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CHINA de la revolución a la contrarrevolución

Revolución proletaria y
guerra campesina en China (1925-1949)

Bárbara Areal

Y aún así no deja de ser grato el hecho de que las balas de percal de la
burguesía inglesa hayan traído en ocho años al imperio más antiguo e
inconmovible del mundo a los umbrales de una revolución social, revolución
que, en todo caso, tendrá importantísimas consecuencias para la civilización.
Carlos Marx1

¿Podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de desarrollo


de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se
encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la
guerra, se observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta
ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre estos
pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con
todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista de
desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados (…) Entre la burguesía de
los países explotadores y la de las colonias se ha producido cierto
acercamiento, debido a lo cual muy a menudo —y quizás incluso en la mayoría
de los casos—, la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a
los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo de acuerdo con la
burguesía imperialista, es decir, del lado de ella, contra todos los movimientos
revolucionarios y las clases revolucionarias.
V. I. Lenin2
La historia moderna de China es la crónica de los incansables y continuos
intentos de sus masas desposeídas por transformar la sociedad. Éstas
soportaron sobre sus espaldas una cruel combinación de explotación feudal y
burguesa, perpetrada por una criminal asociación entre su oligarquía nacional y
los diferentes poderes imperialistas. Las páginas más temibles de la opresión
colonial se escribieron con la sangre de millones de hombres, mujeres y niños
chinos, pero de sus espantosas condiciones de vida brotó una inagotable fuente
de energía revolucionaria que les permitió levantarse una y otra vez para
volver a intentar cambiar su realidad.
A pesar de las limitaciones del programa de quienes asumieron la dirección
del movimiento revolucionario, incluyendo a Mao, las masas desposeídas
consiguieron arrancar el poder, en la segunda mitad del siglo XX, a sus
enemigos de siempre: una triple alianza formada por el capitalismo extranjero
y la burguesía y los terratenientes chinos. Semejante epopeya revolucionaria
les ha otorgado el derecho a ocupar un lugar de honor en la historia de la lucha
por la emancipación de la humanidad al lado de los comuneros del París de
1871 o el proletariado ruso de 1917. No sólo acabaron con el capitalismo y los
restos feudales en el país más poblado del planeta, pocos años después, en la
Guerra de Corea, asestaron la primera derrota militar a la potencia imperialista
más poderosa que se ha conocido en la historia.
Si el pronóstico que Marx realizó en 1850 tardó tiempo en cumplirse, nadie
puede cuestionar que la lucha de clases china ha sido un factor determinante
en la historia del siglo XX. Hoy, en el umbral de un nuevo siglo, a pesar de la
victoria inicial de la contrarrevolución capitalista, no albergamos dudas de que
proletariado chino, inmensamente más numeroso y poderoso que en el pasado,
retomará sus tradiciones revolucionarias cumpliendo con las palabras escritas
en El Manifiesto Comunista: "la burguesía no ha forjado solamente las armas
que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán
esas armas: los obreros modernos, los proletarios"3.
Al margen del indudable interés histórico y académico de los acontecimientos
acaecidos en China desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX,
China supone para los marxistas una inagotable escuela de estrategia
revolucionaria. La experiencia china es, por ejemplo, una contundente condena
de aquellos que defienden para la revolución venezolana que no se trasciendan
los límites de la propiedad capitalista y la "democracia burguesa". Ayer y hoy,
en China o en América Latina, se presenta la misma encrucijada, un
enfrentamiento irreconciliable entre capitalismo y socialismo. En China, al igual
que en la actualidad en Venezuela, no había un camino intermedio. Cuando
este se intentó recorrer la aventura acabó en una cruel derrota. O las masas de
los países sometidos al yugo del imperialismo aplastan al capital, o el
capitalismo aplastará al pueblo revolucionario. Esa es una de las grandes
lecciones que nos aporta la historia de la revolución china. Los trabajadores,
campesinos y pobres urbanos que levantan hoy la bandera de la revolución
bolivariana, han demostrado madurez más que de sobra para transformar la
sociedad en líneas socialista. Ahora, la responsabilidad recae sobre los hombros
de la dirección revolucionaria.

I. El surgimiento del capitalismo en China

Tradiciones revolucionarias milenarias

En Occidente hemos sido educados en una visión imperialista de la historia de


Asia. ¿Qué joven y trabajador europeo o norteamericano, no tienen una imagen
estereotipada del campesino chino, menudo, callado y servil, prácticamente
oculto tras un enorme y circular sombrero de paja? Sin embargo esa imagen,
interesada y clasista, es engañosa.
El carácter del pueblo chino está moldeado por las duras condiciones que
siempre soportó. Si este pueblo consiguió levantar una de las civilizaciones más
duraderas y vastas que ha conocido la historia de la humanidad se debió, en
una parte decisiva, al trabajo sacrificado, paciente y colectivo que el campesino
chino fue capaz de emprender y soportar. El avance hacia el norte y el oeste,
que permitió adquirir al imperio unas dimensiones grandiosas, se logró gracias
al empeño de los primeros pobladores, que ante unas condiciones naturales
adversas, avanzaron sobre desiertos, bosques y pantanos, permitiendo el
florecimiento de la agricultura.
Las masas campesinas chinas forjaron su carácter en unas condiciones de
vida extremadamente difíciles, haciendo de la frugalidad, la disciplina y la
colectividad del trabajo sus señas de identidad. Pero, no es menos cierto, que
en ellas también nació, y desde bien temprano, un profundo e instintivo
sentimiento de odio contra los ricos y poderosos: "(…) un pueblo
verdaderamente grande que sabe no sólo llorar su esclavitud secular, no sólo
soñar con la libertad y la igualdad, sino también luchar contra los opresores
ancestrales de China"4.
Ya en los albores del siglo VII, campesinos de Shantung, Jopei y otras zonas,
se levantaron contra sus muchas cargas y la crueldad de los funcionarios
corrompidos. A partir del año 611 esos levantamientos crecieron hasta abarcar
a cientos de miles de habitantes en todo el país, hundiendo finalmente el
imperio Sui, en el año 618.
En el siglo XI, las tropas mongoles, lideradas por Genghis Khan, penetraron
en China. Devastaron implacablemente las zonas ocupadas y exterminaron en
masa a muchos de sus habitantes, pero también se enfrentaron a la
combatividad del campesinado, que sostuvo contra el invasor prácticamente un
siglo de lucha sin cuartel. En 1341 estallaron rebeliones en más de trescientos
aldeas de las actuales provincias de Shantung y de Copei, y hacia mediados del
siglo XIV la revuelta comenzó a extenderse por todo el país. Entre los años
1335 y 1359, las fuerzas campesinas llamadas Ejército del Turbante Rojo,
dirigidas por Liu Fu-tung y Jan Lin-er, barrieron el norte. El curso inferior del río
Yangtsé fue tomado por Chang Shi-chen y Fan Kuo-sen, dos marineros que
conducían pequeños botes utilizados para el transporte de la sal. El primero,
con 10.000 hombres bajo su mando, fue especialmente severo con los ricos. En
el curso medio del río, el jefe del levantamiento fue un vendedor ambulante de
telas, llamado Sü Shou-juí que en1358, con la ayuda de Chen Yu-liang, hijo de
un pescador, ocupó cinco provincias.
Otra de las más destacadas revueltas campesinas, se desarrolló durante la
primera parte del siglo XVII en la provincia de Shensi. Azotadas por el hambre,
las tropas allí acantonadas, a quienes se les debían más de treinta meses de
sueldo, se levantaron y saquearon la tesorería local. Este suceso, se convirtió
en ejemplo y provocó el estallido de rebeliones que se extendieron a buena
parte del país. Dondequiera que llegaban los representantes de la rebelión
recababan el apoyo popular para ejecutar a aristócratas, altos oficiales y
terratenientes, con el fin de repartir sus propiedades entre los pobres.
Finalmente, y tras casi veinte años de resistencia, la rebelión fue sofocada.

La penetración imperialista: opresión y modernidad

Difícilmente podríamos entender la dinámica de la revolución china, sin


conocer antes sus antecedentes históricos. Éstos marcaron profundamente la
conciencia y determinaron el papel en la revolución de todas sus clases. Nobles
y terratenientes perpetuaron el sistema de explotación feudal de la tierra
durante siglos, hasta el punto, que sólo fueron definitivamente derrocados a
mediados del siglo XX. La burguesía nativa fue siempre escasa y débil,
dependiente desde su nacimiento de la tutela del imperialismo, lo que la situó,
en los momentos decisivos, al lado de la contrarrevolución. La gran masa de
campesinos pobres, sojuzgada y explotada hasta límites inhumanos, poseedora
de una inagotable energía revolucionaria, constituyó, en un país de base
agraria, uno de los motores fundamentales de la revolución. Y, por supuesto, el
proletariado, poco numeroso pero forjado por las más avanzadas técnicas de
producción capitalista introducidas por el imperialismo, desafió al sistema
desde los mismos inicios de su aparición como clase.
En los siglos que precedieron la historia contemporánea china, los campesinos
pobres despojaron a los grandes terratenientes en varias ocasiones; sin
embargo, invariablemente, fueron vencidos y las tierras volvieron a
concentrase nuevamente en pocas manos. El aislamiento en el que los
sucesivos emperadores y dinastías sumergieron a China durante siglos, no
impidió levantamientos y rebeliones campesinas, pero sí facilitó la perpetuación
del régimen imperial. El movimiento del campesinado pobre no carecía de
ambiciones revolucionarias, pero por su papel en la producción no fue capaz de
dotarse de un programa político acabado para la transformación social.
Intentaron una y otra vez abordar la tarea de destruir el viejo régimen, pero no
disponían de una alternativa viable para construir un mundo nuevo.
Mientras tras los muros milenarios y aparentemente impenetrables de la Gran
Muralla china, las relaciones de producción y, por ende, el conjunto de la
sociedad permanecía en un aparente impasse histórico, el resto del mundo
cambiaba profundamente. El joven capitalismo nacido en Europa desarrollaba
las fuerzas productivas a una escala nunca antes conocida en la historia de la
humanidad. En las primeras décadas del siglo XIX, el nuevo modo de
producción alcanzó tal grado de madurez que se vio obligado a buscar nuevos
mercados para sus abundantes y competitivas manufacturas, así como nuevas
fuentes de abastecimiento de materias primas. La consolidación y expansión
del capitalismo europeo supuso el principió del fin del sistema imperial.
Apoyados en su superioridad económica, los agentes del capital apostados en
Asia, disponían de los instrumentos económicos, políticos y militares necesarios
para abrir las puertas de la Gran Muralla.
Instintivamente, la corte china siempre miró con recelo y miedo a los
comerciantes europeos. Trató de mantenerlos a distancia a través de la
imposición de estrictas limitaciones en su actividad económica. Temían que el
comercio con las potencias extranjeras permitiera el desarrollo de los
comerciantes chinos, alimentando así un poder económico y político
independiente de la aristocracia. Las razones de esta hostilidad fueron
planteadas por Marx: "La primera condición para la conservación de la China
antigua era el completo aislamiento. Pero al propiciar Inglaterra un fin violento
a este aislamiento, debió seguir la desintegración, tan seguramente como la de
cualquier momia cuidadosamente preservada en un féretro herméticamente
sellado cuando se la pone en contacto con el aire"5.
Frente a todas las resistencias de la corte, mercancías como el té o la seda,
se erigían como esmeraldas apetecibles a las que los comerciantes europeos no
pensaban renunciar. La decisión en los centros del poder económico de las
metrópolis europeas estaba tomada: China se abriría al comercio.
La penetración del capitalismo jugó un papel enormemente progresista
arrastrando a China a la modernidad, no es menos cierto que ello fue posible a
través de métodos mafiosos y absolutamente crueles, basados en la rapiña
más despreciable. Los emisarios del capitalismo británico encontraron en el
opio el instrumento principal para su "misión civilizadora". Convirtieron esta
droga en una mercancía más, gracias a la cual pudieron acceder al resto de los
productos y materias primas de China sin tener que recurrir permanentemente
al pago en dinero. La corrupción y degradación social que este tipo de
"transacción comercial" trajo consigo, alimentó el desarrolló una gran mafia
contrabandista, dispuesta a superar cualquier barrera arancelaria o disposición
jurídica. De casi 300 toneladas a principios del siglo XIX, la importación de opio
pasó a aproximadamente 3.000 toneladas en 1838.
En un intento de detener el crecimiento monstruoso del comercio y consumo
de opio, fue enviado a Cantón a mediados 1839 en calidad de "comisario
imperial" Lin Tse-hsu. Para hacer valer su autoridad, nada más tomar posesión
del cargo, requisó 1.300 toneladas de opio que hizo quemar durante veinte días
consecutivos entre manifestaciones populares de júbilo.
Sin embargo, los comerciantes ingleses no estaban dispuestos a permitir que
su negocio fuera clausurado. Quedaron a la espera de algún incidente que
permitiese justificar el inicio de la guerra contra China, hasta que finalmente lo
encontraron. El capitán Elliot, que actuaba como representante directo de la
reina Victoria de Inglaterra, dio refugio en la sede de los comerciantes
británicos a un marinero inglés borracho que acababa de asesinar a un
vendedor ambulante chino y se negó a entregarlo a las autoridades nativas. El
siguiente paso de los británicos fue su traslado a la isla de Honk Kong, ante la
expectativa de un conflicto armado. En otoño comenzaron las hostilidades y, en
el verano de 1840, la marina inglesa atacó las costas chinas, si bien no
consiguieron ocupar Cantón gracias a la defensa de la ciudad organizada por
Lin. La corte imperial, sin embargo, no se sentía lo suficientemente fuerte y
propuso un acuerdo a los imperialistas a la vez que licenciaba al heroico Lin,
que moriría en el exilio.
Los ingleses, al contrario que la pusilánime aristocracia china, no se
conformaron con una compensación por la destrucción del opio. Apostaron por
una victoria militar incontestable que obligase a las autoridades nativas a
concesiones mayores destinadas a permitir su definitiva conquista económica.
La desigualdad de los contendientes trascendía el mero terreno militar. Se
trataba del enfrentamiento entre los representantes de dos modelos de
sociedad diferentes. El bando imperial estaba encabezado por una clase que
asistía a la decadencia histórica de su modo de producción. La bancarrota social
y económica de su sistema sumía a sus defensores en un sentimiento de
derrota y pesimismo hacia el futuro. Por el contrario, al frente de las fuerzas
imperialistas se encontraba una clase en ascenso, capaz de desarrollar las
fuerzas productivas, destinada a controlar el mundo entero.
En los dos años siguientes los británicos ocuparon Shangai, Ningpó y las
cercanías de Amoy. Finalmente, el 29 de agosto de 1842, la corte firmó el
tratado de Nankín, el primero de muchos acuerdos en los que se otorgarían
inmensas concesiones a los imperialistas. El tratado permitió la apertura al
comercio internacional de los puertos de Cantón, Amoy, Fuchow, Ningpó y
Shangai, la cesión de la isla de Hong Kong a los británicos y el pago de una
indemnización multimillonaria por el opio confiscado. Además, los ciudadanos
británicos responsables de delitos ante la justicia china solo podrían ser
juzgados por autoridades consulares.
Este tratado creó las condiciones para que el capital extranjero se convirtiese
en el elemento decisivo de la economía china, gracias a su dominio sobre las
ciudades portuarias y la limitación del uso de aranceles para la protección de
productos nativos. Las consecuencias también se dejaron sentir en las
ambiciones manifestadas por otras potencias, dispuestas a luchar por su
porción en el saqueo. Dos años después del tratado de Nankín, sin necesidad
de combatir y con la sola amenaza a la dinastía manchú, Francia y EEUU
consiguieron los mismos privilegios que Gran Bretaña. China se había
"integrado" en el mercado mundial.

