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Fundación Federico Engels ..

Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


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Índice
 Presentación
 El mundo después de la guerra en Iraq (Alan Woods)
 Antonio Gramsci y la revolución italiana (Claudio Villa)
 La revolución italiana y las tareas de los trabajadores británicos (Ted Grant)
 Italia en el ojo del huracán Hacia una nueva fase en la lucha de clases (Alessandro Giardiello)
 Giro a la izquierda en los sindicatos británicos (Rob Sewell)
 Critica de libros
 España traicionada Stalin y la Guerra Civil ( Lluís Perarnau)
 El Imperio no existe Una crítica de las ideas de Toni Negri (Pietro Di Nardo)
Presentación

El presente número de Marxismo Hoy se publica en un momento crucial de la lucha de


clases internacional. La guerra imperialista en Iraq confirma el carácter turbulento de esta
nueva etapa. Todos aquellos que habían creído que nuevos conflictos bélicos tras la caída
del muro de Berlín sólo podrían ser algo excepcional se han equivocado por completo. La
nueva situación mundial marcada por la crisis de la economía capitalista —una crisis de
sobreproducción clásica—, por una aguda inestabilidad política, diplomática y militar y, por
encima de todo, por la irrupción de la clase obrera en la escena y el ascenso de procesos
revolucionarios en Latinoamérica, crea todas las condiciones para que las ideas del
marxismo revolucionario vuelvan a conectar con la experiencia de millones de
trabajadores y oprimidos de todo el mundo.

Todos aquellos que renunciaron a un análisis materialista de las contradicciones de clase


bajo el capitalismo no tienen nada que decir ante estos cambios bruscos en la acción
política de las masas y en su conciencia. No obstante hay que señalar en su descargo que
este fenómeno no es nuevo en la historia. En todos los periodos de auge económico del
capitalismo, edificados al calor de derrotas políticas y económicas del proletariado, surgen
con fuerza las voces de la claudicación, la renuncia y la adaptación al sistema. La política
de colaboración de clases, los revival reformistas de la Tercera Vía, la negación del papel
revolucionario de la clase obrera e incluso la teorización de su desaparición, parecen hoy
bromas irrelevantes, aunque durante años han encontrado audiencia en aulas, editoriales
y literatura pseudocientífica. Muchos de estos prejuicios e ideas de clases ajenas a los
trabajadores se importaron de contrabando a las filas del movimiento obrero como oro
puro cuando no eran más que quincalla.

Sólo los marxistas podemos levantar con orgullo nuestra bandera porque no cedimos a las
presiones de la época pasada. La propia guerra imperialista contra Iraq simboliza de
forma trágica este periodo de barbarie a la que el capitalismo ha condenado a millones de
seres humanos, y que sólo la lucha consciente por la revolución socialista podrá eliminar.

Abrimos esta edición de Marxismo Hoy con el artículo de Alan Woods El mundo después de
la guerra en Iraq. También tratamos, en un amplio artículo, escrito por Alesandro
Guiardiello —editor del mensual marxista italiano Falce Martello—, la situación actual del
movimiento obrero italiano después de las dos huelgas generales contra Berlusconi.
Asimismo publicamos un extenso trabajo sobre la figura de Antonio Gramsci y la
revolución italiana de 1920. Este artículo, escrito por Claudio Villa, trata de abordar con
rigor las luces y sombras del revolucionario italiano, frente a la mistificación que las
tendencias reformistas de la izquierda han hecho de su figura y su obra política. Se
completa este bloque dedicado a Italia con un artículo de Ted Grant, escrito en 1943, que
analiza la caída de Mussolini y las perspectivas para la revolución, dibujando un cuadro
muy exacto de lo que sería el desarrollo de los acontecimientos en años posteriores.

Incluimos en esta edición un texto elaborado por Rob Sewell, colaborador de la revista
marxista británica Socialist Appeal, sobre los cambios profundos que están teniendo lugar
en los sindicatos británicos. Como siempre terminamos la revista con el apartado dedicado
a la crítica de libros, en esta ocasión con dos títulos relevantes: Imperio de Toni Negri y
España Traicionada, un trabajo de investigación sobre la política de Stalin en la Guerra
Civil española.

El mundo después de la guerra en Iraq

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Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


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El mundo después de la guerra en Iraq


Alan Woods

La guerra en Iraq no le ha solucionado nada al imperialismo estadounidense, pero ha


desembocado en un período más inestable a escala mundial. El mundo es ahora un lugar
más turbulento, volátil y peligroso que hace unos cuantos meses.

A primera vista parece que el resultado de la guerra fue el más favorable para Washington.
La lucha terminó rápidamente y las pérdidas —al menos por parte de las fuerzas de la
coalición— fueron relativamente pequeñas.

El colapso de la resistencia iraquí en las últimas etapas sembró muchas dudas sobre la
capacidad de combate del régimen. Está claro que las cualidades de lucha del ejército
iraquí disminuían a medida que la guerra se acercaba a Bagdad, cuando se esperaba
exactamente lo contrario. Ese colapso, cuando llegó, fue repentino y total. La explicación
de esto reside, en parte, en la superioridad colosal de la capacidad de fuego
estadounidense y en su dominio aéreo. Pero esto no lo explica todo. Los estadounidenses
temían mortalmente la entrada a Bagdad porque sabían que si se iniciaba una lucha
callejera ésta provocaría muchas bajas. De hecho, fueron los más asombrados por lo
rápidamente que se derrumbó la resistencia. La victoria final de las fuerzas de la coalición
era inevitable, pero el repentino colapso de Bagdad no se puede explicar totalmente en
términos de la superioridad tecnológica del ejército estadounidense y de su fuerza aérea.
Fue más una cuestión de moral. En el momento de la verdad, la mayoría de los iraquíes no
estaban dispuestos a morir luchando por el régimen de Sadam Husein, incluso aunque
odiaran a los imperialistas estadounidenses.
La razón de esto fue la descomposición interna del propio régimen. La capacidad de lucha y
el coraje de las fuerzas iraquíes disminuyen cuanto más nos acercamos a las filas
superiores del Estado. Los soldados iraquíes y los fedaiyines lucharon valientemente, en
general. Por su parte, la Guardia Republicana, el cuerpo de élite mimado por el régimen de
Sadam Husein, no cumplió su promesa de luchar hasta la muerte, simplemente se
desintegró.

De este modo, la coalición consiguió la victoria más fácilmente de lo que había previsto.
Esto ha tenido consecuencias políticas concretas. Una campaña militar prolongada con
muchas bajas habría tenido unos efectos desastrosos en EEUU. En Gran Bretaña habría
puesto a Blair en una situación insostenible. Recientemente salió a la luz que Jack Straw y
otros destacados miembros del gabinete estaban dispuestos a dimitir si aumentaba el
número de parlamentarios laboristas que votaban contra la guerra.

La rápida caída de Bagdad ha tenido un efecto favorable para la camarilla instalada en la


Casa Blanca. Bush y Rumsfeld han salido fortalecidos, al menos temporalmente. Además,
la fracción de los halcones —Rumsfeld, Cheney, Wolfovitz— ha salido fortalecida a
expensas de Colin Powell. El centro de gravedad de la Administración Bush ha girado aún
más a la derecha. Esto tendrá consecuencias en la política interior y exterior de EEUU en el
próximo período.

Es importante destacar que Bush, durante la campaña electoral presidencial —antes de


que, gracias a un fraude, consiguiera entrar a la Casa Blanca—, era un ardiente defensor
del aislacionismo. Su consigna era: "EEUU primero". Pero en la época del capitalismo
monopolista y el imperialismo, "EEUU primero" no significa el aislacionismo sino una
política exterior agresiva y voraz. Rumsfeld, Cheney, Wolfovitz y sus amigos de la derecha
republicana son los defensores más vociferantes de esta política.

Paul Wolfovitz, el segundo de Rumsfeld, estuvo presionando para que se invadiera Iraq
desde principios de los años noventa; también exigió una acción militar contra Iraq
inmediatamente después del 11 de Septiembre, aunque no existía la más mínima evidencia
que vinculase a Iraq con el ataque a las Torres Gemelas. Según algunas fuentes, fue
disuadido en parte por la intervención de Tony Blair, que les pidió que en su lugar atacaran
a Afganistán. Pero nunca renunciaron a su plan original y los ataques del 11 de Septiembre
y la "lucha contra el terrorismo" fueron una excusa conveniente.

Las divisiones en la Administración, tanto antes de la guerra (sobre el papel de las


Naciones Unidas) como durante ella (sobre la política militar), demuestran que un sector de
la clase dominante —representada por Powell— se siente incómoda ante la "exuberancia
irracional" de la derecha republicana. Pero la victoria en Iraq ha desequilibrado la
correlación de fuerzas a favor de la fracción más reaccionaria. Los conservadores tienen
firmemente el control y lo utilizarán para imponer su política en diferentes zonas.

Iraq

La política que persigue la administración Bush en Iraq es la que se podía esperar. Con una
prisa indecente se apoderaron de los pozos petroleros inmediatamente después del inicio
de las hostilidades. Los únicos ministerios que protegieron en Bagdad fueron los de
petróleo e interior.
La conducta de los imperialistas estadounidenses en Iraq no es la de los libertadores sino la
de un ejército de ocupación y la de una potencia colonial. Son avaros y autoritarios.
También son brutos. Tan pronto como comenzó la lucha, Bush anunció que todos los
contratos de la reconstrucción irían a empresas estadounidenses. Todas, además, son
grandes contribuyentes económicos a las arcas del Partido Republicano. La derecha ha
realizado, a través de la Fundación Heritage, planes detallados para la privatización del
petróleo iraquí. Esto es ilegal bajo la ley internacional, pero la invasión de Iraq también es
ilegal, así que se limitan a encogerse de hombros.

La hipocresía de los imperialistas es realmente asombrosa. Continúan protestando y


diciendo que no están interesados en el petróleo iraquí, que el petróleo "pertenece al
pueblo de Iraq" y otras cosas por el estilo, mientras siguen con sus planes de entregar todo
a las constructoras estadounidenses y a las grandes multinacionales del petróleo. Sin
embargo, aquí también tienen grandes problemas.

En primer lugar, costará mucho dinero y tiempo poner en funcionamiento de nuevo los
campos de petróleo iraquíes. Se calcula que se tardará al menos un año en conseguir los
niveles de producción anteriores a la guerra, que ya eran muy bajos, y costará miles de
millones de dólares debido al deterioro sufrido por las instalaciones iraquíes a lo largo de
diez años de embargo.

Pero los problemas no terminan ahí. La empresa petrolera rusa Lukoil, que tiene grandes
intereses en Iraq y ha invertido mucho dinero, amenaza con emprender acciones legales si
los estadounidenses intentan vender el petróleo iraquí en el mercado mundial. Los rusos y
los franceses han exigido que la ONU juegue un papel clave en la reconstrucción iraquí, su
lema es: ¡queremos nuestra parte del botín! Los estadounidenses han respondido con una
propuesta amistosa: que los rusos y franceses perdonen las grandes deudas que Iraq
contrajo con ellos y que esta sería una buena manera de ayudar a la reconstrucción de
Iraq. A Moscú y a París no les ha gustado el chiste y respondieron negándose a que la ONU
levante las sanciones a Iraq o reinicie el programa de "petróleo por alimentos" que EEUU
necesita para reanudar la producción de petróleo y las ventas. Putin, sarcásticamente, dijo
que como las sanciones se impusieron porque Iraq supuestamente tenía armas de
destrucción masiva, entonces, para poder levantar las sanciones, EEUU y Gran Bretaña
deben demostrar que Iraq ahora está libre de estas armas. Pero a pesar de todos los
esfuerzos de la CIA todavía no hay señal de estas armas.

Es una cuestión seria para EEUU porque el costo de la ocupación y la reconstrucción se


calcula que estará entre los cien mil y doscientos mil millones de dólares. En la última
guerra, EEUU formaba parte de una coalición amplia que incluía a Rusia, Francia, Alemania
y Arabia Saudí. Las facturas las pagaron entre todos y la guerra no costó prácticamente
nada a EEUU. Pero en esta ocasión no hay nadie más dispuesto a pagar las facturas y EEUU
tendrá que hacer frente a los gastos en solitario. Naturalmente, la opinión de la Casa
Blanca es que los iraquíes deberían estar contentos y pagar su propia liberación, y que
EEUU merece una pequeña ayuda por haber tenido que hacer frente a todo ese problema.

Para desgracia de los imperialistas, la población iraquí no parece muy feliz y diariamente se
manifiesta contra sus "libertadores". El número de incidentes violentos aumenta
continuamente, lo mismo que el número de muertes. La mirada de los soldados
estadounidenses lo dice todo. Fueron allí creyendo que serían bienvenidos como
libertadores, pero en cambio se enfrentan a una población furiosa y resentida que desea
librarse de ellos. Viven con la amenaza constante de los francotiradores y los ataques
suicidas, por esa razón disparan primero y luego preguntan. Esto es una receta acabada
para masacres y atrocidades. El resultado final será más combustible en las llamas de odio
contra los invasores y estimulará el desarrollo de la acción armada. Ésta ya ha comenzado
y puede durar años.

A pesar de la rápida victoria estadounidense, las cosas no están siendo tan sencillas como
creía Rumsfeld. El intento de imponer un régimen títere estadounidense en Iraq se enfrenta
a serios problemas. El Pentágono apoya a Ahmed Chalabi, un títere de EEUU con un pasado
turbio, implicado en actividades empresariales delictivas por las cuales todavía se le busca
en Jordania (esto último es una buena recomendación para colaborar con personas como
Rumsfeld y Cheney). Pero la mayoría de los iraquíes odian a Chalabi, que no cuenta con
una base de apoyo.

La ignorancia de los estadounidenses de las condiciones en Iraq se ha podido ver con su


error de cálculo con los chiítas del sur. Pensaban que estos últimos se levantarían contra
Sadam Husein y darían la bienvenida a los invasores con los brazos abiertos. Pero nada de
esto ha ocurrido. Los habitantes recordaban perfectamente cuando George Bush les incitó a
rebelarse en 1991 y después, cínicamente, les traicionó abandonándolos a la tierna
compasión de Sadam Husein. Washington depositó sus esperanzas en su títere chiíta Abdel
Majid Joel, pero fue asesinado por sus enemigos políticos el 10 de abril frente a sus
guardaespaldas estadounidenses. Hoy en día, ser un agente de Washington en Iraq no es
una ocupación particularmente saludable, aunque esté bien pagada.

Napoleón sabía mucho de bayonetas y encontró muchos usos para ellas, pero hay una cosa
que no se podía hacer: sentarse encima de ellas. Los estadounidenses y los británicos no
tienen una base real de apoyo en Iraq y cualquier apoyo que pudieran tener al principio se
está evaporando como el agua sobre la arena caliente del desierto. En ese punto, la
superioridad militar sirve de poca ayuda. Una guerra de guerrillas larga, con métodos de
baja tecnología, como la utilización de francotiradores, emboscadas y ataques suicidas,
puede tener un efecto devastador si cuenta con el apoyo de la población, y lo tendrá.

El imperialismo estadounidense es la nación más poderosa de la historia, pero su poder no


es absoluto. Fue derrotado en Vietnam por un ejército de pies descalzos. Para ser más
correcto, fue derrotado en su casa por el movimiento de masas contra la guerra. Hasta el
momento, la mayoría de los estadounidenses han apoyado la guerra, pero porque ha sido
corta y relativamente indolora para EEUU. Pero si resulta que los soldados estadounidenses
se atascan en Iraq durante mucho tiempo, sometidos a los ataques de una población hostil,
la actitud de la población estadounidense cambiará. En el Líbano un solo coche bomba fue
suficiente para obligar al ejército estadounidense a retirarse. En Iraq son inevitables
acontecimientos similares. Tarde o temprano, el resultado final será el mismo.

Oriente Medio

Los imperialistas estadounidenses creían que una victoria militar en Iraq llevaría más
estabilidad a Oriente Medio. Ha ocurrido lo contrario. Después de haber tomado
aparentemente Iraq con una facilidad inesperada, ahora están mirando hacia nuevos
objetivos. Inmediatamente acusaron a Siria, no sólo de proporcionar ayuda militar a
Bagdad y albergar a dirigentes del partido Baaz, sino también de poseer armas de
destrucción masiva que, como sabemos, automáticamente concede a EEUU el derecho a
invadir el país que desee.

En realidad parece existir cierto desequilibrio en estas personas. Los neoconservadores han
desarrollado una agenda que, si la llevan a cabo, pondrá al mundo patas arriba y provocará
el caos en todas partes. Hace mucho tiempo que entraron en contacto con los elementos
más ultraderechistas del sionismo y aparentemente comparten el deseo de éstos últimos
de derrocar los regímenes árabes existentes y balcanizar todo Oriente Medio. El hecho de
que este plan implique el derrocamiento de los regímenes pro-occidentales de Egipto y
Arabia Saudí, y que esto provoque caos y guerra en toda la región es algo que no parece
importarles en absoluto.

Los portavoces de esta tendencia dicen públicamente que después de derrotar a Iraq, el
ejército estadounidense debería invadir inmediatamente Siria, Irán y Arabia Saudí. Esto,
según su firme convicción, tendría un imparable efecto dominó que llevaría al
establecimiento de regímenes "democráticos" en todo Oriente Medio, y además, a largo
plazo, llevaría la paz y la prosperidad general bajo el dominio benevolente de la economía
de mercado. El problema con el largo plazo, como explicó Keynes, es que todos estaremos
muertos.

Una muestra gráfica de la decadencia del capitalismo estadounidense es el que personas


como éstas ocupen cargos de responsabilidad públicos y, sobre todo, la Casa Blanca. No
han comprendido nada de la realidad de Oriente Medio o de la política mundial en general.
Por supuesto, no son responsables de la crisis del capitalismo mundial, pero sus actos la
exacerbarán y le darán un carácter particularmente explosivo.

Una guerra con Siria sería algo bueno para Sharon, abriría la posibilidad de que Israel
ocupase los Altos del Golán y también cortaría el apoyo a Hezbolá. Pero alteraría todo el
mundo árabe. Amenazaría con una implicación militar de Israel que desestabilizaría Arabia
Saudí y Egipto. Profundizaría las diferencias con Europa y Rusia.

Por esa razón, para mayor desencanto de Tel Aviv, los estadounidenses han dado marcha
atrás en su ataque a Siria, por el momento. Para calmar este desencanto están
presionando a Damasco, recurriendo al chantaje descarado y al soborno para obligar a los
sirios a hacer lo que quiere Washington.

La cuestión palestina

Como un gesto ante la opinión pública árabe y a su amigo Tony Blair, que necesita
desesperadamente algún apoyo que mejore su imagen en casa, Bush ha insinuado que
podría haber alguna solución al problema palestino. Pero en realidad es propaganda hueca.
La derecha republicana admira a Sharon y lo apoya con gran entusiasmo. Después de todo,
Israel es el único aliado fiable de EEUU en Oriente Medio. El enfrentamiento con Turquía ha
servido para subrayar este punto.

Después del colapso de la URSS, Washington creía que no necesitaría tanto los servicios de
Israel. Quería mejorar las relaciones con los regímenes árabes conservadores como Egipto
y Arabia Saudí, por esa razón presionó al gobierno laborista de Tel Aviv para que hiciera
algunas concesiones a los palestinos. Estas concesiones quedaron en nada y llevaron a la
segunda Intifada.

Sin duda, a los estadounidenses les gustaría resolver la cuestión palestina, pero no están
dispuestos a alejarse de los israelíes. La administración actual está aún menos inclinada a
poner condiciones a Sharon que la anterior administración de Clinton, y Sharon lo tiene
bastante claro. Mientras que ante las cámaras de televisión hacen gestos "conciliadores",
su lema es: lo que tenemos lo mantenemos.

La llamada "hoja de ruta" para un Estado palestino es un fraude. Todas las exigencias son
para los palestinos. No se hace ninguna demanda seria a Sharon. La Autoridad Palestina
(AP) está obligada a "reformarse", situando en un puesto clave a un títere estadounidense,
Abu Mazen (Mahmoud Abbas) y después debe prometer "poner fin a toda la violencia"
como una condición previa para iniciar las conversaciones con los israelíes. Pero la AP no
puede "poner fin a toda la violencia", como se ha podido comprobar en el último ataque
suicida en Israel. Por lo tanto, Sharon no hará ningún movimiento y todo continuará como
está.

Por otro lado, las exigencias hechas a los ocupantes israelíes son mínimas. No se les pide
que desmantelen los asentamientos, sólo que congelen la construcción de los nuevos. No
se les pide que retiren al ejército de los territorios ocupados, sólo que se retire de las
ciudades. Incluso si hicieran esto, sólo significaría la retirada de unos cuantos kilómetros y
podrían regresar cuando desearan.

Mientras tanto, los israelíes están construyendo un muro que los separará físicamente de
los territorios palestinos. Se supone que es una medida de seguridad, pero en realidad le
dará a Israel el control completo de la economía de cualquier entidad palestina. En parte ya
posee ese control porque abre y cierra la frontera cuando quiere, impidiendo que los
palestinos puedan ir a trabajar a Israel. El muro refuerza este poder.

Los imperialistas israelíes nunca permitirán la creación de un Estado palestino viable en sus
fronteras. Si se crease tal Estado sólo sería un Estado títere dependiente completamente
de Israel y estaría gobernado por sus agentes como una forma de controlar a los
palestinos. Esto no llevaría a la paz, sólo prepararía el terreno para nuevos levantamientos,
incluidos enfrentamientos fratricidas entre los propios palestinos.

Ni los imperialistas ni la burguesía pueden resolver el problema palestino. Aquellos que


dicen esto se están engañando a sí mismos y a la población. Continuará siendo una fuente
permanente de guerras y conflictos en Oriente Medio, hasta que sea derrocado el Estado
imperialista israelí. Pero para conseguirlo es necesaria la lucha común de los trabajadores
árabes y judíos, y esto sólo se puede conseguir con un programa y una política socialistas.
Sobre bases capitalistas el problema palestino no tiene solución.

El problema central de Oriente Medio es la debilidad de las fuerzas de la revolución


socialista. El fracaso de los estalinistas en el pasado, cuando defendieron la teoría de las
dos etapas y subordinaron a la clase obrera ante los nacionalistas burgueses, sólo
consiguió desorientar a los jóvenes y trabajadores. El resultado ha sido el ascenso del
fundamentalismo islámico que ha llevado al movimiento a un callejón sin salida.

Sobre bases capitalistas no hay salida para los pueblos de Oriente Medio. Estancamiento
económico, pobreza, desempleo, guerras, éste es el único futuro que espera a la región.
Sobre la base de una federación socialista tiene el potencial para convertirse en una zona
próspera, con un nivel de vida alto y una cultura floreciente, pero es necesario que los
vastos recursos de la región se pongan al servicio de los intereses de la mayoría de la
población. Sobre estas bases desaparecerían todos los viejos conflictos y el desierto
florecería.

Esa es la única perspectiva por la que merece la pena luchar y morir. Es la perspectiva de
la revolución socialista.

Nuevas contradicciones

A cada momento están surgiendo en todo el mundo nuevas contradicciones. En todas


partes hay una enorme inestabilidad, reflejando la profundidad de la crisis global del
capitalismo. En todos los niveles vemos la proliferación de escisiones, grietas y fisuras.
Todas las instituciones creadas después de 1945 ahora están en crisis: la ONU, la OTAN, la
UE, el G-8. Y por encima de todo está el profundo abismo que se ha abierto entre EEUU y
Europa. Es difícil ver cómo estas divisiones se van a resolver en el futuro próximo.

Los imperialistas estadounidenses están henchidos con su sentido de poder. Se comportan


de manera arrogante incluso con sus amigos. Después de seguir servilmente los dictados
de Washington, ahora los imperialistas británicos fueron dejados plantados por sus aliados
del otro lado del Atlántico. Como ya dijimos, no conseguirán nada, o casi nada, cuando se
reparta el botín. Las grandes empresas estadounidenses se llevarán todo.

Conscientes de su incómoda situación, Blair y compañía, están intentando arreglar las


relaciones con Francia y Alemania, pero han ido demasiado lejos. París y Berlín consideran,
correctamente, que han sido traicionados y que no se puede confiar en la "pérfida Albión".
No hace mucho tiempo los franceses y los británicos estaban planificando colaborar en la
Fuerza Europea de Defensa, en parte para intentar crear un contrapeso a Alemania. Ahora
ha cambiado todo dentro de Europa: Francia se ha separado de Gran Bretaña y se ha
acercado a Alemania.

Gran Bretaña es vista en París y Berlín como una herramienta de EEUU en Europa. Los
estadounidenses y los británicos están maniobrando con los gobiernos de derecha de
España e Italia y también con los nuevos estados de Europa del Este para fomentar un
bloque contra Francia y Alemania. En respuesta, los alemanes y franceses están formando
un bloque con Bélgica y Luxemburgo. El poder de Alemania y Francia es tal que Gran
Bretaña se encontrará rápidamente aislada en Europa, especialmente cuando los gobiernos
de derecha en Roma y Madrid ya no estén y Alemania pueda dominar económicamente
Europa del Este.

La tan cacareada "unidad" de Europa se ha mostrado muy frágil e inestable. El gobierno


francés y el alemán quedaron alarmados por el colosal poder del imperialismo
estadounidense en Kosovo. Ahora su alarma es aún mayor. Han decidido seguir adelante
con la Fuerza Europea de Defensa lo que ha provocado inmediatamente una crisis en las
relaciones con Gran Bretaña, que está insistiendo en que la nueva fuerza no debería ser un
rival de la OTAN (es decir, de EEUU). Pero ¡esa es precisamente la intención!

Los estadounidenses acusan a los franceses y alemanes de apartarlos de la planificación


militar. Pero eso es precisamente lo que hicieron los estadounidenses en Kosovo e Iraq. Los
grupos imperialistas rivales están decididos a seguir sus propios intereses a escala mundial
y estos intereses no coinciden. La intervención estadounidense en Oriente Medio y África es
una amenaza directa para los intereses franceses. Estas divisiones y conflictos entre las
diferentes potencias imperialistas dejan al descubierto completamente la estupidez de
aquellos que intentaron defender la idea de que existía alguna clase de imperialismo
mundial supranacional y unido llamado "imperio".

En un intento de encontrar un contrapeso a EEUU, los franceses y alemanes están


intentando llegar a un acuerdo con Moscú. Putin no consiguió nada con su política
conciliadora hacia Washington. Los estadounidenses están disputando a Rusia sus esferas
de influencia tradicionales en Asia Central y el Cáucaso. En Iraq están directamente
amenazando los lucrativos negocios petroleros de Rusia. Como resultado de esto Rusia ha
mantenido una posición hostil con relación a la aventura iraquí de EEUU y ha formado un
bloque con Francia y Alemania.

Lo firme que sean estas alianzas y bloques es otra cuestión, suelen cambiar dependiendo
de los intereses que estén en juego. Los franceses y los alemanes querrán mantener a
Moscú de su lado. Los estadounidenses harán todo lo que esté en su poder para evitar que
Rusia consolide su alianza con Francia y Alemania. Hasta donde pueden llegar depende de
cuántas concesiones estén dispuestos a hacer a Rusia.

Para intentar encontrar una solución con los rusos, Bush envió a Blair en una misión a
Moscú. A Blair le gusta pensar que tiene una relación especial con Putin, al igual que con
Bush. En realidad, su "relación especial" con el presidente estadounidense es la del lacayo
con su amo. Vladimir Putin es consciente de esto y no le divirtió tener una visita del
mensajero en lugar del jefe. Se vengó ridiculizándolo públicamente a Blair en una
conferencia de prensa, preguntándole donde estaban las armas de destrucción masiva en
Iraq. No consiguió responder.

La economía mundial en crisis

En última instancia, los conflictos entre las diferentes potencias imperialistas y el


comportamiento del imperialismo estadounidense en el mundo reflejan la crisis del
capitalismo y el estancamiento de las fuerzas productivas, encorsetadas en la camisa de
fuerza de la propiedad privada y el Estado nacional.

El final de la guerra, como muchos esperaban, no ha tenido el efecto de impulsar el


crecimiento económico. Todos los economistas han tenido que revisar a la baja sus
expectativas de crecimiento económico. El FMI ha bajado su previsión de crecimiento de la
economía mundial para este año del 3,7 al 3,2%.

Se espera que EEUU crezca un 2,2%, aunque el primer trimestre de este año proyecta sólo
un 1,6%. El desempleo en EEUU está aumentando, en febrero subió en 357.000
desocupados más y en marzo otros 108.000. La clave del crecimiento económico como
siempre es la inversión productiva. La inversión en EEUU creció un 10% al año durante el
período de 1996-2000, pero en 2001-2002 cayó a un 5,5%.

No habrá recuperación real de la economía estadounidense hasta que no se recupere la


inversión. Pero esto depende de la recuperación de los beneficios y por ahora no hay señal
a la vista. La existencia de una enorme sobreproducción ("sobrecapacidad") provoca una
presión descendente sobre los precios y los beneficios. La capacidad productiva instalada
utilizada en EEUU en la actualidad está cerca de alcanzar un récord mínimo.

La reducciones reiteradas de las tasas de interés han tenido algún efecto en impulsar el
crédito, pero no puede durar. El crédito, como explica Marx, tiene el efecto de extender el
mercado más allá de sus límites naturales durante un tiempo. Pero tarde o temprano, el
dinero prestado debe ser devuelto y con intereses. En determinado momento, el proceso
alcanzará sus límites y comenzará a dar marcha atrás, provocando una crisis aún más
severa.

La crisis se agravará por el hecho de que durante el último auge económico todo el sistema
fue más allá de sus límites, provocando serios desequilibrios que finalmente deben ser
corregidos. Será un proceso penoso. Normalmente, al final de una recesión las empresas
tienen una pequeña plusvalía financiera. Pero en el momento actual, las empresas
estadounidenses están con la luz roja encendida. Y aquí no acaba el asunto. En todos los
sectores que analicemos de EEUU vemos un cuadro de déficit y deuda que pende sobre la
economía como un negro nubarrón.

El presupuesto federal, que con Clinton tenía superávit, ahora está en déficit. ¿Qué ha
hecho George W. Bush para solucionarlo? Por un lado pide un aumento grande del gasto
militar y, por el otro, pide una reducción de impuestos valorada en 726.000 millones de
dólares. Alan Greenspan señaló que esta era una posición indefendible y fue recompensado
con un ataque violento de la derecha republicana, que incluso exigió su destitución. Al final,
el Congreso aprobó sólo la mitad de la reducción de impuestos pero la victoria en Bagdad
les exigirá pronto mucho más.

No sólo existe un nivel sin precedentes de endeudamiento privado y empresarial, no sólo


existe un enorme déficit presupuestario, además el déficit por cuenta corriente de EEUU (la
cantidad neta de dinero que entra o sale de EEUU) es también enorme. Ahora equivale al
5% del PIB, pero se espera que alcance el 7 o el 8%. En otras palabras, EEUU está
profundamente endeudado con el resto del mundo y está financiando sus gastos a costa de
la moneda extranjera.

Esta situación desafía las leyes económicas de la gravedad. Es claramente insostenible. En


realidad, si cualquier otro país presentara estas mismas estadísticas, el FMI estaría
llamando a su puerta para exigir una política de recortes y austeridad. Pero no es cualquier
otro país, es EEUU. Incluso así, esto no puede durar mucho. Tarde o temprano el capital
extranjero abandonará de nuevo EEUU, provocará una caída profunda del dólar y hundirá
al mundo en una crisis seria.
Stephen Roach, economista jefe de Morgan Stanley, está advirtiendo de que la economía
mundial está al borde de una recesión. El problema es que ninguna otra economía tiene el
peso necesario para sacar a la economía mundial de la recesión. En el pasado, Alemania y
Japón actuaron como la fuerza motriz de la economía mundial junto a EEUU, pero eso ya
no es posible.

La inversión en la Unión Europea (UE) lleva contrayéndose desde mediados del año 2000.
Francia y Alemania tienen enormes déficit que exceden los límites impuestos por el llamado
"pacto de crecimiento y estabilidad". Ahora Italia está cerca de alcanzar un déficit del 3% o
más. Esto destruye completamente los objetivos de la zona euro que pretendían tener un
déficit del 0,3% para el 2002 y 0 para el 2003. En su lugar, el déficit total fue del 2,3% en
2002 y ahora dicen que no conseguirán equilibrar la situación hasta el año 2006.

Como hemos explicado muchas veces, el intento de unir economías que se mueven en
direcciones diferentes les está obligando a aceptar un sistema monetario rígido que les
lleva juntos al desastre, especialmente en una recesión. Ahora se puede ver
perfectamente. No pueden reducir los tipos de interés cuando lo necesitan, están
reduciendo el gasto y subiendo los impuestos en una recesión, que es precisamente lo
contrario de lo que deberían hacer según las viejas recetas económicas.

Debido a esta situación, la Comisión Europea ha advertido que las perspectivas económicas
"son poco prometedoras a corto plazo". La economía alemana ha tenido una tasa de
crecimiento peor que la de Japón. Se espera que crezca sólo un 0,5%, comparado con el
0,8% de Japón, el 1% de Italia, el 1,7% de Francia y el 2,2% de Gran Bretaña. Schröder
está exigiendo recortes profundos del gasto social que provocarán conflictos internos
dentro del SPD. El desempleo supera los cuatro millones de personas y sigue aumentando.
Los beneficios bancarios son débiles, las empresas entran en bancarrota y los precios de
las acciones caen.

En la recesión de 1990-91 la caída se amortiguó con el crecimiento de los tigres asiáticos,


pero ahora esto se ha terminado. Asia creció un 6% el año pasado pero las perspectivas se
han revisado a la baja, en parte como resultado de la neumonía asiática (SARS), pero
también debido a la perspectiva incierta de la economía mundial en su conjunto. Morgan
Stanley sugirió una tasa de crecimiento para este año del 5% en Asia, pero ahora la ha
revisado a la baja y la ha situado en el 4,5%.

La perspectiva es aún más sombría debido al colapso del turismo que arrastra a los hoteles
y las aerolíneas. Esto en parte es el resultado de la guerra, el terrorismo y la SARS, pero
también refleja el ambiente general de incertidumbre y el declive de la actividad
económica. Hace un par de semanas la aerolínea australiana Qantas ha anunciado mil
despidos y Cathay Pacific ha cancelado el 23% de sus vuelos. Las pérdidas han sido aún
mayores en las aerolíneas estadounidenses.
En este contexto de sobreproducción, caída de la demanda y ausencia de mercados, se
intensificará el antagonismo entre las diferentes economías capitalistas y bloques
económicos. Existe una lucha feroz incluso por el pedazo más pequeño de mercado y
también por las materias primas y esferas de influencia. La contradicción entre Europa y
EEUU es especialmente severa.

En el caso de una recesión mundial, una profunda caída del dólar y las consiguientes
convulsiones de los mercados monetarios mundiales, la frágil estructura del comercio
mundial sufrirá una presión muy seria. Esto es lo que realmente preocupa a los estrategas
del Capital. Comprenden que la depresión mundial de los años treinta estuvo provocada
por las tendencias proteccionistas, manifestadas en toda una serie de devaluaciones
competitivas.

El auge del comercio mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial fue el secreto de
la recuperación del sistema capitalista durante todo un período histórico. La globalización
sin duda ha servido como un impulso importante para la economía mundial, pero es un
error pensar que este proceso no se puede volver en su contrario. Es lo que ocurrió en el
período entre guerras y no hay absolutamente ninguna razón para creer que no se va a
repetir en el próximo período.

Europa y EEUU

Las tensiones entre EEUU y Europa, a las que habría que sumar a Japón, son más
profundas según pasan los días. En un momento diferente esto habría terminado en una
guerra. Pero en el período actual es tal la superioridad militar y tecnológica del
imperialismo estadounidense que está descartada esa posibilidad. Lo único que pueden
hacer los capitalistas europeos es apretar los dientes, impotentes ante los imperialistas
estadounidenses, al menos por el momento.

La guerra entre Europa y EEUU está descartada. Pero la guerra comercial no. En el caso de
una recesión seria, las contradicciones entre Europa y EEUU, que ya se han manifestado en
toda una serie de conflictos relacionados con el acero, productos agrícolas y otras cosas,
pueden llevar a exigir restricciones a la importación y otras medidas proteccionistas. Esto
tendría efectos desastrosos en el comercio mundial. Amenazaría con el regreso a la política
económica que existía antes de 1945.

Un síntoma de la seriedad del choque de intereses es la forma en la que Francia y Alemania


están organizando lo que denominan Fuerza de Defensa Europea. No confían en que
Washington defienda sus intereses y están haciendo sus propios preparativos. No hay nada
progresista en esto. Es sólo una cuestión de un grupo de gángsteres imperialistas que se
enfrenta a otro. Los perdedores, como siempre, serán los trabajadores de todos los países.

En todas partes vemos la misma historia: "armas en lugar de mantequilla". La nueva etapa
de la crisis del capitalismo mundial se caracterizará por convulsiones constantes en un
continente y en un país tras otro. A una guerra seguirá otra. La consecuencia inevitable de
estas convulsiones será una tendencia inexorable hacia la militarización del mundo.

¿Qué conclusión se supone que han sacado las naciones de la guerra en Iraq? Sólo una: es
necesario adquirir lo antes posible armas nucleares y otro tipo de armas de destrucción
masiva. Esa es la conclusión de Corea del Norte y por ahora les ha sido muy útil. Los
norcoreanos dicen: sólo desarrollando nuestras propias armas nucleares podremos
salvarnos del destino miserable que ha tenido el pueblo iraquí.

En esto hay cierta lógica. Ciertamente, los imperialistas estadounidenses, que amenazan a
Siria e Iraq, no parecen tener mucha prisa en atacar Corea del Norte. Probablemente,
llegarán a alguna clase de compromiso que implique el pago de grandes sumas de dinero,
pero será más barato que una guerra con un enemigo que posee no sólo armas nucleares,
sino también medios para utilizarlas contra Corea del Sur, Japón y quizá incluso contra la
Costa Oeste de EEUU.

Israel también tiene armas nucleares (pero es mejor no hablar de eso), como también
India y Pakistán. Es posible que Irán siga el mismo camino, con la ayuda de Rusia. Es sólo
cuestión de tiempo que Japón se vea en la necesidad de adquirir un pequeño seguro
nuclear. Toda Asia es un futuro campo de batalla en el cual las grandes potencias —EEUU,
Japón y China— lucharán por conseguir el dominio. Las consecuencias para la humanidad
serán aterradoras.

Los costos de estas nuevas armas recaerán sobre la clase obrera. La Fuerza Europea de
Defensa, por ejemplo, para que sea efectiva deberá tener al menos un nivel tecnológico
comparable al de EEUU. Esto será muy caro. Se pagará en forma de subidas de impuestos
y recortes sociales en educación, vivienda y hospitales. La burguesía dice que no tiene
dinero para estas cosas pero sí tiene mucho dinero para los nuevos juguetes de los
generales.

Los capitalistas de todos los países no pueden ofrecer salarios más altos y condiciones de
vida decentes para las masas. Pero la clase obrera no puede sufrir nuevos recortes e
imposiciones. Ya ha sufrido esto durante el último período. Hay un límite para la paciencia
de la clase obrera y se va a alcanzar en todas partes.

Las manifestaciones de masas que llenaron las calles de Londres, Madrid, Roma y otras
ciudades antes de la guerra, fueron una demostración de que algo estaba cambiando en la
sociedad. ¿De dónde salieron estos millones de personas? Para alguien que no tenga una
comprensión de la dialéctica marxista esto parecería un rayo en medio de un cielo azul.
Pero no fue así. Fueron resultado de todo un período donde el descontento de las masas se
ha ido acumulando silenciosamente en los escondrijos más profundos de la sociedad. El
problema era que este descontento no tenía un medio claro para expresarse. Los partidos y
sindicatos "oficiales" de la clase obrera habían girado tanto a la derecha durante el último
período, acomodándose a la presión de la clase dominante, que los trabajadores y los
jóvenes se alejaron de ellos. Esto permitió que los dirigentes girasen aún más a la derecha.
Pero todo proceso tiene sus límites y éste no es una excepción.

