Sunteți pe pagina 1din 23

Ki-Zerbo, Joseph, Historia del África Negra. Alianza, Madrid, 1980.

Capítulo 9
LA INVASION DEL CONTINENTE: AFRICA ARREBATADA A LOS AFRICANOS
1. DESCUBRIMIENTO
En el amanecer del siglo XIX Africa, sangrada por todas partes por la trata a lo largo de
cuatro siglos, atrae cada vez más la atención del mundo. ¿Por qué? Primero, a causa del
movimiento antiesclavista. Recordemos que Gran Bretaña, que suprimió la esclavitud en su
inmenso imperio hacia 1830, vigila en los tres mares que rodean a Africa. En 1848 Francia
hace otro tanto. Aunque Brasil no los haya imitado hasta 1898, ya desde mediados del siglo
xix la trata de negros no está de moda, y, progresivamente, será puesta fuera de la ley. El
movimiento misionero, resultado en parte de la nueva actitud europea, contribuirá a su vez a
fortalecerla. Dando un giro de ciento ochenta grados respecto a su actitud del siglo xv, las
Iglesias, y sobre todo las protestantes inglesas, van a llevar a Africa un gran capital de
proselitismo, de generosidad, pero a veces también de ingenuidad y connivencia. En el siglo
XV era decente arrancar de su país a los negros para salvar sus almas. En el xix. habiendo
constatado in situ el tremendo gasto humano, numerosos misioneros se levantarán contra el
genocidio y tratarán de dar su apoyo a las tendencias para controlar, e incluso conquistar
Africa por parte de los europeos, ¡para poner fin a la matanza!
Otro factor de importancia que va a llevar a Europa a Africa es la curiosidad científica,
mezclada con espíritu aventurero. En el siglo xix, en efecto, Africa era, para Europa, una
desconocida. Desde hacía siglos se extraían de ella riquezas, pero sin exponerse a los peligros
de una penetración en el interior. Y los que se decidían a ello chocaban con la hostilidad de
los gobernantes negros negreros, que no estaban dispuestos a perder sus monopolios como
intermediarios. Africa Negra era, pues, para Europa, «el continente misterioso», la «terra
incognita». Y las porciones vacías del mapa eran bautizadas con nombres tales como «Africa
tenebrosa», la Darkest Africa de los ingleses.
Pero la renovación del interés por Africa se explica sobre todo por razones económicas.
En efecto, durante el siglo xix, primero Gran Bretaña, y luego los demás países de Europa
occidental, van a sufrir un cambio en las estructuras, la revolución industrial, caracterizada
por la invención de la máquina de vapor, que se aplicará en la hilatura, en la fabricación de
tejidos, en el pudelaje, etc. Esta Europa industrial tendrá necesidades radicalmente nuevas.
No se trata ya de establecer relaciones con un Africa que, como antaño, enviaba sin parar
masas de esclavos a las plantaciones: en éstas ya no había tanta necesidad de sus ‘brazos,
pues las máquinas agrícolas comenzaban a suplirlos. Además, los negros podían servir de
mano de obra en la misma Africa, para proporcionar las materias primas y constituir allí
mercados selectos para la producción industrial europea. La era de la mecanización imponía a
Africa un nuevo papel en el desarrollo europeo. Buscar las posibilidades de Africa en el
campo de las plantaciones y minas, controlar eventualmente tales fuentes de materias primas,
y disponer de una gran masa de consumidores, éstas serán, cada vez en mayor medida, las
metas de los capitalistas europeos. Y no es un azar que los países más industrializados sean
los que dominarán sobre los mayores imperios coloniales. Aunque tal tendencia sólo se
manifestará claramente a fines de siglo, cuando los imperativos cada vez más perentorios y
severos que pesaban sobre las economías nacionales europeas, llevarán una intervención
militar imperialista. Así pues, los tres protagonistas principales de esta cadena de
acontecimientos son los misioneros, los comerciantes y los militares, las llamadas «tres M».
Podría formarse una galería de retratos vivos de tales «pioneros», que iría desde el
misionero de ardiente compasión al inadaptado social más o menos desequilibrado, pasando
por e1 coleccionista de trofeos de caza y el buscador de oro. El descubrimiento, para Europa,
del gorila (Gorilla gorilla), llevado a cabo por Du Chaillu, la disputa por el reino de Buganda

1
entre musulmanes, protestantes y católicos, y el descubrimiento de gigantescos yacimientos
de diamantes y oro en Africa del Sur, son todos ellos fenómenos contemporáneos. No
podemos minimizar la dosis de valor físico que estos individuos necesitaron para hacer frente
a lo desconocido; durante uno, dos, incluso tres años, quedaban aislados y sin contacto con
los europeos. Sus riesgos eran mayores que los de los viajeros espaciales de hoy en día. Estos
individuos acumularon detalles etnográficos, lingüísticos, sociológicos e históricos que hoy
constituyen un importante capital para el conocimiento de los pueblos africanos. Por
desgracia, la mayoría de ellos, que ignoraban que se hallaban en un Africa en plena
descomposición, o que eran incapaces de desembarazarse de sus arraigados prejuicios
raciales, contribuyeron ampliamente a trazar un retrato de Africa que envenena, aún hoy, las
mentalidades de centenares de miles de hombres. Retrato que será oscurecido ulteriormente
de forma sistemática cuando se haga necesario echar mano de una justificación del
imperialismo colonial. Los «exploradores», incluso cuando estaban movidos por fines
elevados, realizaron descripciones de Africa que excitaron el interés de los mercaderes
europeos. Livingstone, por ejemplo, habla de las forjas activas y numerosas de los manganya;
habla, asimismo, de la fundición del cobre por los habitantes de Katanga (Shaba), que
extraían de la malaquita y que vendían en gruesas barras en forma de I mayúscula. Tales
barras pesan de cincuenta a cien libras y están difundidas por toda la región
Africa, tierra ya extenuada, será así sucesivamente objeto del interés y simpatía del
científico, del interés y ambición y del apetito voraz de sus saqueadores. El giro decisivo se
sitúa sobre 1880. Antes de esta fecha, y en Africa occidental, la labor misionera se centra en
los enclaves costeros poseídos por los europeos: misiones católicas a orillas del río Senegal;
misioneros protestantes en Sierra Leona, en la Costa de Oro, Nigeria y Liberia. Por razones
evidentes, y en especial por la necesidad de ocuparse de los intereses espirituales de los
blancos, los misioneros se orientan sobre todo hacia las zonas de Africa donde prevalecen los
demás intereses de su país; a menos que los intereses no sean posteriores a la implantación
misional. Así, los misioneros estadounidenses se establecerán en Liberia, y los británicos, en
Sierra Leona, Costa de Oro, etc. Una contribución, en ocasiones importante, fue la de los
misioneros alemanes en estos países, y especialmente activos fueron los de Brema; estos
misioneros abrieron escuelas de enseñanza general o profesional. Las misiones suizas en la
Costa de Oro, por ejemplo, se distinguieron también en este campo. Aunque el esfuerzo
misional seguirá siendo periférico durante todo el siglo xix, y pese a que habrá pastores
africanos y mulatos, como el célebre reverendo Burch Freman, de la Costa de Oro, o como
Joseph Merrick, en Camerún, las comunidades africanas —excepto quizá en Nigeria, con la
obra de Crowther— apenas sufren la influencia cristiana.
El avance europeo se deberá sobre todo a los viajeros y «exploradores», y a las
columnas militares británicas y francesas. El principal enigma geográfico del interior era, en
aquel entonces, el curso del Níger que, debido al relieve, nace a pocos centenares de kilóme-
tros de la costa, pero gira luego hacia el interior con una curva de cuatro mil kilómetros, antes
de volver al golfo de Guinea. De este río los geógrafos europeos sólo conocían lo que había
dicho Plinio, que se había referido a Níger, y luego las noticias proporcionadas por Al-Idrisi y
León el Africano. Pero este último había complicado el problema al pretender que el Níger
corría hacia el oeste. Surgió toda una serie de hipótesis fantásticas. Algunos lo confundieron
con el Senegal o con el Congo; otros hacían de él un brazo del Nilo; en tanto que para ciertos
autores era un río tributario de los lagos del interior situados en tierras wangara. Por otro
lado, las bocas del Níger, que los barcos europeos visitaban desde hacía siglos, eran con-
sideradas como una simple red de vías fluviales costeras. Resumiendo, se trataba de un
verdadero rompecabezas, en el que quedaban mcluidas las controversias sobre la vieja ciudad
sudánica de Tombuktu. Ahora bien, en la perspectiva de un aumento del «comercio legítimo»,
el conocimiento de esta vía natural era de capital importancia, sobre todo para Gran Bretaña.

2
Ya en 1778, sir Joseph Banks crea la Asociación Africana dedicada a hallar la solución del
problema. Pero la curva del Níger estaba defendida por el desierto y por la hostilidad de los
mauros y de los sultanes musulmanes del norte, mientras que en el sur el bosque tropical
formaba una temible barrera. Fueron enviadas expediciones, una desde Sierra Leona, dirigida
por el mayor Houghton, que perdió la vida en tierras mauras; por su lado, Hornemann, que
había partido de El Cairo, desapareció en el desierto. Un joven médico escocés de veinte
años, Mungo Park, salió, en 1795, de Gambia, y tras superar dificultades sin cuento, alcanzó
Segu, en un estado mísero, incluso sin paraguas, pero su ánimo se levantó a la vista del
gigantesco río, al que corrió a beber. Pudo constatar que el río corría hacia el este. Luego
trató, en vano, de alcanzar Tombuktu. En otro segundo viaje, quedó demostrado que no había
llegado aún el tiempo de las grandes caravanas europeas: de los treinta y ocho hombres que
acompañaban a Park, pronto no quedaron más que cinco supervivientes, los cuales, en un
bote construido allí mismo, intentaron bajar por el río hasta su desembocadura, pero acabaron
pereciendo todos ellos en los rápidos de Busa.
El gobierno británico lanzó otras expediciones que terminaron en desastre. En 1821
Denham y Clapperton salieron de Trípoli y llegaron al Chad: creían haber hallado la solución.
Pero no era así. Visitaron Sokoto, donde Mohammed Bello les habló de un puerto llamado
Rakah, que se encontraba, al parecer, en la costa de Guinea; pero fueron convencidos de que
abandonaran la ruta hacia el Níger, para tomar de nuevo la ruta de Mungo Park. En 1825
Clapperton,
convencido de que el Níger tenía que desembocar en el golfo de Guinea, fue enviado
por el gobierno británico a la costa, donde buscaría en vano el puerto de Rakah. Luego, con
Richard Lander, visitó las tierras yoruba y Sokoto, que ya comenzaban a sospechar de los
europeos; finalmente, tocaron el Níger en Busa, pero como no lo habían remontado desde el
golfo de Benin, no fueron capaces de pronunciarse sobre las características de su curso
inferior. Clapperton murió pronto, y Richard Lander trató de bajar por el río, pero los pueblos
ribereños se lo impidieron. El enigma seguía en pie, y un general británico, imbuido de
noticias del mundo clásico, continuaba decidido a demostrar que el Níger desembocaba en el
Mediterráneo... Serían los dos hermanos Lander, Richard y John, quienes volverían a la carga
por encargo del gobierno ‘británico: llegados a Busa, bajaron por el río hasta el mar,
determinando de este modo la exacta posición de todo su curso en un mapa (1830).
Ya en 1826, otro escocés, Gordon Laing, proveniente de Trípoli, había llegado a
Tombuktu. Durante el viaje de vuelta fue asesinado por su escolta compuesta por berabísh.
En 1827, un joven francés, René Caillé, que soñaba con Tombuktu, partía de la costa de
Guinea disfrazado de moro. Lodró llegar a Tombuktu, la misteriosa, la cual, en decadencia
desde el siglo xvi, le produce una impresión decepcionante. Posteriormente logra deslizarse
entre el personal de una caravana de mil cuatrocientos camellos, que conducía esclavos, oro,
plumas de avestruz, y con la que consiguió llegar al sur de Marruecos y a Fez, vía Teghazza.
De vuelta a Francia, fue recibido como un héroe; y, en efecto, había escapado de la muerte en
numerosas ocasiones. Pero el viajero europeo más importante fue, con Livingstone, el alemán
Heinrich Barth, que actuaba por cuenta del gobierno británico. Recorrió todo el Air, las tierras
hausa y el Bornú, reconoció el curso superior del Benué, halló en Gwandu un ejemplar del
Taríj as-Sudán, inestimable fuente de historia de Africa occidental; y en Tombuktu, donde
residió unos ocho meses, habría muerto si no hubiera gozado de la protección de un árabe
influyente, AlBekkai. Después de cinco años de estancia en el Africa sudánica central y
occidental, pudo cruzar el desierto y volver a Gran Bretaña, en 1855, vía Trípoli. Ningún
viajero ha hecho tanto como Barth para dar de Africa una visión a la vez científica y llena de
simpatía. Barth había sido profesor de geografía comparada y de «comercio colonial de la
antigüedad» en la Universidad de Berlín. Luego se había dedicado a la historia, al dibujo, a la
lingüística, a la etnografía, a la economía, etc. El erudito alemán merece el agradecimiento de

