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Una mutación epocal

Rhina Roux

Así como la producción fundada sobre el trabajo crea por una


parte la industria universal –es decir, plustrabajo, trabajo
creador de valor-, por otra crea un sistema de explotación
general de las propiedades naturales y humanas, un sistema
de la utilidad general; como soporte de ese sistema se
presentan tanto al ciencia como todas las propiedades físicas y
espirituales, mientras que fuera de esa esfera de la producción
y el intercambio sociales nada se presenta como superior-en-
si, como justificado-para-si-mismo.
Marx, Grundrisse, 1857-1858

“La globalización es, en esencia, la expansión sin barreras nacionales,


jurídicas, estatales o sociales, del reino del valor que se valoriza, del universo
de la mercancía, del mercado mundial autorregulado”, escribe Adolfo Gilly en
su contribución a este coloquio. Esta renovada expansión del capital, que
destruye a su paso formas muy antiguas de socialidad humana, derechos y
reglas de la convivencia, se expresa hoy en una mutación epocal: una
reconfiguración histórica del modo de dominación y sus formas políticas, del
espacio global y la geografía, los entramados culturales y las subjetividades.

Esta gran transformación no es producto espontáneo del


mercado ni una consecuencia fatal de las innovaciones
tecnológicas. Como ha sucedido en toda su historia, esta
renovada expansión está fundada y sostenida en la violencia estatal: un
momento requerido por el capital en tanto proceso fundado en vínculos de
dominación que prescinden de la sujeción personal y la coerción física directa.
Como ha sucedido también desde su gestación como sistema mundial en el
siglo XVI, violencia, guerra, conquista territorial, destrucción de mundos de la
vida y despojo son momentos constitutivos de la forma contemporánea de
incorporación al capital de naturaleza, vida y trabajo humano.
II
La destrucción de contratos colectivos y la imposición de nuevas reglas
laborales, el desmantelamiento de las instituciones estatales de seguridad
social, la privatización de bienes públicos, los procesos de integración
económica regional y la desregulación financiera constituyen los ejes de la
restructuración neoliberal desplegada en los últimos veinticinco años.

El ideario neoliberal intenta así desbloquear el ciclo interrumpido de la


expansión planetaria iniciado en el último cuarto del siglo
XIX, la belle époque del capital. Aquel ciclo que,
colonizando los territorios africanos, completaba por primera
vez en la historia la incorporación del globo terráqueo en los
circuitos de valorización de valor. Aquella expansión del
capital financiero cuyas fantasmagorías descubría Benjamin en el París
levantado sobre la derrota de la Comuna de 1871: el de los pasajes
comerciales, las grandes avenidas Haussman y las construcciones de fierro.
Era aquel mundo de las altas finanzas el que, revelado en la arquitectura y
hasta en las modas pasajeras, tenía su cuya alegoría no europea era la llegada
del ferrocarril a Turquía, la India, Rusia y México.

Aquella marcha triunfal del capital, que desembocó en el estallido de dos


guerras mundiales y en la explosión de revoluciones en sociedades agrarias en
los extremos del mundo (Rusia, China, México), fue interrumpida por los
grandes acuerdos del siglo XX. Esos que, poniendo cercos al capital y tejiendo
redes protectoras del mundo humano, clausuraron la utopía del mercado
autorregulado: Welfare State, control y planificación estatal de las economías
nacionales, regulación estatal de las relaciones laborales y mecanismos
mundiales de regulación financiera (Bretton Woods).