La explosión de la furia de masas contra la guerra reveló lo profundo que era este proceso.
La cantidad se transformó en calidad. Estas manifestaciones de masas fueron sólo las
primeras indicaciones de un proceso de radicalización que afectará a un país tras otro en el
próximo período. Es un fenómeno que hunde sus raíces en el período anterior. Las masas,
recién despertadas a la vida política, están diciendo al viejo establishment político: ¡ya
hemos tenido suficiente! ¡Hasta aquí hemos llegado!

Pero el movimiento contra la guerra también demostró la debilidad y los límites de la


acción espontánea de las masas. Millones de manifestantes pudieron sentir su fuerza
colectiva y adquirir una nueva confianza. Pero también pudimos ver que las
manifestaciones, por sí solas, no solucionan nada. Es necesario ir más allá de las
manifestaciones y pasar a la acción política consciente.

Se puede ver un proceso similar en el frente sindical. Las huelgas generales de masas en el
Estado español, Italia, Grecia y Portugal, la continua oleada de huelgas en Francia, las
grandes huelgas del IG Metall y otros sindicatos en Alemania y el fermento de los
sindicatos británicos, que ha llevado a la derrota del ala de derechas en un congreso
sindical tras otro, demuestran que algo está cambiando en la clase obrera y sus
organizaciones. Esto muestra qué va a ocurrir en el futuro.

Todos estos síntomas demuestran el ambiente subyacente que existe en la sociedad. La


gente no está contenta. Existe un fermento y un ambiente crítico. Incluso en EEUU existe
este ambiente y se profundizará en el próximo período, cuando la gente sea consciente de
que las élites adineradas que dominan sus vidas no representan sus intereses. Todo está
preparado para una explosión de la lucha de clases en todas partes.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, León Trotsky pronosticó que EEUU surgiría victorioso
y se convertiría en la principal potencia imperialista del mundo, pero añadió algo más: que
tendría dinamita en sus cimientos. Ahora es literalmente cierto. George W. Bush asegura a
la población estadounidense que la guerra ha terminado. Pero en realidad la guerra acaba
de comenzar. Se producirá una conmoción tras otra, tarde o temprano esto afectará a la
conciencia de millones de personas también en EEUU.

Hemos entrado en un período decisivo de la lucha de clases en todo el mundo. En todas


partes vemos, desde América Latina a Oriente Medio, desde Europa a Asia, cómo el
sistema capitalista está en una crisis profunda. Se está produciendo un despertar de la
clase obrera y la juventud. Es necesario dotar a este movimiento del programa y la política
necesaria para triunfar. Por nuestra parte, haremos todo lo posible para llevarlo a efecto.
Mientras tanto, tenemos que sacar la siguiente conclusión: el movimiento en dirección a la
revolución mundial ha comenzado.

Eso no quiere decir que la revolución vaya a estar inmediatamente en el orden del día en
todas partes. Después de un largo período en el cual la lucha de clases ha estado en
retroceso en los países capitalistas desarrollados, la clase obrera necesita tiempo para
estirar los músculos. La nueva generación no tiene experiencia y tendrá que pasar a través
de toda una serie de luchas parciales para comprender la tarea que la historia ha
depositado ante sí.

No va a ser un período fácil. Habrá derrotas y victorias. Períodos de gran avance seguidos
por otros de cansancio, desencanto e incluso reacción parcial. Pero cada paso atrás
preparará el camino para movimientos mayores de la clase obrera. La razón es que el
capitalismo en este período ya no es capaz de garantizar las reformas y concesiones que
pudo hacer durante el largo auge económico que siguió a 1945. Habrá que luchar por cada
avance. Cada aumento salarial o reforma supondrá una lucha amarga entre el trabajo
asalariado y el capital.

Gradual, lenta y penosamente, la clase obrera, empezando por su vanguardia, comenzará


a extraer conclusiones revolucionarias. Este proceso de desarrollo de la conciencia de las
masas sólo puede proceder de la experiencia, especialmente de la experiencia de los
grandes acontecimientos. En determinado momento, estos acontecimientos encontrarán su
expresión dentro de las organizaciones de masas.

Las organizaciones de masas de la clase obrera, comenzando por los sindicatos, se verán
sacudidas de arriba a abajo. La capacidad de los marxistas para llegar a las masas estará
determinada por nuestra capacidad de intervenir de una forma decisiva en este proceso
inevitable.

Tarde o temprano, en un país tras otro, se planteará la cuestión del poder. El desarrollo de
la economía mundial durante el último período ha conseguido que la lucha de clases tenga
un nivel de vinculación mundial que era inimaginable en el pasado.

Las revoluciones de 1848-49 en realidad se limitaron a Europa. La Revolución Rusa de


1917 tuvo un gran efecto, no sólo en Europa, también en Asia y Oriente Medio. Fueron "los
diez días que conmovieron al mundo". Pero en las condiciones actuales, una sola revolución
triunfante, especialmente en un país clave, tendrá un efecto aún mayor en el mundo.

El éxito de la revolución socialista sería mucho más fácil si existiera una tendencia marxista
con raíces en las organizaciones de masas y una perspectiva revolucionaria clara. El
fortalecimiento de la tendencia marxista internacional es la tarea más urgente. La
experiencia de los trabajadores y los jóvenes, combinada con la comprensión necesaria de
la táctica, estrategia, teoría y perspectivas, es una garantía suficiente de victoria.

La clase obrera y la juventud están aprendiendo de su propia experiencia. Pero eso no es


suficiente. Nuestro deber es ayudarlos a extraer todas las conclusiones necesarias,
participar hombro con hombro con ellos en cada lucha y crear el vehículo necesario para
llevar la lucha hasta el final.

6 de mayo del 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana

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Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


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Antonio Gramsci y la revolución italiana


Claudio Villa

Han pasado sesenta y seis años desde la muerte de Antonio Gramsci, uno de los
fundadores del Partido Comunista de Italia (PCI). En todo este tiempo, sus mejores ideas y
posturas políticas han sido distorsionadas, extrapoladas de forma abusiva, falsificadas y
vendidas en rebajas por la propaganda estalinista y reformista. Tres generaciones de
militantes comunistas han sido engañadas acerca de este hombre, cuyos retratos están
colgados en cientos de locales de Refundación Comunista (PRC) y de los Demócratas de
Izquierda (DS), partidos herederos del PCI. Desde la posguerra hasta hoy, los dirigentes de
los partidos obreros han dibujado a Gramsci como el paladín de la lucha por una moderna
democracia parlamentaria, como el teórico que modernizó el marxismo de forma original,
adaptándolo a las peculiaridades de la sociedad occidental avanzada y democrática. No
contentos con esto, la obra de maquillaje y momificación ha llegado a verdaderas
exageraciones, describiéndolo como más vigente y dialéctico que Marx, Lenin y Trotsky.
Pero las ideas y la historia política de Gramsci no se corresponden con esta propaganda.

LA VERDAD ES REVOLUCIONARIA

En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes
persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con
la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte se intenta
convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos por decirlo así, rodear sus nombres de una
cierta aureola de gloria para consolar y engañar a las clases oprimidas, castrando el
contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En
semejante arreglo del marxismo, se dan la mano actualmente la burguesía y los
oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano,
tergiversan el aspecto revolucionarios de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen
pasar a primer plano lo que es o parece ser aceptable para la burguesía.

Lenin,
El Estado y la revolución, 1917

Estalla la revolución en Europa

La revolución que se desarrolló desde febrero a octubre de 1917 en Rusia cambió el curso
de la historia, sirviendo de inspiración al movimiento obrero internacional durante
generaciones. 1917 sacudió de arriba a abajo la sociedad, transformando los partidos
obreros y los sindicatos. "Hacer como en Rusia" era la respuesta que la clase obrera sentía
poder dar a la miseria y a la guerra del capital. Las manifestaciones de solidaridad con la
revolución reunían a millones de trabajadores. Desde el principio y en primera fila, país tras
país, se encontraban las mujeres trabajadoras y los jóvenes. La lucha de la clase obrera
europea en Alemania y Centroeuropa, Inglaterra, Francia, Italia o España jugó un papel
fundamental en la derrota de la ofensiva militar contra el Estado soviético por parte de los
ejércitos capitalistas, así como en el fin de la Primera Guerra Mundial. A setenta años de la
aparición de El manifiesto comunista de Marx y Engels, el fantasma del comunismo recorría
el mundo haciendo temblar a la burguesía.

La revolución italiana conocida como el Bienio Rojo fue contemporánea de la República


Soviética Húngara, de la Huelga General Revolucionaria en España y de la Revolución
Alemana de 1918-19. Pero en esa ocasión el Partido Socialista Italiano (PSI) perdió una
enorme oportunidad histórica: los trabajadores del norte ocuparon las fábricas y, en el
punto álgido del proceso (septiembre de 1920), medio millón de obreros las paralizaron
durante semanas a lo largo de toda Italia; los campesinos del norte y del sur ocupaban las
tierras, y hasta los campesinos pobres más atrasados que estaban alrededor del Partido
Popular fueron atraídos por la revolución. El desarrollo del movimiento fue tal, que una
dirección revolucionaria consciente hubiera podido unificarlo y llevarlo a la victoria. El PSI
era un partido muy enraizado entre la clase, fortaleciéndose día a día: dirigía el mayor
sindicato, la Confederación General de Trabajadores (CGL), y administraba miles de
ayuntamientos y cooperativas obreras.

La victoria de la Revolución italiana hubiera podido romper el aislamiento de la Revolución


Rusa, cambiando el destino de la revolución mundial. Pero la historia ha demostrado que
una dirección revolucionaria no se puede improvisar. En el proceso revolucionario, el
proletariado no tiene tiempo de sacar todas las conclusiones correctas, ni de corregir sus
errores ni los de sus dirigentes. El tiempo de la revolución es objetivamente limitado y las
decisiones que se adoptan en cada momento exigen un gran conocimiento previo de la
táctica y la estrategia. El partido revolucionario, pues, tiene que jugar un papel que la clase
obrera no puede improvisar en pocos meses. Por eso el partido es condición necesaria,
aunque no suficiente: debe saber ganar la confianza de su clase con paciencia, para que en
la etapa decisiva el proletariado asuma sus ideas, su programa y sus métodos. Sin un
núcleo firme de cuadros preparados y con raíces en la sociedad es imposible elaborar las
consignas adecuadas para cada momento de la revolución; y más difícil aún es resistir las
enormes presiones de todo tipo que se producen durante las convulsiones sociales.

Las corrientes centristas en los partidos obreros, típico producto de los períodos
revolucionarios, oscilan entre el reformismo y el marxismo bajo las presiones que reciben
de la calse obrera y de los acontecimientos. Estas corrientes nada tienen que ver con una
dirección revolucionaria consecuente. La mayoría de los dirigentes del PSI se declaraban
"maximalistas", es decir, partidarios del programa máximo de la transformación socialista,
pero en realidad no eran más que centristas porque, desde el final de la guerra, habían
tocado los tambores de la revolución sin prepararla, y por eso llegaron completamente
desorganizados a la cita del Bienio Rojo.

Igual que la guerra, también la revolución tiene en cada fase un centro principal de
operaciones. En Turín, el frente revolucionario más importante en 1920, militaba Antonio
Gramsci. Sus posturas políticas, a pesar de ser la vanguardia del PSI, estuvieron en
minoría. La falta de una corriente organizada alrededor de sus ideas dentro del partido fue
decisiva para la derrota de la revolución. Trotsky comentará: "Si al acabar la guerra no
hubo en Europa ninguna revolución triunfante fue porque faltó el partido", y hasta el
socialista Nenni confirmará en 1926 que "el juicio [de Trotsky] es exacto en lo referido a
Italia". De la experiencia de la derrota de la revolución y de la influencia de la Internacional
Comunista (IC), fundada en 1919, nació el Partido Comunista de Italia (PCd’I), escisión
revolucionaria del PSI en el Congreso de Livorno de enero de 1921.

Los partidos comunistas que nacieron por toda Europa atrajeron rápidamente a los sectores
más conscientes, aunque todavía minoritarios, de la clase obrera, y todavía más
rápidamente atrajeron a los jóvenes de los partidos socialistas. Pero en ningún país,
excepto Francia, lograron los comunistas ganar inicialmente a la mayoría de la base, que
apoyaba a los dirigentes centristas y reformistas de los partidos obreros y los sindicatos
tradicionales. Ocasiones revolucionarias muy claras volvieron a presentarse a lo largo de
los años 20 y 30 en Europa. Tal como demostró la experiencia del partido de Lenin, una
dirección revolucionaria necesita tiempo para forjarse, seleccionar sus cuadros, afinar las
armas teóricas y organizativas, enraizarse en la clase obrera. Así, sucedió que muchas
direcciones de los jóvenes partidos comunistas se demostraron inmaduras, a menudo poco
humildes e impacientes, y pecaron de ultraizquierdismo y sectarismo hacia amplios
sectores de los trabajadores organizados.

La humanidad pagó la ausencia de una dirección marxista de masas con las dictaduras
fascistas de Italia, Alemania y España y con la Segunda Guerra Mundial. Este también fue
el precio a pagar por otra causa: el atraso, el aislamiento y la consecuente degeneración
burocrática de la URSS. En este contexto, Gramsci y Trotsky fueron los únicos dirigentes
comunistas que comprendieron claramente la naturaleza del fascismo como una reacción
desesperada de las masas de las clases medias ante la falta de una salida revolucionaria a
la crisis del capitalismo. Sobre esta reacción se basó la gran burguesía y su Estado para
aplastar todas las organizaciones obreras y alejar el "fantasma del comunismo". Fueron los
fascistas quienes arrestaron a Gramsci en Roma el 8 de noviembre de 1926, encerrándolo
en la cárcel hasta su muerte once años después.

Gramsci y el movimiento comunista italiano

Gramsci no malgastó su vida luchando por la democracia burguesa. Nunca teorizó sobre
una república italiana basada en la colaboración entre las clases en provecho del capital,
sino que fue de los primeros comunistas italianos en comprender la naturaleza y el papel
de los sóviets que emergieron al calor del proceso revolucionario ruso de 1905: los órganos
del nuevo poder proletario, que en Italia también podrían haber tomado el poder. Gramsci
trasladó la experiencia de los sóviets a Italia, promoviendo la formación de los comités de
fábrica de Turín, que fueron el instrumento de lucha de la clase obrera en toda la región
durante el Bienio Rojo, y estimulándolos con todas sus fuerzas desde las páginas de
L’Ordine Nuovo (El Nuevo Orden), el periódico más avanzado de aquellos años, fundado
por el propio Gramsci en 1919. ¡Esto no es precisamente luchar por una democracia
parlamentaria!
Otra cuestión que pretenden atribuirle a Gramsci los reformistas y estalinistas es la base
teórica de la "vía italiana al socialismo" de Togliatti y del "eurocomunismo" de Berlinguer.
Estas formulaciones sólo han tratado de esconder en épocas diferentes la misma política
errónea: la colaboración de los dirigentes de la clase obrera con la burguesía para evitar
conscientemente la transformación socialista de la sociedad. Se ha utilizado a Gramsci para
sostener la teoría de que la clase obrera debe dirigir la sociedad, pero junto a las demás
clases sociales y sin salirse de los límites del Estado capitalista. Pero Gramsci fue
revolucionario, comunista e internacionalista porque su militancia siempre tuvo un objetivo
muy claro: derribar el capitalismo y expropiar a la burguesía para instaurar un Estado
obrero basado en los comités de fábrica, como primer paso hacia el socialismo.

Los propios reformistas, tratando de hacer sombra a las genuinas ideas del marxismo, han
puesto en un pedestal las distorsiones de las ideas de Gramsci. Para ello han tenido que
ocultar una realidad incómoda: las aportaciones de Gramsci al arsenal teórico del marxismo
no pueden ocultar el hecho de que no logró mantener la claridad de ideas de Lenin y
Trotsky, ni tampoco la independencia de juicio de Amadeo Bordiga (otro revolucionario
italiano y fundador del Partido Comunista), a la hora de enfrentarse a la degeneración
burocrática del Estado obrero soviético y de la Internacional Comunista. No sólo no se
opuso, sino que se sumó a la exaltación estalinista del "leninismo", que nada tenía que ver
con el marxismo defendido por Lenin y que sólo servía para disimular la difusión del
conformismo. Entre 1924 y 1926, Gramsci fue acrítico y conformista con la burocracia
estalinista, que acabó con el régimen de democracia interna del partido bolchevique y
ahogó las legítimas diferencias políticas en el seno de la IC. Las consecuencias de este
proceso, junto al reflujo de las luchas obreras y la reacción fascista en Italia, no resaltan
las virtudes, sino las limitaciones teóricas y políticas de Gramsci. Como secretario general,
junto a Togliatti y Scoccimarro entre otros, impuso en el partido el mismo régimen
autoritario de la degenerada IC, utilizando métodos burocráticos similares a los del
conjunto de los partidos comunistas en proceso de estalinización. Cuando Togliatti llegó a
secretario general, completó la transformación del partido italiano en instrumento de los
intereses de la burocracia "sovietica", y sólo tardó dos años en apartar y marginar
secretamente a Gramsci, que desde la cárcel empezaba a criticar la política estalinista.

II

LA PARTERA DE LA REVOLUCIÓN

Antonio Gramsci, originario del sur de Italia (Cerdeña), se matricula en la Universidad de


Turín gracias a una beca y a los sacrificios de sus padres. Pronto la pobreza amenaza su
frágil salud: no tiene ropa para el invierno ni dinero para comer; además es víctima de
habituales crisis nerviosas, que nunca dejarán de torturarle durante toda su vida. Pero
dispone de una proverbial fuerza de carácter. En 1913 se afilia al Partido Socialista, influido
por los estudios sobre la dialéctica de Hegel y el materialismo histórico de Marx. Dos años
más tarde empieza a escribir para la prensa socialista de Turín, ciudad en la vanguardia del
movimiento obrero italiano. Con la guerra, la FIAT se ha convertido en la tercera industria
italiana, habiendo aprovechado su propietario y los bancos aliados la carrera
armamentística. Los obreros sin cualificación, la mayoría procedentes del campo, a
menudo conviven en la misma fábrica con los trabajadores especializados en los que se
basan la FIOM (Federación Italiana de Obreros del Metal, afiliada a la CGIL) y el PSI.

Gramsci tiene 26 años cuando, en agosto de 1917, una multitud de 40.000 obreros acoge
en Turín a los atónitos delegados de Kerensky gritando "¡Viva Lenin!", "¡Viva la
Revolución!". Igualmente pasó en Florencia, Bolonia, Milán... A la semana siguiente, en
Turín hay enfrentamientos callejeros y en las barricadas mueren 50 obreros. El joven
Gramsci, periodista socialista, comprueba en su propia piel la lucha de clases.

Los obreros y la mayoría de la población italiana nunca habían apoyado la guerra y ahora
exigían la paz porque 650.000 soldados italianos habían fallecido, porque el subdesarrollo
del Sur y el contraste entre Norte y Sur se hacía crónico, porque no aguantaban más la
militarización de la vida del país y el deterioro de las condiciones de trabajo, y sobre todo
porque faltaba el pan. Además, se habían dado cuenta que los empresarios industriales
habían estado obteniendo excelentes beneficios.

Desarrollo industrial y crisis de la posguerra

Italia había vivido durante la guerra un desarrollo industrial tumultuoso, concentrado en el


triángulo Génova-Milán-Turín en el Norte y alrededor de Nápoles y Térni en el Centro y Sur,
desarrollo al que había contribuido la fuerte participación estatal. Con el conflicto
imperialista, los empresarios metalúrgicos habían aumentado sus capitales en un 252%.
Pero el país dependía mucho del capital financiero extranjero, no tenía autosuficiencia
alimenticia y debía importar todo tipo de maquinaria, materias primas y bienes de
consumo. La gran burguesía no piensa en la reconversión de la industria bélica y al final del
conflicto se lanza a la especulación financiera, para continuar amasando beneficios. Italia
es el clásico ejemplo europeo de desarrollo desigual y combinado del capitalismo. Desde
hacía 60 años, la burguesía italiana pactaba con los propietarios latifundistas, demostrando
su debilidad e incapacidad de jugar un papel revolucionario. Como en el caso de España,
Portugal o Grecia, la revolución democrática burguesa nunca había llegado al Sur ni a las
islas. El atraso de la agricultura, junto con la requisa de las cosechas y la salida de millones
de jóvenes hacia el frente, habían acumulado el resentimiento de los pequeños propietarios
y empeorado las condiciones de casi cuatro millones y medio de asalariados agrícolas y
campesinos pobres, lo que explica las revueltas espontáneas en el campo y las frecuentes
ocupaciones de tierras. Desde 1920, Gramsci dedicará muchos escritos a la cuestión
meridional.

Ese mismo año, los obreros industriales suman 4.350.000, mientras que los trabajadores y
empleados en los servicios suman 3.800.000. De estos últimos, buena parte constituye la
burocracia estatal.

Al final de la guerra se disparan la inflación y el desempleo. Todas las clases bajas se ven
afectadas. La pequeña burguesía está cerca de la desesperación y la clase obrera ve
erosionados sus sueldos: se trabaja mucho, se come poco y no hay dinero suficiente para
vivir. Los trabajadores italianos habían vivido cuatro años de código penal militar en la
industria bélica, con el consentimiento, por medio de la FIOM, de la CGL. El autoritarismo
en las fábricas, la no aplicación de la escasa legislación laboral, los despidos arbitrarios y la
completa carencia de servicios sociales son los ingredientes que provocan el estallido de la
revolución. El gobierno y la burguesía son conscientes de ello y el PSI lo había previsto,
pero, sobre todo, las propias masas lo perciben. Y la Revolución Rusa viene a catalizar aun
más esos fervores.

La política del PSI

El PSI, junto con los bolcheviques, los socialistas serbios y búlgaros y grupos reducidos
como el Die Tribune, del holandés Pannekoek, constituían la excepción en la bancarrota
reformista de la II Internacional. Sin embargo, no todos los que se oponían a la guerra
imperialista tenían la misma claridad de programa que los bolcheviques. En aquel período,
los dirigentes del PSI levantaron la equívoca fórmula de "ni adherir ni sabotear", posición
que contrastaba con la de los bolcheviques y del mismo Lenin, cuya consigna era mucho
más resuelta y directa: "Transformar la guerra imperialista en guerra civil".

La distinción es importante porque mientras los bolcheviques se habían preparado


consecuentemente para la revolución con su programa obrero, las reivindicaciones para los
campesinos y el trabajo político en el ejercito, los socialistas maximalistas italianos estaban
esperando a la revolución como se espera a un mesías. Mientras que los dirigentes
bolcheviques habían trabajado mucho por la clarificación teórica y Trotsky había elaborado
su teoría de la revolución permanente, los dirigentes socialistas Lazzari y Serrati no habían
querido afrontar ninguna lucha ideológica digna de ese nombre con el ala reformista de
Turati (fundador del partido junto con Labriola). Aunque representase a la minoría, Turati
controlaba la dirección de la GLI y el grupo parlamentario, influyendo al aparato del
partido. En la posguerra, el PSI siguió confiando en la natural y gradual tendencia hacia el
progreso de la sociedad, sin traumas ni cambios bruscos, de la anarquía del capitalismo al
orden socialista a través del Parlamento, un esquema ajeno al marxismo. El desarrollo
económico de las últimas tres décadas del siglo XIX, junto con la consolidación de las
burocracias del PSI y de la CGL, habían sentado las bases materiales para el programa
reformista de los socialistas, enfermos del mismo "cretinismo parlamentario" que aquejaba
a los dirigentes de la II Internacional.

En agosto de 1917, Turati afirma en una carta a un amigo (del partido burgués del
presidente Giolitti): "Expongo esa cuestión a ti y al honorable Orlando muy claramente.
Nosotros estamos viviendo, y vosotros lo sabéis más que nadie, en un período que cada día
parece más difícil a causa del cansancio general causado por la guerra. Entre las masas
socialistas, la tendencia saboteadora, que hasta la fecha hemos conseguido parar bastante
bien, adquiere vigor y decisión. Contra ella, si no os decidís a recurrir a años de guerra
civil, no tendréis otra defensa que la tendencia conciliadora representada por el grupo
parlamentario socialista". Y el maximalista Serrati, en una carta que nunca recibirá Lenin,
afirma dos años más tarde: "Para mí es necesario proceder de manera que la revolución
empiece en el momento más oportuno. Ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Para mí
esa tiene que ser nuestra táctica. Tenemos que esperar serenamente a los eventos que
están madurándose para nuestra utilidad. Aquí se habla de constituir Consejos de Fábrica,
que algunos entre los sindicalistas y los socialistas quisieran que sustituyesen la labor de
las organizaciones obreras y al partido. Se pretende que sólo gracias a ellos y por ellos se
tenga que constituir el Nuevo Orden. Nuestro grupo parlamentario debe trabajar para que
la profundización de las crisis sea, en campo parlamentario, el índice de la crisis que está
afectando al país económica y moralmente. Tenemos que vencer graves dificultades
dependientes además de la misma condición de nuestro país, también de aquellas internas
de nuestra situación como partido. Muchos entre nosotros todavía creen en ideologías de
1848. Yo les considero románticos: utilísimos en los momentos de la acción, pero muy
peligrosos en la exactitud de las ideas".

Comunistas entre los socialistas

La revolución provocará en muy poco tiempo la formación de una corriente comunista en el


seno del PSI, cuyos elementos más relevantes serán los jóvenes Gramsci y Bordiga. De
hecho, ambos participan en 1917, junto con los centristas Serrati y Lazzari, en la reunión
clandestina de la corriente maximalista: Gramsci está de acuerdo con el napolitano
Bordiga, que pone la toma del poder a la orden del día. Al año siguiente en Roma, los
maximalistas intransigentes ganarán el congreso del partido con el 70% de los votos. Poco
después, Bordiga funda en Nápoles Il Soviet, mientras que en mayo de 1919 Gramsci
publicará en Turín el primer número de L’Ordine Nuovo. El primero de los dos periódicos
tendrá influencia nacional, especialmente en la juventud socialista (FGSI). Bordiga
publicará en él una propaganda constante a favor de la toma del poder y del boicot a las
elecciones políticas (como táctica para deslegitimar ante el proletariado la democracia
burguesa), pero su análisis político es superficial y las cuestiones teóricas están
prácticamente ausentes, a excepción de los argumentos de las tendencias
antiparlamentarias europeas y de los acontecimientos de Hungría, que dominarán sus
páginas durante 1920. Bordiga aplica a su propaganda el silogismo más simple: Si a) el
proletariado es la clase revolucionaria y b) si el partido revolucionario es el que tiene que
tomar el poder político, entonces, c) la mayoría de la clase obrera tiene que adherirse a las
estructuras del partido. Este esquema está lejano a la dinámica propia que la clase obrera
desarrolla cuando su conciencia comienza a avanzar hacia conclusiones revolucionarias. Si
bien Bordiga mantiene diferencias con el ala maximalista de Serrati en cuanto que tiene
una sincera voluntad de tomar el poder y está en contra del cretinismo parlamentario,
ambos caen en errores comunes acerca de la comprensión de la relación entre el partido y
la clase. Bordiga y Serrati piensan erróneamente que será tarea del partido establecer
cuándo y cómo construir los sóviets ("consejos de fábrica") para administrar el poder
político fruto de la revolución. Bordiga no se cansa de repetir que "hay que luchar para
tomar el poder con las masas comunistas" y Serrati contesta invariablemente que "el poder
caerá en manos del PSI como una fruta madura".

Ninguno comprende que los sóviets rusos fueron una creación espontánea de las masas
para organizar democráticamente su lucha en un momento de ascenso revolucionario. Y
esto sucedía con o sin partidos. Lo que hicieron los bolcheviques fue entrar en ellos,
trabajando pacientemente hasta ganar la mayoría, mayoría que hizo posible la insurrección
victoriosa y la toma del poder político. El error de Serrati y Bordiga fue precisamente
considerar que la revolución sólo sería posible cuando la mayoría de la clase obrera hubiese
entrado en las organizaciones del PSI. Gramsci sí comprende las lecciones de la Revolución
de Octubre, y por eso su L’Ordine Nuovo se transforma en poco tiempo en el mejor
periódico obrero italiano. Gramsci coincide con Bordiga en propagar la inminencia de la
toma del poder, pero además L’Ordine Nuovo publica artículos de Zinóviev, Lenin, Béla
Kun, Klara Zetkin y Karl Liebknecht, analiza el funcionamiento de los sóviets rusos, de los
shop stewards (delegados de empresa) ingleses y de los IWW norteamericanos, acoge
debates de alcance internacional y reflexiona sobre la relación entre los partidos y las
masas. Pero la difusión del periódico queda limitada a la provincia de Turín, lejos del
conjunto del movimiento socialista a escala nacional.

De momento, la autoridad de Gramsci en el conjunto del PSI es casi imperceptible. Será


durante el siguiente bienio, 1919-20, cuando L’Ordine Nuovo se transforme en el periódico
de los consejos de fábrica y de los trabajadores de la región del Piamonte. Al mismo
tiempo, Gramsci y Bordiga se convertirán en dos militantes socialistas de referencia para la
futura corriente comunista. Mientras tanto, en febrero de 1919 los trabajadores conquistan
la jornada laboral de 8 horas y las ideas revolucionarias se difunden abundantemente entre
las masas. La burguesía está aterrorizada y el gobierno es impotente ante el creciente
fervor: todo indica que se acerca su fin. La derrota, a principios de 1919, de la primera
tentativa revolucionaria en Alemania es, sin duda, un duro revés para la Revolución Rusa,
pero Italia parece ir rápido en su ayuda. Es la víspera del Bienio Rojo.

III

‘L’ORDINE NUOVO’ Y EL BIENIO ROJO

Podemos darnos cuenta del giro a la izquierda de la clase obrera considerando los datos de
la afiliación a las organizaciones obreras (FGSI es la juventud socialista, aunque en abril de
1920 ya tenía la intención de cambiar su denominación a "comunista"):

Incremento
1918 1919 1920 1918-20
FGSI 6.300 35.000 55.000 773%
PSI 24.000 90.000 290.000 1.108%
CGL 250.000 1.500.000 2.100.000 740%

En noviembre de 1919, el PSI obtiene 156 diputados en el Parlamento, conviertiéndose en


el primer partido, a notable distancia del Partido Popular (PP) de Luigi Sturzo, con 51
escaños. La derrota electoral de los partidos burgueses es devastadora. El gobierno que
formarán en contra del PSI será muy débil. Al cabo de dos años, también los populares se
separarán de su derecha, y sectores de su base popular encontrarán muy buena relación
con el PSI. La mayoría de la clase obrera apoya abiertamente al partido que en los años
anteriores había hablado sobre la revolución: esto atestigua la condición psicológica de las
masas italianas. Toda la CGL, con más de 2 millones de afiliados, vota al PSI.

La CIL (sindicato católico en el que los trabajadores agrícolas suponían el 80% de la


afiliación) cuenta con 1.800.000 afiliados y la anarquista USI, con 300.000. La difusión de
las ideas socialistas se traduce en 1919 en un aumento de las huelgas y su extensión a
todo el país: la clase obrera utiliza la fuerza y el entusiasmo revolucionario para obtener
conquista tras conquista, tanto económicas como políticas. De hecho, los días 20 y 21 de
julio estalla una huelga general en solidaridad con la Rusia soviética, mientras que el 7 de
noviembre se convoca huelga para celebrar el segundo aniversario de la Insurrección de
Octubre.

El papel de ‘L’Ordine Nuovo’

Entre junio y septiembre de 1919, los obreros más conscientes de Turín pueden leer en
L’Ordine Nuovo artículos como este, titulado Democracia obrera: "¿Cómo dominar las
inmensas fuerzas sociales que la guerra ha desencadenado? ¿Cómo disciplinarlas y darles
una forma política que tenga la virtud de ir desarrollándose [e] integrándose
continuamente hasta convertirse en el armazón del Estado socialista que encarna la
dictadura del proletariado? ¿Cómo soldar el presente al futuro satisfaciendo a la vez las
necesidades del presente y desarrollando una labor positiva encaminada a crear y
‘anticipar’ el porvenir? (...) La vida social de la clase trabajadora es rica en instituciones y
se articula en múltiples actividades. Dichas instituciones y actividades deben ser
desarrolladas, organizadas, conjugadas en un sistema vasto y ágilmente articulado que
absorba y discipline a la entera clase trabajadora. Las comisiones internas [de las fábricas]
son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las limitaciones impuestas por
los empresarios y a los que hay que infundir vida y energías nuevas. Hoy las comisiones
internas refrenan y limitan el poder del capitalista en la fábrica y desarrollan funciones de
arbitraje y de disciplina. Desarrolladas y enriquecidas, serán mañana los órganos del poder
proletario que sustituirán al capitalista en todas sus funciones de dirección y de
administración. Ya desde ahora, los obreros deben proceder a la elección de vastas
asambleas de delegados, escogidos entre los mejores y más conscientes de sus
compañeros, de acuerdo con la consigna: ‘¡Todo el poder de las fábricas a los comités de
fábrica!’. Consigna coordinada con esta otra: ‘¡Todo el poder del Estado a los consejos de
obreros y campesinos!’. Un vasto campo de propaganda revolucionaria quedará abierto a
los comunistas organizados en el partido y los círculos de barriada. Tales círculos, de
acuerdo con las secciones urbanas, deberán proceder a la formación del censo de las
fuerzas obreras de la zona así como a convertirse en la sede del consejo de barriada de los
delegados de la fábrica, en el ganglio que enlace y concentre todas las energías proletarias
del barrio en cuestión. Los sistemas electorales podrán variar de acuerdo con la magnitud
de la fábrica (...) llegando a través de elecciones escalonadas y graduadas a la elección de
un comité de delegados de fábrica, que comprenda a representantes de todo el complejo
del trabajo (obreros, empleados, técnicos).

"En los comités de barriadas debería tenderse a incorporar delegados de más sectores de
trabajadores residentes en el mismo barrio (...) [El comité] debería emanar de toda la
clase trabajadora residente en la barriada; emanación legítima y acreditada, susceptible de
hacer respetar el principio de disciplina, investida del poder (...) Los comités de barriada se
irán agregando hasta convertirse en comités urbanos, controlados y disciplinados por el
Partido Socialista y por los sindicatos profesionales. Semejante sistema de democracia
obrera (integrado en las equivalentes organizaciones campesinas) proporcionará una forma
orgánica y una disciplina permanente a las masas, constituiría una magnífica escuela de
experiencia política y administrativa, encuadraría a las masas hasta el último individuo,
acostumbrándola a la tenacidad y a la perseverancia, habituándola a considerarse como un
ejército en campaña (...) Cada fábrica constituiría uno o más regimientos de dicho ejército,
con sus jefes, con sus servicios de enlace, con su oficialidad, con su estado mayor; poderes
éstos delegados por libre elección, y no autoritariamente impuestos a través de los
comicios electorales celebrados dentro de la fábrica. (...) Se conseguiría una
transformación radical de la mentalidad obrera, se educaría a la masa para el ejercicio del
poder, se infundiría una conciencia de los derechos y deberes del compañero y del
trabajador; conciencia concreta y eficiente en tanto que espontáneamente generada por la
experiencia viva e histórica. (...)

"La fórmula ‘dictadura del proletariado’ debe dejar de ser una mera fórmula, una ocasión
de desfogue de la fraseología revolucionaria. Quien quiere el fin, debe querer también los
medios (...) Dicho Estado no se improvisa: por espacio de ocho meses, los comunistas
bolcheviques rusos centraron sus esfuerzos en difundir y en hacer tomar forma concreta a
la consigna ‘¡Todo el poder a los sóviets!’, y los sóviets eran conocidos por los obreros
rusos ya desde 1905. Los comunistas italianos deben atesorar la experiencia rusa y
economizar tiempo y trabajo: la obra de reconstrucción exigirá tanto tiempo y tanto
esfuerzo que habría que poder serle destinados todos los días y todas las energías"
(L’Ordine Nuovo, 21/06/1919).

Los sóviets italianos nacieron de verdad. Gramsci solía dirigirse a ellos con estas palabras:

"¡Camaradas! La nueva forma que ha tomado la comisión interna en vuestra fábrica con el
nombramiento de los comisarios de sección (...) no ha pasado inadvertida por el campo
obrero y patronal de Turín. Por una parte, se disponen a imitaros los obreros de otros
establecimientos de la ciudad y de la provincia; por otra, los propietarios y sus agentes
directos contemplan este movimiento con creciente interés y se preguntan y os preguntan
cuál será el objetivo al que tiende, cuál el programa que se propone realizar la clase obrera
de Turín (...) Sabemos que nuestro trabajo ha tenido valor sólo en la medida en que ha
satisfecho una necesidad, ha favorecido la concreción de una aspiración que estaba latente
en la conciencia de las masas trabajadoras. Por eso nos hemos entendido tan de prisa, por
eso se ha podido pasar con tanta seguridad de la discusión a la realización (...) Es una
consecuencia directa del punto al que ha llegado en su desarrollo el organismo social y
económico basado en la apropiación privada de los medios de cambio y producción (...) A
los que objetan que [los consejos obreros] acaban por colaborar con nuestros adversarios,
con los propietarios de las industrias, contestamos que ése es, por el contrario, el único
modo de hacerles sentir concretamente que el final de su dominio está cercano, porque la
clase obrera concibe ya la posibilidad de decidir por sí misma y decidir bien (...) Y así los
órganos centrales que surjan para cada grupo de secciones, para cada grupo de fábricas,
para cada ciudad, para cada región, hasta un supremo Consejo Obrero Nacional, seguirán
organizándose, intensificando la obra de control, de preparación y de ordenación de la
clase entera, para fines de conquista y de gobierno" (A los comisarios de sección de los
talleres Fiat, en L’Ordine Nuovo, 13/09/1919).

Aquí está por anticipado la respuesta al escepticismo de Bordiga respecto a los consejos de
fábrica, resumida en el artículo ¿Tomar las fábricas o el poder?, publicado en Il Soviet en
febrero de 1920. Los trabajadores dan la razón a Gramsci: durante 1919 y 1920, los
consejos de fábrica viven un desarrollo impetuoso en toda la provincia de Turín,
entusiasmando a la base de la CGL local. En la conferencia de Bolonia, el PSI se
compromete formalmente a "construir los sóviets en dos meses" y se adhiere por
aclamación a la recién nacida III Internacional. Pero a las palabras no les siguen los
hechos.

Mientras tanto, en la Baviera alemana se instaura la República de los Consejos y en


primavera nace la república soviética de Hungría. Es el año en el que las oprimidas masas
italianas esperan, en vano, las directrices revolucionarias del PSI, que nunca llegarán. En
dos años, el PSI, debido al conservadurismo de su aparato y de su enorme grupo
parlamentario, no bajará del planeta del Parlamento. Dos años después del Octubre ruso,
la burguesía italiana sigue estando en un impasse y el aparato del Estado, paralizado frente
a la amenaza comunista, hasta el punto de que muchos comerciantes entregan las llaves
de sus almacenes a las federaciones sindicales para que controlen el reparto y los precios
de los alimentos. Y durante el bienio, los jornaleros ocuparon aproximadamente 28.000
hectáreas de tierras incultas.

En septiembre de 1919 se publicó en Turín el programa de los Consejos de Fábrica, no por


Gramsci, sino por los propios trabajadores de Fiat:

"1) Los Comisarios de fábrica son los únicos y autorizados representantes sociales de la
clase proletaria, porque elegidos con sufragio universal por todos los trabajadores en el
mismo lugar de trabajo (...) de los cuales los Consejos y el sistema de los Consejos
representan la potencia y la dirección social (...)

3) (...) Los sindicatos tendrán que continuar su actual función, que es la de negociar
con los patronos buenas condiciones de salario, horario y normas de trabajo para el
conjunto de los trabajadores de las diferentes categorías, dedicando todos sus
conocimientos adquiridos durante las luchas del pasado (...). Los Consejos encarnan, en
cambio, el poder de la clase obrera ordenada por taller, en contra de la autoridad patronal.
Los consejos socialmente encarnan la acción de todo el proletariado en la lucha para la
conquista del poder público, para la abolición de la propiedad privada.