El final de una época: la revuelta Taiping6


La última gran revuelta campesina del siglo XIX, la revolución Taiping, una
oleada de levantamientos que sacudió China durante veinte años a partir de
1850, tuvo una enorme trascendencia no sólo por su profundidad y extensión,
sino porque amenazó directamente al dominio colonial. El nuevo papel que le
había sido impuesto a China se convirtió dialécticamente en causa de la
rebelión, demostrando cómo la irrupción de las potencias capitalistas lejos de
acarrear estabilidad, agudizó las contradicciones de la sociedad provocando un
mayor sufrimiento a las masas. De hecho, fue la penetración imperialista en las
últimas décadas del siglo XIX, la que gestó las condiciones objetivas que
hicieron del siglo XX chino una época revolucionaria de difícil parangón
histórico.
Volviendo a 1850, la sangría financiera provocada por las indemnizaciones de
guerra, recayó sobre las espaldas de los campesinos y artesanos. El
resentimiento del pueblo contra la dinastía Ching se alimentó tanto de los
desorbitados impuestos, como de la actitud cobarde y sumisa de la corte ante
los agresores extranjeros. La chispa que hizo brotar la revuelta fue el
levantamiento de la aldea de Chintien, situada en el suroeste. Su dirigente fue
el revolucionario e intelectual Hung Hsiu-chuang. No era la primera vez que un
intelectual se ponía a la cabeza de las revueltas populares, aunque en esta
ocasión la novedad estribaba en las ideas propuestas por Hung, de clara
influencia occidente. En un discurso teñido de cristianismo, Hung llamaba a la
hermandad, la justicia y la igualdad y así, en 1851 en una aldea cerca de
Kuangtung, proclamó el "Celeste Reino de la Gran Paz", traducción de Taiping
Tien-kuo. Hung consiguió aglutinar decenas de miles de campesinos dispuestos
a combatir, gracias a que sus objetivos, a pesar de toda su parafernalia mística
y religiosa, eran extremadamente tangibles para los oprimidos: proclamó en su
reino una ley agraria contra los terratenientes, incluyendo la confiscación de las
tierras de los ricos propietarios y la garantía para cada cultivador de una
parcela de tierra suficiente para vivir. El régimen Taiping llegó a abarcar un
centenar de millones de personas, reuniendo un ejército de un millón de
hombres. Las tropas de la corte imperial eran demasiado débiles para lucha
contra el entusiasmo revolucionario de los taiping.
En un primer momento, los occidentales vieron la revuelta Taiping con
simpatía, sopesando la posibilidad de convertirlo en un vehículo para
cristianizar China, pero rápidamente comprendieron que, dada su base social y
objetivos, este régimen acabaría rechazando la dominación extranjera. La
inicial neutralidad de los imperialistas se transformó en una clara intervención
militar a favor de la dinastía, a la que aprovisionaron con armamento moderno.
La represión fue inmisericorde, decenas de miles de muertos y la destrucción
de numerosas obras hidráulicas para el cultivo. Incluso después de la
revolución de 1949, se podía reconocer las aldeas reprimidas en esta época por
su escasa población y miseria.
Aunque de una forma extremadamente amarga, de esta derrota se
desprendió una valiosa conclusión para el futuro: en su lucha por la
emancipación, el campesinado pobre chino no encontraría en las filas del
capital extranjero ningún aliado, sino un cruel verdugo. Esta conclusión será
igualmente válida, pero en sentido inverso, para los chinos ricos —aristócratas,
terratenientes, comerciantes y futuros burgueses—. A pesar de las disputas
que pudieran mantener con sus "jefes" extranjeros, siempre actuarían unidos a
ellos ante la amenaza de un movimiento que desafiara su derecho de explotar
al pueblo chino.

Nuevas potencias imperialistas se suman al saqueo

A pesar del aplastamiento del movimiento Taiping, el desmoronamiento del


régimen imperial seguía su curso. El poder central era débil y se resquebrajaba,
alimentando tendencias centrífugas. Por un lado, un sector de la élite china
más prospera se convirtió en la agencia local de los imperialistas extranjeros:
eran los llamados "compradores" de los blancos. Por otro, comerciantes
extranjeros empezaban a detentar facultades anteriormente exclusivas de las
autoridades estatales chinas: reclutaron milicias locales y comenzaron a
controlar las aduanas. A todo ello, había que sumar el fortalecimiento de una
vieja y conocida figura de la sociedad china: los señores de la guerra. Grandes
propietarios rurales se habían transformado en prepotentes militaristas al
mando de ejércitos privados, que vivían a caballo entre la sublevación contra el
poder central, con quién no querían compartir impuestos ni ninguna clase de
riqueza arrancada al pueblo y, la necesidad de reprimir centralizadamente las
gigantescas revueltas campesinas, que ponían en cuestión tanto las prebendas
del poder central como las suyas propias.
La debilidad de la corte imperial estimulaba a su vez el avance de los poderes
imperialistas. Éstos últimos provocaron una nueva guerra por sucesos
absolutamente secundarios como el tratamiento recibido por la bandera
británica o el destino de un misionero francés. Fuerzas anglo-francesas
ocuparon Cantón en 1857 y el puerto de Taku en 1858. Impusieron a la
dinastía manchú los tratados de Tientsín, que preveían la apertura de otros dos
puertos y todo el valle de Yangtsé al comercio, el derecho de las potencias
extranjeras a enviar naves de guerra a los puertos chinos, de los particulares
extranjeros a viajar por todo el país y el de los misioneros a desarrollar tareas
de evangelización. También Rusia y EEUU obtuvieron tratados beneficiosos.
Japón se auto invitó al festín, usando métodos similares. Los expansionistas
japoneses penetraron militarmente en Corea, en aquel entonces protectorado
chino. El 1 de agosto de 1894 estalló la guerra, que tuvo previsibles y ruinosos
resultados para China. El siguiente paso fue la invasión japonesa de Manchuria,
que desorganizaría la marina china. Finalmente, China sufrió la imposición de
un nuevo tratado que sancionó el protectorado japonés de Corea, la apertura
de nuevos puertos a Japón, la cesión de la isla de Formosa y el pago de
indemnizaciones equivalente a dos años de ingresos fiscales.
El cuerpo vivo de la precaria nación china se convirtió en el botín de la rapiña
imperialista: rusos, franceses, británicos, japoneses, estadounidenses y
alemanes se disputaban las riquezas del país y sojuzgaban al pueblo chino con
absoluta impunidad. Esta situación animó a capitalistas extranjeros a realizar
nuevas inversiones, aprovechando el bajo precio de la mano de obra y las
materias primas, así como la cobertura económica y jurídica que les garantizan
las bases imperialistas que sus compatriotas habían establecido. La
pusilanimidad y docilidad del régimen oficial chino hizo que las potencias
extranjeras optaran por él frente a las diferentes fuerzas rebeldes. La clase
dirigente nativa, aterrorizada todavía por el recuerdo de la sublevación de los
Taiping, prefirió aceptar la presencia de las potencias extranjeras que, aunque
la situaba en una posición de humillación, garantizaba a la vez sus propiedades
latifundistas.

Un capitalismo débil y dependiente

No podemos perder de vista el hecho clave de que China se integró en el


mercado mundial como colonia de las grandes potencias imperialistas. Este
aspecto marcó decisivamente las características fundamentales y las
perspectivas del capitalismo chino. Su desarrollo no fue el producto de unas
condiciones económicas y sociales locales ya maduras para la transformación
de la sociedad. Por el contrario, el modo de producción capitalista se fraguó en
China de la mano del capital extranjero, no de una ascendente burguesía
nacional capaz de obtener su poder político de su posición clave en la
economía. Como resultado, las diferentes clases poseedoras chinas, feudales o
burguesas, estarían condenadas a una dependencia y subordinación absolutas
respecto a las potencias imperialistas.
Los representantes del capital extranjero habían asumido el papel
preponderante en todos los aspectos de la vida social china, gracias al control
de los sectores decisivos de la economía, tanto en los más avanzados de la
producción (industria, ferrocarriles, minería, textil) como en el comercio. De
este modo se imposibilitó el nacimiento de una burguesía autóctona
emprendedora e independiente, dando lugar a una clase incapacitada,
prácticamente desde su nacimiento, para dirigir la sociedad. En su mayoría, los
capitalistas chinos estaban condenados a ser "compradores", y por tanto
obedientes subordinados de las empresas extranjeras. Aunque de su seno
nacerían demócratas revolucionarios como Sun Yat-sen, su debilidad y
dependencia económica la condenarían a ser mera intermediaria en la opresión
ejercida por el capital extranjero sobre las masas pobres de su país.
Los grandes terratenientes no tuvieron nada que temer, ya que las
amenazantes tradiciones revolucionarias del campesinado chino, combinadas
con la debilidad del capitalismo nacional, hicieron que ni los capitalistas
extranjeros ni la burguesía local tuvieran la más mínima intención de
modernizar el campo y llevar a cabo la liquidación de la propiedad territorial de
los grandes señores feudales. Así, los métodos de explotación feudal
pervivieron en el campo conviviendo con el desarrollo de la explotación
capitalista en las ciudades.
Esta dinámica se vio fortalecida por el fracaso estrepitoso de los diferentes
intentos de reforma política. Inevitablemente, la decadencia y miseria en la que
vivía el país animó a una parte de los sectores acomodados, provenientes en su
mayoría de las capas ilustradas, a intentar aplicar toda una serie de reformas
destinadas a modernizar China. Pero las reformas se enfrentaron a dificultades
que no podían superarse gracias a la voluntad y las buenas intenciones. Los
reformistas carecieron tanto del poder económico como de la valentía
revolucionaria necesarios para llevar a la práctica sus ideas de progreso.
Kang Yu-wei, un cantonés ilustrado, se convirtió en uno de los primeros
exponentes de estos sectores. Sus ambiciones de modernidad influenciaron en
el emperador Kuang Hsu, consiguiendo que en 1898 se dictaran 40 edictos de
corte reformista con el objetivo de garantizar, entre otras cuestiones, la
equidad en los exámenes para el acceso al funcionariado estatal, la
occidentalización de la educación, la renovación del ejército o el
establecimiento de una banca central. Pero detrás de este programa no se
encontraba una fuerza revolucionaria burguesa como en la Francia del siglo
XVIII, ni tampoco las masas oprimidas, a la cuales los reformistas chinos
temían y evitaban. El proyecto, que no llegó nunca mucho más allá del papel,
finalizó drásticamente con el golpe palaciego de la "emperatriz viuda" Tzu-hsi,
quien hizo que todo volviera a la vieja normalidad.
Sin embargo, esta realidad era tan sólo una cara de la moneda. El atraso del
capitalismo chino además de imprimir un determinado carácter político a su
clase dirigente, también determinó la fisonomía de su joven proletariado.
Trotsky desarrolló esta idea en uno de sus discursos a los jóvenes estudiantes
de la Universidad Comunista de los Trabajadores de Oriente: "(...) A primera
vista parece haber una contradicción histórica en el hecho de que Marx haya
nacido en Alemania, el más atrasado de los grandes países europeos durante la
primera mitad del siglo XIX, exceptuando desde luego, a Rusia. ¿Por qué, en el
siglo XIX y a principios del siglo XX, Alemania produjo a Marx y Rusia a Lenin?
¡Esto parece ser una anomalía evidente! Pero es una anomalía que se explica
mediante la llamada dialéctica del desarrollo histórico. Con la maquinaria y los
textiles ingleses, la historia proporcionó el factor de progreso más
revolucionario. Pero esta maquinaria y estos textiles sufrieron un lento proceso
de desarrollo en Inglaterra, y, en su conjunto, la mente y la conciencia del
hombre son sumamente conservadoras.
"(…) Pero cuando las fuerzas productivas de las metrópolis, de un país de
capitalismo clásico, como Inglaterra, tienen acceso a países más atrasados,
como Alemania en la primera mitad del siglo XIX y XX, y hoy en día en Asia;
cuando los factores económicos explotan de un modo revolucionario,
rompiendo el orden antiguo; cuando el desarrollo deja de ser gradual y
"orgánico" y toma la forma de terribles convulsiones y cambios radicales en las
concepciones sociales anteriores, entonces es más fácil que el pensamiento
crítico encuentre una expresión revolucionaria, siempre y cuando existan
previamente los requisitos teóricos necesarios en el país de que se trate.
"Por eso Marx apareció en Alemania en la primera mitad del siglo XIX; por eso
Lenin apareció aquí en Rusia y por eso observamos lo que a primera vista
parece una paradoja, que el país con el capitalismo más antiguo, más
desarrollado y próspero de Europa —me refiero a Inglaterra— es la cuna del
partido "laborista" más conservador.
"En los países orientales, el progreso del capitalismo no es ni gradual, ni
lento, ni de ninguna manera "evolutivo", sino drástico y catastrófico,
frecuentemente mucho más catastrófico que aquí en la antigua Rusia zarista"7.
Notas
1. Artículo publicado en la Neue Rheinische Zeitung en febrero de 1850; incluido en China, ¿fósil viviente o
transmisor revolucionario? editado por UNAM, México 1975, páginas 48 y 49.
2. Informe de la comisión para los problemas nacional y colonial en el II Congreso de la Internacional Comunista,
26 de julio de 1920. Recogido en la recopilación de artículos El despertar de Asia, Editorial Progreso Moscú,
1979, página 70.
3. Carlos Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista, escrito en 1847. Editorial Fundación Federico Engels,
Madrid, 1997, página 45.
4. Lenin, La democracia y el populismo en China, escrito en junio de 1912, recogido en El despertar de Asia,
Editorial Progreso Moscú, 1979, páginas 15 y
5. Marx, La revolución en China y en Europa, escrito en junio de 1853, incluido en China, ¿fósil viviente o
transmisor revolucionario?, página 54.
6. Los hechos históricos reseñados en este trabajo han sido obtenidos de diferentes fuentes bibliográficas que se
señalan al final del mismo. Entre ellas cabe destacar el extenso y prolijo libro de Enrica Colloti Pischel, La
revolución china, Ediciones ERA, México DF 1976, con su abundante documentación. Hay que señalar, no
obstante, que las conclusiones políticas de este texto y las mantenidas por Colloti difieren en aspectos
sustanciales.
7. Trotsky, Perspectivas y tareas en el lejano Oriente, Discurso pronunciado el 21 de abril de 1924 con ocasión del
tercer aniversario de la Universidad Comunista de los Trabajadores de Oriente, incluido en La segunda
revolución china, Editorial Pluma, Bogotá 1976, páginas 12, 13 y 14.