3
Africa. Poseía la cultura necesaria para conseguir retener los conjuntos, aunque tampoco se le
escapaban los detalles, incluso los humorísticos, como cuando nos describe a un visir del
jeque ‘Omar de Bornú (hijo de El-Kanemi), Hadch Bashír, que tenía un harén de
cuatrocientas concubinas seleccionadas como para un «museo etnológico». «He observado
con frecuencia —nos dice Barth— que cuando yo hablaba con él de las diferentes tribus de
las tierras de negros, a veces se quedaba sorprendido por la novedad de un nombre,
lamentándose de no poseer todavía en su harén un espécimen de la tribu mencionada, y dando
inmediatamente orden a sus servidores de que le consiguiesen un espécimen perfecto de la
especie de la que carecía.» «Me acuerdo también de que un dia le enseñé una obra etnológica
ilustrada por la que mostró gran interés, y al llegar a la figura de una joven circasiana, me
dijo, con un gesto de satisfacción, que no trató de ocultar, que él poseía un espécimen
viviente de este género. » 2• Desgraciadamente~ este visir, de tan poderosa virilidad, era un
inepto en política —y Barth analiza con finura esta característica—, lo que le valió ser
ejecutado en 1853.
El comercio británico y francés tenía por meta penetrar en el interior, apoyándose
esencialmente en el Senegal y en el Níger —las ramificaciones del delta de este último
habían sido bautizadas «los ríos del aceite»: en efecto, el aceite de palma se utilizaba para
fabricar jabón.
En Africa oriental y central el problema principal era el nacimiento del Nilo, sobre el
cual Heródoto escribió en su día que «sobre el origen de este río nadie sabe nada». Ciertos
autores pretendían que nacía en los Montes de la Luna. En 1856, la Sociedad Real de
Geografía enviaba a Burton y a Speke con el fin de reconocer los grandes lagos sobre cuya
existencia ya habían hablado los árabes. La región había sido visitada por algunos
misioneros, en particular por Rebmann y Krapf. Rebmann fue el primer europeo que vio la
cumbre nevada del Kilimanjaro; digamos de pasada que era un pacifista que nunca llevaba
armas, ni siquiera para defenderse de las fieras. Por su lado, Krapf estableció un mapa muy
vago, en 1855, en el que se veía un único e inmenso lago, extrañamente dibujado. Rebmann y
Krapf establecieron, asimismo, el primer diccionario y la primera gramática swahii para
europeos. En 1858, Burton y Speke llegaban por primera vez al lago Tanganyika. Speke
abandonada a Burton, que había caído enfermo, y buscaba por su cuenta un segundo lago del
que le habían hablado los árabes de Ujiji [Udchidchi]. Así pudo ver ante sí, con sus ojos
miopes y cegatos, un inmenso lago, el mayor de Africa, que denominó Victoria. Los ribereños
le garantizaron que del lago salía un gran río que se dirigía baciá el norte. Por una chispa de
intuición, llegó a la conclusión de que se trataba del Nilo. Su compañero Burton, que no
había participado en el descubrimiento, fingió tomar el asunto a chanza. Ambos llegaron a
querellarse y a polemizar, convocando conferencias, en Londes, en las que sostuvieron tesis
contradictorias. En 1860, Speke volvía a Africa, y rodeando el lago Victoria por el oeste,
penetraba por primera vez en Buganda ; allí constataba la presencia de un río que salía del
lago, donde se levanta hoy la enorme presa de Owen; a este río lo denominó Nilo. Luego, por
vía terrestre, halló de nuevo el Nilo más allá de Gondokoro, en 1863. Y volvía a ver a Samuel
Baker el cual, con su bella y joven esposa, se dirigía hacia el sur, pese a los peligros de todo
tipo que iba hallando a su paso, donde encontrará el lago Alberto. Speke fue considerado el
descubridor del Nilo. Pero Burton, su rival, estaba allí. Y pronto manifestó sus dudas: « ¿Era
cierto que las dos extensiones de agua halladas por Speke durante sus dos viajes eran el
mismo lago? » Además, la reputación de Speke empeoró debido a las acusaciones de sus
adversarios, a causa de su comportamiento un tanto ligero con las damas y muchachas de la
corte de Mutesa. El mismo día de su confrontación con Burton a propósito de las fuentes del
Nilo, Speke moría en el curso de «un accidente de caza».
Livingstone era una autoridad en la materia. Tampoco él se hallaba de acuerdo con
Speke sobre el problema del Nilo. Era un pastor protestante y médico, llegó a Africa del Sur

4
en 1849. Decidió penetrar en el interor, y tras cruzar una parte del desierto de Kalahari,
alcanzó por primera vez el lago Ngami. Luego remontó el Zambeze, y más tarde abandonó
sus orillas para penetrar hacia el oeste, a través de fiebres y selvas, tocando Luanda, en la
costa atlántica, en 1854. Pese a que su salud dejaba mucho que desear, rehusó volver a Gran
Bretaña, afirmando que quería llevar de nuevo a sus países de origen a los porteadores que
había llevado consigo. Aprovechó este deseo para cruzar Africa de oeste a este, descendiendo
por el Zambeze. Después de todo un año de viaje, llegó finalmente al país natal de los
porteadores. Ante tal acto de generosidad, decenas de candidatos se ofrecieron para
acompañarlo: los autóctonos le condujeron en primer lugar a las cataratas del Zamheze, que
bautizó con el nombre de Victoria. En 1856 alcanzaba la costa del océano Indico. En 1858
daba la vuelta y llegaba al lago Nyassa. Aquí volvió a presenciar los horrores de la trata, y
desde este momento no dejará de atacarla. Vio que algunos ríos surgían del lago, y se
preguntó si conducirían al Nilo, al Congo, o al Níger. Más tarde, llegó al lago Tanganyika, y
más hacia el oeste, tocaba el Lualaba, que consideró, en principio, como una parte del Nilo o
del Congo. Pero sus reservas de víveres y de medicinas habían sido robadas en Ujiji, por lo
que desde entonces era prisionero de Africa. En ese preciso momento llega Stanley, periodista
estadounidense enviado por el New York Herald para buscar a Livingstone. Juntos
recorrieron la región en pos del Nilo. Luego Stanley volvió a Europa, sin haber podido con-
vencer a Livingstone de que volviese con él. Africa había hecho presa en él; rumiando la idea
fija de las fuentes del Nilo, dando vueltas en su cabeza al crimen de la trata de negros,
recorría el país sin meta fija, roído por las fiebres, en una hamaca que transportaban sus
guías. Una mañana éstos lo hallaron de rodillas, con la cabeza hundida entre las manos,
apoyado en el mísero jergón: en un principio pensaron que estuviese rezando, pero estaba
muerto. Le extrajeron las vísceras, secaron su cuerpo y lo envolvieron cuidadosamente en
telas y cilindros de corteza. Sesenta negros, guiados por sus fieles compañeros Suri y Chuma,
llevaron los restos de Livingstone hasta Bagamoyo, en la costa (1875), en un viaje que duró
once meses, en el que recorrieron casi dos mil kilómetros. De este modo pudo ser sepultado
en la abadía de Westminster. Livingstone había sido sobre todo un pastor. Desgarrado por el
tráfico sangriento de la trata que hallaba a su paso, estimó que el único remedio para evitarlo
era la colonización de Africa: « Que Dios bendiga ampliamente —decía— a todo hombre
que, americano, inglés o turco, ayude a curar esta haga.» Como puede verse, no menciona a
los portugueses: en efecto, Livinsgtone insiste una y otra vez en acusar a Portugal; para él,
este país europeo no poseía ningún título para colonizar Biblia al rey Mutesa, pero habiendo
sido recibido de mala manera Gran Bretaña podía considerarse el país indicado.
Henry Morton Stanley era de muy distinta manera. A diferencia del bueno de
Livingstone, era una mezcla de deportista y hombre de negocios sin escrúpulos, a sus anchas
en los nuevos territorios de Africa, que se convirtieron en el campo de acción preferido para
desplegar su brutal energía. Efectuará lecturas comentadas de la Biblia al rey Mutsa, pero
habiendo sido recibido de mala manera por los nativos de la isla Bumbire, no dudó un solo
instante en realizar una matanza a su costa gracias a sus armas de fuego: «Los salvajes sólo
respetan la fuerza», escribió más tarde. Al contrario que Livingstone, que marchaba
acompañado por un puñado de hombres de confianza, Stanley avanzaba a la cabeza de una
expedición de setecientos hombres, de los que la mayoría iba desapareciendo paulatinamente,
evadiéndose simplemente, o bien por temor a la gente de los territorios por los que pasaban.
Tras encontrar a Livingstone, volvió a Europa, donde fue recibido como un semidiós.
En 1875 Stanley estaba de nuevo en Africa para efectuar un viaje en barco alrededor del
lago Victoria, probando que en él sólo existía una sola salida de aguas, y esta era la fuente del
Nilo> y dando razón a Speke, finalmente. Una vez comprobado que el lago Tanganyika no
tenía salida por el norte, se dirigió hacia el Lualaba, para ver hasta dónde conducía. Cuando
apareció en el Atlántico, dedujo que este río era el Congo. De este modo, se acababan de

5
trazar los grandes ejes de acceso hacia el interior de Africa. En 1889 Stanley volverá a Africa,
para planear la evacuación de Emín Pachá, el alemán asediado con su guarnición por los
mahdistas, en la provincia de Ecuatoria. Casado con una etíope, convertido formalmente al
Islam, medio ciego y carente de una verdadera autoridad sobre sus hombres, el viajero
alemán era un prodigio de puntualidad; llevaba su diario en el que anotaba todos los hechos y
actos del día, casi al minuto, coleccionando pájaros y plantas y llevando a cabo minuciosos
estudios del medio. Sólo de mala gana se dejó arrastrar hasta la costa por Stanley, que dejó
los caminos sembrados con la mitad de sus propios hombres, muertos por los mahdistas. Por
su lado, Stanley iba a la caza de éxitos. Había pasado además al servicio de la Sociedad
Internacional del Congo.
Esta sociedad había sido fundada por el rey Leopoldo II de Bélgica, en 1876, para
dedicarse a la exploración del Continente, a la supresión de la trata y a la introducción de la
civilización. Stanley fue encargado de establecer puestos y de firmar tratados con los
gobernantes locales. Leopoldo II, que ha sido calificado de «humanitario rapaz» ~, acentuaba
de este modo eh paso de la codicia al robo. Ante las actividades de Stanley, Portugal creyó
que iba a perder ese Congo que hasta el momento, y desde tiempos de Diogo C~o y de
Alfonso, consideraba como suyo. Pero Francia> gracias a Savorgnan de Brazza, había
reconocido ya el curso del Ogowe y las regiones cercanas. ¿Para quién serían las bocas del
Congo? ¿Para Francia, para Portugal, o para el rey de los belgas? Gran Bretaña, que buscaba
ante todo la libertad de comercio y que temía las altas tarifas impuestas por Francia, se
inclinó hacia Portugal, que era, por si fuera poco, una potencia de segundo orden. Pero la
opinión pública británica, influida todavía por las acusaciones de Livingstone contra
Portugal, se indignó cuando supo que la región podía caer en manos de «un país retrógrado».
Portugal, sintiendo que el terreno se le escapaba bajo los pies, lanzó la idea de convocar una
conferencia internacional. Bismarck cogió al vuelo la ocasión que se le presentaba para
arrebatar la iniciativa a Gran Bretaña, y así se reunió la Conferencia de Berlín (1884-1885).
En ella Portugal vio cómo se le negaban sus seudoderechos históricos, logrando a duras penas
conservar el enclave de Cabinda.
II. LA INVASION Y EL REPARTO
¿Cuáles eran las razones profundas de este giro? En primer lugar, y debido a los
intentos europeos, cada vez más pronunciados, hacia el interior de Africa, se trataba de fijar
las reglas del juego y de disciplinar a los cazadores. Pero las razones profundas de tal
zafarrancho eran de orden económico. La industrialización estaba ya muy avanzada en ciertos
países europeos, que por otro lado tenían que defenderse contra el poderío agrícola o
industrial de países como Estados Unidos y Rusia, cuya producción, gracias a la mejora de
los transportes por tierra y por mar, competían con la europea. Se establecieron barreras
aduaneras. Gran Bretaña, campeona del librecambio, que favorecía su supremacía industrial y
naval, comenzó a cambiar de idea. El partido liberal se dividió, a causa de este asunto, con la
secesión de los unionistas de Chamberlain. Se tomaron medidas proteccionistas, en Francia
sobre todo, pero también en Alemania y en Gran Bretaña. Había que asegurara el monopolio
de las regiones productoras de materias primas y de las salidas de los productos ma-
nufacturados propios. La escasez de algodón americano durante la guerra de secesión
norteamericana, paliada afortunadamente por Egipto, había mostrado el valor de Africa como
garantía económica> y ello sin contar con las perspectivas de descubrimientos mineros que
las masas de diamantes y de oro sudafricano parecían prometer.
En la Conferencia de Berlín se dictaron algunas reglas muy simples: la ocupación de la
costa no era suficiente base para reivindicar el hínterland, a menos que éste fuese ocupado
con notificación a las potencias; las cuencas del Congo y del Níger se declaraban libres para
el comercio internacional. Así inicia la carrera hacia Africa, y el principal crimer del
imperialismo. En 1880, apenas un décimo del Continente se hallaba vagamente bajo dominio

