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Aurora polar

Aurora boreal en Alaska.

La aurora es un brillo que


aparece en el cielo nocturno,
usualmente en zonas polares.
Por esta razón algunos
científicos la llaman "aurora
polar" (o "aurora polaris").
En el hemisferio norte se
conoce como "aurora boreal",
y en el hemisferio sur como
"aurora austral", cuyo nombre proviene de Aurora la diosa romana del amanecer, y
de la palabra griega Boreas que significa norte, debido a que en Europa comúnmente
aparece en el horizonte de un tono rojizo como si el sol emergiera de una dirección
inusual.

La aurora boreal, comúnmente ocurre de septiembre a octubre y de marzo a abril.


Su equivalente en latitud sur, aurora austral posee propiedades similares.

Origen

Una aurora boreal o polar se produce cuando una eyección de masa solar choca
con los polos norte y sur de la magnetósfera terrestre, produciendo una luz difusa
pero predominante proyectada en la ionósfera terrestre.

La aurora austral (11 de septiembre de 2005)


tomada por el satélite IMAGE, digitalmente
solapada a una fotografía Canica Azul.

Las auroras aparecen en dos óvalos


centrados encima de los polos magnéticos de
la Tierra, que no coinciden con los polos
geográficos. La posición actual aproximada
del Polo Norte magnético es 82.7º N 114.4º
O.

Ocurren cuando partículas cargadas


(protones y electrones) procedentes del Sol, son guiadas por el campo magnético de
la Tierra e inciden en la atmósfera cerca de los polos. Cuando esas partículas
chocan con los átomos y moléculas de oxígeno y nitrógeno, que constituyen los
componentes más abundantes del aire, parte de la energía de la colisión excita esos
átomos a niveles de energía tales que cuando se desexcitan devuelven esa energía
en forma de luz visible.
El Sol, situado a 150 millones de km de la Tierra, está emitiendo continuamente
partículas cargadas: protones, con carga positiva, y electrones, con carga negativa.
Ese flujo de partículas constituye el denominado viento solar. La superficie del Sol
o fotosfera, se encuentra a unos 6000 ºC, sin embargo, cuando se asciende en la
atmósfera del Sol hacia capas superiores la temperatura aumenta en vez de
disminuir, tal y como la intuición nos sugeriría. La temperatura de la corona solar,
la zona más externa que se puede apreciar a simple vista sólo durante los eclipses
totales de Sol, alcanza temperaturas de hasta 3 millones de grados. El causante de
ese calentamiento es el campo magnético del Sol, que forma estructuras
espectaculares como se ve en las imágenes en rayos X. Al ser la presión en la
superficie del Sol mayor que en el espacio vacío, las partículas cargadas que se
encuentran en la atmósfera del Sol tienden a escapar y son aceleradas y canalizadas
por el campo magnético del Sol, alcanzando la órbita de la Tierra y más allá.
Existen fenómenos muy energéticos, como las fulguraciones o las eyecciones de
masa coronal que incrementan la intensidad del viento solar

