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Miguel de Unamuno
Hace cuatrocientos años que don Miguel de Cervantes Saavedra puso fin a la
Primera Parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y cien años —bien
vale celebrarlos también— que don Miguel de Unamuno concluyó una de sus obras más
importantes: Vida de Don Quijote y Sancho1, publicada en coincidencia con el tercer
centenario de la obra cervantina, pero no a propósito de esta fecha, según confesión de
su autor. Por eso, no debe definirse como una obra de centenario:
Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer
obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa
lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo
que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y
sotopongo, y lo que ponemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofía. [...].
Aparéceme la filosofía en el alma de mi pueblo como la expresión de una tragedia
íntima análoga a la tragedia del alma de Don Quijote, como la expresión de una lucha
entre lo que el mundo es según la razón de la ciencia nos lo muestra, y lo que queremos
que sea, según la fe de nuestra religión nos lo dice2.
Con su obra «explicada y comentada»3, escrita como diría Jean Guitton «en estado
de hambre y de deseo»4, corrobora que el Quijote es «la Biblia nacional de la religión
patriótica de España»5, y que «Cervantes sacó a Don Quijote del alma de su pueblo y
del alma de la Humanidad toda, y en su inmortal libro se lo devolvió a su pueblo y a
toda la Humanidad»6. En realidad, todos los trabajos de Unamuno son una constante
exégesis de don Quijote. En Vida de Don Quijote y Sancho, no quiere componer otro
Quijote ni el Quijote, como el borgesiano Pierre Menard7, sino pensar, analizar, soñar
«su Don Quijote» y convertirse, en solitario y nostálgico juego, en lector y lectura
dentro de su personaje.
Tratándose de Unamuno, no pueden ignorarse las etimologías; por eso, cuando
escribe «explicada y comentada», quiere decir que penetra el sentido del Quijote
1
Madrid, Librería de Fernando Fe, 1905.
2
Miguel de UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, Madrid,
Renacimiento, 1912, pp. 301 y 312.
3
Estas palabras aparecen en el título de la edición de 1905.
4
El trabajo intelectual. Versión española realizada por Francisco Javier de Fuentes, Madrid, RIALP,
1999, p. 86.
5
Miguel de UNAMUNO, «Sobre la lectura e interpretación del Quijote», Ensayos, Obras Completas,
Tomo III, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950, p. 575.
6
«Sobre la lectura e interpretación...», p. 573.
7
«Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por
línea— con las de Miguel de Cervantes» («Pierre Menard, autor del Quijote», Ficciones, Obras
Completas, Tomo I, Barcelona, EMECÉ, 1997, p. 446.
1
cervantino a la lumbre de su pluma y que medita, reflexiona, sobre él; lo imagina y lo
piensa cabalmente.
En el Prólogo a la segunda edición de 1913, escribe:
Unamuno deja a un lado la obra para penetrar al personaje que contiene la poesía de
esa obra, y «en la poesía —según Aristóteles—, hay más verdad que en la historia».
A pesar de la muerte, los nuevos tiempos unen a Cervantes y a Unamuno desde el
silencio primordial que precedió al primer vocablo de sus obras:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y
galgo corredor16.
8
Vida de Don Quijote y Sancho, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 133-134.
9
«Sobre la lectura e interpretación...», p. 575.
10
«Prólogo a la segunda edición», p. 134.
11
«Sobre la lectura e interpretación...», p. 577.
12
Ibídem, p. 573.
13
Ibídem, p. 574.
14
«El sepulcro de Don Quijote», ensayo publicado en La España Moderna, N.° 206, Madrid, febrero de
1906, pp. 5-17, incluido en Vida de Don Quijote..., p. 141.
15
Miguel de UNAMUNO, «Razón y vida», Renacimiento, Madrid, N.° V, julio de 1907, p. 4.
16
Don Quijote de La Mancha, Madrid, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua
Española, 2004, p. 27.