Quebrar esos acuerdos y reimponer el mando irrestricto del capital sobre el


mundo humano fue el imperativo de la restructuración emprendida en los años
ochenta. Ésta se abrió por ello con una embestida contra los trabajadores y sus
sindicatos: reorganizando procesos de trabajo, desmantelando contratos
colectivos y arrasando con los derechos y conquistas laborales arrancados a lo
largo del siglo. Fue en esa gran ofensiva, operada no sin resistencias, en la que
se insertaron las luchas y derrotas sindicales que atravesaron la década de los
ochenta: desde la imposición del nuevo modelo laboral por la dictadura militar
chilena hasta la destrucción de los contratos colectivos de los sindicatos
industriales mexicanos (telefonistas, petroleros, mineros, automotrices),
pasando por las derrotas de las huelgas de los trabajadores automotrices
italianos, de los metalúrgicos alemanes y los mineros británicos.

Anunciada en las derrotas sindicales de los años ochenta, la restructuración


mundial del capital –y su nueva forma doctrinaria: el neoliberalismo- quebró los
equilibrios políticos representados en el Welfare State, la doctrina de la “guerra
fría” y los Acuerdos de Bretton Woods. aquella configuración histórica. La caída
del muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética, el Tratado de Maastricht,
el arranque de la Unión Europea, la entrada en vigor del TLCAN, el surgimiento
de la OMC y la desregulación financiera simbolizaron el fin de una época.

III
Una renovada expansión del capital, que no significa solamente difusión de
relaciones mercantiles sino apropiación ampliada de trabajo excedente y
aumento de la tasa de explotación, se despliega mundialmente desde las dos
últimas décadas del siglo XX en torno a cinco grandes ejes:
1) desvalorización de la fuerza de trabajo, ampliación del mando sobre su
uso (flexibilidad), fragmentación del mundo laboral y deslocalización
geográfica de las unidades productivas; 1
2) desregulación, es decir, eliminación de trabas jurídicas e institucionales
para la libre circulación de mercancías y capitales y para la libre
disposición de trabajo vivo. El proceso no sólo incluye eliminación de

1
Se trata, según Marco Revelli, de un cambio radical en el modelo de producción industrial: “En
el fordismo operaba la integración de la entera matriz tecnológica de todos los pasajes técnicos
en un único sistema organizativo, en una única línea de jerarquía integrada, unificada
territorialmente en una única unidad espacial homogénea [..] El modelo síntesis del fordismo es
la Fiat Mirafori de Turín, un área de tres millones de metros cuadrados, con doscientos
kilómetros de cadena de montaje con 60 mil obreros concentrados y controlados por un ejército
de 12 mil capataces [..] En la fábrica posfordista por el contrario asistimos a la total inversión de
la relación entre productividad y espacio. De cierto modo se trata de una total emancipación del
capital respecto de la constricción del espacio”. Marco Revelli, Lo Stato della Globalizzazione,
Associazione Culturale Leoncavallo Libri, Milán, 1998, ps.7-8.
barreras espacio-temporales para la libre movilidad de capitales.
Comprende también la desregulación estatal de las relaciones laborales,
es decir, el desmantelamiento de las estructuras de derecho público que
normaban las relaciones contractuales y salariales propias del mundo de
los intercambios privados (soporte material y jurídico de los llamados
“pactos corporativos): contrato colectivo, arbitraje estatal en los
conflictos laborales, salario mínimo, reglamentación del trabajo femenino
y prohibición del trabajo infantil;
3) desmantelamiento del Welfare State, esto es, de los sistemas estatales
de seguridad y protección construidos desde el reconocimiento de
derechos universales relativos al bienestar y a la satisfacción de las
condiciones materiales de una vida humana digna: salud, educación,
protección ante el desempleo y derechos relativos a la vejez, la
maternidad y la jubilación; 2
4) privatización de bienes y servicios públicos: medios de comunicación y
transporte (carreteras, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones), banca
y servicios financieros, petróleo e industria petroquímica, complejos
siderúrgicos e hidroeléctricos, instituciones estatales de seguridad social
(servicios médicos, guarderías, regímenes de pensiones de retiro) y
5) despojo de bienes naturales comunes (tierra, subsuelo, agua, bosques,
costas) y su incorporación en los circuitos de valorización y de
intercambio mercantil privado.