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)

Bárbara Areal

II. La caída del Imperio y la revolución nacional democrática

Rebelión ‘boxer’: estalla la lucha antiimperialista

Tan explosiva era la situación creada por la convivencia de la vieja opresión feudal y la
nueva explotación capitalista, que las masas chinas, ahora también impregnadas de un
profundo sentimiento antiimperialista, presentaron batalla a pesar de carecer de una
dirección por parte de su burguesía. El siglo XX nacerá marcado por el despertar del
conjunto de Asia. En Persia, Turquía o la India, millones de seres humanos fueron
sacudidos por el saqueo colonial y lanzados a la insurrección. Una vez más, la vieja
burguesía europea tuvo la oportunidad de demostrar su carácter reaccionario, situándose
en las barricadas del atraso, el oscurantismo y la opresión feudal.
Este proceso de rebeldía de dimensiones continentales fue protagonizado en China por
un levantamiento campesino y antiimperialista surgido en 1900, y que trascendió en
Occidente con el nombre de los pugilistas o boxer, calificativo que procedía de una
incorrecta traducción del término chino I-Ho-Tuang, nombre de la sociedad que lideró el
levantamiento. Su correcta traducción al castellano es una verdadera declaración de
intenciones: El puño de justicia y la concordia.
El surgimiento de esta rebelión reflejaba todo el odio y el resentimiento de las masas
chinas hacia la burguesía imperialista. Las misiones religiosas extranjeras, escondidas
tras la coartada de una actividad civilizadora y evangelizadora desinteresada, eran en
realidad instrumentos de dominación cultural, judicial y económica de las potencias
imperialistas. Pisoteaban sin miramientos los derechos, costumbres y sentimientos del
pueblo chino, se apropiaban de la tierra de los campesinos y establecían sus propios
tribunales de justicia en las iglesias, interfiriendo en la jurisdicción china. No es de
extrañar que el poderoso movimiento antiimperialista de los I-Ho-Tuang empezase como
una revuelta contra los misioneros extranjeros.
Los imperialistas intentaron ocultar el significado progresista del movimiento, al que
calumniaban describiéndolo como un estallido alimentado por el atraso y un ciego odio
hacia todo lo extranjero, particularmente hacia la civilización europea.
En aquellos años sólo algunos marxistas interpretaron correctamente aquellos
acontecimientos. Lenin respondió enérgicamente a las mentiras de la propaganda
imperialista desde un punto de vista clasista: "¡Sí! Es verdad que los chinos odian a los
europeos ¿pero a qué europeos odian y por qué? Los chinos no odian al pueblo europeo,
jamás han tenido disputa alguna con él. Odian a los capitalistas europeos y a los
gobiernos que obedecen a los capitalistas. ¿Cómo pueden los chinos evitar odiar a
aquellos que vinieron a China con el único propósito de obtener provecho; que han
utilizado su cacareada civilización con los únicos fines del engaño, el saqueo y la
violencia; que han desatado la guerra contra China con el objeto de comerciar con el opio
para envenenar al pueblo; y a aquellos que hipócritamente realizan su política de saqueo
bajo el disfraz de la difusión del cristianismo?"8.
Este certero análisis nos permite entender la rápida extensión del movimiento. En todas
partes su llamada a combatir la agresión extranjera encontraba una rápida y calurosa
respuesta entre las masas. En mayo y junio de 1900, tres importantes zonas, Jopei,
Paoting y Tientsín, cayeron en poder de la I-Ho-Tuang. El movimiento de agitación llegó
hasta los suburbios de la capital, Pekín, amenazando el poder político de la oligarquía
dominante.
La corte empezó a sentir terror ante la dimensión alcanzada por la rebelión e intentó
una maniobra de alianza con el movimiento I-Ho-Tuang, con el propósito de controlarlo
en beneficio de sus intereses particulares. Creyeron que su carácter antiimperialista
serviría de contrapeso frente a las insoportables presiones ejercidas por las potencias
extranjeras y que podrían mellar su filo revolucionario y antidinástico. La monarquía
pretendió cambiar el lema original del movimiento, "contra la dinastía, expulsad a los
extranjeros", por "viva la dinastía, expulsad a los extranjeros".
Las potencias extranjeras, preocupadas ante el nuevo panorama, comenzaron a
reforzar su presencia militar naval y terrestre. Tras su propio lema, "el hombre blanco
frente a la barbarie", desembarcaron una fuerza de 20.000 hombres que se dirigió a
Pekín. La agresión extranjera y la fuerte presión ejercida por los I-Ho-Tuang, obligaron al
gobierno de la dinastía Ching a declarar la guerra a los imperialistas. Pero a la vez que lo
hacían, pedían servilmente perdón: "No es que la corte estuviera mal dispuesta para
ordenar la eliminación de estos rebeldes —escribió el gobierno a las legaciones
extranjeras— pero se hallaban muy cerca y temíamos que de haber actuado
precipitadamente al respecto, las legaciones no hubieran contado con la protección
adecuada y que, por ende, se hubieran originado mayores desgracias (...) Esperamos
que los países extranjeros comprenderán"9. Interesante confesión, que demostraba cómo
por encima de las contradicciones entre los imperialistas y la dinastía Ching, estaba su
unidad frente a los explotados. El sector de los supuestos reformistas burgueses llegó
incluso más lejos, pidiendo una acción militar conjunta con las fuerzas extranjeras para
sofocar la revuelta.
El 14 de agosto, un cuerpo punitivo unificado de potencias extranjeras encabezado por
el general alemán Waldersee, entró en Pekín y la saqueó salvajemente, convirtiendo esta
antigua y hermosa ciudad en un infierno de asesinato, robo, incendios y violaciones.
Tropas de nacionalidad alemana, japonesa, inglesa, estadounidense y rusa, repitieron
esta criminal actuación en varias ciudades. Una vez más, la corte imperial inició
negociaciones de rendición y si éstas duraron casi un año, no fue por la capacidad del
trono chino para dilatar el proceso, sino por los desacuerdos entre los ladrones
imperialistas en el reparto del botín. Finalmente se firmó el llamado "Protocolo de 1901"
que incluyó una indemnización de 450 millones de tales (333 millones de dólares). Para
garantizar dicho pago, las potencias asumieron el control de las aduanas chinas e
impuestos tan importantes como el de la sal. De esta forma, la clase dirigente china
perdería una fuente fundamental de ingresos, lo que a su vez propició una explotación
aún más inmisericorde del campesinado chino por parte de la oligarquía nativa.

Nace el movimiento democrático burgués


El abismo social cada vez más profundo en el que se sumergía la sociedad despertó la
sensibilidad política de un sector de jóvenes hijos de familias más o menos acomodadas.
En su mayoría intelectuales, soñaban con una patria fuerte y moderna, de la que sentirse
orgullosos. Algunos tuvieron además la oportunidad de viajar a Europa y EEUU, donde
quedaron profundamente impresionados por el grado de desarrollo social y económico
alcanzado, convirtiendo estos países en el espejo al que debía mirar China.
Entre todos ellos brillará con luz propia Sun Yat-sen. Nacido en 1866, se crió en una
familia campesina que detestaba los privilegios de la burocracia imperial y despreciaba a
los dirigentes que habían llevado al país a una postración absoluta frente al imperialismo.
Obligado a emigrar, entró en contacto con el desarrollo de la técnica y la ciencia
occidental, por la cual sentirá auténtica admiración, considerándola el instrumento más
eficaz para liberar a China de su atraso secular. Su aspiración era convertir al gigante
chino en una nación moderna y una avanzada democracia. En torno a estas ideas y a su
figura se estableció un primer círculo de intelectuales y jóvenes nacionalistas.
El programa político de Sun fue tomando una forma cada vez más definida. En 1904
escribió: "El poder manchú es como un edificio que se desmorona. Su estructura está
completamente podrida. Ninguna fuerza exterior podrá impedir su caída"10. En julio de
1905, en una conferencia celebrada en Tokio bajo el liderazgo de Sun, se fusionaron los
principales grupos contrarios a la dinastía manchú, bajo el nombre de Tung Meng Jui —
cuya traducción es Liga Revolucionaria—, y lanzaron el famoso manifiesto de los tres
principios del pueblo: independencia, soberanía y bienestar. Desde su perspectiva, las
tareas de la revolución china serían restaurar el Estado nacional, confiando el gobierno
solo a chinos, crear instituciones republicanas con derechos democráticos para todos los
ciudadanos y mejorar el reparto de la riqueza. En definitiva, un programa democrático
burgués de carácter republicano, sin olvidar y destacar que sus autores explicaban que
dicho programa solo podría ser aplicado a través de una revolución violenta.
En su declaración política, los nacionalistas burgueses no dejaban de hacer llamadas a
la "revolución popular", incitando a las masas a levantarse para derrocar el gobierno
Ching y establecer un "Estado nacional independiente", un "Estado popular democrático".
Estas consignas conectaron no sólo con sectores de la burguesía, especialmente los
jóvenes acomodados y los intelectuales, también se convirtieron en un referente político
para amplias masas populares.
La monarquía percibió claramente el peligro que implicaba este discurso, que conectaba
con el ambiente insurreccional que existía en la sociedad. Los efectos catastróficos de las
sanciones derivadas de la derrota en la última guerra habían provocado 45 alzamientos
populares en 1903, 90 en 1904, 85 en 1905 y muchos más en los años siguientes.

Las masas derrocan al emperador

Conocedora del peligro que le acechaba, la dinastía intentó una maniobra desesperada.
Anunció su propia transformación en un régimen constitucional, pero este cambio
cosmético no detuvo el ascenso revolucionario. Una vez comprobada la inutilidad de la
treta, la corte imperial optó por volver a una línea abiertamente reaccionaria. Su
aislamiento social aumentó su dependencia del imperialismo, al que necesitaba contentar
por cualquier medio. Otorgó concesiones ferroviarias en toda China a grupos financieros
ingleses, norteamericanos y japoneses entre otros. Esta maniobra añadió más
combustible incendiario: la nueva humillación ante los extranjeros desató una ola de
protestas en torno a la campaña en "defensa de los derechos ferroviarios".
El ambiente social se siguió caldeando. En 1906 hubo 160 revueltas populares, llegando
a 284 en 1910. Si bien la principal fuerza de masas de estos levantamientos fue el
campesinado, también los obreros y pequeños comerciantes jugaron un papel destacado.
La desautorización del aparato estatal de la monarquía aumentaba día a día. Hubo una
negativa popular a pagar impuestos, asaltos a los depósitos de cereales, intentos de
expulsión en las diferentes localidades de los misioneros y destrucción de fábricas y
comercios propiedad de extranjeros. Decenas de miles de personas participaron, por
ejemplo, en el asalto a los depósitos de arroz de Changshá o en las luchas contra los
impuestos en Lai-yang. Sólo gracias al apoyo de los imperialistas el gobierno manchú
pudo sofocar estos levantamientos y restablecer temporalmente el orden.
Era evidente que había llegado el momento de la Liga Revolucionaria: las masas con su
acción revolucionaria habían creado el contexto social que Sun necesitaba para aplicar su
programa. Sin embargo, la Liga no fue capaz de unificar la lucha a escala nacional, de
fusionar y sincronizar la movilización de los campesinos, obreros y comerciantes, no supo
dar una dirección centralizada al movimiento. Tampoco tuvo la habilidad de marcar
objetivos concretos por los que luchar. Finalmente, 1910 acabó todavía con la monarquía
en el poder.
A pesar de las carencias más que evidentes de la dirección, las contradicciones de la
sociedad china seguían empujando hacia una salida revolucionaria. El ambiente
continuaba siendo extremadamente favorable a la insurrección, y cualquier chispa podía
reavivar el incendio. Por fin, el 10 de octubre de 1911, grupos revolucionarios de la
provincia de Jupei, en unión con la Liga Revolucionaria, consiguieron sublevar la
guarnición de Wuchang, que, levantada en armas, tomó Janchou y Janyang, otras dos
secciones de lo que hoy es la triple ciudad de Wujan. Derrocaron al gobierno feudal local
y proclamaron un gobierno republicano. Este levantamiento se convirtió rápidamente en
el ejemplo a seguir, produciéndose una reacción en cadena. En poco más de tres
semanas, del 20 de octubre al 18 de noviembre, 17 de las 21 provincias chinas
proclamaron su independencia. En las cuatro restantes, el gobierno de la dinastía
agonizaba hundido en su propia impotencia.
Las masas estaban dispuestas a todo. En la provincia de Jupei se inició el reclutamiento
de soldados revolucionarios. En las zonas en que había enfrentamientos armados,
mujeres y niños cruzaban las zonas de fuego para llevar alimentos y té a las tropas
republicanas.
La revolución triunfó finalmente gracias a la iniciativa de las masas, que fueron capaces
de sobreponerse a las carencias de la dirección. De hecho, Sun Yat-sen, que se
encontraba en EEUU cuando estalló la revolución, una vez enterado de su triunfo no
demostró ninguna prisa en regresar. Prefirió dirigirse a los capitalistas de las democracias
europeas, solicitando a los gobernantes occidentales y a los hombres de la City
londinense ayuda para construir una democracia moderna en China. Sun no podía o no
quería admitir que tras la máscara democrática y civilizada de Europa estaban los
intereses imperialistas del gran capital que necesitaban una China esclavizada y
postrada.
El 1 de enero de 1912 comenzó oficialmente la era republicana, declarada en Nankín
por el Gobierno Provisional de la República de China con Sun Yat-sen, ya de vuelta en el
país, como Presidente Provisional. Inmediatamente, Estados Unidos, Gran Bretaña,
Alemania, Japón y otras potencias extranjeras, ignorando las ingenuas peticiones de Sun,
amenazaron al Gobierno Provisional de Nankín enviando barcos de guerra y tropas por el
curso del Yangtsé.
La decisión y frescura que las masas habían demostrado para acabar con la
podredumbre del pasado eran atributos de los que sus líderes carecían por completo.
Sin solución de continuidad, los dirigentes del movimiento republicano aceptaron
participar en negociaciones auspiciadas por el imperialismo, haciendo todo tipo de
concesiones. Finalmente, el 12 de febrero de 1912 se produjo la abdicación del último
emperador chino a cambio de que, sólo dos días después, Yuan Shih-kai fuera nombrado
nuevo presidente de China. El personaje en cuestión, un viejo y conocido reaccionario,
monárquico hasta el triunfo de la revolución, contaba con un terrible currículo a su
espalda. Fiel representante de los intereses de terratenientes, compradores y burgueses,
a la vez que antiguo sirviente de las potencias extranjeras, había colaborado en el
aplastamiento del movimiento reformista de 1898 y la represión sangrienta de los I-Ho-
Tuang. Así pues, cuando el 11 de marzo se proclamó la Constitución, supuestamente
inspirada en los principios republicanos de Sun, este ya era un ex presidente.
Una revolución que no cambia nada