2
Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de
cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura
cuerdos. [...]. Se ha perdido toda la memoria de su linaje, nacimiento, niñez y
mocedad; no nos la ha conservado ni la tradición oral ni testimonio alguno escrito, y si
alguno de éstos hubo, hase perdido o yace en el polvo secular. [...]. Mas él era de los
linajes que son y no fueron. Su linaje empieza en él. [...]. Era, pues, un hidalgo pobre,
un hidalgo de gotera acaso, pero de los de lanza en astillero17.
Conversar y entendernos. Las dos obras —o la obra del Siglo de Oro y el escritor
vasco— se enlazan en un diálogo tenso y poéticamente filosófico. Entonces, el don
Quijote cervantino —significante y significado— y el don Quijote unamuniano —puro
significado— hermanecen porque el lector, impelido a «quijotear», crea el suyo.
Cervantes escribe su obra desde los personajes; Unamuno, desde su desesperación23,
desde su yo estremecido, centro de su universo, que no quiere morir. El autor de El
sentimiento trágico de la vida dialoga primero, desde las letras, con Cervantes y luego,
desde el corazón, con don Quijote, y en lo hondo del macilento caballero, se encuentra a
sí mismo, descubre que él también es loco, pero por convicción, porque sólo esa locura
purifica del mundo y ayuda a llegar a Dios, a creer en Él, con fidelidad a un cristianismo
quijotesco. Gradualmente se advierte cómo Unamuno construye el paralelo entre su
persona y la del hidalgo manchego para encender «el fuego de las eternas inquietudes»
en el corazón seco de su España. Por eso la bacía es el yelmo de Mambrino, por eso es
necesario que la bacía sea el yelmo de Mambrino:
Así, así, mi señor Don Quijote, así; es el valor descarado de afirmar en voz alta y a la
vista de todos y de defender con la propia vida la afirmación, lo que crea las verdades
todas. Las cosas son tanto más verdaderas cuanto más creídas, y no es la inteligencia,
sino la voluntad, la que las impone. [...].
Sí, todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno
17
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, p. 157.
18
Ibídem, pág. 161.
19
Ibídem, pág. 283.
20
Ibídem, pág. 159.
21
Ibídem, pág. 162.
22
Ibídem, pág. 284.
23
Escribe Unamuno: «La desesperación es el hecho más íntimo de nuestro tiempo y acaso de todos los
tiempos civilizados. Unos creen por desesperación, y otros por desesperación no creen» («Razón y vida»,
p. 4).
3
su verdad, su fe, y defenderla. La mentira envuelve y agarrota las almas de esta casa de
borregos modorros, estúpidos por opilación de sensatez24.
«Así», el adverbio que confirma la fe unamuniana en un ideal; así, «en voz alta»,
frente a la vida y a los vivos, para afirmar sin miedos lo que la sangre acongojada grita,
es decir, la verdad del alma, para defenderla «a puñetazos y a coces», y hasta «sufrir por
ella»25 porque «es lo que hace vivir, no lo que hace pensar»26:
Ese valor es el que necesitamos en España, y cuya falta nos tiene perlesiada el
alma. Por falta de él no somos fuertes, ni ricos, ni cultos; por falta de él no hay
canales de riego, ni pantanos, ni buenas cosechas; por falta de él no llueve más
sobre nuestros secos campos, resquebrajados de sed, o cae a chaparrones el agua,
arrastrando el mantillo y arrastrando a las veces las viviendas27.
Sin duda, Vida de Don Quijote y Sancho es una meditación sobre su yo y sobre su
España; como en todos sus libros, un diálogo hondo y agónico entre la razón y la fe, esa
fe que por obra de la voluntad crea lo que no puede verse. «El mundo es tu creación»28,
le dice a don Quijote, y éste puede parir su mundo porque está el mundo dentro de él, la
España de sus soledades, la que lo hace poeta, y ser poeta —como bien dijo Fernando
Pessoa— «no es una ambición», es la manera de estar solo.
