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Revolución proletaria y
guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
Y aún así no deja de ser grato el hecho de que las balas de percal de la
burguesía inglesa hayan traído en ocho años al imperio más antiguo e
inconmovible del mundo a los umbrales de una revolución social, revolución
que, en todo caso, tendrá importantísimas consecuencias para la civilización.
Carlos Marx1
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
Tan explosiva era la situación creada por la convivencia de la vieja opresión feudal y la
nueva explotación capitalista, que las masas chinas, ahora también impregnadas de un
profundo sentimiento antiimperialista, presentaron batalla a pesar de carecer de una
dirección por parte de su burguesía. El siglo XX nacerá marcado por el despertar del
conjunto de Asia. En Persia, Turquía o la India, millones de seres humanos fueron
sacudidos por el saqueo colonial y lanzados a la insurrección. Una vez más, la vieja
burguesía europea tuvo la oportunidad de demostrar su carácter reaccionario, situándose
en las barricadas del atraso, el oscurantismo y la opresión feudal.
Este proceso de rebeldía de dimensiones continentales fue protagonizado en China por
un levantamiento campesino y antiimperialista surgido en 1900, y que trascendió en
Occidente con el nombre de los pugilistas o boxer, calificativo que procedía de una
incorrecta traducción del término chino I-Ho-Tuang, nombre de la sociedad que lideró el
levantamiento. Su correcta traducción al castellano es una verdadera declaración de
intenciones: El puño de justicia y la concordia.
El surgimiento de esta rebelión reflejaba todo el odio y el resentimiento de las masas
chinas hacia la burguesía imperialista. Las misiones religiosas extranjeras, escondidas
tras la coartada de una actividad civilizadora y evangelizadora desinteresada, eran en
realidad instrumentos de dominación cultural, judicial y económica de las potencias
imperialistas. Pisoteaban sin miramientos los derechos, costumbres y sentimientos del
pueblo chino, se apropiaban de la tierra de los campesinos y establecían sus propios
tribunales de justicia en las iglesias, interfiriendo en la jurisdicción china. No es de
extrañar que el poderoso movimiento antiimperialista de los I-Ho-Tuang empezase como
una revuelta contra los misioneros extranjeros.
Los imperialistas intentaron ocultar el significado progresista del movimiento, al que
calumniaban describiéndolo como un estallido alimentado por el atraso y un ciego odio
hacia todo lo extranjero, particularmente hacia la civilización europea.
En aquellos años sólo algunos marxistas interpretaron correctamente aquellos
acontecimientos. Lenin respondió enérgicamente a las mentiras de la propaganda
imperialista desde un punto de vista clasista: "¡Sí! Es verdad que los chinos odian a los
europeos ¿pero a qué europeos odian y por qué? Los chinos no odian al pueblo europeo,
jamás han tenido disputa alguna con él. Odian a los capitalistas europeos y a los
gobiernos que obedecen a los capitalistas. ¿Cómo pueden los chinos evitar odiar a
aquellos que vinieron a China con el único propósito de obtener provecho; que han
utilizado su cacareada civilización con los únicos fines del engaño, el saqueo y la
violencia; que han desatado la guerra contra China con el objeto de comerciar con el opio
para envenenar al pueblo; y a aquellos que hipócritamente realizan su política de saqueo
bajo el disfraz de la difusión del cristianismo?"8.
Este certero análisis nos permite entender la rápida extensión del movimiento. En todas
partes su llamada a combatir la agresión extranjera encontraba una rápida y calurosa
respuesta entre las masas. En mayo y junio de 1900, tres importantes zonas, Jopei,
Paoting y Tientsín, cayeron en poder de la I-Ho-Tuang. El movimiento de agitación llegó
hasta los suburbios de la capital, Pekín, amenazando el poder político de la oligarquía
dominante.
La corte empezó a sentir terror ante la dimensión alcanzada por la rebelión e intentó
una maniobra de alianza con el movimiento I-Ho-Tuang, con el propósito de controlarlo
en beneficio de sus intereses particulares. Creyeron que su carácter antiimperialista
serviría de contrapeso frente a las insoportables presiones ejercidas por las potencias
extranjeras y que podrían mellar su filo revolucionario y antidinástico. La monarquía
pretendió cambiar el lema original del movimiento, "contra la dinastía, expulsad a los
extranjeros", por "viva la dinastía, expulsad a los extranjeros".
Las potencias extranjeras, preocupadas ante el nuevo panorama, comenzaron a
reforzar su presencia militar naval y terrestre. Tras su propio lema, "el hombre blanco
frente a la barbarie", desembarcaron una fuerza de 20.000 hombres que se dirigió a
Pekín. La agresión extranjera y la fuerte presión ejercida por los I-Ho-Tuang, obligaron al
gobierno de la dinastía Ching a declarar la guerra a los imperialistas. Pero a la vez que lo
hacían, pedían servilmente perdón: "No es que la corte estuviera mal dispuesta para
ordenar la eliminación de estos rebeldes —escribió el gobierno a las legaciones
extranjeras— pero se hallaban muy cerca y temíamos que de haber actuado
precipitadamente al respecto, las legaciones no hubieran contado con la protección
adecuada y que, por ende, se hubieran originado mayores desgracias (...) Esperamos
que los países extranjeros comprenderán"9. Interesante confesión, que demostraba cómo
por encima de las contradicciones entre los imperialistas y la dinastía Ching, estaba su
unidad frente a los explotados. El sector de los supuestos reformistas burgueses llegó
incluso más lejos, pidiendo una acción militar conjunta con las fuerzas extranjeras para
sofocar la revuelta.
El 14 de agosto, un cuerpo punitivo unificado de potencias extranjeras encabezado por
el general alemán Waldersee, entró en Pekín y la saqueó salvajemente, convirtiendo esta
antigua y hermosa ciudad en un infierno de asesinato, robo, incendios y violaciones.
Tropas de nacionalidad alemana, japonesa, inglesa, estadounidense y rusa, repitieron
esta criminal actuación en varias ciudades. Una vez más, la corte imperial inició
negociaciones de rendición y si éstas duraron casi un año, no fue por la capacidad del
trono chino para dilatar el proceso, sino por los desacuerdos entre los ladrones
imperialistas en el reparto del botín. Finalmente se firmó el llamado "Protocolo de 1901"
que incluyó una indemnización de 450 millones de tales (333 millones de dólares). Para
garantizar dicho pago, las potencias asumieron el control de las aduanas chinas e
impuestos tan importantes como el de la sal. De esta forma, la clase dirigente china
perdería una fuente fundamental de ingresos, lo que a su vez propició una explotación
aún más inmisericorde del campesinado chino por parte de la oligarquía nativa.
Conocedora del peligro que le acechaba, la dinastía intentó una maniobra desesperada.
Anunció su propia transformación en un régimen constitucional, pero este cambio
cosmético no detuvo el ascenso revolucionario. Una vez comprobada la inutilidad de la
treta, la corte imperial optó por volver a una línea abiertamente reaccionaria. Su
aislamiento social aumentó su dependencia del imperialismo, al que necesitaba contentar
por cualquier medio. Otorgó concesiones ferroviarias en toda China a grupos financieros
ingleses, norteamericanos y japoneses entre otros. Esta maniobra añadió más
combustible incendiario: la nueva humillación ante los extranjeros desató una ola de
protestas en torno a la campaña en "defensa de los derechos ferroviarios".
El ambiente social se siguió caldeando. En 1906 hubo 160 revueltas populares, llegando
a 284 en 1910. Si bien la principal fuerza de masas de estos levantamientos fue el
campesinado, también los obreros y pequeños comerciantes jugaron un papel destacado.
La desautorización del aparato estatal de la monarquía aumentaba día a día. Hubo una
negativa popular a pagar impuestos, asaltos a los depósitos de cereales, intentos de
expulsión en las diferentes localidades de los misioneros y destrucción de fábricas y
comercios propiedad de extranjeros. Decenas de miles de personas participaron, por
ejemplo, en el asalto a los depósitos de arroz de Changshá o en las luchas contra los
impuestos en Lai-yang. Sólo gracias al apoyo de los imperialistas el gobierno manchú
pudo sofocar estos levantamientos y restablecer temporalmente el orden.
Era evidente que había llegado el momento de la Liga Revolucionaria: las masas con su
acción revolucionaria habían creado el contexto social que Sun necesitaba para aplicar su
programa. Sin embargo, la Liga no fue capaz de unificar la lucha a escala nacional, de
fusionar y sincronizar la movilización de los campesinos, obreros y comerciantes, no supo
dar una dirección centralizada al movimiento. Tampoco tuvo la habilidad de marcar
objetivos concretos por los que luchar. Finalmente, 1910 acabó todavía con la monarquía
en el poder.
A pesar de las carencias más que evidentes de la dirección, las contradicciones de la
sociedad china seguían empujando hacia una salida revolucionaria. El ambiente
continuaba siendo extremadamente favorable a la insurrección, y cualquier chispa podía
reavivar el incendio. Por fin, el 10 de octubre de 1911, grupos revolucionarios de la
provincia de Jupei, en unión con la Liga Revolucionaria, consiguieron sublevar la
guarnición de Wuchang, que, levantada en armas, tomó Janchou y Janyang, otras dos
secciones de lo que hoy es la triple ciudad de Wujan. Derrocaron al gobierno feudal local
y proclamaron un gobierno republicano. Este levantamiento se convirtió rápidamente en
el ejemplo a seguir, produciéndose una reacción en cadena. En poco más de tres
semanas, del 20 de octubre al 18 de noviembre, 17 de las 21 provincias chinas
proclamaron su independencia. En las cuatro restantes, el gobierno de la dinastía
agonizaba hundido en su propia impotencia.
Las masas estaban dispuestas a todo. En la provincia de Jupei se inició el reclutamiento
de soldados revolucionarios. En las zonas en que había enfrentamientos armados,
mujeres y niños cruzaban las zonas de fuego para llevar alimentos y té a las tropas
republicanas.
La revolución triunfó finalmente gracias a la iniciativa de las masas, que fueron capaces
de sobreponerse a las carencias de la dirección. De hecho, Sun Yat-sen, que se
encontraba en EEUU cuando estalló la revolución, una vez enterado de su triunfo no
demostró ninguna prisa en regresar. Prefirió dirigirse a los capitalistas de las democracias
europeas, solicitando a los gobernantes occidentales y a los hombres de la City
londinense ayuda para construir una democracia moderna en China. Sun no podía o no
quería admitir que tras la máscara democrática y civilizada de Europa estaban los
intereses imperialistas del gran capital que necesitaban una China esclavizada y
postrada.
El 1 de enero de 1912 comenzó oficialmente la era republicana, declarada en Nankín
por el Gobierno Provisional de la República de China con Sun Yat-sen, ya de vuelta en el
país, como Presidente Provisional. Inmediatamente, Estados Unidos, Gran Bretaña,
Alemania, Japón y otras potencias extranjeras, ignorando las ingenuas peticiones de Sun,
amenazaron al Gobierno Provisional de Nankín enviando barcos de guerra y tropas por el
curso del Yangtsé.
La decisión y frescura que las masas habían demostrado para acabar con la
podredumbre del pasado eran atributos de los que sus líderes carecían por completo.
Sin solución de continuidad, los dirigentes del movimiento republicano aceptaron
participar en negociaciones auspiciadas por el imperialismo, haciendo todo tipo de
concesiones. Finalmente, el 12 de febrero de 1912 se produjo la abdicación del último
emperador chino a cambio de que, sólo dos días después, Yuan Shih-kai fuera nombrado
nuevo presidente de China. El personaje en cuestión, un viejo y conocido reaccionario,
monárquico hasta el triunfo de la revolución, contaba con un terrible currículo a su
espalda. Fiel representante de los intereses de terratenientes, compradores y burgueses,
a la vez que antiguo sirviente de las potencias extranjeras, había colaborado en el
aplastamiento del movimiento reformista de 1898 y la represión sangrienta de los I-Ho-
Tuang. Así pues, cuando el 11 de marzo se proclamó la Constitución, supuestamente
inspirada en los principios republicanos de Sun, este ya era un ex presidente.
Una revolución que no cambia nada
El emperador había sido derrocado, pero ¿que había cambiado más allá de los muros de
la corte? Si al mando seguían los de siempre, ¿cómo se podía esperar una política por
parte del nuevo gobierno sustancialmente diferente a la del anterior? Al igual que el
nuevo presidente, los fieles del antiguo régimen se desembarazaron con pasmosa
facilidad de su anticuado uniforme monárquico, para pasear con ostentación y orgullo
ante las masas su nueva chaqueta republicana. Ellos, a diferencia de quienes se
agrupaban en torno al programa democrático burgués de Sun, entendían que el
emperador era, en última instancia, un factor secundario. Se podía renunciar a él,
mientras lo fundamental, es decir, las palancas económicas y políticas del país, siguieran
en las mismas manos. En resumen, ayer monárquico y hoy republicano pero, siempre,
un privilegiado.
Esta aparente contradicción entre la procedencia social de un individuo y su actitud
favorable ante el nuevo gobierno republicano, se podía trasladar, aunque en sentido
contrario, a las masas chinas. El odio del pueblo a la dinastía era el reflejo de su rechazo
a siglos de explotación y opresión. Su entusiasmo republicano representaba la expresión
de su aspiración a una vida digna, a una sociedad más libre, justa e igualitaria. El
problema se plantearía, con toda su crudeza, cuando la nueva república burguesa
demostrara su incapacidad para satisfacer ninguna de estas aspiraciones.
La elección de un parlamento, una de las mayores conquistas que el nuevo régimen
republicano debía traer, pronto se vio frustrada. En primer lugar por los requisitos
necesarios para votar: más de 21 años cumplidos, habitar no menos de dos años en la
circunscripción electoral dada, pagar impuestos directos y poseer bienes por encima de
un valor determinado. Además, no había posibilidad de elección directa: los
compromisarios electos finalmente serían los que elegirían al presidente. En palabras de
Lenin: "Tal derecho electoral indica ya la alianza del campesinado acomodado y la
burguesía, con la ausencia o la impotencia absoluta del proletariado"11.
Con el objetivo de participar en el nuevo parlamento, la Liga Revolucionaria se
transformó en un nuevo partido: el Kuomintang, fundado en 1912. La dirección del nuevo
partido nacionalista y la candidatura a las elecciones, sin embargo, no recayó sobre Sun
Yat-sen, sino sobre un joven educado en las universidades norteamericanas, Sun Chiao-
jen, situado políticamente a la derecha de los fundadores de la Liga Revolucionaria.
Finalmente, el Kuomintang obtuvo la mayoría en las elecciones restringidas de febrero de
1913, pero, cuando su candidato se dirigía a Pekín para presentar su candidatura a la
presidencia, fue asesinado por los sicarios de Yuan Shih-kai.
Mientras que cualquier atisbo de participación democrática era aplastado, los señores
de la guerra, siniestro legado de la monarquía, lejos de debilitarse se fortalecieron frente
al poder central, convirtiéndose a su vez en instrumentos cada vez más perfeccionados al
servicio de las diferentes potencias imperialistas. La China encabezada por Yuan estuvo
en manos de los gobernadores militares de cada una de las provincias, que cultivaron
relaciones directas con los notables de sus zonas y los capitalistas extranjeros. Los
ejércitos de estos militaristas crecieron gracias al reclutamiento de campesinos
desesperados, convertidos en mercenarios dedicados a la rapiña contra la población
rural. Mientras, en las filas del ejército chino cundiría la desmoralización por la falta de
paga y vestimenta a resultas de unas arcas estatales vacías.
El fortalecimiento de los señores de la guerra dificultó a su vez la formación y desarrollo
de una burguesía nacional fuerte. Por una parte, los recursos extraídos de la explotación
del campo quedaron retenidos en sus manos, imposibilitando su reinversión en la
industria. Por otra, la débil industria nacional, que a duras penas hacía circular sus
mercancías por la inexistente capacidad de compra de las masas rurales, debió soportar
el pago de los impuestos y tributos que cada señor de la guerra imponía en "sus"
fronteras, sin olvidar la competencia en condiciones de franca inferioridad con las
mercancías producidas por las potencias imperialistas.
El balance de las conquistas del régimen republicano no podía ser más desolador.
Ninguna de las tareas fundamentales de la revolución democrático burguesa fue llevada a
la práctica con éxito. La independencia nacional no sólo seguía en entredicho debido a
que el dominio de los imperialistas permaneció intacto, sino que la propia existencia de
China como unidad nacional se desvanecía por la actuación cada vez más desafiante de
los señores de la guerra. Cualquier aspiración de instaurar un sistema de
parlamentarismo burgués a imagen y semejanza de Occidente, fue cortada de raíz con el
asesinato del candidato más votado en el primera convocatoria electoral. La reforma
agraria quedó totalmente descartada, así lo garantizaron tanto el nuevo presidente, Yuan
Shih-kai, y sus sucesores en el gobierno central, como los señores de la guerra en las
diferentes regiones, en ambos casos directos beneficiarios de los expolios cometidos por
los terratenientes. Para concluir, no se crearon condiciones económicas favorables para el
desarrollo de una fuerte burguesía nacional.
La revolución de 1911 demostró que las contradicciones irresolubles de la sociedad
China habían preparado el terreno para una transformación profunda. Sin embargo, no
hubo una clase capaz de dirigir la sociedad a un estadio de mayor progreso y desarrollo.
La burguesía china, a pesar de su juventud, había surgido tarde en la escena de la
historia. Le había tocado nacer en el período de decadencia imperialista del capitalismo,
lo cual la despojaba de su capacidad revolucionaria. La dirección de la transformación
social debería ser asumida por otra clase. El proletariado ruso se encargó de probar sólo
seis años después que, incluso en los países atrasados donde el capitalismo todavía no
había alcanzado su pleno apogeo, era la única clase que al frente del conjunto de los
oprimidos, y especialmente del campesinado pobre, podía liderar estos cambios
revolucionarios.
Aunque en el momento de la caída de la monarquía el proletariado chino estaba
empezando a nacer y se encontraba políticamente huérfano de dirección, ya apuntaba un
porvenir prometedor: las inversiones del capital extranjero y el contexto de la lucha de
clases internacional, lo hicieron crecer en número y en capacidad revolucionaria.
Notas
8. Lenin, La guerra china, publicado en Iskra en diciembre de 1900. Cita recogida en el libro publicado en Internet Breve
historia de la China contemporánea, Editorial Anagrama, Buenos Aires, 1972.
