundo que el de la
ruptura de nexo. En efecto, el orador que propone una disociación va a intentar
hacer admitir al auditorio que hay que cambiar la visión de lo real, que sin
embargo era común hasta ese momento. Esto es lo que dicen los autores del
Tratado:
“Yo no estoy en contra [del hecho de legislar] pero hay que tener presente que
esta ley no solucionará ninguno de los verdaderos problemas que enfrentan los
docentes. Ellos han salido de su papel de pedagogos para transformarse en
militantes de una laicidad mal entendida. Al mismo tiempo, si se legisla, no se
podrá evitar tocar la noción de laicidad. La concepción francesa de la laicidad es
clara. Es la reunión de la mayoría en torno a valores comunes fundamentales. Al
mismo tiempo, esta laicidad respeta la libertad de cada cual y no prohíbe llevar
un signo de pertenencia religiosa en el espacio público, que engloba tanto a la
escuela como a las administraciones o la calle. Es conveniente tener conciencia
de que el voto de una ley, tal como se plantea en este momento, significaría el
paso de una laicidad de esclarecimiento y de pacificación, a una laicidad rígida y
conflictiva.”
Para intentar resolver esta paradoja, hay que tratar de comprender lo que
representa para los autores del Tratado el par de la apariencia y la realidad,
que según afirman tiene “una importancia filosófica primordial” (1988, p. 556).
Tradicionalmente, un sistema filosófico que pretende la verdad debe suponer
que lo real es coherente y unívoco, aun cuando las apariencias puedan
presentarse como múltiples y engañosas. Sin embargo, hemos visto que el
fundamento mismo del pensamiento retórico presuponía la distinción entre los
hechos y las convenciones, es decir, entre la realidad a secas y la realidad
social. Por otra parte, la gran mayoría de los debates que se ocupan de la razón
práctica se refieren, en primer lugar y ante todo, a la realidad social: a las
instituciones, los principios, las reglas y las decisiones que son producto del
espíritu humano.
Los auditorios particulares son los auditorios reales que componen la asamblea
que el orador debe persuadir. En cierto sentido, materializan toda la compleja
ambivalencia del estatus de la retórica en democracia. Los auditorios
particulares son al mismo tiempo la barrera de contención y le talón de Aquiles
del debate democrático.
Por un lado, en cierta medida, imponen al orador los criterios de aquello que
podrá conseguir su adhesión. En política, por ejemplo, no se utilizan los mismos
argumentos, las mismas imágenes ni las mismas referencias para dirigirse a un
grupo de partidarios decididos de una causa, o a indecisos, o a adversarios
directos. La adhesión de los auditorios particulares requerirá pasar por dedicar
una atención particular a la psicología individual y colectiva. Como veremos,
una vez más, Perelman es conciente de esto. Pero por otra parte, si todo
discurso no es más que una adaptación cínica y caso por caso a la psicología
de auditorios particulares, encerrados en sus prejuicios, eso implica que hay
que abandonar todo ideal de racionalidad, como lo sugería la peor de las
desviaciones de los sofistas.
El auditorio universal
“Pero esta concepción del positivismo jurídico se derrumba ante los abusos del
hitlerismo, como toda teoría científica inconciliable con los hechos. Porque la
reacción universal ante los crímenes nazis obligó a los jefes de estado aliados a
instruir los juicios de Nuremberg, y a interpretar el adagio nullum crimen sine
lege en un sentido no positivista, ya que la ley violada en ese caso no dependía
de un sistema de derecho positivo, sino de la conciencia de todos los hombres
civilizados. La convicción de que era imposible dejar sin castigo esos crímenes
horribles que escapaban a un sistema de derecho positivo, prevaleció sobre la
concepción positivista del fundamento del derecho.”