Para ser inmortal, para seguir siendo —Unamuno no quiere morir porque sufre de
razón—, el hombre, que siempre en estado de desesperación trascendente mata a Dios
con la razón, debe resucitarlo con la voluntad. Y el don Quijote de Unamuno,
«continuo vértigo pasional»29, símbolo de la España profunda, de la tradición que no
debe morir, es vida intrahistórica.
La clave de la obra Vida de Don Quijote y Sancho se encuentra entre líneas, ya
avanzado el texto: «...la historia del ingenioso hidalgo fue, como en realidad lo fue, una
historia real y verdadera, y además eterna, pues se está realizando de continuo en cada
uno de sus creyentes»30. Historia no sólo es ‘narración inventada’, sino también
‘búsqueda’, una búsqueda que existe, por eso es verdadera; una búsqueda que no tiene
fin, por eso es eterna. Y hay creyentes porque hay fe, profesan la fe en don Quijote, son
«los hijos de la luz»31. Unamuno, que padece su propia búsqueda, es uno de ellos:
Mi fe en don Quijote me enseña que tal fue su íntimo sentimiento, y si no nos lo revela
Cervantes es porque no estaba capacitado para penetrar en él. No por haber sido su
evangelista hemos de suponer fuera quien más adentró en su espíritu. Baste que hoy
nos haya conservado el relato de su vida y hazañas32;
más aún, Unamuno, caballero andante de la palabra, es —como dijimos— don Quijote,
el gran buscador, quiere serlo, y don Quijote, la reivindicación del desmedido anhelo de
inmortalidad por la que tanto se angustiaba el escritor vasco. Éste se siente don Quijote,
y el protagonista cervantino le da la oportunidad de andar palabras adentro hasta la raíz
de su ideal: «Y el molido Don Quijote vivirá, porque buscó la salud dentro de sí y se
24
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, p. 302.
25
Ibídem, p. 304.
26
Ibídem, Segunda Parte, p. 447.
27
Ibídem, Primera Parte, p. 305.
28
Ibídem, Segunda Parte, p. 447.
29
«El sepulcro de Don Quijote», p. 150.
30
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, p. 252.
31
Ibídem, p. 309.
32
Ibídem, pp. 256-257.
4
atrevió a arremeter a los molinos»33; su fe se enfrenta, pues, a la realidad que sólo es
aparencial. Así lo expresa con lengua hirviente en su ensayo «Mi religión»:
Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de
que no he de encontrarla mientras viva; mi religión es luchar incesante e
incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del
alba hasta el caer de la noche... [...]. Y yo quiero pelear mi pelea, sin cuidarme de la
victoria. [...], porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo34.
Obra sin tiempos, en Vida de Don Quijote y Sancho cabalgan los sueños
unamunianos de infinitud, y el protagonista, eterno, nace de las páginas como la más
acabada definición de la verdad, esa verdad que se sueña, porque tiene sus raíces en la
eternidad de la imaginación, en la imaginación de la eternidad.
Con los pies en la tierra, pero fuera de ella, don Quijote —de acuerdo con la
interpretación unamuniana— no vive una vida exterior. Es un hombre «de carne y hueso
como nosotros», «sujeto a las miserias humanas»35, «curioso en extremo y amigo de
enterarse de vidas ajenas»36, pero su aventura es interior, alma adentro; vive así una vida
única, que lo conmueve, y a la que los demás llaman locura porque están excesivamente
impregnados de esa «ignorancia sistemática» de la que habla Marcel Prevost. La cuerda
locura lo purifica, lo deja respirar libre de la mundanal libertad y le permite construir
con fe su universo desde la sangre, y recorrerlo más allá del tiempo real, pues él necesita
otro tiempo, otros ojos, otro cuerpo para alcanzar la fama inmortal, para satisfacer la sed
de renombre, para sobrevivir; y también necesita agitar —obrar— con su fuerza interior
para que los demás no se resignen a vivir por vivir, para que vivan anhelantes:
La fe se pega, y es tan robusta y ardorosa la de Don Quijote, que rebasa a los que le
quieren, y quedan llenos de ella sin que a él se le amengüe sino más bien le crezca.