4) Los trabajadores organizados en los consejos (...) rechazan como artificial,


parlamentarista y falso cualquier otro sistema que los sindicatos deseen seguir para
conocer la voluntad de las masas organizadas. La democracia obrera no se basa en el
número ni en el concepto burgués de ciudadano, pero sí en las funciones del trabajo, en el
lugar que la clase obrera naturalmente asume en el proceso de la producción industrial (...)

7) Las asambleas de todos los comisarios de los talleres de Turín afirman con orgullo y
certeza que su elección y la formación de Consejos representa la primera afirmación
concreta de la revolución comunista en Italia. Se compromete a dedicar todos los medios a
su disposición para que el sistema de los Consejos (...) se difunda irresistiblemente y
consiga en el menor tiempo posible que sea convocada una conferencia nacional de los
delegados obreros y campesinos de toda Italia".

Esa es la mejor respuesta a las acusaciones de "sindicalismo" que los dirigentes de la


mayoría centrista del PSI atribuían a Gramsci y a los simpatizantes de L’Ordine Nuovo. En
aquel momento en Italia, sindicalismo era sinónimo de anarquismo. La gravedad de la
acusación se comprende mejor si se considera que el PSI se había formado a finales del
siglo XIX al calor de la polémica contra el anarquismo.

La primera ofensiva patronal

En el curso de 1920, la burguesía cierra filas y toma la iniciativa. La huelga organizada por
los consejos de Turín en abril de 1920 es utilizada como pretexto por el AMMA (la patronal
metalúrgica) para un cierre patronal general de la industria, con la ayuda de los
carabineros. La FIOM de Turín, dirigida por L’Ordine Nuovo, responde con una huelga que
dura casi 20 días y que pronto implicará a medio millón de trabajadores de todo el
Piamonte, incluidos los campesinos. El AMMA tenía claro la importancia nacional de la lucha
y quiere por todos los medios destruir el movimiento de los consejos antes de que contagie
al resto del país. Los trabajadores de Génova y de Liguria están listos para participar, pero
los frenan los dirigentes reformistas de la CGL. La dirección del PSI huye de Turín para ir a
debatir con tranquilidad, en otro sitio, los "detalles técnicos" de la construcción de los
sóviets socialistas.

Turati propone superar la crisis aceptando la invitación del primer ministro a entrar en el
Gobierno. Esta trampa pretende controlar a la clase obrera a través de sus dirigentes, y así
parar la revolución, que Turati cree inmadura. Incluso Bordiga se pierde en una nebulosa
de objeciones doctrinarias sobre los peligros que esconden los consejos obreros. Los
trabajadores de Turín recurren a la clase obrera de toda Italia. Gramsci y sus compañeros
proponen una huelga general nacional indefinida para alcanzar la insurrección. Los
patronos no conceden nada. D’Aragona, jefe de la CGL, está decidido a recuperar el control
de la situación. Sin consultar a la base, trata con el AMMA y "obtiene" un reconocimiento
formal de los consejos. A cambio acepta que los consejos dejen de controlar la producción
y las condiciones de trabajo en las fábricas.

De esta manera se consuma la primera traición. Traición porque el PSI, que durante tres
años había hecho propaganda socialista en favor de la "dictadura del proletariado",
abandona todo contenido revolucionario en su estrategia, a pesar de que se había
demostrado que los batallones pesados de la clase obrera estaban dispuestos a conquistar
las fábricas porque deseaban la revolución y habían perdido el sueldo de un mes para
defender los consejos de fábrica. Ahora debían resistir el hambre y la miseria.

Derrotada la larga ocupación, la propaganda reaccionaria de la burguesía tapiza los muros


de todo el Piamonte y los patrones recuperan el control de las fábricas. El 1º de Mayo, la
represión es brutal y dos trabajadores son asesinados por la policía y muchísimos son
heridos. La clase obrera no cede ante la represión, mientras los medios de comunicación y
los propios dirigentes obreros de la CGL y el PSI ridiculizan a los trabajadores considerando
la huelga de abril como un "acto de ingenuidad, ilusión, infantilismo y romanticismo". Pero
los empresarios no han conseguido totalmente su objetivo; han probado al adversario y
han entendido que los dirigentes son débiles, pero la clase no se considera derrotada. El
odio a la burguesía y al Estado se extiende y profundiza por todo el país. Gramsci escribe:
"Los entierros de los dos asesinados se transforman en una demostración indescriptible de
potencia y disciplina; nacen nuevas fuerzas populares, nuevas multitudes se suman al
ejército que acompaña a sus caídos al cementerio". (La fuerza de la revolución, en L’Ordine
Nuovo, 8/5/1920).

Los socialistas italianos y la Tercera Internacional

De esta experiencia, Gramsci, como Bordiga, alcanza la conclusión de que es necesario


llevar a la mayoría del PSI a posiciones revolucionarias consecuentes. Se va a hacer
necesaria una conexión estable con Bordiga y los otros comunistas del PSI. Al mismo
tiempo se adhieren a la III Internacional las fracciones revolucionarias de los partidos
europeos socialistas, los núcleos de los futuros partidos comunistas.

Al inicio del 2º Congreso de la Internacional Comunista (julio de 1920), los bolcheviques


aún no saben nada del comportamiento reciente de los socialistas y de la CGL, pero
durante su desarrollo Lenin se da cuenta de que solamente las posiciones políticas de
L’Ordine Nuovo coinciden con el programa de la Internacional. Lenin declarará ante los
congresistas: "Nosotros tenemos que decir a los compañeros italianos que la orientación
que se corresponde con la de la Internacional Comunista es la de los militantes de L’Ordine
Nuovo, y no la de la mayoría actual de los dirigentes del Partido Socialista y su grupo
parlamentario". Los dirigentes socialistas se muestran apabullados ante la insistencia de
Lenin de romper con los reformistas del partido. Por otra parte, tanto Lenin como Trotsky y
Bujarin no ahorran críticas a Bordiga por sus posiciones abstencionistas, ultraizquierdistas,
aunque éstas constituyan una reacción al reformismo del PSI.

Todos los asistentes al congreso llegan al acuerdo de que, tras la derrota de la primera
revolución alemana y hasta que surja una nueva ocasión, Italia se ha convertido en el
siguiente país en el que la revolución llamará a la puerta. Los dirigentes bolcheviques no
dudan de que la consolidación y la propia vida de la revolución iniciada en Rusia depende
en última instancia del éxito de la revolución en Italia y Alemania. De hecho, pese a haber
resistido la ofensiva militar de los ejercitos imperialistas y la reacción zarista, la república
soviética se encuentra en condiciones económicas muy inferiores a las de 1914. Ningún
dirigente bolchevique, ni siquiera Stalin, duda del papel vital de la revolución en Alemania e
Italia. Tanto es así que Lenin declara que, si fuera necesario, la Rusia soviética estaría
dispuesta a sacrificarse por el éxito del proletariado alemán. Lenin presta una
extraordinaria importancia a la formación de partidos genuinamente revolucionarios en
Italia y, por encima de todo, en Alemania, país que habría podido arrastrar la república
soviética lejos del atraso, si el proletariado alemán hubiera tomado el poder. Los
bolcheviques habían entendido perfectamente qué quería decir Marx en La ideología
alemana cuando escribió: "En ausencia de un desarrollo de las fuerzas productivas iguales
por lo menos a los más avanzados países capitalistas, se generalizaría solamente la
miseria, y por lo tanto con la necesidad volvería también la lucha por lo necesario y
volvería toda la vieja mierda (...) sólo con este desarrollo universal de las fuerzas
productivas pueden tenerse relaciones universales entre los hombres. Lo que de una parte
produce el fenómeno de la masa ‘sin propiedad’ a la vez en todos los pueblos, hace
depender cada uno de ellos de las revoluciones de los otros".

Trotsky describió así las condiciones de la Rusia soviética: "Los tres primeros años que
siguieron a la revolución fueron de una guerra civil franca y encarnizada. La vida
económica se subordinó por completo a las necesidades del frente (...) Es lo que se llama
el período del comunismo de guerra (1918-21) (...) Los objetivos económicos del poder de
los sóviets se reducen principalmente a sostener las industrias de guerra y a aprovechar las
raquíticas reservas existentes, para combatir y salvar del hambre a la población de las
ciudades. El comunismo de guerra era, en el fondo, una reglamentación del consumo en
una fortaleza sitiada" (La revolución traicionada, pág. 62).

Septiembre de 1920: la toma de las fábricas

Los empresarios, envalentonados por la primera batalla ganada en Turín, habían rechazado
tratar con la FIOM la mejora de las condiciones de trabajo y los aumentos salariales para
combatir la subida del coste de la vida. A finales de agosto de 1920, la FIOM cede ante la
presión de su base y llama a la toma de las fábricas en toda Italia. En pocos días, la clase
obrera está lista para la batalla. La dirección de la CGL, dominada por los seguidores de
Turati, obstaculiza el desarrollo del movimiento y, sobre todo, bloquea la ocupación de las
tierras por medio millón de trabajadores del norte dirigidos por Federterra. El 6 de
septiembre, la dirección del PSI proclama que "el día de la libertad y de la justicia está
próximo", pero a pesar de los esfuerzos de la clase, el partido no había preparado ni la
sublevación, ni el armamento de los trabajadores ni una dirección centralizada de las
operaciones. No había hecho más que charlar. Después de diez días de resistencia, las
fábricas todavía siguen ocupadas, pero sin una huelga general y sin consignas claras no se
consigue organizar la toma del poder.

La derecha reformista de Turati toma la iniciativa para zanjar la lucha reuniendo a las
direcciones del PSI y de la CGL. Para entender lo que sucedió es necesario aclarar que
entre el partido y el sindicato se había llegado a un pacto años atrás: el sindicato dirigiría
las luchas económicas y entregaría el mando al partido cuando la lucha se volviera política.
Ninguno debía invadir el terreno del otro. Los dirigentes del PSI (mayoritariamente
maximalistas) vieron en este pacto y en la cumbre organizada por D’Aragona la posibilidad
de huir de la lucha sin perder la cara. Como no querían dirigir la toma del poder,
maniobraron para quedar en minoría ante los reformistas cuando la cumbre decidió que la
conferencia de la CGL votara la insurrección. El grupo de Serrati propuso que se votara "la
invasión de los campos y de los talleres", con la esperanza de encontrar un rechazo total
por parte de los dirigentes sindicales, o sea, del ala derecha de su mismo partido. Pero,
además del rechazo, se encontraron con toda la cúpula de la CGL ofreciendo dimisiones. En
este punto, la dirección de la lucha obrera estaba completamente en manos de los
centristas, que rehusaron su responsabilidad de organizar la toma del poder, negándose a
sustituir a la cúpula del sindicato. De forma hipócrita y burlándose de L’Ordine Nuovo,
preguntaron a Togliatti y Gramsci si podían, junto a sus compañeros de Turín, tomar el
poder en Turín (capital de la revolución) y después defenderlo en toda Italia. Era evidente
que el PSI de Turín no tenía por sí solo la fuerza ni las armas para llevar a cabo tamaña
tarea en todo el país, como Gramsci tuvo que admitir. Además, en Turín estaba
concentrado todo lo que quedaba del ejército, y los obreros sólo tenían armas para
defender las fábricas, pero no para una insurrección. Como consecuencia, los dirigentes
centristas se justificaron así: "Si no podemos tomar el poder en Turín, donde la clase
obrera está más organizada, tampoco podremos hacerlo en el resto del país".

La historia nos enseña cómo largos períodos de incubación y aumento de las


contradicciones del capitalismo pueden expresarse de manera concentrada en muy pocos
meses. La derrota de la clase obrera fue tanto más traumática cuanto más alto fue el punto
al que llegaron sus esperanzas. Más tarde, Gramsci reconocerá dos errores muy serios por
parte del grupo de L’Ordine Nuovo: no haber constituido una oposición sindical arraigada
en la CGL en Turín y a nivel nacional, para presentar una alternativa a la dirección
reformista, y no haber organizado desde el primer momento una fracción comunista y
revolucionaria en el PSI que tuviera como órgano nacional L’Ordine Nuovo.

En ese momento empieza seriamente, sostenido por la IC, el trabajo de preparación de la


escisión de Livorno de enero de 1921, donde el PCI surgiría del PSI. El Bienio Rojo y la
Revolución de Octubre han sido padre y madre del Partido Comunista de Italia. Ya en abril
de 1920 Gramsci lo había comprendido todo: "La fase actual de la lucha de clases en Italia
es la fase que precede a la conquista del poder político por el proletariado revolucionario
(...) o una tremenda reacción de parte de la clase propietaria y de la casta dominante.
Toda violencia será tenida en cuenta para someter el proletariado industrial y rural a un
trabajo servil: se intentará destrozar inexorablemente a los organismos de lucha política de
la clase obrera e incorporar los organismos de resistencia económica —sindicatos y
cooperativas— a la estructura del Estado burgués". De hecho, los grupos fascistas
empezaron inmediatamente su ofensiva.
IV

EL PCd’I, SECCIÓN DE LA III INTERNACIONAL

El manifiesto de la fracción comunista fue suscrito por Bordiga, jefe y organizador, además
de Gramsci, Terracini y Fortichiari. Este núcleo será la única base seria de la IC en Italia.
En el congreso de Livorno, toda la FGSI, junto a cerca de 60.000 militantes del partido, se
escinden del PSI para fundar el PCI. En los meses siguientes, frente a la entrada de 15.000
nuevos militantes en el PSI, la corriente maximalista de Serrati perderá 47.000. Sin
embargo, en el partido permanecerán 80.000 militantes, de los cuales 62.000 son
concejales o liberados de sindicatos o cooperativas obreras: el aparato burocrático del PSI.
A través de este aparato, los socialistas mantendrán su dominio en la izquierda, frustrando
las expectativas de Gramsci y Bordiga, que pensaban llevarse al PCI a la mayoría de los
militantes socialistas.

El frente único

En junio de ese año, el III Congreso de la Internacional Comunista rechaza


justificadamente la adhesión de los maximalistas Lazzari, Maffi y Serrati, poniendo como
condiciones la expulsión de la derecha reformista y la aceptación del programa del Partido
Comunista. Para todos está claro que el PCI necesita bastante tiempo para conquistar la
mayoría de la clase obrera italiana. Lenin propone una solución fundada en la táctica de
"abandonar a Serrati, pero luego aliarse con él": el frente único político. El Bienio Rojo y el
congreso de Livorno habían aclarado a los militantes más conscientes la necesidad de
constituir un partido genuinamente revolucionario, comunista. Pero se necesitaba una
táctica adecuada para extender esa conciencia a los trabajadores en el ámbito del viejo PSI
y en la CGL. Para los bolcheviques, se trata de una táctica temporal que los comunistas
italianos deben adoptar en el período de inevitable reflujo de la revolución, con el objetivo
de defenderse eficazmente contra la reacción fascista del capitalismo italiano y ganar la
mayoría de los trabajadores al PCI por medio de una explicación paciente del programa
revolucionario y de las causas de la derrota.

Pero lo que es evidente para los bolcheviques resulta inaceptable para Bordiga y Gramsci.
Sólo unos años más tarde éste comprenderá que los militantes fieles al PSI habrían
necesitado mucho tiempo para entender la traición de sus dirigentes, mientras el conjunto
de la clase obrera tardaría en levantar la cabeza tras la derrota de septiembre de 1920. A
finales de 1921 serán miles los que romperán el carnet del PSI, pero sin adherirse al PCI.
Lenin y Trotsky explicaban pacientemente la actitud de esos trabajadores a los comunistas
italianos (igual que a los alemanes después del fracaso de 1919): "¿Qué nos asegura que el
nuevo partido pueda ser mejor que el viejo PSI? ¿Cómo podemos estar seguros de que no
seremos derrotados otra vez?". El frente único —criticar las propuestas políticas de los
dirigentes del PSI y al mismo tiempo ofrecer de forma compañera una alianza para luchar
contra los fascistas y por mejoras económicas— hubiera sido la táctica adecuada para
vencer esa comprensible desconfianza.

En aquellos años, Trotsky discutió asiduamente con Bordiga, que representaba a la mayoría
de los comunistas italianos, sobre dos cuestiones fundamentales: la estrategia de la
burguesía y las perspectivas para el fascismo. Bordiga afirmaba que los patronos italianos,
para moderar la combatividad de la clase obrera italiana, pronto optarían por un gobierno
del PSI y, por tanto, el fascismo no constituiría un peligro real. A consecuencia de esto, el
Partido Comunista no podía aceptar ningún frente con los socialistas porque fascismo y
socialdemocracia no representarían más que dos caras de la misma moneda. Se trataba en
esencia del mismo error que cometerá Stalin durante 1928-35, con consecuencias
desastrosas en Alemania. Gramsci, un poco menos rígido que Bordiga, propone que como
mucho se pueda ofrecer al PSI un frente único dentro de la CGL. Durante más de un año,
se limitará a criticar al grupo parlamentario del PSI desde las páginas de L’Ordine Nuovo. El
ultraizquierdismo le había conquistado, a pesar de las advertencias de Trotsky:
"Preparación para nosotros significa la creación de condiciones tales para asegurarnos la
simpatía de la gran mayoría de las masas (...) La idea de cambiar la voluntad de las masas
con la decisión y la firmeza de la así llamada vanguardia se tiene que rechazar sin duda
porque no es marxista (...) Las acciones revolucionarias son irrealizables sin las masas,
pero éstas no están constituidas por elementos absolutamente puros". A decir verdad, la
ocasión para el frente único sindical no faltará, y pronto se podrá observar claramente el
comportamiento sectario del PCI.

En los últimos meses de 1921, el Partido Popular sufre la escisión temporal de su ala
derecha, conformada por los grandes latifundistas y la burguesía rural. En los campos de
Cremona, secciones del PP se fusionan con los socialistas, y en otras zonas construyen
juntos el sindicato. En octubre de 1922, también el PSI expulsará a la derecha de Turati.
Esta vez Lenin apoyará el proyecto de fusión entre el PSI y el PCI, como una tarea de los
comunistas para conquistar a la base militante del Partido Socialista. Pero ese proyecto se
concretará demasiado tarde. El frente único hubiera acelerado el proceso en un momento
en que el tiempo era un factor vital en la lucha contra el fascismo.

Los ‘Atrevidos del Pueblo’

Aunque las escuadras de los fascistas fuesen violentas, destructivas y desmoralizantes,


aunque la derrota del Bienio Rojo hubiese sembrado mucha desilusión, no es correcto
imaginar que toda la clase obrera se resignase a la derrota. Para entender mejor su gran
disposición a luchar contra el fascismo y la burguesía, es oportuno hablar un poco de lo que
pasó en 1921. A mitad de ese año nacen en Roma los Atrevidos del Pueblo, la oposición
militar popular a la violencia de las escuadras fascistas (siempre apoyadas por la policía).
Cansadas y heridas por meses de expediciones punitivas de los camisas negras fascistas,
las masas trabajadoras acogen con entusiasmo el nacimiento de los Atrevidos. Por toda
Italia, hartos de los crímenes fascistas, los trabajadores ven en la nueva organización esa
voluntad de rebelión que nace del simple instinto por sobrevivir. Sin ninguna duda, la
aparición de los Atrevidos del Pueblo es para el proletariado italiano el hecho más
importante y significativo del verano de 1921. Tanto constituyéndose desde abajo o
apoyándose en las secciones de la Unión Proletaria (la asociación de ex combatientes de la
Primera Guerra Mundial vinculada al PSI y al PCI), centenares de trabajadores amplían
inmediatamente cada núcleo de resistencia que nace. El nuevo gobierno burgués dirigido
por Bonomi mira con preocupación la resistencia de los Atrevidos del Pueblo porque pone
en riesgo la propuesta de tregua entre los asustados parlamentarios socialistas y los
fascistas. Los fascistas aceptan el "pacto de pacificación" para ganar tiempo, pero Mussolini
pronto lo boicoteará. Mucho antes de Gandhi, los dirigentes socialistas inventaron la
nefasta política de la resistencia pasiva y de la no violencia: sueñan con parar la violencia
fascista con un pacto parlamentario.

El 6 de julio tiene lugar en Roma una importante manifestación antifascista, en la que


participan miles de trabajadores armados: el eco llega hasta Moscú. Pravda del 10 de julio
da una detallada información y el mismo Lenin, encantado con la iniciativa, no duda en
señarlarla como ejemplo a seguir. Después de esta imponente manifestación, en unas
pocas semanas la estructura paramilitar antifascista se convierte en una organización con
raíces en la clase. Tomando en consideración las únicas secciones cuya existencia es cierta,
ese verano la organización antifascista está estructurada, al menos, en 144 secciones que
agrupan casi a 20.000 militantes del norte al sur de Italia: Génova, Spezia, Florencia,
Piombino, Livorno, Pisa, Ancona, Terni, Iesi, Pavía, Parma, Piacenza, Bolonia, Brescia,
Bérgamo, Vercelli, Turín, Milán, Catania y Taranto, por citar solamente las ciudades
principales. Los Atrevidos del Pueblo representan una estructura militar ágil, capaz de
converger en poco tiempo donde se prevé que los fascistas pueden atacar. Por otra parte,
intentan también ejercer el control del territorio a través de marchas en las calles de las
ciudades o con patrullas callejeras para identificar a los elementos profascistas.

Los animadores son los militantes de los movimientos y de los partidos políticos
proletarios: comunistas, socialistas, sindicalistas, anarquistas y, en algunas zonas, también
trabajadores del PP. Más allá de la resistencia armada, lo que une a estas diversas
corrientes del movimiento obrero es la visión común del fenómeno fascista como reacción
de clase. El perfil proletario del movimiento de los Atrevidos es obvio en todo el territorio
nacional. Los ferroviarios son los más numerosos, los metalúrgicos son muchos, y también
hay jornaleros, trabajadores de astilleros y portuarios, albañiles, carteros, tranviarios y
campesinos pobres. Y, sobre todo, muchos jóvenes. Los Atrevidos del Pueblo crecen y
recogen la adhesión del primer batallón de 300 guardias rojos comunistas de Turín. En el
verano de 1922, expulsan de Parma a muchísimos fascistas armados. La juventud
comunista está entusiasmada, militantes comunistas y socialistas forman por su propia
iniciativa nuevos batallones en muchos sitios. En Génova se forman varias brigadas, entre
ellas las "Lenin" y "Trotsky". En los barrios obreros se recogen fondos para comprar armas.

En contraste con toda esta actividad de la clase obrera, L’Avanti! (órgano del PSI) del 7 de
julio los ridiculiza: "Los Atrevidos del Pueblo se abandonan quizás a la ilusión de tener la
posibilidad de enfrentarse con éxito a la acción armada de la reacción". Gramsci pronto
contesta en L’Ordine Nuovo del 15 de julio: "¿Son los comunistas contrarios al movimiento
de los Atrevidos del Pueblo? Al revés: ellos aspiran al armamento del proletariado, a la
creación de una fuerza armada proletaria capaz de derrotar a la burguesía, dominar la
organización y el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas generadas por el
capitalismo". Pero Gramsci no representa a la mayoría del Partido Comunista ni tiene la
fuerza para contrarrestar el sectarismo y el prestigio de Bordiga. Gramsci se limitará a este
artículo y poco más. Como un rayo, llega la directiva sectaria del Ejecutivo del PCI: "El
encuadramiento militar revolucionario del proletariado tiene que constituirse dentro del
partido". Y poco después del pacto de pacificación del PSI, añade: "Se tomarán las medidas
más duras contra los militantes que desean incorporarse a los Atrevidos del Pueblo o
ponerse solamente en contacto con tal organización". Se llega a la paradoja de considerar
a los organizadores de los Atrevidos como fascistas y provocadores. Todas las limitaciones
de la dirección comunista se hacen evidentes. Los dirigentes saludaban con entusiasmo los
sóviets rusos, pero no entendían su naturaleza, al igual que con la cuestión de la
autodefensa obrera. En ambos casos se trata de estructuras que surgen de las exigencias
de la clase obrera en la lucha política y militar. Bordiga y los jefes comunistas, en cambio,
aspiran a la subordinación automática de las masas en lucha a las estructuras del partido.
Esta superficialidad no tiene en consideración para nada la heterogeneidad de la conciencia
política de los diferentes sectores de la clase obrera que, por cierto, no desaparece en una
época revolucionaria. Es más, denota una amplia infravaloración del fascismo tanto militar
como políticamente. Los Atrevidos del Pueblo habían entendido lo que los dirigentes
revolucionarios no percibían.

Las consecuencias de la oposición de los dirigentes socialistas y comunistas a fortalecer


estos organismos de autodefensa obrera son desastrosas: los militantes socialistas
abandonan los Atrevidos y los del PCI se refugian en las brigadas comunistas, para alivio
del Gobierno y de la oposición parlamentaria socialista. Como era de suponer, las bandas
fascistas vuelven con bríos renovados a devastar e incendiar sedes sindicales, socialistas y
comunistas y a asesinar a sus militantes. Policía y carabineros se lanzan a reprimir a los
4.000 militantes a que quedan reducidos los Atrevidos a finales de 1921. La traición de los
dirigentes socialdemócratas y el sectarismo de los líderes del PCI impiden la resistencia. Al
tiempo, en Gramsci y Tasca comienzan a surgir las primeras dudas a raíz de las críticas que
Lenin y el Comité Ejecutivo de la IC enviarán por correo al PCI: "¿Dónde estaban en ese
momento los comunistas italianos? Estaban ocupados en examinar con lente de aumento el
movimiento para decidir si era suficientemente marxista y en conformidad con el programa
(...) El PCI tenía que penetrar desde el primer momento de manera enérgica en el
movimiento de los Atrevidos, agrupar alrededor de sí a los trabajadores y convertir en
simpatizantes a los luchadores procedentes de las capas medias (...) poner a elementos de
confianza a la cabeza del movimiento. El partido comunista es el cerebro y el corazón de la
clase obrera y, para el partido, no hay movimiento de los trabajadores demasiado bajo o
demasiado impuro (...) vuestro joven partido debe utilizar cada posibilidad para tener
contacto con los trabajadores de las masas obreras y para vivir con ellos. Para nuestro
movimiento es más y más favorable cometer errores con las masas que no cometerlos
lejos de ellas, encerrados en el limitado círculo de los dirigentes del partido, afirmando la
castidad como principio".

La autodefensa era el arma de la clase obrera italiana en la guerra civil que la burguesía
desató desde 1920 contra los sindicatos, las organizaciones campesinas y las
municipalidades socialistas y comunistas. En el congreso de Lyon, con el partido en plena
clandestinidad, Gramsci reconsiderará las enseñanzas de los Atrevidos, pero mientras tanto
habrá debilitado su propio partido marginando a buenos militantes y organizadores. En
1921 no estaba solamente en juego una oposición eficaz al fascismo, cuyos resultados
habrían podido ser favorables, sino que, sobre todo, el PCI habría podido experimentar en
la práctica la táctica del frente único, que le habría permitido ganar mucha autoridad ante
los ojos de los militantes socialistas y también ante amplios sectores de la clase obrera.

Segundo Congreso del PCI

Gramsci no tuvo desde el principio una posición clara de cómo luchar contra el fascismo. En
agosto de 1921 escribe: "Contra el avance de la clase obrera se coaligarán todos los
elementos reaccionarios de los fascistas, de los populares, de los socialistas: los socialistas
serán, de hecho, la vanguardia de la reacción antiproletaria porque conocen mejor las
debilidades de la clase obrera". Mientras tanto, en las elecciones de abril, el PSI sigue
siendo el primer partido aunque pierda 30 escaños, y el PP el segundo, entre el yunque de
las presiones de la base y el martillo reaccionario del Vaticano. Pero el Papa y la
Confindustria (la patronal) no necesitan más los servicios de Turati y de Serrati, ya pueden
utilizar sus propias armas porque el peligro de insurrección ha pasado.

En marzo de 1922 se celebra en Roma el II Congreso del PCI, con Gramsci presente. En el
mismo se rechaza, con casi el 90% de los votos, la táctica de frente único y se aprueban
las tesis de Bordiga: la lucha más dura hay que darla contra la socialdemocracia en cuanto
ala izquierda de la burguesía. Sobre este punto, los bolcheviques siempre distinguían entre
la dirección traidora de la socialdemocracia (que de verdad actúa como ala izquierda de la
burguesía) y su base obrera. Los comunistas italianos, al no ofrecer el frente único,
consiguen cerrarse el camino hacia la base obrera socialista. Para comprender las razones
de este error es necesario tener en cuenta que solamente había transcurrido un año desde
la escisión de Livorno, y el resentimiento hacia los maximalistas era enorme. El congreso
trata la cuestión de la reforma agraria sólo de forma muy general. La labor de agitación en
el ejército la discute la FGCI, pero no el conjunto del partido. En cuanto al balance del
trabajo sindical, la fracción comunista calcula gozar de un 20% de apoyo dentro de la CGL.
Esto gracias a la consigna de huelga general contra los fascistas, contra el desempleo de
masas y por la subida de los salarios mermados por la inflación. Pero la discusión sindical
es monopolizada por las maniobras de los dirigentes reformistas y no se centra en la
importancia de aprovechar la oportunidad que se está presentando en aquellas mismas
semanas.

El frente único sindical

En la primavera de 1922, la necesidad de defenderse de las sangrientas agresiones


fascistas y de la crisis económica empuja a la clase obrera a volver a la batalla, que será
muy intensa entre junio y julio. El ambiente de unidad desde la base fuerza a los sindicatos
a formar la AIL (Alianza Italiana de los Trabajadores), que las cúpulas intentaron usar para
controlar a los trabajadores. La AIL está formada por CGL (1.850.000 afiliados en 1922, de
los que 415.000 son la minoría comunista; la mayoría se reparte entre maximalistas y
fieles a Turati y D’Aragona), USI (sindicato anarco-sindicalista escindido en 1912 de la CGL,
320.000 afiliados), UIL (175.000 afiliados), SFI (sindicato ferroviario anarquista, 120.000
afiliados) y FLP (portuarios, 100.000 afiliados). Al principio, el PCI no participa en las
reuniones y lanza mensajes contradictorios a sus militantes, entre la participación crítica y
el boicoteo. Las divisiones en la CGL reflejan las fracturas en el seno de PSI, que llevarán
más tarde a la expulsión de los reformistas (PSU). Los dirigentes comunistas de la CGL
rechazan cualquier colaboración con los maximalistas, aunque hayan comenzando un
rentable trabajo dentro de la USI, donde existe un importante sector que se orienta a la III
Internacional. El sector más combativo de la AIL podría suponer unos 700-800.000
trabajadores, si sumamos la fracción comunista de la CGL, USI, ferroviarios y portuarios. Si
Bordiga y Gramsci hubieran aprovechado este frente único sindical nacido de la base, en
vez de boicotearlo, podrían haber arrastrado a la mayoría de los trabajadores a la huelga
general propuesta por el PCI. Aunque la consigna de formación de comités unitarios de
autodefensa obrera no fue lanzada por los comunistas, sí habrían podido transformarse en
consejos —de fábrica, barrio y pueblo— durante la batalla antifascista.

A menos de dos años del Bienio Rojo, la clase obrera protagoniza una nueva oleada de
luchas contra el fascismo. Pero, una vez más, los obreros permanecen sin guía. De hecho,
Turati llamará a la "Huelga por la Legalidad" (para que el gobierno pare los pies a los
fascistas) y además espera hasta finales de agosto, cuando la clase está ya muy cansada
después de meses de batalla desarticulada y desarmada contra la represión. Lógicamente
el PCI acaba por perder militancia, quedándose con tan sólo 24.500 miembros. Las
persecuciones fascistas se hacen insoportables y fuerzan a los comunistas a la
semiclandestinidad. En octubre, Mussolini marcha sobre Roma junto a pocos miles de
fascistas, y para convencer al Rey de que lo acepte como jefe del Gobierno bastan tres
telefonazos: uno desde el Vaticano, otro desde Confindustria y el último desde el Gobierno
liberal dimisionario.

Paralelamente se desarrolla el IV Congreso de la Internacional, que debe revisar la derrota


italiana. En ese momento parece que puede empezar la colaboración del PSI de Serrati con
los comunistas, pero ya es demasiado tarde. Poco después, la policía detendrá a Bordiga y
Grieco. En el Ejecutivo del PCI entrarán Gramsci, Togliatti y Scoccimarro. Los camisas
negras destrozan la sede de L’Ordine Nuovo en Turín y apalean a un hermano de Gramsci,
confundiéndolo con éste. Trotsky escribirá más tarde: "El partido comunista no se daba
cuenta del alcance del peligro fascista, se nutría de ilusiones revolucionarias (...) Se
representaba el fascismo sólo como reacción capitalista. (...) no distinguía las
características particulares del fascismo, determinadas por la movilización de la pequeña
burguesía contra el proletariado, (...) exceptuando a Gramsci, no admitía tampoco la toma
del poder por parte de los fascistas (...). Pero no hay que olvidar que el fascismo italiano
no era en aquél período más que un nuevo fenómeno en formación: habría sido difícil
incluso para un partido con experiencia definir sus características específicas". (La
revolución alemana y la burocracia de Stalin, enero de 1932).
V

LA EVOLUCIÓN DEL PCd’I

La verdad es siempre revolucionaria

A finales de 1922, Gramsci viajará a Moscú y Viena como representante italiano de la IC.
En Rusia aprovecha para curarse en una clínica y conoce a Julca Schucht. Tenía 32 años.
Durante su estancia en Moscú, discutió ampliamente con Trotsky y se convenció de la
corrección de la táctica del frente único. Al mismo tiempo, Lenin entra en la fase más
crítica de su enfermedad, que le incapacitará para la vida política hasta su muerte en 1924.

Para comprender lo ocurrido a partir de esa época en el movimiento comunista es


necesario explicar las razones que llevaron a la degeneración del Partido Comunista de la
Unión Soviética y de la Internacional Comunista después del IV Congreso, el último que se
basó en la política marxista y en el que Lenin y Trotsky desempeñaron un papel
importante. Con eso aclararemos el contexto internacional de la correspondiente
degeneración del PCI, a la que Gramsci no opuso ninguna resistencia. El V Congreso de la
IC se celebró dos años después del IV y el VI no se celebraría hasta cuatro años después
(1928), cuando ya la estructura y el funcionamiento del Partido Comunista soviético y de la
IC habían sufrido cambios radicales.

La degeneración de la Revolución Rusa

Tras la muerte de Lenin, las contradicciones económicas y sociales que se habían


acumulado en Rusia se expresaron en una larga batalla política entre Trotsky y la
ascendiente burocracia del partido. Las raíces de esta lucha están en el atraso económico y
social de Rusia y en la derrota definitiva de la Revolución alemana a finales de 1923, que
cerró el ciclo revolucionario en Europa. La larga guerra civil que estalló cuando los ejércitos
de veintiún potencias capitalistas invadieron el Estado obrero, reduciendo el país a un caos
económico y haciéndolo retroceder décadas. El cansancio y la disminución numérica del
proletariado ruso contrajeron de forma dramática la base social de la revolución y del poder
obrero.

En esta situación, la Nueva Política Económica (NEP) establecida por Lenin en 1921
representó la única salida posible al comunismo de guerra. Se trataba de hacer
concesiones a la economía de mercado en el sector agrícola, para evitar la insurrección de
los campesinos contra el poder soviético y para aumentar la producción comenzando por
los bienes de primera necesidad: la comida. Todo esto mientras se esperaba que la
revolución alemana liberase a la URSS del cerco capitalista y de su propio atraso. La NEP,
de cuyos efectos contradictorios Gramsci estaba informado, trajo un fuerte alivio al país,
sentando las primeras bases para salir de la situación, pero al mismo tiempo favoreció el
resurgimiento de tendencias pequeñoburguesas en el campo y la ciudad y fortaleció a los
kulaks (campesinos ricos) y a los nepmen (comerciantes, intermediarios y pequeños
industriales enriquecidos gracias a la NEP). A estos sectores, en rápida ascensión, se
añadían dos capas sociales: la vieja burocracia estatal heredada del pasado zarista y los
técnicos de la industria que no habían huido al extranjero, a los que la clase obrera
necesitó en un primer momento por la imposibilidad de sustituirlos a corto plazo. Éstos no
habrían trabajado si les hubiesen quitado todos los privilegios a los que estaban
acostumbrados. Incluso hubo que hacerles concesiones. Es fácil comprender por qué el
proletariado fue aplastado socialmente y, en consecuencia, expropiado políticamente.

Del atraso económico, el aislamiento de la revolución y el exterminio de centenares de


miles de comunistas y obreros avanzados en la guerra civil surgió una casta burocrática
que cuajó en todos los niveles del Estado. Una casta que empezó a ver en el proletariado
ruso y del resto del mundo una amenaza, una casta que se expandía día a día, volviéndose
incontrolable por la débil y agotada clase obrera soviética. La burocracia adquiría
conciencia de sí misma y rápidamente encontró su expresión política, imponiéndose en el
seno de los sóviets y del Partido Comunista. Stalin se hizo su portavoz.

Paralelamente, la IC se convirtió en una sucursal del Ministerio de Asuntos Exteriores


soviético, anteponiendo los intereses de la burocracia a los de la revolución mundial. La
derrota de la revolución en Occidente favoreció enormemente este fenómeno. El propio
Gramsci comparó el papel de la burocracia estatal borbónica italiana al de la burocracia
zarista rusa, destacando, por un lado, la fuerza de la inercia y, por otro, la imposibilidad de
su sustitución en condiciones de atraso económico. Según Gramsci, la burocracia había
sobrevivido en ambos casos a la caída del régimen que la había originado sobre todo por su
peso en el aparato económico y administrativo y por el atraso del país. Pero
contrariamente a Bordiga, Gramsci no consideró suficientemente las repercusiones de estos
procesos en el interior del PCUS y de la IC. Trotsky profundizó los primeros análisis de
Lenin sobre este problema, describiendo a la casta burocrática como un grupo social con
intereses propios y tendencia a reproducirse, aunque sin ocupar un papel específico en la
producción.

Los giros bruscos que caracterizaron la política estalinista dependían de los intereses de la
casta usurpadora: fue así cómo los primeros involuntarios peones de la burocracia,
Zinóviev (a la cabeza de la IC), Kámenev y Stalin (a la cabeza del partido) empezaron la
lucha política contra Trotsky. En el otoño de 1924, Trotsky publica Lecciones de Octubre,
donde respondió a las acusaciones de desviarse del bolchevismo ilustrando las vacilaciones
que tuvieron Zinóviev, Kámenev y Stalin en la fase decisiva de la revolución de 1917.
Lecciones de Octubre compara las indecisiones de los dirigentes bolcheviques cuando Lenin
y Trotsky estaban ausentes con las de Zinóviev y Kámenev en la revolución alemana de
1923, que causaron la derrota y la pérdida de la última ocasión para romper el aislamiento
ruso. A escala internacional, la troika formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev subestimó la
gravedad de aquel fracaso y, contrariamente al análisis de Trotsky, preveía en el futuro
inminente nuevos ascensos revolucionarios en Alemania. La publicación de Lecciones de
Octubre, junto a las críticas de Trotsky a la prolongación de la NEP, hizo que estallara
abiertamente la guerra contra él. Cuando a finales de 1925 Zinóviev y Kámenev admitieron
la corrección del análisis de Trotsky y se opusieron a la teoría estalinista del "socialismo en
un solo país", Stalin se alió con Bujarin. Mientras tanto, Zinóviev y Kámenev se unieron con
Trotsky y la Oposición de Izquierdas en lo que se denominó la Oposición Conjunta, pero el
poder de Stalin y la burocracia ya era enorme.

Desde entonces, la unidad y homogeneidad política de los partidos comunistas fue la


excusa tras la cual se escondió la imposición de un nuevo dogma: la infalibilidad del
secretario general y de la Internacional, y con este dogma, la aceptación acrítica de la
teoría antimarxista del socialismo en un solo país. La postura revolucionaria de los
bolcheviques se transformó, en 1924, en una alianza sin principios con fuerzas
pequeñoburguesas y burguesas en numerosos países (EEUU, China, los Balcanes...),
idealizando al campesinado como una clase revolucionaria homogénea, en completa
contraposición a lo que Lenin y Trotsky habían defendido en la Revolución de Octubre.