9. Cita recogida del libro publicado en Internet Breve historia de la China contemporánea, Editorial Anagrama, Buenos
Aires, 1972
10. Ibíd.
11. Lenin, La China renovada, escrito en noviembre 1912 (en El despertar de Asia, página 25
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
En las últimas décadas del siglo XIX, el desarrollo alcanzado por el capitalismo había
empujado a la burguesía de los países europeos más desarrollados a la conquista de
nuevos mercados y proveedores de materias primas en el mundo. Pero el planeta parecía
no ser lo suficientemente grande para satisfacer su voracidad. El capitalismo alemán, que
por su desarrollo tardío había llegado con retraso al "reparto" de las colonias, no se
conformaba con un papel de segunda fila. Otro tanto podía decirse de Japón. Las
contradicciones entre las grandes potencias alcanzaron tal grado de tensión que
desembocaron en un conflicto armado a escala mundial: en 1914 estalló la Primera
Guerra Mundial.
Durante la primera etapa de la guerra se desencadenó una potente ola de chovinismo
ante la que cedió vergonzosamente la dirección de la Segunda Internacional. Situándose
al lado de los intereses de cada una de sus burguesías nacionales, los dirigentes
socialdemócratas asumieron una responsabilidad criminal, justificando la matanza entre
hermanos de clase. Sólo un pequeño puñado de revolucionarios resistió. Comprendieron
no sólo el carácter imperialista de la guerra, también previeron que los desfiles jubilosos
en defensa de la patria serían sucedidos por el despertar revolucionario de la clase obrera.
Dentro de este reducido grupo destacaron inquebrantables revolucionarios como Lenin,
Trotsky y Rosa Luxemburgo. Esta última escribió numerosos textos contra la matanza
imperialista, en los que la profundidad teórica no estaba reñida con el apasionamiento:
"Cubierta de vergüenza, deshonrada, chapoteando en sangre, nadando en cieno: así se
encuentra la sociedad burguesa, así es ella (…) como peste para la cultura y la
humanidad: así se muestra en su verdadera figura al desnudo (…) La guerra mundial ha
transformado las condiciones de nuestra lucha y, sobre todo a nosotros mismos. No se
trata de que las leyes fundamentales del desarrollo capitalista o de la guerra a muerte
entre el capital y el trabajo hayan sufrido una desviación o apaciguamiento (…) Pero el
ritmo de desarrollo ha recibido un poderoso impulso con la erupción del volcán
imperialista; la violencia de los enfrentamientos en el seno de la sociedad, la magnitud de
las tareas que se presentan al proletariado socialista a corto plazo, todo esto hace
aparecer como un dulce idilio a todo lo que había venido ocurriendo hasta ahora en la
historia del movimiento obrero"12. La Primera Guerra Mundial, partera de la revolución en
Rusia y Alemania, abonó también el terreno para que germinara la semilla del comunismo
en tierras asiáticas.
En el tablero de esta guerra, a China le correspondió ser parte de un botín colonial que
despertó las ambiciones japonesas. Las potencias que habían asaltado China en primer
lugar, Gran Bretaña, Francia y Rusia, estaban empeñadas en su enfrentamiento con
Alemania, dejando, temporalmente, el campo libre a Japón y EEUU en el continente
asiático. El imperialismo japonés despreciando cualquier tipo de pretensión diplomática,
utilizó métodos expeditivos. El 18 de enero de 1915, Yuan Shih-kai, que por aquel
entonces ya había sido nombrado presidente vitalicio, fue despertado en plena noche por
el ministro de Guerra japonés. Éste le presentó, respaldado por la flota de acorazados del
ejército japonés, las llamadas "21 peticiones", demandas destinadas a convertir China en
un protectorado del Imperio del Sol Naciente. A pesar del rechazo inicial, las "21
peticiones" fueron aceptadas por Yuan el 25 de mayo tras un segundo ultimátum.
El presidente chino, monárquico convencido hasta que los imperialistas lo colocaron al
frente de la república tras la revolución de 1911, creyó llegado el momento de volver al
que consideraba el mejor de los gobiernos. En diciembre de 1915, amparándose en la
intervención japonesa, intentó restaurar la monarquía dentro de la cual había reservado
para sí el papel de monarca. Pero sus intenciones no resultaron del agrado de un buen
número de republicanos que, si bien evitaron la "resurrección" de la monarquía,
permitieron la continuidad de Yuan como presidente de la república hasta su muerte en
1916.
El despertar rojo
La decepción provocada por los escasos resultados de la revolución de 1911, hizo que un
sector de la intelectualidad buscara nuevos horizontes revolucionarios. Entre ellos surgió
la figura extraordinaria de Chen Tu-hsiu, futuro primer secretario general del Partido
Comunista de China (PCCh).
Nacido en 1879 en el seno de una familia de funcionarios empobrecidos, Chen accedió a
una buena educación que le facilitó una plaza como profesor en la universidad de Pekín
así como la posibilidad de viajar. Sus cocimientos académicos fueron puestos, desde muy
temprano, al servicio del pueblo. Junto a su incansable labor revolucionaria, destacó en su
lucha por la conversión de la lengua china hablada en lengua escrita, con el objetivo de
evitar que los textos fueran patrimonio exclusivo de una élite intelectual.
Sus primeros pasos en política los dio como editor de la revista Juventud Nueva, que
inició su irregular publicación en 1915. En ella se defendieron ideas tan avanzadas para la
China del momento como la libre aceptación del matrimonio entre los esposos. A principio
de los años 20, debido a su destacado papel como dirigente revolucionario, se vio
obligado a exiliarse, siendo Francia uno de sus destinos. Este hecho, hasta cierto punto
accidental, jugó un papel decisivo en su formación comunista, permitiéndole acceder a la
literatura socialista y estudiar en profundidad la historia de la lucha de clases francesa.
Posteriormente explicaría que Francia, por encima de la cuna de Saint-Just y Robespierre,
era el país de la Comuna de 1871 y las jornadas de junio de 1848, la tierra de la
revolución obrera13.
Otro joven, Li Ta-chao jugó también un papel decisivo en la introducción del marxismo
en China. Se trataba de un intelectual, proveniente de una familia campesina
empobrecida, que se sumó al movimiento de la Juventud Nueva. Fue uno de los primeros
en levantar la bandera del leninismo al calor del triunfo del Octubre ruso. En su texto
titulado Victoria de la gente común, publicado en noviembre de 1918, predice que "de
ahora en adelante el mundo se convertirá en el mundo del pueblo trabajador" y que "la
revolución rusa de 1917 es la precursora de la revolución mundial del siglo XX". En La
victoria bolchevique, publicado más o menos en la misma época, describía de forma
entusiasta el significado de la revolución proletaria mundial llamando al pueblo chino a
seguir el ejemplo de la "revolución al estilo ruso", a destruir, mediante acciones
revolucionarias de masas, las fuerzas reaccionarias nacionales y extranjeras que lo
oprimían.
Chen y Li Ta-chao eran los exponentes más destacados del proceso de efervescencia
que vivían los estudiantes universitarios. Otras revistas similares a Juventud Nueva
surgieron en diferentes universidades, aglutinando el descontento de la juventud
ilustrada. Asociaciones juveniles y estudiantiles se propagaron por todo el país,
transformándose en provincias en grupos culturales y políticos. Estas asociaciones fueron
la cuna, la primera experiencia política, de los futuros fundadores del movimiento
comunista chino. En la escuela de la ciudad de Changsha, se constituyó también una
asociación de estas características, cuyo presidente era un joven, todavía desconocido,
llamado Mao Tse-tung.
Hasta finales de 1917, las inquietudes revolucionarias de estos jóvenes los animaron a
sostener una valiente actitud de desafío al poder establecido, pero todavía carecían de un
programa político claro. Sabían lo que no querían, sin embargo, aún no eran capaces de
formular un sistema político alternativo. Prueba de ello es que se proclamaban dirigentes
de una "revolución cultural" en lucha por la "ciencia y la democracia".
La victoria de la Revolución Rusa, que sacudió la conciencia de millones de hombres y
mujeres en todo el mundo, provocó una honda impresión en los jóvenes nuevos de China.
Al calor de su experiencia, algunos dirigentes de los círculos revolucionarios chinos
superaron la abstracción y falta de contenido de clase de sus ideas. Se demostraba en la
práctica una vieja y valiosa idea del internacionalismo proletario: la victoria de la
revolución social en cualquier país es una conquista para el conjunto del movimiento
obrero mundial. Los efectos de la revolución trascendieron las fronteras de la antigua
Rusia zarista. La revolución rusa no sólo ganó al programa de la revolución socialista a los
pueblos sometidos por el yugo del zarismo, conquistó para las ideas comunistas la mente
de millones de personas en todo el mundo. Como a Lenin le gustaba insistir, para las
masas es más importante una onza de práctica que una tonelada de teoría. Pues bien, ya
existía la prueba material, el ejemplo vivo y palpable. Este extraordinario acontecimiento,
jugó un papel enormemente progresista en el movimiento revolucionario chino. El
carácter indiscutiblemente clasista y socialista de la revolución rusa, permitió la
diferenciación entre los elementos genuinamente revolucionarios y los liberales. No
olvidemos que se trataba de un movimiento compuesto por intelectuales que carecía de
campesinos u obreros en sus filas. Pronto, el marxismo se convirtió en el eje que centró
las polémicas de los jóvenes nuevos.
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
Lecciones de Octubre
Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción, decían
siempre Marx y Engels, burlándose con justicia de quienes aprendían
de memoria y repetían sin haberlas digerido, "fórmulas" que, en el
mejor de los casos, sólo podían trazar las tareas generales, que
necesariamente cambian en correspondencia con la situación
económica y política concreta de cada período particular del proceso
histórico.
(…) Según la fórmula antigua resulta que: tras la dominación de la
burguesía puede y debe seguir la dominación del proletariado y el
campesinado, su dictadura. Pero en la vida misma ya ha sucedido de
otra manera: ha resultado un entrelazamiento de lo uno y lo otro, un
entrelazamiento extraordinariamente original, nuevo, nunca visto.
Lenin, Cartas sobre táctica14
Cuando a principios del mes abril Lenin llegó por fin a Rusia y defendió su
programa para la revolución, se quedó en minoría de uno dentro del comité central.
Llegaba la hora de sus Tesis de Abril, de "explicar a las masas que los Sóviets de
diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por
ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra
misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo
paciente, sistemático y tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas
de las masas. (…) Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de
crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad
de que todo el Poder del Estado pase a los Sóviets de diputados obreros, a fin de
que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores"26.
Fuera del partido, ex marxistas como Plejánov calificaron públicamente el discurso
de Lenin como "delirante". Dentro de él, mejor dicho, en su dirección, la reacción
no fue mucho mejor: "Las tesis de Lenin fueron publicadas exclusivamente como
obra suya. Los organismos centrales del partido las acogieron con una hostilidad
sólo velada por la perplejidad. Nadie, ni una organización, ni un grupo, ni una
persona, estampó su firma al pie de ese documento. Incluso Zinóviev, que había
llegado con Lenin del extranjero, donde su pensamiento se había formado durante
diez años bajo la influencia directa y cotidiana del maestro, se apartó
silenciosamente a un lado"27.
Los revolucionarios no pueden elegir ni el lugar, ni el momento, ni la forma en la
que se producen los estallidos revolucionarios, sólo pueden prepararse
conscientemente para ellos. Las contradicciones que lentamente se van
acumulando en el seno de la sociedad, llegado el momento preciso estallan, sin
pararse a mirar si cumplen o no los requisitos preestablecidos en un manual. En
1917 el capitalismo se rompía por su eslabón más débil. Lejos del escenario clásico
previsto por los grandes escritos marxistas, los bolcheviques se enfrentaban a la
realidad concreta de una revolución en un país atrasado. Y era, precisamente en el
atraso de Rusia, donde residía tanto el carácter peculiar como la clave de la
revolución. Lenin supo comprenderlo.
El desarrollo del capitalismo en Rusia, en una época de decadencia imperialista,
había permitido el crecimiento de una clase obrera que, aunque joven y
numéricamente limitada, demostró una madurez y un instinto revolucionario muy
avanzados. No olvidemos que este mismo proletariado había alumbrado los sóviets,
al calor de los combates de la revolución de 1905.
En 1917 el proletariado había creado una situación de doble poder constituyendo,
al lado del poder burgués, los sóviets de obreros y soldados. A la vez, esa misma
dependencia de las potencias imperialistas extranjeras y ese mismo atraso,
despojaban a la burguesía de cualquier nervio revolucionario. Lenin comprendía que
la burguesía sería incapaz siquiera de llevar a cabo las tareas de la revolución
democrático burguesa, y que sólo contando con la acción revolucionaria del
proletariado se podría superar el obstáculo de una burguesía abiertamente
contrarrevolucionaria: "Nuestra revolución es burguesa, y por eso los obreros
deben apoyar a la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdev y los Chjeidze, como
dijera ayer Plejánov. Nuestra revolución es burguesa, decimos nosotros, los
marxistas, y por eso los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea la
mentira de los politiqueros burgueses y enseñarle a no creer en las palabras, a
confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia
unión, en su propio armamento"28.
Lenin tampoco negó el carácter atrasado del capitalismo ruso ni la importancia del
campesinado. Por el contrario, comprendió que la sed de tierra de los campesinos
pobres era uno de los motores de la revolución. Pero a la vez no obviaba el hecho,
como si hacían los mencheviques, de que dicha aspiración no podía ser satisfecha
bajo la dirección de la burguesía. Llegó así a la conclusión de que sólo la alianza de
la clase obrera con el campesinado desposeído y expropiando de un solo golpe y a
la vez a terratenientes y burgueses, se podría dar satisfacción a las demandas de
las masas rusas. La posición leninista quedó perfectamente reflejada en sus Tesis
de Abril: "se debe poner el Poder en manos del proletariado y de las capas pobres
del campesinado", con el fin de llevar a la práctica el siguiente programa:
"- No una república parlamentaria (…) sino una república de los Sóviets de
diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.
"- Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia.
"- La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y revocables en
cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero calificado.
"- En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Sóviets de
diputados braceros.
"- Confiscación de todas las tierras de los latifundios.
"- Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Sóviets
locales de diputados braceros y campesinos. Creación de Sóviets especiales de
diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (…) una hacienda modelo
bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local.
"- Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único,
sometido al control de los Sóviets de diputados obreros.
"- No ‘implantación’ del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar
únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la
distribución de los productos por los Sóviets de diputados obreros".
Este programa, junto con una inquebrantable confianza en la capacidad de la
clase obrera para extraer conclusiones de su propia experiencia, permitió a los
bolcheviques pasar de ser una minoría en los sóviets, frente a mencheviques y
socialrevolucionarios, a alzarse con la dirección de la clase obrera para llevar a la
revolución al triunfo de octubre y a la expropiación de los capitalistas rusos, los
terratenientes y sus aliados imperialistas. De este modo, en un país atrasado y de
base campesina, se estableció el primer Estado obrero de la historia.
Los obreros rusos habían dado el primer y decisivo paso hacia la dictadura del
proletariado. Pero era eso, el primer paso. Para consolidar el poder obrero, para
construir el socialismo, era necesario el triunfo de la revolución en otros países.
Lenin nunca consideró la posibilidad de construir el socialismo en un solo país,
mucho menos en uno tan atrasado como Rusia. Fue precisamente esa
consideración política lo que explica por qué en las circunstancias más duras y
terribles, en medio de la guerra civil y la invasión de 21 potencias imperialistas, los
bolcheviques centraron todos sus esfuerzos en la construcción de la Internacional
Comunista —IC o Comintern—.
El triunfo de Octubre permitió que la inexcusable tarea de construir una dirección
revolucionaria unificada internacionalmente, tras la bancarrota definitiva de la
Segunda Internacional, pudiera ser abordada.
En marzo de 1919 se realizó el I Congreso de la IC. En vida de Lenin, sus
congresos mantuvieron una periodicidad prácticamente anual, celebrándose los
primeros cuatro entre 1919 y 1923. En dichas reuniones se marcaban las
perspectivas para la revolución mundial y las tareas que de ellas se derivaban para
los comunistas. En los debates, los países coloniales fueron considerados un factor
clave para la revolución mundial.
El despertar de las masas de Asia a principios del siglo XX había sumado a la
lucha contra la opresión a millones de hombres y mujeres que habían permanecido
sumidos en la más negra y oscura dominación feudal durante siglos. Los
revolucionarios de todo el mundo dieron una calurosa bienvenida a las nuevas
tropas que se incorporaban al ejército de la revolución. Con su lucha, los
campesinos chinos, turcos o persas, alimentaban la revolución en Occidente. Las
ganancias obtenidas por los imperialistas en las colonias eran una fuente de
estabilidad para los países capitalistas desarrollados. Por tanto, la pérdida del
control de dichas colonias se traducía en fermento social y político en los centros
neurálgicos de la producción capitalista. La Internacional Comunista valoró este
hecho en las tesis de su II Congreso: "Las colonias constituyen una de las
principales fuentes de las fuerzas del capitalismo europeo. (…) Sin la posesión de
grandes mercados y de extensos territorios de explotación en las colonias, las
potencias capitalistas de Europa no podrían mantenerse mucho tiempo. (…) La
plusvalía obtenida por la explotación de las colonias es uno de los apoyos del
capitalismo moderno. Mientras esta fuente de beneficios no sea suprimida, será
difícil para la clase obrera vencer al capitalismo"29.
La dirección de la IC, en los primeros años de su existencia, siempre consideró la
lucha de los pueblos coloniales por la emancipación del yugo imperialista y la
explotación feudal como una parte fundamental de la revolución proletaria mundial.
Consecuentes con ello adoptaron las siguientes medidas: "En lo referente a los
Estados y a las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales,
patriarcales o patriarcal-campesinas, es preciso tener presente sobre todo:
"1) La obligación de todos los partidos comunistas de ayudar al movimiento
democrático-burgués de liberación en esos países (…)
"4) La necesidad de apoyar especialmente el movimiento campesino en los países
atrasados contra los terratenientes, contra la gran propiedad territorial, contra toda
clase de manifestaciones o resabios del feudalismo, y esforzarse por dar al
movimiento campesino el carácter más revolucionario, realizando una alianza
estrechísima entre el proletariado comunista de la Europa Occidental y el
movimiento revolucionario de los campesinos de Oriente, de los países coloniales y
de los países atrasados en general; es indispensable, en particular, realizar todos
los esfuerzos para aplicar los principios esenciales del régimen soviético en los
países en que predominan las relaciones precapitalistas, por medio de la creación
de ‘sóviets de trabajadores’, etc.;
"5) La necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los
movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios,
de adoptar el color del comunismo; la Internacional Comunista debe apoyar los
movimientos revolucionarios en los países coloniales y atrasados, sólo a condición
de que los elementos de los futuros partidos proletarios, comunistas no sólo por su
nombre, se agrupen y se eduquen en todos los países atrasados en la conciencia de
la misión especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democrático-
burgueses dentro de sus naciones; la Internacional Comunista debe sellar una
alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados,
pero no debe fusionarse con ella y tiene que mantener incondicionalmente la
independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias
(…)"30.