Pues tal es la condición de la fe viva; crece vertiéndose y repartiéndose se aumenta37.
Y aunque parezcan distintos, todos sus caminos son iguales, y todos conducen al mismo
lugar, a su mismidad. Ha logrado nacer otra vez, pero de sí mismo, volver a ser a su
manera, lejos de la pobre vida amodorrada, demasiado pobre para sus aspiraciones. Por
eso se bautiza «Don Quijote de la Mancha», y Sancho le pone el nombre de «El
Caballero de la Triste Figura», tristeza que revela —según don Miguel— «su alma
seria, abismáticamente seria, triste y escueta como los pelados páramos manchegos,
también de tristísima y augusta solemnidad, tristeza reposada y de severo continente»38
que transparenta «aquel espíritu inmenso empeñado en moldear a sí el mundo»39.
En ese «¡yo sé quién soy!» que proclama don Quijote, se encierra su propia creación,
lo que quiere ser para siempre, y los demás no pueden entender ni ver. Los pobres
mortales, «los hidalgos de la Razón»40, creen burlarse del escuálido Caballero de la
Locura —otro Cristo, «aquel Cristo castellano»41, según el intratexto de Unamuno— y
divertirse hasta las lágrimas con su demencial ingeniosidad, pero sólo logran con su
bullanguería, con el escarnio, rodearlo de silencio, y en ese estar solo y en silencio
frente al mundo, sufre su Pasión, cifra su religación con Dios, reconoce su necesidad de
trascendencia, es decir, no claudica. La lectura circunstanciada de esta obra nos permite
33
Ibídem, p. 200.
34
Ensayos, Obras Completas, Tomo III, pp. 820 y 822.
35
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, p. 258.
36
Ibídem, p. 261.
37
Ibídem, p. 197.
38
«El Caballero de la Triste Figura...», p. 173.
39
Ibídem, p. 174.
40
«El sepulcro de Don Quijote», p. 142.
41
«El Caballero de la Triste Figura...», p. 174.
5
afirmar que la Biblia la sustenta. Para corroborarlo, bastan las palabras del Evangelio de
San Mateo (20, 28): «...el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a
dar su vida en rescate por muchos»42. No en vano Unamuno, en un dibujo que se
conserva en su Casa Museo de Salamanca, representa a don Quijote crucificado en un
árbol con cuatro clavos; el lanzón, apoyado sobre su brazo derecho; y a sus pies, como
adorándolo, Sancho y Rocinante. Otra vez un silencio casi cristológico en la intención
del escritor vasco. Recordemos estas palabras de Jean Guitton: «En el fondo, el arte de
leer bien, [...], consiste en componer una segunda Biblia para sí mismo, en leer la
primera con inteligencia, y la segunda, la nuestra, con fe»43. Unamuno lee la obra
cervantina con inteligencia y la interpreta con fe unamuniana.
El que resucita «el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera»44 sufre prisión
en una jaula, pero no deja de ser libre, pues no hay cárcel para los sueños ni para el
pensamiento, y «todo es posible al que cree»45:
Desea con ansia volar, aunque llevado en el encierro de una jaula y a paso de buey, y
tu deseo hará que te broten alas, y la jaula se te ensanchará convirtiéndosete en
universo y volarás por su firmamento. [...] no hay hombre capaz de enjaular a
hombre46.
42
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1964, p. 1257.
43
Op. cit., p. 94.
44
Don Quijote de La Mancha, Primera Parte, Capítulo XLVII, p. 483.
45
Evangelio de San Marcos, 9, 23.
46
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, pp. 315-316.
47
Ibídem, pág. 314.
48
Ibídem, p. 190.
49
Ibídem, p. 233.