6
europeo. En veinte años, lo estará toda Africa. En efecto, se ocupa un territorio porque se
piensa que es necesario para proteger las ocupaciones anteriores; se ocupa, además, porque se
halla al alcance de la mano; se conquista para adelantarse al vecino; se termina ocupando por
ocupar, como en tiempos de escasez, porque «un día podrá servir para algo», aunque sólo sea
como medio de trueque. Los métodos son más o menos los mismos en todas partes. El bluff
y los «tratados» forzosos se alternan con la liquidación física de toda resistencia y, si es
necesario, con las matanzas. No es fácil describir minuciosamente esta fiebre de rapiña, cuyos
mayores «campeones» fueron, sin duda, Gran Bretaña, Francia, el rey de los belgas Leopoldo
II y, más adelante, la Alemania de Bismarck.
Veamos ahora, esquemáticamente, cuáles fueron los ejes principales y los más
importantes conflictos en la atribución de las riquezas y territorios. En Africa occidental,
Francia, que hasta ese momento se había estabilizado hacia Kayes, en Senegal, va a lanzarse
en dirección al eje del Níger, en tanto que de Costa de Merfil y de Dahomé envía algunas
misiones que deben confluir en la curva del Níger, alrededor de Mosi, que tenía reputación de
reino muy poblado. Por la misma razón Gran Bretaña, establecida ya en Ashanti y en la
cuenca del Bajo Níger, va a moverse hacia el norte, a fin de controlar por un lado a Mosi, y
por el otro, a los grandes sultanatos fula. Si la progresión francesa es asunto del gobierno, aún
con iniciativas eventuales de los jefes militares locales, llenos de ardor y escasamente
estimados por París, Gran Bretaña basará su acción sobre todo en las Compañías comerciales.
En 1889, el capitán Binger inicia la larga marcha que le conduce a Bamako, desde la
Costa de Marfil, pasando por Sikasso, Wagadugu y Kong; Binger se interesaba especialmente
en los puertos de montaña y puntos estratégicos, en las fuerzas militares y políticas locales.
Pero también anota numerosas observaciones de carácter económico y etnográfico, y su obra
Du Niger au Gol/e de Guinée (Del Níger al golfo de Guinea) es una verdadera mina de
informaciones útiles. Por su lado, Monteil, que partió de Costa de Marfil y pasó por tierras
mosi, por Don, y otros lugares, alcanzó Trípoli.
En la Costa de Oro, Gran Bretaña se apoyó en la United Al rican Company (U.A.C.) o
Compañía Africana Unida. En el delta del Níger el inglés sir Georges Goldie fundó, en 1879,
la U.A.C., que agrupaba a todas las sociedades británicas del Delta. La Compañía Francesa
del Africa occidental, creada por el conde de Sémellé para competir con la británica, no
consiguió su objetivo. En 1883, ésta se convirtió en la Royal Niger Company (Real
Compañía del Níger), y acabó expulsando a su rival al practicar una política de dumping.
Para adelantarse a las actividades alemanas en el sultanato de Sokoto, firmó tratados con el
sultán y con el emir de Gwandu. La U.A.C. era una compañía de carta, que poseía derechos
semisoberanos en la administración, el fisco y los tratados.
Las tierras del Alto Volta serán el punto de fricción entre los intereses franceses y
británicos. El mulato inglés Fergusson, repartió por la región algunas banderas británicas.
Este había obtenido del Mogho Naba la firma de un tratado de amistad y de libertad de
comercio con Gran Bretaña. El tratado fue declarado nulo y sin existencia legal por el capitán
francés Voulet. Ciertas fuentes aseguran que las banderas dejadas por Fergusson fueron
cedidas como talismanes con poderes mágicos frente a todo ejército de blancos. Esta misma
fuente afirma que la Union Jack había sido desviada de su utilización mágica hacia un
empleo mucho más prosaico, pues con ellas se había hecho ropas para las mujeres de Su
Majestad el Mogho Naba. Desde el Níger Francia lanzó una incursión hacia Chad, pero no
fue capaz de alcanzar el desierto, pues más al sur los británicos habían establecido ya su
influencia. Voulet pudo unirse a sú compatriota Baud, proveniente de Dahomé —que se iba a
convertir en el Togo alemán—. Una verdadera carrera contra reloj opuso, pues, a ambos
conquistadores europeos en su afán por conseguir tratados.
En Camerún, donde los misioneros británicos actuaban desde hacía tiempo, algunos
jefes habían pedido a Grán Bretaña la extensión de su protectorado a sus países, pero nada se

7
había hecho al respecto. El alemán Nachtigal desembarcó, en 1884, en el este de Nigeria y
firmó algunos tratados. Cinco dias después llegaba a la región el cónsul británico en la Costa
de Oro, pero era ya demasiado tarde. En 1887, los franceses, que habían ocupado Conakry,
penetraban en el interior de Guinea, donde el aventurero francés Ohivier de Sanderval jugó
hábilmente con la rivalidad existente entre los Alfa-ya y los Soriya. Finalmente, las querellas
entre alemanes, británicos y franceses se evitaron por medio de acuerdos bilaterales que
fijaban las fronteras septentrionales de los enclaves británicos y alemanes en Africa
occidental, donde Francia se había hecho con un enorme trozo de la tarta colonial, quizá no el
mejor, pues la densidad demográfica era, en general, mucho más débil y los suelos menos
fértiles que los del Africa británica o alemana.
Por el acuerdo de 1898, firmado en París, quedó fijada la frontera entre el actual Ghana
y Alto Volta: se trataba de un paralelo. Esta línea imaginaria pasaba, obviamente, a través de
pueblos como los gurunsi, dagari, bisa, en tanto que en el sur, los evé de Togo quedaban
cortados en dos, entre británicos y alemanes; y los temne, entre la Guinea francesa y Sierra
Leona; los hausa, entre Nigeria y Níger, etc. Cada frontera, trazada de esta manera sobre el
cuerpo de Africa, parecía, en realidad, un machetazo.
En Africa ecuatorial, oriental y central, Gran Bretaña y el rey Leopoldo II juzgarán los
papeles principales. Cuando Stanley vuelve al Congo por cuenta del rey belga, encuentra la
bandera francesa plantada por Brazza en el lugar que luego sería Brazzavihle. Leopoldo II
habría querido apoderarse de las dos orillas del río Congo; ante su fracaso estaba furioso. En
cambio, Brazza había conseguido
firmar un tratado con Makoko (1880). En la conferencia de Berlín el rey Leopoldo pudo
al menos llevar la iniciativa respecto a las peticiones portuguesas. Estados Unidos reconoció
el Congo leopoldimo, y Francia, a quien se había dejado la orilla derecha, se apresuró a hacer
otro tanto, a condición de que en caso de cesión poseería el derecho de primacía en la
adquisición. También Bismarck, que prefirió ver cómo una pequeña potencia como Bélgica
dominaba las bocas del Congo, antes de que ‘lo hubiese hecho Francia o Gran Bretaña, apoyó
a Leopoldo II. El Estado Independiente del Congo fue reconocido y Leopoldo se ocupó
activamente de aumentar sus dominios. Se establecieron las fronteras con Angola, por medio
de tratados, en 1891 y 1894, en tanto que se llevaba a cabo un acuerdo con Francia en la
región del Wellé. Así, los zande se hallaron escindidos entre el Congo belga, lo que es hoy la
República Central Africana y Sudán.
En Africa central y del sur, Rhodes iba a acabar con las intentonas portuguesas,
demasiado tardías, por medio de la British South Africa Company (Compañía Británica de
Sudáfrica). La región había sido reconocida por el viaje transcontinental del británico
Cameron (1873-1875) y del portugués Serpa Pinto. En 1890, lo que un británico llamó «la
estúpida insistencia patriótica de Portugal», conducía a un ultimátum de Londres, que alineó
sus barcos de guerra frente a la costa mozambiqueña contra los portugueses. Amenazado y
sin apoyo, Portugal hubo de ceder, y vio cómo el vasto hínterland de ricas mesetas, lo que es
en la actualidad Rhodesia y Zambia, se le iba de las manos, y no sólo eso, sino que cortaba en
dos sus dominios africanos. Por este arreglo, el Imperio lunda quedaba dividido en tres
trozos, entre Angola, Congo belga y las Rhodesias. Por otro lado, Nyassalandia, donde desde
hacía algún tiempo venían actuando los misioneros británicos, caía bajo el dominio británico.
Hubo también nuevas dificultades con Alemania.
En efecto, en Africa del sudoeste, se había establecido una exigua colonia alemana, en
una región semidesértica, donde los misioneros alemanes actuaban desde 1842. A partir de
1883, el mercader Lüderitz firmaba un tratado con un jefe local, izando inmediatamente la
bandera alemana. Gran Bretaña protestó, pero Bismarck envió un navío de guerra a Angra
Pequena y afirmaba que no podía seguir manteniendo su actitud conciliadora hacia Gran
Bretaña respecto a su política egipcia, si este país no se mostraba comprensivo hacia la