He aquí el genuino programa leninista de la IC para los países coloniales. En él se
aprecia con claridad que, incluso en aquellos países donde el desarrollo del
capitalismo era tan incipiente que no permitía al proletariado asumir, por el
momento, la dirección del movimiento revolucionario, el apoyo al sector
democrático-burgués no implicaba la renuncia a la organización política
independiente de la clase obrera. Por el contrario, las tesis de la IC remarcan que
las hipotéticas alianzas temporales con el movimiento democrático-burgués debían
ir obligatoriamente acompañadas de la preparación política del naciente
proletariado, para la inexorable lucha contra su burguesía nacional.
En China, las líneas generales de este programa adoptaban ya formas definidas y
concretas. Por un lado, el proletariado había empezado a construir sus primeras
organizaciones clasistas a través de los sindicatos. Había hecho también una
primera demostración de su fuerza de clase independiente con su intervención
decisiva en el levantamiento de mayo de 1919. Es más, desde 1921 existían ya los
primeros núcleos del Partido Comunista.
Desgraciadamente, en el corto período de tiempo transcurrido entre octubre de
1917 y el inicio de la segunda revolución china en 1925, en la tierra del Octubre
Rojo se habían producido profundas transformaciones políticas. El aislamiento
provocado por el fracaso de la revolución en Europa había propiciado el inicio de la
burocratización del joven estado obrero soviético y de su dirección, el Partido
Bolchevique. El programa revolucionario de Lenin fue sepultado bajo el ascenso del
estalinismo. Estos acontecimientos determinaron el fracaso de la revolución china
en 1925-27 y desarrollos posteriores.
La revolución traicionada
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
A medidos de los años veinte, las condiciones de vida de las masas chinas eran
insoportables. De los 300 millones de personas que vivían de la tierra, el 50% carecía
de cualquier tipo de propiedad y otro 20% tenía parcelas demasiado pequeñas para
satisfacer sus necesidades. La concentración de la tierra era extrema: el 13% de la
población rural poseía el 81% de la tierra.
Los campesinos pobres eran obligados a entregar entre el 40 y el 70% de sus
cosechas dependiendo de la zona en la que habitaran. A ello se sumaban las
reminiscencias feudales, que los obligaban a prestar servicios sin pago a los "señores".
En la ciudad la vida no era mucho más agradable para los proletarios. Si datos oficiales
cifraban en 46 dólares mensuales los ingresos mínimos para la subsistencia de una
familia de cuatro miembros, el salario promedio en la industria era de 10 dólares al
mes. Los sectores más explotados ganaban incluso menos, la paga diaria de mujeres y
niños que trabajaban en la industria textil era de 12 centavos. A la explotación se
sumaba el trato humillante, propio de animales, que los trabajadores recibían: una de
las reivindicaciones más sentidas por los trabajadores textiles fue la prohibición de los
azotamientos con los que públicamente eran castigados. Junto a mejoras salariales y a
un trozo de tierra del que poder vivir, las masas chinas se levantarían también en
defensa de su dignidad, de su derecho a vivir como seres humanos libres merecedores
de respeto.
En enero de 1925 el PCCh celebró el IV congreso, y aunque contaba en estas fechas
con poco más de mil afiliados, muchos de sus militantes ocupaban posiciones claves en
los recién nacidos sindicatos. De hecho, fue la protesta por el asesinato del comunista
Ku Sheng-jung, dirigente de una de las manifestaciones de los trabajadores de las
hilanderías de Shangai, el detonante de un movimiento de masas que acabaría en
huelga general.
En el Kuomintang también se habían producido cambios. Sun Yat-sen había fallecido
ese mismo año, hecho que ayudó a consolidar el ascenso de Chiang Kai-shek y a
debilitar a los sectores más vinculados con la experiencia revolucionaria de 1911.
A mediados de febrero se iniciaron importantes huelgas por mejoras salariales en las
hilanderías de Shangai controladas por los capitalistas japoneses. Pero no sólo los
trabajadores tenían quejas de la actuación de los imperialistas. El consejo comunal de
la ciudad, controlado por los representantes de las potencias extranjeras, había
aprobado una serie de ordenanzas en materia aduanera y portuaria que perjudicaban
directamente a la burguesía china del sector textil, único rama de la producción en la
que el capital chino tenía un peso importante. El asesinato de uno de los manifestantes
y las lesiones provocadas a muchos otros, despertó una ola de indignación. Estudiantes
universitarios, que habían comenzado a reunir fondos para las familias de las víctimas,
fueron arrestados por la policía de la "Concesión Internacional" de la ciudad, en manos
de británicos, norteamericanos, japoneses y otros.
Las huelgas de protesta, dieron lugar a enfrentamientos con los centinelas japoneses,
que el 15 de mayo dispararon en el interior de las fábricas asesinando a una docena de
obreros. El 30 de mayo se produjeron manifestaciones de estudiantes y obreros,
cargadas de odio hacia a los imperialistas. En esta ocasión fueron diez los
manifestantes asesinados. El 4 de junio los muertos superaban el centenar, y la
agitación en Shangai se transformó en una oleada general de huelgas: cerca de
200.000 trabajadores habían abandonado el trabajo en las fábricas extranjeras. En
estas circunstancias el PCCh multiplicó por diez su afiliación.
En la segunda mitad de junio el espíritu de rebelión llegó a Cantón, produciéndose en
la ciudad manifestaciones multitudinarias de solidaridad con trabajadores de Shangai.
Las tropas de las potencias extranjeras atacaron una manifestación de 100.000
personas el 23 de junio, provocando cincuenta muertos. La radicalización alcanzó
grados extremos y la dominación extranjera quedó suspendida en el aire. Así, el 1 de
julio de 1925, gracias al movimiento del proletariado cantonés, los dirigentes del
Kuomintang proclamaron en Cantón un gobierno nacional cuyo objetivo sería unificar
China bajo un régimen nuevo y unitario. Para lograr semejante tarea fundaron el
Ejército Nacional Revolucionario, dirigido por los oficiales adiestrados en la academia
militar de Whampoa.
Hong Kong también se contagió del movimiento revolucionario, estallando una huelga
en las que participaron 200.000 trabajadores portuarios e industriales y que se
prolongaría durante 16 meses. Se trató de una de las huelgas más largas conocidas en
la historia del movimiento obrero mundial. La movilización general en Hong Kong, entre
el 19 de junio de 1925 y el 10 de octubre de 1926, puso en la práctica el poder en
manos de los piquetes obreros, del comité de huelga y los cadetes militares
revolucionarios de Cantón. Su combatividad y duración alimentó una ola de solidaridad
que recorrió todo el país. La clase obrera no se limitaba a participar en la revuelta
general contra opresión imperialista. Asumía en la lucha un papel protagonista con los
métodos revolucionarios tradicionales del proletariado. Demostraba un carácter de clase
independiente frente a la burguesía y, por la propia dinámica de la revolución, se
situaba ante el poder.
Los trabajadores chinos no pretendían con su lucha expulsar a los explotadores
imperialistas para ceder el poder a sus explotadores nativos, luchaban para mejorar sus
condiciones de vida, para aumentar su salario, reducir su jornada laboral y conseguir
plenos derechos sindicales y políticos. Así, las huelgas no se limitaron a las empresas
extranjeras, y empezaron a extenderse a las de propiedad china.
La burguesía cantonesa estaba totalmente aterrorizada. No era para menos; los
comunistas, situados en primera línea de combate, habían organizado piquetes armados
en Cantón. El 20 de marzo de 1926, Chiang Kai-shek, fiel representante de los intereses
de la clase a la que pertenecía, proclamó la ley marcial e hizo arrestar a numerosos
dirigentes comunistas y consejeros soviéticos, registrando también las sedes de los
sindicatos y las misiones soviéticas. Gracias a un ambiente revolucionario claramente
ascendente, se consiguió que los arrestados fuesen liberados. En este incidente se
mostró el papel que las diferentes clases de la sociedad china estaban destinadas a
jugar en la revolución. La clase obrera, como vanguardia, organizaría junto con el
campesinado las fuerzas combatientes más decididas de la revolución social. La
burguesía, arrastrando tras de sí a la pequeña burguesía y a pesar de su resentimiento
por la postración a la que la sometía la dominación imperialista, preferiría soportar los
grilletes de sus hermanos de clase extranjeros frente a la amenaza real del triunfo de
un Octubre chino.
La insurrección de Shangai
Shangai era una ciudad decisiva y, en su avance hacia este enclave estratégico, las
tropas lideradas por Chiang Kai-Shek habían encontrado dificultades en enero de 1927.
Los sindicatos intentaron realizar una insurrección armada con el objetivo de abrir las
puertas de la ciudad al Ejército Nacional Revolucionario. La tentativa fracasó, sin
embargo la represión no fue lo bastante fuerte como para postrar al movimiento obrero
de la ciudad. En la segunda quincena de febrero, los obreros volvieron a intentarlo. Esta
vez la huelga fue más masiva. Si el primer día fueron 150.000 los huelguistas, llegaron
a 360.000 el 22 de febrero, cuarto día de huelga. El siguiente paso fue la formación del
Comité Revolucionario provisional de los ciudadanos de Shangai, cuyas tareas serían el
gobierno de la ciudad y la organización de la insurrección armada. Este segundo intento
fue derrotado también, pero tampoco esta vez el fracaso significó el abandono de la
lucha. Los dirigentes comunistas Chu En-Lai, Chao Shinh Yen, Ku Shun Chang y Lo Yi
Ming, preparaban ya un nuevo asalto, para el que organizaron piquetes y dieron
instrucción militar a 2.000 militantes comunistas.
El espíritu de lucha de los obreros perecía incombustible, y cuando se organizó el
levantamiento alcanzaron la victoria. El 21 de marzo de 1927, los sindicatos de Shangai
convocaron una huelga en la que participaron 800.000 trabajadores, obligando el cierre
de todas las fábricas. La amplitud de la respuesta y las lecciones extraídas de los
anteriores fracasos, transformaron la huelga en una insurrección general, esta vez
sostenida por miles de milicianos armados. Bajo sus órdenes se tomó la comisaría de
policía y el arsenal, y se llenó de barricadas la ciudad. Se ocuparon edificios y servicios
públicos, se cortaron las comunicaciones ferroviarias y telefónicas. Se formaron seis
batallones de tropas revolucionarias y se proclamó el gobierno de los ciudadanos. La
noche del 22 de marzo de 1927, la mayor ciudad de China no sólo había sido liberada
por la insurrección de las masas obreras, sino que estaba en poder del PCCh, que se
encontraba al frente de 5.000 obreros armados que integraban las milicias obreras.
Esta incontestable victoria y la magnífica demostración de capacidad revolucionaria del
proletariado chino, constataban el papel dirigente que correspondía al movimiento
comunista en la revolución. Sin embargo el triunfo fue desperdiciado de forma
dramática y absurda en pocos días por los graves errores de la dirección.
Un día después de tomar el poder, el PCCh abrió las puertas de Shangai a Chiang Kai-
shek, quién recibió el tratamiento propio de un héroe revolucionario. Tal y como se
desarrollaron los acontecimientos en los días siguientes, es factible pensar que durante
el mismo desfile triunfal, sino antes, Chiang ya había diseñando el plan para aplastar a
las mismas masas obreras que habían hecho posible su entrada en la ciudad.
Recién llegado a Shangai, el 27 de marzo, Chiang, en coordinación con la burguesía
compradora, aterrorizada por el avance revolucionario de la clase obrera, puso en
marcha la maquinaria contrarrevolucionaria. Gracias al dinero recaudado entre la
burguesía china, pudo gastar decenas de miles de yuanes en contratar asesinos que se
hicieron pasar por obreros. Los infiltrados atacaron los piquetes de los trabajadores el
12 de abril, circunstancia aprovechada por Chiang que, con el pretexto de impedir
enfrentamientos entre los trabajadores, ordenó que los piquetes fueran desarmados.
Fue el primer paso del golpe de Estado.
Encolerizados por esta sucia maniobra, los obreros y estudiantes de Shangai se
declararon en huelga general. El 13 de abril, después de un gigantesco mitin de
protesta, 100.000 manifestantes se dirigieron al cuartel general del Ejército
Expedicionario del Norte, para exigir la libertad de los obreros detenidos y la devolución
de sus armas. Las tropas de Chiang Kai-shek abrieron fuego sobre los manifestantes,
asesinando a más de 100 e hiriendo a muchos más.
Inmediatamente después se aplicó la ley marcial y se disolvieron los sindicatos y las
organizaciones revolucionarias. El 18 de abril, Chiang proclamó un nuevo gobierno
nacional, que declaró su firme determinación anticomunista. Era evidente que el golpe
había contado con una cuidadosa preparación. Los hombres de la mafia, adiestrados
durante años como rompehuelgas, fueron lanzados contra los piquetes obreros y las
organizaciones sindicales. Miles de revolucionarios muertos sembraban las calles de
Shangai. Tan macabra tarea fue facilitada gracias a las listas que, un año antes, el
PCCh había entregado al Kuomintang en cumplimiento de los acuerdos de la IC con
Chiang. Este nuevo y contundente golpe fue profundamente acusado por el
movimiento.
Pocos días después, se celebró el V Congreso del PCCh, iniciado en Wuhan el 27 de
abril. Éste encontró un Partido numéricamente mucho más fuerte, contaba ya con
60.000 miembros. A pesar de ello, la gravedad de los errores cometidos había decidido
la suerte de la revolución. De hecho, los dirigentes comunistas no eran en absoluto
conscientes del peligro que los amenazaba. No tomaron ninguna medida defensiva en
previsión de posibles ataques de los líderes nacionalistas burgueses de Wuhan. Por el
contrario, se encontraban confiados porque se trataba de la supuesta "ala de
izquierdas" del Kuomintang, el sector "revolucionario" de la burguesía china, con
quienes compartían el gobierno. Este espejismo rápidamente se desvaneció. La
contrarrevolución, no respetó los límites de Shangai, llegando a Wuhan unas semanas
después del congreso. El 15 de julio, el Gobierno Nacional, dirigido por la burguesía
nacionalista, rompió formalmente las relaciones con los comunistas. Los ministros
comunistas fueron excluidos del gobierno, las organizaciones sindicales y campesinas
prohibidas, el PCCh ilegalizado y perseguido. El general nacionalista Wang Ching-wei,
siguiendo los pasos de Chiang Kai-shek en Shanghai, inició la carnicería en Wuhan,
desde la eliminación de las organizaciones populares hasta el asesinato en masa de
trabajadores y militantes comunistas.
Por su parte, el señor de guerra Fen Yu-hsiang, viejo conocido de Borodin, delegado
de la IC en China, colaboró activamente en la masacre. El antes amigo de la URSS no
dudó ni un solo instante en cambiar de amistades. Al fin y al cabo nunca se trató de
ideas, sino de cómo mantenerse en el poder. La ingente ayuda militar de la que Moscú
lo había provisto pocos meses antes, fue puesta al servicio de Chian Kai-shek para
asesinar y detener comunistas. Se calcula que la represión que siguió en los tres años
posteriores a la revolución de Shangai, se cobró la vida de un millón de revolucionarios.
En la lucha entre la revolución y la contrarrevolución en China, el papel del
imperialismo fue muy claro. Desde principios de abril, se situaron en la zona de Shangai
22.000 soldados y marinos británicos, estadounidenses, japoneses, franceses e italianos
con ocho naves de guerra británicas, trece estadounidenses y catorce japonesas. En el
resto de puertos chinos se llegaron a contabilizar otras 130 naves de guerra
extranjeras. Era algo más que una amenaza. La revancha imperialista por la toma de
Nankín a finales de marzo de 1927, costó la vida a 2.000 civiles de esta ciudad. Si bien
es cierto que la represión más cruenta y sistemática, la que garantizaría el
aplastamiento definitivo de la revolución, la llevaron a cabo fuerzas nativas, la
comunión de intereses contrarrevolucionarios entre Chiang y los representantes de las
potencias extranjeras, se consumó tras la masacre de Shangai.
Todos los representantes del imperialismo en China se comprometieron a apoyar un
régimen nacionalista anticomunista. Se hizo realidad la perspectiva que Trotsky había
trazado para la nefasta política de la IC: "Seguir la política de un PC dependiente de
entregarle obreros al Kuomintang es preparar el terreno para la instauración de una
dictadura fascista en China"41.
La dirección estalinista condujo con su política hacia una terrible derrota al
proletariado chino. Fue el primer acto de un drama que se repetiría posteriormente en
Alemania en 1933 y en la revolución española de 1936-1939.
Pero si la dirección del Partido es decisiva en la victoria, no lo es menos en la derrota.
Un buen mando militar no sólo está obligado al estudio concienzudo de las tácticas
ofensivas, también debe conocer el arte de replegarse en la derrota con el menor coste
posible para su ejército. Lenin se enfrentó en muchas ocasiones a la derrota y al
aislamiento, pero supo reagrupar sus fuerzas sacando todas las conclusiones
necesarias. Pero este método era un libro cerrado con siete llaves para los nuevos
burócratas que dirigían la Internacional Comunista.
La derrota de Shangai podría haber servido para extraer conclusiones, para estudiar y
corregir honestamente los errores. De haber sido así, hubiera sido posible una retirada
ordenada de las fuerzas, la ruptura inmediata con el Kuomintang, la prevención de
nuevos ataques por parte de la burguesía y sus bandas contrarrevolucionarias. Los
dirigentes de la IC podrían haber protegido a los militantes comunistas chinos,
preservar a los cuadros y dar el paso a la clandestinidad donde fuera necesario,
adaptando el Partido a las nuevas circunstancias creadas por el triunfo de la
contrarrevolución. Sin embargo, después del triunfo sangriento del golpe de Estado de
Chiang el 12 de abril de 1927, el octavo plenario del Comité Ejecutivo de la IC reunido a
finales de mayo de ese mismo año, siguió proclamando que era deber de los
comunistas chinos permanecer en el "Kuomintang de izquierda". Con este nombre, los
hombres de Stalin se referían al sector del Kuomintang que gobernaba en las zonas
donde aún no habían iniciado la represión. Este nuevo y fatal error quedaría al
descubierto sólo un mes y medio después, a mediados de julio, con la masacre de
Wuhan. Pero, desgraciadamente, este no sería tampoco el último de los errores de la IC
que los revolucionarios chinos pagarían con su sangre.