Según avanzaba la degeneración, Stalin no sólo rompió con el marxismo al defender la


teoría del socialismo en un solo país, lo que equivalía a abandonar la perspectiva
internacionalista de la revolución, sino que recuperó la reformista "teoría de las dos
etapas", y no sólo para los países subdesarrollados y coloniales, también para los países
capitalistas avanzados. Esta teoría considera que el proletariado debería apoyar a la
burguesía nacional de los países atrasados en su lucha contra los vestigios del feudalismo.
De esta manera, la realización de las tareas de la revolución democrática daría paso a un
período de desarrollo capitalista, que posteriormente plantearía las tareas de la revolución
socialista. La consecuencia de esta política menchevique fue la trágica derrota de la
primera Revolución China en 1925-27. En nombre de la alianza con los campesinos y la
burguesía "progresista", el PC chino fue obligado a renunciar a su programa de reforma
agraria y nacionalización de la industria bajo control obrero y a disolverse en el seno del
Kuomintang (el partido burgués). Stalin y Bujarin terminaron por destruir la revolución. El
Kuomintang se lo agradeció masacrando a cientos de miles de comunistas.

En el caso de países capitalistas más avanzados, como Francia o España, Stalin impuso la
política del Frente Popular, es decir, el sometimiento del proletariado al programa de una
supuesta "burguesía progresista" en aras de la defensa de la "República democrática". El
alcance funesto de esta estrategia fue la derrota de la revolución en ambos países en los
años treinta.

El "gobierno obrero y campesino" y la dictadura fascista

A la vuelta de Viena, Gramsci encuentra al Partido machacado por la represión: 1923 había
sido el año de la caza al comunista, con la que el Gobierno y la monarquía intentan, entre
otras cosas, evitar la fusión del PCI con el PSI.

Millares de militantes y dirigentes comunistas son detenidos y los fondos, confiscados.


Solamente en Turín, en pocas semanas son asesinados 23 dirigentes políticos y sindicales.
La estructura del partido estaba prácticamente destruida, organizativa y físicamente. Por
otra parte, el partido se había sometido a las decisiones de la Internacional solamente de
manera formal y disciplinaria, pero seguía rechazando la táctica del frente único contra el
fascismo. En Viena, Gramsci se había negado a firmar un documento —propuesto por
Bordiga y la mayoría del partido, Togliatti incluido— de oposición a la línea de la IC, que
todavía no había caído en el proceso de degeneración.

Gramsci, que vuelve aún enfermo, intenta construir una fracción en el PCI, para
contrarrestar la línea sectaria de los comunistas italianos. Junto con Togliatti, funda en los
primeros meses de 1924 L’Unitá, el órgano de la inminente fusión con el PSI, que seguirá
siendo el diario oficial del PCI hasta el año 2000.

En aquel período, Mussolini había asestado otro duro golpe a la clase obrera con el primer
recorte drástico de los salarios. A pesar de la existencia de Parlamento, mes a mes el
régimen se hacía más despótico. Cuando el 10 de junio de 1924 los camisas negras, por
orden de Mussolini, asesinan al diputado socialista Matteotti (L’Unità tituló "¡Abajo el
Gobierno de los asesinos!"), el régimen conoce varias semanas de incertidumbre: las
ciudades industriales y los jornaleros del norte y del sur —agobiados por la alianza entre
terratenientes, sacerdotes y fascistas— están al límite de su paciencia. Esperan en vano del
PSI y la CGL las directrices necesarias para enfrentarse al débil gobierno fascista, y tan
grande es la indignación popular que el PCI aprovecha para lanzar una campaña de
afiliación que da resultados: ve duplicada su militancia. L’Unità imprime ahora 40.000
copias diarias. Para forzar una intervención del rey contra Mussolini, los partidos de
izquierda y de la burguesía "democrática" abandonan el Parlamento y se retiran durante
meses al Aventino, una de las colinas de Roma.

Desde allí, Gramsci intenta desenmascarar ante las masas la pasividad de los maximalistas
(PSI), la derecha socialista de Turati (PSU) y los partidos burgueses (republicanos,
nacionalistas sardos, populares y democráticos). Por supuesto, la consigna que los
comunistas proponen en el Aventino ("Por un gobierno republicano de todas las fuerzas
antifascistas y antimonárquicas sobre la base de los consejos obreros y campesinos") es
rechazada En las fábricas y entre los campesinos pobres la versión será: "Gobierno obrero
y campesino". De hecho, esas versiones se mezclan en la propaganda de L’Unità. Los
socialistas confirman su enorme desconfianza en las masas, mientras que el sector
"democrático" de la burguesía demuestra nuevamente que teme más a la clase obrera que
al fascismo. Con la tendencia al reflujo de las masas, y debido al sectarismo del PCI en los
años anteriores, el intento de desenmascarar a los partidos democráticos y socialistas no
obtiene resultados satisfactorios. CGL, PSI y PSU rechazan la huelga general promovida por
los comunistas. En la práctica, el programa lanzado por Gramsci en aquel momento
(verano de 1924) era abstracto y muy confuso: en lugar de hacer énfasis en la necesidad
de una política de independencia de clase del proletariado, adopta de hecho la consigna de
un "contraparlamento" burgués como contrapoder al fascismo. Además propone que lo
sostengan los consejos obreros (inexistentes) y campesinos. Esto suponía un error si se
considera que las instituciones estatales de la burguesía apoyaban descaradamente al
fascismo, algo de lo que sí era consciente la clase obrera.

El frente único antifascista concebido por Lenin y Trotsky preveía, en cambio, la exclusión
de todo partido burgués, la absoluta independencia política de la clase obrera frente a la
burguesía y las clases medias. De hecho, la consigna de los comunistas italianos no tiene
mucho éxito entre las masas trabajadoras. Gramsci espera que las capas medias
indignadas por el asesinato de Matteotti dejaran de apoyar a Mussolini. También está
convencido de que "el gobierno obrero y campesino" pueda atraer a la pequeña burguesía
arruinada por la crisis económica. Pero se equivoca. La autodefensa armada de la clase
obrera se disuelve por la política equivocada de las direcciones obreras —la falta de
armas— y porque el Estado retoma el control del ejército. Los Atrevidos del Pueblo y el
frente único sindical ya no existen. También la difusión de consejos obreros y campesinos
en las fábricas y los campos no se produce porque estos organismos sólo nacen de las
masas en los momentos de ascenso revolucionario, como demuestra la experiencia de
Turín en el Bienio Rojo.

Agrupar a las masas alrededor de las consignas del PCI se revela imposible: se están
pagando los errores y el sectarismo de los cuatro años anteriores. También la CGL está
muy débil, y dentro de ella los reformistas boicotean con éxito a los comunistas. En
ausencia de oposición, Mussolini recupera la confianza y el fascismo toma definitivamente
el mando. Ya no habrá ocasiones para los demás.

‘Bolchevización’ y degeneración del PCI

Gramsci, junto con Zinóviev, cree que Mussolini caerá en muy poco tiempo, y ambos
adoptan una táctica errónea. No piensan en reforzar con tiempo la estructura clandestina
del partido, de organizar la retirada para preservarlo de la represión, sino que deciden
reclutar a masas inexpertas de jóvenes obreros y campesinos. Pero sólo consiguen exponer
al PCI a los golpes de los fascistas y a las pesquisas policiales. Considerando que la clase
obrera está en retirada, hubiera sido necesario defender la mera existencia del partido. La
protección de las estructuras y la paciente formación de los cuadros del partido adquieren
gran importancia en estas circunstancias. En cambio, la marginación de la izquierda de
Bordiga del partido no hará más que debilitarlo y distraerlo de sus tareas, teniendo en
cuenta que la gran mayoría de los cuadros apoyan a Bordiga.

En 1924, Gramsci, Tasca, Togliatti (que sustituye a Gramsci en el Comité Ejecutivo


Internacional) y Scoccimarro empiezan su campaña por el control del partido y la
liquidación burocrática de la izquierda. Gramsci sólo controla la Central (la ejecutiva
nacional), mientras que Bordiga tiene una gran autoridad sobre la mayoría de los cuadros
locales y, por tanto, de la base. En la conferencia clandestina de Como (1924), empiezan
los ataques de la Central, equiparando a Bordiga con Trotsky y definiendo a ambos como
"opositores estériles y dañosos para la unidad del partido". Pero lo cierto es que nadie en
Italia conoce las posiciones políticas de la Oposición de Izquierdas de Trotsky. Gramsci y
sus compañeros de la Central piensan que las bases del régimen fascista no pueden
reforzarse más de lo que ya están y que la revolución no está lejos. Por eso quieren
liberarse con tiempo de la influencia de Bordiga. A la vez, el proyecto de reestructuración
política y organizativa del partido coincide con un cambio desfavorable en la correlación de
fuerzas entre las clases en Rusia, Italia y el resto de Europa.

En aquel momento, la línea política de la troika (Zinóviev, Kámenev, Stalin) para


"bolchevizar" la Internacional —que en la práctica significaba adecuar la vida interna y la
política de los diferentes partidos a la lucha contra el "trotskismo" y la defensa del aparato
dirigente del PCUS— se transforma en un mandamiento también para Gramsci, que
empieza a pensar que "la voluntad y la fuerte disciplina bolchevique", sostenidas por la
"férrea unidad leninista del partido", pueden superar toda dificultad. La vena idealista de
Gramsci sustituye el análisis científico de Trotsky sobre los problemas de la Revolución
Rusa. Bordiga, miembro del Ejecutivo de la IC, que no entabló contacto con Trotsky hasta
1924 y no conocía sus posiciones, le defenderá en 1926 en una reunión del Comité
Ejecutivo Internacional ampliado. Su crítica tendrá como base la exclusión de los partidos
comunistas europeos del debate sobre los problemas internos del PCUS, comportamiento
completamente ajeno al internacionalismo proletario que había caracterizado a la IC.
Bordiga tampoco aceptará la criminalización de las fracciones, afirmando que "las
fracciones en el partido son la historia de Lenin".

Desde el verano de 1924 hasta la primavera de 1925, Gramsci, Togliatti y Scoccimarro


desencadenan la campaña de desmantelamiento de los cargos dirigentes del partido y de la
mayoría de los cuadros. Entre junio y julio de 1925, L’Unità, ahora clandestina, titula: "El
partido se refuerza combatiendo las desviaciones antileninistas", "Los miembros del Comité
de Intesa [los bordiguistas] están en contra de la Internacional", "El Comité de Intesa, en
contra del espíritu proletario del partido" o "¡Contra el fraccionalismo, por una unidad de
hierro del partido!". El Comité de Intesa había nacido como conexión ideológica entre los
dirigentes víctimas de la campaña de Gramsci. Podemos imaginar el efecto que esta
campaña tuvo sobre los nuevos y mal preparados militantes del partido, que ahora
constituían la mayoría.

El ejecutivo del PCI organizó incluso una policía interna para vigilar a los "sospechosos",
supervisar e impedir las reuniones de la izquierda y promover la destitución de aquellos
dirigentes (elegidos democráticamente en el último congreso) que habían construido el
partido. Se nombran abundantemente desde la cúpula nuevos responsables, menos
conscientes pero que obedecen ciegamente a la troika italiana. El chantaje económico
sobre los liberados y cuadros comunistas funciona a la perfección, dadas las dificultades
económicas y el régimen fascista. Los comités locales y federales del partido son disueltos
y sus miembros son "desterrados" a las unidades más fieles a la Central. De acuerdo con
Humbert-Droz, el delegado en Italia de la IC, el congreso se retrasará hasta la victoria de
la "bolchevización". Acabará por celebrarse en 1926 en Lyon, cuatro años después del
anterior.

El clima de intimidación interna se revela en palabras de Gramsci como éstas: "Ninguna


tolerancia para ninguna tendencia, el leninismo es un sistema integral: o se acepta en
bloque o se rechaza". Y también: "Es necesario infundir en las masas del partido una
convicción muy arraigada del principio de lealtad hacia el Comité Central. Las iniciativas
que quieren fraccionar (...) deben encontrar en la base una reacción espontánea e
inmediata que las entierre antes de nacer. La autoridad del CC, entre un congreso y otro,
nunca debe ser discutida y el Partido debe convertirse en un bloque homogéneo"
("Significación y resultados del III Congreso del PCd’I", L’Unità, 24/2/1926). El mismo
proceso se produce en los partidos comunistas de Francia, Alemania, Polonia, Republica
Checa, Eslovaquia, Noruega, EEUU y muchos otros países.

En Italia, la línea de Gramsci prevalece con el 90,8% de los votos en el congreso nacional.
El "reglamento" para los congresos locales había sido el siguiente: todos los compañeros
que no votan por la izquierda se consideran votos para la Central; no valen las
abstenciones; los compañeros que no puedan ir a los congresos locales pero que quieren
votar a Bordiga pueden hacerlo por carta (exponiéndose al control de la policía). El resto de
los ausentes se cuentan como votos para la Central. Un ejemplo: un congreso en el que
sólo hubiesen podido participar 15 de los 60 delegados y en el que 11 votos fuesen para la
izquierda y 4 para la Central, se computaba como 49 votos para la mayoría (o sea, la
diferencia entre los 60 delegados y los 11 de Bordiga).

Después del congreso, Gramsci admitiría que no se discutió del programa, ni de la situación
de Italia ni de las perspectivas para el fascismo. Sólo se pensaba en destruir a la izquierda.
Bordiga y sus compañeros critican los métodos de votación en los congresos, mientras que
Gramsci destaca los esfuerzos y sacrificios de los compañeros de base en la clandestinidad,
consiguiendo ridiculizar las críticas. El discurso de Gramsci duró cinco horas y cuando a
continuación empieza a hablar Bordiga, los delegados están agotados.

En el mismo año del congreso la dictadura se endurece y se ilegaliza al PCI. Las tesis de
Gramsci en Lyon confirman su paso atrás.

La Asamblea Constituyente y la ruptura con el estalinismo

Al mismo tiempo en la URSS, la burocracia "soviética" (los sóviets quedaron reducidos a


cascarones vacíos hasta que desaparecieron incluso formalmente al comienzo de los años
treinta) se deshizo de toda oposición, primero de Trotsky y, a continuación, de Kámenev,
Zinóviev y el resto de los dirigentes bolcheviques. Stalin se dio cuenta de que la NEP había
reforzado mucho a la nueva burguesía. Ahora, kulaks y nepmen amenazaban los intereses
de la casta burocrática, que se basaba en la propiedad colectiva de los medios de
producción y en el monopolio del comercio exterior.

Stalin dio entonces un giro a la "izquierda"y puso en marcha la campaña de "eliminar a los
kulaks como clase" y de industrialización a marchas forzadas. En 1929, se deshizo de su
último aliado, Bujarin, y Trotsky fue exiliado. Afectada por la experiencia china, la
burocracia adoptó internacionalmente la política ultraizquierdista del llamado tercer
período: para el aparato estalinista, el principal enemigo de la revolución lo constituían los
socialistas, que eran considerados como socialfascistas. Esta desgraciada política hundió en
el sectarismo más loco a los partidos comunistas europeos, entre ellos al KPD (Partido
Comunista Alemán), que combatió encarnizadamente a las organizaciones
socialdemócratas y sus sindicatos, renunciando al frente único con la socialdemocracia para
luchar contra el nazismo.

Poco después del congreso, Gramsci es detenido y encarcelado. En la celda le informan de


las medidas disciplinarias del bloque formado por Stalin y Bujarin dirigidas no sólo contra
Trotsky, sino también contra Kámenev y Zinóviev. Turbado por la magnitud del
enfrentamiento, Gramsci intenta oponerse y envía, por medio de Togliatti, una carta al
Comité Central del PCUS, expresando su preocupación por el debilitamiento y la división del
partido, pero sin entrar en consideraciones políticas. Togliatti hará de todo para evitar
entregar la carta. En 1930 explotará en el Comité Ejecutivo del PCI la polémica sobre el
socialfascismo: Togliatti expulsará a Pietro Tresso "Blasco", Leonetti y Ravazzoli, que
rechazaban la nueva línea. Más tarde, Tresso fundará la NOI (Nueva Oposición Italiana) y
los tres se unirán a la Oposición de Izquierdas Internacional de Trotsky. Tresso, alumno de
Gramsci y hasta 1930 responsable de la estructura clandestina del partido, será uno de los
fundadores de la IV Internacional en 1938. Detenido en 1942 en Francia por el Gobierno de
Vichy, Stalin y Togliatti lo mandarán asesinar en 1943, después de haber sido liberado por
los comunistas franceses.

Entre 1929 y 1930, a través de los camaradas que llenaban las prisiones fascistas, Gramsci
se enterará de la nueva línea del tercer período y no la compartirá, como atestiguaron su
hermano Gennaro, Athos Lisa y el socialista Sandro Pertini. Debido a estas críticas políticas,
las campañas internacionales para la liberación de Gramsci cesarán entre 1930 y 1934 por
orden de Moscú. En la necrológica de Gramsci escrita por Tresso en 1937 y publicada en el
boletín de la NOI y en La Lutte Ouvriere se dice: "Podemos afirmar incluso que, al menos
después de 1931 y hasta 1935, la ruptura moral y política de Gramsci con el partido
estalinizado era completa. La prueba es que durante estos años la prensa comunista
enmudeció acerca de la campaña para la liberación de Gramsci. (...) Se había destituido a
Gramsci oficialmente, puesto que era jefe del Partido y en su lugar se había puesto a ese
payaso dispuesto a todo ¡que se llama Ercoli [Togliatti]! Los compañeros salidos de prisión
nos han informado, hace dos años, que Gramsci había estado expulsado del Partido, una
expulsión que la dirección había decidido ocultar al menos hasta que Gramsci estuviera en
condiciones de hablar libremente".

En 1930, Togliatti expulsa a Bordiga por el "crimen" de seguir defendiendo a Trotsky. A las
locas concepciones del socialfascismo, Gramsci opuso correctamente la consigna de la
asamblea constituyente, que los sectores más conscientes de los trabajadores y
campesinos habrían apoyado fruto de su opresión bajo la dictadura de Mussolini. Para
Gramsci se trata precisamente de una consigna transicional para conectar la conquista de
las libertades democráticas y sindicales con la perspectiva de la derrota revolucionaria del
fascismo y el capitalismo. Trotsky entonces ya apoyó esta consigna.

VI

LA HEGEMONÍA Y LA CUESTIÓN MERIDIONAL

A través de su fiscal, Mussolini había dicho de Gramsci: "Tenemos que impedir que este
cerebro funcione para los 20 próximos años". La pena impuesta fue de 20 años, 4 meses y
5 días, pero a pesar de las duras condiciones en la cárcel, recrudecidas por su enfermedad,
Gramsci tendrá la fuerza de profundizar muchas cuestiones teóricas e históricas de gran
importancia.

La conquista de la hegemonía

Si tú dijeras que las ciencias que empiezan y terminan en la mente son verdaderas, esto no
es exacto y se niega por muchas razones; la primera es que la experiencia no llega a esos
discursos mentales, y no hay duda de que, sin experiencia, nada es por sí mismo cierto.

Leonardo da Vinci,
Tratado sobre la pintura
Seiscientos años después, dirigimos al secretario general de Refundación Comunista (PRC)
en Italia, Fausto Bertinotti, las palabras de Leonardo. En los últimos años, Bertinotti se ha
enfrentado a menudo a algunos temas estudiados por Gramsci en prisión, y lo ha hecho de
forma abstracta. El problema de la revolución en Occidente, nudo gordiano de la mayoría
de las reflexiones de los Cuadernos de la cárcel, está vinculado al concepto de hegemonía:
por un lado, la hegemonía que la clase dominante ejerce para mantenerse en el poder por
medio de distintas combinaciones de manipulación, búsqueda de respaldo social y coerción;
por otro, la hegemonía que la clase obrera debe conquistar en la sociedad para apoderarse
de las palancas productivas, políticas y culturales controladas, de momento, por la
burguesía.

En su formal "regreso a Marx", la política de Bertinotti se convierte en esa ciencia que


comienza y termina en los prejuicios de su mente, que ignora las experiencias que la clase
obrera acumuló desde la Comuna de París hasta la revolución en Argentina en diciembre de
2001; define al estalinismo como la consecuencia inevitable de la idea de la toma del
poder, sin hacer referencia a las causas objetivas de la degeneración de la Revolución rusa;
y termina por desnaturalizar el concepto de hegemonía de Gramsci para justificar la
renuncia de la mayoría actual de la dirección del PRC a cualquier idea de expropiación de la
burguesía. Y con la excusa de la importancia otorgada por Gramsci al papel guía de los
intelectuales comunistas para la conquista de la hegemonía, Bertinotti abre las puertas del
partido a la intelectualidad pequeñoburguesa y reformista, a la vez que las cierra a los
jóvenes obreros italianos.

Reflexionando sobre la correlación de fuerzas entre las clases sociales (Cuaderno de la


cárcel nº 13, nota 17), Gramsci distingue entre distintos ámbitos, entre ellos el social,
basado en el desarrollo de las fuerzas productivas, y el político, basado en la organización
de las clases para la conquista de la hegemonía. Dado que el primero está maduro para la
superación del capitalismo, y así opinaban ya Gramsci desde hace setenta años y Marx
desde hace ciento cincuenta, vemos cómo pensaba el dirigente comunista sobre el resto:
"Un segundo grado [ es aquel en el cual se llega a la conciencia de la solidaridad de
intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo puramente
económico. Ya en este momento se coloca la cuestión del Estado, pero solamente en el
terreno de alcanzar una igualdad político-jurídica con los grupos dominantes, porque se
reclama el derecho a participar en la legislación y en la administración y quizás a
modificarlas, a reformarlas, pero en los cuadros fundamentales ya existentes". Es decir, los
trabajadores empiezan a ser conscientes de la necesidad de organizarse para defender sus
intereses económicos y políticos en la sociedad capitalista.

"Un tercer momento es aquél en el cual se llega a la conciencia de que los propios intereses
corporativos, en su actual y futuro desarrollo, superan el recinto corporativo de grupo
puramente económico, y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos
subordinados. Ésta es la fase más francamente política (...) de las superestructuras
complejas (...) en la cual las ideologías germinadas anteriormente se transforman en
partido, se comparan y entran en lucha hasta que una sola (...) pueda prevalecer,
imponerse, extenderse sobre todo el área social (...) colocando todas la cuestiones
alrededor de las cuales hay batalla, no a nivel corporativo, sino sobre un plan universal y
creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos
subordinados". El sentido de la cita, como de las muchas que podríamos tomar de los
Cuadernos, resulta contradictorio y no es comprensible si ésta se interpreta literalmente.
¡La censura fascista era activa incluso en la cárcel! Dado que los escritos eran censurados,
se hacía necesario un estilo más sociológico que político, empleando eufemismos como
"grupo social fundamental" (clase obrera), "superestructuras complejas" (dualismo de
poderes, difusión de los consejos obreros).
"El Estado está pensado como un organismo propio de un grupo, destinado a crear las
condiciones favorables a la máxima expansión del grupo mismo, pero ese desarrollo y
expansión están pensados y presentados como la fuerza motriz de una expansión
universal, de un desarrollo de todas las energías nacionales. Es decir, que el grupo
dominante viene coordinado concretamente con los intereses generales [del conjunto] de
los grupos subordinados y la vida estatal está pensada como un continuo desarrollo y
superación de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo
fundamental y los de los otros grupos". Así, la palabra "Estado" significa en la primera cita
"Estado burgués" y en esta última, "Estado obrero", con la ruptura revolucionaria de por
medio. Pero en absoluto podemos pretender que, en las condiciones en las que se
encontraba, Gramsci escribiese claramente la expresión "derrumbamiento del sistema
capitalista y su Estado". El mismo discurso vale para la expresión "en el ámbito de la ley",
donde "ley" tiene que ser entendida como "dictadura del proletariado". El término
hegemonía (del partido obrero) parece claramente asociado a un período de ascenso
revolucionario, cuando la acción independiente de la clase obrera logra inspirar a las clases
medias y a los sectores explotados.

El capital se sirve diariamente de las superestructuras por él controladas para inhibir


cualquier desafío a la hegemonía que ejerce a través de sus periodistas y escritores,
actores y directores, científicos y divulgadores, sacerdotes y profesores, abogados y
jueces, ministros y militares..., es decir, los intelectuales que Gramsci definía como
"dependientes de la clase dominante", "los animadores de las casamatas del sistema", los
"funcionarios de las superestructuras". Gramsci defendía la necesidad de un trabajo
constante del partido para ganar no solamente a los obreros, sino incluso a los
intelectuales más cercanos al marxismo, para así minar la estabilidad de las llamadas
casamatas, vocablo tan utilizado por Toni Negri y Bertinotti. Pero Gramsci no apoyaba en
absoluto un proceso gradual basado en arrebatar democráticamente la hegemonía a la
clase dominante. No consideraba posible ninguna transformación de la sociedad sin una
ruptura revolucionaria. Entendía que la influencia de las ideas comunistas sobre la clase
obrera y sobre las otras clases subalternas solamente podría extenderse muy rápidamente
en períodos de crisis social y que éstos debían ser aprovechados para sustituir el Estado
burgués por un Estado proletario basado en los consejos obreros, en transición hacia el
socialismo.

Sobre la revolución en Occidente, Gramsci escribió: "en Oriente, el Estado era todo, la
sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil hay
una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidencia una robusta estructura de la
sociedad civil. El Estado es solamente una trinchera avanzada, detrás de la cual existe una
robusta cadena de fortalezas y de casamatas". Los marxistas sabemos que la diferencia
entre el Estado zarista y el Estado occidental moderno depende de la diferencia entre la
burguesía débil y comprometida con el feudalismo de un país ex colonial y la burguesía
más fuerte de un país desarrollado. Que "la cadena de fortalezas y casamatas" sea fuerte y
su estrategia para conseguir respaldo social sea refinada, es indudable; pero su resistencia
depende, en última instancia, de la capacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas
productivas y el bienestar general de un país: de esto y solamente de esto depende la
estabilidad de sus superestructuras. En caso contrario, como muestra la revolución en
Argentina (país más similar a Italia y España que a la Rusia zarista), las fortalezas y las
casamatas que garantizan el respaldo social en tiempos normales se deshacen incluso
antes que el aparato estatal: la Iglesia está bajo acusación y su jerarquía teme salir a la
calle, los diarios burgueses se leen en un clima de desconfianza general; parlamentarios,
jueces y ministros no se atreven a aparecer en público; las escuelas parecen más centros
de rebeldía que fortalezas de la burguesía... ¿Es éste el fruto de un largo trabajo de
intelectuales progresistas argentinos que desde años tejen la tela de la hegemonía?
¡Ciertamente no! Los intelectuales pequeñoburgueses de izquierdas estaban teorizando
sobre el fin de la lucha de clases, cuando fueron sorprendidos por el estallido del proceso
revolucionario en toda América Latina a finales de 2001. Bertinotti estaba haciendo lo
mismo el día en que fue desmentido por las seis huelgas generales que sacudieron Italia,
Grecia, Portugal y el Estado español nada más empezar el nuevo siglo.

Después de haber demolido las presunciones de independencia y la neutralidad de los


intelectuales en la sociedad capitalista, Gramsci define al intelectual del partido como el
"persuasor permanente", el "especialista de la construcción" de los cuadros en el seno
mismo de la clase obrera. "Que todos los miembros del partido político deban ser
considerados como intelectuales, esa es una afirmación que puede prestarse a la broma;
pero si se reflexiona, no hay nada más exacto (…): lo que importa es la función, que es
directiva y de organización, o sea educativa, intelectual" (Cuaderno nº 12, nota 1).
¡Sorpresa! Gramsci no piensa en una genérica hegemonía del partido sobre los
"intelectuales" o "personas de cultura", sino en el proyecto de ganar al partido todos los
elementos periféricos de la clase obrera que deseen entregarse en cuerpo y alma a la
causa del socialismo y, por supuesto, a la tarea de la educación política de la militancia y la
formación de cuadros. Sobre estas bases, ¿estamos realmente seguros de que la
"renovación intelectual y moral" de la que hablaba Gramsci fuese un llamamiento a la
buena voluntad de los intelectuales?

En un artículo de Gramsci, publicado en el periódico Liberación el 28 de abril de 1998,


Bertinotti escribió: "[En el pensamiento de Gramsci] la dictadura del proletariado sigue
siendo un pensamiento dominante, excepto que Gramsci le añade múltiples articulaciones:
los temas de la ‘sociedad civil’, ‘las casamatas’, la ‘hegemonía’ y por lo tanto la relación con
la cultura, con los intelectuales (...) Eso significa trascender de la causa mecánica de la
revolución en una operación en la cual, junto al elemento del conflicto de clase y la
autonomía, está el elemento de la construcción de la ciudad futura". Han bastado unos
pocos años para que Bertinotti llegara a utilizar a Gramsci para intentar dar lustre a la
nueva estrategia del PRC: no a la lucha contra la propiedad privada y contra el Estado
burgués, sino larga marcha revolucionaria para la conquista, una después de otra, de las
casamatas. O sea: "El movimiento lo es todo, el fin no es nada". En el congreso provincial
de Bolonia, un escritor (el "intelectual orgánico" Stefano Tassinari) dijo literalmente: "Veo
el partido como embrión de otro mundo posible nacido del movimiento de los
movimientos". Es decir, la mayoría del PRC y los intelectuales que "contaminan" su trabajo
político piensan que el partido ya no es un medio de lucha política ni el depositario de las
mejores tradiciones y la memoria histórica del movimiento obrero, sino el embrión en
expansión de la ciudad futura, el centro de experimentación directa de otro mundo posible.
¿Cómo se producirá, pues, la transformación social? Ellos nos contestan: al conquistar
casamatas, al transformarse el partido en el vehículo de "un nuevo pensamiento fuerte". El
mismo Bertinotti suspendió el llamado "proyecto hegemónico" del PRC (1998) a favor de
una genérica "alianza" (2000-02) con cualquiera que en los movimientos se declare
adversario del neoliberismo.

Lo que impulsaba a Gramsci a escribir sobre la hegemonía y la revolución en Occidente


eran los problemas con los que se enfrentaban los bolcheviques en Rusia: pensaba en los
medios y en las políticas que la clase obrera italiana, una vez en el poder, debería adoptar
para ganar de forma estable a su causa la mayoría de la sociedad. En palabras de Trotsky,
"la tarea del proletariado es llevar a los campesinos al socialismo, manteniendo una
hegemonía completa sobre ellos". Gramsci conocía el alcance de los problemas del Estado
proletario ruso, donde la clase obrera no pudo ejercer una hegemonía suficiente sobre las
clases medias, debido al aislamiento y atraso económico y cultural de Rusia y al muy
reducido peso específico de la clase obrera en la sociedad. Aunque el proletariado italiano
era mucho más desarrollado y numeroso que el ruso, la bancarrota del PSI contribuyó
directamente a la involución de las clases medias entre el Bienio Rojo y la "rebelión de los
simios", como Gramsci llamó al apoyo que éstas otorgaron al fascismo tras la derrota de la
revolución. Por eso estaba tan interesado en el problema de la hegemonía política de la
clase obrera sobre las clases medias. A pesar del deterioro que sufría en la cárcel, el preso
7047 trabajaba para la futura democracia obrera italiana. La ocasión revolucionaria se
presentaría puntualmente a la hora de la caída del fascismo, en 1943. Y realmente, entre
1943 y 1948, la dirección estalinista del PCI desviará la revolución italiana, que se basaba
en la guerra civil "partisana" y el movimiento de la clase obrera en las ciudades.

Desde entonces, la dirección estalinista del movimiento obrero siempre ha sido la


responsable de la derrota de la revolución italiana, incluso cuando se presentaron las
condiciones entre 1968 y los años setenta. De estas experiencias elaboramos nuestra
respuesta a las posiciones políticas del camarada Bertinotti. Hay una casamata que
regularmente el secretario descuida, pero que es la más importante entre las que dispone
el capital, la más difícil de conquistar para los revolucionarios y la clase obrera, la última en
caer incluso cuando todo el sistema de Gramsci —Estado, fortalezas, casamatas— está
destruido: esa casamata es la dirección del movimiento obrero, el aparato conservador de
los sindicatos y los partidos obreros, incluido el PRC. Como sostenemos los marxistas, la
crisis de la sociedad se reduce en última instancia a la degeneración política, bajo las
presiones del capitalismo, de la dirección de la clase obrera.

El ‘Resurgimiento’ y la ‘cuestión meridional’

Gramsci fue también el primero en analizar desde un punto de vista de clase la cuestión
meridional italiana, es decir, la incompleta revolución democrática burguesa que condujo
entre 1860-71 a la desequilibrada unidad nacional de Italia bajo el dominio de la burguesía
septentrional. En el Resurgimiento, exagerado apelativo dado a la formación del estado
italiano, Gramsci busca las raíces del desarrollo desigual y combinado de la sociedad
italiana. La "cuestión meridional" es analizada por Gramsci de manera brillante. Esta
definición resume los problemas no resueltos por la burguesía italiana: la opresión de los
campesinos del sur, la reforma agraria, la falta de desarrollo industrial y de infraestructuras
y la proverbial instabilidad de los gobiernos burgueses italianos.

Gramsci interpreta correctamente el Resurgimiento como la historia de la conquista del sur


italiano por el capitalismo septentrional y su estado monárquico de los Saboya, basado en
el Piamonte. La burguesía del norte saqueó los productos del primer desarrollo industrial
del reino borbónico del sur y necesitó más de diez años para conquistar los extensos
territorios controlados directamente por el Vaticano. El resultado de la unificación, el Reino
de Italia, tenía a su frente una clase capitalista tan débil que dependía directamente del
capital financiero de la Europa del Norte. Hasta 1860, la burguesía septentrional no había
desarrollado su propia industria mucho más que la meridional, aunque en general tenía una
agricultura más avanzada y más fábricas e infraestructuras. No obstante, el primer
ferrocarril se construyó en el Reino borbónico de las Dos Sicilias, entre Nápoles y Portici, y
el Banco de Nápoles era uno de los más importantes. Obviamente, el sistema financiero en
el sur estaba dominado por capital francés e inglés. El estado borbónico del sur tenía una
política económica proteccionista para proteger su propia industria y mercados. Ni la
burguesía del norte ni la del sur tenían fuerza suficiente para desarrollar la industria y la
agricultura de toda la península italiana. El relativo predominio de la burguesía
septentrional fue la causa de que el estado borbónico del sur saliese perdedor en el
enfrentamiento. El mantenimiento de la monarquía fue el compromiso que la burguesía del
norte aceptó para lograr resultados inmediatos: apoderarse de los impuestos estatales
sobre el sur a cambio de ningún servicio, extraer los recursos naturales, explotar la mano
de obra barata y trasladar al norte la maquinaria y las industrias del sur, que en algunos
casos eran más modernas. Con engaños, los burgueses de la Padania acapararon los
ahorros de los emigrantes meridionales en América porque encontraban la forma de
convencer a las familias campesinas de que los invirtiesen en productos financieros y bonos
del Estado controlados desde Milán y Turín.

En este contexto, Gramsci comprendió el papel de demócratas como Mazzini y Garibaldi


durante el Resurgimiento, haciendo un análisis despiadado de su cobardía ante los liberales
de Cavour y ante el rey. La burguesía italiana no tenía ni la fuerza ni la capacidad de
acabar con la aristocracia y la monarquía. Cuando, a continuación, los campesinos pobres
del sur empezaron a ocupar las tierras de los terratenientes para llevar a cabo la revolución
democrática en el campo, fueron los "héroes" Garibaldi y Bixio quienes los reprimieron.
Treinta años más tarde, también la rebelión de los fasci siciliani de los campos de sulfatos
fue ahogada en sangre por el nuevo Estado italiano aliado con los patrones sicilianos.

El estado monárquico de Saboya también absorbió a la burocracia y a los grupos dirigentes


del territorio conquistado. Esto sirvió para seguir dominando las masas campesinas del sur
y manteniéndolas en la pobreza. Es muy fácil, como demostró Gramsci en muchos escritos
y discursos, desmontar los tópicos difundidos por la hegemonía burguesa septentrional,
según la cual el Sur sería "la bola al pie del país civil". Las olas migratorias a los Estados
Unidos y Alemania, en particular, muestran cómo el capitalismo italiano era absolutamente
incapaz de desarrollar de manera equilibrada la economía nacional. Esta realidad social y
económica confirma la teoría de la revolución permanente de Trotsky, que ve el desarrollo
desigual y combinado como fruto de las contradicciones del sistema capitalista a lo largo de
todo el país. De hecho, ni la débil burguesía del norte ni la del sur, comprometida con el
latifundio, habrían podido desarrollar las tareas de la revolución burguesa en sus
respectivos territorios. La razón es su dependencia de los capitales financieros de los países
más avanzados de Europa septentrional y sus pactos con el feudalismo. Según Gramsci,
sólo la revolución socialista encabezada por la clase obrera habría podido socializar los
medios de producción, financieros y las tierras para poder sentar las bases de un desarrollo
armónico del país.

Gramsci siempre estuvo muy atento al problema campesino. Para acabar, citamos el
artículo más hermoso de Antonio Gramsci, acerca de la reforma agraria, publicado en
L’Ordine Nuovo a comienzos de los años veinte:

"¿Qué obtiene un campesino pobre con invadir una tierra inculta o mal cultivada? Sin
máquinas, sin una vivienda en el lugar de trabajo, sin crédito para esperar la época de la
cosecha, sin instituciones cooperativas que adquieran esa cosecha (en el caso de que
llegue a la cosecha sin antes haberse ahorcado en el arbusto más fuerte del bosque),
salvándolo de las garras de los usureros? ¿Qué puede ganar un campesino pobre con la
invasión? (...) La burguesía septentrional ha sojuzgado a la Italia meridional y a las islas,
reduciéndolas a colonias explotadas; el proletariado septentrional, al emanciparse de la
esclavitud capitalista, emancipará a las masas campesinas meridionales, sometidas a la
banca y al industrialismo parasitario del Norte. No hay que buscar la regeneración
económica y política de los campesinos en una división de las tierras incultas y mal
cultivadas, sino en la solidaridad del proletariado industrial; (...) pues su ‘interés’ consiste
en que el capitalismo no renazca económicamente de la propiedad territorial y en que la
Italia meridional y las islas no se conviertan en una base militar de la contrarrevolución
capitalista. Al imponer el control obrero sobre la industria, el proletariado la orientará hacia
la producción de máquinas agrícolas para los campesinos, de telas y calzados para los
campesinos, de energía eléctrica para los campesinos, impedirá que la industria y la banca
sigan explotando a los campesinos, sometiéndolos como esclavos a sus cajas fuertes (...)
Instaurando el estado obrero, que somete a los capitalistas a la ley del trabajo útil, los
obreros destrozarán todas las cadenas que tiene atado el campesino a su miseria;
instaurando la dictadura obrera y controlando las industrias y los bancos, el proletariado
pondrá la enorme potencia de la organización estatal al servicio de los campesinos en su
lucha contra los propietarios, contra la naturaleza, contra la miseria. Otorgará créditos a los
campesinos, establecerá cooperativas, garantizará la seguridad de las personas y de los
bienes contra el pillaje; realizará obras públicas de saneamiento e irrigación. Y hará todo
esto porque es de su interés incrementar la producción agrícola, porque es de su interés
tener y conservar la solidaridad de las masas campesinas, porque es de su interés orientar
la producción industrial al trabajo útil y fraterno entre la ciudad y el campo, entre el Norte
y el Sur".

Bibliografía

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— Escritos, Vol. III (1931-32), Ed. Pluma. Bogotá, 1977.
— La revolución permanente, FFE. Madrid, 2000.
— Literatura y revolución, Ed. Akal. Madrid, 1977.

Sewell, R., Revolution and counterrevolution in Germany, Wellred Books. Londres.

Marx, K. y Engels, F., La ideologia alemana, Ed. Grijalbo. Barcelona, 1970

Grant, T. y Woods, A., Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente, FFE. Madrid, 2000.

Francescangeli, E., Arditi del Popolo 1917–1922, Odradek. Roma, 2000.

Guérin, D., Fascismo y Gran Capital, Ed. Fundamentos. Madrid, 1973.

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La revolución italiana y las tareas de los trabajadores británicos


.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


. .. ..