6
Sancho, que sólo veía con los ojos de la carne, comienza a tener fe en la palabra de
su amo, en el mundo verdadero que aquél llevaba dentro de sí, porque abre los ojos del
alma con la convicción de que hay otra vida, otro reino que conquistar:
En una misma turquesa forjaron a Caballero y escudero, [...]. Lo más grande y más
consolador de la vida que en común hicieron es el no poderse concebir al uno sin el
otro, y que muy lejos de ser dos cabos opuestos, como hay quien mal supone, fueron y
son, no ya las dos mitades de una naranja, sino un mismo ser visto por dos lados.
Sancho mantenía vivo el sanchopancismo de Don Quijote y éste quijotizaba a Sancho,
sacándole a flor de alma su entraña quijotesca. [...], lo cierto es que hay dentro de
Sancho mucho Don Quijote50.
De ahí que el escudero aspire a que sus hazañas no queden entre renglones; dócilmente
va enquijotándose, va entregándose «a ese poder de la fe quijotesca y quijotizante»51.Y
como bien escribe el escritor vasco, por «un quizá empieza la fe que salva; quien duda
de lo que ve, una miajica tan sólo que sea, acaba por creer lo que no ve ni vio jamás»52.
Sancho, su fiel discípulo —la fidelidad tiene su fuente en la fe—, incrédulo primero,
se queda también solo como su amo, pero con él, en los caminos del mundo:
La fe es algo que se conquista palmo a palmo y golpe tras golpe. Y tú, Sancho, llegarás
a creer en tu señora Dulcinea del Toboso, y ella te cogerá de la mano y te llevará por
los campos perdurables. [...] Ten fe, pues, Sancho; ten fe, aunque te falte el ánimo de
Don Quijote. La fe cumplió en ti su milagro; el ánimo de Don Quijote es ya tu ánimo,
y ya no vives tú en ti mismo, sino que es él, tu amo, quien en ti vive. Estás
quijotizado53.
Al parafrasear a San Pablo, Unamuno le adjudica a don Quijote un carácter casi divino,
que no desmiente la palabra héroe, cuya etimología es ‘semidiós’, ‘protector’:
«¡Benditos los palos del lanzón, Sancho amigo, que te han valido ser bendecido por tu
amo!»54.
Si en la obra de Cervantes la palabra clave es imaginación, en la unamuniana, es fe,
la fe que salva del «miedo a la muerte y a la vida»55, la fe que es amor y que, como la
razón, también «se alimenta de dudas»56.
«Sancho amigo», «hermano Sancho», lo llama Unamuno por el afecto que le inspira,
porque el escudero, voz del sentido común, sabe oír, callar y aguardar; sabe que el
tiempo deshace la memoria, y que la muerte acalla los dolores, y en esto reside su
fortaleza y hasta su paciencia, pero mucho más sabe en qué consiste la fe fecunda y
salvadora, que se mantiene de la duda:
Tú, Sancho, entendías muy bien a tu amo, pues todo lo que te decía eran dichos muy
claros y muy entendederos, y veías, sin embargo, que tus ojos te mostraban otra cosa y
sospechabas que tu amo desvariaba por loco y dudabas de lo que veías, y a pesar de
ello le creías pues que ibas tras de sus pasos. Y mientras tu cabeza te decía que no,
decíate tu corazón que sí, y tu voluntad te llevaba en contra de tu entendimiento y a
favor de tu fe57.
50
Ibídem, Segunda Parte, p. 330.
51
Ibídem, p. 350.
52
Ibídem, Primera Parte, p. 242.
53
Ibídem, p. 231.
54
Ibídem, p. 281.
55
Ibídem, p. 242.
56
Miguel de UNAMUNO, »Razón y vida», p. 11.
57
Vida de Don Quijote..., Segunda Parte, p. 351.
7
—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique
están los que en cualquiera ministerio de ella se ejercitan de venir brevemente a ser
honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía de esta
buena gente te sientes, y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu amo y natural
señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería
andante se puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala58.