La revolución permanente
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
VI. Hacia la guerra campesina
Notas
47. León Trotsky, Manifiesto sobre China de la Oposición de Izquierda Internacional, en el libro La segunda revolución
china, página 78.
48. Muchos de estos datos proceden del artículo de Damien Durand titulado El nacimiento de la OPI en China, escrito en
1984 y disponible en Internet.
49. Fernando Claudín, página 655.
50. Trotsky, A la Oposición de Izquierdas china, 8 de enero de 1931, en La segunda revolución china, página 93.
51. León Trotsky, Carta a China, 28 de agosto de 1930. Archivo Internet CEIP.
52. León Trotsky, Carta a China, 1 de septiembre de 1930. Archivo Internet CEIP.
53. León Trotsky, A la Oposición de Izquierda china, 8 de enero de 1931, en La segunda revolución china, páginas 91 y
92.
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
Tal y como Lenin había explicado en su texto El imperialismo, fase superior del
capitalismo, a pesar de que en 1916 el mundo ya había sido repartido, ese hecho de
ningún modo garantizaría la paz y el equilibrio mundial. Más tarde o más temprano, se
desatarían luchas sangrientas por nuevos repartos.
Las ambiciones de un dominio militar directo sobre China por parte de Japón, no fueron
abandonadas tras el fracaso cosechado durante la Primera Guerra Mundial y a finales de
los años veinte el imperialismo nipón volvió a la carga con el llamado "plan Tanaka".
La maquinaria militar japonesa se había puesto en marcha en septiembre de 1931 para
establecer su dominio de Oriente. Entre 1927 y 1945 se desarrolló una durísima y
abierta pugna entre el imperialismo norteamericano y el japonés por el control de China,
lo que supuso una etapa de redoblado sufrimiento para las masas chinas. Los
monopolios japoneses ya no se conformaban con la mano de obra semiesclava de sus
hilanderías de Shangai o las minas de Manchuria, querían transformar China en una
fuente segura de materias primas y alimentos con los que para frente a unos planes
expansionistas condicionados por el déficit minero y alimenticio de su archipiélago.
Muchos notables chinos vieron en las "bayonetas japonesas" un buen instrumento para
reprimir a sus compatriotas pobres, convirtiéndose de hecho en colaboracionistas. Por su
parte, los sectores decisivos del Kuomintang estaban estrechamente vinculados a los
intereses estadounidenses. En cualquier caso, el conjunto de los explotadores chinos
seguían siendo títeres del imperialismo, la única diferencia era a qué potencia rendían
pleitesía.
La penetración militar japonesa se inició en Manchuria, territorio clave por su riqueza
minera y agrícola. Chiang, ocupado en sus campañas de exterminio comunista, ordenó a
su general en la zona, Chuan Hsue-liang, que se retirara. Haber iniciado una
confrontación con Japón hubiera significado no sólo abandonar la represión
anticomunista, sino iniciar una guerra de liberación nacional que hubiera puesto sobre la
mesa la necesidad de un frente único nacional. Los generales del Kuomintang, por regla
general, prefirieron siempre una rendición deshonrosa o un mal acuerdo ante los
japoneses, que combatir al lado de los comunistas. Temían que una resistencia
consecuente alentara una lucha de masas que desembocara, como antaño, en una lucha
revolucionaria contra la burguesía, los terratenientes y sus aliados imperialistas.
Chiang se limitó a pedir el amparo de la Sociedad de Naciones, que, como era de
prever, se limitó a una condena que careció de cualquier trascendencia práctica. Los
capitalistas estadounidenses, si bien oficialmente formaban parte de un país opuesto a la
invasión, no sufrieron ningún conflicto moral por lucrarse con la venta de sus mercancías
a los invasores. Japón constituyó un Estado títere en Manchuria, Manchukuo, al frente
del cual situó al último emperador de la dinastía manchú.
Un sector de la intelectualidad y el movimiento estudiantil se indignó con la abierta
traición del Kuomintang. El movimiento antiimperialista en las ciudades empezaba a
resurgir. Esta dinámica llevó, pasado un tiempo, al cuestionamiento de la represión
anticomunista. Los habitantes de las ciudades no entendían que las fuerzas militares
nacionales se utilizarán para aplastar a compatriotas mientras los invasores extranjeros
esclavizaban zonas cada vez más extensas del territorio chino. Este proceso fue
alimentado además con la resuelta oposición al invasor de las bases rojas de Mao. El
Kuomintang, atemorizado por este cuestionamiento, y con su máxima dirección
favorablemente impactada por los métodos represivos del fascismo alemán, respondió
con mano dura al movimiento estudiantil.
Mientras tanto, las tropas japonesas intentaban tomar el control de Shangai,
sometiendo la ciudad a un bombardeo salvaje. En estas circunstancias, algunos mandos
de la XIX división del Kuomintang destacada en la zona, intentaron hacer frente al
invasor, pero finalmente se impuso como prioritaria la represión anticomunista, y las
tropas fueron trasladadas a la zona de Fukien. Los japoneses accedieron así a una
cabeza de puente en el corazón de China. En una línea totalmente opuesta, tras el
ataque a Shangai el PCCh declaró la guerra a Japón en todas las zonas rojas.
La defensa de sus intereses de clase por encima de la salvaguarda de la soberanía
nacional que practicaba la burguesía china, se reflejó con toda crudeza en los acuerdos
firmados por el Kuomintang con las autoridades japonesas. Reconocieron la ocupación
de Manchuria y Jehol y desmilitarizaron parte del la zona de Hopeh, clave por estar
situada cerca de Pekín. Para Chiang y los notables de la China centro-meridional era una
prioridad indiscutible lanzar la quinta "campaña de aniquilamiento" contra el movimiento
comunista. Esta monstruosa política alimentaba la oposición al régimen chino. La XIX
división trasladada a Fukien para tareas de represión interna a costa de desproteger
Shangai, se declaró en rebeldía y, desobedeciendo las órdenes del estado mayor,
reanudó la resistencia antijaponesa en el otoño de 1933. Chiang no logró sofocar esta
rebelión hasta la primavera de 1934.
Los japoneses siguieron avanzando, imponiendo la firma de dos nuevos acuerdos de
rendición en 1935. El primero supuso la desmilitarización unilateral por parte de China
de toda la provincia de Hopeh y la provincia de Chahar y, el segundo, comprometió a las
autoridades chinas a sofocar cualquier movimiento antijaponés. A la vez hubo
numerosos contactos promocionados por diplomáticos alemanes y japoneses destinados
a conseguir un acuerdo antisoviético con el régimen de Nankín.
El golpe de Sian
Esta política de rendición sistemática ante el invasor, aumentaba día a día las simpatías
de sectores cada vez más amplios de la intelectualidad y el movimiento estudiantil hacia
los comunistas, si bien existían dos alas claramente diferenciadas. Una que aceptaba la
colaboración con los comunistas como un mal menor o un paso obligado para acabar con
las calamidades del régimen de Chiang y, otra, que estaba empezando a buscar una
referencia revolucionaria.
Uno de los más importantes representantes de este último sector fue el reconocido
artista Lu Hsun, traductor de Lunacharsky y Gorki, aunque nunca llegó a afiliarse al
PCCh. En la primavera de 1930 fundó con otros 50 escritores la Liga de Escritores de
Izquierda, a la que se unieron organizaciones culturales del arte, el cine y el teatro. El
programa de la Liga denunciaba tanto la opresión social interna como la explotación
imperialista. Chiang, consciente de que una parte de la intelectualidad empezaba a
reflejar en su producción cultural una crítica profunda de su régimen, endureció la
represión cultural. A partir de 1934 lanzó una campaña por el regreso al confucionismo,
es decir, la vuelta al conservadurismo moral y cultural de los nobles. Hubo también
raptos, torturas y asesinatos al mejor estilo fascista.
Entre octubre y noviembre de 1935 los japoneses habían conseguido establecer en
Jopei, cerca de Pekín, un régimen autónomo compuesto por grupos de notables
colaboracionistas . La respuesta del movimiento estudiantil no se hizo esperar: el 1 de
noviembre once asociaciones estudiantiles enviaron al congreso del Kuomintang un
manifiesto en defensa de la libertad civil y una política decidida de resistencia frente al
Japón. El 9 de diciembre hubo una manifestación en Pekín con varios millares de
estudiantes. La habitual respuesta represiva del régimen, consiguió el efecto contrario al
pretendido. La situación de aislamiento del PCCh en las ciudades, empezó a romperse a
través de la intervención entre los jóvenes estudiantes.
A pesar de todo, el régimen chino seguía insistiendo en la represión anticomunista,
hasta el punto de enviar tropas para impedir el paso de los guerrilleros cuando éstos se
dirigían a enfrentarse con los japoneses en la China septentrional y en Mongolia interior
en la primavera de 1936. La táctica de Chiang contaba con que el inevitable
enfrentamiento entre EEUU y Japón, permitiría, antes o después, liberar a China de la
ocupación japonesa, quedando, eso sí, bajo la tutela estadounidense. De esta forma se
libraría del invasor japonés sin necesidad de una amplia movilización social que podía
traer aparejada un ascenso revolucionario.
La situación se hacía cada día más insostenible, extendiendose la insatisfacción por
esta política entreguista a sectores del propio ejército. En octubre, cuando Chiang se
dirigía a Sian para convencer al general Chang Hsue-liang de la prioridad de la represión
interna frente a la lucha contra la ocupación, se produjo una rebelión. Dicho general con
el apoyo del señor de la guerra Yang Ju-cheng, era partidario de acabar con la represión
y establecer una alianza antiimperialista con la URSS. En la noche del 12 de diciembre,
se amotinaron las tropas, intentando arrestar a Chiang para juzgarlo por su traición a la
patria. Este consiguió huir descalzo y en pijama, pero rápidamente fue capturado. Los
dirigentes de las tropas en rebeldía, en colaboración con los militaristas locales,
exigieron un gobierno de coalición que incluyera al PCCh. La base de tropa reclamaba
además la ejecución de Chiang. Si bien no hay pruebas documentadas, varios dirigentes
comunistas afirman que en esos momentos llegó un mensaje urgente de Stalin a favor
de la liberación de Chiang y la formación del frente popular chino, amenazando en caso
contrario al PCCh con la ruptura de relaciones con la URSS. Lo cierto es que los
acontecimientos que se desarrollaron con posterioridad, dan credibilidad a dicha
afirmación.
A pesar de la postración en que Chiang se encontraba en ese momento, se abrieron
negociaciones con el PCCh, que se desarrollaron entre el 17 y el 24 de diciembre de
1936. En nombre del PCCh participaron Chou En-lai, Yeh Chien-ying y Po Ku.
Finalmente, Chiang fue liberado sin proceso ni condena, con el mero compromiso de
renunciar a la represión interna y emprender la resistencia contra el invasor japonés.
Distinta suerte corrió el general que encabezó la rebelión contra Chiang. Chang Hsue-
liang fue arrestado y el señor de la guerra Yang Ju-cheng condenado.
En el transcurso de las negociaciones para establecer un Frente Popular chino, el PCCh
realizó grandes concesiones a cambio de poco o más bien nada. No se creó ningún
organismo que pudiera recibir la consideración de gobierno de coalición y los presos
políticos liberados debieron comprometerse a renunciar a sus ideales. En pago, los
dirigentes comunistas se comprometieron a cambiar el nombre de República Soviética
que ostentaban las zonas rojas por el de Región Autónoma, y el de Ejército Rojo por el
de VIII ejército. Los comunistas también aceptaron el régimen del Kuomintang como
gobierno oficial de China y la colaboración militar con las tropas oficiales en la lucha
contra los japoneses. La política frentepopulista de Stalin se aplicaba a la perfección en
China. Mao, de haberlo deseado, contaba con la independencia necesaria para oponerse
a las directrices que llegaban de Moscú. Si no lo hizo fue porque su posición coincidía
plenamente con la política de colaboración de clases propuesta por Stalin a través de los
Frentes Populares.
El cambio de nombres no era más que el reflejo del profundo giro a la derecha que se
había producido entre los dirigentes comunistas chinos meses antes. En diciembre de
1935 se había celebrado en Wayaopao, localidad situada en la base de Shensí, una
reunión con los miembros del comité central presentes en la zona para discutir la táctica
del frente único contra la invasión japonesa. En dicha reunión, Mao hizo una encendida
defensa de la alianza con los sectores de la burguesía nacional que se oponían a la
invasión japonesa. Semejante coalición se basaría en la contención de la lucha de clases.
"La burguesía nacional presenta un problema complejo", afirmaba Mao, "Esta clase
participó en la revolución de 1924-1927, pero luego, aterrorizada por las llamas de la
revolución, se pasó a la pandilla de Chiang Kai-shek, enemigo del pueblo. La cuestión
reside en si hay posibilidad de que, en las circunstancias actuales, esta clase sufra un
cambio. Creemos que sí (…) Una de las principales características políticas y económicas
de un país semicolonial es la debilidad de su burguesía nacional. Precisamente por esa
causa, el imperialismo se atreve a abusar de ella, y esto determina uno de los rasgos de
la burguesía nacional: no le gusta el imperialismo"54. Mao repetía el viejo discurso
estalinista sobre la existencia de un sector de la burguesía nacional progresista. Con este
análisis, Mao obviaba todas las lecciones de la derrota de la revolución de 1925-27. No
obstante, no se trataba de una iniciativa personal de Mao o la política nacional del PCCh,
sino la aplicación en China del programa de la IC estalinizada para todos los países a
mediados de los años treinta: el frente popular. En esta ocasión además, el pacto con la
burguesía no se limitaba a los países atrasados sometidos al yugo imperialista, sino al
conjunto de Europa amenazada por el ascenso del fascismo. Semejante política causó
estragos no solamente China. También malogró el heroico levantamiento del
proletariado español contra el fascismo.
Inevitablemente, un pacto con la burguesía nacional china llevaba acompañado una
renuncia en el programa del Partido Comunista Chino. Puestos a elegir, Mao optó por
rebajar el programa. "Hay también un choque de intereses entre la clase obrera y la
burguesía nacional (…) En el período de la revolución democrático-burguesa, la república
popular no abolirá la propiedad privada que no sea imperialista o feudal y, en lugar de
confiscar las empresas industriales y comerciales de la burguesía nacional, estimulará su
desarrollo. Protegeremos a todo capitalista nacional que no respalde a los imperialistas
ni a los vendepatrias chinos. En la etapa de la revolución democrática, la lucha entre
trabajadores y capitalistas debe tener sus límites (…) Queda así claro que la república
popular representará los intereses de todas las capas del pueblo, que se oponen al
imperialismo y a las fuerzas feudales"55. El programa agrario también sufrió
modificaciones en aras de atenuar la lucha contra los terratenientes: "En cuanto al
Partido Comunista, ha estado siempre, en cada período, al lado de las grandes masas
populares contra el imperialismo y el feudalismo; sin embargo, en el presente período, el
de la resistencia antijaponesa, ha adoptado una política de moderación respecto al
Kuomintang y a las fuerzas feudales del país, porque el Kuomintang se ha manifestado a
favor de la resistencia al Japón"56.
Este nuevo giro era difícil de asumir por la militancia comunista. No se trataba sólo de
la experiencia de la segunda revolución china, ahogada en sangre por el Kuomintang,
sino de las cinco "campañas de aniquilamiento" que se habían sucedido desde entonces.
En los escritos de Mao quedaron reflejadas estas reticencias de la militancia: "¿Por qué
esos camaradas hacen una apreciación tan inadecuada? Porque, al examinar la actual
situación no parten de lo fundamental, sino de un cierto número de fenómenos parciales
y transitorios, el proceso de Suchou57, la represión de huelgas, el traslado al Este del
Ejército del Nordeste, la partida del general Yang Ju-cheng al extranjero, etc., y de este
modo forman un cuadro sombrío. Decimos que el Kuomintang ha comenzado a cambiar,
pero al mismo tiempo afirmamos que aún no ha efectuado un cambio completo. Es
inconcebible que la política reaccionaria seguida por el Kuomintang en los últimos diez
años pueda cambiar radicalmente sin nuevos esfuerzos, sin más y mayores esfuerzos de
nuestra parte y del pueblo. No pocas personas, que se proclaman hombres de ‘izquierda’
que solían condenar violentamente al Kuomintang y en los momentos del Incidente de
Sían abogaban por dar muerte a Chiang Kai-shek y por ‘forzar el paso de Tungkuan’, se
asombran de que, apenas establecida la paz, se produzcan acontecimientos como el
proceso de Suchou, y preguntan: ‘¿Por qué Chiang Kai-shek aún hace estas cosas?’ Esas
personas deben comprender que ni los comunistas, ni Chiang Kai-shek son seres
sobrenaturales, ni individuos aislados, sino miembros de un partido y elementos de una
clase"58.
Es difícil encontrar una forma más indecorosa y desleal de ocultar los crímenes del
Kuomintang y la burguesía "nacional" china, para justificar las nuevas órdenes de Moscú
a favor de la política frentepopulista.
En los aspectos esenciales, no existía ninguna diferencia entre el programa de Stalin y
el de Mao: "La transformación de la revolución se efectuará en el futuro. La revolución
democrática se transformará indefectiblemente en una revolución socialista. ¿Cuándo se
producirá esta transformación? Eso depende de la presencia de las condiciones
necesarias y puede requerir un tiempo bastante largo. (…)Es erróneo dudar de este
punto y querer que la transformación se efectúe dentro de poco, como lo hicieron en el
pasado algunos camaradas que sostenían que esta transformación comenzaría el mismo
día en que la revolución democrática empezase a triunfar en las provincias importantes.
Creían tal cosa porque no lograban ver qué tipo de país es China política y
económicamente, porque no comprendían que, en comparación con Rusia, China
encontrará más dificultades y necesitará más tiempo y esfuerzos para dar cima a su
revolución democrática en los terrenos político y económico"59.