Esto no quita que, si bien cada uno puede estar de acuerdo sobre el principio y
la necesidad de una regulación de ese tipo, desde el momento en que se la
implementa en concreto, plantea la cuestión de la naturaleza de esa conciencia
humana. ¿Quién tiene derecho a criticar las leyes? ¿En nombre de qué
privilegio se atribuye Antígona el derecho de juzgar a Creonte, que
evidentemente tiene primacía sobre ella en edad y en categoría? El
sentimiento universal de la justicia está en la base de toda sociedad humana,
aunque cada una lo traduzca en sus marcos lingüísticos y jurídicos, con
consecuencias prácticas que a veces resultan opuestas unas a otras. Por lo
tanto, el sentimiento de justicia es el lugar paradójico que puede reunir a los
hombres en una universalidad de emociones, dando al mismo tiempo lugar a
leyes particulares que pueden terminar conduciendo a la peor de las injusticias
en su aplicación. En parte es así, sin dudas, como se puede entender el adagio
dura lex sed lex. De todos modos, cada cual puede tener la intuición de lo que
alega Antígona. Ese sentimiento de justicia que anida antes del derecho
escrito, tal vez corresponda sencillamente a lo que se denomina ética. Dentro
de esta perspectiva, la noción de auditorio universal sería una abstracción de la
figura de Antígona, materializada en toda conciencia humana que exija para la
humanidad el derecho perpetuo de poner a prueba la justicia que ilumina a las
leyes. El auditorio universal sería la mirada del “hombre prudente” que invita a
la sociedad a criticar sus leyes, sus principios y sus convenciones. Sería como
la garantía de vigilancia de una conciencia siempre en vilo que reivindica el
derecho a cuestionar - y si es necesario, fortificar - los principios humanos.
Pero vemos que estas figuras son alegorías de un proceso que, en los hechos,
puede ser realizado por toda persona que emprenda el cuestionamiento de un
principio o una ley. La crítica pasa forzosamente por una etapa psicológica,
emotiva, llevada por un sentimiento de autenticidad que tiene la fuerza de la
evidencia. Luego pasa por una fase de justificación, en la que el esfuerzo de la
formulación debe necesariamente “civilizar” el descubrimiento para que se
integre a los principios admitidos por la comunidad. Nuestra psicología es tal
que necesitamos modelos, encarnaciones, para proyectarnos a la acción. Pero
esos modelos son soportes psicológicos de la razón práctica, no son la realidad.
No obstante, como hemos dicho, la retórica debe persuadir. Por eso utiliza los
modelos “como si” fueran encarnaciones reales. Así, muchas veces, frente a
una construcción retórica, los auditorios reaccionan como si tuvieran que
realizar una elección imposible entre una libertad que muere de libertad y una
ley que amordaza a fuerza de proteger: el chivo emisario o el tirano.
La adhesión en Perelman
Finalmente, la técnica argumentativa de disociación de nociones y su corolario
filosófico-jurídico que constituye el auditorio universal no pueden pensarse por
fuera de una teoría de la adhesión que haga intervenir a la psicología del
descubrimiento, la de la crítica y, en definitiva, a la de la persuasión. Aquí
también, Perelman era muy conciente de este punto. Tenía la convicción de
que una teoría de la argumentación no podía pasar por alto una teoría de la
adhesión. En consecuencia, tenía que darse los medios para comprender el
fenómeno de la persuasión desde un punto de vista psicológico e incluso desde
un punto de vista psicopatológico.
Este nuevo programa retórico se basa, como vimos, en una voluntad explícita
de ir más allá de la distinción clásica entre convicción y persuasión. Se supone
que la primera se dirige a la razón, mientras que la segunda apuntaría a las
emociones. Pero Perelman insiste en el hecho de que esa oposición no puede
satisfacer a un pensamiento que se niegue a encerrarse en un racionalismo
estrecho. Entonces, si la retórica se ocupa de la adhesión, esto implica que el
orador debe asignar un valor al papel que juega el auditorio en la formación de
los argumentos.
La expresión “no deberían producirlo según la convicción del que los estudia”
deja ver la parte de normatividad que se esconde detrás de esta concepción de
la convicción. Sin embargo, Perelman no pretende en ningún momento que
pueda haber una diferencia de estatus entre los dos tipos de auditorio.
Además, sostiene que la utilización del seudo-argumento no es una
manipulación, y justifica esta afirmación por la dimensión colectiva y
compartida de la empresa: el auditorio exige a su manera un tipo de
argumento por fuera del cual su adhesión sería imposible. Así, al proporcionar
las condiciones de su adhesión, el auditorio contribuiría al “valor” de la
proposición. Pero Perelman advierte que ese valor retórico no puede ser sino el
de la eficacia, junto al de la “verdad” en ciencia o el de “validez” en lógica.
Pero la eficacia puesta en el lugar de todo criterio epistemológico, abre la
puerta a todas las desviaciones sofísticas posibles, así como también a las
consecuencias políticas que se puedan experimentar.