«Don Quijote mío, mi Don Quijote, mi señor Don Quijote, mi loco sublime, mi San
Quijote», lo llama a don Alonso Quijano el Bueno, y en el adjetivo posesivo, se
vislumbra una identificación casi maternal con el que era cuerdo en su locura. Pero don
Miguel de Unamuno, que traza en esta obra su propio retrato espiritual signado por una
angustiosa y desesperada necesidad de fe, es don Quijote y Sancho al mismo tiempo:
En lo esforzado del propósito y no en lo puntual del conocimiento está el héroe. [...]
entre luz y tinieblas vamos viviendo y marchando a un término que no es ni tinieblas
ni luz, sino algo en que ambas se aúnan y confunden, algo en que se funden corazón y
cabeza, y en que se hacen uno Don Quijote y Sancho. [...] No, no es la ciencia sola, por
alta y honda, la redentora de la vida59.
Don Miguel quiere canonizar esa locura generosa siempre acompañada de seriedad, y
cuando esto sucede, «reálzase y se eleva mil codos sobre la cordura retozona y
burladora»60, la de los que carecen de imaginación.
El lanzón al que se aferra don Quijote señala el límite entre los dos mundos —las dos
vidas—; el quijotesco lanzón que nunca lo declara vencido porque la derrota no
pertenece a su mundo, y el vencer siempre puede imaginarse. Codicia y ambición del
mundo, y sed de gloria quijotesca; el no saber para qué se es y el tener el valor de querer
saberlo, de creerlo firmemente, para no vivir una perpetua muerte, aunque la realidad
rompa mil veces el lanzón, y lo desnuden hasta humillarlo las risas hipócritas de sus
conterráneos. Nadie le arrebatará el corazón para conquistar el reino del espíritu; nadie
le impedirá —aunque no se mueva del suelo— volar en su Clavileño, subir «a los cielos
del aire y del fuego imperecederos»61.
El miedo entumece a los hombres; significa la pérdida de la fe. Don Quijote no lo
tiene; su corazón lo combate y lo vence, a pesar de que parezca él el vencido. Por eso
sale «al mundo sin que se le vea y al amparo de la oscuridad»62, la oscuridad de Alonso
Quijano el Bueno, que va quedándose lentamente en el camino para que vea la luz un
hombre nuevo, el loco que sueña con no morir, con dejar nombre por los siglos de los
siglos. En su ensayo «Razón y vida»,Unamuno escribe: «El deseo de singularizarse no
es sino una forma del deseo de inmortalizarse»63.
¿Pero es, realmente, locura la de don Quijote? ¿Por qué no pensar que se dio el gusto
de vivir su sueño con su lógica y su verdad mediante una especie de capricho lúdico?;
que, en este gran teatro, rasgó el débil telón de lo real con la ayuda de su lanzón —su
voluntad— para respirar el aire limpio de sus deseos, para ser otro hombre sin tocar la
tierra de todos sus días, sino la que él poetiza con su fe en algo superior. De la pluma de
Unamuno, se yergue, pues, Don Quijote como una inmensa alegoría de la libertad y de
58
Don Quijote de La Mancha, Primera Parte, Cap. XI, p. 96.
59
Vida de Don Quijote..., Primera Parte, pp. 245-246. Leemos en el Evangelio de San Lucas: «Cuida,
pues, que tu luz no tenga parte de tinieblas, porque si todo tu cuerpo es luminoso, sin parte alguna
tenebrosa, todo él resplandecerá...» (ed. cit., 11, 35-36).
60
Ibídem, Segunda Parte, p. 399.
61
Ibídem, p. 478.
62
Ibídem, Primera Parte, p. 197.
63
Ed. cit., p. 10.
8
la ética. «¡Hay que pelear, sí, a lanzadas de luz!»64, para realizar un ideal propio en la
tierra:
Cruzando el mar en quebradizas carabelas fueron nuestros abuelos a descubrir el
Nuevo Mundo que dormía bajo estrellas antes desconocidas; ¿no hay algún nuevo
mundo del espíritu cuyo descubrimiento nos reserve Dios...?65
Hay que pelear a «lanzadas magnánimas de luz»66 para no morir, para creer, para crear
la verdad:
¡El toque está en no morir! ¡En no morir! ¡No morir! Esta es la raíz última, la raíz de
las raíces de la locura quijotesca! ¡No morir!, ¡no morir! Ansia de vida; ansia de vida
eterna es la que te dio vida inmortal, mi señor Don Quijote...67
Ansia de inmortalidad nos lleva a amar a la mujer, y así fue como Don Quijote juntó en
Dulcinea a la mujer y a la Gloria, y ya que no pudiera perpetuarse por ella en hijo de
carne, buscó eternizarse por ella en hazañas de espíritu74.