La perspectiva del PCCh era una revolución democrático burguesa clásica. Mao
consideraba necesaria una etapa antes de desbancar del poder a la burguesía: un
régimen burgués que permitiera el desarrollo del capitalismo hasta alcanzar la madurez
necesaria para ser transformado. Ni más ni menos que la postura de los mencheviques
durante la revolución rusa de 1917, que fue combatida frontalmente por Lenin.
Mao, siguiendo la estela de sus homólogos de los Partidos Comunistas del resto del
mundo, se prodigó en inflamadas alabanzas a Stalin: "Este 21 de diciembre, el camarada
Stalin cumplirá sesenta años (…) Felicitar a Stalin significa apoyarlo, apoyar su causa, la
victoria del socialismo y el rumbo que él señala a la humanidad, significa apoyar a un
amigo querido. Pues hoy la gran mayoría de la humanidad está sufriendo y sólo puede
liberarse de sus sufrimientos siguiendo el rumbo señalado por Stalin y contando con su
ayuda (…) El amor y el respeto del pueblo chino por Stalin y su amistad hacia la Unión
Soviética son profundamente sinceros; toda tentativa de sembrar discordias, toda
mentira o calumnia serán en vano"60.
Por otra parte, no ocultaba una notoria hostilidad hacia Trotsky y la OPI: "Resulta
perfectamente evidente que, en la etapa actual, la revolución china sigue siendo, por su
naturaleza, una revolución democrático-burguesa, y no es una revolución proletaria
socialista. Sólo los contrarrevolucionarios trotskistas cometen el disparate de afirmar
que ya se ha consumado la revolución democrático-burguesa en China y que cualquier
revolución posterior no puede ser sino socialista. (…) La revolución agraria que se
desarrolla bajo nuestra dirección desde 1927 hasta hoy es también una revolución
democrático-burguesa, porque está dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no
contra el capitalismo. Nuestra revolución mantendrá este carácter por un tiempo
bastante largo"61.
La nueva fase de lucha contra el imperialismo japonés mostró de forma aún más
evidente las limitaciones del ejército del Kuomintang para ganar la guerra de liberación
nacional. La mayoría de sus altos mandos habían llegado a la cúpula militar por su furor
anticomunista y no por méritos militares. Los soldados, muchas veces reclutados a la
fuerza, estaban mal equipados, escasamente remunerados y pésimamente alimentados.
A ello hay que añadir que las tropas de los señores de la guerra carecían de la movilidad
geográfica necesaria para enfrentar al invasor, ya que los militaristas locales no estaban
dispuestos a trasladar a sus hombres fuera de sus provincias ante el temor de un
levantamiento campesino. De esta manera el avance japonés se volvía imparable.
Desde Pekín las tropas niponas dieron el salto a la zona controlada por los mongoles,
cayendo en agosto Kalga, la mayor ciudad de esta región. Estos fracasos fueron aún
más injustificables ante las masas a la luz de las primeras victorias comunistas.
El 25 de septiembre de 1937, en Shansí, las fuerzas dirigidas por líder maoísta Lin
Piao, ahora rebautizadas como VIII ejército, presentaron batalla. Una división japonesa
fue aplastada, quedando en manos de los vencedores una gran cantidad de valioso
armamento ligero. El material pesado que no podían transportar fue destruido.
Por encima incluso de su importancia militar, estas victorias tuvieron un enorme efecto
político: se había demostrado que era posible derrotar el "ejército imperial". Se acababa
de inaugurar una nueva etapa realmente gloriosa para las fuerzas armadas lideradas por
el PCCh, que se convertirían en un poderosa máquina de guerra capaz de derrotar a los
ejércitos de la reacción.
Frente a la pasividad de las democracias burguesas con sede en Washington y en
Londres, la URSS, en ese momento bajo la amenaza del pacto antisoviético firmado por
Alemania y Japón, envió cinco escuadrillas de aviones y créditos por valor de 250
millones de dólares que fueron depositados en manos del Kuomintang.
Los japoneses, si bien aumentaban considerablemente la extensión geográfica de su
ocupación, se enfrentaban a la hostilidad abierta de la población civil. Convencidos de la
imposibilidad de contar con la aceptación de los habitantes nativos, decidieron prevenir
cualquier intento de rebelión a través del terror, desarrollando una política de auténtico
exterminio contra la población. Tras la toma de Nankín asesinaron a 50.000 civiles.
Especialmente dolorosa fue otra técnica del horror aplicada con saña y de forma
sistemática en el conjunto del país: la violación de las mujeres chinas.
Sin embargo, los terribles sufrimientos padecidos por el pueblo chino durante la guerra
no fueron perpetrados exclusivamente por extranjeros. El carácter criminal de la
ineptitud de los mandos militares del Kuomintang, fue reconfirmado en la zona del valle
del río Amarillo. Incapaces de detener el avance del enemigo, los generales nacionalistas
volaron con dinamita los diques del río. Las aguas se derramaron violentamente sobre la
población civil, y si bien algunas divisiones japonesas fueron arrastradas, los efectos
devastadores los sufrieron millones de campesinos chinos. La catástrofe fue de tal
magnitud, que se cambió el curso de este gigantesco río, transformando la región de
Huai en un inmenso e inhabitable pantano.
Mientras, caían en manos del enemigo Kiukiang en julio, y varias ciudades de la
provincia de Jupé, incluyendo Wuhan, en octubre. A finales de 1938, las fuerzas niponas
ocupaban ya un millón y medio de kilómetros cuadrados de las más fértiles regiones
chinas —un tercio de todas las tierras cultivables—, habitadas por 170 millones de
personas.
A pesar de la renuncia a la lucha de clases, fruto del pacto con el Kuomintang, los
dirigentes maoístas tenían enormes dificultades para imponer la paz social.
Con el avance japonés, los campesinos comprobaban no sólo la incapacidad de la
burguesía y los terratenientes chinos para defender su patria, sino cómo sus nuevos
amos japoneses eran aún más despiadados. Esta situación propició que en cada vez más
aldeas se constituyeran organismos populares. Empezaban a sonar los primeros
compases de la tercera revolución china.
El PCCh, ante un nuevo escenario caracterizado por el surgimiento y propagación de
órganos de poder popular en el campo, intervino para calmar el desasosiego que la
actuación de las masas pobres causaba entre los sectores acomodados. Con este
objetivo impuso una composición frentepopulista a los gobiernos locales: un tercio para
los comunistas, un tercio para el resto de organizaciones (principalmente asociaciones
campesinas) y un tercio para los sectores ricos que colaboraban con la resistencia. En
aquellas zonas, que no fueron pocas, donde los representantes del viejo poder habían
huido o colaborado con el invasor, los campesinos se hacían con el control total de los
gobiernos locales. Pero en aquellas otras donde no se pudo demostrar participación en la
represión o colaboración, los dirigentes del PCCh insistían en la integración de los nobles
y campesinos ricos en los nuevos órganos de gobierno. A pesar de todo, el ansia de
liberación y resistencia del campesinado pobre permitió conquistar un territorio habitado
por casi cien millones de personas en la primavera de 1945.
Este ascenso revolucionario se expresó también en el frente militar. Si al término de la
Larga Marcha los efectivos de las fuerzas rojas eran de 30.000 hombres, a finales de
1937 el VIII Ejército sumaba el doble. Entre 1938 y 1939 estas cifras volvieron a
duplicarse. En 1940 el VIII Ejército contaba ya con 400.000 hombres, a los que había
que sumar otros 100.000 del recientemente fundado IV. Los oprimidos daban muestras
de una increíble heroicidad y creatividad. Un sistema defensivo, que más tarde sería
sistematizado y mejorado en Vietnam, fue la construcción de cuevas y trincheras a modo
de escondite para guerrilleros, población civil y animales domésticos. El empleo de gases
asfixiantes por parte de los japoneses, llevó a los guerrilleros a construir
compartimentos estancos dentro de las cuevas, que convertirían en trampas mortales
para los enemigos, ya que cuando penetraban en ellas eran ahogados a través de
inundaciones controladas. La expansión japonesa, que en sus primeros años fue
sumamente fácil, se convertía ahora en una empresa extremadamente difícil.
Las cosas no empeoraban sólo para los imperialistas japoneses, Chiang empezó a
alarmarse seriamente por el ascenso revolucionario en el campo. Nuevamente, los
intereses de clase se impusieron sobre la lucha por la soberanía nacional. En 1939 se
procedió a bloquear las bases guerrilleras.
Mao intentaba una y otra vez encontrar el "ala de izquierdas" de la burguesía, pero la
única discrepancia real dentro del Kuomintang se centraba en qué potencia imperialista
ganaría la Segunda Guerra Mundial y de qué nacionalidad debían ser los capitalistas con
los que había que pactar. De hecho, sectores del régimen gratamente impactados por el
avance del nazismo en Europa y que carecían de lazos económicos con las potencias
imperialistas "democráticas", empezaron a sopesar la posibilidad de un acuerdo con
Japón. Fue en este contexto, durante el otoño de 1940, cuando el Kuomintang ordenó a
Chu Teh, comandante en jefe del ejército guerrillero, transferir al norte del Yangtsé
todas las unidades del VIII y IV Ejército. Era obvio que Chiang quería debilitar la
revolución social que se estaba produciendo en zonas claves del país. A pesar de lo
evidentemente reaccionaria que era esta orden, la política frentepopulista se impuso con
consecuencias trágicas. El 4 de enero de 1941, mientras las fuerzas guerrilleras
avanzaban hacia el norte, los comandantes y cuadros del IV ejército fueron sorprendidos
por el ataque a traición de 80.000 hombres del Kuomintang respaldados por maniobras
de apoyo japonesas. Después de una semana de encarnizada resistencia, sólo mil
guerrilleros sobrevivieron. Fueron capturados y enviados a un campo de concentración
que nada tenía que envidiar a los campos de exterminio nazis. A principios de 1942, los
hombres del VIII ejército habían pasado de 400.000 a 300.000, y la población de las
zonas liberadas se redujo a la mitad.
Notas
54. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, discurso del 27 de diciembre de
1935, Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
55. Ibíd.
56. Mao Tse-tung, Sobre la contradicción, agosto de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968,
publicado en MIA.
57. En noviembre de 1936, el gobierno del Kuomintang arrestó en Shangai a siete dirigentes del Movimiento
por la resistencia al Japón y la salvación nacional, entre los que se encontraba Shen Chin-yu. En abril de
1937, la Alta Corte del Kuomintang en Suchou los sometió a proceso, inculpándolos de “atentado contra la
República”, acusación arbitraria que utilizaban habitualmente las autoridades reaccionarias del
Kuomintang contra todo movimiento patriótico.
58. Mao Tse-tung, Luchemos por incorporar a millones de integrantes al frente único nacional antijaponés, 7 de
mayo de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
59. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés.
60. Mao Tse-tung, Stalin, amigo del pueblo chino, 20 de diciembre de 1939, Ediciones en Lenguas Extranjeras
de Pekín, 1968, publicado en MIA.
61. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, 27 de diciembre de 1935,
Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
62. León Trotsky, Sobre la guerra chino-japonesa, 23 de septiembre de 1937, en La segunda revolución china,
página 167.
63. León Trotsky, China y el pacifismo, 16 de octubre de 1937, en La segunda revolución china, página 172.
64. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china, página
36.
65. Citado en el artículo de Pierre Broue Chen Tu-hsiu y la Cuarta Internacional, septiembre de 1983.
66. K. S. Karol, La segunda revolución china, Seix Barral, Barcelona 1977, página 132.
67. Mao Tse-tung, Discurso ante la asamblea de representantes de Shensi-Kansu- Ningsia, 21 de noviembre de
1941. Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
El capitalismo en la encrucijada
Trotsky había trazado, antes de su muerte, una perspectiva posible en caso de que
los Ejércitos Rojos campesinos surgieran victoriosos de la guerra civil contra Chiang
Kai-Shek. Pronosticó que la cúpula del PCCh traicionaría a su base campesina y, ante la
pasividad del proletariado en las ciudades, se fusionaría con la burguesía llevando a
cabo un proceso de desarrollo capitalista clásico. Pero esto no ocurrió porque China no
tenía salida bajo el capitalismo78.
Por la peculiar correlación de fuerzas surgida tras la Segunda Guerra Mundial, el
imperialismo fue incapaz de intervenir con éxito contra la revolución. Basado en el
corrupto régimen de Chiang, que después de décadas en el poder no había sido capaz
de resolver ni una sola de las tareas de la revolución democrático burguesa, ni siquiera
la unificación de China, el capitalismo chino no ofrecía ninguna solución a los problemas
endémicos de las masas.
La revolución de 1949, como hemos descrito anteriormente, no se desarrolló en las
líneas clásicas de una revolución proletaria como en octubre de 1917 en Rusia o en la
propia China en 1925-27. Empezó donde la revolución rusa terminó, es decir, dando
lugar a un Estado burocrático de Partido único. Apoyado en un ejército campesino, la
base clásica del bonapartismo, Mao maniobró entre las clases para construir un
régimen a imagen y semejanza del de Stalin.
Como consecuencia de la política de los dirigentes estalinistas chinos, que
abandonaron la perspectiva de la revolución proletaria y del internacionalismo, fue otra
clase, el campesinado, la que llevó a cabo las tareas históricas de aquella. Esta
particularidad, determinaría las características del nuevo régimen. Ted Grant explicó
con claridad las claves de este proceso: "Paradójicamente, este movimiento campesino
es una ramificación del fracaso de la revolución de 1925-27. Con la derrota del
proletariado, los estalinistas chinos transfirieron su base de la clase obrera al
campesinado. Se alejaron de las ciudades y encabezaron una guerra campesina.
"Toda su base social y la psicología de su dirección, que llevaba en las montañas y en
las zonas rurales más de veinte años, les desvinculó del proletariado y de su
perspectiva. Las posiciones de este grupo estaban necesariamente determinadas por
sus condiciones de vida. El núcleo original que formaba la dirección de este
movimiento, estaba compuesto por una proporción de ex obreros, ex campesinos,
aventureros e intelectuales. En ese sentido, era un agrupamiento bonapartista clásico
que después se fusionó en un ejército".
El proletariado, que fue clave en la revolución de 1925-27, en esta ocasión jugo un
papel muy limitado apoyando la acción de los ejércitos campesinos pero sin tomar la
iniciativa en ningún momento. La posición de Mao al respecto era clara: no alentar la
actividad revolucionaria independiente de los trabajadores de las ciudades. Ted Grant
comenta: "Incluso en el amanecer de la guerra campesina, en un momento en que los
estalinistas seguían un rumbo ultraizquierdista y los vínculos con las ciudades todavía
no se habían roto completamente, la inevitable psicología de un ejército bonapartista
se estaba extendiendo por todo el ambiente. La Comintern, que por entonces aún no
estaba totalmente degenerada, veía este proceso con un cierto recelo. Por esa época,
por ejemplo, se formaron "sindicatos" en los llamados distritos "soviéticos" [las bases
rojas]. [Harold] Isaacs, en su [libro] La tragedia de la Revolución China escribió lo
siguiente: ‘Pero el carácter de estos sindicatos, cualquiera que sea su número, era tan
dudoso que incluso el centro sindical del partido en Shangai tenía queja. En su informe
de 1931 hablaba de la presencia de comerciantes y campesinos ricos en los sindicatos.
Al año siguiente, dirigió una carta demoledora a los funcionarios del sindicato de
Kiangsi en la que les acusaban de admitir a campesinos, sacerdotes, comerciantes,
capataces, campesinos ricos y terratenientes, mientras por otro lado, sectores
considerables de trabajadores agrícolas, coolies (nombre que se en da en los países
asiáticos a los sirvientes nativos), empleados y artesanos eran excluidos de la
militancia con distintos pretextos. Los compañeros del partido responsables de este
trabajo eran acusados de ser desdeñosos e insolentes con los trabajadores. La carta
describía a los sindicatos como antiproletarios, que representan los intereses de los
terratenientes, campesinos ricos y empresarios"79.
Cuando posteriormente las direcciones de la IC y del PCCh giraron hacia los frentes
populares, la posición del proletariado en las ciudades quedó aún más desguarnecida.
La subordinación a la burguesía nacionalista, y el recelo por parte del partido a realizar
una actividad en las ciudades industriales que pudiera romper los acuerdos con sus
aliados burgueses, hizo todavía más difícil a los trabajadores poder desplegar una
acción independiente.
Sin embargo, la madurez de las condiciones objetivas de la sociedad china para la
revolución necesitaba expresarse a pesar de la inmadurez del factor subjetivo. La
revolución no podía esperar, y la ausencia de dirección por parte de la clase obrera le
daría un aspecto inédito, distorsionado, pero no la detendría.
En la forma que adoptó el triunfo revolucionario incidieron otros factores no menos
importantes. Por un lado, el aplazamiento de la revolución en los países capitalistas
desarrollados, impidiendo el auxilio que un proletariado victorioso en Europa podría
proporcionar a las masas chinas. Por otro, la existencia de la URSS, que a pesar de su
degeneración burocrática constituía un poderoso ejemplo de las enormes posibilidades
que representaba la planificación económica tras la abolición del capitalismo.
A pesar de la resistencia de Stalin al avance de la revolución socialista en China, las
conquistas sociales de la URSS alimentaban el espíritu revolucionario de las masas
chinas y del resto de los países coloniales. Y no sólo eso. Si bien es cierto que el
campesinado chino llevó la revolución a la victoria, no lo es menos que lo hizo
impregnado de los símbolos y ejemplos del Octubre soviético. Fueron las órdenes de
dirigentes que se declaraban comunistas las que obedeció. Hasta principio de 1937, la
lucha armada del campesinado se libró bajo el nombre del Ejército Rojo, las zonas bajo
su control se denominaron bases rojas y, en ellas, se aplicó el reparto de la tierra por
un gobierno popular integrado por los dirigentes que aparecían identificados con el
poder soviético.
Respecto a la política militar, es cierto que la lucha guerrillera, llena de gestas
heroicas, cosechó un gran éxito durante el período de resistencia frente a los ataques
del Kuomintang. Pero la victoria en las batallas decisivas para la transformación del
conjunto del país y la toma del poder, se obtuvieron a través de la movilización de
ejércitos de masas. En la batalla de Xuzhou en diciembre de 1948, conducida por el
genio militar de Chu Teh, participaron cientos de miles de soldados del EPL. En el punto
álgido de la guerra civil el Ejército de Liberación Popular sumó alrededor de dos
millones de hombres.