La revolución italiana
y las tareas de los trabajadores británicos
Ted Grant

La destitución de Mussolini marca una nueva época en el desarrollo de la revolución, y la


decadencia y desintegración del imperialismo en el continente europeo. Para apreciar las
tendencias que se están desarrollando en la península italiana, es necesario comprender las
causas que llevaron a Italia a ser el primer país de Europa en emprender el camino de la
barbarie fascista y, ahora, es el primer país en guerra que gira hacia la revolución.

Italia siempre ha sido la más atrasada de las grandes potencias. El campesinado, igual que
en Rusia, ha sufrido la carga impuesta por los grandes terratenientes: el empobrecido
proletariado, incluso antes de la pasada guerra, construyó un poderoso movimiento
socialista como un medio de llevar adelante la lucha contra la burguesía. La participación
de Italia durante la pasada guerra fue, esencialmente, en calidad de potencia de segunda
fila y aunque, nominalmente, en el bando de los vencedores, las conquistas de Italia
durante la pasada guerra fueron insignificantes. La debilitada burguesía italiana se
enfrentaba a la ruina de la economía italiana e intentó cargar el peso de la
"reconstrucción", cuando ella era la responsable de la guerra, sobre los hombros de las
masas italianas.

En respuesta a esta ofensiva de la burguesía, las masas trabajadoras y campesinas


italianas lanzaron una contraofensiva con un éxito brillante. Los años 1918-20 marcaron el
período de "anarquía" del capitalismo italiano. La clase obrera, y después el campesinado,
obligó a la clase dominante a hacer tremendas concesiones. En septiembre de 1920 los
trabajadores habían tomado las fábricas y las industrias, y los campesinos habían ocupado
la tierra. El poder real ya no estaba en manos de los capitalistas, que estaban paralizados
por el miedo, sino en manos de la clase obrera. Sólo era necesario un partido bolchevique
capaz de sacar las conclusiones necesarias para las masas y de guiar a los trabajadores
hacia la conquista del poder.

La dirección reformista de la clase obrera era incapaz de sacar las lecciones. Ciega e
impotente, la dirección traicionó el movimiento y lo guió hacia los cauces del
"constitucionalismo". De esta forma, prepararon el camino para la destrucción del
movimiento de la clase obrera.

La burguesía, espantada ante el movimiento de los trabajadores, temporalmente dio


algunas concesiones. Pero la crisis económica continuaba. La burguesía italiana, sin
reservas, sin colonias ricas y con una base económica débil, no podía esperar competir en
el mercado mundial con la burguesía más poderosa de la Entente. Consecuentemente, tuvo
que recurrir a la intensificación de la explotación de las masas italianas bajo pena de
colapso y extinción.

Los intentos heroicos del proletariado de encontrar una salida por el camino de la
revolución socialista, fueron bloqueados por el sabotaje de la dirección reformista. La
burguesía buscaba una solución a la intolerable crisis para poder establecer "la ley y el
orden". La crisis económica se intensificó aún más con el colapso de la posguerra. La clase
media estaba completamente arruinada y desesperada. Sectores importantes de la clase
media siguieron el camino de los trabajadores y apoyaron al Partido Socialista en la oleada
revolucionaria de la posguerra. Se podía haber ganado al núcleo de la pequeña burguesía
con una política audaz por parte del proletariado. Pero totalmente desesperada, la pequeña
burguesía comenzó a buscar otra solución. Por esta razón, el movimiento fascista surgió
como una expresión de la desesperación de la clase media. Los grandes industriales
financiaron a Mussolini. El fascismo comenzó a organizar sus bandas de gamberros y
asesinos, de pequeñoburgueses y lumpemproletarios, con el objetivo de aniquilar
físicamente a los dirigentes y a las organizaciones del proletariado. Estas bandas de
asesinos vagaban por Italia atacando las cooperativas, sindicatos de trabajadores,
ayuntamientos socialistas, etc., bajo la protección de la policía burguesa.

Mussolini en el poder

En 1922 Mussolini llegó al poder gracias a los terratenientes, los industriales, la Iglesia y la
monarquía, como el único medio de preservar sus intereses.

Los primeros años de su gobierno se caracterizaron por el un intento precario de establecer


su dominio.

El asesinato de Matteotti provocó una oleada de indignación por toda Italia y la clase
obrera sólo necesitaba una dirección revolucionaria para derrocar el régimen fascista. Aún
así, los socialistas se agarraron a los métodos "legales". Mussolini sobrevivió a la crisis y
procedió a destruir sistemáticamente las organizaciones de la clase obrera. La desilusión y
la desmoralización de los trabajadores ante la traición de sus organizaciones la llevó a una
situación de postración y apatía. El fascismo se atrincheró firmemente en el poder.

Pero una vez en el poder, el fascismo comienza a perder su base de clase media. El
empobrecimiento y la ruina de la pequeña burguesía no se detiene, todo lo contrario,
recibe un nuevo impulso con la victoria del fascismo. Las ilusiones contrarrevolucionarias
de la pequeña burguesía pronto desaparecen debido a la cruda realidad de los estados
totalitarios y, por lo tanto, comienza a decaer el apoyo al fascismo. El régimen fascista
pierde completamente su base social y se convierte en una dictadura burocrática policiaco-
militar. Esta era la situación de la dictadura de Mussolini. ¡Aún así, aguantó más de dos
décadas!

El secreto del largo período de dominio fascista reside no en la fortaleza del régimen, sino
en los acontecimientos mundiales, por un lado, y en la apatía y el letargo de las masas
italianas, que habían perdido toda perspectiva con la traición de sus organizaciones. La
victoria de Hitler, la derrota de los trabajadores franceses y españoles, el nuevo declive y
colapso del movimiento de la clase obrera, el fortalecimiento de la reacción en todo el
mundo, sólo sirvieron para desmoralizar y hundir a la clase obrera italiana en la
indiferencia sombría y en la ausencia de fe en el futuro.

Pero la crisis que ensombreció el régimen, obligó a la burguesía italiana a intentar una
expansión exterior para evitar ser derrocada. La aventura abisinia y la guerra que Mussolini
llevó a cabo contra los trabajadores españoles, eran síntomas de la desesperación del
fascismo italiano. Lejos de resolver algo, simplemente aumentó la miseria de los
trabajadores y campesinos, e incrementó la presión sobre el régimen. Después de la caída
de Francia, los capitalistas italianos se entusiasmaron con la oportunidad que ellos
imaginaban se les presentaba para asegurarse un rico imperio.

Pero los cálculos de la burguesía quedaron completamente falsificados por los


acontecimientos. ¡Nunca en la historia un ejército ha luchado con menos moral y creencia
en su causa que el ejército de la Italia fascista! Las frases ingeniosas y mordaces de la
clase dominante británica sobre la "cobardía" de los italianos tienen aquí su origen. El
ejército italiano, como el de la Rusia zarista, está formado principalmente por campesinos.
Explotados y oprimidos por los terratenientes, golpeados y tiranizados por las bandas
fascistas, su idea del "enemigo" no era la de los ejércitos a los que se enfrentaban, sino los
terratenientes de los pueblos que vivían bien a costa de golpearles a ellos, mientras sus
mujeres e hijos pasaban hambre. Pensaban que los onerosos impuestos que pagaban iban
a mantener a una burocracia y milicia fascista ignorante y perezosa. No tenían voluntad de
luchar. ¡Mussolini no pudo ni siquiera derrotar a los griegos! En África el imperio
desapareció, mientras que los soldados italianos se rendían por decenas de miles ante la
más mínima apariencia de resistencia. Veinte años de fascismo habían corrompido el
régimen de arriba abajo. No había elementos de vida en todo su aparato, ni en el ejército,
ni en los medios de represión interna. Además, Italia, un país atrasado y
semiindustrializado, no poseía una técnica moderna de guerra como sí tenía su gemelo
fascista alemán, que tenía la fortuna de poseer una tecnología incomparable y la primera
tasa de equipamiento industrial. Todos estos factores combinados hicieron inevitable la
derrota italiana.

Las condiciones para la derrota del régimen fascista

Trotsky —con una infalible capacidad de previsión y una comprensión profunda de las
masas y del proceso histórico—, al analizar el problema de la revolución en los países
fascistas, demostró que era necesaria una sacudida profunda que despertara a las masas
de su letargo y estupor, para que pudieran emprender el camino de la oposición y la lucha
contra los regímenes totalitarios; esta sacudida podía venir de las derrotas militares o de la
victoria de la revolución en una de las democracias.

Las derrotas del régimen fueron una demostración contundente de su bancarrota; su


corrupción y decadencia proporcionó los medios necesarios para que el proletariado italiano
despertara. El proceso molecular de recuperación se ha estado desarrollando rápidamente
detrás de la fachada externa de fuerza y estabilidad del régimen. La relación de fuerzas
comenzó a cambiar dentro del país. Por primera vez había huelgas de masas en las
ciudades contra el incremento insoportable del coste de la vida, los campesinos
comenzaron a entrar en acción con toda una serie de revueltas menores contra los
terratenientes y la insoportable carga impositiva de los funcionarios fascistas, los motines
en el ejército eran una indicación ominosa del espíritu que existía entre las tropas. Muy
pronto llegaron informes de la guerra contra Grecia que narraban cómo las unidades caían
prisioneras cantando el Bandiera Rossa (Bandera Roja).

La burguesía y los terratenientes sentían que la tierra temblaba bajo sus pies. Como
siempre, en la sociedad moderna, la proximidad de la revolución vino presagiada por la
tensión existente dentro de todas las capas de la sociedad, tanto entre la clase dominante
como entre los trabajadores, dentro de la pequeño burguesía y entre las filas de la
burocracia fascista y el aparato del Estado. La presión desde abajo provoca fisuras e
incertidumbre, desavenencias y diferencias dentro de las antiguas filas sólidas de la clase
dominante. Comenzaron a buscar una salida al callejón sin salida, un forma de escapar de
la marea ascendente de la revolución que amenaza con ahogarles. Lejos de considerar al
"líder" como su salvador de las masas, empiezan a considerarle el causante de sus males y
sus "errores" los que les han llevado a una situación imposible. El abuso de poder de su
inmediata camarilla de colaboradores, esta siendo sustituida por conspiraciones y
discusiones sobre un golpe de estado, una revolución palaciega, con la pretensión oportuna
de quitarle de en medio y cortar de raíz cualquier movimiento desde abajo. Las relaciones
existentes entre las clases se hacen insoportables y la situación ya no puede aguantar más.
La clase dominante busca formas de salvarse a sí misma. No puede reconciliarse con ese
destino, se siente bloqueada y si no logra impedirlo la revolución la aplastará.

Esto es lo que hizo la Rusia zarista antes de la revolución de febrero. Y así ocurrió en la
Italia fascista ante la caída de Mussolini. Existe una analogía mejor, cuando Alfonso
destituyó a Primo de Rivera, el dictador militar en España, en un intento de salvar a la
monarquía. Mañana veremos el mismo proceso en la Alemania de Hitler. Pero todos estos
movimientos de la clase dominante, lejos de evitar la revolución, dialécticamente, la
precipitaran. El movimiento desde arriba produce un poderoso eco en el movimiento por
abajo. Así fue como Mussolini fue echado a un lado por la clase dominante en Italia para
impedir su derrocamiento. Como siempre en la historia, simplemente abrió el primer
capítulo de la revolución.

Cualquiera que sea el destino de la revolución italiana, su desarrollo ha dado un golpe


mortal a los cobardes y renegados del movimiento obrero, antiguos "marxistas", como
James Burnham en EEUU y C. A. Smith en Gran Bretaña, y toda la tribu de intelectuales
pequeño burgueses y escépticos que han mirado al proletariado y la lucha por el socialismo
con ironía y escepticismo. Esta chusma profesional y estrecha de mente, consideraba el
barniz exterior del fascismo como la esencia interna, e incluso consideraba al fascismo
como el desarrollo de una nueva forma de sociedad con una nueva clase dominante, ¡ni
burguesa ni proletaria! Para ellos la actitud inerte del proletariado en Italia y Alemania, que
bajaba pasivamente la cabeza frente a la tiranía fascista, era una prueba de la incapacidad
del proletariado y una prueba de la nueva sociedad.

Incapaz de comprender la dialéctica del desarrollo de la sociedad, consideraban con ironía,


condescendencia y desprecio, las luchas del proletariado. Como es el caso de C. A. Smith,
para él sólo se trataba de un puente para justificar su deserción al campo de la burguesía.
Pero no estuvieron solos. Los traidores del estalinismo y de la burocracia laborista,
intentaron justificar su propia traición culpando a la pasividad de las masas, a la
"incapacidad" del proletariado y la ausencia de madurez para la revolución socialista, que
ellos posponían para décadas. Qué lamentable es el estalinismo, que disolvió la Comintern
en víspera de la caída de Mussolini, qué lamentable la burocracia laborista, que echaron la
responsabilidad del triunfo de Hitler sobre los hombros del proletariado alemán. En
realidad, han sido las interminables derrotas de las dos décadas anteriores, provocadas por
los mismos "dirigentes" y su política actual, las que han caído como una losa sobre el
proletariado de todo el mundo y ha producido un ambiente de frustración y desesperación,
desmoralización y desintegración, ausencia de fe en sí mismo y en su propio futuro. Es esto
lo que en realidad ha llevado a la prolongación de la guerra y su continuación durante
cuatro años de pesadilla, antes del primer movimiento del proletariado. Todas estas fuerzas
y sentimientos eran simplemente el resultado de la reacción, que ellos mismos habían
provocado.

La confianza en la clase obrera, clave de la revolución

De todas las tendencias del movimiento obrero, sólo los trotskistas mantuvieron la fe en la
clase obrera y en sí mismos. Incluso en la profunda oscuridad de la reacción mantuvieron
la bandera del socialismo y de la revolución internacional, y continuaron teniendo fe y
confianza en el proletariado. Y esto no fue casualidad. Habían analizado y previsto las
razones de las derrotas y comprendían las bases del giro hacia la reacción, cuyas causas no
descansaban sobre el proletariado, sino en la dirección del proletariado, continuando con la
certera confianza que proporciona la comprensión del marxismo. Todas las otras
tendencias estaban ciegas. Habían provocado la derrota y eran incapaces de comprender la
salida al callejón.

La crisis en Italia llegó con la invasión de Sicilia. La ausencia total de apoyo al régimen se
rebeló en el hecho de que incluso en su "propio suelo", los soldados italianos no
demostraron demasiado entusiasmo por luchar. Su resistencia no era tan enérgica y firme
como en las orillas de África. A pesar de las exageraciones de la propaganda aliada, parece
claro que los invasores extranjeros no despertaban demasiada hostilidad en Palermo y
otras ciudades. ¡Seguramente un raro acontecimiento en la historia! Cualquier cosa no
podía ser peor para Mussolini que la actitud de los habitantes de la isla. El régimen estaba
tan podrido y era tan odiado por las masas que no lo consideraban mucho mejor que el
conquistador extranjero. ¡A esta situación había reducido Mussolini a Italia! Un sentimiento
de terror debe haber inundado el corazón de la clase dominante italiana.

El desenlace no tardaría en llegar. Ante el temor al movimiento de las masas y consciente


de que para ellos la guerra estaba irremisiblemente perdida, la clase dominante buscaba
salvar algo entre los escombros. Desde Alemania, ya muy presionada y con la certeza de
una futura derrota, no podía esperar más ayuda que reducir Italia al estatus de Francia u
otro satélite balcánico, incluso en el caso de una victoria problemática, y con la perspectiva
de que los aliados "democráticos" impondrían incluso mayores penas y multas en ese caso.
Mussolini ya no era útil para ellos. Temían la revolución en Italia. Temían la invasión de los
Aliados. Temían a su "socio" más poderoso. Con un pánico frenético, atrapados en
contradicciones insuperables, las viles clases dominantes de Italia desdeñosamente
lanzaron a Mussolini al cubo de la basura de la historia.

Pero la burguesía había perdido toda perspectiva. La monarquía y el Estado Mayor


imaginaban que podrían dominar a Mussolini y seguir como antes, amablemente,
ofreciendo la piel de Mussolini a las masas como un cabeza de turco por sus crímenes.
Seguramente, la proclamación por parte de Badoglio de la ley marcial, figurará en la
historia como el ejemplo perfecto de las ilusiones de un régimen condenado por la historia
a la destrucción. La destitución de Mussolini fue seguida por la declaración de una rigurosa
ley marcial. Pero el decreto simplemente se quedó en el papel. Badoglio no tenía los
recursos para aplicarla, a pesar de las ilusiones del Estado Mayor.

La caída de Mussolini fue como una descarga eléctrica para los trabajadores italianos.
Cuando llegaron las noticias por la radio, se unieron por un impulso común, cientos de
miles tomaron las calles para manifestar su alivio y alegría. El proceso que Trotsky había
anticipado que se desarrollaría en Italia y que marcaría la caída del fascismo ha
comenzado. (Cuando las noticias llegaron, uno sólo podía pensar en las palabras del Viejo y
maravillarse ante su instinto infalible que le permitió prever casi exactamente las etapas
por las que pasaría la revolución).

Después de veinte años de fascismo, el proletariado, ahora curtido por el terror y la


persecución, ha entrado en la arena política revitalizado y fresco, como un gigante que se
despierta después de un largo letargo. En 24 horas, estallaron huelgas de masas en todas
las ciudades industriales, Milán, Turín, Genova... El norte de Italia quedó paralizado en
pocos días debido a la huelga de ferrocarriles. Los trabajadores asaltaron las cárceles y
liberaron a los prisioneros políticos. Los cuarteles generales fascistas en las principales
ciudades fueron saqueados y las imprentas fascistas ocupadas por los trabajadores en
Milán y otras zonas. Todo aquel que llevara la insignia del fascismo en Italia el día después
de la desaparición de Mussolini, corría el peligro de ser linchado. El fascismo había
desaparecido de la noche a la mañana. El tardío decreto de disolución del partido fascista
simplemente reconocía un hecho que los trabajadores y los propios soldados habían puesto
ya en práctica. Simbólicamente, en Milán, que una vez se sintió orgullosa de llevar el
nombre de "Milán roja", pronto fue inundada por los trabajadores indignados por el asesino
de Matteotti. En otras zonas los empresarios fascistas más odiados también fueron
despachados por los trabajadores. En Turín "dos fascistas millonarios" fueron ejecutados
por los trabajadores. Las calles de Milán fueron rebautizadas en honor de Matteotti y otros
dirigentes de la clase obrera asesinados por los fascistas. El intento de utilizar a los
soldados contra las masivas manifestaciones en Milán, ha provocado que los soldados se
pasen al lado de los trabajadores.

De la noche a la mañana, la clase obrera ha demostrado su vitalidad y fortaleza, como si el


fascismo nunca hubiera existido. Se han formado comités obreros en las fábricas de las
ciudades industriales. Incluso el estalinista Daily Worker ha tenido que hacerse eco de las
noticias publicadas en la prensa burguesa:

"La radio [suiza] informó que en Milán —el centro del norte industrial— se ha formado el
Comité de Ciudadanos, formado por representantes de los trabajadores industriales,
soldados y campesinos...

La mayoría de las tropas de la guarnición de Milán han jurado lealtad al Comité. El


periódico comunista prohibido, La Roscossa, y el periódico liberal, La Mundo, se publicaron
el sábado, impresos en las antiguas imprentas fascistas.

La radio ha informado de acontecimientos similares en Turín, Varese, Brescia y Vercelli.

En Brescia —según la emisora suiza— los trabajadores se han armado con el arsenal del
ejército y han formado una Milicia Obrera que tomó el control de la autoridad policial —con
escasa interferencia policial—."

Qué son estos comités "ciudadanos" si no soviets, ¿acaso los cobardes y traidores
estalinistas los temen en este momento? Esta es la prueba viva de que la revolución
italiana ha comenzado.

Cualquiera que sean las vicisitudes de la revolución italiana en el próximo período, ha


quedado al descubierto la mentira de todos los corazones débiles y desertores, ha
desenmascarado a todos los cobardes y escépticos. Que maravillosa resistencia, que
tremenda capacidad de recuperación de la clase obrera, la única clase progresista de la
sociedad moderna, como ha quedado demostrado. Las victorias de la reacción estaban
construidas sobre bases de arena. Después de cada derrota, el proletariado se recupera de
sus heridas y se levanta de nuevo incluso con mayor fuerza para aplastar al enemigo.

Hacia la revolución socialista

¡Todos estos acontecimientos se han producido en el corto espacio de tiempo de una


semana! La primera etapa de la revolución se ha visto, sobre la marcha, en toda la Italia
industrial. Por el momento, los campesinos están callados. Costará un tiempo, según la
marcha de los acontecimientos en las ciudades, pero finalmente llegara a los pueblos. Una
vez comience a comprender, el campesino se volverá implacable contra sus odiados
enemigos. La caída del fascismo será interpretada por él, no sólo como la caída del oficial
fascista, sino como el principio del fin del terrateniente a quienes representan los
funcionarios. Los campesinos comenzarán, en zonas aisladas y esporádicamente, a tomar
la tierra. ¡Contra los impuestos y el terrateniente! Este será el grito de los campesinos.

Ahora están presentes todos los factores que están haciendo cristalizar la revolución
socialista en Italia. La clase obrera está formando soviets y milicias obreras. Los soldados
(mayoritariamente campesinos de uniforme) están pasándose al lado de los trabajadores.
Los campesinos avanzarán. La clase media en la ciudades está girando también hacia los
trabajadores. Todas las condiciones objetivas para la revolución socialista están presentes.
Y la toma del poder por los trabajadores italianos instantáneamente provocará el
derrocamiento de Hitler e inaugurará la revolución socialista por toda Europa. Sin embargo
las condiciones subjetivas para la revolución todavía no existen. Instintiva y casi
automáticamente, la clase obrera italiana ha dado los pasos correctos en el camino hacia el
poder obrero. Pero los socialistas y estalinistas están ya preparándose para traicionar el
movimiento llevándolo por los canales de la "democracia" burguesa.

Mientras tanto, los "Aliados" tienen los mismos sentimientos hacia los acontecimientos en
Italia. El discurso de Churchill revela los temores y los presentimientos de la clase
dominante frente a la revolución. Su referencia a la dificultad de conquistar un país milla a
milla y la necesidad de evitar el dominio a través de campos de concentración y
escuadrones de ejecución no tiene su origen en la ternura hacia los trabajadores italianos,
sino en el temor a las consecuencias sociales que tendrían estas medidas. El viejo zorro de
la clase dominante recuerda con pavor el fiasco de la intervención en la Revolución Rusa
después de la última guerra. Desea, si es posible, evitar de nuevo la misma experiencia. La
clase dominante se está preparando para negociar con la monarquía y las clases
poseedoras de Italia. Esperan, con la ocupación militar, atajar la revolución en sus inicios
antes de que tenga tiempo para desarrollarse.

Pase lo que pase en el próximo período, incluso si los acontecimientos militares se mueven
más rápidamente que los acontecimientos políticos en la península italiana, Europa y el
mundo nunca serán igual. La caída de Mussolini es simplemente el ensayo de la caída de
Hitler. Las noticias que llegan a través de Suiza dicen que su caída fue recibida con
manifestaciones de los trabajadores italianos en Berlín, que quemaron fotografías de
Mussolini y símbolos del fascismo. Lo importante fue la reacción de los trabajadores
alemanes: en las fábricas donde trabajan con sus hermanos italianos se solidarizaron con
ellos y se unieron a las manifestaciones, añadiendo a las llamas fotografías de Hitler y
banderas nazis. La policía no les hizo frente. Esto es sólo un síntoma de la situación en
Alemania que debe estallar en una revolución.

Pero no sólo es Alemania. Toda la sociedad europea ha desarrollado un potencial explosivo


durante la guerra. Las contradicciones acumuladas durante más de dos décadas han
alcanzado su límite extremo; sólo hacen falta uno o dos sacudidas más para que todas las
contradicciones estallen en la revolución. Las noticias de la caída de Mussolini
inmediatamente tuvieron repercusiones en toda Europa. Se convocaron huelgas en
Portugal, Franco convocó una reunión urgente de su gobierno porque sentía como
temblaba el suelo bajo sus pies. Boris de Bulgaria esperaba con temor el inicio de las
revueltas. Los países balcánicos están maduros y podridos para la revolución. No se trata
de este o ese país. Es todo el continente europeo que espera sólo alguna señal, para
estallar en una revolución.

Las fortunas dominantes de la guerra han provocado una situación fantástica, ya que con la
derrota de Alemania, no habrá un solo país beligerante en Europa que, a todos los
propósitos prácticos, no sea derrotado. En 1918 la clase dominante disfrutaba de un
equilibrio precario, las potencias más pequeñas en los Balcanes luchaban una contra otra.
Aunque delicado, el ejército italiano, y especialmente el atrezzo francés de la "ley y el
orden", podrían contrarrestar a los países en los que había estallado la revolución. Hoy
Giraud en el norte de África y los turcos están construyendo ejércitos de la
contrarrevolución. Pero son muy débiles para basarse en ellos. Con el colapso de los
ejércitos nazis, no habrá un solo ejército en Europa sobre el que se puedan basar los
imperialistas para poder llevar adelante la contrarrevolución. Está fuera de toda duda que
se pueda utilizar el Ejército Rojo para este propósito. En realidad, la revolución venidera en
occidente sería el principio de la revolución política en Rusia. Para aplastar la revolución el
ejército británico no sería un instrumento fiable, en el proceso podría resquebrajarse. Sólo
el imperialismo estadounidense tiene una base bastante estable y un ejército atrasado en
el que basarse. ¿Pero cuánto tiempo puede estar en medio de la atmósfera al rojo vivo que
reina en Europa? El ejército estadounidense también se desintegraría y descompondría.
Estamos en vísperas de una oleada revolucionaria en Europa que durará años y que
afectará a todo el mundo.

Con estos antecedentes debemos ver la situación actual de Italia. Incluso en el peor de los
casos —es decir, la derrota de la revolución y la ocupación militar—, es la primera
insurrección en Europa. Una ocupación Aliada o alemana podría golpear temporalmente el
movimiento. Pero invadir en una guerra e intervenir contra una revolución son dos cosas
diferentes. Los socialdemócratas y los estalinistas intentarán conducir el movimiento hacia
los canales seguros del Frente Popular en interés del imperialismo Aliado. La tragedia
española es una advertencia de adonde puede llevar esta política a los trabajadores
italianos.

Las masas italianas se han puesto a la cabeza de la insurrección revolucionaria de toda


Europa. El honor que cayó sobre el proletariado ruso en la pasada guerra ahora recae
sobre ellas. Pero Rusia tenía un Partido Bolchevique y una dirección bolchevique. Esto fue
la única garantía de victoria. La tarea de los trabajadores avanzados en Italia, de la Cuarta
Internacional, será forjar tal partido al calor de los acontecimientos. Su tarea no será fácil.
Pero los trabajadores y campesinos italianos aprenderán rápidamente en la atmósfera de la
revolución. Se han forjado al calor de los acontecimientos. Decenas de miles de heroicos
militantes que continuaban la lucha contra el fascismo a pesar de todo son realmente
trotskistas, aunque la mayoría nunca haya oído ese nombre. Encontrarán su camino hacia
el programa del socialismo internacional.

Con la brisa fresca de la revolución soplando a través del Mediterráneo, con renovado
entusiasmo y resolución, los trabajadores avanzados de Gran Bretaña extenderán sus
actividades. Nuestra tarea es complicada. Pero en la Liga Internacional de Trabajadores
existe el núcleo del partido alrededor del cual deben reunirse los trabajadores
revolucionarios. Gran Bretaña es una de las claves, si no es la clave, de la revolución en
Europa. La tarea principal de los revolucionarios ahora consiste en unirse con los
trabajadores italianos para luchar contra la intervención, y luchar a favor de la revolución
en Italia. Leer la vil prensa estalinista y lo que dice sobre la situación italiana o la del
Partido Laborista, no se puede hacer sin que despierte malestar a cualquier trabajador
socialista. ¡Contra estos traidores! ¡Por la revolución en Italia! ¡No a la intervención del
imperialismo británico! Este debe ser el grito de la clase obrera.

Agosto 1943

Italia en el ojo del huracán Hacia una nueva fase en la lucha de clases

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Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


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Italia en el ojo del huracán


Hacia una nueva fase en la lucha de clases
Alessandro Giardiello

Desde hace dos años, Italia ha tenido el honor de aparecer en las crónicas internacionales
por las enormes movilizaciones sociales que la han atravesado.

Se trata de un cambio histórico que invierte un proceso de reflujo de las luchas que había
empezado al principio del 1977-78 con el terrorismo de las Brigadas Rojas en el período de
los gobiernos de "unidad nacional" apoyados por el Partido Comunista (PCI) de Enrico
Berlinguer. Un reflujo que llegaba después de diez años de luchas sociales durísimas.

Durante el otoño caliente de 1969 los trabajadores italianos, con el apoyo de los
estudiantes, campesinos, importantes sectores de la pequeña burguesía y del ejército
habían estado muy cerca de la toma del poder. El elemento clave que permitió a la
burguesía mantenerse fue el papel que jugaron las direcciones del Partido Comunista (PCI)
y de la CGIL, principal sindicato italiano.

Mientras que verbalmente se mantenía la referencia al socialismo, en la práctica los


dirigentes del PCI representaban un apoyo fundamental para la burguesía italiana. Los
argumentos hipócritas que entonces usaban para justificar la política de "austeridad" eran
de este tipo: "los sacrificios de hoy son necesarios para mantener intacto el sistema
productivo de la nación, que mañana la clase obrera heredará de la burguesía" (G.
Amendola).

El canto del cisne de aquel fantástico movimiento fue en el otoño de 1980. Frente a 23.000
despidos declarados por la Fiat de Turín, los trabajadores organizaron piquetes delante de
la fábrica durante más de 35 días y se preparaban a ocuparla con el apoyo activo de la
totalidad del movimiento obrero italiano.

Pero gracias a las dudas de la dirección sindical, que intentó en repetidas ocasiones llegar a
un acuerdo con la empresa a cualquier precio, se permitió a Agnelli derrotar el movimiento
obrero italiano que desde entonces no se recuperó del todo hasta hoy, donde una nueva
generación de trabajadores se está acercando nuevamente a la escena política.

Durante veinte años los trabajadores italianos (como sus compañeros en toda Europa y en
el mundo) han tenido que tragar un ataque detrás de otro, perdiendo casi todas las
conquistas que habían obtenido en los años setenta.

En 1982 se hicieron los primeros recortes a la escala móvil; después, a mitad de los años
ochenta, el ataque a la enseñanza pública, a la sanidad y a los servicios sociales que fueron
progresivamente desmantelados. En 1987 se introdujeron los Contratos de formación de
trabajo (Cfl) que introducían el trabajo precario. En fin, desde 1992 los ataques al salario,
a las jubilaciones, al estado social se hicieron cada vez más salvajes. En el verano del 1992
los dirigentes sindicales inauguraron los llamados "acuerdos de julio" y la política de la
congelación salarial, con la inevitable caída de los salarios y de los derechos obreros.

Al principio del nuevo siglo las condiciones de vida de los obreros habían empeorado
notablemente y todo ello con el apoyo de los dirigentes de las organizaciones tradicionales
de la izquierda y de los sindicatos. El balance de veinte años de política de colaboración de
clases ha sido un aumento desmedido de los beneficios para la burguesía, y para los
trabajadores volver a las condiciones existentes en las fábricas en los años cincuenta.

No es sorprendente que las organizaciones tradicionales de los trabajadores, cuyas


direcciones colaboraron activamente para determinar esa situación, fueran duramente
contestadas por la clase obrera, pagando un precio altísimo en términos electorales y de
militancia. La imagen de decenas de miles de obreros, que después de la firma de los
acuerdos de julio del 1992, tiraban tornillos y verduras a sus dirigentes está grabada en la
mente de mucha gente. Quizá es la imagen que mejor representa el estado de ánimo, de
rabia y desilusión que los trabajadores italianos han acumulado hacia sus dirigentes a lo
largo de los años ochenta y noventa.

Crisis de las organizaciones obreras

Después del colapso de la URSS en 1991, Occhetto, secretario general del PCI, propondrá
la disolución del partido dando vida a los Demócratas de Izquierda (DS). Una minoría del
PCI formará, junto a un pequeño partido de extrema izquierda (Democracia Proletaria,DP),
el Partido de la Refundación Comunista (PRC).

Casi inmediatamente, Occhetto dará al nuevo partido otro giro a la derecha. En 1993 DS
entró en el gobierno presidido por Ciampi, el entonces gobernador de la Banca de Italia,
para salir después del escándalo que provocó el voto a favor de la inmunidad parlamentaria
para Bettino Craxi (ex secretario del PSI), involucrado en numerosas causas judiciales de
corrupción.

El grupo dirigente del principal partido de la izquierda italiana se postulaba a dirigir el


proceso de reestructuraciones que la burguesía exigía en vista de la unificación europea.

La enorme deuda de las finanzas pública (más del 130% del PIB) tenía que reducirse, lo
que en pocas palabras significaba una política de sangre, sudor y lágrimas para los
trabajadores.

Los únicos que podían aplicar esa política en plena Tangentopoli —habría que explicar a
qué se refiere con este término—, con la caída de los partidos tradicionales del gobierno
(DC y PSI), eran los dirigentes que provenían del PCI. Por esa razón la clase dominante
aceptó que los DS entrasen en el gobierno.

En 1994 se producirá un acontecimiento imprevisto también para la clase dominante.


Berlusconi formó en pocos meses un nuevo partido (Fuerza Italia) en medio de un proceso
general de descrédito de las fuerzas políticas italianas. Mientras los dirigentes de DS que
proponían una línea de recortes y sacrificios, Berlusconi prometió a los italianos un millón
de puestos de trabajo y el nuevo paraíso en la tierra. Gracias a esta campaña demagógica
consiguió vencer las elecciones, pero el juego no duró mucho: traicionando desde el primer
día sus promesas electorales fue arrollado por la movilización social que explotó con una
manifestación en Roma convocada por CGIL-CISL y UIL, con más de un millón de
personas, y por las contradicciones que se abrieron en la mayoría del gobierno.

Entonces los dirigentes del movimiento obrero hubieran podido luchar por elecciones
anticipadas, para formar un gobierno de izquierdas con un programa de transformación de
la sociedad, y en ese clima habrían podido ganarlas pero su política fue de otro tipo.
Decidieron apoyar un gobierno "técnico" dirigido por Dini (ministro de Economía del
gobierno Berlusconi) junto con la Liga Norte (la formación independiente y racista del Norte
de Italia) y partidos centristas que provenían de la vieja Democracia Cristiana.
A esta línea se unió el secretario de Refundación Comunista de entonces, Sergio Garavini, y
otros parlamentarios del PRC que provocaron una escisión (Comunistas Unitarios).
Correctamente, la mayoría de los diputados de Refundación Comunista decidieron (a pesar
de que fue después de muchas dudas) salir del parlamento en el momento del voto del
nuevo gobierno. Así impidieron la reelección de un gobierno Berlusconi-bis y al mismo
tiempo no dieron su apoyo al nuevo gobierno Dini, que no tardó mucho en llevar a cabo
nuevos ataques sociales. En el verano del 1995 fue aprobada la contrarreforma Dini sobre
las jubilaciones. La línea, aunque más suave, era la misma que había trazado Berlusconi,
con la diferencia de que esta vez los dirigentes de DS y de los sindicatos dieron su apoyo,
contribuyendo a frenar las movilizaciones obreras que igualmente se organizaron por la
presión de la base del movimiento.

En abril del 1996 las elecciones generales se saldaron con la victoria del Olivo (la
plataforma electoral de DS con los partidos del centro burgués) que gracias a un pacto sui
géneris se había aliado a Refundación Comunista. Donde se presentaba un candidato del
Olivo no se presentaba un comunista y viceversa.

Sobre estas bases nació el gobierno Prodi, solo gracias al apoyo parlamentario de los
diputados de Refundación Comunista.

Era el primer gobierno con presencia de ex comunistas desde 1947. Era inevitable un cierto
entusiasmo entre los trabajadores y los militantes de izquierda. Pero esas expectativas
fueron rápidamente frustradas, como por otra parte era inevitable, tratándose de un
gobierno de frente popular que gozaba del apoyo de los trabajadores pero que era guiado
por líderes de partidos burgueses que habían logrado una gran representación en las filas
del gobierno (a partir del mismo Prodi que era el presidente del consejo).

Ese gobierno, con el apoyo social de los sindicatos, concentró en el arco de 18 meses el
paquete más duro de medidas antiobreras del último decenio: el Paquete Treu, que
introducía el trabajo en alquiler en Italia, la autonomía educativa y universitaria, recortes
en la enseñanza pública y financiaciones indirectas a la enseñanza privada, recortes en la
sanidad y en el empleo público, privatizaciones en Correos y telecomunicaciones, dos leyes
financieras con recortes de más de 150.000 millones de las viejas liras (casi 77,5 millones
de euro), etc.

El PRC, a pesar de la oposición de su minoría interna (a la cual pertenece quien escribe),


apoyó esas medidas, atreviéndose a escribir en Liberazione (el diario del partido) que se
trataba de "una ley financiera de verdadero cambio". A la larga aumentó la rabia y la
frustración de la base del partido y de los trabajadores, hasta que finalmente el partido fue
empujado a romper con Prodi en el otoño de 1998. También, en esa ocasión, la dirección
no pudo evitar una nueva escisión del partido (el PdCI de Armando Cossutta), más
consistente que la primera, que arrastró consigo a la mayoría de los diputados comunistas
y casi al 30% del Comité Central; en la base del partido las proporciones de la escisión
eran, en gran parte, inferiores.

Cossutta y sus compañeros no quisieron romper el "frente democrático y progresista" y


decidieron entrar en el Olivo que, de simple coalición electoral, iba cada vez más
adquiriendo la forma de un sujeto político permanente.

Llegados a este punto, un sector significativo de los DS empezó a proponer la disolución del
partido en la nueva formación, la cual según sus intenciones habría adquirido las
características de un partido democrático según el modelo americano. Se trataba de aplicar
una estrategia que quería transformar un partido con fuertes tradiciones y raíces en el
movimiento obrero en un partido liberal burgués.

Después de la caída de Prodi hubo otros tres gobiernos (dos dirigidos por D’Alema, hasta
entonces secretario de los DS, y uno por Amato). Se constituyó una mayoría todavía más a
la derecha porque los votos de los parlamentarios de Refundación Comunista fueron
sustituidos por los de un partido centrista (Udeur), que se había separado del Polo de las
libertades de Berlusconi y había pasado a la mayoría del gobierno. En el intento de darse
crédito hacia las clases dominantes y de formar una nueva burguesía "progresista" para
oponerse a las viejas familias del capitalismo italiano, D’Alema malvendió las empresas
públicas de Telecomunicaciones (Telecom) regalando a los accionistas y en particular a
Colaninno una cifra valorada en casi 35.000 millones de liras (17 millones de euros). La
lista de las equivocaciones podría ser muy larga. Basta decir que al final la enorme
frustración acumulada de los trabajadores en los cinco años de gobierno de centroizquierda
creó las condiciones para la victoria de Berlusconi en las elecciones del 2001. Había tal
ambiente de desilusión en la campaña electoral que miles de trabajadores de izquierda
declaraban abiertamente que una victoria de la derecha quizás era el mal menor, porque
llevaría a los sindicatos a luchar nuevamente.

Fue precisamente eso lo que ocurrió. Paradójicamente la victoria de la derecha impulso las
movilizaciones sociales. Los sindicatos, en particular la CGIL —no vinculada a un "gobierno
amigo"—, frente a la arrogancia empresarial de Berlusconi que no estaba dispuesto a
garantizar ni siquiera los mínimos privilegios que tenía la burocracia sindical, en particular
la CGIL, abrieron inmediatamente el camino a nuevas movilizaciones sociales que han
recorrido el país y que nos han acompañado hasta estos momentos.

Una nueva fase en la lucha de clases

El primer terreno donde se ha abierto la contienda ha sido en lo referido al convenio


colectivo de los metalúrgicos, punta de lanza del movimiento obrero italiano.