8
expansión colonial alemana. La política de Bismarck se había centrado hasta ese momento en
la consecución de la unidad alemana, lo que le había tenido apartado de Africa; e incluso
había empujado a Francia hacia Africa para alejarla de la «línea azul de los Vosgos», y a Gran
Bretaña, para llevarla a complicaciones internacionales que la debilitaran.
En Africa oriental, Bargásh (1873), desconfiando de los británicos antiesclavista, había
propuesto a Alemania el protectorado sobre sus posesiones; Berlín había declinado la oferta
por decisión de Bismarck. Entonces se vio obligado a acercarse a Gran Bretaña, pero de 1880
a 1885 el gobierno liberal de Gladstone no quiso tomar ulteriores compromisos en Africa,
prefiriendo reforzar solamente su posición autoritaria sobre el continente. Cuando Bargásh se
decidió y se alió con Tippu Tip, era ya demasiado tarde.
En noviembre de 1884, el alemán Karl Peters había desembarcado en secreto en la
costa frente a Zanzíbar. En tres semanas había coleccionado una docena de tratados y los
había llevado a Berlín, donde, por otro lado, Alemania no había dicho una sola palabra
durante la Conferencia en esa ciudad, a fin de no provocar oposiciones. Casi inmediatamente
después, Guillermo 1 anunciaba que tomaba bajo su protección las zonas reconocidas por
Peters, y se publicaban los tratados secretos. Bargásh trató de resistir y llamó a sus amigos
británicos; pero éstos se hallaban demasiado ocupados en Sudán, y cuando dos destructores
alemanes llegaron a Zanzíbar, aconsejaron a Bargásh que cediera. Este fue el comienzo del
Tanganyika alemán. Los alemanes, que habían llegado tarde al reparto de Africa, parecían
dotados> aún así, de un apetito formidable. De un salto inaudito, se lanzaron hacia el interior
de Africa. Gran Bretaña se preguntaba si estaban a punto de ocupar todo el este africano, y
por fin se decidió a ocupar también algunos enclaves para limitar la expansión germánica.
Pero Emín Pashá era alemán. Y si una expedición alemana llegaba a sacarlo de los problemas
provocados por un eventual intento mahdista, el hecho podía ser el principio de la extensión
del dominio alemán hasta el Nilo. Gran número de británicos se percataron de ello, e
intentaron convencer al gobierno de que se adelantase a los alemanes. Salisbury se negó,
temiendo otro «asunto Gordon». Y fue ‘la iniciativa privada la que se encargó de enviar a
Stanley en busca de Emín Pashá. Mientras tanto, una compañía británica fundada en 1887
obtenía con grandes dificultades el estatuto de compañía de carta, pues Gran Bretaña, que se
había acercado en este momento a Alemania a través de la Triple Alianza, quedaba
comprometida firmemente en Egipto, y no deseaba que una potencia extranjera pusiese pie en
las fuentes del Nilo.
De ahí la importancia renovada de los reinos interlacustres como Buganda y otros. Ya
en 1888, la Compañía Germánica del Africa Oriental se veía obligada a hacer frente al
levantamiento general de la costa, y hubo de entregar sus derechos al gobierno alemán. Las
dificultades alemanas facilitaban el progreso colonial británico. Efectivamente, cuando se
reunió la Convención de 1886, que determinó las zonas de influencia alemana, británica y
zanzibarita, no se había hecho mención de Uganda. Pero el dinámico doctor Peters conseguía
obtener del Kabaka Mwanga la firma de un tratado de protectorado. Cogida por sorpresa,
Gran Bretaña pudo cambiar la isla de Heligoland, en el mar del Norte, por Uganda, que fue
cedida seguidamente a la Compañía británica, antes de revertir al gobierno en 1894. Entre
tanto, Leopoldo II ponía sus manos en algunos de los reinos interlacustres, como Rwanda y
Burundi.
Lugard, a quien se había encomendado la conquista de la región de los lagos, halló en
ella a misioneros protestantes y católicos, ocupados en sus guerras internas. El joven
Mwanga, que había vuelto a cobijarse bajo el ala de los sacerdotes de la rehgton local, lanzó
persecuciones contra los jóvenes que el apostolado del padre Lourdel y de los anglicanos
había conseguido convertir al cristianismo, incluso en la propia corte real. Charles Lwanga y
sus compañeros se negaron a abandonar su nueva fe y fueron quemados vivos. Así, se
constituyeron verdaderas milicias alrededor de los partidos musulmanes, católicos

9
(wa/ranceza) y protestantes (waingleza). Estallaron guerras de religión, y Lugard tomó
partido, sin dudarlo, por los misioneros protestantes.
Hacia el norte> la reconquista del Sudán, después de los cambios de perspectiva del
gobierno de Salisbury, terminaba con la toma de Omdurmán por Kitchener. En este momento
cabía preguntarse si Gran Bretaña deseaba acaso llevar a cabo el sueño de Cecil Rhodes, es
decir, extender el podería británico de El Cabo a El Cairo, materializándolo por medio de un
ferrocarril. En efecto, en 1894, Gran Bretaña firmó un tratado con el rey Leopoldo II, según
el cual este último cedía a los británicos una faja de territorio congoleño entre Rhodesia y
Uganda. Así, Gran Bretaña podría dominar sobre un imperio gigantesco sin solución de
continuidad, de Egipto a El Cabo. Pero Francia y Alemania protestaron y amenazaron con
reconsiderar la propia conquista de Egipto por Gran Bretaña, en un congreso internacional.
Los británicos hubieron de ceder.
Entre tanto, Francia, que en 1894 había ocupado Tombuktu —gracias al comandante
Joffre—, obtenía la unión entre Argelia y el resto de sus posesiones, por medio de su
implantación metódica en el desierto del Sáhara, llevada a cabo por Laperrine y por Gouraud.
París organizó, asimismo, la misión Marchand que, desde el Congo, tenía que alcanzar el
Nilo, y a través de Etiopía, país amigo, realizar la unión oeste-este de Dakar a Dchibuti. El
proyecto estuvo a punto de ser un éxito: Marchand partió del Congo y hubo de atravesar
territorios extremadamente peligrosos, como el Bahr alGhazal; éste era el país del barro y de
los juncales espesos, y pasar a través de ellos significaba literalmente ir abriendo un paso, al
mismo tiempo que era necesario defenderse de los dueños de los fangales, los cocodrilos,
molestos por la presencia humana. En ocasiones sólo se avanzaban cuatro kilómetros al día.
La columna volante de Mangin hizo maravillas. Se franquearon así cuatro mil kilómetros, y
Marchand izó la bandera francesa en la ciudad de Fashoda, a orillas del Nilo (1898). Había
sido un éxito, deportivo y patriótico a un tiempo. Kitchener, que había llegado de Omdurmán
poco después de la hazaña, dijo a Marchand: «Señor, le felicito por su éxito.» Entonces
Marchand, indicando a los tiradores negros que rendían honores, exclamó: «No he sido yo,
sino ellos quienes lo han conseguido.» ~. Pero después de los cumplidos hubieron de tratarse
los intereses. Kitchener pidió a los franceses que se retiraran; Marchand, aún disponiendo de
fuerzas muy inferiores, rehusó hasta recibir directrices de su gobierno. Los ánimos se
caldearon en ambos países. El entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Delcassé,
intentaba establecer la «entente cordiale», con Gran Bretaña, por lo que prefirió sacrificar el
Nilo; Marchand recibió la orden de abandonar la región. En cambio, Gran Bretaña reconocía
a Francia una zona de influencia exclusiva en los territorios de Africa del Norte situados al
occidente del Nilo: era «la arena apropiada para que escarbase el gallo francés». De este
modo, hacia 1900, excluidas Etiopía, Liberia y Marruecos (este país sólo hasta 1912), toda
Africa se había convertido en propiedad de los Estados europeos. Y el imperialismo caía
sobre sabanas, bosques y desiertos como una lámina de plomo. El mapa de Africa, por su
lado, se transformaba en traje de Arlequín, que proyectaba sobre el Continente Negro los
variados colores y la sombra de los nuevos dueños.
El continente africano no era el único sometido a la rapiña europea: cada porción del
globo que se había quedado rezagada con respecto a Europa en la producción masiva de
bienes, incluidos los armamentos, se encontraba en el mismo caso. Se trataba de un proceso
histórico que evidenciaba el avance tecnológico alcanzado por los europeos, en parte debido a
la propia inventiva, pero en gran parte debido a la extraordinaria acumulación de riqueza
arrebatada a América, a Asia, a Africa —sobre todo a esta última, que había perdido uno de
los más valiosos capitales, el humano—. Bolívar y los criollos de América Latina, siguiendo
el camino de los blancos de América del Norte, arrancaron su independencia a España y a
Portugal.
En efecto, estas dos potencias se habían limitado a vivir de sus colonias y a consumir,

10
sin transformar la estructura preindustrial de su economía. Ambas potencias se habían
convertido en meras zonas de tránsito para las riquezas exóticas que recibían: oro, plata,
especias, marfil, etc., que eran enviadas a Francia y a otros lugares para pagar los productos
manufacturados que ni España ni Portugal producían. Pero la América Latina liberada no va a
seguir el camino de la América del Norte, es decir, el desarrollo industrial, en parte por
razones geográfico-climáticas y financieras, pero también porque no había conseguida
mantenerse unida y había caído en la inestabilidad derivada de guerras civiles y de
pronunciamientos. En cuanto a Asia, exceptuado el Japón, que conseguirá salvar su
independencia, asimilando con brío la tecnología europea moderna, todos sus países caerán
bajo los tratados desiguales y la partición política entre los Estados europeos. China, cuna,
por otro lado, de algunos de los más importantes descubrimientos técnicos que habían
ayudado a fortalecer Europa, no escapará a la dominación de los blancos. Así pues, el
imperialismo europeo se convertía en un fenómeno planetario. Africa era sólo un objetivo
entre otros. Pero en ningún otro el reinado de Europa va a ser tan totalitario como en este
continente.
III. LA RESISTENCIA AFRICANA
A. La actitud inicial de los africanos
La literatura colonialista ha difundido ampliamente la idea, comúnmente aceptada, de
que Africa era, a la llegada de los europeos, una especie de vacío político, en el que el caos, el
salvajismo sangriento y gratuito, la esclavitud, la ignorancia bruta, y la miseria, tenían libre
curso. Según este esquema, los agentes de la ocupación europea eran considerados
únicamente como caballeros de la civilización y del progreso. Otra idea falsa, y no menos
difundida, proclama o insinúa, según los casos, la total ausencia de sentimiento nacional en
los africanos. Estos, exceptuados algunos reyezuelos sanguinarios y opresores, iban a aceptar,
se creía, la conquista europea con entusiasmo o, al menos sin pestañear, como conejos en una
gazapera. En realidad, hubo bastantes más leones que conejos. Después de los primeros
intentos de penetración, el nacionalismo africano, bajo formas múltiples, a veces
desacertadas, a veces ambiguas, se ha expresado siempre, sin interrupción, hasta el momento
de la reconquistada independencia. Bajo las cenizas del colonialismo dormía un rescoldo
vivo, que de vez en cuando se manifestaba con fulgor propio. La actitud de los africanos a la
llegada de los europeos en el siglo xix ha sido variada. Es cierto que durante siglos habían
llegado rumores a los rincones más remotos del continente, según los cuales> hombres
blancos (los nasara, los tubabu, ‘los mzungu) llegaban a través de la «gran agua». Pero los
negreros no solían penetrar nunca demasiado, relacionándose con los africanos por medio de
los pombeiros de Africa Central. La primera reacción de los negros ante la llegada de los
blancos no fue, en general, de hostilidad. Si ésta se produjo en algún caso, se debe —sin duda
— a que, entre otras causas, la trata había alcanzado sobre todo a las pequeñas tribus de
organización débil, por lo que éstas tendían a ver, en toda caravana a cuya cabeza se hallaba
un europeo, un preludio de trata. Sea como sea, Stanley describe de modo truculento la
hostilidad omnipresente de los «salvajes»: «El 18 de diciembre, para colmo de nuestras
miserias, los caníbales intentaron realizar un gran esfuerzo para destruirnos , unos subidos a
las ramas más altas de los árboles que dominaban la aldea de Vinya Ndchara, y los demás
emboscados como leopardos en medio do los huertos, o bien agazapados como pitones sobre
haces de caña de azúcar. Furiosos por nuestras heridas, nuestro tiro se hizo más certero. Los
fusiles fallaban rara vez (...).»
Es significativo notar que son los europeos más brutales los que hablan continuamente
de la hostilidad de los africanos. Pero, con mucho, la actitud más corriente entre los africanos
es la sorpresa temerosa o divertida y, sobre todo, la hospitalidad. Cuando, en 1697, A. Brue
visita al «siratik» de los fula, recibe la orden de construir fuertes, y como se interesara por
una jovencita de diecisiete años, la cual, con sus compañeras, se había acercado

