avanza a niveles de aceleración, opuesto a Occidente infló e infló, hasta reventar en 2008.
en 2008. China, en Finalmente el estilo de desarrollo debe cambiar su
que viene en el camino de la desintegración social.
Dos objeciones pueden hacer los estados occidentales:
primero, que se trata de países en vías de desarrollo y,
por tanto, es natural que en esa fase se crezca a tasas
más elevadas que cuando se ha alcanzado niveles
más avanzados. Plantean, también, que los asiáticos
tuvieron su crisis y que es parte de la normalidad
del desarrollo, pues se van marcando los ciclos de
saturación y re-emprendimiento de la acumulación
capitalista.
Todo eso puede ser atendible, pero la paradoja profunda
radica en que los países de América Latina, a los que les
fue aplicado el modelo neoliberal de manera integral,
también están en vías de desarrollo y, sin embargo, sus
resultados han sido diametralmente inferiores a los de
las naciones asiáticas que viven similar proceso.
La otra paradoja es que la crisis de Asia se produce
cuando los capitalistas de Occidente logran romper la
resistencia que ésta opone, para la entrada de capitales al
sector financiero de la región oriental. De hecho, bastó
que un país asiático cayera en “default”, para que la
corrida financiera, que ya era conocida en otras regiones
del mundo, hiciera su barrida de capitales en todo Asia,
retirando más de 700 mil millones de dólares. Los
mismos que fueron a alimentar la voracidad de Wall
Street y de los ejecutivos de las grandes empresas, que
terminaron por falsear sus cuentas, para aprovechar
la racha alcista de las bolsas captadoras.
América Latina pagó la crisis asiática con casi seis
años de recesión y Estados Unidos vivió el boom
de la bolsa y la especulación inmobiliaria, que se
cambio, aprovechó los recursos excedentarios de su
economía para efectuar fuertes inversiones en áreas
de infraestructura y desarrollo tecnológico; de esa
manera no tuvo recesión, por el contrario, creció a
casi dos dígitos durante toda la crisis. En América
Latina, en cambio, se aplicó la receta ortodoxa y se
inhibió la inversión, el gasto público y privado…con
los resultados ya conocidos.
Podemos concluir que durante la globalización se
han dado dos modelos de desarrollo: uno neoliberal,
con resultados cuestionables, y otro neokeynesiano,
con resultados espectaculares. El cuestionamiento del
modelo neoliberal está numerado ya y, por desgracia,
América Latina cae dentro de lo que es la geopolítica
de ensayística neoliberal y no la neokeynesiana.
Estrategias de cambio
Es esta parte del mundo, la de Occidente, la que
debe avanzar en estrategias de cambios profundos y
urgentes si desea evadir los traumas que significa una
crisis de dimensiones dramáticas. Estos deben ser tan
profundos que un relevo del liderazgo político se hace
imprescindible para comenzar a abordarlos. También,
debe modificarse el sistema de representatividad
democrática y el estilo mismo de la democracia: de
una de hegemonía “cupular” a una de hegemonía
“popular”. De lo contrario, el sistema estallará, como
lo recordara hace poco el profesor Sergio Aranda en
una clase dictada en la Universidad de Chile, en la
que señalaba que uno de los efectos de las crisis de
alcance global, es que barre con los liderazgos de turno.
29
eje central, de un modelo “empresocéntrico” a otro
“pueblocéntrico”. Esto se traduce en que las grandes
definiciones de desarrollo se establecen en aquellas
áreas en que la producción responde al beneficio social
amplio y no al restrictivo lucro empresarial. También
significa que la competitividad no se instala sobre la
base de los recursos naturales explotados por empresas
extranjeras, en calidad de enclaves y con muy pocos
encadenamientos hacia la economía nacional, sino que
se debe fomentar la creación de una inversión pujante
hacia la producción nacional y social, especialmente
de la pequeña y mediana empresa. De esa forma, se
generarán empleos dignos, capacidad competitiva
propia y dinámica de desarrollo social, tanto como
económico.
En definitiva, significa ensayar una estrategia por
la vía del desarrollo nacional y regional y no por la
pura numerología del crecimiento, que resultó ser,
por demás, una falsa promesa para América Latina.
No debemos sustituir una propuesta de “crecimiento”
mediocre por otra igualmente similar de “desarrollo”.
Para evitar ese tropiezo se deben incorporar, de
manera definitiva, los lineamientos rescatables de la
globalización: la competencia internacional (que hasta
ahora sólo se hizo de mercados abiertos en los países
pobres) y el desarrollo tecnológico, tremendamente
olvidado en la región latinoamericana (con excepción
de Brasil). Esta vez, el desarrollo debe ser democrático,
integrado, integrador, competitivo y tanto eficiente
como eficaz, de lo contrario volveríamos a tropezar
con la piedra del paradigma tercermundista, ya
superado.