La FIOM (metalúrgicos de la CGIL), después de una áspera discusión con las burocracias de
FIM-CISL y UILM-UIL que finalmente firman un acuerdo con los empresarios, decidió
presentar una plataforma alternativa que se diferencia por la exigencia de un aumento
salarial de diez euros más al año. La propuesta de por sí no compensa ni tan siquiera las
horas de huelga que vienen propuestas por el sindicato. A pesar de todo se insinúa un
ambiente de gran rabia acumulada entre los trabajadores y la huelga del 3 de julio del
2001 tuvo un éxito extraordinario, a pesar de ser convocada sólo por CGIL. La participación
fue superior a la huelga convocada en mayo unitariamente por las tres confederaciones
sindicales.

Se abre un proceso de radicalización entre los trabajadores que se caracteriza por los
siguientes aspectos:

1) La fuerte adhesión obrera prescinde del contenido de la plataforma. Después de diez


años de congelaciones salariales y diferentes contratos firmados sin tan siquiera una hora
de huelga, los trabajadores tienen ganas de luchar y mostrar su propia indignación. La
burocracia de la FIOM juega bien en este ambiente y hace aceptar la idea de que en
realidad no se lucha por diez euros sino para defender la existencia del convenio nacional
que viene puesto en discusión por la burguesía.

2) Los trabajadores están contagiados por las movilizaciones contra la globalización, que
después de Seattle habían hecho parada en Niza con una presencia significativa de
trabajadores europeos (particularmente franceses, españoles e italianos). La gran
manifestación de Génova empieza a preparase sólo dos semanas después de la huelga de
los metalúrgicos.
3) El gobierno Berlusconi se distinguirá en los primeros meses de su mandato por una
actitud provocadora contra los trabajadores, mostrando claramente su voluntad de dividir
el frente sindical llevando a CISL y UIL a su órbita.

4) La presión que llega desde abajo (de los trabajadores) y la que llega desde arriba (del
gobierno y de la burguesía) ponen a los dirigentes sindicales entre la espada y la pared.
Ese proceso empuja primero a los metalúrgicos y después, como veremos más tarde, al
mismo Cofferati (secretario general de la CGIL) a desvincularse de la política proburguesa
de D’Alema y de la mayoría de la dirección de DS. La política sindical de la CGIL comienza
a girar a la izquierda y precisamente por ello cada vez entra más en contraposición con la
CISL-UIL, que intentan continuar la política de pactos sociales con el gobierno de derechas.

El éxito de la huelga metalúrgica con la presencia de más de 200.000 trabajadores en las


calles de las principales ciudades italianas mostrará un nuevo ambiente y la presencia de
nuevos sectores de la juventud que raramente se habían visto en el pasado en las
manifestaciones (trabajadores de call-centers [telemarketing], de la llamada nueva
economía, de los McDonald’s, etc.).

Los trabajadores precarios, que en los años del gobierno de centroizquierda aumentaron
hasta ser millones, se manifiestan en la calle con sus compañeros de trabajo mayores, y
después de años de reflujo y de desinterés hacia el sindicato (el sindicato había firmado los
acuerdos que acababan con sus derechos fundamentales) se presentan a las movilizaciones
con toda su radicalidad.

No es casual que más de 50.000 trabajadores metalúrgicos llegasen hasta Génova para la
manifestación de 300.000 personas del 20 de julio, estableciendo un contacto permanente
con los jóvenes del movimiento contra la globalización.

Las jornadas de Génova

Frente al despertar de las luchas sociales, el gobierno Berlusconi decidió jugar


abiertamente la carta de la represión. La ciudad se militarizó con más de 20.000 agentes
presentes. Los policías habían sido instigados hasta la exasperación en los días precedentes
y obligados a estar en los cuarteles durante semanas enteras sin poder salir, expuestos a
duros ejercicios físicos y a verdaderas sesiones de odio contra los manifestantes. Como se
demostró después, centenares de agentes especiales disfrazados de Black Bloc (Bloque
Negro, integrado por anarquistas), se prepararon para infiltrarse en las manifestaciones y
provocar las cargas salvajes de la policía. Todo hacía pensar que el gobierno y el aparato
del Estado estaban preparando las condiciones para golpear duramente a los manifestantes
y provocar incidentes. Así ocurrió.

En circunstancias trágicas el viernes 19 de julio Carlo Giuliani, un activista del movimiento


antiglobalización, fue asesinado con un tiro de pistola disparado por un agente de los
Carabineros. Centenares de manifestantes absolutamente pacíficos resultaron gravemente
heridos por las violentas cargas de la policía, mientras los black bloc (ampliamente
infiltrados por la policía) podían moverse libremente para devastar la ciudad de Génova.

Al día siguiente se preparó la gran manifestación del 20 de julio. El clima de tensión se


podía cortar con un cuchillo.

Cobardemente, el grupo dirigente de DS y de la Izquierda Juvenil que habían dado su


adhesión a la manifestación, decidieron durante la noche retirarla porque "no existían
suficientes garantías de seguridad para los manifestantes". A miles de militantes que
estaban preparados para ir a Génova les fue comunicado que los autocares se habían
anulado. Esto no les impidió su participación igualmente a la manifestación, a pesar de no
tener el apoyo del propio partido.

La CGIL desde el principio había decidido no participar. Solamente la FIOM organizó los
autocares y los trenes para llevar los trabajadores a Génova.

La adhesión fue, a pesar de todo, masiva. Más de 300.000 manifestantes en su mayoría


jóvenes y adolescentes dieron al gobierno la respuesta que merecía.

El movimiento, bajo los golpes de la represión, avanzaba todavía más. La última semana
de julio —raramente en el pasado se habían visto manifestaciones en esas fechas— fue
inundada por manifestaciones espontáneas (que nadie organizaba), en las que participaron
entre medio millón y un millón de personas en las principales ciudades italianas. Una nueva
generación de activistas entraba en política sobre la base de una dura experiencia con las
jornadas de Génova.

Todos los prejuicios sobre el papel del Estado como árbitro de la disputa social
desaparecieron como la nieve bajo el sol. El papel represivo de aquellos hombres armados
en defensa de la propiedad privada se hizo evidente para la mayoría de los jóvenes
presentes. El salto cualitativo en la conciencia fue notable y la traición por parte de los
dirigentes de los DS provocó inmediatamente un movimiento de oposición "contra los
burócratas que traicionan los ideales de la izquierda y que se quedan completamente
separados de su propia base". Berlusconi no fue el único que salió derrotado políticamente
de Génova; D’Alema y su grupo dirigente de los DS fueron los peor parados, sufriendo
duras críticas por parte de la juventud.

Como decía Marx, la revolución necesita en ocasiones el látigo de la contrarrevolución. Una


nueva fase de la historia de la lucha de clases en Italia se había abierto.

El fenómeno Cofferati y el enfrentamiento dentro de los DS

La izquierda de DS, que durante un largo período de tiempo fue completamente invisible y
estaba reducida a la mínima expresión, en los últimos años del gobierno de centro-
izquierda volvió a fortalecerse. En el congreso de Turín del año 2000 un sector del centro,
liderado por Cesare Salvi, fundó una corriente separándose de la mayoría y uniéndose a la
izquierda histórica (reducida al 10%) de Gloria Buffo y Fulvia Bandoli. En aquel mismo
congreso, a pesar de seguir dentro de la mayoría, Cofferati había empezado a criticar a la
dirección del partido, particularmente acerca de la ley que el gobierno D’Alema estaba
preparando. El objetivo de esta ley era anular el artículo 18 del Estatuto de los
Trabajadores que impide despedir a trabajadores sin que haya una causa justificada. Este
artículo es una de las conquistas más importantes del Otoño Caliente de 1969. Esto no fue
más que la anticipación de lo que más tarde llegaría con el gobierno Berlusconi.

Después de las jornadas de Génova el aparato sindical, junto a su secretario Sergio


Cofferati, decidió que había llegado la hora de dar la batalla contra D’Alema y la mayoría
del grupo dirigente de DS.

En el trascurso del Consejo Nacional, frente a la dimisión del entonces secretario Veltroni —
que abandonará para presentarse como alcalde para Roma—, empieza un duro
enfrentamiento que cambiará las relaciones de fuerza de los diferentes sectores en el
partido.
Hasta entonces el centro tenía dentro del partido una mayoría muy amplia, dentro de la
cual convivían dos corrientes principales: los dalemianos (que querían mantenerse en la
Internacional Socialista y cuyo modelo era la política del nuevo laborismo de Tony Blair) y
los veltronianos u olivistas (que desde hace tiempo querían disolver el partido y
transformarlo en un partido demócrata al estilo americano). Además de estas dos
corrientes existía con un peso marginal la izquierda de Buffo y Salvi y la extrema derecha
abiertamente patronal, que se había distinguido por su lucha contra el artículo 18.

La corriente de D’Alema no tenía grandes diferencias políticas con la de Veltroni, pero como
representaba la mayoría del aparato del partido, estaba en contra de disolverlo dentro de
formaciones o de entidades políticas más amplias.

D’Alema, en los años que había sido ministro, había empujado su corriente más hacia la
derecha, estrechando sus relaciones con un sector de la burguesía italiana (Colaninno,
Gnutti y compañía) que se benefició de cuotas importantes de capital público a través de
un proceso salvaje de privatizaciones (como fue el caso de Telecom).

El choque de la ola del movimiento fue tan fuerte que pulverizó la corriente menos
organizada, es decir, la olivista de Veltroni. El nuevo alcalde de Roma se apartó de la lucha
interna del partido y dejó que su corriente se fragmentara.

También el sector de D’Alema sufrió golpes muy duros, perdiendo el 70% del apoyo de los
funcionarios sindicalistas de CGIL que prefirieron seguir al dirigente sindical (Cofferati) que
al dirigente del partido.

Así fue como se formó una amplia alianza conocida como el Correntone en la cual
confluyeron la izquierda, buena parte de los hombres de Veltroni y los sindicalistas de la
CGIL. A la cabeza del Correntone está Sergio Cofferati, aunque oficialmente el
representante sea Giovanni Berlinguer, hermano del difunto secretario del PCI Enrico
Berlinguer, que tenía mucha autoridad entre la militancia del partido.

Frente a la dureza del enfrentamiento no quedaba más remedio que llegar a la


convocatoria de un Congreso que se celebró en Pesaro en el otoño de 2001.

El Correntone de Cofferati conquistó el 34% de los votos (con el apoyo de más de 35.000
militantes), mientras que la mayoría de D’Alema y Fassino se redujo al 62% a pesar de
haber contado con el apoyo de la casi totalidad del aparato. La extrema derecha de
Morando tuvo el 4% de los votos. Lo que vimos fue un fenómeno que muchas veces los
marxistas italianos habíamos adelantado en nuestras perspectivas.

Las consecuencias de las movilizaciones obreras tarde o temprano iban a tener un efecto
dentro de las organizaciones tradicionales de la clase obrera y en primer lugar de los
sindicatos, cuyo aparato está más sujeto a las presiones de los trabajadores.

La crisis y la falta de crecimiento de la CGIL acabaron después de muchos años. El giro a la


izquierda de Cofferati, o sea su oposición frontal a Berlusoni, hará crecer el sindicato tanto
en afiliados como en delegados, aunque inicialmente de forma poco visible. Esto era sólo el
comienzo. Cofferati, una vez perdido el congreso del partido, no quiso quedarse en un
segundo plano y decidió acelerar en su terreno: las luchas sindicales. La suerte estaba
echada y el enfrentamiento con D’Alema por la hegemonía de la izquierda italiana era
imparable. El mandato de Cofferati como secretario finalizaba en el verano de 2002: es por
eso que el secretario de la CGIL sólo tenía nueve meses para conquistar un apoyo de
masas en las calles y utilizarlo dentro de DS contra el aparato que parecía resistir a las
presiones de las movilizaciones. A pesar del movimiento de la clase obrera italiana, el
aparato de D’Alema seguía con su política procapitalista que había conducido al partido a la
más grave crisis electoral (sólo el 16% en las elecciones del 2001) y de militancia de la
historia.

El debate en Refundación Comunista

En el cuarto Congreso del Partido de Refundación Comunista (PRC), tras la escisión de la


corriente de Cossutta, se constituyó una mayoría del 84% bajo la dirección del secretario
nacional Fausto Bertinotti y una minoría del 16% de la tendencia marxista Falce Martello (a
la que pertenece el que escribe estas líneas) y el grupo Proposta de Marco Ferrando (el
cual tiene la mayoría entre los dirigentes de este 16%).

Bertinotti y Ferrando, a pesar de sus muchas diferencias políticas, estaban de acuerdo en


caracterizar al DS como un partido liberal. De hecho, sostenían que DS se había
transformado definitivamente en un partido burgués y de ninguna manera se le podría
definir como socialdemócrata.

Según Ferrando sólo la corriente de izquierdas del DS podía definirse socialdemócrata,


exceptuando a uno de sus dirigentes, Salvi, que había sido ministro en los gobiernos del
Olivo. También definía como liberal a todos los dirigentes de los DS que habían sido
implicados en responsabilidades directas de gobierno.

Se trataba claramente de una postura superficial dictada por el carácter ultraizquierdista de


la corriente Proposta.

Esta postura fue muy popular entre un sector reducido de militantes obreros y juveniles
porque durante diez años habían visto a los dirigentes de DS y CGIL traicionar
sistemáticamente los intereses de los trabajadores desde el gobierno y la oposición. El
mismo Bertinotti jugó un papel en difundir este análisis superficial, miope y oportunista.

Por nuestra parte polemizamos con estas posturas equivocadas en un artículo de


FalceMartello en octubre del 2000 en el cual escribimos:

"…Los socialdemócratas para no perder su influencia entre los obreros tienen interés en
apoyar movimientos y luchas parciales de los trabajadores cuando estas surgen, para
conducirlas a la derrota... Hablando de los socialdemócratas al final de los años 20, Trotsky
les definía con estas palabras: "Los reformistas son traidores, pero no en el sentido de que
en cada momento y en todas sus acciones ejecuten las órdenes formales de la burguesía.
Si las cosas fuesen así los reformistas no mantendrían la más mínima influencia entre los
obreros y la burguesía en este caso no los necesitaría. Hay que ser pobre de espíritu para
pensar que únicamente por las cualidades milagrosas del Tercer Período la clase obrera
abandonará en masa a la socialdemocracia y empujará a la burocracia reformistas a los
brazos del fascismo. La creciente insatisfacción contra el gobierno socialdemócrata en
Alemania y el laborista en Inglaterra y el desarrollo de las huelgas parciales y
fragmentadas en movimientos de masas cada vez más amplios (cuando se verificarán de
verdad), tendrán como consecuencia inevitable el deslizamiento a la izquierda de gran
parte del campo reformista. Con la excepción tal vez de los elementos más conscientes del
ala derecha (como J. H. Thomas, Hertmann Muller, Renaudel, etc.) los socialdemócratas y
los caballeros de Amsterdam serán obligados en determinados momentos a asumir la
dirección del proceso... esta política será inevitable sobre todo con relación a la
socialdemocracia de izquierdas, la cual en el momento de radicalización de las masas está
especialmente obligada a enfrentarse al ala derecha, hasta quizás tener que separarse con
una escisión formal. No obstante, una perspectiva como esta no niega en absoluto el hecho
de que la dirección de la socialdemocracia de izquierda siempre sea formada por los
agentes más corruptos y más peligrosos de la burguesía" (León Trotsky, El ‘Tercer Período’
de los errores de la Internacional Comunista).

Esta perspectiva que parecía irreal para muchos activistas comunistas (honrados pero
objetivamente aislados en su lugar de trabajo) tomaría forma en pocos meses. La mayoría
del PRC, que no estaba preparada para los acontecimientos y nos acusaba de tener
ilusiones en los dirigentes del DS, pagó muy caro su error de perspectiva.

El crecimiento del movimiento de masas de la clase trabajadora pilló por sorpresa al PRC,
cuyas fuerzas habían sido orientadas completamente hacia el movimiento antiglobalización,
sosteniendo a su vez dentro de este movimiento las posturas más moderadas y
pequeñoburguesas. Así fue como el PRC perdió una oportunidad histórica de aumentar su
influencia entre los obreros en el momento en que volvían a la acción, dejando campo libre
a Cofferati. Este conquistó rápidamente un apoyo entusiasta, aunque él mismo haya sido el
principal responsable de todas las derrotas del movimiento obrero a lo largo de los años
90.

Cofferati calienta motores

En noviembre de 2001 la FIOM convoca nuevamente en solitario una huelga general en el


sector metalúrgico. La participación es significativa, pero el ambiente entre los
trabajadores es diferente que en julio del 2001. Frente a la aplicación del convenio del
metal firmado por parte de FIM y UILM (sin contar con la FIOM mayoritaria), los
trabajadores vieron la huelga como tardía y poco útil porque defendía una plataforma que
apenas se diferenciaba de los sindicatos firmantes. La lucha de los metalúrgicos iba
apagándose. Sabattini, secretario de la FIOM, presionó a Cofferati y a toda la CGIL para
que se extendiera la huelga a todos los sectores, pero recibió una negativa.

La huelga general sobre los convenios no entraba en los planes de Cofferati, que quería
impedir que ésta se orientase al ámbito salarial, lo cual habría seguramente puesto en
duda la política de moderación salarial aceptada por todos los sindicatos desde los pactos
de julio del 92.

La intención del dirigente de la CGIL era buscar una lucha simbólica que pudiera servirle
para enfrentarse sin riesgos a la patronal, pero sobre todo al gobierno de derechas y a
D’Alema. Y esa ocasión llega cuando el ministro de Trabajo Maroni vuelve a proponer una
ley (en la que ya había pensado D’Alema durante su gobierno) que ataca directamente el
artículo 18, a pesar de que su modificación había sido rechazada en el referéndum de
verano de 2000. De esta forma Cofferati mata tres pájaros de un tiro: patronal, gobierno y
mayoría DS.

Cofferati empieza a ejercer una fuerte presión sobre su aparato sindical convocando
huelgas de dos y cuatro horas en todos los sectores, haciendo asambleas en las principales
fábricas del país.

Después de tanto tiempo en que los funcionarios sindicales habían frustrado las
aspiraciones de lucha de los trabajadores, ahora, estos mismos iban a las fábricas a
empujarles. Sus discursos, de todas formas, obedecían a la estrategia de Cofferati: soltar
la presión de los diferentes sectores de trabajadores en grandes manifestaciones y así
desviar la atención de los problemas dentro de las empresas, mientras que se firmaban
convenios negativos para los trabajadores, algunos de ellos por la CGIL.

Toda la fuerza tenía que ser concentrada contra el ataque del gobierno. La campaña obtuvo
una respuesta masiva entre los trabajadores, que llevaban mucho tiempo esperando una
señal de combatividad del sindicato. El proceso que se desarrolló durante todo el invierno
llegó a su punto álgido el 23 de marzo cuando la CGIL en solitario agrupó a dos millones de
trabajadores en la manifestación de Roma. Era la manifestación más grande de la historia
del movimiento obrero italiano. Ante la negativa de los sindicatos CISL y UIL a sumarse a
la manifestación, miles de afiliados de estos sindicatos rompieron el carné y se pasaron a la
CGIL. Pero el gobierno de derechas, que no se esperaba una participación tan masiva, no
podía ceder todavía por tres razones. La primera es que Berlusconi había definido a la CGIL
como un sindicato minoritario y extremista y ahora no podía admitir la derrota; la segunda
es que se daba cuenta de que una rápida victoria de los trabajadores habría generado una
radicalización, cosa que sencillamente aterrorizaba a la burguesía; la tercera es que una
claudicación del gobierno habría sido un golpe tremendo no sólo a la patronal sino también
a lo poco de autoridad que le quedaba a la burocracia de los sindicatos aliados de
Berlusconi (Cisl y Uil).

Así fue que Maroni (ministro de Trabajo) decidió ganar tiempo abriendo una mesa de
negociación en la que no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión. Esto quedó muy
claro desde el comienzo y condujo a las tres confederaciones sindicales a convocar una
huelga general para el 16 de abril de 2002. La burocracia de CISL y UIL, ante un
movimiento de estas proporciones, fue obligada a sumarse a la huelga general para
reconquistar por lo menos parte de la autoridad perdida. La huelga fue un éxito absoluto,
secundada por doce millones de trabajadores y tres millones de manifestantes en las
calles. Las tradicionales manifestaciones del 25 de abril (día de la liberación nacional contra
el fascismo) y del Primero de Mayo, que en años anteriores habían asumido un carácter
rutinario, se convirtieron en este contexto en movilizaciones masivas y militantes en las
que los trabajadores enseñaban su voluntad de derrotar al gobierno.

El congreso de la CGIL y la inercia de la burocracia sindical

A comienzos de febrero de 2002 tuvo lugar el congreso de la CGIL, saliendo elegido


Cofferati como secretario general, pero sólo por pocos meses hasta que acabara su
mandato. Su sucesor, Guglielmo Epifani, saldrá elegido en octubre. Cofferati declarará,
aumentando de esta forma su prestigio entre los trabajadores, que contrariamente a lo que
sus enemigos decían, no tenía intención de entrar en política y que sencillamente volvería a
su antiguo trabajo en la fábrica Pirelli, de donde había salido 25 años antes para dedicarse
al sindicato.

En el congreso de la CGIL los sindicalistas dalemianos intentarán modificar los estatutos


para extender la secretaría de Cofferati, evitando de esa manera que pudiera dedicarse a la
batalla dentro del partido. El enorme prestigio que Cofferati iba ganando día a día
representaba un peligro para el aparato de DS. Lo más importante es que D’Alema
concentraba toda su estrategia en poder presentarse en las siguientes elecciones políticas
como candidato del Olivo y Cofferati representaba un obstáculo en este camino. Mantenerle
dentro del sindicato era una forma de reducir los riesgos en el partido.

Cofferati rechazará ampliar su mandato en la CGIL y sólo acepta la presidencia de la


Fundación de Estudios Giuseppe Di Vittorio (una estructura cercana a la CGIL) y volver a su
trabajo de empleado en Pirelli.

En el congreso de CGIL los cofferatianos consolidarán sus posiciones, ganando de hecho el


apoyo de la izquierda sindical ("sector crítico") y aislando a los dalemianos que tampoco
tendrán el coraje de presentar documentos propios. A la nueva secretaría nacional no será
elegido ningún dalemiano. Será formada por completo por cofferatianos más dos "críticos"
de la izquierda sindical.

Los dalemianos levantarán la cabeza sólo más tarde, expresando la exasperación del
aparato sindical que estaba cansado por ser tan sacudido por la dirección nacional en la
organización de manifestaciones y huelgas de sector, regionales y nacionales.

Este sector insatisfecho del aparato burocrático se ampliaba día a día (sobretodo a nivel
local e intermedio). Acostumbrado durante una década a gestionar la política de pactos,
había sido sacado de repente de su rutina cotidiana y lanzado a la lucha de clases. Estos
burócratas, acostumbrados a una vida tranquila de pacíficas reuniones con el patrón
alrededor de una mesa, se han vistos obligados de la noche a la mañana a motivar a los
delegados y trabajadores en organizar huelgas y dar la batalla en las fábricas contra los
"amigos" de CISL y UIL, que boicoteaban y actuaban de esquiroles. No hay de que
sorprenderse si muchos entre ellos desean volver a la "normalidad" o pasarse el día
cómodamente sentados en sus despachos. D’Alema está lanzando su contraofensiva
basándose en estos elementos más conservadores. No se puede excluir la posibilidad de
que un día los cofferatianos tendrán que apoyarse directamente en los trabajadores para
dar la batalla y mantener su control del sindicato. Esta dinámica podría obligarles a girar
aún más a la izquierda con sus consignas y al mismo tiempo a abrir nuevos espacios para
una actitud más militante de la clase obrera.

El papel del movimiento obrero es determinante dentro de las relaciones de fuerza entre
los diferentes sectores sindicales. Este proceso acaba de empezar, pero en el futuro
provocará convulsiones aún más fuertes que las que vimos hasta ahora y que representan
un cambio cualitativo con respecto a la rutina a la que estábamos acostumbrados en los
años 90, cuando nada parecía moverse en el sindicato y el desplazamiento derechista de su
dirección parecía imparable.

Movimiento de los ‘girotondi’ , movimiento antiglobalización y segunda huelga


general

El otoño del 2002 empezó con una gran manifestación organizada por el movimiento de los
girotondi [de los corros] con 300.000 personas en Roma. Ese movimiento dirigido por
intelectuales de izquierda (entre ellos Nanni Moretti, famoso director cinematográfico), a
pesar de tener una dirección pequeñoburguesa, ha sabido dar una expresión política a las
tensiones que se han ido acumulando durante años en la base de DS y en general en el
electorado de izquierda. El inicio significativo de esto se vio en un mitin de los DS, en el
verano de 2002. En aquel mitin se había invitado también a Nanni Moretti, que por
sorpresa en su intervención lanzó ataques contra los dirigentes, acusándoles "de conducir a
la izquierda hacia una derrota, una detrás de otra". Después de pronunciar estas palabras
el director de escena abandonó polémicamente el palco entre los aplausos entusiastas de
miles de militantes allí presentes.

La cosa tuvo un impacto mediático enorme y ha generado un movimiento de opinión que


se ha difundido rápidamente en todo el país.

Nace así el movimiento de los girotondi, por la gran cantidad de iniciativas organizadas
delante de los ministerios, en los tribunales donde miles de personas se cogían por mano y
rodeaban las sedes institucionales escenificando una especie de corro (girotondo). En la
manifestación de Roma, por primera vez en la historia, intervinieron en el palco no los
dirigentes del partido de izquierda, que fueron relegados a mezclarse con el público, sino
intelectuales, pacifistas, exponentes de la llamada "sociedad civil". El único líder aplaudido
en aquella manifestación fue Sergio Cofferati.

Desde entonces se produce una fusión entre el aparato sindical, el movimiento de los
girotondi y la izquierda de DS, que ha dado vida a una asociación (denominada Abril, de un
film de Nanni Moretti) que en pocos meses ha reunido 20.000 socios.

Pero la relación de Cofferati con los movimientos no se ha quedado sólo aquí. El ex


secretario de la CGIL se ha dirigido también a los movimientos más radicales como el
movimiento antiglobalización. Cofferati ha participado en diferentes iniciativas, entre ellas
la gran manifestación del Foro Social Europeo de Florencia en la que han participado más
de medio millón de personas.

La CGIL dio su adhesión a esta manifestación y diferentes trabajadores sindicales han


entrado a formar parte de las estructuras de las que se ha dotado el movimiento. Una gran
parte de los manifestantes que fueron a Florencia lo hicieron gracias a las estructuras
sindicales, que organizaron autocares y trenes en las principales ciudades italianas.

La estrategia de Cofferati es bastante clara. Mientras Refundación Comunista se negaba a


promover las ideas comunistas en el movimiento y ha ido detrás de los dirigentes del Foro
Social, Cofferati ha lanzado una verdadera batalla por la dirección para conquistar el
movimiento antiglobalización a su proyecto político.

Tanto es así que el 10 de enero de 2003 organizó en Florencia, junto a otras estructuras
del Foro Social, una gran asamblea en un recinto con capacidad para más de 10.000
personas, con una participación tan masiva que obligó a miles de personas a quedarse en
el frío de la calle.

Rina Gagliardi, codirectora de Liberación, el periódico de Refundación Comunista, unos días


antes de la asamblea denunciaba que Cofferati estaba haciendo una maniobra para
marginar las fracciones más radicales del movimiento y forzar así al Foro Social a apoyar el
Olivo, cosa que el PRC en su proyecto político nunca soñó hacer.

¡No hay duda! Cuando se renuncia a la lucha para afirmar las propias posiciones es
inevitable que otro lo hará en tu lugar. El resultado es que Refundación Comunista está
más al margen del movimiento obrero y sindical, donde ha perdido posiciones importantes
en los últimos años, y empieza a estarlo también en el movimiento antiglobalización, donde
había concentrado todas sus fuerzas en los últimos años conquistando una posición
ventajosa respecto a las otras tendencias políticas. Los errores teóricos se pagan
duramente en política.

El 18 de octubre de 2002 Cofferati obtuvo otra victoria (y con él todos los trabajadores
italianos). En la segunda huelga general convocada en solitario por la CGIL (no sucedía
desde el 1968) participaron dos millones de trabajadores en las más de cien
manifestaciones que tuvieron lugar en toda Italia. El llamado Pacto para Italia, firmado en
el verano por CISL y UIL con el gobierno, se rompería en mil pedazos como resultado
inmediato de esa huelga.

El programa y la estrategia política de Sergio Cofferati

Quien escribe, a pesar de no tener ninguna ilusión en Cofferati, reconoce la enorme


popularidad que el ex secretario de la CGIL ha conquistado en un período breve de tiempo
en sectores decisivos del movimiento obrero. Hoy es el único líder de la izquierda que
consigue llevar a sus iniciativas a miles si no a decenas de miles de personas. Ha hecho
caer en la sombra también al secretario del PRC, Fausto Bertinotti, a pesar de que había
conquistado una cierta popularidad entre los militantes (no solo de Refundación Comunista)
que en los años anteriores estaban descontentos con la política de contrarreformas del
gobierno del Olivo, en la que Cofferati colaboró activamente como secretario de la CGIL.

Es evidente que Cofferati quiere utilizar ahora este enorme apoyo para convertirse en el
nuevo líder de la izquierda italiana, aunque continúa afirmando que no tiene ninguna
intención de entrar en política, usando demagógicamente un sentimiento antipolítico que
existe como reacción a la degeneración de las fuerzas de izquierda en las instituciones.

Cofferati no es un revolucionario. Su objetivo es dar una base de masas a una política


reformista clásica como la que defendía el PCI en los años sesenta y setenta. Su deseo es
una utopía: en primer lugar porque no existen márgenes económicos para políticas
keynesianas de tipo redistributivo, en segundo lugar porque el aspecto fundamental de
aquel partido (que contaba con un millón y medio de militantes y una base cohesionada y
disciplinada) era la existencia de la URSS y del bloque soviético, que incluso en una forma
distorsionada representaba en la cabeza de muchos trabajadores lo que se había
conquistado con la Revolución de Octubre.

Con la caída del estalinismo esas ilusiones se han derretido y la autoridad que tenían los
dirigentes comunistas por sus vínculos con la URSS no se puede comparar en absoluto a la
que tienen hoy los dirigentes de la izquierda, que obviamente es notablemente inferior.

Cofferati hoy se presenta a la izquierda de D’Alema pero no presenta diferencias políticas


sustanciales con la mayoría de DS.

Defiende la Unión Monetaria Europea y reivindica suyo el mérito de haber permitido la


entrada de Italia en Europa con la política de los sacrificios. Ataca al gobierno Berlusconi
acusándolo de ser "poco europeo". Propone como solución a la crisis económica la
aplicación del plan Delors. Después de haber organizado dos huelgas generales en defensa
del artículo 18 se niega a apoyar un referéndum promovido por Refundación Comunista y
otras fuerzas menores para extender el artículo 18 también a las pequeñas empresas (hoy
el artículo 18 cubre sólo a quien trabaja en empresas con más de 15 trabajadores).

Sus temas preferidos en la crítica al gobierno Berlusconi son la corrupción, el conflicto de


intereses (Berlusconi posee un gran número de medios televisivos y empresas) y las leyes
promovidas por el gobierno en estos años que le permiten falsear la entrada de los
capitales ilegales (también de la Mafia), la despenalización de las deudas al Estado y el
fraude fiscal y las presiones enormes que Berlusconi está haciendo a los jueces para que
sea absuelto, con sus amigos, en los numerosos procesos donde aparece entre los
imputados.

Es evidente que estas cosas indignan a los trabajadores, pero Cofferati no hace nada para
desvelar la relación que hay entre la corrupción y el capitalismo. La respuesta típicamente
reformista que explica como los fenómenos degenerativos que están relacionados
claramente con la crisis de la economía de mercado y la existencia de una sociedad dividida
en clases es la siguiente: "es necesario reforzar las instituciones republicanas" que
Berlusconi y compañía están demoliendo.

Respecto a los trabajadores, Cofferati no habla de intereses contrapuestos entre las clases,
se limita a defender algunos derechos, que el llama fundamentales, sin defender otros que
lo son igualmente. En efecto, en medio de las grandes luchas de la primavera del 2002, la
CGIL ha continuado firmando acuerdos que se basan sustancialmente en la congelación
salarial. Esto después de un decenio en el que los trabajadores italianos han perdido por lo
menos el 15% de su poder adquisitivo.

Cofferati no propone romper con el Olivo sobre bases de clase, separando las fuerzas del
movimiento obrero de aquellas del centro burgués, intenta "renovar el Olivo" abriéndolo
hacia la izquierda (hacia Refundación Comunista) pero también hacia la derecha, hacia el
pequeño partido del ex juez de Manos Limpias —el macroproceso judicial contra la
corrupción— Di Pietro (de matriz populista y reaccionario) y ha establecido un acuerdo
táctico, que probablemente no está destinado a durar mucho, con Romano Prodi (actual
presidente de la Comisión Europea y primer presidente de los gobiernos de
centroizquierda).

Pero a Cofferati no le basta un movimiento genérico y tampoco puede bastarle sólo el


apoyo del aparato sindical para ser el candidato del Olivo en las próximas elecciones.
Necesita un partido que DS, de momento, no es porque, a pesar de las fuertes presiones,
la mayoría del aparato continúa resistiéndose a sus solicitudes y a las del movimiento y
sigue en su línea derechista apoyando a D’Alema.

Se trata de un enfrentamiento entre fuerzas vivas y es difícil prever en modo preciso que
resultados se darán, pero una cosa es evidente: en el nuevo clima de movilizaciones
sociales, si D’Alema, Fassino y compañía no cambian, es probable que la línea de Cofferati
se imponga.

Con qué formas y con qué ritmo se desarrolle este proceso, ya lo veremos, pero las líneas
generales son dos: o Cofferati conquista la mayoría en DS y da un cambio al partido
iniciando una batalla también a nivel europeo contra la Tercera Vía de Blair o, si la
conquista de DS se revela impracticable, se puede producir una escisión, dando vida a un
nuevo "partido del trabajo" del que se habla desde hace tiempo en los ambientes cercanos
al ex secretario de la CGIL.

Recientemente ha circulado un llamamiento suscrito por importantes dirigentes sindicales


(entre ellos Patta, el máximo dirigente de la izquierda sindical, Sabbatini y Rinaldini, el
anterior y el actual secretario de la FIOM) en el cual se propone la formación de un nuevo
partido de trabajadores con los siguientes argumentos: "visto y considerado que DS ya no
defiende los intereses de clase y dirigen su atención al gran capital y el PRC ha abandonado
este terreno para orientarse exclusivamente al movimiento antiglobalización es necesario
un nuevo partido que defienda a los trabajadores".

Cofferati ha declarado que él no tiene nada que ver con este llamamiento pero jugará esa
carta si se da cuenta de que la reconquista de DS hacia su programa se revela
impracticable.

Sobre este hipotético partido ya han mostrado gran interés (en manera más o menos
declarada) numerosos funcionarios sindicales, el PdCI (el partido que se creó de la escisión
de derechas de Refundación Comunista), los Verdes y probablemente podría estar
interesado un sector del PRC (particularmente la corriente neoestalinista que hoy se
encuentra bajo una ofensiva por parte de Fausto Bertinotti).

Es evidente que el desarrollo de la lucha de clases jugará un papel fundamental en definir


los tiempos de todo el proceso.

La lucha de la Fiat, la relación clase-dirección y el papel del partido revolucionario

En todas las movilizaciones que se han producido hasta ahora, Cofferati se ha preocupado
siempre por acotar con precisión los puntos de desacuerdo con los empresarios y el
gobierno, cuidándose mucho de que en los puestos de trabajo la conflictividad no se
extendiese y no se pusieran en el centro de las iniciativas sindicales otros puntos que
preocupan a los trabajadores.

Por tanto los trabajadores iban a las grandes manifestaciones, a las huelgas; volvían con
un gran entusiasmo, pero la política del sindicato en la fábrica continuaba como siempre,
con acuerdos donde los trabajadores perdían. Esta situación no puede durar
indefinidamente.

Ya hay síntomas importantes de una movilización espontánea de la base que podría quedar
fuera del control de las cúpulas sindicales.

Los protagonistas en estas luchas han sido sobre todo los trabajadores jóvenes y los
precarios. Es el caso de las luchas en Tim, Direct Line, Omnitel, McDonald’s y en otras
empresas, donde ha surgido un nuevo proletariado joven abierto a las ideas
revolucionarias. También en el terreno salarial hay una fuerte presión por parte de los
trabajadores y en efecto el grupo dirigente de la FIOM se ha atrevido a proponer una nueva
plataforma reivindicativa que prevé aumentos salariales del 8%, un notable paso adelante
respecto al pasado pero insuficiente para recuperar el terreno perdido.

Pero los elementos más importantes de una sucesiva radicalización se han dado con el
conflicto en Fiat. A finales del verano pasado el grupo automovilístico aprobó 8.200
despidos, con el cierre definitivo de las fábricas de Termini di Imerese (en Sicilia) y de
Arese (en la zona de Milán), y una fuerte reducción en las fábricas de Cassino (cerca de
Roma) y Mirafiori en Turín.

En la actual crisis mundial del sector (con una sobrecapacidad productiva de veinte
millones de coches en el mercado mundial) es evidente que Fiat sería uno de los eslabones
débiles de la cadena.

A pesar de los 120 millones de euros que el Estado ha dado a Fiat en los últimos treinta
años para financiar despidos, a pesar de los numerosos incentivos, está claro que la familia
Agnelli estaba preparando desde hace tiempo el desvío de inversiones del sector del
automóvil a acciones especulativas más rentables. La entrada de la General Motors en el
capital de Fiat el pasado año era sólo un primer paso en esa dirección.

Los marxistas, nada más declarada la crisis, hemos lanzado una campaña hacia la base de
las organizaciones sindicales, de los partidos de izquierda y de la juventud, reivindicando la
nacionalización de Fiat sin indemnización y bajo el control de los trabajadores. Publicamos
un panfleto con un llamamiento en ese sentido, recogiendo adhesiones de delegados
sindicales, activistas de partido y estudiantes.

En la medida en que el secretario del PRC, Fausto Bertinotti —que en el pasado no había
apoyado esa posición—, ha decidido en septiembre hablar de la nacionalización de Fiat,
hemos propuesto en el Comité Político Nacional del partido preparar una campaña de todos
los militantes por la ocupación y nacionalización de las fábricas de Fiat.

Durante el debate se ha visto claramente que el secretario del PRC, cuando habla de
nacionalizaciones, se refiere simplemente a una intervención publica del Estado, sin poner
en discusión el derecho de los Agnelli a su propiedad privada. Además, Bertinotti ha
considerado inconveniente proponer la ocupación de las plantas y ha respondido con cierta
ironía a nuestra intransigencia: si al final convencemos a los trabajadores de la ocupación,
él se presentaría, mostrando una sustancial desconfianza respecto a la posibilidad de que
los trabajadores pudieran aceptar tal planteamiento y renunciando como dirigente a
mostrar el camino para ganar la lucha. De esta manera aparece claramente su idea del
papel que debería asumir un dirigente comunista: "siempre en la cola de los
acontecimientos y nunca delante".

Aprovechando la presencia en Italia de los trabajadores argentinos de Cerámicas de Zanon,


que desde hace más de un año están produciendo sin los patronos bajo control obrero,
hemos llevado nuestro llamamiento delante de las fábricas de Fiat, particularmente a Arese
y a Termini Imerese.

En Arese, a través de las estructuras estudiantiles vinculadas a los marxistas (Comités en


Defensa de la Enseñanza Pública — CSP— y el colectivo universitario Pantera), se llegó en
diciembre a la celebración de una asamblea unitaria entre estudiantes y trabajadores
(participaron más de 200 personas) y a la convocación de una huelga unitaria para el 12 de
diciembre, a la que la FIOM al final tuvo que dar su propia adhesión.

Pero la situación más avanzada fue seguramente la de Termini Imerese.

Termini Imerese es una ciudad con casi 40.000 habitantes cerca de Palermo que se
mantiene exclusivamente gracias a la existencia de Fiat.

A pesar de no tener grandes tradiciones sindicales y de estar desde su nacimiento (a


finales de los años sesenta) en la retaguardia de las movilizaciones, los trabajadores de
Termini mostraron en esa situación un nivel de radicalización sin precedentes, colocándose
a la cabeza de la movilización.