Las partículas del viento solar viajan a velocidades desde 300 a 1000 km/s, de
modo que recorren la distancia Sol-Tierra en aproximadamente dos días. En las
proximidades de la Tierra, el viento solar es deflectado por el campo magnético de
la Tierra o magnetósfera. Las partículas fluyen en la magnetosfera de la misma
forma que lo hace un río alrededor de una piedra o de un pilar de un puente. El
viento solar también empuja a la magnetosfera y la deforma de modo que en lugar
de un haz uniforme de líneas de campo magnético como las que mostraría un imán
imaginario colocado en dirección norte-sur en el interior de la Tierra, lo que se
tiene es una estructura alargada con forma de cometa con una larga cola en la
dirección opuesta al Sol. Las partículas cargadas tienen la propiedad de quedar
atrapadas y viajar a lo largo de las líneas de campo magnético, de modo que
seguirán la trayectoria que le marquen éstas. Las partículas atrapadas en la
magnetosfera colisionan con los átomos y moléculas de la atmósfera de la Tierra,
típicamente oxígeno (O), nitrógeno (N) atómicos y nitrógeno molecular (N2) que se
encuentran en su nivel más bajo de energía, denominado nivel fundamental. El
aporte de energía proporcionado por las partículas perturba a esos átomos y
moléculas, llevándolos a estados excitados de energía. Al cabo de un tiempo muy
pequeño, del orden de las millonésimas de segundo o incluso menor, los átomos y
moléculas vuelven al nivel fundamental, y devuelven la energía en forma de luz.
Esa luz es la que vemos desde el suelo y denominamos auroras. Las auroras se
mantienen por encima de los 95 km porque a esa altitud la atmósfera es tan densa y
los choques con las partículas cargadas ocurren tan frecuentemente que los átomos
y moléculas están prácticamente en reposo. Por otro lado, las auroras no pueden
estar más arriba de los 500-1000 km porque a esa altura la atmósfera es demasiado
tenue –poco densa- para que las pocas colisiones que ocurren tengan un efecto
significativo.

Se le llama aurora boreal cuando se observa este fenómeno en el hemisferio norte y


aurora austral cuando es observado en el hemisferio sur. No hay diferencias entre
ellas.

Los colores y las formas de las auroras


Auroras Boreales desde la Estación Espacial Internacional

Las auroras tienen formas, estructuras y colores muy diversos que además cambian
rápidamente con el tiempo. Durante una noche, la aurora puede comenzar como
un arco aislado muy alargado que se va extendiendo en el horizonte, generalmente
en dirección este-oeste. Cerca de la medianoche el arco puede comenzar a
incrementar su brillo. Comienzan a formarse ondas o rizos a lo largo del arco y
también estructuras verticales que se parecen a rayos de luz muy alargados y
delgados. De repente la totalidad del cielo puede llenarse de bandas, espirales, y
rayos de luz que tiemblan y se mueven rápidamente de horizonte a horizonte. La
actividad puede durar desde unos pocos minutos hasta horas. Cuando se aproxima
el alba todo el proceso parece calmarse y tan sólo algunas pequeñas zonas del cielo
aparecen brillantes hasta que llega la mañana. Aunque lo descrito es una noche
típica de auroras, nos podemos encontrar múltiples variaciones sobre el mismo
tema.

Los colores que vemos en las auroras dependen de la especie atómica o molecular
que las partículas del viento solar excitan y del nivel de energía que esos átomos o
moléculas alcanzan.

El oxígeno es responsable de los dos colores primarios de las auroras, el


verde/amarillo de una transición de energía a 557.7 nm (1 nm es la milmillonésima
parte de 1 metro), mientras que el color más rojo lo produce una transición menos
frecuente a 630.0 nm. Para hacernos una idea, nuestro ojo puede apreciar colores
desde el violeta, que en el espectro tendría una longitud de onda de unos 390.0 nm
hasta el rojo, a unos 750.0 nm (Figura 7). Más adelante en este documento hay un
pequeño apartado para aquellos que queráis saber un poco más acerca de estos
procesos.

El nitrógeno, al que una colisión le puede arrancar alguno de sus electrones más
externos, produce luz azulada, mientras que las moléculas de hidrógeno son muy a
menudo responsables de la coloración rojo/púrpura de los bordes más bajos de las
auroras y de las partes más externas curvadas.

El proceso es similar al que ocurre en los tubos de neón de los anuncios o en los
tubos de televisión. En un tubo de neón, el gas se excita por corrientes eléctricas y
al desexcitarse envía la típica luz rosa que todos conocemos. En una pantalla de
televisión un haz de electrones controlado por campos eléctricos y magnéticos
incide sobre la misma, haciéndola brillar en diferentes colores dependiendo del
revestimiento químico de los productos fosforescentes contenidos en el interior de
la pantalla.

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