El emperador había sido derrocado, pero ¿que había cambiado más allá de los muros de
la corte? Si al mando seguían los de siempre, ¿cómo se podía esperar una política por
parte del nuevo gobierno sustancialmente diferente a la del anterior? Al igual que el
nuevo presidente, los fieles del antiguo régimen se desembarazaron con pasmosa
facilidad de su anticuado uniforme monárquico, para pasear con ostentación y orgullo
ante las masas su nueva chaqueta republicana. Ellos, a diferencia de quienes se
agrupaban en torno al programa democrático burgués de Sun, entendían que el
emperador era, en última instancia, un factor secundario. Se podía renunciar a él,
mientras lo fundamental, es decir, las palancas económicas y políticas del país, siguieran
en las mismas manos. En resumen, ayer monárquico y hoy republicano pero, siempre,
un privilegiado.
Esta aparente contradicción entre la procedencia social de un individuo y su actitud
favorable ante el nuevo gobierno republicano, se podía trasladar, aunque en sentido
contrario, a las masas chinas. El odio del pueblo a la dinastía era el reflejo de su rechazo
a siglos de explotación y opresión. Su entusiasmo republicano representaba la expresión
de su aspiración a una vida digna, a una sociedad más libre, justa e igualitaria. El
problema se plantearía, con toda su crudeza, cuando la nueva república burguesa
demostrara su incapacidad para satisfacer ninguna de estas aspiraciones.
La elección de un parlamento, una de las mayores conquistas que el nuevo régimen
republicano debía traer, pronto se vio frustrada. En primer lugar por los requisitos
necesarios para votar: más de 21 años cumplidos, habitar no menos de dos años en la
circunscripción electoral dada, pagar impuestos directos y poseer bienes por encima de
un valor determinado. Además, no había posibilidad de elección directa: los
compromisarios electos finalmente serían los que elegirían al presidente. En palabras de
Lenin: "Tal derecho electoral indica ya la alianza del campesinado acomodado y la
burguesía, con la ausencia o la impotencia absoluta del proletariado"11.
Con el objetivo de participar en el nuevo parlamento, la Liga Revolucionaria se
transformó en un nuevo partido: el Kuomintang, fundado en 1912. La dirección del nuevo
partido nacionalista y la candidatura a las elecciones, sin embargo, no recayó sobre Sun
Yat-sen, sino sobre un joven educado en las universidades norteamericanas, Sun Chiao-
jen, situado políticamente a la derecha de los fundadores de la Liga Revolucionaria.
Finalmente, el Kuomintang obtuvo la mayoría en las elecciones restringidas de febrero de
1913, pero, cuando su candidato se dirigía a Pekín para presentar su candidatura a la
presidencia, fue asesinado por los sicarios de Yuan Shih-kai.
Mientras que cualquier atisbo de participación democrática era aplastado, los señores
de la guerra, siniestro legado de la monarquía, lejos de debilitarse se fortalecieron frente
al poder central, convirtiéndose a su vez en instrumentos cada vez más perfeccionados al
servicio de las diferentes potencias imperialistas. La China encabezada por Yuan estuvo
en manos de los gobernadores militares de cada una de las provincias, que cultivaron
relaciones directas con los notables de sus zonas y los capitalistas extranjeros. Los
ejércitos de estos militaristas crecieron gracias al reclutamiento de campesinos
desesperados, convertidos en mercenarios dedicados a la rapiña contra la población
rural. Mientras, en las filas del ejército chino cundiría la desmoralización por la falta de
paga y vestimenta a resultas de unas arcas estatales vacías.
El fortalecimiento de los señores de la guerra dificultó a su vez la formación y desarrollo
de una burguesía nacional fuerte. Por una parte, los recursos extraídos de la explotación
del campo quedaron retenidos en sus manos, imposibilitando su reinversión en la
industria. Por otra, la débil industria nacional, que a duras penas hacía circular sus
mercancías por la inexistente capacidad de compra de las masas rurales, debió soportar
el pago de los impuestos y tributos que cada señor de la guerra imponía en "sus"
fronteras, sin olvidar la competencia en condiciones de franca inferioridad con las
mercancías producidas por las potencias imperialistas.
El balance de las conquistas del régimen republicano no podía ser más desolador.
Ninguna de las tareas fundamentales de la revolución democrático burguesa fue llevada a
la práctica con éxito. La independencia nacional no sólo seguía en entredicho debido a
que el dominio de los imperialistas permaneció intacto, sino que la propia existencia de
China como unidad nacional se desvanecía por la actuación cada vez más desafiante de
los señores de la guerra. Cualquier aspiración de instaurar un sistema de
parlamentarismo burgués a imagen y semejanza de Occidente, fue cortada de raíz con el
asesinato del candidato más votado en el primera convocatoria electoral. La reforma
agraria quedó totalmente descartada, así lo garantizaron tanto el nuevo presidente, Yuan
Shih-kai, y sus sucesores en el gobierno central, como los señores de la guerra en las
diferentes regiones, en ambos casos directos beneficiarios de los expolios cometidos por
los terratenientes. Para concluir, no se crearon condiciones económicas favorables para el
desarrollo de una fuerte burguesía nacional.
La revolución de 1911 demostró que las contradicciones irresolubles de la sociedad
China habían preparado el terreno para una transformación profunda. Sin embargo, no
hubo una clase capaz de dirigir la sociedad a un estadio de mayor progreso y desarrollo.
La burguesía china, a pesar de su juventud, había surgido tarde en la escena de la
historia. Le había tocado nacer en el período de decadencia imperialista del capitalismo,
lo cual la despojaba de su capacidad revolucionaria. La dirección de la transformación
social debería ser asumida por otra clase. El proletariado ruso se encargó de probar sólo
seis años después que, incluso en los países atrasados donde el capitalismo todavía no
había alcanzado su pleno apogeo, era la única clase que al frente del conjunto de los
oprimidos, y especialmente del campesinado pobre, podía liderar estos cambios
revolucionarios.
Aunque en el momento de la caída de la monarquía el proletariado chino estaba
empezando a nacer y se encontraba políticamente huérfano de dirección, ya apuntaba un
porvenir prometedor: las inversiones del capital extranjero y el contexto de la lucha de
clases internacional, lo hicieron crecer en número y en capacidad revolucionaria.

Notas
8. Lenin, La guerra china, publicado en Iskra en diciembre de 1900. Cita recogida en el libro publicado en Internet Breve
historia de la China contemporánea, Editorial Anagrama, Buenos Aires, 1972.
9. Cita recogida del libro publicado en Internet Breve historia de la China contemporánea, Editorial Anagrama, Buenos
Aires, 1972
10. Ibíd.
11. Lenin, La China renovada, escrito en noviembre 1912 (en El despertar de Asia, página 25

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)

Bárbara Areal

III. La semilla del comunismo germina en China

China y la Primera Guerra Mundial

En las últimas décadas del siglo XIX, el desarrollo alcanzado por el capitalismo había
empujado a la burguesía de los países europeos más desarrollados a la conquista de
nuevos mercados y proveedores de materias primas en el mundo. Pero el planeta parecía
no ser lo suficientemente grande para satisfacer su voracidad. El capitalismo alemán, que
por su desarrollo tardío había llegado con retraso al "reparto" de las colonias, no se
conformaba con un papel de segunda fila. Otro tanto podía decirse de Japón. Las
contradicciones entre las grandes potencias alcanzaron tal grado de tensión que
desembocaron en un conflicto armado a escala mundial: en 1914 estalló la Primera
Guerra Mundial.
Durante la primera etapa de la guerra se desencadenó una potente ola de chovinismo
ante la que cedió vergonzosamente la dirección de la Segunda Internacional. Situándose
al lado de los intereses de cada una de sus burguesías nacionales, los dirigentes
socialdemócratas asumieron una responsabilidad criminal, justificando la matanza entre
hermanos de clase. Sólo un pequeño puñado de revolucionarios resistió. Comprendieron
no sólo el carácter imperialista de la guerra, también previeron que los desfiles jubilosos
en defensa de la patria serían sucedidos por el despertar revolucionario de la clase obrera.
Dentro de este reducido grupo destacaron inquebrantables revolucionarios como Lenin,
Trotsky y Rosa Luxemburgo. Esta última escribió numerosos textos contra la matanza
imperialista, en los que la profundidad teórica no estaba reñida con el apasionamiento:
"Cubierta de vergüenza, deshonrada, chapoteando en sangre, nadando en cieno: así se
encuentra la sociedad burguesa, así es ella (…) como peste para la cultura y la
humanidad: así se muestra en su verdadera figura al desnudo (…) La guerra mundial ha
transformado las condiciones de nuestra lucha y, sobre todo a nosotros mismos. No se
trata de que las leyes fundamentales del desarrollo capitalista o de la guerra a muerte
entre el capital y el trabajo hayan sufrido una desviación o apaciguamiento (…) Pero el
ritmo de desarrollo ha recibido un poderoso impulso con la erupción del volcán
imperialista; la violencia de los enfrentamientos en el seno de la sociedad, la magnitud de
las tareas que se presentan al proletariado socialista a corto plazo, todo esto hace
aparecer como un dulce idilio a todo lo que había venido ocurriendo hasta ahora en la
historia del movimiento obrero"12. La Primera Guerra Mundial, partera de la revolución en
Rusia y Alemania, abonó también el terreno para que germinara la semilla del comunismo
en tierras asiáticas.
En el tablero de esta guerra, a China le correspondió ser parte de un botín colonial que
despertó las ambiciones japonesas. Las potencias que habían asaltado China en primer
lugar, Gran Bretaña, Francia y Rusia, estaban empeñadas en su enfrentamiento con
Alemania, dejando, temporalmente, el campo libre a Japón y EEUU en el continente
asiático. El imperialismo japonés despreciando cualquier tipo de pretensión diplomática,
utilizó métodos expeditivos. El 18 de enero de 1915, Yuan Shih-kai, que por aquel
entonces ya había sido nombrado presidente vitalicio, fue despertado en plena noche por
el ministro de Guerra japonés. Éste le presentó, respaldado por la flota de acorazados del
ejército japonés, las llamadas "21 peticiones", demandas destinadas a convertir China en
un protectorado del Imperio del Sol Naciente. A pesar del rechazo inicial, las "21
peticiones" fueron aceptadas por Yuan el 25 de mayo tras un segundo ultimátum.
El presidente chino, monárquico convencido hasta que los imperialistas lo colocaron al
frente de la república tras la revolución de 1911, creyó llegado el momento de volver al
que consideraba el mejor de los gobiernos. En diciembre de 1915, amparándose en la
intervención japonesa, intentó restaurar la monarquía dentro de la cual había reservado
para sí el papel de monarca. Pero sus intenciones no resultaron del agrado de un buen
número de republicanos que, si bien evitaron la "resurrección" de la monarquía,
permitieron la continuidad de Yuan como presidente de la república hasta su muerte en
1916.

El despertar rojo

La decepción provocada por los escasos resultados de la revolución de 1911, hizo que un
sector de la intelectualidad buscara nuevos horizontes revolucionarios. Entre ellos surgió
la figura extraordinaria de Chen Tu-hsiu, futuro primer secretario general del Partido
Comunista de China (PCCh).
Nacido en 1879 en el seno de una familia de funcionarios empobrecidos, Chen accedió a
una buena educación que le facilitó una plaza como profesor en la universidad de Pekín
así como la posibilidad de viajar. Sus cocimientos académicos fueron puestos, desde muy
temprano, al servicio del pueblo. Junto a su incansable labor revolucionaria, destacó en su
lucha por la conversión de la lengua china hablada en lengua escrita, con el objetivo de
evitar que los textos fueran patrimonio exclusivo de una élite intelectual.
Sus primeros pasos en política los dio como editor de la revista Juventud Nueva, que
inició su irregular publicación en 1915. En ella se defendieron ideas tan avanzadas para la
China del momento como la libre aceptación del matrimonio entre los esposos. A principio
de los años 20, debido a su destacado papel como dirigente revolucionario, se vio
obligado a exiliarse, siendo Francia uno de sus destinos. Este hecho, hasta cierto punto
accidental, jugó un papel decisivo en su formación comunista, permitiéndole acceder a la
literatura socialista y estudiar en profundidad la historia de la lucha de clases francesa.
Posteriormente explicaría que Francia, por encima de la cuna de Saint-Just y Robespierre,
era el país de la Comuna de 1871 y las jornadas de junio de 1848, la tierra de la
revolución obrera13.
Otro joven, Li Ta-chao jugó también un papel decisivo en la introducción del marxismo
en China. Se trataba de un intelectual, proveniente de una familia campesina
empobrecida, que se sumó al movimiento de la Juventud Nueva. Fue uno de los primeros
en levantar la bandera del leninismo al calor del triunfo del Octubre ruso. En su texto
titulado Victoria de la gente común, publicado en noviembre de 1918, predice que "de
ahora en adelante el mundo se convertirá en el mundo del pueblo trabajador" y que "la
revolución rusa de 1917 es la precursora de la revolución mundial del siglo XX". En La
victoria bolchevique, publicado más o menos en la misma época, describía de forma
entusiasta el significado de la revolución proletaria mundial llamando al pueblo chino a
seguir el ejemplo de la "revolución al estilo ruso", a destruir, mediante acciones
revolucionarias de masas, las fuerzas reaccionarias nacionales y extranjeras que lo
oprimían.
Chen y Li Ta-chao eran los exponentes más destacados del proceso de efervescencia
que vivían los estudiantes universitarios. Otras revistas similares a Juventud Nueva
surgieron en diferentes universidades, aglutinando el descontento de la juventud
ilustrada. Asociaciones juveniles y estudiantiles se propagaron por todo el país,
transformándose en provincias en grupos culturales y políticos. Estas asociaciones fueron
la cuna, la primera experiencia política, de los futuros fundadores del movimiento
comunista chino. En la escuela de la ciudad de Changsha, se constituyó también una
asociación de estas características, cuyo presidente era un joven, todavía desconocido,
llamado Mao Tse-tung.
Hasta finales de 1917, las inquietudes revolucionarias de estos jóvenes los animaron a
sostener una valiente actitud de desafío al poder establecido, pero todavía carecían de un
programa político claro. Sabían lo que no querían, sin embargo, aún no eran capaces de
formular un sistema político alternativo. Prueba de ello es que se proclamaban dirigentes
de una "revolución cultural" en lucha por la "ciencia y la democracia".
La victoria de la Revolución Rusa, que sacudió la conciencia de millones de hombres y
mujeres en todo el mundo, provocó una honda impresión en los jóvenes nuevos de China.
Al calor de su experiencia, algunos dirigentes de los círculos revolucionarios chinos
superaron la abstracción y falta de contenido de clase de sus ideas. Se demostraba en la
práctica una vieja y valiosa idea del internacionalismo proletario: la victoria de la
revolución social en cualquier país es una conquista para el conjunto del movimiento
obrero mundial. Los efectos de la revolución trascendieron las fronteras de la antigua
Rusia zarista. La revolución rusa no sólo ganó al programa de la revolución socialista a los
pueblos sometidos por el yugo del zarismo, conquistó para las ideas comunistas la mente
de millones de personas en todo el mundo. Como a Lenin le gustaba insistir, para las
masas es más importante una onza de práctica que una tonelada de teoría. Pues bien, ya
existía la prueba material, el ejemplo vivo y palpable. Este extraordinario acontecimiento,
jugó un papel enormemente progresista en el movimiento revolucionario chino. El
carácter indiscutiblemente clasista y socialista de la revolución rusa, permitió la
diferenciación entre los elementos genuinamente revolucionarios y los liberales. No
olvidemos que se trataba de un movimiento compuesto por intelectuales que carecía de
campesinos u obreros en sus filas. Pronto, el marxismo se convirtió en el eje que centró
las polémicas de los jóvenes nuevos.