Empezaron con bloqueos en la producción de forma permanente y ocuparon carreteras,


aeropuertos y puertos en toda la isla e incluso el Estrecho de Messina que une Sicilia con
Italia.

Siendo muy débil la tendencia marxista en Sicilia se envió del norte una delegación de
cuatro compañeros (un dirigente del PRC, dos activistas sindicales y un dirigente de los
CSP) para establecer contactos y ofrecer un apoyo y una alternativa a los trabajadores de
Termini que fueron completamente abandonados por sus propios dirigentes sindicales,
como después se verá. Muchos trabajadores, nada más ver nuestro llamamiento,
mostraron simpatía y empezaron a distribuirlo convencidos de que la ocupación de la
fábrica era una posibilidad concreta si Fiat y el gobierno no renunciaban a sus intenciones
de cerrar el establecimiento.

En toda la isla se respiraba un clima de gran solidaridad. En las principales ciudades como
Palermo, Catania y Messina se organizaban manifestaciones estudiantiles de masas en
apoyo de los trabajadores.

El sector más radical de la movilización era la Coordinadora de las Mujeres de Termini


Imerese compuesto por las mujeres de los obreros.

El día antes del envío de las cartas de despido hubo un encuentro en Roma. De hecho el
gobierno y la empresa propusieron nuevamente el cierre, pero con la promesa de que
después de un año el establecimiento sería de nuevo abierto. Promesas de este tipo se
habían hecho ya antes y no se mantuvieron nunca. Las negociaciones se rompieron
durante la noche.

Lo que pasó al día siguiente delante de la fábrica lo explicó nuestra delegación allí
presente, que relató lo siguiente:

"... Que los trabajadores estuvieran dispuestos a ir adelante lo demuestra la rapidez con la
que al día siguiente, después de la ruptura de las negociaciones, se había propagado la
consigna de la ocupación de la fábrica: se generalizaba la convicción de que ese viernes
habría podido ocurrir cualquier cosa. A pesar de todo, en las numerosas discusiones que
hemos tenido con los obreros sobre cómo proseguir la lucha, salía de forma evidente que si
por un lado la consigna de la nacionalización y de la autogestión había circulado entre los
trabajadores, no existía ninguna voluntad por parte de los dirigentes sindicales de iniciar
una discusión con esta posibilidad. Eso permitió que se crease un cierto clima de
desorientación sobre qué hacer, situación que mostró todas sus consecuencias algunas
horas más tarde.

"Por la tarde unos miles de trabajadores participan en la asamblea. Hay expectación, la


reunión tenía que empezar a las 15.00, pero se retrasó tres horas porque los dirigentes de
FIM-CISL y UIL-UILM tenían que discutir antes con las secretarías. Frente a tal
comportamiento los obreros respondieron que la discusión se tenía que hacer en asamblea,
junto a ellos, y no sobre sus cabezas. La rabia y la tensión eran palpables. Era evidente
que las cúpulas sindicales querían ganar tiempo. Su arrogancia llegó al máximo cuando, no
satisfechos con el retraso de tres horas, se permitieron decir que las entrevistas para la
prensa tenían la prioridad a la discusión con los trabajadores, los cuales con razón les
silbaron.

"Cuando finalmente se inicia la asamblea, el primero que interviene es un dirigente de la


CISL, que durante media hora no hace más que ilustrar cómo se habían conducido las
negociaciones, divagando sobre el hecho de que la ruptura se había dado más por razones
de método que de mérito y que la propuesta de todas formas contenía cosas interesantes
para el inicio de unas negociaciones (...) Pero para los trabajadores todo esto no es nada:
la propuesta para un acuerdo la conocían ya y la habían rechazado masivamente. Querían
saber y discutir cómo continuar la lucha".

En este momento intervienen el delegado de la FIOM en la fábrica y los dirigentes de FIOM-


CGIL Rinaldini y Sabbatini. "Corrigen" al burócrata de la CISL, subrayando que el problema
no era sólo de método sino también de contenido, hacen un llamamiento a la unidad, a una
idea vaga de "continuar la lucha" pero nada más.

"Todo queda en abstracto y muy en general y, mientras empiezan las primeras


intervenciones de los trabajadores en el palco para abrir la discusión, micrófonos y
altavoces se desmontan enseguida. Permitir que los trabajadores discutan entre ellos
puede ser muy peligroso. Entre los trabajadores hay descontento, no se sabe exactamente
qué hacer. Una parte de ellos, llamados por nosotros y sobre todo por la combatividad de
las mujeres de Termini, se presenta amenazante delante de la fábrica, cuya dirección,
consciente del peligro de una ocupación, había cerrado previamente. En un momento la
verja es forzada, se rompen las cadenas y las puertas se abren. En este punto se produce
un momento de dudas que da tiempo a algunos sindicalistas a ponerse entre los
trabajadores y la entrada de la fábrica. Ningún dirigente de la lucha tiene el coraje de hacer
la única propuesta que los obreros se esperaban: ocupar la fábrica. En un clima de
indecisión general, el momento decisivo se pierde y la idea de la ocupación queda
suspendida en el aire.

"Una vez más, la falta de una dirección dispuesta a ir hasta el final permite a las cúpulas
sindicales retomar el control de la situación y jugar el papel de bomberos de las luchas...".

Lo que ha ocurrido en Termini es la demostración de la importancia que tiene lo que los


marxistas llamamos el factor subjetivo, o sea, la existencia de una dirección revolucionaria
que en situaciones como éstas tenga la audacia, la fuerza y la comprensión política para
conseguir la victoria de los trabajadores.

Sí en la fábrica hubiera habido cuatro o cinco delegados combativos, con las ideas claras de
lo que hacer, y hubiesen sido apoyados por una tendencia marxista lo suficientemente
establecida en Sicilia y en todo el país, todo el curso de los acontecimientos habría podido
cambiar radicalmente.

Lamentablemente no ha sido así y en los próximos meses hay que aceptar una pausa que
no durará mucho.

Como Marx decía, "el topo de la revolución continúa escarbando". La clase obrera italiana
pondrá a la prueba a sus dirigentes en más de una ocasión, a Cofferati, a Bertinotti y a
todos los demás. Los movimientos de estos últimos dos años son sólo una anticipación de
un proceso que tiene repercusiones mundiales y que contribuirá a demostrar cada día más
la necesidad de una alternativa socialista a la barbarie capitalista. Pero para que esto sea
posible es necesario que en los próximos años los revolucionarios sepan ocuparse de sus
responsabilidades para construir una fuerza lo suficientemente fuerte y arraigada como
para poder conducir a los trabajadores a la toma del poder. Para eso trabajamos.

Milán, enero de 2003

Giro a la izquierda en los sindicatos británicos

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Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


. .. ..

Giro a la izquierda en los sindicatos británicos


Rob Sewell

Los trabajadores británicos constituyeron, en palabras de Marx, "los hijos primogénitos de


la historia moderna". Debido a su posición, fueron pioneros en el sindicalismo. Desde las
organizaciones ilegales, los fundadores del sindicalismo lucharon cada centímetro del
camino para conseguir sus derechos democráticos y elevar a la clase obrera como una
fuerza independiente.

Los sindicatos son las organizaciones más básicas de la clase obrera. Para los marxistas,
los sindicatos son los elementos de la nueva sociedad dentro de la vieja. En palabras de
Federico Engels, son "escuelas" de solidaridad y socialismo.

Los trabajadores británicos crearon el primer partido obrero de la historia, los Cartistas, y
participaron en la I Internacional. Finalmente, fundaron un partido obrero de masas basado
en los sindicatos: el Partido Laborista. En los años siguientes a la Revolución Rusa
protagonizaron extraordinarias batallas de clase, que culminarían con la huelga general de
1926.
Estas tradiciones heroicas imprimieron su carácter. La otra cara, una cara más servil, surge
de la posición dominante del imperialismo británico, que permitió a la burguesía desarrollar
una "aristocracia obrera" otorgando concesiones a los sectores más elevados de la clase.
Esto creó una visión estrecha y conservadora de sindicalismo profesional. Sin embargo,
esto cambió con la pérdida del monopolio industrial de la burguesía británica.

En cierta ocasión. Trotsky comparó las tradiciones de la clase obrera británica —que se
caracterizaba por su movimiento lento y pesado, producto de su larga historia evolutiva
durante generaciones— con las de la rusa —que, por el contrario, en una generación tuvo
un crecimiento explosivo y desde el principio estuvo abierta a las ideas revolucionarias—.

Sin embargo, Trotsky reconoció el potencial revolucionario de la clase obrera británica, tal
como planteó en su brillante obra ¿Adónde va Gran Bretaña?, escrita en 1925 y en la que
pronosticó la huelga general del año siguiente. Aunque los trabajadores británicos tienden
a moverse más lentamente que sus colegas europeos, que tienen un carácter más
espontáneo, una vez entran en acción es difícil frenarles. En palabras de Federico Engels:
"No hay poder en el mundo que pueda resistir durante un día a la clase obrera británica".

En ese libro, Trotsky también explica que los trabajadores británicos tienen la tendencia,
cuando están desencantados con el frente político, a girar hacia el frente industrial, y
viceversa. Esto ha sido una constante hasta el día de hoy. Sin embargo, en Gran Bretaña,
a diferencia de otros países, siempre ha existido un fuerte vínculo orgánico entre la
organización sindical, el TUC, y el principal partido obrero, el Partido Laborista. Durante los
últimos cien años, esto ha influido sobremanera en la situación.

Blair cosecha derrotas en el movimiento sindical

Hoy nos enfrentamos al gobierno laborista de derechas encabezado por Blair, que está
aplicando una política burguesa. Blair pensaba que tenía todo el terreno libre y ha presidido
un brutal giro a la derecha, socavando la democracia dentro del Partido Laborista,
eliminando los objetivos socialistas del partido (la Cláusula IV) y consiguiendo la mayoría
parlamentaria en las segundas elecciones. También logró meterse en el bolsillo a la
mayoría de los dirigentes sindicales.

El filósofo alemán Hegel explicó que en muchas ocasiones lo racional se convierte en


irracional y los hechos se transforman en su contrario; todo está en un proceso de
constante flujo y la acumulación gradual de cambios provoca, tarde o temprano, un salto
cualitativo.

¡Y cómo han cambiado las cosas en Gran Bretaña! El reciente avance de la izquierda en el
movimiento sindical británico es una confirmación de este proceso dialéctico. Representa
una ruptura fundamental de la situación. Es el principio del fin de Blair.

"La gente dice que el nuevo laborismo ha caído en desgracia —declaró el recién elegido
secretario general de AMICUS (sindicato del metal y electricidad— pero la burbuja del
nuevo laborismo estalló hace mucho y todavía está expulsando aire. Este gobierno perdió
su popularidad entre la clase obrera porque no hizo lo suficiente por ella. Alguien, en el
futuro, podrá mirar hacia atrás, a este momento, y decir que fue cuando el nuevo
laborismo comenzó su declive".

El cambio profundo que está aconteciendo en los sindicatos británicos, aunque previsto por
los marxistas aglutinados en torno a Socialist Appeal, ha cogido a mucha gente por
sorpresa. El anterior secretario general de AMICUS, Sir Ken Jackson, un viejo derechista
incondicional de Blair, lo comparó acertadamente con la película La tormenta perfecta:
"Tenemos una cantidad determinada de lluvia y una cantidad determinada de viento, pero
cuando se reúnen tienen un efecto que nadie podría prever".

Auge en el movimiento huelguístico tras veinte años de grandes dificultades

Sin duda, el malestar sindical va en aumento. Las huelgas están en su nivel más alto en
treinta años y su tendencia es ascendente. En la reciente huelga de trabajadores
municipales participó un millón de personas, y constituyó la huelga de mujeres más grande
jamás vista en este país. Los trabajadores del metro y los ferrocarriles tienen su propia
batalla y han amenazado con negarse a ir al trabajo por motivos de seguridad si no hay
cobertura de incendios. Una reciente encuesta indicaba que el 48% de los trabajadores
creen que irán a la huelga en los próximos doce meses. Los días de mansedumbre en el
centro de trabajo han llegado a su fin.

Esta situación no puede encontrar una ilustración más gráfica que en la actual lucha de los
bomberos. ¡En su conferencia votaron por unanimidad ir a la huelga para conseguir un
aumento salarial del 40%! Se trata de la primera huelga nacional en veinticinco años.
Según las recientes encuestas, la opinión pública, a pesar de la campaña hostil de los
medios de comunicación, respalda firmemente a los bomberos. Se han convertido en una
causa célebre para el movimiento sindical en Gran Bretaña, y han recibido un apoyo total
del TUC.

Blair y la prensa capitalista han atacado a los bomberos y a su sindicato. "El activismo
sindical para conseguir fines políticos —lo que algunos llaman scargillismo [en referencia a
Arthur Scargill, que dirigió la gran huelga minera de 1984-85]— ya no tiene sentido (...) No
debemos regresar a esos días" fueron las palabras desafiantes de Blair. El gobierno ha
chocado frontalmente con este sector, que está respaldado por el movimiento obrero. Blair
demanda "modernización", una palabra con la que se disfraza la destrucción de empleo y
servicios, para dejar escapar que van a reducir 11.000 puestos de trabajo en este sector.

La lucha ha sacudido toda la situación. El ambiente en las filas del partido es contrario a
Blair y de apoyo a los huelguistas. La Conferencia del Partido Laborista de Londres dio su
apoyo a los bomberos, con sólo ocho votos en contra. Blair está claramente perdiendo el
paso y cada vez está más desacreditado ante los ojos de los trabajadores.

Comparada con la combatividad de los años 70, durante la mayor parte de los últimos
veinte años la curva de la lucha sindical fue descendente, sobre todo tras la derrota de la
huelga minera de 1984-85. Si después de doce meses de huelga los mineros no pudieron
ganar y tuvieron que retroceder, ¿cómo podían ganar otros sectores más débiles? Éste fue
el sentimiento de la mayor parte de los activistas sindicales, muchos de los cuales se
desmoralizaron y cayeron por el camino. Incluso una capa de dirigentes de "izquierdas" se
pasó a la burocracia de derechas y abrazó el sindicalismo empresarial.

Durante los últimos veinte años, el péndulo giró demasiado a la derecha. Ese período
estuvo en gran parte dominado por el thatcherismo, que se sostuvo con el boom
económico de los años 80. Los tories introdujeron toda una serie de leyes antisindicales,
con la intención de paralizar el movimiento obrero e inclinar la correlación de fuerzas a
favor de los empresarios. Combinado con un desempleo de masas, los sindicatos
emprendieron la retirada. Hoy sólo el 19% de los trabajadores del sector público están
afiliados.

Muchos trabajadores intentaron resolver sus problemas dentro de los límites del
capitalismo, a través de horas extras, pluriempleo y otros medios. Las organizaciones
sindicales y el Partido Laborista se quedaron vacíos, permitiendo al aparato sindical
elevarse por encima de los afiliados. La creciente presión del capitalismo sobre las capas
superiores de los sindicatos los hizo girar a la derecha y aceptar el "nuevo realismo" y la
"paz social". El mismo proceso, pero a mayor escala, tuvo lugar tras la derrota de la huelga
general de 1926 y la adopción del mondismo por los dirigentes sindicales. Walter Citrine,
entonces secretario general del TUC, dijo que los sindicatos tenían como objetivo "una
relación afectiva [con los empresarios], que asegurará la estabilidad y la armonía en la
industria". Hoy se puede escuchar el mismo tono en John Monks.

Con los cierres de la industria manufacturera de los años 80, la afiliación sindical declinó y
el número de huelgas alcanzó mínimos históricos. Las voces combativas dentro de los
sindicatos fueron en gran parte sofocadas. Cuando los empresarios emprendían una
ofensiva frontal contra los trabajadores, el ala de derechas puso de moda los "acuerdos
amables". Las condiciones laborales empeoraban en una industria tras otra cuando se
aceptaba la flexibilidad laboral. Se introdujeron los contratos temporales, el trabajo a
tiempo parcial, el trabajo por cuenta propia, el trabajo eventual, las privatizaciones y todo
lo demás. Los empresarios eran los amos de la situación. Exprimieron cada onza de
beneficio a través del incremento de la explotación de la clase obrera, reembolsándose
enormes dividendos y repartiendo grandes salarios a los altos ejecutivos. En contraste, el
trabajo excesivo y los niveles de tensión entre los trabajadores británicos alcanzaron
niveles históricamente altos, lo que provocó resentimiento, descontento y rabia en los
centros de trabajo. Comparado con sus compañeros europeos, el trabajador británico
trabaja más horas y tiene menos vacaciones y menos derechos. Gran Bretaña se ha
convertido rápidamente en la mayor fábrica de explotar obreros de Europa.

Los dirigentes sindicales miraron hacia el gobierno laborista para resolver sus problemas.
Deliberadamente, contuvieron el mar de fondo de rabia existente entre la base, con
promesas de un nuevo gobierno laborista y la amenaza de más leyes antisindicales. En
nombre de "la unidad y la disciplina", los dirigentes sindicales aceptaron soportar una
suerte terrible con Blair. Se mordieron la lengua durante la campaña electoral de 1997,
cuando Blair alardeó en las páginas del Daily Mail que, bajo el laborismo, "Gran Bretaña
permanecerá con las leyes sindicales más restrictivas del mundo occidental". Tragaron sin
más el mantra de "justicia, no favores". Sin embargo, cuando Blair llegó al poder en 1997,
partió de donde se habían quedado los tories. La ley tory de despido forzoso fue sustituida
por la blairista "El mejor valor" y por la Iniciativa Financiera Privada (IFP), una piedra
angular del nuevo laborismo robada a los conservadores.

Mientras que sí han hecho algunas reformas relacionadas con el salario mínimo y los
derechos laborales, no han ido lo suficientemente lejos como para satisfacer las
aspiraciones de los trabajadores normales. En realidad, la situación ha empeorado, con
promesas de "reforma" de los servicios públicos y de introducción de la disciplina del sector
privado en el público. ¡Pero ya es suficiente! Los principales sindicatos se han opuesto a la
IFP y al ataque al sector público. Lo cierto es que están en contra de Blair. La campaña del
GMB contra la participación del sector privado en los servicios públicos le ha reportado
44.000 nuevos afiliados, el mayor aumento en dieciséis años. Esto llevó a Peter Hain, el
ministro de la izquierda "suave", a atacar al GMB, pidiendo una auditoria de sus gastos de
campaña. Ni se había enterado de que para hacer un desembolso de 250.000 libras, el
sindicato antes había recaudado 4,4 millones de cuotas de nuevos afiliados.

El aumento de la frustración y el descontento en los centros de trabajo ya no se puede


contener más. Por eso un sector tras otro ha entrado en acción. El terreno también está
empezando a moverse bajo los pies de los dirigentes sindicales, que están obligados a ser
más críticos si no quieren perder sus puestos. La constante explotación de los trabajadores
británicos está llegando a sus límites.
Sin embargo, Blair, que representa una tendencia procapitalista dentro del Partido
Laborista, está decidido a ponerse del lado de los empresarios y continuar con su política
de gran empresa. Como el rey Canuto, que le ordenó a la marea que dejase de subir, Blair
quiere frenar la lucha de clases. "El Gobierno no puede hundirse ante la presión salarial del
sector público, cuente o no con el apoyo popular", dice el viejo amigo de Blair y creador del
nuevo laborismo, Peter Mandelson. "Me resulta inimaginable que una Administración
encabezada por Tony Blair tolere que los sindicatos digan al gobierno lo que debe hacer".
Los ministros también tienen que enfrentarse a los sindicatos en las demandas de nuevos
derechos laborales y su resistencia a la reforma del sector público, y Mandelson avisa: "La
fuerza futura del vínculo laborista-sindical depende de si los sindicatos actúan partiendo de
la comprensión de que no pueden abusar de la posición que le otorgan los estatutos del
Laborismo, utilizando sus votos para coartar al gobierno o manipular su política", afirma.

Giro a la izquierda en los sindicatos

Las amenazas de los caudillos blairistas no han surtido efecto. El péndulo está comenzando
a girar a la izquierda. En una elección sindical tras otra, la marea ha comenzado a cambiar.
En un sindicato tras otro, los dirigentes más radicales han ganado a los seguidores
derechistas de Tony Blair. Incluso aquellos candidatos habitualmente etiquetados como
blairistas, como Jack Dromey, del TGWU (Sindicato General y del Transporte), han estado
ocupados resituándose como críticos al gobierno. A propósito, la razón para este torrente
de elecciones sindicales es, curiosamente, producto de las leyes antisindicales introducidas
por Thatcher en 1984, y mantenidas por Blair, que obligaban a los sindicatos a una
votación secreta cada cinco años para elegir a su dirección. Esto supuestamente era para
"devolver los sindicatos a las bases", mantener fuera a los "militantes izquierdistas" y
asegurar la elección de los sectores más "moderados", con la ayuda de la prensa
capitalista. Pero ahora les ha salido el tiro por la culata.

Hasta hace poco, esta tendencia hacia la izquierda se limitaba a los sindicatos pequeños y
medianos. Mick Rix fue elegido secretario general del sindicato de conductores de tren
(ASLEF); Bob Crow, del sindicato ferroviario (RMT); Andy Gilchrist, del de bomberos (FBU);
Mark Serwotka, del de servicios públicos (PCS); Jeremy Dear, del de periodistas (NUJ);
Billy Hayes, del de Comunicaciones (NCU); y Paul Mackney, del de profesores de colegio
(NAFTHE). Pero ahora ya está afectando a los principales sindicatos: Tony Woodley salió
elegido con facilidad como vicesecretario general del TGWU, y es probable que este año
salga elegido secretario general.

El caso del sindicato del metal

Sin embargo, el mayor golpe para el Gobierno llegó con la derrota del dirigente sindical, y
favorito de Blair, Sir Ken Jackson, a manos del sector de izquierdas encabezado por Derek
Simpson en el sindicato del Metal (AEEU-Amicus),

¡La votación contra Jackson representó un terremoto político de intensidad 10 en la escala


Richter! ¡Jackson no podía perder! "Cuando Sir Ken decidió presentarse a la reelección, la
derrota parecía tan remota como que Saddam perdiera Bagdad", dijo Patrick Winter en The
Guardian. El AEEU ha sido el núcleo de la derecha en los sindicatos y el Partido Laborista
durante más de dos décadas. El ala de derechas se hizo con la dirección del Metal en 1977-
78, cuando resultó elegido Terry Duffy, al que siguieron Gavin Laird y Pat Jordan. Giraron
tanto a la derecha con su sindicalismo empresarial, que a mediados de los años 80 incluso
se les amenazó con la expulsión del TUC, por aceptar dinero del gobierno conservador.

En 1992, la fusión del AEEU con el también derechista sindicato de electricistas, el EEPTU,
supuso el atrincheramiento del ala de derechas. Con Les Cannon y Frank Chapple, el
sindicato de electricistas estuvo dominado por la extrema derecha del movimiento obrero
desde principios de los años 60, después de que ambos fueran expulsados de la dirección
del Partido Comunista por amañar las votaciones. Cannon y Chapple usaron sus antiguos
métodos de purga para aplastar la democracia interna en el sindicato. Se convirtieron en
una célebre compañía sindical, haciendo de esquiroles con sus socios sindicalistas en la
lucha de impresores de Wapping, entre otras. El EEPTU fue expulsado del TUC por su papel
lamentable en los "acuerdos amables" y sus enfrentamientos con otros sindicatos. Junto
con el AEEU, encabezó la caza de brujas contra los seguidores de Militant en el Partido
Laborista y fue el instrumento de la derecha laborista para hacerse con el control del
partido. Su fusión con el AEEU creó un nuevo bloque de extrema derecha dentro del TUC.
En realidad, el EEPTU tomó el AEEU, acabó con su democracia interna, eliminó las
elecciones de los cargos del partido, eliminó o fusionó federaciones, y creó un régimen
policial dentro del sindicato. Esto llevó a muchos activistas a la desesperación. La izquierda,
aglutinada en Flashlight, renunció desacertadamente a la lucha para transformar el
sindicato y se escindió, dando lugar al EPIU. Esta aventura fracasó y acabó absorbido por el
TGWU. Por supuesto, esa impaciencia fortaleció aún más al ala de derechas.

Sólo los marxistas estuvimos en contra de la escisión. Es necesario permanecer y luchar,


es necesario comprender que llegado un momento los acontecimientos acabarían con el
dominio del ala de derechas e impulsarían a la izquierda a primera línea. Esto fue
confirmado posteriormente con la elección de Derek Simpson, demostrándose que incluso
los sindicatos más derechistas y burocráticos pueden girar a la izquierda cuando cambian
las condiciones y hay un nuevo ambiente entre la base.

Esto es una contundente respuesta a los ultraizquierdistas impacientes y sectarios que se


mueven en las márgenes del movimiento obrero y que en el pasado descalificaron a estos
sindicatos, y que hoy hacen lo mismo con el Partido Laborista. Son incapaces de pensar de
una forma dialéctica y están totalmente hipnotizados por el poder del aparato. Los cambios
moleculares en la mente de los trabajadores han provocado un cambio cualitativo en la
situación y están sirviendo para minar el dominio del ala de derechas.

Mientras a otros, incluida la izquierda, les ha pillado completamente por sorpresa, los
sindicalistas del AEEU seguidores de Socialist Appeal, que pudieron ver el mar de fondo
contra Jackson, previeron lo que iba a ocurrir. Estos sindicalistas marxistas jugaron un
papel importante a la hora de garantizar la derrota electoral de Jackson y la victoria de
Derek Simpson.

Después de tres años de congelación salarial, en los que se perdieron 176.000 puestos de
trabajo, llegaron las elecciones internas. Los sueños de "paz social" se derrumbaron y los
afiliados del AEEU se rebelaron contra el régimen sindical. La cantidad se transformó en
calidad, por citar de nuevo al viejo Hegel. Y aquí no acaba la cuestión, ¡ni mucho menos!
Dentro de aproximadamente doce meses serán las elecciones para la Comisión Ejecutiva,
actualmente controlada por la derecha del sindicato. Si Gazette (la corriente de izquierdas
del AEEU) hace el trabajo de una forma seria, puede ganar la mayoría.

Las cosas están cambiando muy rápidamente. Cuando Simpson fue elegido, los
empresarios estaban muy preocupados porque pudiera ser el final de los "acuerdos
amables" pactados bajo Jackson. "La pérdida de Sir Ken Jackson como líder del sindicato
más grande del sector privado de Gran Bretaña, Amicus AEEU, puede haber sido un golpe
para Tony Blair, pero los empresarios están preocupados más por el significado simbólico y
también por ellos mismos", afirmaba el órgano del capital financiero británico. "Más que
cualquier otro líder sindical del país, Sir Ken representaba la aproximación ‘amable’ a las
relaciones laborales que han dominado el pensamiento sindical desde mediados de los años
noventa. Cuando escribió en la revista de recursos humanos a principios de 2002, dijo que
la paz social con los empresarios era ‘la forma preferida de vida industrial. La paz social
promoverá la ayuda mutua, el respeto y el reparto de un trabajo mejor para las personas
porque así se sentían importantes" (Financial Times, 6/8/2002).

La paz social de Jackson no es otra cosa que la colaboración de clases con los empresarios.
Se firmaron "acuerdos amables" en toda una serie de empresas, incluida LG Philips, la
planta electrónica del sur de Gales, y en el periódico Western Mail. En total, con Jackson se
firmaron 30 acuerdos que incluían cláusula de paz social y afectabana a 30.000
trabajadores. Los activistas sindicales y los afiliados normales estaban poco dispuestos a
esos acuerdos porque los consideraban, correctamente, como una carta en manos de los
empresarios.

Con la derrota de Jackson, comenzaron a sonar las campanas de alarma en Downing Street
y en los consejos de dirección de las grandes empresas. Jackson había convertido el AEEU
en un agente del blairismo dentro de los sindicatos. Ahora todo ha terminado. A pesar de
las elecciones, los dirigentes sindicales del ala de derechas se apresuraron a reafirmar
públicamente a los empresarios que la paz social no había desaparecido. Sin embargo, el
recién elegido secretario general, Simpson, ha lanzado una bomba al anunciar que todos
los "acuerdos amables" serían revisados y si resultaba que eran incompatibles con los
intereses de los afiliados, se romperían. A las pocas semanas estalló la huelga en la fábrica
de coches Honda, en la que participaron 4.000 trabajadores.

Según The Times, "se esperaba que este tipo de acuerdos se extendieran a otras grandes
empresas automovilísticas japonesas en Gran Bretaña y a otras muchas empresas; ahora
se anuncia una época de relaciones laborales más difíciles en la industria".

El sindicalismo británico ha entrado en una nueva y turbulenta fase. El revés sufrido por el
ala de derechas ha alterado la correlación de fuerzas dentro del movimiento obrero. El
grupo de secretarios generales de izquierda que acaban de salir elegidos se puede convertir
en el eje de la oposición de izquierdas del Consejo General del TUC, como ya se pudo ver
en el último congreso.

Presiones sobre el TUC

Después de un duro debate sobre los derechos laborales y la derogación de las leyes
antisindicales, le llegó el turno a la guerra de Irak. El congreso se tuvo que definir sobre
una enmienda contra la guerra presentada por el TSSA (ferroviarios), frente a la resolución
"suave" del TGWU. La enmienda también sirvió para galvanizar a los contrarios a la postura
pro ONU del Consejo General del TUC. El debate provocó una batalla entre la nueva
izquierda y la vieja derecha. Los secretarios generales de izquierda (Crow, Rix, Hayes,
Dear, Serwotka y otros) desafiaron la hipocresía de Blair/Bush y se opusieron a la guerra.
Todos recibieron un estruendoso aplauso que reflejaba el ambiente del congreso.

Cuando hubo que votar, el presidente del TUC tuvo que admitir con un aplauso entusiasta
que se votara la enmienda del TSSA. Pero el ala de derechas contaba con un voto por
delegación. TGWU, GMB y AEEU-Amicus votaron en contra y la enmienda salió derrotada
por un millón de votos. Los 2,4 millones de votos a favor de una oposición completa a
cualquier ataque estadounidense representaron aproximadamente el 40%.

El hecho de que el AEEU-Amicus utilizara su veto contra la enmienda antiguerra fue


decisivo. Su delegación fue elegida en una reunión de la Comisión Ejecutiva, dominada por
el ala de derechas, que no se ha enfrentado a elecciones durante dos años. Si no hubieran
tenido la representación de casi un millón de votos de más respecto a la izquierda,
entonces la enmienda se habría aprobado por mayoría de un millón.

Sin embargo, este retraso en la cúpula de los sindicatos es sólo temporal. Tenderá a
ponerse al nivel del ambiente real de la base. En algunos casos, ocurrirá de golpe. El giro a
la izquierda en el AEEU puede ser decisivo para romper décadas de dominio de la derecha
sindical, abriendo un nuevo capítulo para el movimiento obrero organizado.

Las elecciones de 2002 para el Consejo General del TUC también representaron un giro
significativo hacia la izquierda. Fueron elegidos Andy Gilchrist (FBU), Billy Hayes (CWU),
Derek Simpson (AEEU Amicus) y Jeremy Dear (NUJ). Mick Rix (ASLEF) mantuvo su puesto.
Y es probable que Mark Serwotka se una a la izquierda tan pronto como el ala de derechas
del PCS acepté su inevitable derrota. Lo mismo ocurre con Bob Crow (RMT), que perdió por
un estrecho margen de votos.

En realidad, este nuevo ambiente en el TUC es un paso para remover el ambiente amargo
y de furia en los centros de trabajo. Sin embargo, la acumulación de presión desde abajo
obligará al TUC a enfrentarse al gobierno Blair. Esta situación tiene el potencial de arrastrar
a otros sectores a la lucha y representa un importante desafío a la postura pro empresarial
del gobierno Blair.

Este año habrá elecciones a secretario general del TGWU. Lo más probable es que gane el
candidato de la izquierda, lo que inclinaría aún más a la izquierda la balanza en el TUC.
Bajo la presión de los trabajadores, la nueva izquierda servirá para alimentar la creciente
oposición dentro del movimiento obrero. La etapa final de este proceso inevitablemente se
reflejará en el seno del Partido Laborista, abriendo un nuevo capítulo en la transformación
del movimiento obrero británico. Aquellos que descartan tal perspectiva son los mismos
que descartaban la derrota de Ken Jackson o Barry Reamsbottom.

Repercusiones en el Partido Laborista

John Edmunds declaró que el Nuevo Laborismo está muerto, sólo que no se han dado
cuenta de ello. La clave para la transformación del Partido Laborista siempre fueron los
sindicatos. Personas como Jackson son las que han mantenido a los laboristas en el poder.
Cuando su posición se vea socavada y los nuevos dirigentes de izquierdas ocupen su lugar,
habrá, como la noche sigue al día, repercusiones dentro del Partido. Cuando la crisis del
capitalismo se profundice y sea evidente, cada vez serán más los trabajadores que se vean
obligados a entrar en acción, reforzando con ello este giro general a la izquierda.

No es casualidad que los dirigentes sindicales de izquierdas planteen la idea de llevar la


lucha al partido para derrotar al blairismo. Derek Simpson, secretario general de Amicus,
pidió recientemente a los afiliados del sindicato que volvieran al Partido Laborista para
arrebatárselo a los blairistas. "Me gustaría pedir a los grupos militantes que intensifiquen
su trabajo dentro del partido".

Los afiliados sindicales están llegando a las agrupaciones locales del partido para asegurar
que en las elecciones ganen los candidatos respaldados por los sindicatos. Reclaman su
partido.

"Queremos comprometernos más, no menos", decía Simpson. "Si entramos en gran


número, podemos devolvérselo al laborismo".
Según algunos informes, es probable que esta llamada "revolución" dentro del Partido
Laborista cuente con el apoyo de otros dirigentes sindicales y que formen una oposición
cada vez más organizada. Mick Rix (ASLEF) y Bob Crow (RMT) también se han unido a esta
campaña para "reclamar el Partido Laborista".

La situación recuerda al preludio de la radicalización colosal de la clase obrera a principios


de los años 70. La derecha laborista, esta vez en el poder, se enfrentará a una gran
presión en el próximo período. En determinado momento se puede producir una división
que conduzca a la expulsión de los blairistas. Blair podría emprender el mismo camino que
Ramsay MacDonald, el primer ministro laborista que abandonó el Partido en 1931. Esto
empujaría hacia la izquierda al movimiento obrero británico.

El reformismo de izquierdas inevitablemente se convertirá en la tendencia dominante


dentro de los sindicatos y el Partido Laborista, reflejando la radicalización general de la
sociedad británica. Mientras que el ala de derechas recibe el apoyo de la sociedad
burguesa, los reformistas de izquierda no tienen las ideas claras, ni una teoría o
perspectiva capaz de hacer avanzar el movimiento. Tienen ideas muy confusas y tienden a
navegar según sople el viento. Sobre todo, carecen de la confianza necesaria en la clase
obrera para cambiar la sociedad, una debilidad fundamental.

Las tareas de los marxistas, al tiempo que dan su apoyo a ese proceso, es intentar acabar
con las vacilaciones de los reformistas de izquierdas. Los marxistas deben jugar un papel
destacado en el desarrollo y la organización de la izquierda dentro de los sindicatos y el
Partido Laborista y vincular las luchas cotidianas del proletariado con la transformación
socialista de la sociedad, la única solución real a los problemas de la claaew obrera.

"Los sindicatos se formaron durante el período de crecimiento y ascenso del capitalismo",


decía Trotsky. "Tenían como tarea elevar el nivel cultural y material del proletariado y la
extensión de sus derechos políticos. Este trabajo (...) dio a los sindicatos una autoridad
tremenda ante los trabajadores. La decadencia del capitalismo británico, en las condiciones
de declive del capitalismo mundial, minó las bases para el trabajo reformista en los
sindicatos. El capitalismo puede continuar manteniéndose sólo a costa de reducir el nivel de
vida de la clase obrera. En estas condiciones, los sindicatos se pueden trasformar en
organizaciones revolucionarias, o en lugartenientes del capital para intensificar la
explotación de los trabajadores. La burocracia sindical, que ha solucionado
satisfactoriamente su propio problema social, toma el segundo camino. Vuelve toda la
autoridad acumulada de los sindicatos contra la revolución socialista e incluso contra
cualquier intento de los trabajadores de resistir los ataques del capital y la reacción. Desde
este punto de vista, la tarea más importante del partido revolucionario es la liberación de
los trabajadores de la influencia reaccionaria de la burocracia sindical" (Leon Trotsky, Los
sindicatos en Gran Bretaña, septiembre 1933).

Esto no significa que los sindicatos deban asumir el papel de un partido político. Sin
embargo, en sus tareas cotidianas deben elevar el nivel de la clase obrera, para que sea
capaz de comprender las opciones y elecciones que se presentarán ante ella. Deben
desafiar constantemente al capitalismo y señalar a los trabajadores la dirección política.
Los sindicatos deben transformar el Partido Laborista, el partido que ellos crearon, para
convertirlo en un arma del cambio revolucionario. Y al mismo tiempo, junto al partido,
deben trabajar para conseguir la emancipación de la clase obrera. No hay término medio.

En palabras de Carlos Marx: "Además de sus tareas originales, los sindicatos deben
aprender ahora a actuar conscientemente como punto central de la organización de la clase
obrera en interés de su completa emancipación. Deben apoyar todo movimiento social y
político dirigido hacia este objetivo. Al considerarse campeones y representantes de toda la
clase obrera, y actuando de acuerdo a ello, los sindicatos deben conseguir aglutinar a su
alrededor a todos los trabajadores, incluso a los que están fuera de sus filas. Deben
salvaguardar cuidadosamente los intereses de los trabajadores en los sectores peor
pagados, como por ejemplo, los asalariados agrícolas, que debido a unas circunstancias
especialmente desfavorables han sido privados de su poder de resistencia. Deben
convencer a todo el mundo que sus esfuerzos están lejos de ser estrechos y egoístas, sino
todo lo contrario, están dirigidos hacia la emancipación de las masas oprimidas"
(Resolución de la AIT sobre los sindicatos, Génova, 1866).

La recuperación de la clase obrera británica está ocurriendo ante nuestros ojos. La mole
roja de la revolución, por usar las palabras de Marx, está preparándose bajo las estructuras
de la sociedad británica. El péndulo está girando a la izquierda. En las luchas históricas que
se avecinan, los trabajadores verán la necesidad no sólo de elegir a dirigentes de
izquierdas, sino también de participar directamente en las organizaciones de masas, en la
lucha sindical y política, y convertir sus organizaciones en órganos de lucha y cambio
social. La clase obrera británica se ha movido tradicionalmente de una forma lenta, pero
cuando empieza a moverse, es una fuerza invencible. Armado con un programa socialista,
el movimiento obrero hará todo lo necesario para transformar la sociedad y construir un
nuevo futuro socialista libre de explotación.

Critica de libros
España traicionada Stalin y la Guerra Civil

.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


. .. ..

Critica de libros

España traicionada Stalin y la Guerra Civil


Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.)

Lluís Perarnau

Entre 1991 y 1992 se abrieron los archivos soviéticos relacionados con la Guerra Civil
española, con lo que los autores del libro han accedido a una valiosísima documentación
hasta entonces vetada a los investigadores. De hecho, esta obra se basa en la presentación
de importantes documentos secretos de la Comintern, del Politburó y de los servicios de
espionaje soviéticos, a través de los cuales tratan de exponer cuál fue la política de Stalin
hacia la República española.

Los documentos prueban que Stalin pretendió, desde un principio, controlar los
acontecimientos en el Estado español y, en expresión de los autores, "impedir la extensión
de la revolución social allí iniciada". Por medio de funcionarios militares, de los servicios de
inteligencia y de la Comintern, Moscú intentó dominar y dirigir la economía, el gobierno y
las fuerzas armadas republicanas. A través de los documentos publicados se puede seguir
con todo detalle las maniobras de la burocracia estalinista por conseguir ese dominio, con
el objetivo primero de aplastar la revolución.