11
decididamente a él para entablar conversación, ésta le fue dada en matrimonio en plena
audiencia. Eme declinó la oferta, pues, como él dijo, estaba ya casado. «¡No hay
inconveniente —replicaron las damas—, pues nuestra pariente está dispuesta a convivir con
otras rivales! » Y cuando Eme les explicó en qué consistía el sistema matrimonial europeo,
todos quedaron estupefactos...
En Bornú ‘los blancos eran observados con horror, en parte porque, por el color de la
piel, se les consideraba leprosos, y en parte porque eran infieles. Algunas muchachas se
acercaron a Denham para conversar con él, una mujer les gritó: « ¡Callaros! Es un kaffir (pa-
gano), un incircunciso, que no hace abluciones ni raza. Además, come cerdo, e irá al
infierno.» Tras esto, las muchachas se dispersaron lanzando gritos. Por el contrario, en la
región de Kano los hausa imaginaban a los europeos dotados de poderes sobrenaturales, tales
como el de transformar a la gente en asnos, cabras o monos. Los enfermos y las mujeres
estériles iban a pedirles amuletos, y el hijo del gobernador de Kano, invitado por Clapperton
a tomar el té, se acercaba su taza a los labios con manos temblorosas. En un pequeño
mercado, este mismo viajero atrajo la atención de una joven fula; tras un minucioso examen
de su persona, la muchacha dijo a sus amigas: «No estaría mal del todo si no fuese tan
blanco.» A orillas del Zambeze el padre Gomes se encontraba un día con el gobernador
Pereira y un colono portugués, que mandó que fuesen a por su guitarra y comenzó a tocar y a
canturrear. Enseguida un grupo de africanos se reunió para observar al europeo; uno de ellos,
volviéndose hacia un amigo, exclamó: « ¡Pero si esos salvajes tienen también instrumentos de
música exactamente como los nuestros! »
Y otra descripción de los primeros contactos nos dice: «Los pueblos luba, que forman
una vasta nación, pertenecen a una de las más hermosas razas de Africa Central. Los
hombres, admirablemente formados, tienen en general una estatura superior a la media.
Poseen un pecho ancho, brazos fornidos y piernas nervudas. Al más mínimo movimiento del
cuerpo, todos los músculos se mueven y se dibujan por debajo del bello bronce de la piel. Sus
rasgos no son desagradables, aunque están impregnados de un aire de astucia y malicia. Por
lo que respecta a las mujeres, que son mucho más bajas que los hombres, son casi todas feas,
incluso repugnantes. Durante su juventud suelen tener deliciosas proporciones, pero se
estropean pron..... El hermano del jefe viene a visitarnos. Nos trae víveres, y sobre todo, un
pescado soberbio. Pero no consigo ver al jefe supremo, y su enviado me dice que aquél no
puede salir de la aldea, ni puede yerme, y que es la primera vez que un blanco atraviesa el
país y se temen maleficios. En vano trato de protestar y afirmar la pureza de mis intenciones.
La afluencia de gente es tal que me apresuro a hacer doblar la guardia. Quiero proteger
nuestros fardos, que son el blanco de ciertas miradas ávidas... Como todos los negros que ven
europeos por primera vez, y al ser numéricamente muchos, estos luba llevan la curiosidad
hasta la insolencia. Si no ‘les parásemos los pies, invadirían nuestras tiendas y se acostarían
en nuestras camas. Llegan desde por la mañana y ya no abandonan el campamento. Durante
horas enteras se complacen en observar todos nuestros movimientos, apoyados en sus largas
lanzas. Les divierten mucho sobre todo nuestras comidas, que tomamos al aire libre, bajo la
sombra de un árbol. Con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas, nos miran y observan
cómo maniobramos con nuestras cucharas, cuchillos y tenedores. Permanecen silenciosos.
Pero, de improviso, el comentario de un gracioso desencadena la hilaridad general. Nuestros
criados los empujan fuera, pero no se enfadan, limitándose a imitar irónicamente su actitud
cuando, graves e impasibles, se colocan detrás de nosotros con los brazos cruzados. Y si
nosotros mismos, divertidos por su mímica, dejamos escapar alguna sonrisa, la frase « ¡el
blanco se ríe! » vuela de boca en boca, y redobla la alegría de estos hombres primitivos.»
Con todo, lo que todos los viajeros reconocen en sus escritos, es la hospitalidad
africana. Tanto en Livingstone como en Binger, Caillé y otros, hay pasajes que atestiguan el
humanismo africano. Mungo Park, al no haber obtenido audiencia del rey de Segu, no había

12
podido servirse de los servicios de barcas para cruzar el Níger y llegar a la ciudad real. Solo,
agotado, rodeado por la desconfianza temerosa de la gente, vio cómo se levantaba un tornado
gigantesco por la tarde, y hubo de trepar a un árbol para escapar por la noche de ‘las fieras; en
ese momento se le acercó una mujer que volvía del campo, y que se había apiadado de él, y
tomando la brida de su caballo le dijo que la siguiera. Una vez llegado a casa de la mujer, ésta
le ofreció una manta y un plato de pescado, y mientras toda la familia reunida lo devoraba
con los ojos, las mujeres, que hilaban algodón en un rincón, improvisaron en honor del
blanco una canción «modulada con una melodía dulce y plañidera». La canción será
traducida además a un romance europeo, muy en el tono de la época: «Arrastrando su cuerpo
pálido y débil / De miedo, de cansancio postrado. A la sombra de. la palmera en flor. El
hombre blanco pide asilo. . . » Y el estribillo: « ¡Ah, reconfortemos su corazón tembloroso! /
Tengamos piedad del hombre blanco.» ~ La hospitalidad no fue sólo del pueblo> sino
también de los jefes.
Sin embargo, enseguida ya desde fines del siglo xix, los africanos se percataron de que
esos extranjeros no eran como los demás. La resistencia va a tomar el vigor de la conciencia
de un peligro mortal para las colectividades africanas. En un comienzo, será debida a la
reacción de los gobernantes o de las minorías, que veían en la intrusión europea una amenaza
para sus privilegios; se trataba de un acto de instinto de conservación. Luego, ante la
implantación del sistema colonial, con sus desaguisados y, a veces, sus crímenes, se producirá
un movimiento de resistencia general de carácter más popular, que asumirá las más variadas
modalidades, desde la huida hasta el levantamiento armado. Esta segunda resistencia, menos
espectacular y menos conocida, es pese a ello el mejor testimonio de la vitalidad nacional de
los pueblos africanos, pues será fruto de una reflexión, en tanto que la primera es más bien
refleja. Los africanos defendieron su tierra por doquier, en ocasiones desesperadamente. Los
combates se cuentan por millares. Y por millares se cuentan> asimismo, los que se dieron la
muerte con sus propias manos, antes que sobrevivir sin libertad. Y las víctimas se cuentan
también por cientos de miles.
El período colonial recibe, por parte de los negros, la denominación de «tiempo de la
fuerza» pues es por la fuerza, por la coacción y la violencia física como se instauró el
régimen europeo. Ante la imposibilidad de recordar desde un punto de vista africano todos
los combates, conocidos u oscuros, que éstos libraron desde 1870 por la causa de su libertad,
citemos aquí sólo algunos episodios.
B. La resistencia en Senegal
1. Lat-Dyor Diop
En Senegal, el principal adversario de los franceses fue, después de El-Hadch Omar,
Lat-Dyor Diop, nacido hacia 1842 y jefe del cantón del Guet en 1861. Lat-Dyor era rey
(damel) de Kayor desde 1862. En esta fecha el Kayor era el reino más importante de Senegal
y se hallaba situado entre Dakar y Saint-Louis, ya que algunos damel, como Lat Fall Sukaabe
(1697-1719) había reinado al mismo tiempo sobre Kayor y sobre Baol. La sociedad del reino
estaba formada por los nobles, situados en la cúspide, nacidos de las siete grandes familias
reales de sucesión matrilineal. El damel conservaba un poder de tipo mágico, caracterizado
por el hecho de que el día de su ascensión al trono en Mbul, la capital recibía un turbante y un
cántaro lleno de grano, debiendo posteriormente vivir un tiempo en el bosque sagrado de la
iniciación «animista». Las linguer, madre, tías o hermanas uterinas del damel, jugaban un
papel político de importancia. Algunas de ellas no dudaban en ir a combatir, como la propia
hija de Lat Sukaabe, la cual, vestida de hombre, se lanzó, a caballo, contra los mauros trarza y
los batió en Gramgram.
La corte se compone de dag, o cortesanos, y de dignatarios o kan gam, cuyo lara kaba,
jefe de los esclavos de la corona, y esclavo él mismo, es el más importante. Los kan gam eran
famosos por su intrepidez: «huir es un vicio», afirmaban.

13
Los hombres libres (dyambur «burgueses»> y campesinos baadolo) constituyen la masa
de la población, aunque sin gran influencia política. Luego están has castas, según la antigua
división del trabajo en herreros, trabajadores de la madera, del cuero e hilanderos> que se
correspondían con los tejedores, zapateros, guarnicioneros, orfe-. bres y herreros. Los griots o
bardos (géwel), «casta» especial son aquí, como en todas partes> expertos en el arte sutil de
la chanza venenosa o de la intensa adulación. Estos siguen a su amo incluso al campo de
batalla, como portaestandartes> y saben morir a su lado. Pero son los esclavos (dyaam)
quienes componen el grueso de la población en la parte inferior de la escala social, al menos
en las ciudades (doce mil trescientos sobre una población de dieciséis mil en Saint-Louis y en
Gorea, en 1825). Los esclavos domésticos eran los más numerosos y se distinguían de los
hombres libres en pocas cosas, pues solían ser considerados miembros de la familia con la
que vivían, poseían propiedades, comían con sus amos, etc. Los esclavos de estos esclavos
poseían a su vez esclavos. Los esclavos de nacimiento, o dyaam-u-buur-i, pertenecían al
Estado y jugaban un papel de primer orden, a las órdenes del fara-kaba. Eran los notables más
próximos al rey, y serán co-firmantes en los tratados llevados a cabo en el reino. Los
guerreros, o tyeddo, se reclutaban entre éstos. Llevaban los cabellos trenzados, pendientes y
diversos amuletos, collares, brazaletes de plata, etc. Pero bajo estas apariencias un poco
femeninas, eran guerreros de éhite. Eran grandes bebedores de tafia y de otros alcoholes
locales o importados, muy mujeriegos, les gustaba jurar, y eran especialistas en el saqueo, por
lo que re-presentaban la imagen del propio infierno para los morabitos enturbantados. Al
frente de ellos va a desarrollar su brillante carrera Lat Dyor, caballero errante.
Lat-Dyor había nacido en un medio no musulmán. Apoyado por Demba-Waar, el jefe
de los esclavos de la corona, se había sometido al rito de la iniciación, y «circunciso curado»,
se enfrentó al damel Ma Dyodyo, protegido por ‘los franceses, al que derrotó. Fue entro-
nizado en su lugar. Pero Ma Dyodyo no se consideró vencido, y reaccionó infligiendo una
derrota al nuevo damel en Ndari. Pero en Ngolgol es Lat-Dyor quien consigue una brillante
victoria sobre Ma Dyodyo. Derrotado de nuevo al año siguiente, Lat-Dyor tiene que huir. En
vano trata de convencer a los gobernantes de Siné y de Salum de que se unan a su causa, y
termina confiando su salvación al morabito Ma-Ba. Este, descendiente de la gran familia de
los Denianké, había sido nombrado (1850) representante de la guerra santa en Senegambia
por El-Hadch >Ómar. En 1861 los talibé de Ma-B& matan al rey no musulmán de Rip,
heredero de una dinastía que databa del siglo xiii.
Convertido en almamy (imán), Ma-Bá funda la ciudad de Nioro del Rip, haciendo gala
de la misma tenacidad, inteligencia y ambición que su maestro, El-Hadch ‘Omar. No ocultó
nunca su programa: «Proteger a los cultivadores; sustituir con la justicia las exacciones y
arbitrariedades de los tyeddo; imponer el Islam a todos los infieles de los reinos de la
Senegambia.»
El gobernador de la Gambia británica propondrá a Francia una acción concertada contra
el morabito. Este estaba reforzado por la presencia, entre sus lugartenientes, de jefes militares
de la talla de Lat-Dyor, aun cuando numerosos tyeddo de este último, refractarios al Islam, lo
habían abandonado.
El propio Lat-Dyor se había convertido al Islam «porque no había podido hacer otra
cosa», ya que no podía despreciar este trampolín para recuperar el trono. Todo parece indicar
que fue fiel a su nueva fe, lo que no le impidió, en nombre del sincretismo negro-musulmán
que nos es familiar desde el reinado de Sonni Ah, conservar las prácticas de la costumbre
preislámica. De este modo, tuvo hasta diecinueve mujeres, para «alejar las penas». Ma-Ba le
reconoció su adhesión, pues rehusó su extradición, como pedían las autoridades francesas. En
1867, sin embargo, el almamy moría en Somb, durante un combate contra los serer. Gracias a
su realismo, Lat-Dyor se prestó a someterse y recibió a Pinet-Laprade, quien le cedió el
cantón del Guet (1869). En efecto, Francia se había anexionado Kayor en 1864.