La incontestable fortaleza del ejército de Mao frente a las tropas del Kuomintang, no
surgía de la táctica de la guerra de guerrillas, sino de las nuevas relaciones de
propiedad de la tierra que se constituyeron en las zonas bajo control del PCCh. La
entrega de la tierra a los campesinos pobres jugó un papel fundamental, elevando la
moral del ejército campesino hasta hacerla inquebrantable y atrayendo a las tropas de
Chiang a las filas de la revolución. Fue el carácter revolucionario de la guerra
campesina el motor decisivo para el triunfo final.
La victoria de 1949 transformó China, levantó al pueblo chino de su postración
ancestral, permitió la modernización de la economía y una de las más profundas y
extensas reformas agrarias de la historia. Sin embargo, el papel asignado al
proletariado en la construcción del socialismo no podía ser reemplazado. El
campesinado pudo sustituir a la clase obrera en la tarea de ejecutar la reforma agraria,
expulsar a los imperialistas y expropiar a los capitalistas. Pero estas tareas no
suponían, por si solas, la construcción del socialismo, sino parte de sus premisas
económicas.
El desarrollo socialista pleno de China necesitaba de la extensión internacional de la
revolución y la participación consciente y democrática del proletariado en la gestión y
control de la economía, la política y el Estado. Marx y Lenin explicaron que los
trabajadores necesitan un Estado para vencer la resistencia de las clases explotadoras
y organizar la producción sobre bases democráticas, bajo el control y la administración
del conjunto de la clase obrera. Es decir, los trabajadores reemplazarían la vieja
maquinaria del Estado burgués por un semiestado, una estructura muy simple dirigida
a su propia desaparición, que empezaría a disolverse desde el principio. Un Estado de
este tipo fue la Comuna de París y el Estado Obrero Soviético que siguió a la revolución
de octubre. En China no se estableció, en ningún caso, un Estado obrero sano basado
en las condiciones que Lenin defendió para la democracia obrera:
1) Elección directa y revocabilidad de todos los representantes públicos de los
trabajadores y campesinos.
2) Ningún funcionario público percibirá un salario superior al de un obrero cualificado.
3) Ningún ejército permanente, sino el pueblo en armas.
4) Gradualmente, todos los trabajos de administración del Estado se realizarán de
forma rotativa por parte de toda la población. Cuando todo el mundo es un "burócrata"
por turnos, nadie es un burócrata.
Si la democracia obrera no existía en el control de la actividad económica y del
Estado, que era dirigido con mano de hierro por los máximos dirigentes del PCCh,
mucho menos en lo que respecta a la vida interna del Partido. Llama la atención la
similitud con los métodos del PCUS tras la consolidación de la casta burocrática. Si
entre 1921 y 1928 se celebraron los seis primeros congresos del PCCh, el VII se realizó
en 1945, el VIII en 1956, el IX en 1969 y el X en 1973. Cuando al propio Partido se le
dificultaba la posibilidad de debatir y decidir, las posibilidades para las grandes masas
de la población eran mucho más escasas.
El socialismo tiene derecho a existir en la medida en que es un sistema superior al
capitalismo y, por ello, su fortaleza se debe demostrar fundamentalmente en el
desarrollo de las fuerzas productivas, en su mayor productividad frente al capitalismo.
A largo plazo, ganar la batalla es imposible sin que los obreros, los nuevos
protagonistas tras el derrocamiento de la burguesía, tomen las riendas de la economía
y la controlen democráticamente a través de sus órganos de poder. "La fuerza del
proletariado en no importa que país capitalista es infinitamente más grande que la
proporción del proletariado con respecto a la población total. Esto es así porque el
proletariado domina económicamente el centro y los nervios de todo el sistema de la
economía capitalista (…)"80. En el caso de una economía socialista, la posición de los
trabajadores en la gestión y el impulso productivo es aún más decisiva.
El papel que el proletariado chino jugó en la revolución de 1949 fue muy limitado. Los
golpes sufridos tras la derrota de 1927 combinados con la política frentepopulista del
PCCh, lo mantuvieron desorientado y pasivo, si bien es cierto que participó en huelgas
y recibió a los ejércitos rojos campesinos con entusiasmo. Pero una vez tomado el
poder era necesario, indispensable, incorporar a los obreros a la gestión de la industria,
al gobierno y la planificación de la economía. Sin embargo, el nuevo gobierno maoísta
surgido de la victoria frente al Kuomintang, que llevó a cabo transformaciones
enormemente progresistas desde el punto de vista económico, nunca se basó en la
participación consciente del proletariado.
Tras los primeros años de crecimiento económico explosivo, la dirección maoísta se
vio en la necesidad de desarrollar aún más las fuerzas productivas. Pero el progreso y
la industrialización no dependían de la voluntad subjetiva de los dirigentes chinos, no
se podía decretar. El desarrollo industrial de China estaba condicionado
fundamentalmente por la inversión y la tecnología disponibles, así como por la
formación y participación activa del proletariado. Las aventuras de 1958 y 1966,
conocidas como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, tuvieron efectos
catastróficos: hasta un 15% de caída de la producción industrial entre 1967 y 1968. Se
calcula que debido a la escasez alimenticia murieron más de 15 millones de personas
de hambre entre 1958 y 1962.
Tras la muerte de Mao, los dirigentes del PCCh dieron un giro de 180 grados pasando
de la autarquía a la introducción de reformas de corte capitalista. Progresivamente la
política de reformas ha permitido el reestablecimiento de las relaciones capitalistas en
la parte del león de la economía china.
Pero la historia no ha terminado, incluso hoy, cuando la propiedad privada renace en
China de mano de la restauración capitalista, nadie puede hurtar al pueblo chino su
orgulloso pasado revolucionario. Si la contrarrevolución ha triunfado en la China del
siglo XXI, ni los obreros ni los campesinos han tenido responsabilidad alguna. La
paternidad de este vuelta a la reacción recae sobre la política de los dirigentes
estalinistas que, apoyados en la teoría del socialismo en un solo país y en la ausencia
de una democracia obrera real, abrieron las puertas de la Gran Muralla al gran capital.
En cualquier caso, ni los máximos dirigentes del PCCh, transformados hoy en
multimillonarios hombres de negocios, ni los capitalistas extranjeros, deberían dormir
tranquilos. China concentra en la actualidad al proletariado más numeroso del planeta,
y, estos mismos obreros, antes o después, se reencontrarán con las arraigadas e
inconmensurables tradiciones revolucionarias que forman parte inseparable de la
historia del pueblo chino.
Notas
68. Mao Tse-tung, Circular del CC del PCCh sobre las negociaciones de paz con el Kuomintang, 21 de agosto de
1945, Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
69. Mao Tse-tung, Sobre las negociaciones de Chungching , 17 de octubre de 1945, Ediciones en lenguas
extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
70. Lenin, El programa militar de la revolución proletaria, escrito en septiembre de 1916. Publicado en MIA.
71. Ted Grant La revolución china (1949), incluido en el volumen I de sus Obras completas, Fundación Federico
Engels, Madrid 2007.
72. Mao Tse-tung, Corregir los errores de “izquierda” en la propaganda de la reforma agraria, 11 de febrero de
1948. Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
73. Liu-Shao-Chi, fundador del PCCh en 1921, participó en la Larga Marcha y fue nombrado presidente de la
República Popular China en 1959.
74. Liu-Shao-Chi, Discurso pronunciado el 14 de junio de 1950 al Comité Nacional del Consejo Consultivo Político
sobre la ley de reforma agraria adoptada finalmente el 28/6/50. MIA.
75. Mao Tse-tung, Sobre la política concerniente a la industria y el comercio, 27 de febrero de 1948. Lenguas
Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
76. K. S. Karol, La segunda revolución china, Seix Barral, Barcelona 1977, página 48.
77. Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista, página 506.
78. Ted Grant, La revolución colonial y la división chino-soviética, escrito en agosto de 1964, Escritos de Ted
Grant nº 3, Fundación Federico Engels, Madrid 2003.
79. Ted Grant, Obras Completas, Volumen 1.
80. Cita de Lenin recogida por Trotsky en La Internacional Comunista después de Lenin, escrito en 1928, Akal
Editor, Madrid 1977, página 276.
La Revolución China1
León Trotsky
En primer lugar, el simple hecho de que el autor de este libro pertenezca a la escuela
del materialismo histórico no es suficiente para ganar nuestra aprobación para su
trabajo. Dada la situación imperante, la etiqueta marxista nos predispone a la
desconfianza, antes que a la aceptación. Estrechamente ligado a la degeneración del
Estado soviético, en los últimos quince años este marxismo ha sufrido una decadencia y
degradación sin precedentes. De instrumento de análisis y crítica, se ha transformado en
instrumento para el panegírico barato. En lugar de analizar hechos, se ocupa de
seleccionar sofismas en interés de sus clientes encumbrados2.
En la Revolución China de 1925-1927 la Internacional Comunista desempeñó un papel
importantísimo, que este libro describe en forma acabada. Sin embargo, buscaríamos en
vano en la biblioteca de la Internacional Comunista un solo libro que hiciera una pintura
global de la Revolución China. En su lugar, encontramos decenas de trabajos
"coyunturales" que reflejan dócilmente cada zigzag de la política de la Internacional
Comunista o, más correctamente, de la diplomacia soviética en China, y subordinan a
cada viraje tanto los hechos como la metodología general. En contraste con esta
literatura, que no puede provocar sino repugnancia mental, el libro de Isaacs es una
obra científica del principio al fin. Se basa en el estudio concienzudo de un sinnúmero de
fuentes originales y material suplementario. Isaacs trabajó durante más de tres años en
este libro. Debe agregarse que pasó más de cinco años en China como periodista y
observador de la vida en ese país.
El autor del libro enfoca el tema de la revolución como revolucionario, y no ve motivo
alguno para ocultarlo. A los ojos de un filisteo el punto de vista revolucionario equivale a
la ausencia de objetividad científica. Nosotros pensamos exactamente lo contrario: sólo
un revolucionario —siempre y cuando, desde luego, esté equipado con un método
científico— es capaz de mostrar la dinámica objetiva de la revolución. La aprehensión del
pensamiento en general no es un acto contemplativo, sino una actividad. La voluntad es
indispensable para penetrar en los secretos de la naturaleza y la sociedad. Así como un
cirujano, de cuyo bisturí depende una vida humana, distingue con todo cuidado los
distintos tejidos de un órgano, un revolucionario que encare seriamente su tarea debe
analizar con toda conciencia la estructura de la sociedad, sus funciones y reflejos.
Para comprender la actual guerra entre China y Japón, es necesario partir de la
Segunda Revolución China. En ambos casos encontramos no sólo las mismas fuerzas
sociales sino, frecuentemente, los mismos personajes. Baste decir que Chiang Kai-shek
es el personaje central del libro. En el momento de escribir estas líneas es difícil predecir
cómo y de qué manera terminará la guerra chino-japonesa. Pero el resultado de este
conflicto del Lejano Oriente tendrá, en el mejor de los casos, un carácter provisorio. La
guerra mundial que se acerca con ímpetu incontenible replanteará el problema chino
junto con los demás problemas de la dominación colonial. Porque ésa será la tarea de la
Segunda Guerra Mundial: dividir nuevamente el planeta según las nuevas relaciones
entre las potencias imperialistas. La arena principal de la lucha no será, desde luego, esa
bañera liliputiense que se llama Mar Mediterráneo, ni siquiera el Océano Atlántico, sino
la cuenca del Pacífico. El objeto más importante de la pugna será China, donde vive la
cuarta parte de la raza humana. El destino de la Unión Soviética —la otra gran pieza en
juego— también quedará decidido hasta cierto punto en el Lejano Oriente. Al prepararse
para este choque de titanes, Tokio está tratando de asegurarse el campo de pruebas
más grande que pueda conseguir en el continente asiático. Gran Bretaña y Estados
Unidos tampoco pierden su tiempo. Puede predecirse con certeza, empero —y los que
rigen los destinos del mundo lo reconocen— que la guerra mundial no dirá la última
palabra: vendrá después una nueva serie de revoluciones que replanteará no sólo las
decisiones de la guerra, sino también las condiciones de propiedad que dan lugar a la
guerra.
La historia no es pacifista
Hay que confesar que esta perspectiva dista de ser idílica, pero Clío, la musa de la
historia, no pertenece a la Sociedad de Damas por la Paz. La vieja generación que pasó
por la guerra de 1914-1918 no cumplió una sola de sus tareas. Le deja en herencia a la
nueva generación el fardo de las guerras y revoluciones. Estos acontecimientos tan
importantes y trágicos para la historia de la humanidad, frecuentemente marcharon
juntos. Conformarán, sin duda, el telón de fondo de las décadas futuras. Sólo queda
esperar que la nueva generación, que no puede desligarse arbitrariamente de las
condiciones heredadas, ya haya aprendido, por lo menos, a comprender mejor las leyes
de su época. Para conocer la Revolución China de 1925-1927 no encontrará guía mejor
que este libro.
A pesar de la indudable grandeza del genio anglosajón, es imposible no comprender
que donde menos se entienden las leyes de la revolución es precisamente en esos
países. La explicación está por un lado en que la aparición de la revolución en dichos
países ocurrió en un pasado distante, y suscita entre los "sociólogos" oficiales una
sonrisa condescendiente, como si se tratara de una broma infantil. Por otro lado el
pragmatismo, tan característico del pensamiento anglosajón, es lo menos indicado para
comprender las crisis revolucionarias.
La Revolución Inglesa del siglo XVII, al igual que la Revolución Francesa del XVIII, se
dio la tarea de "racionalizar" la estructura de la sociedad, es decir, limpiarla de
estalactitas y estalagmitas feudales y someterla a las leyes del libre cambio, que en esa
época parecían las leyes del "sentido común". Al actuar de esa manera, la revolución
puritana se vistió de ropaje bíblico, revelando una incapacidad infantil de comprender su
propio significado. La Revolución Francesa, que ejerció considerable influencia sobre el
pensamiento progresista en Estados Unidos, se guió por las fórmulas del racionalismo
puro. El sentido común, que se teme a sí mismo y recurre a la máscara de los profetas
bíblicos, o el sentido común secularizado, que considera a la sociedad producto de un
"contrato" racional, siguen siendo hasta el día de hoy las formas fundamentales del
pensamiento filosófico y sociológico anglosajón.
Sin embargo, la verdadera sociedad histórica no ha sido construida, como dice
Rousseau, sobre un "contrato" racional ni, al decir de Bentham, sobre el principio del
"sumo bien", sino que se ha desarrollado "irracionalmente", sobre la base de
contradicciones y antagonismos. Para que la revolución sea inevitable las contradicciones
de clase deben forzarse hasta el punto máxima tensión. Es precisamente la necesidad
históricamente ineluctable de conflicto, que no depende de la buena ni mala voluntad
sino de las relaciones objetivas entre las clases, lo que hace de la revolución,
conjuntamente con la guerra, la expresión más dramática de la base "irracional" del
proceso histórico.
"Irracional", empero, no significa arbitrario. Por el contrario, en la preparación
molecular de la revolución, en su ascenso y decadencia, está alojada una profunda
legitimidad interna, que puede ser aprehendida y, en gran medida, prevista. Más de una
vez se ha dicho que las revoluciones poseen una lógica propia. Pero no es la lógica de
Aristóteles, menos aún la semilógica pragmática del "sentido común". Es la función más
elevada del pensamiento: la lógica del desarrollo y sus contradicciones, es decir, la
dialéctica.
La obstinación del pragmatismo anglosajón y su hostilidad hacia el pensamiento
dialéctico tiene causas materiales. Así como un poeta no puede llegar a la dialéctica a
través de los libros, sin experiencia personal, una sociedad opulenta, desacostumbrada a
las convulsiones y habituada al "progreso" ininterrumpido es incapaz de comprender la
dialéctica de su propio desarrollo. Pero es obvio que este privilegio del mundo
anglosajón forma parte del pasado. La historia se prepara a darle a Gran Bretaña y
Estados Unidos una gran lección de dialéctica.
Notas
1. Este texto, uno de los últimos de Trotsky sobre la revolución colonial y el último acerca de China, fue escrito
como prólogo al libro The Tragedy of the Chinese Revolution, del periodista norteamericano Harold Isaacs
(1910-1986), quien residió durante varios años en China. La primera edición del libro apareció en 1938. Luego
Isaacs rompió con el marxismo y las ediciones posteriores de su libro aparecieron sin este prólogo. En 1935 fue
corresponsal de New Militant en París bajo el seudónimo de H. F. Roberts. Tomado de la versión publicada en La
segunda revolución china (notas y escritos de 1919 a 1938), León Trotsky, Editorial Pluma, Colombia, 1976, p.
183.
2. Cuando Trotsky se refiere en este párrafo al marxismo, hace referencia obviamente a la tergiversación que
sufrió a manos del estalinismo.
La larga marcha hacia el capitalismo
en China
Corriente Marxista Internacional
Introducción
Después de la revolución rusa de 1917, la revolución china de 1949 fue el
acontecimiento más importante del siglo XX. Llevó a la expropiación de los
terratenientes y a la abolición del capitalismo, acabando con el dominio imperialista en
una extensa zona del globo.
Sin embargo, mientras la revolución rusa culminó en la formación de un Estado
obrero relativamente sano, establecido por la clase obrera bajo la dirección del Partido
Bolchevique —un partido revolucionario con una perspectiva internacionalista—, la
revolución china de 1949 dio lugar a un Estado obrero deformado, siguiendo el modelo
estalinista.
Las condiciones más elementales de la democracia obrera estaban ausentes en China
desde el principio. No hubo sóviets, ni control obrero, ni verdaderos sindicatos
independientes del Estado, ni una auténtica dirección marxista. Este fue el producto
peculiar de una revolución llevada a cabo bajo la dirección de los estalinistas al frente
de un ejército campesino que en ningún caso se basó en la clase obrera de las
ciudades.
Históricamente el ejército campesino ha sido el instrumento clásico del dominio
bonapartista. Mao, basándose en este ejército campesino, maniobró entre las clases de
una manera bonapartista, utilizando el Ejército Rojo como un ariete, primero contra los
terratenientes y más tarde contra los capitalistas.
La victoria de la revolución china fue posible debido a una serie de condiciones
objetivas peculiares. En primer lugar, por la incapacidad del imperialismo
estadounidense para frenar el avance del ejército campesino. En segundo, por que el
capitalismo chino fue incapaz de hacer progresar la sociedad como demostró el régimen
burgués totalmente degenerado de Chiang Kai Shek. Por último, otro factor importante
en la ecuación fue la existencia de un poderoso Estado obrero deformado estalinista en
Rusia, al otro lado de las fronteras chinas.