Así, por ejemplo, se puede leer un informe de Dimitrov (secretario de la Internacional


Comunista), con fecha de 23 de julio de 1936, según el cual España no estaba preparada
para una verdadera revolución. El partido (el PCE) no debía actuar precipitadamente, como
si se hubiera ganado ya la guerra y por tanto "no deberíamos plantearnos en la presente
etapa la tarea de crear soviets y de tratar de establecer una dictadura del proletariado en
España." Los historiadores están de acuerdo en que ese afán de moderación impulsado
desde Moscú era resultado del deseo de la burocracia soviética de establecer acuerdos con
los gobiernos occidentales, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, despejando sus
temores sobre la naturaleza del régimen republicano. Pero restablecer el orden burgués en
el bando republicano, cuando la burguesía y los grandes terratenientes se habían pasado al
bando del fascismo y la contrarrevolución y las fábricas y las tierras eran explotadas por los
trabajadores y campesinos directamente a través de comités constituidos por los
sindicatos, significaba en la práctica un enfrentamiento inevitable con esas mismas masas
de trabajadores y campesinos que habían impedido el 18 de julio, el triunfo del golpe
fascista con las armas en la mano. La política de Stalin sólo podía llevarse a cabo a través
de la fuerza y provocando una guerra civil dentro del bando republicano. Así, el lema
estalinista de "primero hay que ganar la guerra, sólo después podremos llevar a cabo la
revolución", era un claro subterfugio. La burocracia estalinista no quería la revolución en
España ni antes ni después de ganar la guerra. Y sobre lo de ganar la guerra, nada podía
ser más letal que aquella política. Según expresión del historiador Robert Alexander, "el
afán estalinista de aplastar esa revolución no podía sino contribuir negativamente al
esfuerzo de guerra".

En el libro también se puede conocer a través de estas fuentes históricas la lucha por
quebrar la oposición de Largo Caballero a los planes estalinistas de aplastar a la izquierda
caballerista, a los anarquistas revolucionarios y especialmente al POUM. Stalin, empleando
la potencial ayuda militar como chantaje, consiguió finalmente poner en práctica casi todas
las decisiones importantes que dictó desde Moscú.

Otro punto que queda bien claro a través de los documentos cruzados entre la Comintern y
el PCE desde verano de 1936 es la influencia y el control casi total que ejercían los
funcionarios estalinistas y agentes de la Comintern sobre el PCE. Como sucedió en aquel
periodo al conjunto de las secciones de la Comintern, el PCE se encontraba totalmente
subordinado a Moscú ya desde antes del inicio de la guerra, no tuvo una vida
independiente durante el conflicto y eran los enviados de la Internacional Comunista
(Codovila primero, Togliatti después) los que lo dirigían realmente, utilizando portavoces
como Dolores Ibárruri, Pasionaria, para crear la ilusión de una dirección española.

Los documentos corroboran también el momento en que Stalin decide intervenir en apoyo
de la República, enviando tanques, aviones y material militar, hacia finales de septiembre o
primeros de octubre del 36. Hasta ese momento Stalin había estado participando en el
pacto de no intervención junto a las potencias occidentales mientras la Italia fascista y la
Alemania nazi apoyaban militarmente a los alzados. Los informes de los primeros
consejeros soviéticos sobre el terreno, que advertían de que el frente republicano se podía
hundir si no recibía ayuda inmediata y masiva, hizo cambiar finalmente esa postura. Sin
embargo Stalin no tenía el más mínimo interés en contribuir al desarrollo de una política
revolucionaria en la guerra civil española. Por el contrario, el armamento iba a ser utilizado
como moneda de cambio para obligar a los dirigentes republicanos a aceptar la estrategia
de la camarilla burocrática que dominaba el PCUS. De hecho todas las decisiones políticas
de la Comintern y el PCE tenían como objetivo no asustar a las "democracias capitalistas"
de Occidente —Francia, Gran Bretaña o EEUU—, declarando a los cuatro vientos que la
lucha por la republica democrática, y no la revolución socialista, era el único objetivo de los
trabajadores en la guerra contra Franco. Estas maniobras pueriles no evitaron que la clase
dominante francesa y brítánica siguieran boicoteando a la República, mientras la Italia
fascista y la Alemánia nazi suministraban armamento, tropas y dinero impunemente al
ejercito franquista.

Lógicamente la burocracia estalinista, que había llevado a cabo una feroz purga contra la
vanguardia leninista del Partido Comunista de la URSS agrupada en la Oposición de
Izquierdas, no podía tolerar una revolución socialista triunfante en suelo español que
constituyese una inspiración para los obreros europeos y especialmente para los soviéticos.
No es casualidad que, coincidiendo con la revolución española, Stalin y su camarilla
lanzasen los juicios de Moscú, la mayor farsa judicial que ha conocido la história y que
condenó a los piquetes de fusilamiento no sólo a la vieja guardia bolchevique que hizo la
revolución con Lenin, también a centenares de miles de comunistas en todo el territorio
soviético. Esta cruel represión no se limitó a la URSS sino que se extendería al interior de
todos los Partidos Comunistas del mundo y especialmente al campo republicano, donde el
objetivo de exterminar a la oposición revolucionaria al estalinismo pasó a convertirse en
una tarea prioritaria.

La insistencia en el control de la policía, el ejército y los servicios secretos de la República


por parte de Stalin, formaba parte de esta tarea. A finales de noviembre del 36 había más
de 700 consejeros militares soviéticos, agentes de la NKVD, representantes diplomáticos y
economistas expertos en España. Stalin necesitaba apoyarse en el aparato del Estado para
llevar a cabo su política, una política que consistía en restablecer el "orden" (burgués) y la
"autoridad" (del Gobierno, del aparato del Estado), tanto en el frente como en la
retaguardia. Las masas, por el contrario, se encontraban en plena revolución social,
enviando columnas de milicianos al frente, ocupando las fincas de los terratenientes y de la
Iglesia, llevando a cabo la producción en las fábricas bajo el control de comités obreros...
Además, como reconocen los "informantes" de Stalin, la influencia de los anarquistas en
Catalunya y otras zonas es "casi absoluta", lo que impedía en un primer momento tomar
"medidas activas contra ellos", aunque eran vistas como necesarias e inevitables.

En los informes reproducidos en el libro se pude constatar que la implicación de los


consejeros soviéticos en la política y en las operaciones militares fue muy amplia y
afectaba a las decisiones más importantes. También se pueden apreciar las vacilaciones y
la parálisis que afectaba a los miembros del Gobierno. Por ejemplo, en uno de ellos se
relata como el Gobierno es incapaz de tomar una decisión rápida sobre una operación de
compra de armas por las complicaciones internacionales (diplomáticas) que podía
comportar. Sólo Buenaventura Durruti fue capaz de actuar decisivamente para obtener
aquellas armas, vitales para proseguir la guerra. Otro ejemplo es una conversación con
Companys, en el que éste sondea al enviado de Stalin sobre un posible entendimiento con
los italianos, para llegar a una paz por separado en Catalunya.

En 1937 los consejeros soviéticos habían ido asumiendo el control de cuanto sucedía y se
les veía ya en casi todas partes. Es el momento en el que la NKVD trata de destruir
fisicamente a todos los opositores de izquierda, en concreto al POUM y los "anarquistas
malos" (es interesante la distinción que hacían los "informadores" entre anarquistas
"buenos" y "malos": los "buenos" eran los que desde el Gobierno defendían sus mismas
posiciones de "mando único" y "la ley, el orden y la legalidad"; los "malos" eran los de la
FAI y los que se oponían a su política de disolver las milicias y crear un ejército regular).

El libro recoge también tres documentos que se refieren a los hechos de mayo del 37 en
Barcelona. Son interesantes algunos de los datos que aportan. Por ejemplo, que el POUM y
los anarquistas disponían del doble de hombres armados en las milicias de los que tenía el
gobierno en el ejército oficial. Y que aquella batalla, con barricadas y enfrentamientos por
las calles de Barcelona, acabó cuando los dirigentes de la CNT y el POUM convencieron a
sus militantes de que aceptaran el alto el fuego.

En definitiva, como los autores reconocen, los archivos consultados confirman la visión de
los acontecimientos de historiadores como Bolloten, Pierre Broué y Émile Témine, E.H.
Carr, Gabriel Jackson y Stanley Payne, entre otros. Sin embargo, ignoran conscientemente
los escritos sobre España de Trotsky o de militantes marxistas revolucionarios como Félix
Morrow, que plantean con una gran agudeza los procesos de revolución y contrarrevolución
que se dieron en aquella época. Estos textos son un auténtico legado que subrayan la
superioridad del análisis de aquellos marxistas que supieron explicar, no en 2002 sino en
1936/37 la naturaleza contrarrevolucionaria del estalinismo, de la misma forma que
explicaron la degeneración burocrática del Estado soviético.

En aquella época Trotsky y sus compañeros fueron acusados de colaboradores del


fascismo, agentes de la Gestapo y de mil crímenes más. Los mismos que les acusaban y
que se apoyaban en la miseria política y moral de la revolución traicionada en la URSS y en
España, son los mismos que más tarde se pasarían con armas y bagaje a las filas de la
burguesía y del "libre mercado". Obviamente los autores no hacen sino confirmar a través
de las fuentes lo que un puñado de marxistas y militantes obreros denunciaron en el fragor
de aquellos acontecimientos. Hoy la historia les da la razón y es una pena que los autores
del libro, que sin duda realizan una tarea ejemplar de rescate de documentación
valiosísima, no sepan o no quieran reconocerlo.

El Imperio no existe Una crítica de las ideas de Toni Negri

.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 11
.......... Mayo 2003

Antonio Gramsci y la revolución italiana


. .. ..

Critica de libros

El Imperio no existe
Una crítica de las ideas de Toni Negri
Pietro Di Nardo

Las ideas de Toni Negri, expresadas en su libro Imperio (escrito junto a Michael Hardt), se
han puesto de moda entre aquellas tendencias que quieren negar la esencia del marxismo
y, al mismo tiempo, quieren ponerse las ropas del marxismo. Publicamos una crítica del
libro realizada por Pietro Di Nardo. El autor destaca las contradicciones existentes en el
pensamiento de Negri y mantiene que el marxismo es tan válido como antes.

En 2001 el libro de Toni Negri, Imperio, apareció en las librerías de toda Italia. El autor1,
que fue una figura dirigente del movimiento Autonomia Operaria [Autonomía Obrera]
durante los años sesenta y setenta en Italia, hoy, junto a Michael Hardt2, es el principal
defensor de una teoría que reivindica la muerte de la época imperialista.

El libro, escrito a finales de los años noventa, ya se ha publicado en muchos otros países
y ha despertado un alto nivel de interés en círculos académicas de todo el mundo,
desencadenando un acalorado debate dentro de la propia izquierda europea.

Sin embargo, nuestra emoción ante la inminente publicación del libro, rápidamente se
convirtió en desencanto cuando comenzamos a leer las primeras páginas de las
cuatrocientas que tiene. Aunque sin duda desde un punto de vista estilístico está muy bien
escrito (su manera lineal de escribir y el uso de metáforas hace que no sea aburrido),
básicamente no dice nada que fundamentalmente no supiéramos ya. Simplemente, pone
por escrito una serie de viejas ideas que ya se han debatido dentro del movimiento obrero
a lo largo de muchos años. En algunos casos, los autores incluso han conseguido empeorar
estas ideas, por otro lado, ideas que se han utilizado reiteradamente para bajar el nivel de
comprensión político de la clase obrera (y de este modo paralizarla en momentos cruciales
de la historia).

¿Está superado el ‘imperialismo’?

La premisa principal del libro es que la era del imperialismo está superada y que ahora
vivimos en la era del llamado Imperio. Los autores también hacen varias afirmaciones que
se deben abordar si se pretende un análisis acertado del libro.

Por ejemplo, entre otras cosas, dicen que la Ley del Valor ha desaparecido, que la clase
obrera ha sido reemplazada por la multitud y que el concepto de activista político ha
cambiado.

No deberíamos abordar la discusión de estas cuestiones desde el punto de vista de un


ejercicio académico abstracto. En la época actual, cada vez es más importante y urgente
criticar estas ideas, especialmente en un momento en que de nuevo los trabajadores están
comenzando a tensar los músculos en todo el mundo, con manifestaciones y huelgas, o en
el caso de Argentina, con genuinos movimientos revolucionarios. Si estas ideas
consiguieran ganar la mayoría en la dirección del movimiento obrero internacional, esto
significaría que el movimiento estaría firmando su propia sentencia de muerte.

En cada uno de los continentes del planeta, en el próximo período histórico, la clase
obrera junto a las otras clases sociales oprimidas, se enfrenta a la tarea de preparar el
camino para la revolución socialista mundial. Sin embargo, si no somos capaces de
depositar las ideas defendidas por el compañero Negri en el cubo de basura de la historia,
donde merecen estar, todos nuestros actos serán en vano. La ausencia del factor subjetivo
capaz de dirigir a la clase obrera en Italia, provocaría la derrota del actual movimiento,
como ocurrió en los años sesenta y setenta. Por lo tanto, esta es la tarea más urgente de
todas, cuando el movimiento ya ha demostrado su carácter explosivo y ha avisado a los
empresarios de que busca una alternativa radical al orden establecido.

‘Imperio’ contra ‘Imperialismo’

Quizás la parte más significativa del libro es donde los autores tratan el concepto de
Imperio. Negri y Hardt han intentado demostrar que el sistema capitalista ha ido más allá
de la etapa imperialista y ha entrado en una nueva fase que se puede definir como
imperial.

Creo que lo mejor es utilizar las propias palabras de los autores para describir su teoría
del Imperio:

“El Imperio sólo puede ser visto como una república universal, una red de estructuras de
poder y contrapesos, estructurada en una arquitectura inclusiva e ilimitada. La expansión
del Imperio no tiene nada en común con la expansión imperialista, no se basa en estados
nacionales inclinados a la conquista, el saqueo, la masacre o la colonización de pueblos en
la esclavitud. A diferencia de este imperialismo, el Imperio expande y consolida sus
estructuras de poder [...] Finalmente, recordar que las bases del desarrollo y la expansión
del Imperio es la búsqueda de la paz”3.

La “gran idea” de Negri es la “red global de distribución de poder”, que es una


estructura horizontal de dominio capitalista en la cual, debido a la completa eliminación del
centro, ha creado una nueva forma de explotación de la multitud. Los autores creen que en
lugar de luchar entre sí, los distintos países imperialistas ahora están en un período en el
cual interactúan mutuamente dentro del Imperio y en sus intereses, la búsqueda de la paz.

Esta clase de pensamiento es similar en muchos sentidos al desarrollado por el renegado


Kautsky4 quien, en contraposición con las ideas de Lenin, inventó la teoría del super-
imperialismo, que se puede resumir en sus propias palabras:

“Desde un punto de vista puramente económico, no es imposible que el capitalismo


entre ahora en una nueva fase, una fase caracterizada por la transferencia de métodos de
trust a la política internacional, una clase de super-imperialismo. En lugar de luchar
mutuamente, los imperialismos de todo el mundo se unirían y entraríamos en una época
menos bélica bajo un régimen capitalista, en la cual, los países imperialistas podrían
dedicarse a la explotación colectiva del mundo en nombre de una coalición del capital
financiero internacional”5.

Como podemos ver, ambos hacen referencia a una estructura de poder global donde
dejarían de existir los conflictos entre los distintos países imperialistas. Sin embargo, Negri
es plenamente consciente de esta disputa entre Lenin y Kautsky y va un paso más allá al
decir que en realidad:

“Lenin estaba de acuerdo con el argumento básico de Kautsky según el cual, el


desarrollo capitalista contiene dentro de sí una tendencia creciente hacia la cooperación
internacional entre los distintos capitales financieros nacionales y que, probablemente,
crearía una única organización global. Sin embargo, Lenin estuvo enérgicamente en contra
de los esfuerzos de Kautsky de utilizar esta perspectiva para justificar su previsión de un
futuro de paz y negar la dinámica de la situación contemporánea”.

Ante esta distorsión de la teoría de Lenin, los autores de Imperio intentan defenderse de
las acusaciones de revisionismo pretendiendo desarrollar sus ideas marxistas. En realidad,
Lenin dijo algo muy diferente sobre la creación de un trust económico mundial. Lenin, en El
imperialismo, fase superior del capitalismo6, afirma claramente que aunque las distintas
potencias imperialistas son capaces de llegar a acuerdos ente sí a escala mundial, estos
acuerdos son sólo temporales y reflejan solamente la correlación de fuerzas existente entre
los diferentes países imperialistas en un momento determinado.

Resulta obvio que si esta correlación de fuerzas cambia, también cambiarán los
acuerdos. Por lo tanto, esta situación no se puede describir como una cooperación pacífica
y estable, sino simplemente como una serie de acuerdos temporales destinados a obtener
el máximo beneficio de un sector específico del mercado.

Marx escribe que el capitalismo no siempre necesita la guerra para establecer su


hegemonía sobre los mercados. Algunas veces, la correlación de fuerzas específica creada
por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en un país determinado, es suficiente
para imponer las condiciones requeridas.

Hoy, los países capitalistas desarrollados pueden conseguir ventajas con la firma de
tratados comerciales entre sí. Mañana, pueden necesitar una guerra para capturar y
asegurarse nuevos mercados. Al capitalismo le vale cualquiera de los dos métodos, todo
depende de cual se adecua mejor al momento en particular.

Por esta razón no sólo es incorrecto, también es reaccionario defender que el concepto
de imperio o super-imperialismo está “dedicado a la paz”.

Esta distorsión de las ideas marxistas no acaba aquí, reaparece varias veces en los
escritos de Negri y Hardt. Por ejemplo, en una entrevista en el periódico Mattino, Negri dice
lo siguiente para apoyar su teoría de que se ha superado la época del imperialismo. “No
hay exterioridad que esté conquistada o colonizada”7. De esta forma, borra de un plumazo
uno de los puntos fundamentales del análisis marxista del imperialismo.

Lenin explica claramente en El imperialismo, fase superior del capitalismo —


particularmente en los capítulos V y VI— que el imperialismo y el colonialismo se
expandieron en paralelo durante un período determinado de la historia del capitalismo. Sin
embargo, después de que las distintas potencias imperialistas terminaran de repartirse el
mundo entre sí, a principios del siglo XX, quedó poco margen para una nueva expansión
colonial. En otras palabras, Lenin creía que, una vez el mundo estaba dividido entre los
países capitalistas desarrollados, la lucha entre las fuerzas inter-imperialistas sería la que
mantendría el control de lo que ellas ya habían conquistado.

Por ejemplo, Alemania, que a principios del siglo XX todavía no había desarrollado lo
suficiente sus fuerzas productivas —y por lo tanto tenía una parte más pequeña del
mercado mundial que sus rivales—, haría todo lo que estuviera en su poder para conseguir
nuevos pedazos del mercado en detrimento de los otros estados.

Una vez más, el factor determinante en la división de zonas de influencia entre los
estados, sería la capacidad de una nación imperialista en particular de desarrollar, en
mayor o menor grado, sus propias fuerzas productivas. Y una vez más,
independientemente de si esta división de zonas de influencia entre los países era pacífica
o no, su motivación principal sería la búsqueda del mayor nivel de beneficios.

La crítica de Negri, en cierto modo, está basada en el libro de Rosa Luxemburgo La


acumulación de capital8, donde la revolucionaria polaca defendía la idea de la necesidad de
la existencia para el desarrollo del imperialismo de un área de subsistencia no capitalista.
Sin embargo, sería un error pretender que esta teoría de Rosa Luxemburgo representa la
más perfecta de las teorías relacionadas con el imperialismo. El concepto de imperio no
sólo cambia nuestra visión de las actuales estructuras económicas, también cambia
profundamente el concepto de intervención militar. Los autores de Imperio insisten
profundamente en los cambios en lo que llamaremos la psicología de la intervención
militar. En su análisis, Negri hace referencia frecuentemente al filósofo francés Foucault9,
que en muchas ocasiones a lo largo de su vida trató las diferentes formas de castigo e
intervención aplicadas a través de la historia.

Los límites revelados en el análisis precedente aquí, probablemente, alcanzan sus


consecuencias extremas y, por lo tanto, nos limitaremos a citar una frase que creemos
harto simbólica: “el policía mundial estadounidense actúa en interés del Imperio y no en los
intereses del imperialismo”10. EEUU no es la cabeza del Imperio, sólo es un componente
muy específico del último, por lo tanto, cuando actúa, sea militar o económicamente, lo
hace, supuestamente, en interés del Imperio.

Llegados a este punto debemos preguntarnos ¿dónde ha estado el compañero Toni Negri
durante estos últimos años? ¿Quién puede afirmar, conscientemente, que los intereses
estadounidenses en la antigua Yugoslavia eran los mismos que los intereses alemanes?
¿Acaso los intereses alemanes eran los mismos que los intereses franceses? Durante todo
el conflicto, estadounidenses y europeos se enfrentaron entre sí frecuentemente en
relación a las tácticas que se deberían emplear en la intervención. Estos enfrentamientos
no sólo se produjeron por las tácticas militares, eran principalmente un reflejo de los
intereses divergentes de las distintas clases capitalistas nacionales en la antigua
Yugoslavia.

Los mismo ocurre hoy en Afganistán. ¿Quién puede decir que EEUU tiene los mismos
intereses que las demás potencias europeas en ese país? Le Monde publicó recientemente
un artículo sobre los acuerdos firmados entre los estadounidenses y los talibanes, antes del
11 de septiembre, para permitir que las petroleras estadounidenses construyeran un
oleoducto en el país. Al final, los acuerdos fracasaron, pero aquí tenemos un ejemplo
ilustrativo de que los intereses estadounidenses son diametralmente opuestos a los
intereses de las potencias europeas.

Como señalan Ted Grant y Alan Woods11 en uno de sus últimos artículos, EEUU ha
adoptado el papel de policía mundial (por el que tarde o temprano pagará las
consecuencias). Sin embargo, el objetivo de los estadounidenses en la guerra es conseguir
la posición más ventajosa para el momento en que haya que repartir el botín entre los
vencedores.

En el mundo capitalista, no ha habido, ni probablemente habrá, una situación en la cual


una potencia mundial emprenda un conflicto militar sólo para conseguir su parte del botín
para el imaginario imperio al que supuestamente pertenece.

En conclusión, es correcto decir, como hace Negri, que la sociedad moderna es una
sociedad realmente globalizada, que el capitalismo ha alcanzado tal nivel de expansión que
es capaz de extender sus tentáculos a cada rincón y grieta del planeta. Sin embargo, al
mismo tiempo, los límites impuestos por el estado nacional, que son la expresión de las
distintas clases capitalistas nacionales, no se pueden superar dentro de la propia economía
capitalista y representa un inmenso freno para el futuro desarrollo de la humanidad. Hoy,
más que nunca, esta contradicción sólo se puede resolver con la destrucción del
capitalismo, creando las condiciones para poner fin a las fronteras y al estado nacional, y
con la unión de los trabajadores de todas las nacionalidades en una federación socialista
mundial.

El concepto de ‘multitud’

Otro argumento, que absorbe tanto espacio como imprecisión tiene, es la idea de la
multitud. Es imprecisa porque lo más sorprendente es que los autores nunca han explicado
claramente que quieren decir con el concepto de la multitud. Cada vez que se ha discutido
esta cuestión ha quedado cubierta con una nube de niebla. Incluso en sus apariciones
públicas, el compañero Negri no hace ningún esfuerzo por proporcionar una explicación
más clara de las características de esta multitud. Los autores han evitado hábilmente
responder a la cuestión de “¿qué es la multitud?” cada vez que se les ha preguntado en
actos públicos.

No pretendemos insinuar que los propios escritores no están completamente seguros de


su propia teoría, pero sí intentamos demostrar la escasa claridad y la ausencia de bases
científicas que realmente tiene esta idea. Marx definió con extrema claridad su concepto de
clase obrera en diferentes textos y no tiene nada en común con el concepto de la multitud,
que se menciona en numerosas ocasiones en las páginas de Imperio.

Para proporcionar un poco más de claridad sobre lo que quieren decir los autores con
este concepto, es interesante citar una entrevista concedida por Negri poco después de la
publicación de su libro en Italia. En esta entrevista, Negri da una definición del concepto de
la multitud, aunque una vez más se caracteriza por la vaguedad: “La multitud”, dice Negri,
“es un concepto de clase, una nueva versión de clase...”. Eso implica que las clases
trabajadoras están en minoría, al menos en los términos tradicionales o fordistas. Sin
embargo, se convierten en mayoría, cuando uno de los factores es empleado en el trabajo
intelectual, inmaterial, autónomo e inevitablemente subordinado.

Aunque Negri cree que el trabajo no está menos explotado que en el pasado, añade que
en la sociedad moderna es la inteligencia la que crea capital: “[...] lo esencial es la
producción de la vida, y esto es más importante que la producción tradicional de
mercancías: genética, imágenes, tecnología de la información, educación”. Negri explica
que “el sistema ha cambiado porque la explotación ha cambiado. Las luchas de los
trabajadores en la era Ford obligaban al sistema a cambiar y a reinventarse. El trabajo
simple ahora es una forma compleja diferente de trabajo, se ha convertido en inteligencia,
como Marx había previsto”12.

En estas pocas palabras, además de intentar vincular el concepto de multitud al


concepto de clase obrera, Negri y Hardt distorsionan completamente varios de los
principios fundamentales del análisis marxista. Es evidente su gran deseo de eliminar de la
fase de producción la posibilidad de una transformación revolucionaria de la sociedad.

Intentan, a través de numerosos métodos, transformar una fase secundaria del sistema
capitalista —la distribución y el consumo— en una fase de primera importancia. Esto no es
casual y responde a un objetivo político concreto.

La única clase capaz de poner fin al proceso de producción capitalista y construir una
economía socialista es el proletariado, y Negri es plenamente consciente de este hecho. Al
eliminar la importancia del proceso de producción, también elimina la importancia del
proletariado. Además, al insistir en la importancia del proceso de distribución y consumo,
se le da significado revolucionario no sólo al proletariado, también a las clases sociales que
están subordinadas o incluso opuestas a este proceso. Por ejemplo, en la multitud se
encuentran sectores de la pequeña burguesía, capas del proletariado y en algunos casos,
actuando como un contrapeso, incluso sectores de las grandes empresas, todas unidas en
una gran masa amorfa.

Con esta clase de razonamiento, los autores llevan a nuevos extremos el pensamiento
del movimiento Autonomía Obrera de los años setenta. Este movimiento creía en el sin
sentido de llevar a cabo una ruptura revolucionaria dentro de la sociedad. Muchos en el
movimiento Autonomía Obrera creían que, simplemente con continuas huelgas y
manifestaciones, sería posible modificar las estructuras de la sociedad capitalista de tal
manera que así serían capaces de conseguir el socialismo.

Sólo si crees que no es necesario tomar el poder, puedes eliminar la importancia de las
clases sociales y afirmar que tienen intereses comunes. Los marxistas sabemos muy bien
que los intereses del proletariado nunca serán los de la burguesía, y que la toma del poder
estatal para establecer la dictadura del proletariado, el gobierno de la clase obrera, es y
será siempre el único camino hacia delante.

El pasaje citado arriba también demuestra cómo Negri intenta una vez más referirse a
Marx, utilizando uno de los temas favoritos de Autonomía Obrera, es decir, la referencia a
Marx sobre la maquinaria13, en la cual se supone que la ley del valor ha desaparecido
debido a la producción de inteligencia por el proletariado.

En este pasaje, Negri hace dos afirmaciones incorrectas: en primer lugar, que el
proletariado industrial está disminuyendo; y en segundo lugar que, de acuerdo con Marx, la
ley del valor tiende a desaparecer del todo.

Según los últimos datos de la OCDE, el proletariado industrial en el mundo está


creciendo y, en cualquier caso, ningún marxista puede cometer el error de limitar su
caracterización de la clase obrera a ese sector particular del proletariado. La clase obrera
no es simplemente el proletariado industrial, aunque este último tiene una importancia
clave. Los marxistas deben esforzarse en organizar a las nuevas capas de asalariados que
han surgido de los cambios de la propia producción. Estas nuevas capas también están
sometidas a la misma vieja explotación por parte de los empresarios.

Y en cuanto al pasaje sobre la maquinaria de Marx al que hace referencia Negri, es


también muy cuestionable. No está en absoluto claro que en él diga que la ley del valor
está desapareciendo del todo. Si Marx hubiera dicho eso, también habría dicho que el
sistema capitalista colapsaría por su propio peso. Sin embargo, Marx luchó la mayor parte
de su vida contra esta idea.

Finalmente, hay que preguntar si el método organizativo y el objetivo de esta multitud


es el internacionalismo que durante tanto tiempo ha caracterizado al movimiento obrero.
La respuesta que da el libro Imperio es muy clara: ¡no! Negri dice lo siguiente: “El
internacionalismo era el testamento de una masa activa sujeta que reconocía que los
estados nacionales eran agentes clave de la explotación capitalista y que la multitud era
continuamente arrastrada a luchar sus guerras sin sentido [...] La solidaridad internacional
realmente era un proyecto para la destrucción del estado nacional y la construcción de una
nueva comunidad global [...] Hoy deberíamos reconocer claramente que ha pasado ya el
tiempo del internacionalismo proletario”14.

Después de negar que internacionalismo puede ser una forma moderna de lucha para el
proletariado, Negri se hunde él mismo en un agujero profundo, cuando utiliza el ejemplo
del topo al que Marx se refirió en su análisis del ciclo de la lucha de la clase obrera en el
siglo XIX.

El topo que Marx describe sale a la superficie durante períodos de aumento de la lucha
de clases para regresar bajo la superficie en los períodos de calma, no para hibernar, sino
para cavar más túneles y así poder resurgir durante nuevos períodos de lucha. Para Negri
ese topo ha muerto. Lo sustituye con la serpiente y sus movimientos retorcidos y
serpenteantes. Negri dice lo siguiente: “Quizá la incomunicabilidad de las luchas, la
ausencia de túneles de comunicación bien estructurados, es en realidad más una fortaleza
que una debilidad, una fortaleza porque todos los movimientos son, en sí mismos,
inmediatamente subversivos y no esperan ninguna clase de ayuda externa o extensión
para garantizar su efectividad”15.

Consecuentemente, el autor de Imperio cree que no existe la esperanza de que el


movimiento que comenzó en Argentina se extienda a otros países. Sería también imposible
para los trabajadores, en esta época histórica, adoptar como propia la batalla que están
llevando a cabo otros trabajadores en otras zonas del mundo. Y con relación a esto, dice lo
siguiente: “en nuestra muy celebrada era de la comunicación, las luchas se han hecho casi
incomunicables”16.

La inexactitud de esta afirmación ha quedado demostrada por los recientes


acontecimientos. En Italia, el movimiento obrero que parecía en crisis hace muy poco
tiempo, demostró ser capaz de convocar una manifestación de masas y una huelga general
en 2002. Y al mismo tiempo, se producían acontecimientos similares en Grecia, España,
Portugal, Gran Bretaña y otras partes; además hoy en el orden del día hay huelgas
generales con un significado histórico.

En Venezuela, los trabajadores que salieron a las calles para frenar el golpe de estado
en abril de 2002 llevaban banderas cubanas y argentinas junto a las venezolanas. En
Uruguay, en respuesta a la grave crisis económica, los trabajadores y los parados se
manifestaron al grito de “¡Argentina! ¡Argentina!”. Incluso las burocracias sindicales, que
han girado a la izquierda bajo la presión de los trabajadores, se ven obligadas a hablar de
“internacionalismo” y, en algunos casos, han convocado huelgas generales en paralelo a
otros países (en Italia hubo una huelga general regional al mismo tiempo que había una
huelga general en España).

Aunque se pudiera decir que estos ejemplos no son realmente relevantes, creemos que
estas señales importantes son una buena muestra del nivel actual de la conciencia de clase
en todo el mundo. Incluso aunque es un proceso inevitable, los trabajadores no se
convierten inmediatamente en una clase consciente. Por eso Marx utilizó la analogía del
topo, que es un animal que, aunque oculto, continúa cavando y mejorando sus medios de
ataque.

Cuando tenemos las calles llenas de manifestaciones y los trabajadores cada vez más
convertidos en una clase consciente, mientras que luchan en nombre del internacionalismo
proletario que sienten como propio, es absolutamente incorrecto decir que el centro ha
desaparecido porque no hay un enemigo físico. Todo lo contrario, los trabajadores en
Argentina, unidos con los parados, saben muy bien quién es su enemigo y son
completamente conscientes de que los trabajadores en huelga en Italia, España y el resto
del mundo, están luchando contra el mismo enemigo.

Sólo daremos un ejemplo. Durante un reciente viaje a Europa, Neca Jara, una
representante de uno de los sectores más militantes del movimiento piquetero, apeló más
de una vez a la clase obrera italiana y a la fuerza poderosa que podía generar la unidad de
los trabajadores alrededor del mundo. Todo esto refuta claramente la incomunicabilidad de
las diferentes luchas y demuestra lo contrario, que sólo el movimiento internacional de los
trabajadores puede ofrecer una alternativa al capitalismo. Todo esto está más claro ahora,
cuando los trabajadores están sacando conclusiones revolucionarias en la medida que en
aumenta la presión de las cada vez más profundas contradicciones del sistema capitalista.

La idea de ‘militancia’[activismo político] de Negri

Negri y Hardt dedican el último párrafo de su libro a esta cuestión, aunque probablemente
es la parte con mayor significado y consecuencias prácticas. Para dejar clara la importancia
de este párrafo, así como la gran cantidad de conceptos utilizados en el texto, tendremos
que incluir un largo extracto. El extracto es muy relevante por sí mismo ya que, aunque las
ideas incorrectas que criticamos anteriormente tenían una cierta lógica, las relacionadas
con la teoría de la “militancia” no tienen ninguna.

Negri escribe lo siguiente:

“En la era postmoderna, cuando se disuelve la figura del pueblo, el militante es la que
mejor expresa la vida de la multitud: el agente de la producción biopolítica y la resistencia
contra el Imperio. [...] Cuando hablamos del militante, no estamos pensando en algo como
el agente triste y ascético de la Tercera Internacional. [...] No estamos pensando en
alguien que actúa sobre la base del deber y la disciplina, quien pretende que sus acciones
están deducidas de un plan ideal [...] Hoy el militante no puede siquiera pretender ser un
representante, ni incluso de las necesidades fundamentales del explotado. Todo lo
contrario, hoy, la militancia política revolucionaria debe redescubrir lo que siempre ha sido
su forma apropiada: la actividad constituyente no la figurativa. [...] Los militantes resisten
el dominio imperial de una forma creativa. En otras palabras, la resistencia está
inmediatamente vinculada a la inversión constituyente en la esfera biopolítica y a la
formación de aparatos cooperativos de producción y comunitarios. [...] Hay una leyenda
antigua que podría servir para ilustrar la vida futura de la militancia comunista: la de San
Francisco de Asís. Examinar su trabajo. Al denunciar la pobreza de la multitud adoptó la
condición común y descubrió el poder ontológico de la nueva sociedad. El militante
comunista hace lo mismo, identificando en la condición común de la multitud, su enorme
riqueza. San Francisco, en oposición al naciente capitalismo, rechazó toda disciplina
instrumental, y en oposición a la mortificación de la carne (en la pobreza y en el orden
constituyente), propuso una vida gozosa, incluyendo todo el ser y la naturaleza [...] Una
vez más, en la posmodernidad, nos encontramos en la situación de San Francisco,
contraponiendo a la miseria del poder, el goce del ser. Esta es una revolución que ningún
poder controlará, porque el biopoder y el comunismo, la cooperación y la revolución,
permanecen juntas, en el amor, la simplicidad y también la inocencia. Esta es la claridad
incontenible y el goce de ser comunista”17.

Una vez más, en este párrafo, es particularmente difícil encontrar ideas que guarden
relación con el marxismo clásico. Para Negri, el militante [activista] se convierte en un
individualista que se enfrenta al sistema capitalista de una forma “creativa” y que extrae su
propia fuerza revolucionaria de su propia unicidad y de su capacidad para identificar las
condiciones de las masas.
Pero sobre todo, ¡el héroe de este tipo de militancia es San Francisco de Asís! La
realidad es que los verdaderos activistas marxistas, son capaces de situarse a la
vanguardia de la clase obrera, no sólo porque han ganado la confianza y el respeto de los
trabajadores a través de sus ideas, también porque son capaces de conectar con la
conciencia política de la clase obrera en un momento dado particular y elevarla para la
realización de la transformación socialista de la sociedad.

Esta clase de activistas nunca actúan basándose en su propia individualidad, saben


como utilizarla para vincularla con las individualidades de los otros activistas y ponerla al
servicio de la revolución. El activista político no es un aguafiestas, es la fuerza motriz de
una clase, el proletariado.

Para el activista, ser parte del proletariado también significa no tener miedo a
representarlo. Todo lo contrario, cada día de la vida del activista está dedicado a hacer
avanzar a la clase obrera en su conquista de la victoria final. El deber revolucionario de un
activista marxista es organizar y dirigir, sin separarse de su propia clase.

En este punto, nos permitiremos utilizar las palabras de uno de los mayores activistas
revolucionarios de todos los tiempos, Lenin. El líder de la Revolución Rusa, en una crítica a
la concepción del partido de Rosa Luxemburgo —que él veía como una vanguardia basada
en la disciplina revolucionaria—, dice lo siguiente en el libro La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo sobre como se debe mantener la disciplina en el partido
revolucionario del proletariado:

“En primer lugar, por la conciencia de clase de la vanguardia proletaria y por su


dedicación a la revolución, por su tenacidad, autosacrificio y heroísmo. En segundo lugar,
por su capacidad de vincular, mantener el contacto más estrecho y —si lo deseas—
fusionarse, en cierta medida, con las más amplias masas de la clase obrera, primeramente,
con el proletariado, pero también con las masas no proletarias de la clase obrera. En tercer
lugar, por la corrección de la dirección política ejercida por esta vanguardia, por la
corrección de su estrategia y táctica políticas, probando ante las masas, a partir de su
propia experiencia, que están en lo correcto”18.

Todo esto tiene poco que ver con el activista ideal descrito en las páginas de Imperio. En
conclusión, tenemos que dar una buena sugerencia, y es que la teoría de Negri tiene que
enfrentarse cara a cara con la realidad. ¿Qué ocurriría si el “activista” de Negri fuera a las
puertas de una fábrica, o a cualquier otro centro de trabajo, cuando empieza el turno de
mañana e invitara a los trabajadores a “pasárselo bien” y “desobedecer” para subvertir el
orden establecido?

No pretendemos conocer las condiciones de cada uno de los centros de trabajo o fábrica,
pero lo que sí podemos decir es que en aquellos centros de trabajo que conocemos y donde
hemos ido a menudo con nuestros panfletos y organizado campañas, el nivel de alienación
y fatiga provocado por el trabajo es muy elevado.

Si los activistas van a los trabajadores y les proponen el tipo de actividad que Negri
sugiere, tendrían suerte en salir con menos de un rasguño. Una vez más, las teorías
pequeño burguesas se enfrentan a la realidad de la situación y demuestran la total
bancarrota de su naturaleza.

Enero 2003

NOTAS

1. Antonio Negri ha enseñado Ciencia Política en las universidades de Padua y París VIII.
2. Michael Hardt es profesor del Departamento de Literatura de la Universidad Duke.
3. Toni Negri, “il vasto impero” .
4. Teórico de la Segunda Internacional que se distanció de las ideas del marxismo al final de su vida. Acabó apoyando
las acciones de la burguesía y la socialdemocracia alemanas.
5. Karl Kautsky, Superimperialism
6. Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo.
7. Entrevista con Corrado Ocone por Toni Negri.
8. Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital.
9. Filósofo francés y autor de varios libros sobre la locura y el surgimiento de las prisiones y los métodos de castigo.
10. Toni Negri, Oltre la guerra fredda.
11. Ted Grant y Alan Woods, El nuevo desorden mundial.
12. Entrevista concedida por Toni Negri a Bruno Gravagnuolo.
13. Carlos Marx, Grundisse.
14. Toni Negri, Ritornelli dell’internazionale.
15. Toni Negri, La talpa ed il serpente.
16. Toni Negri, La talpa ed il serpente.
17. Toni Negri, Il militante.
18. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.

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