14
Pero Lat-Dyor no podía quedar satisfecho con un plato tan mezquino: simple jefe de
cantón. De nuevo, pues, se inician las hostilidades contra los franceses que se prolongan hasta
febrero de 1871, cuando un tratado reconoce a Lat-Dyor el título de damel de Kayor, bajo
protección de Francia. Tras esto, ayudará a los franceses a acabar con el morabito tukulor
Amadu Sheiku, que morirá en Bumdu en 1875.
Pero en 1879 los franceses deciden construir el ferrocarril de Dakar a Saint-Louis, con
el fin de estimular el comercio y convertirlo en eje de su penetración política: el tráfico de la
aráquida (también llamada cacahuete) primaba ya sobre el viejo tráfico de la goma.
Alguien había dicho a Lat-Dyor que el tren era más rápido que el rayo; en realidad,
inaugurado en julio de 1885, el primer ferrocarril de Africa occidental sólo podía soportar
trenes que no superasen los veinte kilómetros por hora. Aunque Lat-Dyor era demasiado
inteligente para no darse cuenta de que, en relación a su propia autoridad, los efectos nocivos
del ferrocarril eran mucho más rápidos que el rayo. Un dicho afirma que el extranjero> o
quien está de paso, no edifica. Y aun habiendo firmado, al parecer, un tratado secreto (1879)
por eh que aceptaba el ferrocarril, acabó declarando posteriormente que «iba a ser un ratón
quien le enseñaría bajo tierra la instalación de los railes».
Se rebela de nuevo y debe refugiarse en Baol, siendo sustituido por Samba Yahya Fall,
personaje grotesco al que sus súbditos expulsan en dos ocasiones. Los franceses lo sustituyen
a su vez por el sobrino de Lat-Dyor, Samba Laobé Fall, un joven coloso de veinticuatro años.
El nuevo damel, sin embargo, se arriesgará a un enfrentamiento con el rey de Dcholof, Ah
Buri Ndiai. Ahora bien> este último, del que Francia tiene necesidad para construir el
ferrocarril, obtiene a su vez un tratado de protectorado. Samba Laobé, furioso, osa pedir
explicaciones a los franceses; y en Tivawán, donde se había de celebrar una entrevista con el
fin de negociar, el joven damel muere durante un «brillante combate de caballería», y Kayor
es anexionado por Francia, que ‘lo transforma en una confederación de seis provincias>
presidida por Demba-Waar, el jefe de los esclavos de la corona que había apoyado a Lat-Dyor
desde el principio, pero que éste había decidido destituir finalmente, tras una serie de intrigas.
Infatigable, rechazando el hecho consumado> Lat-Dyor prosiguió la guerra de guerillas
hasta el día en que, junto a los pozos de Dyaqle, cae muerto, a los cuarenta y cuatro años,
rodeado por sus últimos tyeddo (26 de octubre de 1886). Había sido siempre un hombre
esforzado, que gustaba decir: «Quiero ser digno y generoso». Uno de sus seis caballos
preferidos se llamaba Lityin, es decir, «milano»; otro se llamaba Suusal-up-Kaani, «cuscús de
pimentón». Lat-Dyor era un hombre libre que se comparaba a sí mismo a un arco que siem-
pre está en tensión, sin romperse. Pero> al igual que otros como él> llegaba un poco tarde.
Designado, de entre los príncipes de sangre, por un Consejo de grandes electores que podía
destituirlo a voluntad> podía mantenerse tan sólo apoyándose en sus tyeddo. Aunque éstos
permanecían fieles en la medida en que el damel les cedía campesinos (baadolo) como seres
que podían ser sometidos y explotados sin miramientos. Sin embargo, las exacciones
ecercaban a campesinos y morabitos, y éstos, a su vez, rechazaban el poder de los tyeddo por
razones religiosas. Serán las tensiones internas de la sociedad senegalesa las que, junto a la
negativa de los franceses a tratar con un gobernante de espíritu independiente, marcarán el fin
de LatDyor.
2. Mamadu Lamín Dramé
Quien toma el relevo es Mamadu Lamín Dramé, un sonhriké nacido hacia 1840 en las
proximidades de Kayes, y que había estado como peregrino en La Meca y había vivido un
tiempo en Turquía; era un hombre muy instruido. Durante seis años permaneció prisionero de
Amadu, el cual temía su prestigio. Muy pronto los franceses comienzan a preocuparse por la
existencia de su ejército de talibé. En esta época, las poblaciones del Alto Senegal se hallaban
sometidas a una tensión insoportable debido al trabajo forzado impuesto por Galliéni. Este
había conseguido incluso enfrentar a Mamadu Lamín contra los tukuior, y luego a Amadu

15
contra Mamadu Lamín, cuyas pretensiones cegaban al emir de Segu. Cuando la smala de este
último es capturada en Gundiuru, se lanza inmediatamente sobre el fortín de Bakel (abril de
1886): con diez mil soldados repite una y otra vez los ataques contra el bastión, luego penetra
en la ciudad, donde se desarrollan violentos combates callejeros; esta a punto de obtener la
victoria, cuando una granada de cañón diezma el estado mayor del morabito, que se ve
forzado a retirarse. Entonces Francia pasa a los métodos terroristas y a los ataques contra las
aldeas que apoyaban al morabito, donde llevan a cabo ejecuciones sumarias. El propio hijo
del morabito, Swaibu, de dieciocho años de edad, es capturado y fusilado: se enfrentará a la
muerte con serenidad orgullosa, que asombra a los que presencian la ejecución. Mamadu
Lamln, que se ha establecido en la Alta Gambia, ataca las tierras serer y se fortifica en
Tubakuta, que acabará cayendo bajo los disparos de la artillería francesa y pese a su
resistencia heroica. El morabito, herido y perseguido, tiene tras de sí al aliado casamancés de
los franceses> Musá Molió. Se lleva a cabo una verdadera cacería humana> de aldea en
aldea; Mamadu Lamín, debilitado por sus heridas> pronto cae prisionero y es muerto. Su
cabeza, cortada, es llevada en un saco al oficial francés. La liquidación de Mamadu Lamln
permite a los franceses extenderse hacia el río Gambia y el Casamanza —hasta ese momento
su penetración se había limitado al eje del Níger.
La lucha de Mamamdu Lamín era como una reedición, aunque a menor escala, del
proyecto de El-Hadch ‘Omar, al querer mantener la ofensiva en varios frentes a la vez: contra
los infieles o extranjeros blancos, y contra los «paganos» africanos, sin contar con el anta-
gonismo envidioso de los pequeños reyes, musulmanes o no. Una plataforma ambigua reunía
tropas heterogéneas (pese al núcleo soninké): talibé fanatizados, jóvenes frustrados, o
exaltados, proletarios, marginados de has factorías europeas, qu.e se desbandaban en los
momentos en que era necesario un gran esfuerzo.
La lucha dejará, entre el Alto Senegal y el Alto Gambia, un territorio extenuado por ‘los
saqueos, las epidemias y el hambre.
3. Ali Buri Ndiai
Ali Buri Ndiai nació en 1842, en Tyal. Era costumbre colocar a los jóvenes príncipes
como pajes en has cortes regias alejadas, con el fin de hacer de ellos buenos soldados, pero
también para sustraer-los a has envidias de los eventuales rivales. Ali Buri residió un tiempo
junto al damel de Kayor, Biram Ngon Latir, pariente de Lat-Dyor. Hizo allí sus primeras
armas y Ah Buri se reveló como un soldado de primer orden. En lo más violento del combate
de Mbayén, junto a las tropas del morabito Ma-Ba, en 1864, Ali se convirtió al Islam.
Once años después, tras su victoria sobre Amadu Sheiku, en el combate de Samba
Sadyo, se convertía en rey de Dcholof (1875). Gobernante de aspecto atlético y de gesto
altanero e inteligente, nos es descrito de ha siguiente forma por Minet (1886), ayudante de
campo del gobernador de Saint-Louis: «Llega precedido por numerosas bufonas y cantantes,
que tocan instrumentos y vociferan, y seguido por numerosos soldados. Monta un soberbio
caballo gris hierro... Me saluda... Yo me siento en un bloque de piedra; él, en el suelo, en un
amplio cuadrado de tela. Hace colocar a dos hombres sentados, detrás de él, para que he
sirvan de respaldo, y así, de esta forma, está bastante majestuoso; tiene ha voz fuerte, viste
bien, está cubierto de amuletos con cordones de diferentes colores. Lo primero en que me fijo
es en el aire de respeto y temor que se lee en el rostro de todos los que se hallan ante él. Con
un movimiento, detiene a las personas, las para en su sitio, las hace andar: esto es muy
notable.» Cuando este hércules se preparaba para el combate, cubierto de amuletos y de
municiones, con varios fusiles en bandolera y en ha mano, sin tener en cuenta el machete,
hacían falta dos mocetones para ayudarle a levantarse, sirviéndose de una especie de muletas,
colocadas bajo las axilas. En su capital de Yang-Yang, llevaba una vida propia de un rey,
rodeado por sus poetas de corte (que por las mañanas lo saludaban gritando el título soberano
de Paré), de sus soldados y morabitos, que se hacían pocas ilusiones sobre su ortodoxia

16
islámica, pues el monarca alternaba de buen grado largas plegarias y buenos tragos de vino.
Dejará a su madre Seinabu en Yang-Yang, con orden de saltar po nos aires con la
reserva de pólvora en caso de peligro, al partir contra Samba Laobé Fall, el joven y
presuntuoso damel de Kayor, protegido en aquel entonces por Francia. En la batalla de
Dchilé, Ali Euri se superó a sí mismo por su valor extraordinario, y Samba Laobé sufrió una
derrota aplastante. Ali Buri se acercó entonces a Lat-Dyor, pero acabará firmando un tratado
de protectorado con Francia, en julio de 1889. Según aquél, eh rey se comprometía a permitir
la construcción de un ferrocarril que debía llegar hasta Bakel, y a dar su consentimiento para
que su hijo mayor fuese educado por los franceses en Saint-Louis. Sin embargo, Ah Euni
comenzaba a sentirse incómodo en el contexto colonial, por lo que se pone en contacto con
Amadu, de Segu, hijo de El-Hadch >Omar. Cuando Dodds se apodera (1890) de Yang-Yang,
Ali Buri cabalgaba ya rápidamente hacia Nioro, en eh Sáhel. En Nioro y en Kolomina, Ah
Buri participó en la resistencia africana contra Archinard: con su legendario desprecio del
peligro, en plena batalla gritaba, mientras cargaba a la cabeza de sus jinetes: « ¡No tengáis
miedo, son unos asnos! »
C. La resistencia en el Sudan Occidental
Amadu, hijo de El-Hadch ‘Omar, de carácter retraído y proclive al compromiso, era un
hombre muy culto, pero tenía la desgracia de gobernar un imperio heterogéneo. Además de
Segu y de Kaarta
—donde se hallaban las ingentes fortalezas de Nioro, Diala, etc.—, poseía eh feudo de
Dinguirai, confiado a su hermano Aguibu, y Masina, que administraba su sobrino Tidchani.
Con todo, los tukulor musulmanes que forman la oficialidad de has tropas y los cuadros de ‘la
administración eran sólo una minoría dentro de ha mayoría de pueblos mandé, no
musulmanes en general, y dentro de los fula de Masina, musulmanes, pero hostiles. A todo
esto hay que añadir las disensiones familiares, sobre todo por parte de Tidchani.
Las relaciones de Amadu con Francia se deteriorarán pronto. En 1880 se firma un
tartado entre éste y Galliéni, que establece la libertad de comercio, en el que Francia se lleva
la mejor parte. Si bien, por otro hado, París se comprometía a no ocupar ningún otro territorio
perteneciente a los tuku’hor. Pero entre la versión árabe y la francesa de este texto hay
pasajes contradictorios. Por ejemplo, en el preámbulo, en el texto francés, se dice: «Tratado
de amistad y comercio con el Imperio de Segu en nombre de la República Francesa»; y en el
texto árabe: « ¡ Gloria a Dios! ¡ Que su misericordia se extienda a todos los pueblos del
mundo! ¡Qué El recompense a los fieles por toda ‘ha eternidad! ¡ Que Dios proteja a Mahoma
y a su noble familia! » El tratado no fue avahado por eh Gobierno francés, cuyo secretario de
Estado para las Colonias lo calificó de «trozo de papel».
La llegada de los franceses a Bamako era una amenaza real para Amadu. Sin embargo,
a causa de sus nuevos tratados con los franceses, Amadu facilitará la eliminación de Mamadu
Lamín, al tiempo que se negaba a hacer causa común con Samori. Finalmente, hubo de
decidinse a protestar por las usurpaciones francesas: «Habéis hecho irrupción en mis Estados
sin mi autorización —escribía----, sin ningún derecho, despreciando los tratados que nos unen
y comprometen.»
En 1888, Archinard, nombrado jefe militar del Sud&n (occidental), pasa del dicho al
hecho y se enfrenta a Amadu y a Samoni, «indisciplinados y que son obstáculos para el
comercio». Sistemáticamente conquista las fortalezas tukulor, envía por el Níger ‘las cañone-
ras que permitirán a Marchand reconocer las fortificaciones de Segu, en tanto que trata, en
vano, de confundir a Amadu por medio de una carta repleta de pacíficas profesiones de fe. En
1890 cae Segu, y este gravísimo acontecimiento desencadena huelgas entre los obreros
mahianos que trabajaban en Senegal. Man Diarra es el hombre de paja instalado en Segu por
los franceses en lugar de Amadu; pero es fusilado al año siguiente, por «falta de docilidad».
Es evidente que no había comprendido... Los años siguientes presencian las contraofensivas