Mao Tse-Tung y los estalinistas formaron en China un Estado a imagen de la Rusia
estalinista —una caricatura burocrática monstruosa de un Estado obrero—, de tal
manera que la revolución china de 1949 comenzó donde acabó la revolución rusa.
Tenemos que recordar que la revolución abolió el capitalismo en China a pesar de las
perspectivas de la dirección del Partido Comunista Chino. La previsión original de Mao
era que China debería atravesar por una larga etapa de desarrollo capitalista. Su
programa y perspectiva se fundamentaban en la teoría estalinista de las dos etapas,
que partía de que en un país atrasado y subdesarrollado como China no era posible una
revolución. Por tanto, la primera etapa de la revolución debería ser "democrática", es
decir, burguesa y sólo después de que se hubiera desarrollado el capitalismo sería
posible la lucha por el socialismo. Esta teoría fue refutada por los propios hechos una
vez que los comunistas chinos llegaron al poder.
En las etapas iniciales Mao formó un "Frente Popular" con una serie de partidos
burgueses. Esto hizo que algunos pensaran que Mao "traicionaría" la revolución, como
había hecho el Partido Comunista en España y otros países donde el Frente Popular fue
utilizado para frenar el movimiento de la clase obrera. Sin embargo, en 1949 existía
una diferencia fundamental en China. El poder estatal estaba en manos de Mao, los
"cuerpos de hombres armados" no estaban controlados por la burguesía. La burguesía
huyó junto con Chiang Kai Shek a Taiwán. No había una burguesía efectiva con la que
formar una alianza real.
En estas condiciones, el Frente Popular se convirtió en un instrumento con el que
frenar a los trabajadores en las ciudades, para que no fuesen más allá de los límites
impuestos por el régimen estalinista. Pero como no existía ninguna "burguesía
progresista" con la que se pudiera construir una China capitalista "democrática" para
dirigir eficazmente la economía y el país, y como el verdadero poder estatal estaba en
manos del Ejército Rojo, los estalinistas chinos tuvieron que hacerse cargo de los altos
puestos de dirección de la economía. Este desarrollo singular fue, en cierto sentido, una
confirmación distorsionada de la teoría de la revolución permanente.
A pesar de que la revolución china no adoptó la forma de una revolución proletaria,
los marxistas revolucionarios apoyamos firmemente la supresión de las relaciones de
producción capitalistas y las reminiscencias feudales, evidentes todavía en el campo,
que sirvieron para establecer las bases para un desarrollo de la economía que de otra
manera habría sido imposible. No obstante, los marxistas explicamos que aunque el
Partido Comunista y la burocracia estatal serían capaces de jugar un papel
relativamente progresista en el desarrollo de China, las deformaciones burocráticas
existentes desde el comienzo requerirían que las masas llevasen a cabo una segunda
revolución política para avanzar hacia el verdadero socialismo, hacia el auténtico poder
obrero.
El crecimiento de la economía china tras la revolución de 1949 fue espectacular.
Basta con comparar el desarrollo económico de China e India en el período de 1949-
1979. Los dos países comenzaron más o menos al mismo nivel, pero el crecimiento en
China fue mucho mayor durante todo este período. Esto sólo se puede explicar por el
hecho de que China tenía una economía centralizada y planificada, donde los medios de
producción y el monopolio del comercio exterior estaban bajo control del Estado.
Aunque bajo un régimen de genuina democracia obrera se podría haber conseguido
mucho más, la economía planificada bajo Mao supuso un enorme paso adelante y
permitió un crecimiento sobre el que descansa la China moderna actual.
Todos estos logros no pueden ocultar, si queremos entender los acontecimientos
posteriores, las enormes deficiencias del régimen burocrático. Los dirigentes del PCCh
tenían, como sus homólogos rusos, una estrecha perspectiva nacionalista, característica
de todos los regímenes estalinistas. Si China y Rusia hubieran sido auténticos estados
obreros, habrían formado conjuntamente una federación socialista con los países de
Europa del Este para desarrollar un plan de producción en común, utilizando de una
manera racional y combinada los recursos materiales y humanos de todos estos países.
En su lugar —como habían pronosticado los marxistas— la perspectiva nacional de las
burocracias china y rusa llevó finalmente a un enfrentamiento entre ellas, incluso en el
terreno militar1.
La escisión chino-soviética de 1960 fue un acontecimiento que produjo un tremendo
impacto en las filas del movimiento obrero. La burocracia soviética había intentado
situar a China dentro de su "esfera de influencia", pero esta estrategia no podía ser
tolerada por la burocracia china, cuyo poder era demasiado grande como para aceptar
fácilmente el papel de dócil vasallo. Además, Mao no había triunfado gracias avance del
ejército ruso (como ocurrió en la mayoría de los países de Europa del Este tras la
Segunda Guerra Mundial) y tenía su propia base independiente similar a la de Tito. Los
marxistas afirmaron, en el momento de producirse la llegada de Mao al poder, que
Stalin tendría que enfrentarse a otro Tito. Cuando estalló el conflicto, los estalinistas
rusos retiraron toda su ayuda, expertos, etc., asestando en aquel momento un duro
golpe al desarrollo de la economía china.
Contestando a los que pensaron que en aquella fractura la dirección del PCCh jugaba
un papel progresista, los hechos demostraron que la burocracia china no pretendía una
vuelta a los principios del internacionalismo proletario y la revolución mundial, sino una
profundización de sus rasgos más reaccionarios: se embarcaron en el camino de la
autarquía, aislando a China del resto de la economía mundial y de la división
internacional del trabajo, al tiempo que competían con la burocracia de la URSS en el
mundo, lo que les llevo a dar su apoyo a toda una serie de regimenes antiobreros y
contrarrevolucionarios.
Mao intentó enmascarar sus maniobras con denuncias sobre el "revisionismo" de la
burocracia soviética, buscando una justificación ideológica y teórica para su ruptura con
la Unión Soviética. Pero en esencia, la burocracia china no era diferente a su homóloga
soviética. Intentaba construir su propia versión del "socialismo en un solo país", algo
que es imposible conseguir incluso en un país con dimensiones continentales.
De este modo, una China atrasada y aislada tuvo que desarrollar los medios de
producción partiendo de un nivel muy bajo, sin la ayuda de la técnica más avanzada de
la URSS. Esto significó que el desarrollo económico de China se logró con un coste
enorme, tanto en términos de recursos humanos como materiales. Aún así, China dejó
de ser un país colonial atrasado —en realidad un territorio para el saqueo y el pillaje de
las potencias imperialistas— para transformarse en una fuerza poderosa.
A pesar de sus deficiencias, la burocracia china consiguió lo que la decadente
burguesía china no había conseguido hacer ni de lejos, crear una verdadera unidad
nacional y un Estado moderno por primera vez en la historia del país. La revolución
agraria, que se impuso de un manotazo, y la nacionalización de los medios de
producción establecieron las bases para el desarrollo a una escala sin precedentes.
Entre 1949 y 1957 la tasa de crecimiento medio anual de la economía china fue del
11%. En el período de 1957 a 1970 la producción industrial continuó creciendo un 9%,
mucho más que en el mundo capitalista (en el mismo período la tasa de crecimiento de
la India fue menos de la mitad que la china). En 1952 China todavía producía 1.000
tractores al año, una señal de que la agricultura todavía era muy primitiva. En 1976
China fabricaba 190.000 tractores al año.
Todo esto se consiguió a pesar del trastorno provocado por aventuras como el Gran
Salto Adelante de 1958 y la Revolución Cultural de 1966. El Gran Salto Adelante fue
responsable de una caída severa de la producción agrícola, desatando una hambruna
que costó la vida a 15 millones de chinos. Entre 1967 y 1968 hubo una caída del 15%
de la producción industrial, que incidió muy negativamente en los niveles de vida de las
masas. Después de estos dos importantes contratiempos en el desarrollo económico, la
economía se recuperó gracias al plan estatal.
Incluso en 1974, cuando el resto del mundo estaba en recesión —la primera recesión
simultánea desde la Segunda Guerra Mundial—, China creció un 10%. Estos datos eran
comparables a los de la URSS en los años treinta, revelando las ventajas de una
economía planificada y nacionalizada.
La revolución de 1949 y sus consecuencias posteriores, cambiaron la sociedad china
e introdujeron al país en el siglo XX. Antes de 1949 la tasa de analfabetismo en China
era del 80%. En 1975, el 93% de los niños asistían a la escuela, al tiempo que se
produjo un tremendo avance en sanidad, vivienda, etc. La pobreza terrible que existía
antes de la revolución fue erradicada, con una mejora general de los niveles de vida. La
esperanza de vida en 1945 era de 40 años, en 1970 había alcanzado los 70, muy
similar a la de la mayoría de los países capitalistas desarrollados. La situación de la
mujer también mejoró sustancialmente.
Trotsky sobre la burocracia
A pesar de los enormes éxitos, la burocracia no era una capa social históricamente
necesaria en el desarrollo de la economía china. La planificación no necesitaba de la
burocracia para funcionar. Todo lo contrario, el plan funcionaba a pesar de la
burocracia. En la recopilación de artículos y cartas de Trotsky publicada en su obra En
defensa del marxismo, hay un texto escrito en octubre de 1939 en que señala lo
siguiente: "Si la canalla bonapartista es una clase, esto significa que no es un aborto
sino una criatura viable de la historia. Si su parasitismo merodeador es ‘explotación’ en
el sentido científico del término, esto quiere decir que la burocracia posee un futuro
histórico como clase dirigente indispensable de un sistema de economía dado"2.
Trotsky insistió en que la burocracia rusa no tenía futuro histórico: surgió de la
degeneración de la Unión Soviética en unas condiciones de extremo atraso y
aislamiento. Así mismo, el régimen chino se modeló de una manera similar a la Rusia
estalinista y la burocracia china jugó el mismo papel que su hermana soviética.
La existencia de esta burocracia significaba que, a pesar de toda la retórica, los
privilegios sociales y las desigualdades dentro de la sociedad china se mantenían. En
1976, por ejemplo, el salario de un trabajador industrial trabajando 48 horas
semanales era de 12 dólares mensuales. Los profesionales ganaban 120 dólares o más.
Existía un diferencial salarial de 10 a 1.
En la URSS, Lenin había aceptado un diferencial de 4 a 1, un "compromiso burgués"
como él lo definió, como una forma de conseguir poner en movimiento la economía.
Pero este diferencial en el camino de la igualdad era visto como una medida temporal
por los bolcheviques, mientras llegara el triunfo de la revolución mundial. Los
bolcheviques tenían un programa internacionalista y eran absolutamente conscientes de
que la única solución real estribaba en la revolución mundial. Su perspectiva era que
una vez el proletariado de los países más desarrollados hubiera derrocado al
capitalismo, sería posible un desarrollo armonioso de la economía, porque la técnica
más moderna de estos países estaría disponible para la Rusia atrasada.
Desgraciadamente, la revolución fue derrotada en un país tras otro y Rusia
permaneción incluso más aislada, lo que dio carta de naturaleza al proceso de
degeneración burocrática.
La burocracia china no consideró jamás estos diferenciales de la misma forma que los
bolcheviques. Los diferenciales salariales después de la revolución china no eran vistos
como un compromiso "burgués" temporal impuesto por el aislamiento de la revolución
y la naturaleza subdesarrollada de la economía, sino como la consolidación de la
riqueza y privilegios de la burocracia. Los burócratas vivían bien por encima de las
condiciones de los trabajadores comunes. Al igual que la URSS, en esta actitud estaba
implícita la posible restauración del capitalismo en una etapa posterior.
Durante todo un periodo histórico, la economía planificada les garantizaba su poder,
ingresos, privilegios y prestigio, así que no tenían ningún inconveniente en defenderla.
Pero como Trotsky había señalado para la Unión Soviética, la burocracia no se
contentaría simplemente con beneficiarse de los privilegios basados en su posición
administrativa en la sociedad, querrían ser capaces de transmitírselos a sus hijos y para
que esto fuera posible tendrían que cambiar las relaciones de propiedad. Trotsky
explicaba lo siguiente en La revolución traicionada:
"Sin embargo, admitamos que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario
se adueñen del poder. La burocracia continúa a la cabeza del Estado. La evolución de
las relaciones sociales no cesa. Es evidente que no puede pensarse que la burocracia
abdicará en favor de la igualdad socialista. Ya desde ahora se ha visto obligada, a pesar
de los inconvenientes que esto presenta, a restablecer los grados y las
condecoraciones; en el futuro, será inevitable que busque apoyo en las relaciones de
propiedad. Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las
formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de
los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto a la
familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios, que no se pueden legar a los hijos
pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de la
propiedad. No basta ser director de trust, hay que ser accionista. La victoria de la
burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora".
Y continúa:
"Calificar de transitorio o de intermediario al régimen soviético, es descartar las
categorías sociales acabadas como el capitalismo (incluyendo al ‘capitalismo de
Estado’), y el socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible
de sugerir la idea falsa de que la única transición posible del régimen soviético conduce
al socialismo. Sin embargo, un retroceso hacia el capitalismo sigue siendo
perfectamente posible. Una definición más completa sería, necesariamente, más larga y
más pesada.
"La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que:
a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del Estado un
carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad,
se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas del
reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El
desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los
trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La
burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta
incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido
gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los
trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al
socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en
marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los
obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El
problema será resuelto definitivamente por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno
nacional y el internacional.
"Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan
hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos
serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos
precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los
elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden
refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una
formación social sin precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que
perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar
todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las
reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior
y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para actuar"3.
Como podemos ver, en las perspectivas de Trotsky el regreso al capitalismo en la
URSS era una posibilidad concreta. Señaló que la economía nacionalizada y planificada
no estaba a salvo en manos de la burocracia y esto implicaba, obviamente, la amenaza
de la restauración capitalista en algún momento.
Un Estado obrero deformado burocráticamente por definición es una formación
transicional entre el capitalismo y el socialismo que, o bien puede ser derrocado por la
revolución política de los trabajadores para así instaurar un régimen de auténtica
democracia obrera, o dar marcha atrás hacia el capitalismo. Históricamente, el Estado
obrero deformado en la URSS empezó a existir sobre la base de la degeneración de la
revolución rusa. Se trataba de una fase innecesaria en el desarrollo de las fuerzas
productivas, no era una fase inevitable o una forma social necesaria. Si la revolución
rusa se hubiera extendido a los países desarrollados en los años veinte el estalinismo
nunca habría existido.
A pesar de sus limitaciones, sin embargo, estos regímenes desarrollaron los medios
de producción a un nivel inaudito. En ese sentido tenían un contenido progresista que
nacía de la propiedad estatal de los medios de producción y la economía planificada.
Trotsky analizó este fenómeno novedoso en La revolución traicionada e hizo un
pronóstico: en la medida que el régimen pudiera hacer avanzar la economía de un país
atrasado como era la URSS de finales de los años veinte, podría alcanzar algún éxito.
Pero cuanto más sofisticada se hiciera la economía, la burocracia se convertiría
progresivamente en un freno para su desarrollo.
Cuando la economía creció, la burocracia comenzó a consumir una proporción cada
vez mayor de riqueza. Con ello llegó el despilfarro, la corrupción y el saqueo a gran
escala de la riqueza producida por la clase obrera y los campesinos. Más importante
aún, cuando la economía avanzó y se hizo más compleja, más evidente era que el
sistema de gestión burocrático de este régimen no podría conseguir dirigir cada detalle
de la vida económica. La burocracia dejó de ser un freno relativo al desarrollo de las
fuerzas productivas para convertirse en un obstáculo absoluto.
Trotsky también insistió en otra cuestión fundamental: la productividad del trabajo.
Como veremos este aspecto se convertiría en un elemento clave para comprender
cómo y por qué los regímenes estalinistas colapsaron en Europa del Este y la Unión
Soviética. Trotsky en el primer capítulo de La revolución traicionada indicaba lo
siguiente:
"Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no
bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un
nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario,
descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está
determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total
de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la
cultura, y ante todo con el rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como
abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia con gran
desventaja para la URSS".
"(…) Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido
militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a
escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a
bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa"4.
Los análisis de Trotsky partían de toda la experiencia precedente. En agosto de 1925
escribió un análisis esclarecedor sobre los problemas a los que se enfrentaba el joven
Estado soviético Con el título de ¿A dónde va Rusia? (más tarde conocido como ¿Hacia
el capitalismo o hacia el socialismo?), Trotsky planteó la cuestión de modo terminante:
"¿Qué significa el ritmo de nuestro desarrollo desde el punto de vista de la economía
mundial? Precisamente gracias a nuestros éxitos hemos entrado en el mercado
mundial, es decir en el sistema mundial de división del trabajo. Y con ello nos
encontramos siempre en el cerco capitalista. En estas condiciones, el ritmo de nuestro
desarrollo económico determinará la fuerza de nuestra resistencia respecto a la presión
económica del capitalismo mundial y a la presión militar y política del imperialismo
mundial"5.
Haciendo un gran énfasis en la cuestión de la tasa de crecimiento de la economía
soviética en 1925, Trotsky insistía: "¡Es precisamente la velocidad de marcha lo
decisivo! (…) Es evidente que nuestro ingreso en el mercado mundial supone que no
sólo aumentan nuestras buenas perspectivas sino también los peligros. La razón
profunda de este fenómeno es siempre la misma: la forma atomizada de nuestra
agricultura, nuestra inferioridad técnica y la enorme superioridad de producción actual
del capitalismo mundial respecto a nosotros".
"La superioridad económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el
capitalismo produce, todavía, mercancías más baratas y al mismo tiempo mejores que
el socialismo. En otras palabras: la productividad del trabajo se encuentra, todavía, a
un nivel mucho más elevado en los países que viven según la ley de la inercia de la
vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a aplicar los
métodos socialistas en condiciones de barbarie heredadas.
"Nosotros conocemos la ley fundamental de la historia: la victoria pertenece en
última instancia al sistema que asegure a la sociedad humana un nivel económico más
elevado.
"La disputa histórica será decidida —aunque no sea de un sólo golpe— por el
coeficiente de comparación de la productividad del trabajo"6.