Presente en toda la historia del capital, y no relegada a sus tiempos remotos, la


acumulación por expropiación –como la llama David Harvey siguiendo a Rosa
Luxemburgo- es entonces también un eje central de este proceso
contemporáneo de expansión del reino del valor de cambio, en cuya realización
el capital, sirviéndose de sus seculares métodos de violencia, pillaje y
depredación, utiliza mecanismos enteramente novedosos, como el control
sobre los derechos de propiedad intelectual o la bio-piratería de recursos
genéticos:

2
Los ritmos y variantes que ha adoptado este proceso en el mundo se analizan en François-
Xavier Merrien, et.al., L’État social. Une perspective internationale, Armand Colin, París, 2005.
De la misma manera, la disminución creciente de bienes
ecológicos comunes del planeta (la tierra, el aire, el agua) y la
degradación creciente de entornos naturales que ya no
soportan modos de producción agrícola ávidos en capital son
resultado de la mercantilización pura y simple de la naturaleza
en todos sus aspectos. La mercantilización de la cultura, de las
historias y de la creatividad intelectual se traduce en formas de
expropiación masiva. La apropiación por las grandes empresas
y la privatización de bienes hasta ahora públicos, como las
universidades, sin hablar de la ola de privatización del agua y
de otras empresas públicas que ha envuelto al mundo entero,
son la forma moderna del “cercamiento de tierras comunales”.
Como en el pasado, el recurso al Estado se hace necesario
para imponer estos movimientos, muchas veces a pesar de la
voluntad popular. Y como en el pasado, los procesos de
expropiación desatan una fuerte resistencia que constituye el
corazón del movimiento anti-mundialización. La transferencia
hacia el sector privado de derechos de propiedad hasta ahora
comunes, obtenidos a través de luchas de clases (como el
derecho a la jubilación, al seguro de desempleo o a la
seguridad social) es, de todas las políticas de expropiación
impuestas a nombre de la ortodoxia neoliberal, una de las más
vergonzosas.
El proyecto de privatización de la seguridad social de la
administración Bush (que, de paso, someterá los fondos de
jubilación a las fluctuaciones del mercado bursátil) es un
ejemplo flagrante [..] El capitalismo hace suyas prácticas
caníbales, tan predadoras como fraudulentas. 3

Y en el fundamento del proceso, como en la Inglaterra de los enclosures


analizada por Marx en “La acumulación originaria” y como en la expansión
colonial europea analiza por Rosa Luxemburg en La acumulación de capital, la
fuerza organizada del Estado: dirección política, ley y
violencia encargadas de garantizar la apertura de
territorios, la transferencia de bienes públicos a
manos privadas, la caída salarial, la confiscación
privada de riquezas naturales. “La violencia (militar y
no sólo ‘simbólica’) está en el corazón de la dominación contemporánea del
capital financiero: ella es determinante en la reproducción de las relaciones
sociales sobre las cuales reposan la producción y apropiación de riquezas en la
era de la «mundialización», escribe Claude Serfati refiriéndose al papel central

3
David Harvey, “Le «Nouvel Impérialisme» : accumulation par expropriation", L’espace du
capitalisme. Totalitarisme et impérialisme, Actuel Marx núm.35, PUF, París, primer semestre de
2004, ps.77-78.
del militarismo (“uso de la fuerza organizada del Estado”) en esta
reconfiguración histórica. 4

Las innovaciones tecnológicas (informática, microeléctronica, ingeniería


genética, nanotecnología) permiten que esta incorporación de naturaleza, vida
y trabajo humano en los circuitos de valorización de valor rompa hoy con
límites antes inimaginables: bienes arqueológicos, biodiversidad, códigos
genéticos y aun recursos que son presupuesto de reproducción de la vida,
como el agua. Es decir, los soportes no de una u otra comunidad cultural, sino
los fundamentos naturales de la existencia humana. La renovada expansión del
capital toca ya entonces los bordes de una crisis civilizatoria.