El movimiento 4 de Mayo: los estudiantes y la clase obrera entran en escena

El injusto tratado impuesto por Japón no sólo alimentó el sentimiento antiimperialista


entre las masas oprimidas de China, sino el resentimiento contra los dirigentes burgueses
nativos que demostraban una vez más su incapacidad manifiesta para defender la
independencia nacional. Los jóvenes agrupados en torno a la revista Nueva Juventud,
popularizaron el lema "en el exterior luchar por la soberanía; en el interior suprimir a los
traidores".
La gota que colmó el vaso de la insatisfacción llegó con el final de la Primera Guerra
Mundial. Los mandos aliados, reunidos en la Conferencia de Paz de París, iniciaron las
conversaciones destinadas a fijar un nuevo reparto de las colonias que reflejase el
resultado de la contienda militar. A pesar de que China se había situado en su bando
durante la guerra, los aliados decidieron conceder a Japón los derechos sobre Shantung
que anteriormente tenía la ahora derrotada Alemania. La noticia se recibió con gran
indignación, desatando una frenética agitación en escuelas y universidades.
El 4 de mayo de 1919, coincidiendo con el momento en que se hizo definitiva la decisión
por parte de los aliados, estudiantes universitarios de Pekín se manifestaron en la Plaza
de Tiananmen, llamando a la población a movilizarse contra los acuerdos de Versalles y
exigiendo el castigo de los traidores projaponeses. En la lista de los colaboracionistas se
encontraban altos dignatarios gubernamentales: el ministro de Comunicaciones, Tsao Ru-
lin, firmante de las "21 demandas"; el director de la Casa de la Moneda, LuTsung-yü,
ministro de China en Japón cuando se firmaron las "21 demandas"; y el entonces
embajador de China en Japón, Chang Tsung-siang, que había entregado numerosos
derechos ferroviarios a Japón.
Los estudiantes, no satisfechos con la manifestación, prendieron fuego a la residencia de
Tsao Ru-lin y, ese mismo día, propinaron una paliza a Chang Tsung-siang. La policía
intervino, golpeando y deteniendo a muchos de los participantes. Pero el movimiento,
lejos de amedrentarse, respondió con una nueva demostración de fuerza: el 20 de mayo
organizó una nueva manifestación, a la que se sumaron estudiantes de secundaria,
maestros y profesores. Japón decidió entonces intervenir directamente. El 21 de mayo el
ministro japonés en Pekín advirtió al gobierno chino que si no tenía mas eficacia en la
represión del movimiento estudiantil, "provocaría serios conflictos entre ambos países". La
represión con la que respondieron las amedrentadas autoridades chinas, nuevamente, no
tuvo otro efecto que el de avivar la movilización. En los siguientes días la lucha se
extendió a otros 200 centros de estudio fuera de Pekín. En respuesta, el 1 de junio se
proclamó la ley marcial, y el día 3 ya eran más de mil los estudiantes detenidos.
El 5 de junio, al conocerse en Shanghai que el gobierno había arrestado a cientos de
estudiantes, parte de los obreros de cinco hilanderías de algodón, tres de ellas de
propiedad japonesa, se declararon en huelga. La burguesía de Shanghai, bajo la fuerte
presión de los estudiantes, los obreros y los empleados de comercio, también cerró sus
empresas el 5 de junio. El 6 y el 7, más obreros se sumaron a la huelga. Shangai, con
más de cien mil trabajadores, era la ciudad industrial más importante de China.
La participación del movimiento obrero hizo que la lucha diera un salto cuantitativo y,
más importante si cabe, cualitativo. Era la actividad económica, el control de la
producción industrial, lo que ahora estaba en juego. Prueba de ello es que el gobierno se
vio obligado a anunciar la libertad de todos los estudiantes arrestados el 7 de junio. Pero
eso no fue suficiente para aplacar al movimiento. La huelga continuó extendiéndose, el 10
de junio afectaba ya a trabajadores portuarios, ferroviarios y obreros del transporte, con
lo que el número de huelguistas llegó a los cien mil. Quedaron paralizadas las líneas
ferroviarias Shanghai-Nankín y Shanghai-Janchov. Británicos y franceses decidieron
entonces que era necesaria su intervención y enviaron barcos de guerra a Shanghai.
Querían estar preparados para una posible intervención militar si el movimiento iba aún
más lejos. La burguesía china, si bien había suspendido la actividad económica de sus
empresas, hacía insistencia en la necesidad de una "resistencia moderada", no "violenta",
para evitar ofender a los imperialistas.
Los movimientos huelguísticos se extendieron por todo el país. Los ferroviarios en las
provincias de Jopei, Chechiang y Chiangsí, abandonaron el trabajo, y los de Tientsín se
prepararon para hacerlo. Las huelgas estudiantiles se generalizaron. Los comercios de
muchas ciudades cerraron sus puertas.
Finalmente, la presión de masas obligó al gobierno a forzar la dimisión de de Tsao Ru-
lin, Chang Tsung-siang y LuTsung-yü. Obligó también a la delegación china en la
Conferencia de Paz de París a negarse a firmar, el 28 de junio, el Tratado de Versalles.
El movimiento de masas cosechó un extraordinario triunfo. Después de esta
incontestable victoria, los obreros y estudiantes volvieron a su rutina habitual. Pero, bajo
la aparente normalidad con la que se desenvolvía su vida, se había producido un cambio
profundo. Los vertiginosos acontecimientos que se concentraron en dos meses habían
dejado huella en su conciencia. La clase obrera había sido sin duda el factor clave para
que el régimen chino y los imperialistas retrocedieran. El proletariado chino había
experimentado en la práctica su fuerza, su unidad, su capacidad para paralizar el sistema
productivo; en definitiva, el inmenso poder que albergaba en su seno.

La fundación del Partido Comunista Chino

El movimiento de los intelectuales renovadores estaba definitivamente escindido. En un


sector se encontraban quienes, convencidos de la necesidad de una transformación radical
del mundo de la cultura, mantenían una posición conservadora respecto a la estructura de
la sociedad. En el otro, en el ala más revolucionaria, la revolución socialista de octubre en
Rusia y la actividad de la Internacional Comunista, entre 1919 y 1921, provocaron un
tremendo impacto. Se convencieron de la necesidad de transformar los seminarios de
estudio en grupos de militantes políticos sobre los que fundar el Partido Comunista. Esta
tarea fue estimulada y facilitada además por el desarrollo industrial de China.
Las grandes potencias hacía tiempo que no se conformaban con el saqueo de las
materias primas, querían beneficiarse de las riquezas naturales y de la abundante mano
de obra barata. Sus inversiones desarrollaron grandes industrias que se concentraron en
la cuenca del Yangtsé, en la ciudad de Shangai, en el área de Cantón - Hong-Kong, y las
minas de la zona de Hunán. Las pocas cifras que disponemos de esta época, hablan de
entre 1,5 y 2 millones de obreros. Todos ellos sometidos a una asfixiante y doble
explotación por parte de la oligarquía nativa y el capital extranjero.
En marzo de 1920 llegaron a China los primeros representantes de la Internacional
Comunista para establecer contacto con los círculos revolucionarios del país. En mayo del
mismo año, el círculo Shanghai se transformó en la primera agrupación comunista. En
poco tiempo, grupos similares se constituyeron en Pekín, Wujan, Changshá, Cantón y
Chinán. Por fin, el 1 de julio de 1921 se fundó el Partido Comunista de China en Shangai.
Sus sesiones se celebraron inicialmente en una escuela femenina, vacía es ese momento
por las vacaciones escolares. Acabaron sin embargo, en una barca sobre un lago, único
refugio que los jóvenes comunistas encontraron para escapar de la policía. La cifra exacta
de delegados no es conocida con exactitud, pero en opinión de algunos de los asistentes
hubo 12 ó 14 personas, en representación de no más de medio centenar de afiliados.
Chen Tu-hsiu fue nombrado secretario general y el Partido decidió orientarse a la
actividad sindical entre los obreros.
Los primeros logros del comunismo chino fueron muy modestos numéricamente. Pero
las condiciones objetivas del capitalismo corroboraron una de las leyes de la dialéctica
menos conocidas, pero enormemente valiosa para quienes asumen la tarea de construir
un partido revolucionario. Al igual que de la cantidad surge la calidad, de la calidad surge,
llegado el momento adecuado, la cantidad. El PCCh, que en 1921 no contaba con más de
50 afiliados, tendría inicialmente un crecimiento lento: alrededor de 500 militantes en
1923 y menos de un par de miles en 1925. Con el estallido de la segunda revolución se
producirá el gran salto, llegando a sumar 60.000 afiliados en 1927. Si es cierto que la
historia nunca se repite de la misma manera, estamos ante un valioso ejemplo para los
que hoy empeñamos nuestros mejores esfuerzos en la construcción de una genuina
organización comunista. Un núcleo de cuadros marxistas con voluntad revolucionaria,
fusionado con el movimiento vivo de las masas y capaz de aprovechar las oportunidades
que le brinda el despertar de la revolución, puede ganar el derecho a formar parte de la
dirección del movimiento, convirtiéndose en su ala más consecuente. Si además,
comprende y domina en profundidad la genuina teoría marxista, podrá conducir a las
masas a la victoria.

Luchas sindicales que anticipan una explosión revolucionaria

Entre el verano de 1921 y la primavera de 1923 se desarrolló una enorme agitación


sindical al calor de la explotación imperialista. El movimiento creció con sorprendente
rapidez. El Primero de Mayo de 1922 marcharon 100.000 obreros por las calles de
Shangai y el doble de esa cantidad lo hicieron en Cantón. Algunos informes en la prensa
burguesa destacaron la aparición de banderas rojas en los barrios obreros de Wuchang,
Hanyan y Hankow. En los grandes centros industriales estallaron más de 100 huelgas en
las que participaron más de 300.000 obreros. Dentro de este auge huelguístico, destacó
especialmente la huelga de dos meses protagonizada por los marineros de Hong Kong.
Movilizados por mejoras salariales, consiguieron finalmente obligar a los británicos a
reconocer a su sindicato, además del aumento de sus salarios.
El Primero de Mayo de 1922 se celebró también la primera conferencia nacional de los
sindicatos, dirigida por los marineros triunfantes, en representación 230.000 afiliados. En
Shangai, a comienzos de 1923, unos 40.000 obreros estaban organizados en 24
sindicatos. En el centro y norte de China la organización obrera giró alrededor de los
ferroviarios que, en 1924, llevaron a cabo su conferencia nacional. La lucha se estaba
transformando en organización, posibilitando el nacimiento de sindicatos de masas. Los
comunistas jugaron un importante papel en este proceso, situándose a la cabeza del
joven proletariado chino. Entre otros, Li Li-san y Liu Shai-chi, inauguraron en Junán el
Círculo Obrero de las minas de Anyuan, que dirigió exitosas luchas.
A principios de 1923 se produjo un dramático acontecimiento que golpeó la conciencia
de miles de trabajadores. Las circunstancias que acompañaron la fundación del Sindicato
General de Obreros Ferroviarios de la línea Pekín-Hankow, demostraron el carácter feroz y
sangriento de la lucha entre el trabajo asalariado y el capital desde sus más tempranos
inicios. Al tratarse de una vía férrea clave por atravesar China de norte a sur, dicha
organización sindical se convirtió nada más nacer en un enemigo estratégico para los
capitalistas. Al tener noticia de tal acontecimiento, el señor de la guerra Wu Pei-fu, el más
poderoso en aquel momento, reaccionó prohibiendo el sindicato, arrestando a sus
dirigentes y ocupando las sedes de la organización. Los trabajadores contraatacaron
audazmente con una huelga general en toda la línea. En respuesta, la mañana del 7 de
febrero, los mercenarios de Wu Pei-fu asesinaron a 35 trabajadores e hirieron a muchos
más. El líder del sindicato, Li Hsiang-chien, fue decapitado ante sus compañeros por
negarse a ordenar la vuelta al trabajo. La "masacre del 7 de febrero", con su brutalidad y
crueldad extrema, sumió a los obreros en el terror pero, al mismo tiempo, les enseñó el
auténtico rostro del capitalismo en China, acabando con cualquier esperanza de que bajo
dicho sistema se pudiera acceder a algún tipo de derecho democrático o justicia social. Se
preparaban así futuras luchas cargadas de un alto contenido revolucionario.
China se acercaba al estallido de una nueva explosión revolucionaria y, a diferencia de
anteriores ocasiones, el proletariado estaba lo suficientemente maduro para jugar un
papel independiente, incluso como para asumir la dirección revolucionaria. Los dirigentes
comunistas chinos contaban, en teoría al menos, con la ventaja de haber sido precedidos
por la experiencia victoriosa de sus hermanos soviéticos. No era indispensable, como si lo
fue en el Octubre ruso, la genialidad teórica de Lenin en sus Tesis de Abril, o la
anticipación brillante de la revolución permanente de Trotsky. Las líneas generales del
programa de la revolución china ya habían sido escritas, aún más, demostradas en la
práctica, con el triunfo de Octubre.
Notas
12. Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid 2006,
páginas 8 y 12.
13. Recogido en el libro La revolución china de Enrica Collotti, Ediciones ERA, México 1976, página 144

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)

Bárbara Areal

IV. La naturaleza de clase de la revolución rusa

Lecciones de Octubre
Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción, decían
siempre Marx y Engels, burlándose con justicia de quienes aprendían
de memoria y repetían sin haberlas digerido, "fórmulas" que, en el
mejor de los casos, sólo podían trazar las tareas generales, que
necesariamente cambian en correspondencia con la situación
económica y política concreta de cada período particular del proceso
histórico.
(…) Según la fórmula antigua resulta que: tras la dominación de la
burguesía puede y debe seguir la dominación del proletariado y el
campesinado, su dictadura. Pero en la vida misma ya ha sucedido de
otra manera: ha resultado un entrelazamiento de lo uno y lo otro, un
entrelazamiento extraordinariamente original, nuevo, nunca visto.
Lenin, Cartas sobre táctica14