17
desesperadas de Amadu, cuyas fortalezas caen una detrás de otra. En Kolomina, Ali Buni
Ndiai, ex rey de Dcholof, se atninchera en eh lecho seco de un río y sostiene durante dos
horas un bombardeo de artillería, para permitir a su jefe y ah grueso del ejército que puedan
alcanzar Masina (1891).
Entre tanto, Usebugu —donde Bandiugu Diarra, jefe bámbara aliado de Amadu, se ha
atrincherado a su vez— es asediado. Los soldados africanos, sometidos a un intenso
bombardeo artillero, «no parecen intimidados; algunos, completamente al descubierto, nos
amenazan con grandes gritos». Pese al cañoneo, la lucha se prolonga un tiempo, indecisa. El
oficial francés deberá utilizar has disensiones locales. Convoca a los jefes, aliados de Amadu,
y trata de excitar su amor propio en los siguientes términos: «¿Sois acaso mujeres, o
esclavos? Yo creía que los bámbara eran valerosos, que no temían a ha muerte, igual que los
blancos... » Pero fue necesario tomar ha ciudad, casa por casa. Eh tambor de guerra (tababa),
colocado en el torreón del jefe, suena sin pausa, «para galvanizar la resistencia. Incluso las
mujeres se defienden. Un auxiliar llega a la ambulancia, herido de un sablazo que he ha
propinado una mujer desde el diun/utu (torreón). Otros entran en las casas, se encierran en
ellas, se rodean de seko (esterillas de paja) y desprenden fuego. Así, hallamos numerosas
viviendas llenas de cadáveres de hombres, mujeres y niños, semicarbonizados. Delante de
una de ellas hay un niño; dice que, el eh último momento, su madre lo ha empujado fuera»
Finalmente, del torreón se eleva una gran llamarada: el jefe Bandiugu Diarra ha saltado
junto a la pólvora que se hallaba en él. Amadu se refugia en Masina, donde toma el poder.
Pero en 1893 los franceses vuelven a ha carga. La población de Dchenné empuja a los
soldados a resistir, pero ah final ha ciudad cae. También cae Bandiagara. Amadu y Ah Buni,
desalojados sucesivamente de Masina, Dchenné y Mopti, deciden refugiarse en Sokoto,
madre patria de Amadu, pasando por Don, entonces feudo de Sokoto. Ah Buri intentará en
vano crearse un reino en eh norte de Dahomé, pero perseguido por los franceses y por los
hausa, acabará muriendo en un combate cerca de Dogonduchi (Níger), a tres mil kilómetros
de su país natal, Dcholof, a donde había llegado después de una marcha épica propia del
guerrero indomable que siempre había sido.
Amadu por su parte se presentará en Sokoto, cuyo emir le cederá la provincia de
Zamfara. En cambio, algunos de sus seguidores continuarán su éxodo hacia el Sudan nilótico,
hasta Medina y La Meca. El hijo de El-Hadch ‘Omar morirá en 1898, el mismo año en que
Samoni es capturado y Sikasso cae. Elocuentes coincidencias que muestran claramente cómo
el combate en orden disperso y las rivalidades entre los gobernantes y grupos étnicos
africanos fue uno de los factores de sus fracasos finales. Añadamos la existencia de un
complejo de superioridad de los jefes negros, en especial de los musulmanes, respecto a los
blancos infieles; en sus cartas, calificaban a Archinard de «incircunciso, hijo de
incircunciso».
Por otro lado, Lobi y Binifor, que eran enemigos de Samoni, se aliarán a los británicos,
y Monteil nota que el gobernante de Bobo «quiere colocar a su país al cubierto de las
actividades de Tieba, y pon ello tiene confianza en mí».
Sikasso, formidable fortaleza cuyas murallas tenían seis metros de espesor en su base y
un desarrollo total de ocho kilómetros, estaba sometida a las órdenes de Babemba, sucesor de
Tieba. Babemba consiguió que sus soldados llevasen a cabo actos de verdadero heroísmo
durante las salidas y choques, con gran mortandad por ambos bandos. Pero el cañón acabó
siendo el vencedor, poniendo fin a la resistencia del rey de Kenedugu. Retirado a su palacio,
oyó casi en seguida los pasos de los asaltantes y, dirigiéndose a su guardia de corps, le dijo: «
¡Tiekoro, mátame! ¡Mátame para que yo no caiga en manos de los blancos! » El guardia
descargó su arma sobre él; el rey, que se doblaba ya sobre sí mismo, se irguió de nuevo, para
darse el tiro de gracia con su propia mano, honrando de este modo su juramento: «Mientras
yo viva, los franceses no entrarán en Sikasso. »

18
D. La resistencia y la represión en los demás países africanos
En tierras mosi, el rey de Wagadugu, naba Kutu, llamado Wobgho, replicó así a las
proposiciones francesas de llevar a cabo un tratado: «Sé que los franceses quieren que muera,
para apoderarse de mi país. Además, tú pretendes que ellos me van a ayudar a organizarlo.
Pero yo creo que mi país está muy bien así... » Los oficiales Vouhet y Chanoine, a la cabeza
de una columna compuesta por tiradores senegaleses y bámbara —pues los hombres de los
países conquistados servían para conquistar el siguiente país—, se apoderaron de Wagadugu
en 1896. El rey huyó a tierras dagomba, cuna de la dinastía. Inmediatamente será sustituido
por un pariente más dócil, como ha sucedido o sucederá en Dahomé, en Senegal, en Segu.
En Alto Volta, como con frecuencia en otros lugares, fueron las etnias tradicionalmente
organizadas según modelos de menor complejidad en un plano político has que opusieron una
resistencia mayor a la conquista extranjera, pues el patriotismo se hallaba en cada aldea, lo
que multiplicaba ha resistencia. Los samo, por ejemplo, en sus pobladas ciudades> «que sus
salvajes habitantes defienden con rara tenacidad», atacarán sin cesar a la columna Vouhet;
muchos de ellos serán ahumados en grutas. Los bobo y los hobi no podrán ser reducidos hasta
mucho tiempo después. En el Futa Dchalón, eh almamy Eokar Bino es capturado y muerto en
1897, tras un duro acoso: era un gobernante célebre por su valentía y su tenacidad. Mientras
que Alfa Yaya se mostraba acomodaticio respecto a los franceses, Bokar Bino enviaba al
gobierno de Conakry una delegación que debía efectuar una visita de cortesía, pero al mismo
tiempo se negaba a permitir el establecimiento de un representante francés en Timbó. Poco
después, el Futa Dchalón será disgregado. Omaru Eademba, que había jugado el juego de los
colonizadores, será destituido rápidamente por éstos. Entonces Alfa Yaya se decide a par-
ticipar en ha resistencia, pero será sometido a su vez.
La «pacificación» de la Costa de Marfil no será fácil en un principio, debido a la
resistencia de los pueblos del bosque, pero en el norte y en el este fue facilitada por la
amenaza de Samori y de los británicos, sabiamente explotada por Clauzel. Con todo, el some-
timiento estaba lejos de ser completo. En el caso de Ghana ya hemos hablado anteriormente
de la formidable resistencia de los ashanti.
En Dahomé, el avance de los franceses en el reino de Ahorné (ocupación de Kotonu,
negativa de los comerciantes franceses a pagar los derechos de aduana) provocaron choques
entre el rey Glelé y eh doctor Bayol —que parece haber sido bastante cobarde, a juzgar por
sus desesperados telegramas a París para pedir ayuda y agitar el espectro de la destrucción
total del contingente francés—. Bayol hizo detener a la delegación de Abomé en Kotonu y la
entregó al aliado de Francia, Toffa, de Porto Novo, que mandó ejecutar a sus miembros. La
flota bombardeó Kotonu. Dahorné aceptó el desafío en la persona de su nuevo monarca,
Gbehanzín, que invadió la costa, pero ante la amenaza de bombardear Widah, acabó
reconociendo, por el Tratado de 1890, el protectorado de Francia sobre Porto Novo y la
ocupación de Kotonu, a cambio de un pago anual. Gbehanzín era orgulloso, de aspecto altivo,
vestía sencillamente, su mirada era franca y casi soberbia. Le complacía la fastuosidad de su
séquito, en su palacio, en sus utensilios de metal preciado, las recepciones y las fiestas, que
daba con frecuencia. Era un gran orador, que subyugaba por el vigor de su razonamiento y la
finura de su humor. No desdeñaba componer canciones. Pero en todo lo concerniente a su
reino, mostraba gran ardor e intransigencia. Sus armas lo muestran como un tiburón terrible
que cierra eh paso a los invasores que ambicionan la tierra de Wegbadcha. Y una vez había
declarado: «El rey de Dahomé no cede su país a nadie.» Este país se extendía, por aquel
entonces, entre los mahi y los yoruba del norte y el océano, por un lado, y por el otro, entre el
territorio popo y el agwe, por el oeste, y por el este, hasta el lago Nokwe, que lo separaba del
reino de Porto Novo.
En 1891, una cañonera francesa que subía por el río Wemé, en territorio dahomeyano,
es recibida a tiros. Es la señal del comienzo de la guerra, que Francia preparaba hacía ya