Trotsky resalta el aspecto crucial que explica lo ocurrido décadas después en los
antiguos países estalinistas. Aunque la economía planificada permitió a la Unión
Soviética hacer un enorme progreso en el desarrollo de los medios de producción, aún
iba por detrás de los países capitalistas desarrollados. En la medida que la burocracia
desarrollaba las fuerzas productivas el régimen estalinista tenía garantizada una
relativa estabilidad. En realidad, en los años treinta no sólo se desarrollaron las fuerzas
productivas, sino que se desarrollaron a un ritmo más rápido que en el mundo
capitalista. Esto explica la resistencia del régimen estalinista en aquel período y
también por qué las tendencias procapitalistas dentro de la burocracia no podían
cristalizar aún como una fuerza viable.
Sin embargo, Trotsky también señaló que en determinada etapa de su desarrollo, la
burocracia de ser un freno relativo se convertiría en un freno absoluto para el desarrollo
de las fuerzas productivas. La tasa de crecimiento se ralentizaría y esto reabriría la
posibilidad de la restauración capitalista. Exactamente lo que ocurrió en los años
sesenta y setenta. El crecimiento económico en la Unión Soviética primero se
desaceleró hasta alcanzar un nivel comparable con el Occidente capitalista y después se
estancó.
Una vez que se llegó a ese punto, según Trotsky había dos posibilidades: o los
trabajadores derrocaban a la burocracia, mientas preservaban la economía planificada
bajo el control obrero y la administración democrática de la sociedad, o se produciría el
regreso contrarrevolucionario al capitalismo.
La historia ha demostrado que lo último fue el destino de estos regímenes. En Rusia y
Europa del Este, que habían estado en crisis desde los años setenta, asistimos al
colapso del sistema cuando quedó claro que ya no podía desarrollar más la economía.
En Rusia, el sistema colapsó repentinamente y pasaron varios años antes de que la
economía finalmente se estabilizara y comenzara a desarrollarse una vez más sobre
bases capitalistas.
La entrada en la OMC
Otro momento decisivo clave llegó en noviembre de 2001 cuando China decidió entrar
en la Organización Mundial del Comercio. La cuestión de la entrada en la OMC es
importante. Al solicitar el ingreso en la OMC, China se comprometía a abandonar en
cinco años todo el monopolio estatal sobre el comercio exterior y desde entonces lo
están haciendo paso a paso. La razón por la que China entró en la OMC es obvia. La
economía china sólo puede desarrollarse estrechamente vinculada a la economía
mundial. Depende mucho de las exportaciones y tiene que llegar a acuerdos
comerciales internacionales. Debe participar plenamente en la economía mundial, lo
que a su vez acelera el proceso de transformación capitalista dentro de China.
El abandono del monopolio estatal del comercio exterior es un factor importante en la
apertura de China al capitalismo. Debemos recordar que uno de los elementos clave en
el programa bolchevique, y que Trotsky defendía firmemente frente a Stalin y Bujarin,
era que el Estado obrero rodeado por un mundo capitalista debe mantener el monopolio
estatal del comercio exterior. Esto era especialmente decisivo en el caso de un país
subdesarrollado.
Bujarin, exactamente igual que la burocracia china pero con ochenta años de
diferencia, también defendió la falsa idea de que para desarrollar la economía soviética
era necesario permitir que una capa del campesinado se enriqueciera, confiando que los
incentivos materiales producirían un incremento de la producción. Es evidente, sin
embargo, que no tenía ni idea de hacia donde conducirían sus planteamientos. No
concebía su postura como algo que llevaría a la restauración de las relaciones
capitalistas. Pero de haber prevalecido su posición se habría producido un regreso al
capitalismo en la Unión Soviética tan pronto como en 1928. Incluso en aquel momento
las presiones del capitalismo se dejaban sentir con fuerza. Hay paralelos entre Deng y
Bujarin. Incluso el lenguaje que utilizaban era similar. Deng lanzó la consigna: "hacerse
rico es glorioso", mientras que Bujarin decía a los campesinos: "¡Enriqueceos!". En
esencia, el monopolio estatal del comercio exterior era una medida protectora contra la
influencia capitalista del exterior.
Si se analiza la historia del capitalismo en los países desarrollados se comprueba que,
en sus primeras etapas, el proteccionismo se utilizó para proteger los mercados
internos; más tarde, el libre comercio se convirtió en la consigna de las potencias ya
maduras económicamente, una vez habían desarrollado industrias modernas y
competitivas que no necesitaban del proteccionismo.
Hasta hace poco este también era el caso en los países subdesarrollados. Pakistán,
por ejemplo, tenía muchas medidas y aranceles proteccionistas hasta hace unos veinte
años. Pero en el período reciente han tenido que abrir su mercado interno. Los
imperialistas están dictando la política de estos países y no pueden tolerar medidas
proteccionistas, aunque al mismo tiempo guarden celosamente sus propios mercados,
como es el caso del sector agrícola, etc.
La diferencia ente China y Pakistán es que la imposición de la apertura de los
mercados en este último país, ha supuesto la destrucción de miles de industrias y
fábricas. El nivel de la industria pakistaní era demasiado lento para resistir la
competencia extranjera. Sin embargo, China no es Pakistán y el gobierno chino debe
razonar de una forma concreta: "Somos suficientemente fuertes y tenemos la
productividad necesaria para hacer frente a la competencia extranjera", lo que por otra
parte provoca medidas de represalia, especialmente por parte de EEUU, donde el
proteccionismo se está planteando como una medida para defender el mercado
norteamericano frente a las mercancías baratas salidas de las manufacturas chinas.
¿Transición fría?
Después de todos los datos y argumentos anteriormente señalados, parece bastante
claro que en China se ha producido una transición hacia el capitalismo ¿Pero cómo
ocurrió? No ha habido contrarrevolución armada, ni un enfrentamiento importante entre
diferentes alas de la burocracia. Para entender lo sucedido es necesario volver sobre los
principios que Trotsky planteó en obras fundamentales del marxismo como La
revolución traicionada, y a la experiencia de la restauración capitalista en la URSS y en
los países del Este de Europa, comentada al principio de este documento. Al mismo
tiempo también es importante profundizar en la propia historia de la burguesía y del
capitalismo para comprender en su totalidad la dinámica de este fenómeno.
La idea de que para construir las bases del capitalismo es necesaria una revolución
burguesa surge de la experiencia clásica de Francia en 1789 y de Inglaterra en 1640.
La burguesía había desarrollado y acumulado su riqueza dentro de los confines del
feudalismo y finalmente tuvo que sobrepasar estos límites. La clase burguesa en
ascenso dirigió a la nación contra la aristocracia terrateniente y derrocó al feudalismo,
creando las condiciones para el desarrollo capitalista moderno. Sin embargo, cuando el
capitalismo se consolidó y maduró en unos cuantos países clave (Gran Bretaña, Francia
y EEUU), estaba bastante claro que en los países menos desarrollados no se produciría
una repetición calcada del proceso. Marx pudo prever esto en el caso de Alemania,
cuando afirmó que la burguesía alemana se había vuelto reaccionaria incluso antes de
llegar al poder.
Los mencheviques rusos no comprendían esta cuestión. Esperaban que todos los
países atravesaran las mismas etapas que los países capitalistas más avanzados. Rusia
era un país atrasado y subdesarrollado, con un enorme campesinado y una clase
terrateniente con una posición dominante. Así, de una forma mecánica, plantearon
trasladar a Rusia el esquema de desarrollo histórico que habían registrado Francia y
Gran Bretaña. De ahí que para ellos la tarea de los marxistas rusos fuera apoyar a la
"burguesía progresista". No comprendían que en la época del imperialismo, la
burguesía de los países subdesarrollados y dependientes no podía jugar el papel
progresista que había jugado la burguesía ascendente de Gran Bretaña o Francia.
Esto también explica por qué el desarrollo del capitalismo en otros países no siempre
sucede a través del mecanismo clásico de la revolución burguesa, con la burguesía
encabezando a las masas. El capitalismo no se estableció de esta manera ni en Japón ni
en Alemania, aunque en la actualidad son dos de los países más poderosos del mundo.
En Japón en aquel momento, la burguesía era débil y decadente, así que fue la
burocracia del Estado feudal, bajo la presión del capitalismo norteamericano, la que
guió el movimiento hacia el capitalismo.. ¿Por qué ocurrió esto? Porque los
acontecimientos mundiales dominan todos los procesos. El futuro de Japón como nación
influyente sólo podría asegurarse si desarrollaba la producción capitalista. Por lo tanto,
como la burguesía en Japón no era capaz de cumplir su papel histórico, otra clase llevó
a cabo esta tarea. En Alemania fueron los junkers del viejo aparato del Estado feudal
prusiano los que dirigieron un proceso similar.
Sin embargo, precisamente porque no hubo revolución, permanecieron remanentes
del viejo sistema feudal. En Alemania estas contradicciones se resolvieron finalmente
como resultado de la revolución proletaria abortada de 1918, que al menos completó
las tareas inacabadas de la revolución burguesa. En Japón la misma tarea la llevaron a
cabo las fuerzas de ocupación estadounidenses después de 1945. McArthur obligó a
realizar la revolución agraria en Japón por temor a los efectos de la revolución china
sobre las masas japonesas.
En estos casos no hubo "revolución burguesa" sino una forma de transición "fría" de
un sistema a otro. Lenin insistía en que la historia conoce todo tipo de mutaciones y
transformaciones. ¡El proceso vivo de la lucha de clases no siempre corresponde
necesariamente en cada detalle con los libros de texto! No hay una regla rígida de
cómo se debe realizar la transformación social. Como marxistas debemos ser
conscientes de esto, de otra manera iríamos dando bandazos de un lado a otro
sorprendidos por acontecimientos que no corresponden con ideas mecánicas y
preconcebidas.
Trotsky previó que la burocracia se podría adaptar fácilmente a la restauración
capitalista. Explicó que si se producía exitosamente la contrarrevolución burguesa en la
Unión Soviética, la nueva clase dominante tendría que purgar a muchos menos
elementos del Estado que en el caso de una revolución política. Esto es precisamente lo
que ocurrió con la vieja burocracia soviética cuando Yeltsin llegó al poder, y la
burocracia china no es diferente. Las palabras exactas de Trotsky en La revolución
traicionada son las siguientes:
"Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente,
encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los
directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los
servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa
tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo
principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de
producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar granjeros fuertes a partir de
granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses fuertes en cooperativas de
producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la
desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de
alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el
poder y las ‘corporaciones’, es decir, los capitanes de la industria soviética, sus
propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas
extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración
burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la
propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma"9.
Las bases sociales de la Unión Soviética eran las de un Estado obrero, con una
economía de propiedad estatal planificada y centralizada, pero la burocracia había
acabado con la democracia obrera en los sóviets y en el partido, de tal manera que el
régimen político resultante se había conformado como una dictadura burocrática. Si en
aquellas circunstancias se hubiera producido un proceso de restauración capitalista, un
régimen burgués se habría apoyado en amplios sectores de estos burócratas que, sin
muchas dificultades, se habrían transformado de funcionarios privilegiados del Estado
obrero a sirvientes privilegiados del capitalismo. Por el contrario, una revolución política
habría tenido que imponer al conjunto de la casta de funcionarios un salario obrero y
eliminar sus privilegios lo que, sin duda, habría provocado un enfrentamiento mucho
mayor. La situación actual en Rusia demuestra que Trotsky tenía razón.
El análisis de Trotsky sobre la URSS contiene elementos importantes que nos ayudan
a comprender el proceso actual en China. Aquí también estamos tratando con una casta
privilegiada, como insistía Trotsky, que en determinado momento querría convertirse
en propietaria de los medios de producción como una garantía de sus privilegios.
En China existen intereses burgueses muy poderosos. La nueva burguesía está
utilizando al Partido Comunista para defender sus intereses de clase. En estas
condiciones ¿la burocracia podría dar marcha atrás en el proceso y con éxito? Si un ala
de la burocracia decidiera deshacer el camino, implicaría inevitablemente un
enfrentamiento importante con el ala procapitalista. Así que una "transición fría" que
llevara a alguna forma de economía planificada burocráticamente, sería harto difícil.
Pero incluso esta es una perspectiva hipotética porque no hay indicios de que exista tal
ala en el seno de la burocracia.
Un elemento importante en la ecuación es la experiencia de la clase obrera y el
fortalecimiento que ha experimentado en estos últimos años. Cualquier movimiento
contra el capitalismo tendría que basarse en la movilización de los trabajadores chinos
que no aceptarían fácilmente el regreso al estalinismo: tenderían a moverse hacia el
genuino socialismo, hacia un verdadero poder obrero.
Sin duda, en este escenario un sector del partido se vería afectado. De cartas y
artículos que han aparecido en la prensa china parece que todavía quedan militantes en
el Partido Comunista que creen en los ideales de la revolución de 1949. Un movimiento
revolucionario de la clase obrera les impactaría y entrarían en conflicto con el ala
dominante procapitalista.
En los años treinta, cuando Trotsky analizaba las contradicciones en el seno de la
URSS no dejó de señalar la existencia de un "ala Reiss" en la burocracia rusa, que
aspiraba a regresar a los ideales de la Revolución de Octubre, al genuino bolchevismo10.
En los años treinta esta ala existía. La revolución aún era un acontecimiento
relativamente reciente y muchos militantes del partido del período anterior a la
revolución podían ver las diferencias entre el estalinismo y el verdadero bolchevismo.
Sin embargo, el régimen estalinista en la Unión Soviética sobrevivió décadas. Stalin,
a través del terror y las grandes purgas, destruyó cualquier vínculo con los ideales de
Octubre. A pesar de todo, en el momento del colapso de la Unión Soviética en 1991
había un sector en el seno del PCUS, una pequeña minoría, que buscaba las ideas del
auténtico leninismo.
En China la situación es algo diferente. Un "ala Reiss" como describía Trotsky está
prácticamente descartada en estos momentos. La revolución de 1949 no se basaba en
las ideas de Lenin. El Partido Comunista Chino se había transformado en una
organización estalinista mucho antes de la llegada al poder. Por lo tanto, aquellos que
venían del período anterior a 1949 tenían como punto de referencia el estalinismo.
En China jamás existió un Estado obrero sano, como en la Unión Soviética durante
los primeros años de revolución. Nunca existió un período de verdadera democracia
obrera o poder obrero. El Estado chino comenzó, desde que el Partido Comunista llegó
al poder, como un Estado obrero deformado. En realidad, el Partido Comunista heredó
el viejo aparato del Estado mandarín. Incluso en los primeros días de la Rusia soviética,
Lenin no se engañaba sobre las enormes dificultades de la transición al socialismo en el
marco de un país tan atrasado como Rusia. Él mismo insistió en numerosos escritos
que si se rascaba la superficie del Estado obrero se podría reconocer al viejo aparato
del Estado zarista. Pero al menos en los tiempos de Lenin los trabajadores, a través de
sus órganos de poder —los sóviets—, podían frenar las tendencias conservadoras del
estrato de funcionarios heredados del viejo régimen. Pero en China ese no fue el caso.
A pesar de todo, incluso de una manera distorsionada, deben existir elementos
dentro del Partido Comunista que miran con horror la transición al capitalismo en
China. Una capa de militantes está indignada al comprobar cómo los trabajadores han
perdido todos sus derechos y como todos los ideales de la revolución son pisoteados.
Recuerdan la China maoísta como una sociedad más "igualitaria". Pero en el contexto
actual, con el desarrollo de un proletariado tan fuerte, la vieja idea maoísta de basarse
en el campesinado no significa nada para los trabajadores. Actualmente el proletariado
se ha convertido en la fuerza dominante, por lo tanto, los trabajadores en las ciudades
que buscan una salida mediante el "regreso a Mao", se encontraran defendiendo el
poder obrero. Este desarrollo tendría un fuerte impacto en el seno del Partido,
provocando rupturas en líneas de clase.
Entre las capas superiores de la burocracia, sin embargo, no hay prueba de la
existencia de un ala que quiera regresar a economía estatal centralizada y planificada.
Desde el punto de vista de la burocracia, el sistema está "funcionando". ¡Y lo está
haciendo muy bien! Anteriormente citamos lo que Trotsky argumentaba respecto a las
ambiciones de la burocracia soviética para testar sus privilegios a su descendencia. Hoy
muchos de los hijos e hijas de los burócratas chinos se han transformado en
propietarios de los medios de producción. Entre esta capa no existe ningún deseo de
regresar a una economía planificada y nacionalizada. No existen bases materiales para
ello. Se resistirían a cualquier intento de dar marcha atrás en el reloj y contarían con el
apoyo del aparato del Estado. También merece la pena observar que muchos altos
mandos del ejército se han transformado en propietarios de empresas rentables. De
este modo la casta de oficiales también tiene intereses materiales en las nuevas
relaciones de propiedad que se han establecido.
China y EEUU
¿Cuál es la perspectiva para los próximos años? Algunos analistas han señalado que se
está preparando un crac similar al de 1997, ya que la economía china es un tren
desbocado. La crisis de sobreproducción está acechando y de cristalizar, se producirá
un cambio fundamental en el sistema. La sobreproducción es una característica de una
economía capitalista no de una planificada. Si el crecimiento económico de China se
desacelera tendrá grandes consecuencias sobre EEUU y los países asiáticos. Malasia ha
aumentado sus exportaciones a China de 1.000 millones a 7.000 millones de dólares en
cinco años. Japón también tiene grandes intereses en China, que cuenta ya con la
presencia de 16.000 empresas japonesas.
Debido a su industria altamente competitiva, China está entrando en conflicto con el
imperialismo norteamericano. Sin embargo, existe una contradicción en las relaciones
entre ambas potencias. Entre los mayores poseedores de bonos del Tesoro de EEUU
están China y Japón, y los imperialistas necesitan que este chorro de millones de
dólares provenientes de estos dos países se mantenga para financiar su elevado déficit.
Por su parte las autoridades chinas tienen interés en mantener la economía
estadounidense a flote porque constituye uno de los mercados fundamentales para sus
manufacturas. No quieren ver una crisis en EEUU. EEUU tiene un enorme déficit
comercial y una parte del mismo es con China, lo que provoca contradicciones dentro
de EEUU. Las empresas norteamericanas que han invertido en China están cosechando
grandes beneficios: están produciendo barato en China y vendiendo sus productos en
EEUU a precios determinados por el mercado mundial. Prácticamente toda
multinacional importante tiene presencia en China. ¿Cómo puede entonces EEUU frenar
el poder chino cuando su economía y sus principales empresas dependen de la
economía china? Estas presiones contradictorias lejos de amainar en el futuro,
agudizarán el conflicto entre ambas potencias.