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María Josefa nació en 1811 en Abisola, Italia, de familia pobre. Cuando todavía
era muy jovencita, su papá la llamaba "la pequeña capitana", porque
demostraba tener cualidades de líder y ejercía mucha influencia entre sus
compañeras.
Nuestra joven sentía un gran deseo de dedicarse a llevar una vida de soledad y
oración, pero su confesor le dijo que eso no era lo mejor para su temperamento
emprendedor. Entonces al saber que el señor obispo de Savona estaba
aterrado al ver que había tantas niñas abandonadas por las calles, sin quién las
educara, se le presentó para ofrecerle sus servicios. Al prelado le pareció muy
buena su oferta y la encargó de conseguir otras jóvenes que quisieran
dedicarse a la educación de niñas abandonadas. Y así en 1837 con ella y
varias de sus amigas quedó fundada la congregación de Nuestra Señora de la
Merced o de las Misericordias, con el fin de atender a las jóvenes más pobres.
Durante 40 años fue superiora general, pero aún teniendo tan alto cargo, en
cada casa donde llegaba, se dedicaba a ayudar en los oficios más humildes:
lavar, barrer, cocinar, atender a los enfermos más repugnantes, etc.
Sus últimos años padeció muy dolorosas enfermedades que la redujeron casi a
total quietud. Y llegaron escrúpulos o falsos temores de que se iba a condenar.
Era una pena más que le permitía Dios para que se santificara más y más.
Pero venció esas tentaciones con gran confianza en Dios y murió diciendo:
"Amemos a Jesús. Lo más importante es amar a Dios y salvar el alma". El 7 de
diciembre de 1880 pasó a la eternidad. En 1949 fue declarada santa.