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aparece la memoria
M.B.M
En “Metáforas de Santos”, acrílico sobre lienzo, 1997, cada uno de los personajes
representados ostenta la condición de isocefalia, rasgo distintivo de la pintura
medieval, donde cabezas y rostros son situados en el espacio pictórico en planos
disímiles de profundidad, para denotar o reparar en sus emociones y sentimientos
individuales de un modo más efectivo, convirtiéndolos indistintamente en
verdaderos retratos sicológicos del contexto o trama general donde se desarrolla
la acción de gran intensidad dramática. La Santa Cruz, elemento central y
unificador de la acción es a la vez amalgama de referencias religiosas sacras y
paganas, símbolo de la cristiandad, símbolo del madero que fue empurpurado con la
sangre del redentor, resumen de su fe, moral y peregrinación sobre la tierra; en
la encrucijada de la cruz al igual que en la encrucijada de los caminos se erige
el símbolo del orisha Eleggua, el mensajero entre los dos mundos, el humano y el
divino, el que abre las puertas y los caminos en la vida, el que controla el
destino y determina la felicidad o la calamidad. Como tatuajes, la cruz ostenta
insignias esotéricas disímiles que nos remontan a un estado metal de evocación de
nexos y referencias culturales primarias. La palma, el cáliz, el gallo, el soplo
áureo de la estatua de la Libertad, cada uno indistinta y a la vez
mancomunadamente establecen una parábola o como indica el titulo una metáfora de
alegorías múltiples.
En “La revestidura del tiempo II”, acrílico sobre lienzo, 2009, el antes
ostensible rostro hierático se manifiesta menos agudo a través de la mirada
maternal de la Virgen de Regla, imagen protagónica de la composición, emergiendo
plena ante el espectador, arropada por su manto celestial y amparada o escoltada
por la belleza del plumaje del Pavo Real, símbolo explicito de otra santa o
deidad hermana, igualmente venerada y querida por toda una nación. En esta obra se
hace notoria la manera en que el artífice emplea la técnica en función de la
expresividad y dramatismo de la imagen, entre los ricos empastes de acrílico,
emerge contrastante el rostro xilográfico de la virgen como punto focal de la
composición. La fusión de ambas técnicas define la obra de Blázquez, grabador por
formación, dibujante y pintor por excelencia. La virgen también lleva en su mano
la Palma Real, árbol endémico de la isla de Cuba, la llamada reina de los campos
que se alza majestuosa regalando belleza y a la par utilidad, la que con su tronco
y penachos sirve al campesino para construir su morada.
Blázquez por medio de su arte, se acerca y cuestiona todo aquello que hoy
significan los atributos esenciales de un contexto socio-cultural anquilosado.
Explora las variantes del ya manoseado tema de identidad cultural y nacional
mediante una aproximación dotada de una visión cosmopolita globalizada, que se
inicia con el ajuste de su lenguaje conceptual precedente al nuevo contexto en el
que ahora habita y con el ajuste de su propia persona a las exigencias que la
nueva sociedad le ha impuesto. Es por ello que no nos resulte absurdo la
aproximaciones que realiza en “Fragmentos sumergidos”, acrílico sobre tela, 1997,
donde mediante la yuxtaposición de elementos culturales de orígenes y significados
múltiples logra construir una figura emblemática y multicultural; la imagen
representada se nos revela como una Mona Lisa, virgen matriarca citadina,
evocación de “La libertad iluminando el mundo” como alegoría de su propio devenir
artístico e histórico. Diosa mundana que ostenta entre sus manos el “garabato”
objeto de poder de Eleggua, instrumento auxiliador en su faena de abrir caminos y
que ahora se devela como reminiscencia de nuestro peregrinar por la vida.