19
tiempo. El coronel Dodds, a la cabeza de tres mil hombres dotados de armas modernas —
entre las que se cuentan, «experimentalmente», las balas explosivas—, recibe la orden de
ocupar Ahorné. Este reino, de tradición esclavista y conquistadora, da el ejemplo de una feroz
resistencia contra el invasor extranjero, y sus soldados, en especial las amazonas, dieron
repetidos ejemplos del más heroico desprecio por la muerte, como sucedió, por ejemplo, en el
desesperado combate de Kana. En 1892 Dodds penetra en Ahorné, que había sido evacuada;
pero durante más de dos años no consigue poner sus manos sobre Gbehanzín. Sólo cuando
los franceses colocan en el poder a un monarca fantoche, Agohi Agbó, Gbehanzín se rinde
(1894), y es deportado a las Antillas francesas y luego a Argelia. Más tarde, eh hombre de
paja dahomeyano será exilado a su vez a Gabón, y Dahomé será anexionado por simple
decisión del gobierno francés, con el nombre de Dahomey.
La penetración hacia Chad va a poner en contacto a los franceses con Rabah. Este, al
igual que Zubeir Pachá, se había forjado un vasto reino esclavista, controlado por un ejército
bien organizado y convenientemente equipado, de treinta y cinco mil hombres. Tres misiones
francesas partieron de Argelia, Congo y Mali para darse cita en Chad. La columna que había
salido de Mali se hallaba a las órdenes de Vouhet y Chanoine, los conquistadores de Mosi.
Ambos, oficiales megalómanos y descentrados, sembraron su camino de matanzas es-
pantosas. Finalmente, el gobierno francés les hizo «entrar en razón» enviando ah coronel
Klobb. Este último contó decenas de aldeas incendiadas, decenas de pozos llenos de
cadáveres, de fosos terraplenados que servían de fosas comunes, decenas de cadáveres de
mujeres e incluso de jovencitas ahorcadas en los árboles de los bosquecillos. Pero en cuanto
Klobb llegó hasta los dos oficiales franceses rebeldes, éstos le asesinaron. Su manía de
grandeza los llevó a querer instaurar un imperio para los dos en el Sudan central. Pero serán
ejecutados a su vez por fusileros africanos, lo que permitirá a la columna alcanzar a las otras
dos en Chad. Allí, en Kuseri, Rabah será derrotado y muerto (1900), aunque ha lucha
proseguirá, gracias a su hijo Fádel Alláh, al cual, al ser derrotado a su vez, he será cortada la
cabeza> como a su padre. Con todo, la cofradía musulmana de los senusitas continuará la
guerra contra los franceses hasta 1911, cuando eh sultán de Dar Kuti, Mohammed Idrís as-
Senussi, es muerto durante una negociación, lo que permitió a Francia ocupar completamente
la región estratégica gl norte de Chad.
En Nigeria, una columna militar que había sido enviada contra Ijebu sufrió severas
pérdidas. Cuando los emires de Nupe y de Ilorin se dieron cuenta de los peligros que
encerraban los tratados firmados con los británicos, trataron de oponerse a ellos, pero fueron
aplastados (1897). En ese mismo año, eh cónsul británico Philips llegaba a Eenín para
«avisar» al oba Overami, acusado de continuar la trata de esclavos y de llevar a cabo
sacrificios humanos. Overami había aceptado ya un protectorado británico, pero es lícito
creer que no se consideraba por ello limitado en su ‘libertad de acción, pues hizo ejecutar a
Philips y a sus compañeros. La réplica británica fue terrible: la ciudad de Benín fue
conquistada, saqueada y prácticamente arrasada. Miles de objetos artísticos fueron robados
por los soldados, sorprendidos por la enorme acumulación de obras de arte, en tanto que
Overami era exilado. Pero lord Lugard hubo de combatir todavía en numerosas batallas antes
de poder someter a los emiratos del norte.
En Africa Central, las columnas belgas chocaron no sólo contra el negrero Tippu Tip,
con el cual habían colaborado durante breve tiempo, después de Stanley, y no sólo contra
Msiri, sino también contra los autóctonos zandé, pahwín, lunda, kuba, etc.
En Africa Oriental ha «pacificación» llevada a cabo por Alemania costó muy cara a los
africanos que se habían rebelado contra las exacciones de la Compañía alemana. En 1888 el
mestizo negro-árabe Bushiri (o Abushiri) encabezaba un levantamiento que, desde Baga-
moyo, se propagó hasta ha costa del Indico. El mayor von Wissmann, a la cabeza de mil
soldados, reconquistó y arrasó sistematicamente las ciudades que se habían sumado al

20
movimiento. Bushiri, que siempre lograba escapar, fue capturado al fin y ahorcado. Nuevas
etnias se levantaron a su vez, sobre todo a causa de las brutalidades del alemán Peters: los
gogo y los hehe. Por ejemplo, en una ocasión, un gogo « se había reído al presenciar cómo
desayunaba Peters; por lo que éste le dio una lección, haciéndole azotar con una fusta de piel
de hipopótamo. Los parientes y amigos de la víctima se reunieron portando sus armas, y en
vano el jefe fue a pedir a Peters que parlamentara para que volviera la paz; Peters le
respondió: «¿El jefe quiere la paz? Pues bien, ¡tendrá la paz eterna!» Y ordenó que se
procediera a ejecuciones sumarias.
También los chagga fueron tratados del mismo modo cuando un joven fue acusado de
haber tenido tratos con una de las concubinas africanas de Peters (1891). Finalmente Peters,
el sádico, será llamado a Alemania. Sin embargo, ha gran nación de los hehe, en el sudoeste
de Tanganyika, no había aceptado ha situación. Dirigidos por su jefe Mkwawa, infligieron
una severa derrota a una tropa de mil hombres que los alemanes habían enviado contra él.
Durante tres años Mkwawa logró mantenerse en pie, pero en 1894 otro ejército alemán logró
tomar la capital, Kahinga, después de feroces combates. Pero Mkwawa logró escapar, y
aunque le fue puesto un elevado precio a su cabeza, sus súbditos lo ocultaron. Así pudo
continuar la guerrilla, dando muestras de una intrepidez a toda prueba, hasta eh día en que,
rodeado por los alemanes, se suicidó (1898). Su cabeza, cortada, fue enviada a Alemania;
sólo en 1954 les será devuelta a los hehe, bajo petición de éstos.
En 1905 se produce la rebelión de Maji-Maji [Madchi-Madchi], denominada así porque
el mago que la había iniciado había dado a la gente un agua mágica que, como luego se diría,
transformaba has balas en agua. Los rebeldes saquearon los centros administrativos del sur de
Tanganyika, y aniquilaron a los funcionarios y misioneros alemanes. Los ngoni se les
unieron. El gobierno alemán, cogido de sorpresa, logró reunir un gran ejército que desde la
costa fue barriendo y quemando todo, casas, cosechas, campos, a su paso. Fue un verdadero
genocidio en el que murieron unas ciento veinte mil personas, hasta que diputados socialistas
llegaron ah Reichstag (1906) y se sirvieron de documentos proporcionados por misioneros.
Se creó un secretariado general de Colonias, y Demerg, su primer titular, llegó a Tanganyika
en visita oficial, quedando sorprendido por el gran número de fustas existentes en las oficinas
administrativas.
La revuelta de los herero y de los hotentotes del sudoeste africano (hoy Namibia),
iniciada por su «profeta» Witbooi como protesta por la confiscación de sus tierras, fue
aplastada de la misma manera. Los herero fueron rechazados hacia el desierto, donde
murieron como moscas: perecieron unos sesenta mil. En Angola meridional los kwanyama (o
cuanhama) se rebelaban en 1897 y aniquilaban a una misión militar portuguesa, encargada de
convencerlos de que permitieran vacunar su ganado. La guerrilla se prolongó hasta 1904,
cuando fue destrozado un ejército portugués. Sólo en 1906 una incursión de represalias
arrasaba sus fortalezas, pero aún así la lucha continuó hasta 1915, cuando Mongwa fue
derrotado. Los ovimbundu y los dembo se levantaron en armas en 1902 y 1907, contra eh
trabajo forzado. Su acto fue ahogado en sangre, pero continuó hasta 1910. En Mozambique,
en 1894, los africanos trataron de tomar por asalto la ciudad de Lourenço Marques.
Derrotados al año siguiente, sus dirigentes se refugiaron en la corte de un rey del interior,
famoso por su resistencia a la dominación portuguesa: Gungunyana (o Gungunhana). Este
monarca habría preferido el protectorado británico, pero el acuerdo de 1891 obligaba a Gran
Bretaña a respetar lo acordado con Portugal. Gungunyana rechazó orgullosamente el
ultimátum portugués, apoyado por las tres columnas que avanzaban contra él, pero perdonó al
emisario que se lo había notificado. Su capital, Manzhakazi (o Manjakazi), fue tomada e
incenciada, en 1895. Pudo ser capturado y llevado a Lisboa, donde fue entregado a has burlas
del pueblo.
Sin embargo, poco después se producían nuevos levantamientos en todo el territorio.

21
En efecto, siempre hubo una resistencia, en toda Africa, aun cuando se estimaba, que el
«orden» reinaba, oficialmente; la resistencia podía tomar otras formas.
La apropiación se prolongó, en realidad, desde el momento de ha conquista hasta el fin
de ha Primera Guerra Mundial. En Mauritania, por ejemplo, Ma al-Ainín, hijo del morabito
Mohammad Fádel, llevará adelante la lucha en todo el Adrar hasta 1912. En ese año Francia
ocupa Wahata.
Los abbé, de ha región de Agboville, en Costa de Marfil, exasperados por los excesos
del trabajo de porteadores, por el trabajo forzado y por la requisa de armas, inmediatamente
después del pago de tributos onerosos exigidos por las licencias de armas, se rebelaron; pero
fueron aplastados sin piedad por mil cuatrocientos tiradores senegaheses. En 1911, en un
momento en que las represiones se sucedían en las zonas boscosas, la «columna del
Bandama» reprime la resistencia de una mujer, jefa de la aldea de Salekru. En Guinea, los
guerzé, los manon, los toma, kissi y koniagui, resisten en los bosques y barrancos que Samori
no había podido anexionarse. En 1907, los toma, en su fortaleza de Busedu, derrotan
gravemente al cuerpo expedicionario francés que, sólo después de un intenso bombardeo de
la aldea, penetra en ella, para encontrarla desierta: los defensores se habían refugiado en la
vecina Liberia.
En Africa Ecuatorial, eh bosque y la escasa entidad de las comunidades reproduce casi
por doquier has mismas condiciones de los pueblos refugiados de Africa Occidental. Por ello,
la conquista será más prolongada, apoyándose en los ejes fluviales (operación del Sangha, en
1904; del Lobaye [Lobai], en 1904-1907; del Alto Ngucié, en 1908; del Alto Ubangui, en
1909, etc.). Aquí los métodos de ocupación serán aún más brutales, debido a que el territorio
pertenece en concesiones a compañías privadas encargadas de establecer el orden. Cuando
por fin la administración militar se instaura en todas esas regiones, ha ocupación sistemática
será lentísima. En 1912, sólo el sesenta por ciento del territorio se hallaba bajo control, y aún
así a costa de constantes rondas policiales: en una sola de ellas se exterminó «a quinientos
treinta y ocho indígenas, hombres, mujeres y niños». Un acontecimiento típico es eh del
movimiento de protesta de John Chilembwe, en Nyassalandia (hoy Malawi). Chilembwe era
un yac convertido al cristianismo, que había hecho sus estudios en un seminario de Estados
Unidos. Vuelto a Africa en 1900, se separó de la misión del pastor que ‘lo había enviado a
América, para fundar su propia Misión Industrial de la Providencia, que tuvo un éxito
sorprendente. Ahora bien, en esa época, en el distrito de Bhantyre, ciertos acontecimientos
iban a crear una tensión grave entre la población africana: la superpoblación de la meseta de
Shire, el hambre de 1912, que siguió a la sequía, el masivo reclutamiento para la guerra, el
alza de los impuestos sobre vivienda y ha discriminación racial practicada por los grandes
propietarios, como A. L. Eruce, que no dudó en hacer incendiar varios templos de la Misión
de Chilembwe. Así, el 23 de enero de 1915 estalló una revuelta; tres europeos fueron
asesinados y un destacamento del ejército empleó dos semanas en dominar a los insurrectos.
Chilembwe fue asesinado en el momento en que trataba de huir, y la mayor parte de sus
colaboradores fueron ejecutados o encarcelados.
Cuando estalla la Primera Guerra Mundial ninguno de los territorios de la inmensa
Africa Negra había aceptado aún la dominación colonial. Esta, reconozcámoslo, había
suprimido las numerosas y repetidas luchas entre pequeñas comunidades étnicas, lo que
puede considerarse una realización positiva. Pero pueblos dominados y pueblos dominadores
quedaban alineados desde ahora ante la igualdad del sometimiento. El ocupante no había
impuesto precisamente la paz, sino su paz; por un lado porque, debido a su poderío bélico, a
sus guerras de conquista y represión, se habían producido muchas más víctimas que las
ocasionadas en las guerras desencadenadas por los líderes africanos más importantes para
crearse dominios, en los que reinaba efectivamente la paz.
Además, la paz instaurada ¿no era, acaso, ha condición indispensable para poner en

22
marcha un régimen del que todos opinan hoy que se estableció sobre todo en beneficio de los
colonizadores? Estudiaremos el período colonial desde eh doble punto de vista económico y
social, por un hado, y político y cultural, por otro, en los principales conjuntos coloniales.
Añadamos que la primera fase de la evolución se sitúa en los años veinte, después de la
Primera Guerra Mundial.

23

S-ar putea să vă placă și