Migraciones bíblicas, retorno del trabajo infantil, exclusión y humillación racial,


catástrofes ecológicas, revueltas en los suburbios pobres de las grandes
capitales europeas y, en América Latina, crisis estatales orgánicas y una
violencia cotidiana vuelta pandemia, son algunas de las nuevas imágenes que
acompañan a este cambio de época.

IV
Si el Estado es una forma de la vida social en que se expresan –y encubren-
relaciones de dominio-subordinación (un proceso relacional entre seres
humanos y no una cosa), entonces la relación estatal también está atravesada
por esta mutación. Dos atributos históricos de la forma estatal moderna,
monopolio de la violencia legítima y soberanía, aparecen hoy subordinados al
nuevo mando global de los negocios y las finanzas y a sus representaciones
institucionales financieras, militares y políticas (Banco Mundial, FMI, OMC,
OTAN, Pentágono).

La desregulación financiera, los proyectos impuestos por los organismos


financieros internacionales, los procesos de integración económica regional y la
creación de estructuras globales y hemisféricas de seguridad e inteligencia

4
Claude Serfati, Impérialisme et militarisme: actualité du XXIe siècle, Éditions Page deux,
París, 2004, ps.11-12.
militar, carcomen los atributos del Estado en tanto mando supremo dentro de
sus fronteras territoriales y depositario exclusivo de la coerción física (no
porque desaparezca la atribución estatal del ejercicio de la violencia, sino
porque la decisión política sobre ese uso ya no atiende exclusivamente a la
relación de autoridad interna, sino también a los requerimientos de estabilidad y
seguridad globales y/o hemisféricas).

Y sin embargo la globalización no significa la desaparición de los Estados


nacionales. No sólo porque las formas estatales son
también construcciones culturales –entramados
simbólicos- tejidas en los tiempos largos de la historia,
sino porque la dominación, para ser estable y duradera,
requiere del momento estatal: la existencia de esa comunidad ilusoria que,
enlazando a dominadores y dominados, constituye el campo político referencial
en que la dominación es disputada y establecidas las reglas del mando y la
obediencia. En otras palabras, hegemonía y legitimidad: sustento material e
irradiación moral-cultural que hacen que la dominación sea consentida y que no
puede otorgar el mercado ni imponer la coerción externa.

Proceso central en este cambio de época es, por ello, la reconfiguración de lo


estatal. Bajo diversos modos y siguiendo distintos ritmos, esta reconfiguración
está transitando por el desmantelamiento del Estado de Bienestar y el intento
de remplazarlo con una nueva comunidad estatal sostenida en la
universalización de la socialidad abstracta mercantil-capitalista. Esta difusión,
que supone arrasar con mundos de la vida y politicidades consideradas
“arcaicas”, requiere destruir identidades y formas de organización colectiva y
remplazarlas con formas individualizadas y fragmentadas de vinculación social.
Crear una sociedad atomizada de propietarios privados recíprocamente
indiferentes –una comunidad del dinero, como la llamó Marx- es el sueño
neoliberal.

El capital intenta desembarazarse de las redes protectoras implicadas en la


configuración del también llamado “Estado de seguridad”, sustituyéndolas por
las reglas abstractas del intercambio mercantil privado. El proceso, que
significa no sólo la privatización de bienes públicos sino una remodelación de
vínculos y subjetividades, requiere en el terreno del imaginario y las
representaciones colectivas abandonar los valores de justicia distributiva y
bienestar material propias del tiempo cultural del mundo keynesiano. Requiere
borrar de la memoria colectiva las certidumbres y derechos conquistados en las
experiencias de organización, batallas y triunfos de generaciones pasadas, e
impulsar una nueva construcción cultural fundada en la exaltación del
individualismo, la expectativa de éxito personal, la competencia y el
rendimiento individual.