Este fue el método que permitió a Lenin orientarse en medio de la vorágine


revolucionaria de 1917. Marx había planteado que las condiciones idóneas para la
revolución socialista habían madurado en los países capitalistas más desarrollados.
Sin embargo, la Rusia zarista de 1917, en la que se habían constituido los sóviets
de obreros y soldados, era un país atrasado. La clase obrera no alcanzaba el 10%
de la población total, lo que implicaba que la mayoría aplastante de sus habitantes
eran campesinos que vivían bajo formas de explotación semifeudal. Es más, las
masas revolucionarias tras derrocar al Zar en febrero de 1917, habían entregado el
poder a los representantes políticos de la burguesía a través de sus organizaciones
mayoritarias en esos momentos, mencheviques y socialistas revolucionarios. Pero
como a Lenin le gustaba repetir parafraseando al Fausto de Goethe: "La teoría es
gris, amigo mío, pero el árbol de la vida es eternamente verde"15.
Efectivamente, la revolución que se había producido durante el mes de febrero en
Rusia era una revolución democrático-burguesa. Sus objetivos eran el
derrocamiento de la monarquía y el establecimiento de una democracia
parlamentaria, la reforma agraria y la resolución de la cuestión nacional, a lo que
había que sumar la paz para poner fin a tres años de carnicería imperialista. Pan,
paz y tierra eran las reivindicaciones de las masas que acabaron con el zarismo.
Pero la burguesía rusa, elevada al poder a pesar de carecer de cualquier mérito
revolucionario, demostró rápidamente su absoluta incapacidad para llevar a la
práctica las tareas que la historia le había asignado. Ligada por mil y un lazos
económicos y familiares a los terratenientes, no podía ni pensar en abordar el
reparto de la tierra. Dependiente del capital de las grandes potencias imperialistas,
carecía de la independencia necesaria para retirar las tropas rusas de las trincheras
de la guerra imperialista. Acosada por una clase obrera revolucionaria que esperaba
del nuevo gobierno salarios dignos, una jornada laboral de 8 horas y que se negaba
a ser carne de cañón en la contienda militar, la burguesía rusa miraba hacia los
sectores más reaccionarios del viejo régimen zarista en busca de una bota militar
con la que aplastar al proletariado. A este panorama se sumaba el despertar del
campesino sin tierra, que, atraído por el estímulo de la revolución en las ciudades,
reivindicaba cambios radicales en la propiedad de la tierra y el reparto de la misma
ocupando masivamente las haciendas de los terratenientes.
Los hechos demostraban que la sociedad rusa estaba ya algo más que madura
para la transformación social. Sin embargo, la clase a quién históricamente
correspondía asumir la dirección política del país para llevar a cabo la
modernización de la sociedad, se negaba a jugar tal papel. A su lado, otra clase, el
proletariado, no sólo había entregado el gobierno a la burguesía, también había
constituido sus propios órganos de poder, los sóviets de obreros y soldados, cuyas
atribuciones, si bien no eran contempladas por la ley y el Estado burgués, eran
reconocidas por las amplias masas de la población.
¿Qué hacer en semejante situación? "El quid está en saber si los Sóviets deben
tender a convertirse en organizaciones de Estado (…) o bien los Sóviets no han de
seguir esa tendencia, no han de tomar el Poder, no han de convertirse en
organizaciones de Estado, sino que deben seguir siendo ‘organizaciones de
combate’ de una ‘clase’ (según dijo Mártov, adecentando con estos inocentes
deseos el hecho de que, bajo la dirección menchevique, los Sóviets eran un
instrumento de subordinación de los obreros a la burguesía)"16.
Los mencheviques, es decir, el ala reformista del movimiento obrero ruso, no
tenían dudas al respecto. Su razonamiento era simple: si el carácter de la
revolución era burgués, no cabía otra alternativa más que dejar la dirección de la
misma en manos de la burguesía. Por tanto, el proletariado debía limitarse a dar un
apoyo subordinado a los dictados de ésta. Gracias al triunfo de la revolución
burguesa, en un futuro difícil de determinar, una vez alcanzada la madurez
necesaria del capitalismo en Rusia, llegaría el momento del poder obrero y no
antes. Cualquier otra alternativa suponía, en términos mencheviques, una
desviación de la teoría marxista. Consecuentemente, los reformistas rusos no sólo
no traspasaron en ningún momento los límites del marco capitalista, sino que
llegado el momento de elegir entre el ascenso revolucionario de las masas o la
contrarrevolución burguesa, no dudaron en situarse en la barricada del capital. "Los
socialrevolucionarios y mencheviques, esclavos de la burguesía, atados a su dueño
y señor, dieron su consentimiento a todo: se prestaron a que fuesen llamadas a
Petrogrado tropas reaccionarias, a que se restableciese la pena de muerte, a que se
desarmase a los obreros y a las tropas revolucionarias, a las detenciones, a las
persecuciones, a las suspensiones de periódicos sin mandamiento judicial"17.
En lo que respecta a los bolcheviques, las cosas no estuvieron claras desde el
primer momento, a pesar de la falsificación monstruosa que la propaganda
estalinista hizo de aquel periodo posteriormente.
Lo cierto es que con una parte fundamental de su dirección en el exilio, los
dirigentes bolcheviques que permanecían dentro de Rusia liderados desde mediados
del mes de marzo por Kámenev y Stalin, no supieron reaccionar correctamente. En
la edición de Pravda del 7 de marzo se podía leer: "Por supuesto, no nos
cuestionamos la caída del dominio del capital, sino solamente la caída del dominio
de la autocracia y del feudalismo"18. Difícil apreciar en estas declaraciones
diferencias de fondo entre el menchevismo y la postura de aquellos que
representaban la dirección del bolchevismo dentro de Rusia.
Lenin, a pesar de que su obligado exilio suizo, lo separaba miles de kilómetros del
epicentro de la acción, fue capaz de comprender la naturaleza de aquellos
acontecimientos revolucionarios de una manera mucho más profunda y certera.
Partiendo de un punto de vista marxista a la hora de analizar el papel de cada clase
en la revolución, llegó a elaborar una línea de actuación para el Partido que poco o
nada tenía que ver con la defendida por Kámenev y Stalin.
El innegable papel jugado por Lenin en 1917 es una brillante y contundente
respuesta a aquellos sectarios que, utilizando prejuicios provincianos, exigen que
los revolucionarios se encuentren físicamente presentes en la revolución para tener
derecho a opinar. Lenin no llegaría a Rusia hasta abril de 1917, después de once
años de ausencia y, sin embargo, su estudio concienzudo de los acontecimientos y
su genialidad política le permitieron jugar un papel absolutamente clave para el
triunfo de la revolución. Desde el primer momento no albergó la menor confianza
en el gobierno burgués surgido del triunfo en febrero. Tan pronto como el 4 de
marzo escribió: "El nuevo Gobierno no puede dar a los pueblos de Rusia ni la paz,
ni el pan, ni la plena libertad. Y por eso, la clase obrera debe continuar su lucha por
el socialismo y por la paz, debe aprovechar para ello la nueva situación y
explicársela a las más amplias masas populares. El nuevo gobierno no puede dar la
paz porque representa a los capitalistas y terratenientes y porque está atado por
medio de tratados y compromisos financieros a los capitalistas de Inglaterra y
Francia. La socialdemocracia de Rusia, manteniéndose fiel al internacionalismo,
deberá por ello, ante todo y sobre todo, explicar a las masas del pueblo, que
anhelan la paz, la imposibilidad de conseguirla con el Gobierno actual"19. El 6 de
marzo telegrafió desde Estocolmo: "Nuestra táctica: absoluta desconfianza; ningún
apoyo al nuevo gobierno; sospechemos especialmente de Kerensky; armar al
proletariado es la única garantía; elecciones inmediatas a la Duma de Petrogrado;
ningún acercamiento a los demás partidos. Telegrafíen esto a Petrogrado"20. Sin
embargo, bajo la dirección de Kámenev y Stalin, los delegados bolcheviques en el
Sóviet aplicaban la política contraria. Votaron en más de una ocasión con los
mencheviques. Así fue por ejemplo en el caso del manifiesto menchevique titulado
A los pueblos del mundo, sobre el que Lenin comentaría: "El manifiesto del Sóviet
de Diputados Obreros no contiene una sola palabra imbuida de conciencia de clase.
¡Todo es hablar! Hablar y adular al pueblo revolucionario es lo que siempre ha
arruinado las revoluciones"21.
Al calor del debate que sobre estas diferencias se abrieron en el seno del Partido,
es fácil de entender la actitud extremadamente crítica de Lenin contra los dirigentes
de su propio partido. "Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques han sido en
general, plenamente confirmadas por la historia, pero concretamente las cosas han
sucedido de modo distinto a lo que (quienquiera que fuese) podía esperarse; han
sucedido de modo más original, más peculiar, más variado. Ignorar, olvidar este
hecho sería parecerse a aquellos viejos bolcheviques que más de una vez jugaron
ya un triste papel en la historia de nuestro Partido, repitiendo sin sentido una
fórmula aprendida de memoria, en lugar de estudiar la peculiaridad de la nueva
situación, de la realidad viva"22.
Exactamente igual ocurrió respecto a la actitud ante la guerra imperialista. Stalin
y Kámenev defendían en Pravda una posición abiertamente conciliadora con el
Gobierno Provisional, muy alejada de la de Lenin: "Nuestra consigna no debe ser un
‘¡Abajo la guerra!’ sin contenido. Nuestra consigna debe ser: ‘Ejercer presión sobre
el Gobierno Provisional con el fin de obligarle (...) a tantear la disposición de los
países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones
inmediatamente (...). Entretanto, todo el mundo debe permanecer en su puesto de
combate"23.
Lenin contestó debidamente a esta capitulación: "El punto central es la actitud
ante la guerra. Cuando lees sobre Rusia, lo que destaca es el triunfo del
defensismo, la victoria de los traidores del socialismo, el engaño de las masas por
la burguesía (...). Nuestra actitud hacia la guerra no se puede permitir la más
mínima concesión al defensismo, incluso con el nuevo gobierno, que continúa
siendo imperialista (...). Hasta nuestros bolcheviques demuestran cierta confianza
en el gobierno. Esto sólo se explica por la intoxicación de la revolución. Es la
muerte del socialismo. Compañeros, vosotros tenéis una actitud confiada hacia el
gobierno. Si eso es así, nuestros caminos se separan. Prefiero permanecer en
minoría (…)"24.
Afortunadamente, el Partido Bolchevique no era sólo su dirección; su base
militante, genuinamente proletaria, tenía mucho que decir. De hecho, para tener
una visión completa de la situación, es necesario conocer qué opinaban los obreros
del Partido. Después de unos días de confusión inicial empezaron a recuperar un
sano instinto de independencia de clase expresando, en el momento decisivo, los
años de paciente formación política durante el período previo al estallido
revolucionario. Si bien es cierto que Lenin nunca había negado el carácter burgués
de la revolución que estaba por venir en Rusia, no lo es menos que había educado
al Partido en la desconfianza más absoluta hacia la burguesía y en la necesidad
imperiosa de mantener siempre la independencia política y organizativa de la clase
obrera. Y esa educación política no tardó en aflorar.
El propio Comité de Redacción de Pravda no tuvo más remedio que publicar una
enérgica protesta de los obreros bolcheviques de base ante la línea editorial: "Si el
periódico no quiere perder la confianza de los barrios obreros, debe sostener la
antorcha de la conciencia revolucionaria, por mucho que moleste a la vista de las
lechuzas burguesas"25.
Las aspiraciones expresadas por los obreros bolcheviques de barriadas como
Vyborg, divergían de las ideas defendidas por la dirección con la que convivían en la
misma ciudad, mientras convergían con las posturas que Lenin expresaba a miles
de kilómetros de Rusia. Como demostrarían posteriormente las revoluciones china o
española, las masas se encontraban mucho más a la izquierda que su dirección,
tanto en su proceder como en sus demandas.
De hecho, serán los obreros, el latir de las fábricas dentro del Partido Bolchevique,
los que dando su apoyo a Lenin permitirán la reorientación política del Partido. Sin
la participación consciente de la vanguardia obrera, un partido revolucionario se
aleja del sentir de las masas proletarias, renuncia a impregnarse de su disciplina,
de su conciencia de clase, de sus tradiciones. Sin un programa correcto no se
hubiera podido tomar el poder, pero sin los obreros bolcheviques Lenin no hubiera
podido dotar al Partido de dicho programa.
La escuela de historiadores estalinista, en su necesidad de establecer una imagen
de la dirección semejante a la de un oráculo infalible en el que se puede y, sobre
todo, se debe depositar una fe ciega, nunca ha tenido mucho interés en explicar
este capítulo de la historia de la Revolución Rusa.

¡Todo el poder a los Sóviets!

Cuando a principios del mes abril Lenin llegó por fin a Rusia y defendió su
programa para la revolución, se quedó en minoría de uno dentro del comité central.
Llegaba la hora de sus Tesis de Abril, de "explicar a las masas que los Sóviets de
diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por
ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra
misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo
paciente, sistemático y tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas
de las masas. (…) Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de
crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad
de que todo el Poder del Estado pase a los Sóviets de diputados obreros, a fin de
que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores"26.
Fuera del partido, ex marxistas como Plejánov calificaron públicamente el discurso
de Lenin como "delirante". Dentro de él, mejor dicho, en su dirección, la reacción
no fue mucho mejor: "Las tesis de Lenin fueron publicadas exclusivamente como
obra suya. Los organismos centrales del partido las acogieron con una hostilidad
sólo velada por la perplejidad. Nadie, ni una organización, ni un grupo, ni una
persona, estampó su firma al pie de ese documento. Incluso Zinóviev, que había
llegado con Lenin del extranjero, donde su pensamiento se había formado durante
diez años bajo la influencia directa y cotidiana del maestro, se apartó
silenciosamente a un lado"27.
Los revolucionarios no pueden elegir ni el lugar, ni el momento, ni la forma en la
que se producen los estallidos revolucionarios, sólo pueden prepararse
conscientemente para ellos. Las contradicciones que lentamente se van
acumulando en el seno de la sociedad, llegado el momento preciso estallan, sin
pararse a mirar si cumplen o no los requisitos preestablecidos en un manual. En
1917 el capitalismo se rompía por su eslabón más débil. Lejos del escenario clásico
previsto por los grandes escritos marxistas, los bolcheviques se enfrentaban a la
realidad concreta de una revolución en un país atrasado. Y era, precisamente en el
atraso de Rusia, donde residía tanto el carácter peculiar como la clave de la
revolución. Lenin supo comprenderlo.
El desarrollo del capitalismo en Rusia, en una época de decadencia imperialista,
había permitido el crecimiento de una clase obrera que, aunque joven y
numéricamente limitada, demostró una madurez y un instinto revolucionario muy
avanzados. No olvidemos que este mismo proletariado había alumbrado los sóviets,
al calor de los combates de la revolución de 1905.
En 1917 el proletariado había creado una situación de doble poder constituyendo,
al lado del poder burgués, los sóviets de obreros y soldados. A la vez, esa misma
dependencia de las potencias imperialistas extranjeras y ese mismo atraso,
despojaban a la burguesía de cualquier nervio revolucionario. Lenin comprendía que
la burguesía sería incapaz siquiera de llevar a cabo las tareas de la revolución
democrático burguesa, y que sólo contando con la acción revolucionaria del
proletariado se podría superar el obstáculo de una burguesía abiertamente
contrarrevolucionaria: "Nuestra revolución es burguesa, y por eso los obreros
deben apoyar a la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdev y los Chjeidze, como
dijera ayer Plejánov. Nuestra revolución es burguesa, decimos nosotros, los
marxistas, y por eso los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea la
mentira de los politiqueros burgueses y enseñarle a no creer en las palabras, a
confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia
unión, en su propio armamento"28.
Lenin tampoco negó el carácter atrasado del capitalismo ruso ni la importancia del
campesinado. Por el contrario, comprendió que la sed de tierra de los campesinos
pobres era uno de los motores de la revolución. Pero a la vez no obviaba el hecho,
como si hacían los mencheviques, de que dicha aspiración no podía ser satisfecha
bajo la dirección de la burguesía. Llegó así a la conclusión de que sólo la alianza de
la clase obrera con el campesinado desposeído y expropiando de un solo golpe y a
la vez a terratenientes y burgueses, se podría dar satisfacción a las demandas de
las masas rusas. La posición leninista quedó perfectamente reflejada en sus Tesis
de Abril: "se debe poner el Poder en manos del proletariado y de las capas pobres
del campesinado", con el fin de llevar a la práctica el siguiente programa:
"- No una república parlamentaria (…) sino una república de los Sóviets de
diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.
"- Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia.
"- La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y revocables en
cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero calificado.
"- En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Sóviets de
diputados braceros.
"- Confiscación de todas las tierras de los latifundios.
"- Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Sóviets
locales de diputados braceros y campesinos. Creación de Sóviets especiales de
diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (…) una hacienda modelo
bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local.
"- Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único,
sometido al control de los Sóviets de diputados obreros.
"- No ‘implantación’ del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar
únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la
distribución de los productos por los Sóviets de diputados obreros".
Este programa, junto con una inquebrantable confianza en la capacidad de la
clase obrera para extraer conclusiones de su propia experiencia, permitió a los
bolcheviques pasar de ser una minoría en los sóviets, frente a mencheviques y
socialrevolucionarios, a alzarse con la dirección de la clase obrera para llevar a la
revolución al triunfo de octubre y a la expropiación de los capitalistas rusos, los
terratenientes y sus aliados imperialistas. De este modo, en un país atrasado y de
base campesina, se estableció el primer Estado obrero de la historia.

