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A cinco cuadras de allí y a dos de la Piazza del Risorgimento, Lucy había reservado
sobre la Vía del Ángelo una habitación grande donde parar, que Gracias a Dios y a las
vacaciones de los romanos contó con espacio en la misma calle para estacionar. La
ubicación, realmente facilitó los movimientos, tanto los desplazamientos pedestres,
como los realizados vía autobús.
Hace casi un año había estado por primera vez en la Città y en verdad no había salido
de ella con ánimos de regresar. Sin embargo, en esta oportunidad, el impacto fue
totalmente distinto, y ante la pregunta de rigor, la mejor respuesta sigue siendo, la
que ponen en boca del camarlengo de su santidad en Las sandalias del pescador
¡Roma e Roma!
Esta vez, guiándonos con el texto del libro sobre Roma y el Vaticano, que nos regaló
Horacio en su visita, leído paciente y persistentemente por Lucy, recorrimos muchos
de los incontables atractivos que hay, tanto dentro del perímetro de la Ciudad como
algunos lugares fuera de ella, como las catacumbas de San Calixto y la puerta del
monumento que se ha levantado en la zona de las fosas ardeatinas.
Como todo haz de luz en este eón, siempre hay sombras y aún tinieblas que recortar
casi todas las escenas. Pero hemos de ser realistas y reconocer que la sombra es
carencia de luz y no a la inversa. Y aún más, hasta cierto punto la presencia de ciertas
sombras nos hace más sensibles y atentos a la maravilla de la luz, que muchas veces
torpemente damos por descontadas. Resulta imperativo para nuestra generación
alimentar la imaginación y la fantasía con las cosas más nobles, en la sencillez simple
de la vida cotidiana. No tenemos ni idea del daño que hacemos exponiendo a las
jóvenes mentes a la avalancha de basura que se dispensa al más alto de los precios: la
esclavitud del espíritu. No nos faltan medios. No es un problema de medios. Es una
cuestión de ordenamiento de los medios. Los medios sobran y se despilfarran
indecentemente. La cuestión central es una cuestión de fines. La pregunta no es ¿qué
me ha dado la vida?, sino ¿al servicio de qué pongo yo mi vida? Al grito rebelde de Non
serviam hay que oponer urgentemente el ¡Fiat esse Domine!
Esa mañana se nos fue rápidamente en San Pedro. Tomamos el 81 en Piazza del
Risorgimento y fuimos hasta Piazza Venezia, frente al “altar de la patria con su
Monumento ecuestre a Vittorio Emanuelle II” que se construyó en la época del Duce.
La parada del bus en Plaza Venecia es justo frente a la ventana desde la cual
Mussolini acostumbraba realizar sus histriónicas arengas, al pueblo italiano.
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Cavour es un nombre de plazas, calles y avenidas que aparece en muchas ciudades italianas. Así que no pude dejar de preguntarme
¿quién será este Cavour? Pues bien, el Conte Camillo Benso de Cavour, un piamontés de Torino, nacido en 1810 cuando cada
comarca de lo que es hoy Italia andaba por las suyas, bajo el poder de turno, fundó un periódico llamado Resorgimento, lucho por
l’unita y fue elegido primer ministro un par de veces, cargo que ejerció hasta el 6 de junio de 1861, día en el con el realismo clásico
italiano, se dieron por terminadas sus funciones políticas por cesación de las vitales.
El martes nos levantamos bien temprano. Tomamos un capuchino y acompañé a Lucy
unas cuadras, que se fue a hacer la fila para poder sacar entradas para el Museo
Vaticano. A las ocho treinta sonó diana para la tropa, desayunamos y nos fuimos
hasta la puerta del Museo. Llegamos justo unos quince minutos antes que nos tocará
el turno de entrar, para ocupar al lugar que la mamá había venido reservando.
Esta fue una de las situaciones en las que, lo que hay para ver, con relación al tiempo
disponible y a la capacidad de retención, supera ampliamente mis márgenes. Las
entradas son comparativamente modestas y contrastando con la zona de las ruinas,
todo está impecablemente señalizado, ordenado y limpio. Al entrar, alquilamos dos
aparatitos en los que uno va seleccionando la zona que está transitando y la obra que
tiene enfrente, sobre la que uno puede escuchar una grabación en el idioma elegido.
¡Sea pues don carabiniere, . . . aún contra la ley de la gravedad, a tirar nuevamente el
testuz hacia atrás!
La foto a la derecha, si mal non riccordo, está tomada en una de las calles
perpendiculares a la avenida de Sant’Angelo, en la zona donde estábamos parando.