En el fundamento social de esta reconfiguración política: la creación de una


república de las mercancías que esté sostenida en el valor de cambio como
nexo social, está sin embargo su imposibilidad. El intento de disolver mundos
de la vida históricamente configurados en una comunidad abstracta e
impersonal del dinero tropieza con los entramados materiales y espirituales que
constituyen a las sociedades, justamente, como mundo humano: tradiciones y
costumbres, arraigos a la tierra y a la naturaleza, afectos y solidaridades,
necesidades y disfrutes, historia y cultura compartida. La tragedia constitutiva
de la mercancía, como analizaba Marx en los Grundrisse, está en su doble
cualidad: en que su existencia como valor de cambio está permanentemente
anclada en su ser valor de uso: satisfactor de necesidades humanas
modeladas históricamente en la experiencia, costumbres, sueños y deseos de
las generaciones presentes y pasadas. “Permitir que el mecanismo del
mercado sea el único director de la suerte de los seres humanos y su medio
natural y aun del monto y el uso del poder adquisitivo, terminaría con la
demolición de la sociedad”, escribió Polanyi refiriéndose a esta “utopía
perversa”:

Porque la supuesta mercancía “poder de trabajo” no puede ser


llevado y traído, usado sin discriminación o siquiera dejado de
usar sin también afectar al individuo que resulte ser el
poseedor de esa mercancía peculiar. Al disponer del poder de
trabajo de un hombre el sistema, incidentalmente, dispondría
de la entidad física, psicológica y moral “hombre” que llevara
esa etiqueta. Despojados de la capa protectora de las
instituciones culturales, los seres humanos perecerían bajo los
efectos de la intemperie social; morirían como víctimas de una
aguda dislocación social como consecuencia del vicio,
perversión, crimen e inanición. La naturaleza quedaría reducida
a sus elementos, vecindades y paisajes serían manchados, los
ríos emponzoñados, la seguridad militar amenazada, el poder
de producir alimentos y materias primas destruido [..]
Indudablemente el trabajo, la tierra y los mercados de dinero
son esenciales para una economía mercantil. Pero ninguna
sociedad podría soportar los efectos de tal sistema de ficciones
crudas durante el más breve periodo de tiempo a menos que
su sustancia humana y natural así como su organización
comercial fueran protegidas contra los estragos de este molino
satánico. 5

En la búsqueda de esa legitimidad que nutra –y vuelva aceptable- al nuevo


modo de dominación, la desintegración de las redes protectoras del Estado ha
estado acompañada del desmantelamiento de dictaduras, gobiernos militares y
regímenes de partido único y el restablecimiento de las instituciones y
procedimientos de la democracia liberal: parlamentos, elecciones y alternancia
de partidos de distinto signo en la conducción de los aparatos administrativos
del Estado. El proceso, que sin duda libera espacios para la construcción de
nuevos tejidos organizativos, debe sin embargo operar en medio de un nuevo
mando global que reduce la intervención efectiva de gobernantes y ciudadanos
en los escenarios de la política institucional.
La reconfiguración política en curso intenta remplazar la legitimidad fundada en
el reconocimiento de derechos, protección estatal, resguardo de bienes
públicos y organización colectiva (soportes materiales y culturales del Estado
corporativo) con una nueva legitimidad democrático-electoral. Y sin embargo el
nuevo poder desregulado del capital, que carcome a su paso soberanías
estatales y reduce el control estatal de las economías nacionales, produce un
vaciamiento de las instituciones liberales.

Síntomas de este interregno, de este pasaje truncado a una nueva hegemonía


son, en Europa, el rechazo de los trabajadores franceses y holandeses a una
forma de la integración europea y las revueltas de los inmigrantes pobres y, en
América Latina, una crisis orgánica de las formas estatales que transmina a los
partidos y élites políticas existentes (México, Argentina, Brasil, Ecuador,
Bolivia).