El programa de la IC para los países coloniales

Los obreros rusos habían dado el primer y decisivo paso hacia la dictadura del
proletariado. Pero era eso, el primer paso. Para consolidar el poder obrero, para
construir el socialismo, era necesario el triunfo de la revolución en otros países.
Lenin nunca consideró la posibilidad de construir el socialismo en un solo país,
mucho menos en uno tan atrasado como Rusia. Fue precisamente esa
consideración política lo que explica por qué en las circunstancias más duras y
terribles, en medio de la guerra civil y la invasión de 21 potencias imperialistas, los
bolcheviques centraron todos sus esfuerzos en la construcción de la Internacional
Comunista —IC o Comintern—.
El triunfo de Octubre permitió que la inexcusable tarea de construir una dirección
revolucionaria unificada internacionalmente, tras la bancarrota definitiva de la
Segunda Internacional, pudiera ser abordada.
En marzo de 1919 se realizó el I Congreso de la IC. En vida de Lenin, sus
congresos mantuvieron una periodicidad prácticamente anual, celebrándose los
primeros cuatro entre 1919 y 1923. En dichas reuniones se marcaban las
perspectivas para la revolución mundial y las tareas que de ellas se derivaban para
los comunistas. En los debates, los países coloniales fueron considerados un factor
clave para la revolución mundial.
El despertar de las masas de Asia a principios del siglo XX había sumado a la
lucha contra la opresión a millones de hombres y mujeres que habían permanecido
sumidos en la más negra y oscura dominación feudal durante siglos. Los
revolucionarios de todo el mundo dieron una calurosa bienvenida a las nuevas
tropas que se incorporaban al ejército de la revolución. Con su lucha, los
campesinos chinos, turcos o persas, alimentaban la revolución en Occidente. Las
ganancias obtenidas por los imperialistas en las colonias eran una fuente de
estabilidad para los países capitalistas desarrollados. Por tanto, la pérdida del
control de dichas colonias se traducía en fermento social y político en los centros
neurálgicos de la producción capitalista. La Internacional Comunista valoró este
hecho en las tesis de su II Congreso: "Las colonias constituyen una de las
principales fuentes de las fuerzas del capitalismo europeo. (…) Sin la posesión de
grandes mercados y de extensos territorios de explotación en las colonias, las
potencias capitalistas de Europa no podrían mantenerse mucho tiempo. (…) La
plusvalía obtenida por la explotación de las colonias es uno de los apoyos del
capitalismo moderno. Mientras esta fuente de beneficios no sea suprimida, será
difícil para la clase obrera vencer al capitalismo"29.
La dirección de la IC, en los primeros años de su existencia, siempre consideró la
lucha de los pueblos coloniales por la emancipación del yugo imperialista y la
explotación feudal como una parte fundamental de la revolución proletaria mundial.
Consecuentes con ello adoptaron las siguientes medidas: "En lo referente a los
Estados y a las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales,
patriarcales o patriarcal-campesinas, es preciso tener presente sobre todo:
"1) La obligación de todos los partidos comunistas de ayudar al movimiento
democrático-burgués de liberación en esos países (…)
"4) La necesidad de apoyar especialmente el movimiento campesino en los países
atrasados contra los terratenientes, contra la gran propiedad territorial, contra toda
clase de manifestaciones o resabios del feudalismo, y esforzarse por dar al
movimiento campesino el carácter más revolucionario, realizando una alianza
estrechísima entre el proletariado comunista de la Europa Occidental y el
movimiento revolucionario de los campesinos de Oriente, de los países coloniales y
de los países atrasados en general; es indispensable, en particular, realizar todos
los esfuerzos para aplicar los principios esenciales del régimen soviético en los
países en que predominan las relaciones precapitalistas, por medio de la creación
de ‘sóviets de trabajadores’, etc.;
"5) La necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los
movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios,
de adoptar el color del comunismo; la Internacional Comunista debe apoyar los
movimientos revolucionarios en los países coloniales y atrasados, sólo a condición
de que los elementos de los futuros partidos proletarios, comunistas no sólo por su
nombre, se agrupen y se eduquen en todos los países atrasados en la conciencia de
la misión especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democrático-
burgueses dentro de sus naciones; la Internacional Comunista debe sellar una
alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados,
pero no debe fusionarse con ella y tiene que mantener incondicionalmente la
independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias
(…)"30.
He aquí el genuino programa leninista de la IC para los países coloniales. En él se
aprecia con claridad que, incluso en aquellos países donde el desarrollo del
capitalismo era tan incipiente que no permitía al proletariado asumir, por el
momento, la dirección del movimiento revolucionario, el apoyo al sector
democrático-burgués no implicaba la renuncia a la organización política
independiente de la clase obrera. Por el contrario, las tesis de la IC remarcan que
las hipotéticas alianzas temporales con el movimiento democrático-burgués debían
ir obligatoriamente acompañadas de la preparación política del naciente
proletariado, para la inexorable lucha contra su burguesía nacional.
En China, las líneas generales de este programa adoptaban ya formas definidas y
concretas. Por un lado, el proletariado había empezado a construir sus primeras
organizaciones clasistas a través de los sindicatos. Había hecho también una
primera demostración de su fuerza de clase independiente con su intervención
decisiva en el levantamiento de mayo de 1919. Es más, desde 1921 existían ya los
primeros núcleos del Partido Comunista.
Desgraciadamente, en el corto período de tiempo transcurrido entre octubre de
1917 y el inicio de la segunda revolución china en 1925, en la tierra del Octubre
Rojo se habían producido profundas transformaciones políticas. El aislamiento
provocado por el fracaso de la revolución en Europa había propiciado el inicio de la
burocratización del joven estado obrero soviético y de su dirección, el Partido
Bolchevique. El programa revolucionario de Lenin fue sepultado bajo el ascenso del
estalinismo. Estos acontecimientos determinaron el fracaso de la revolución china
en 1925-27 y desarrollos posteriores.

La revolución traicionada

El primer Estado obrero de la historia concitó el terror y el odio del capitalismo a


escala mundial. Ya no se trataba de promesas en boca de agitadores, había una
demostración práctica: la burguesía había sido despojada del poder por la acción
revolucionaria del proletariado. Desde el punto de vista burgués no hubo la menor
duda o vacilación, tenían que aplastar al gobierno obrero. Rápidamente, la guerra
civil contra los rusos blancos, partidarios de los terratenientes y los capitalistas
expropiados por la revolución, se convirtió en una guerra contra una intervención
imperialista sin precedentes.
Veintiún ejércitos extranjeros cercaron militarmente al joven Estado soviético. La
heroicidad de las masas rusas que de la nada levantaron el Ejército Rojo, una
extraordinaria maquinaria militar revolucionaria comandada por León Trotsky,
permitió el triunfo sobre los enemigos de Octubre. Pero por esta victoria se pagó un
precio terrible. Petrogrado, corazón de la revolución, redujo su población de
2.400.000 habitantes en1917 a 574.000 en 1920. La movilización del ejército, la
muerte en el frente y el hambre en las ciudades, que obligó a numerosas familias
obreras a emigrar al campo, hizo descender entre 1917 y 1920 el número de
obreros industriales de 3.000.000 a 1.240.000. Lenin llegó a afirmar que "como
quiera que la gran industria capitalista ha sido destruida, y las empresas
industriales no funcionan, el proletariado ha desaparecido. A veces ha figurado
formalmente, pero desligado de las raíces económicas cabe preguntarse donde está
la clase obrera"31.
Las masas rusas sumaban ya nueve millones de muertos en los diferentes
enfrentamientos armados desde el estallido de la Primera Guerra Mundial. Entre los
desaparecidos durante la guerra civil se contaban muchos de los mejores cuadros
bolcheviques, que se situaron siempre de forma ejemplar en primera línea de
fuego.
Así pues, la destrucción económica y el atraso cultural de la clase obrera,
heredado de la vieja sociedad, obligó a los sóviets a recurrir a un sector de viejos
burócratas zaristas para las tareas de administración del joven Estado obrero. A
estas dificultades se sumaba ahora la desorganización de importantes industrias.
Tan desesperada fue la situación creada por colapso industrial, que no había
posibilidades de intercambiar productos manufacturados por alimentos en el
campo, lo que obligó a los bolcheviques a enviar destacamentos armados para
requisar el grano de los campesinos, inaugurando la etapa conocida como
comunismo de guerra que se extendió desde 1918 hasta 1921.
Esta situación, prácticamente desesperada, encontró una esperanza de solución
con la llegada de la noticia del levantamiento del proletariado alemán en diciembre
de 1918. Radek, enviado como delegado del Partido Bolchevique a Berlín, escribió
sobre la influencia de estos acontecimientos en Moscú: "Decenas de millares de
obreros, estallaron en vivas salvajes. Yo no había visto nada igual. Luego por la
tarde, obreros y soldados rojos desfilaban aún. La revolución Mundial había llegado.
Nuestro aislamiento había terminado"32.
Alemania era un país clave para el futuro de la URSS. Con la ayuda de la
avanzada industria alemana se podría haber llevado a cabo un desarrollo socialista
de la agricultura soviética a través de la colectivización de la tierra, la introducción
de la maquinaria y los avances técnicos occidentales. De esta manera hubiese sido
posible multiplicar la productividad del trabajo agrícola. La Revolución alemana de
1918 pudo haber cambiado el curso de la historia de la URSS y del conjunto del
mundo. Trágicamente, la revolución alemana fracasó. Su derrota no vino
determinada por la falta de coraje revolucionario del proletariado alemán. Lo que
impidió un triunfo como en Rusia fue la ausencia de un partido marxista
fuertemente implantado entre la clase obrera y la traición de la socialdemocracia
que, en colaboración con las fuerzas militares de la burguesía, asesinó a los dos
líderes de la revolución: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
Después del fracaso alemán llegarían otros: Hungría, Bulgaria, Italia… La
revolución en Europa quedaba aplazada, condenando temporalmente al Estado
soviético al aislamiento.
"Si examinamos la situación a escala histórica mundial", explicaba Lenin en 1918,
"no cabe la menor duda de que si nuestra revolución se quedase sola, si no
existiese un movimiento revolucionario en otros países, no existiría ninguna
esperanza de que se llegase a alcanzar el triunfo final"33. Efectivamente, el
socialismo no podía ser construido en las fronteras nacionales de la URSS con sus
únicas fuerzas, aunque se tratara de un país con las dimensiones de un continente.
Inevitablemente, la URSS seguiría cercada por el mercado mundial y la división
internacional del trabajo, mucho más peligroso, como factor contrarrevolucionario,
que los regimientos imperialistas.
El aislamiento soviético permitió que las viejas formas de administración de la
sociedad de clases emergieran nuevamente a la superficie. Aunque la dirección
bolchevique y el heroísmo de las masas aplastaron el intento de restauración
capitalista de los guardias blancos y sus aliados imperialistas, no pudieron evitar
que las fuerzas agazapadas del antiguo Estado zarista, todavía latentes, levantaran
la cabeza y ocuparan posiciones claves. "Los burócratas zaristas han comenzado a
pasar a las oficinas de los órganos soviéticos, en los que introducen hábitos
burocráticos y para asegurar un mayor éxito en su carrera, se procuran carnés del
PC de Rusia. (…) hemos hecho todo lo necesario por suprimir estas trabas, pero
hasta hoy no hemos podido lograr que las masas trabajadoras puedan participar en
la administración, además de las leyes, existe el problema del nivel cultural, que no
puede ser sometido a ninguna ley"34.
La situación económica también presentó enormes dificultades que obligaron a los
bolcheviques a realizar concesiones a la economía de mercado. Las drásticas
medidas instauradas bajo el llamado comunismo de guerra, una vez finalizada la
guerra civil y expulsados los ejércitos imperialistas, tenían que ser superadas. Era
indispensable reactivar la producción y asegurar la existencia de millones de
explotaciones campesinas aisladas, duramente golpeadas por los requisamientos
forzosos de la guerra. El objetivo de la Nueva Política Económica (NEP), aumentar
la producción y la circulación de mercancías, sólo podía alcanzarse saneando las
relaciones entre el campo y la ciudad. Para ello se permitió a los campesinos
comerciar con su producción agrícola. La NEP dio los resultados económicos
esperados. Desde 1923 gracias al primer impulso desde el campo, la producción
industrial se dobló en 1922 y 1923, y en 1926 se alcanzó el nivel de antes de la
guerra. Pero estos datos económicos positivos venían inevitablemente
acompañados de un alto precio político: el fortalecimiento de las tendencias
burguesas en el campo.
La clase obrera soviética, limitada por su atraso cultural, agotada por los duros
años de la guerra y frustrada por el fracaso de la revolución en Europa, obligada
también a luchar por su mera subsistencia física, difícilmente contaba con las
condiciones materiales necesarias para participar en la administración del Estado y
dirigir en la práctica la nueva sociedad. El hueco dejado por la exhausta clase
obrera en la dirección del Estado obrero fue ocupado por los supervivientes del
viejo aparato estatal zarista y una nueva casta de funcionarios del Partido.
El nuevo fracaso de la revolución alemana de 1923 alimentó aún más la
desconfianza en los estratos superiores de la sociedad hacia el movimiento obrero y
la posibilidad de una victoria revolucionaria en otros países. El partido bolchevique,
diezmado por los años de la guerra, acusaba desde 1922 las ausencias cada vez
más frecuentes de Lenin, carcomido por la enfermedad. Finalmente, Lenin murió en
enero de 1924.
Las dramáticas condiciones impuestas a la revolución tras la toma del poder
favorecieron la conformación de una nueva casta burocrática, integrada por quienes
se encontraban al frente de los soviets, del Partido y el Estado. Con el paso del
tiempo, este grupo que tenía en sus manos las palancas del poder, adquirió
conciencia de sus propios intereses. Las formas de propiedad nacionalizadas y la
planificación de la economía, fue respetada, ya que precisamente de ellas emanaba
su posición de privilegio y poder. Pero, a la vez, la nueva casta dirigente comenzó a
desarrollar una política, tanto en las fronteras interiores de la URSS como en el
exterior, acorde con sus necesidades, aunque éstas entraran en contradicción con
las de la clase obrera. A lo largo de un proceso traumático, que contó con la
oposición decidida de los mejores cuadros bolcheviques, el estalinismo ascendente
expropió el poder político a clase obrera. Había nacido el primer régimen de
bonapartismo proletario de la historia35.
Sólo comprendiendo los dramáticos procesos que dieron lugar al surgimiento del
estalinismo, podremos entender el giro contrarrevolucionario que se produjo en la
política exterior de la URSS a mediados de los años veinte y sus desastrosas
consecuencias para la revolución china.
La funesta teoría del socialismo en un solo país, formulada por Stalin en otoño de
1924, acabó con la perspectiva internacionalista de la Internacional Comunista,
creando las condiciones para terribles derrotas, tanto en los países capitalistas
desarrollados como en las colonias. Esta doctrina representa la negación más
rotunda del programa leninista. En cientos de escritos, Lenin siempre rechazó esta
posibilidad, que entraba en absoluta contradicción con los fundamentos del
socialismo científico. Nos conformaremos aquí con un cita de uno de sus trabajos:
"Estamos lejos incluso de haber terminado el período de transición del capitalismo
al socialismo. Jamás nos hemos dejado engañar por la esperanza de que podríamos
terminarlo sin la ayuda del proletariado internacional. Jamás nos hemos equivocado
en esta cuestión (…) Naturalmente, la victoria definitiva del socialismo en un solo
país es imposible"36.
La nueva casta dominante, liderada por Stalin, impregnada hasta la médula de un
profundo escepticismo hacia la capacidad revolucionaria de la clase obrera fuera y
dentro de sus fronteras, llegó a la conclusión de que se abría un período de
estabilización capitalista a escala mundial. Tras una época turbulenta y complicada,
el horizonte presentaba la oportunidad de construir el "socialismo" dentro de las
fronteras nacionales de la URSS, lejos de los sobresaltos y las frustraciones de la
revolución internacional.
Si en los primeros años posteriores a la toma del poder, la política exterior
soviética se guió por el principio de que cualquier acuerdo con un país capitalista,
fuera comercial, diplomático o militar era admisible siempre y cuando en ningún
caso frenara o debilitara la acción revolucionaria del proletariado en ese país, la
consolidación de la política estalinista supuso un giro de 180 grados.
La alianza con la burguesía china ocupó un lugar destacado en la nueva
diplomacia soviética. Con el paso del tiempo, la dinámica de esta política
contrarrevolucionaria llevaría a la firma del pacto Hitler-Stalin en agosto de 1939.
El Thermidor soviético, la expropiación política de la clase obrera que tomó el
poder en Octubre de 1917, necesitaba algo más que condiciones objetivas
favorables, precisaba también destruir, borrar con saña todas las tradiciones de la
política del bolchevismo y exterminar físicamente a los mejores militantes.
La nueva casta de burócratas primero arrinconó, y posteriormente exterminó, a
quienes dentro del Partido se opusieron a su política. Trotsky, dirigente de las
revoluciones de 1905 y 1917 y fundador del Ejército Rojo, agrupó en torno a la
bandera de la Oposición de Izquierdas a los militantes que no estaban dispuestos a
renunciar al programa de Lenin. Decenas de miles de oposicionistas fueron
despedidos de sus trabajos y detenidos, sometidos a duros interrogatorios y, más
tarde, encarcelados y asesinados. Los métodos más crueles fueron necesarios para
transformar la naturaleza política del Partido Bolchevique, hasta convertirlo en el
brazo político de la contrarrevolución burocrática.
De esta manera nació una gran contradicción. Detrás de las banderas rojas del
comunismo se agruparían millones de los mejores y más abnegados revolucionarios
de todo el mundo, en una lucha incansable por construir la patria socialista
soviética. Envueltos en esas banderas, proclamándose herederos políticos de Lenin,
los dirigentes de Moscú defenderían y aplicarían una y otra vez una política contra
la que Lenin se pronunció constantemente en toda su práctica revolucionaria.
Notas
14. Lenin, Cartas sobre táctica, escrito entre el 8 y el 13 de abril de 1917 (en Las Tesis de Abril, editorial Fundación
Federico Engels, Madrid 1998, páginas 10 y 13).
15. Lenin cita unas palabras de Mefistófeles de la tragedia de Goethe Fausto.
16. Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, escrito en 1918, Editorial Roca, Barcelona 1976, páginas 48 y
49.
17. Lenin, Enseñanzas de la revolución, Editorial Roca, Barcelona 1976, página 77.
18. Alan Woods, Bolchevismo, el camino a la revolución, Alan Woods. Editorial Fundación Federico Engels, Madrid 2003,
página 631
19. Lenin, Obras Completas de Lenin, Editorial Progreso Moscú, 1987, volumen 31, pagina 2.
20. Ibíd., página 8.
21. Ted Grant y Alan Woods, Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid
2000, página 57.
22. Lenin, Cartas sobre táctica (en Las Tesis de Abril, página 11).
23. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Ediciones Ruedo Ibérico, París 1972, Vol. 1, página 259.
24. Ted Grant y Alan Woods, Op. Cit., página 57.
24. Alan Woods, Bolchevismo, el camino a la revolución, página 631.
25. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Vol. 1, página 260.
26. Lenin, Las Tesis de Abril, página 5.
27. Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Vol. 1, página 268.
28. Lenin, Obras Completas, volumen 31, página 22.
29. Lenin, Tesis adicionales sobre los problemas nacional y colonial, II Congreso de la Internacional Comunista, julio
1920. Los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista. Cuadernos de Pasado y Presente, México 1977,
página 158.
30. Ibíd.., página 155.
31. Lenin, La Nueva Política Económica y las tareas de los Comités de Instrucción Política, Informe presentado al II
Congreso Nacional de los Comités de Instrucción Política el 17 de octubre de 1921. Obras Completas, Tomo 44, pag.
162.
32. Juan Ignacio Ramos, De noviembre a enero. La revolución alemana de 1918, Editorial Fundación Federico Engels,
Madrid 2001.
33. Ted Grant, Rusia, de la revolución a la contrarrevolución, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid 1997, página
76.
34. Lenin, discurso pronunciado en marzo de 1919 al VIII Congreso de PC de Rusia, incluido en la recopilación Acerca de
la incorporación de las masas a la administración del Estado, Editorial Progreso Moscú 1978, pagina 171.
35. Para un estudio detallado del ascenso del estalinismo es imprescindible consultar el clásico de León Trotsky La
revolución traicionada, Fundación Federico Engels, Madrid 2001.
36. Ted Grant, Rusia de la revolución a la contrarrevolución, página 77.