Un honesto mirar a la mujer desde las entrañas encendidas; un casto, contenido sentir,
para eternizar la vida por mandato del corazón. Inventar el amor para inmortalizarlo,
para satisfacer el ansia de inmortalidad, el seguir siendo sin partir nunca. Amor
temporal no consumado, maternidad inmortal para parir el perpetuo nombre y la fama
«en todo lo descubierto de la tierra»75:
Yo creo que ahora mismo, mientras te tiene apretado a su pecho tu Dulcinea, y lleva tu
memoria de siglo en siglo, yo creo que ahora todavía te envuelve cierta melancólica
pesadumbre al pensar que ya no puedes recibir en tu pecho el abrazo ni en tus labios el
beso de Aldonza, ese beso que murió sin haber nacido, ese abrazo que se fue para
64
Vida de Don Quijote..., Segunda Parte, p. 486.
65
Ibídem, pp. 487-488.
66
Ibídem, p. 489.
67
Ibídem, p. 481.
68
Ibídem, Primera Parte, p. 258.
69
Ibídem, p. 253.
70
Ibídem, p. 255.
71
Ibídem, p. 257.
72
Ibídem, p. 201.
73
Ibídem, p. 213.
74
Ibídem, p. 222.
75
Ibídem, p. 263.
9
siempre y sin haber nunca llegado, ese recuerdo de una esperanza en todo secreto y tan
a solas y a calladas acariciada76.
El don Quijote interior, el caballero del nuevo mundo del espíritu, poeta de La
Mancha, «figura cómicamente trágica, [...] en que se ve todo lo profundamente trágico
de la comedia humana»90, está otra vez solo con su lanzón y con su sombra triste, y se
deja llevar por Rocinante. Seco y amarillo, casi como la tierra castellana, se deja llevar...
El silencio lo acompaña. Es hombre de acendrados silencios, a pesar de las palabras.
Las burlas de los tontos, padecidas con dignidad91, han quedado lejos. No las extraña.
Tal vez, ni las haya advertido. No llegan ya a su cansado corazón heroico. Ha peleado a
lo humano para conquistar el amor, por la gloria inacabable del amor, y va haciéndose
cuerdo para aliviar el alma, para recuperar la serenidad de sus días, para emprender el
camino de la muerte que lo espera y despertar de su sueño de locura. Muerte del cuerpo,
pero no del alma porque «el espíritu es el que da vida»92, nueva vida, y al morir, nadie
se muere del todo.
Después de haber peleado por la vida del espíritu con la alegría de la tristeza y la
tristeza de la alegría, el Don Quijote de Unamuno, «el Cristo español»93, camina otra
vez desde su yo hasta el mundo, pero ya libre para siempre y para siempre inmortal.
86
Miguel de UNAMUNO, Cancionero. Diario poético, Buenos Aires, Losada, 1953, pp. 453, 455 y 475.
87
Vida de Don Quijote..., Segunda Parte, p. 419.
88
Ibídem, p. 505.
89
Ibídem, p. 528.
90
Miguel de UNAMUNO, Del sentimiento trágico..., p. 288.
91
Escribe Unamuno: «El más alto heroísmo para un individuo, como para un pueblo, es saber afrontar el
ridículo; es, mejor aún, saber ponerse en ridículo y no acobardarse en él» (Del sentimiento trágico...,
p. 307).
92
Evangelio de San Juan, 6, 63.
93
Del sentimiento trágico..., p. 288.
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Bibliografía
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