5
Karl Polanyi, La gran transformación, Juan Pablos, México, 2000, ps.112-113.
V
La globalización está también acompañada de una transformación geopolítica
mundial que redefine la inserción –o exclusión- de los Estados en los procesos
de incorporación territorial, apropiación de plustrabajo e intercambio mercantil
que caracterizan a la nueva forma del capital global. Tres mutaciones han
operado en ésta –todavía en curso- reconstitución política de todo el orbe:

1) derrumbe de los regímenes burocráticos de la antigua Unión Soviética y


de los Estados bajo su influencia e incorporación de esos territorios en
los circuitos del intercambio mercantil privado;
2) procesos de integración económica y cooperación militar regional que
desbordan las fronteras territoriales de los Estados: Unión Europea,
ALCA, Japón-Cuenca del Pacífico;
3) ruptura de los equilibrios que sostuvieron el orden mundial de la
segunda posguerra (y de sus formas doctrinarias: el discurso de la
“guerra fría” y el de “los dos campos”) e irrupción de una nueva
supremacía militar mundial de Estados Unidos.

La reordenación del mundo transita por una reconfiguración política del espacio
global. Como aquella primera ordenación del globo terráqueo con que se
inauguró en el siglo XVI la modernidad capitalista, la contenida en esta
mutación está también acompañada de un discurso imperial en el que la
ocupación de territorios, la destrucción de mundos de la vida y el despojo se
anuncian como parte de un proceso civilizatorio: como una cruzada por la
libertad y la democracia, como la batalla contra el terrorismo y los “Estados
delincuentes”.

Esta reconfiguración política del espacio global, que no se produce solamente


por la coerción invisible del mercado, sino con intervención de la violencia física
de algunos Estados, incluye la recuperación de territorios que habían
condicionado –sin abolir- la operación de la ley del valor, como el inmenso
territorio de la Unión Soviética, el ocupado por los regímenes burocráticos en
Europa centro-oriental, China y las tierras ejidales arrancadas al mercado por la
revolución mexicana. La nueva geografía del capital comprende además el
impulso de procesos de integración económica y cooperación militar regional
con que se intenta regular –más allá de los Estados- las inversiones de
capital, los intercambios de mercancías, la apropiación de recursos naturales,
las condiciones salariales y laborales y los movimientos migratorios de la fuerza
de trabajo.

Estos procesos de integración económica y cooperación militar regional operan


desigualmente: si en algunas zonas –como en Europa- se intenta superar –sin
disolver- las barreras estatales, en otras el proyecto supone el
desmembramiento de fronteras territoriales y el socavamiento de los Estados
como unidades soberanas. En América Latina el Corredor Mesoamericano, el
Plan Puebla-Colombia y el proyecto del Istmo de Tehuantepec son las formas
concretas que adopta el proceso de reorganización capitalista de los espacios
territoriales.

Como ha sucedido en toda la historia del capital desde su gestación con la


primera forma imperial moderna (la monarquía ibérica), el complejo de
procesos implicado en esta reconfiguración histórica adquiere una forma
política unificada como mando imperial: categoría que no alude a un poder
descentrado y desterritorializado, pero que tampoco se reduce al Estado
estadounidense o al titular de su Poder Ejecutivo. Entendemos aquí como
configuración imperial del capital ese entramado de instituciones jurídicas,
financieras y militares en cuya cúspide se encuentra el Pentágono encargado
de garantizar, en este turbulento proceso de despojo universal, un mando
político unificado: Banco Mundial, FMI, OMC, OTAN y las estructuras globales
y regionales de seguridad e inteligencia militar creadas en los últimos años. 6

Es este mando imperial, encargado de garantizar política y militarmente la


incorporación de territorios, la apropiación de plustrabajo y el despojo de
riquezas naturales, el anunciado en la guerra del Golfo Pérsico (1991) y

6
Cfr. Jean-Claude Paye, La fin de l’État de droit. La lutte antiterroriste de l’état d’éxception à la
dictature, La Dispute, París, 2004.
reafirmado en las intervenciones militares en Afganistán (2001) e Irak (2003-
2005).

La existencia de este mando imperial no significa la desaparición del Estado.


La reorganización capitalista del espacio mundial, que conserva bajo otra forma
la estructura desigual y jerárquica que ha caracterizado al sistema mundial de
Estados desde su gestación en el siglo XVI, intenta redefinir el orden político
mundial, el lugar y función de sus unidades constitutivas –los Estados
nacionales- y sus relaciones internas. Esta reorganización del orden mundial -
proyecta conservar algunos Estados como unidades políticas soberanas y la
disolución, sometimiento o exclusión de las formas estatales restantes. 7

VI
La emprendida por el capital es una guerra sin límites, cuya manifestación más
sofisticada en las altas esferas de la política internacional y de las relaciones
entre Estados es lo que hoy se debate como quiebre de las reglas del campo
político, ruptura de los códigos tradicionales de la guerra, conversión del
enemigo en delincuente, demonización del adversario, estado de excepción.
“La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en el
que vivimos es la regla”, escribía Benjamin en polémica con Carl Schmitt
refiriéndose no solamente a la negra noche del fascismo, sino a ese
permanente estado de violencia pura que traspasa las formas jurídicas.

Y sin embargo, porque el capital no es una estructura sin sujetos, sino un


proceso que se realiza conflictivamente en las relaciones entre seres humanos,
ésta su mutación epocal es un proceso abierto, inacabado, un gran laboratorio
de ensayo y error. La dominación y su correlato, la hegemonía, es en realidad
un territorio en disputa en el que herencias culturales, entramados simbólicos,
experiencia acumulada y los nuevos espacios liberados en el torbellino

7
Serfati denomina a esta nueva configuración política imperial “bloque jerarquizado de Estados
transatlánticos”: formulación que alude no a una zona delimitada geográficamente, sino a un
espacio de relaciones geopolíticas y económicas que incluye a Estados Unidos, las potencias
de la Unión Europea, Japón, organizaciones financieras internacionales (FMI, BM, OMC) y
alianzas militares como la OTAN. Claude Serfati, op.cit., ps.179-184.
globalizador resultan, como suele ocurrir en la historia, en formas híbridas –a
la vez antiguas y novedosas- de organización y rebeldía.

La nueva forma de la dominación está aun en disputa y esta conflictividad


opera simultáneamente en distintos niveles: en la confrontación que ya aparece
en el horizonte con la emergencia de nuevas potencias (China), la ruptura de
los códigos tradicionales de la guerra y el quiebre de los supuestos jurídicos y
doctrinarios de las relaciones estatales modernas; en la rebeldía de
comunidades nacionales que se niegan a dejar de ser Estados (Cuba,
Venezuela) y en las múltiples formas de resistencia e insubordinación de las
clases subalternas: desde la persistente –y no derrotada- insubordinación
armada de las comunidades indígenas chiapanecas –organizada ahora en
municipios autónomos- hasta el no de los trabajadores franceses a una forma
de la integración europea, pasando por el movimiento brasileño de los sin
tierra, la resistencia iraquí a la ocupación militar estadounidense, las revueltas
de los inmigrantes pobres de los suburbios parisinos y las rebeliones de los
indígenas bolivianos por la recuperación de bienes naturales como patrimonio
público.

“La melancolía es el sentimiento que corresponde a la catástrofe en


permanencia”, escribía Benjamin reflexionando sobre la desdicha del hombre
moderno recreada en la poesía de Baudelaire. Y en seguida, a contracorriente
del marxismo positivista y con cierta ironía ante su afanosa búsqueda del
“sujeto revolucionario”, Benjamin apuntaba: “el hombre sepultado es el «sujeto
trascendental» de la historia”.

Ciudad de México, noviembre de 2005.

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