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal

V. La segunda revolución china: 1925-1927

El Partido Comunista Chino y el Kuomintang

En su I Congreso celebrado en 1921, el PCCh había decido orientarse al trabajo en las


organizaciones sindicales. En algunas zonas los comunistas, a pesar de su reducido
número y juventud, consiguieron convertirse en los dirigentes de las organizaciones de
los trabajadores y los campesinos. El II Congreso, celebrado en 1922, abordó la
cuestión de la alianza de los proletarios con otras fuerzas revolucionarias como los
campesinos pobres y la pequeña burguesía, sin llegar a establecer una táctica precisa.
Finalmente, el III Congreso, celebrado en Cantón en junio de 1923, en el que
participaron 30 delegados en representación de 432 afiliados, aprobó una alianza
orgánica y estable con las fuerzas del nacionalismo burgués de Sun Yat-sen a través del
Kuomintang. La argumentación política para semejante conclusión práctica era el
carácter burgués de la próxima revolución china, que asignaría el papel dirigente a la
burguesía. Se trataba de una vieja melodía, ya interpretada por los mencheviques entre
febrero y octubre de 1917 en Rusia. La responsabilidad, de semejante acuerdo se
encontraba lejos de Cantón, más exactamente en Moscú, donde la nueva política de la
IC, dictada por la naciente troika formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, diseñaba las
directrices de la política china. Tan es así, que dicho congreso no hizo más que ratificar
una política decidida, aprobada y hecha pública seis meses atrás, en enero de 1923.
Esta deriva hacia una política abierta de colaboración de clases con la supuesta
burguesía revolucionaria de los países coloniales, se vio impulsada por el giro que, en
torno a estas mismas fechas, realizó el dirigente nacionalista burgués Sun Yat-sen. Este
personaje, que encarnaba la revolución republicana de 1911, estaba defraudado por el
papel conservador y reaccionario jugado por las potencias imperialistas en la política
interior china, y profundamente impactado por el triunfo ruso de 1917. Dicho impacto,
no provenía, desde luego, de las conquistas sociales soviéticas, ni mucho menos de la
expropiación de la burguesía rusa. Lo que el padre del Kuomintang apreciaba del nuevo
Estado obrero, era su capacidad para frenar la ingerencia imperialista.
Sun se convenció de que una alianza con la URSS fortalecería las perspectivas de una
nación China realmente independiente, hasta el punto que la alianza con los soviéticos
podría convertirse en un buen contrapeso a las presiones imperialistas. Cuando en una
de sus múltiples peripecias políticas fue desalojado de la presidencia de la República —a
la que había llegado en la primavera de 1921 "empujado" por los cañonazos del señor
de la guerra Chen Chiang-ming—, decidió romper definitivamente con sus viejos
aliados, acercándose a la URSS y por ende al PCCh.
La combinación de todos estos acontecimientos, permitió que el 26 de enero de 1923,
Sun Yat-sen y el diplomático soviético Adolf Ioffe, firmaran una alianza. El acuerdo
significó importantes concesiones políticas al Kuomintang: "el sistema comunista, e
incluso el de los sóviets no pueden ser introducidos en China, donde no existe ninguna
condición favorable para su aplicación"37. En las negociaciones se discutió también la
forma que asumiría la colaboración entre el PCCh y el Kuomintang. Sun se negó a una
alianza entre partidos y no sólo exigió, sino que consiguió que los representantes de la
IC aceptaran que los comunistas chinos se afiliaran individualmente y acataran la
disciplina del partido nacionalista.
El Comité Central del PCCh, guiados por el instinto clasista de su secretario general y
máximo dirigente, Chen Tu-hsiu, rechazó este acuerdo, argumentando en su contra que
con él se hipotecaría el futuro del Partido, que ni siquiera podía contar con un periódico
propio. Pero los representantes de la IC hicieron caso omiso a la opinión de la dirección
de los comunistas chinos. Los jóvenes dirigentes del PCCh tenía un enorme respeto por
la IC fundada por Lenin, lo que facilitó que finalmente terminara imponiéndose el
criterio político de Moscú. Así fue como el III Congreso del PCCh, más por disciplina que
por convencimiento, aprobó un manifiesto en el que se afirmaba que "el Kuomintang
sería la fuerza central de la revolución nacional y asumiría su dirección".
A pesar de su inicial acatamiento, Chen Tu-hsiu no lograba reconciliarse con esta
política, e intentó en varias ocasiones convencer a Moscú de la necesidad de sacar al
PCCh del Kuomintang. En octubre de 1925, propuso al ejecutivo de la IC comenzar a
preparar la salida de los comunistas, al punto de que en junio de 1926, el Comité
Central del PCCh aprobó formar un bloque con el Kuomintang como organización
independiente. Invariablemente, todas estas propuestas fueron rechazadas por los
dirigentes de la Internacional.
Fue precisamente en ese periodo donde se establecieron las bases políticas para la
inmediata derrota de los comunistas chinos. Mientras Chen Tu-hsiu, defendía la
independencia de clase de los comunistas chinos, siguiendo la política adoptada por el II
Congreso de la IC, desde la tierra de Octubre, y en nombre del leninismo, se le imponía
la traición a su auténtico legado. Este error no partía de un equívoco, ni podía ser
achacable a la falta de preparación política de la IC. La actitud de los comunistas ante la
burguesía de las colonias había sido establecida reiteradamente en los documentos
programáticos de la IC, la mayoría escritos por Lenin, y en numerosos trabajos del
fundador del Estado soviético: "La cuestión ha sido planteada en los siguientes
términos: ¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de
desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se
encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se
observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa.
Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre estos pueblos una propaganda
sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es
erróneo suponer que la fase capitalista de desarrollo sea inevitable para los pueblos
atrasados (…) Entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias se ha
producido cierto acercamiento, debido a lo cual muy a menudo —y quizás incluso en la
mayoría de los casos—, la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a
los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía
imperialista, es decir, del lado de ella, contra todos los movimientos revolucionarios y
las clases revolucionarias. (…) como comunistas, debemos apoyar y apoyaremos los
movimientos burgueses de liberación en las colonias sólo en el caso de que estos
movimientos sean verdaderamente revolucionarios, sólo en el caso de que sus
representantes no nos impidan educar y organizar en un espíritu revolucionario a los
campesinos y las grandes masas de explotados. Si no se dan esas condiciones, los
comunistas deben luchar en esos países contra la burguesía reformista (…) hasta en los
países que casi carecen de proletariado se puede también despertar en las masas el
deseo de tener ideas políticas propias y de desplegar su propia actividad política (…) Se
comprende perfectamente que los campesinos, colocados en una dependencia
semifeudal, puedan asimilar muy bien la organización soviética y sean capaces de
ponerla en práctica"38. Si no fuera porque este discurso de Lenin fue pronunciado dos
años y medio antes de la firma de la alianza con el Kuomintang, perecería una
intervención hecha ex profeso para rechazar las condiciones de dicho acuerdo. Con su
nefasta política, Stalin no sólo traicionaba el programa del bolchevismo, no sólo
ignoraba las decisiones adoptadas por la IC, también había empezado a cavar la tumba
en la que sería sepultada la segunda revolución china.
La colaboración con el Kuomintang parecía no tener límite. Sun envió a Moscú una
delegación militar, encabezada por Chiang Kai-shek, para estudiar la táctica y la
organización de las fuerzas armadas soviéticas. Por otra parte, la URSS envió a Cantón
en 1923 un grupo de consejeros soviéticos, encabezados por Borodin. Entre tanto
algunos militantes del PCCh ya habían ingresado en el Kuomintang, eso sí, como
individuos.
El 20 de enero de 1924 comenzaron las sesiones del primer congreso del Kuomintang,
que aprobó el ingreso de los comunistas con dos condiciones: acatar la disciplina de
dicho partido y no criticar públicamente su política. A los pocos meses, se creó la
academia militar de Whampoa, cuyos programas de estudios fueron elaborados, en
gran parte, por consejeros militares soviéticos. Su objetivo era crear una fuerza armada
revolucionaria unificada para derrotar a los señores de la guerra y unificar el país. La
dirección de la academia fue confiada a Chiang Kai-shek, figura en ascenso dentro del
Kuomintang. No deja de ser una ironía cruel que Chiang Kai-shek, futuro responsable
de la matanza de cientos de miles de revolucionarios chinos, así como cerebro y
ejecutor de cinco "campañas de exterminio" contra el PCCh, recibiera parte de su
adiestramiento militar de manos del ejército soviético.
La realidad política y social de China en la segunda década del siglo XX, sometida a un
régimen encabezado por los títeres del imperialismo y los señores de la guerra, con el
predominio de relaciones de producción precapitalistas en el campo y bajo la amenaza
permanente a su integridad territorial, obligaba a los comunistas chinos a buscar
aliados entre aquellos que combatían a estas fuerzas reaccionarias. El movimiento
liderado por Sun Yat-sen reivindicaba la lucha contra la opresión extranjera, la unidad
nacional y la modernización del país. Los comunistas no se oponían a esos objetivos.
Sin embargo, como explicaba Trotsky, colaboración no significa sumisión. La
colaboración política suponía la igualdad de las partes y el acuerdo mutuo, unidad en la
acción pero libertad de organización, de agitación y propaganda política.
Pero este no era el caso en China. El proletariado no llegaba a acuerdos con sectores
de la burguesía y la pequeña burguesía para poner en marcha un plan de lucha contra
las fuerzas imperialistas y militaristas de los señores de la guerra, como hubiera sido
legítimo. Desde la nueva dirección estalinizada de la IC, se les obligaba a someterse a
los dictados del Kuomintang y a aceptar su programa, en unas circunstancias en las que
era absolutamente imprescindible trazar con claridad las líneas en las que se
desarrollaría la próxima revolución china y, precisamente por ello, salvaguardar el
programa y la organización independiente del proletariado, su derecho a presentarse
ante las masas como una clase con su propia política y fines, diferenciada de la
burguesía y la pequeña burguesía.

1925: el ascenso revolucionario

A medidos de los años veinte, las condiciones de vida de las masas chinas eran
insoportables. De los 300 millones de personas que vivían de la tierra, el 50% carecía
de cualquier tipo de propiedad y otro 20% tenía parcelas demasiado pequeñas para
satisfacer sus necesidades. La concentración de la tierra era extrema: el 13% de la
población rural poseía el 81% de la tierra.
Los campesinos pobres eran obligados a entregar entre el 40 y el 70% de sus
cosechas dependiendo de la zona en la que habitaran. A ello se sumaban las
reminiscencias feudales, que los obligaban a prestar servicios sin pago a los "señores".
En la ciudad la vida no era mucho más agradable para los proletarios. Si datos oficiales
cifraban en 46 dólares mensuales los ingresos mínimos para la subsistencia de una
familia de cuatro miembros, el salario promedio en la industria era de 10 dólares al
mes. Los sectores más explotados ganaban incluso menos, la paga diaria de mujeres y
niños que trabajaban en la industria textil era de 12 centavos. A la explotación se
sumaba el trato humillante, propio de animales, que los trabajadores recibían: una de
las reivindicaciones más sentidas por los trabajadores textiles fue la prohibición de los
azotamientos con los que públicamente eran castigados. Junto a mejoras salariales y a
un trozo de tierra del que poder vivir, las masas chinas se levantarían también en
defensa de su dignidad, de su derecho a vivir como seres humanos libres merecedores
de respeto.
En enero de 1925 el PCCh celebró el IV congreso, y aunque contaba en estas fechas
con poco más de mil afiliados, muchos de sus militantes ocupaban posiciones claves en
los recién nacidos sindicatos. De hecho, fue la protesta por el asesinato del comunista
Ku Sheng-jung, dirigente de una de las manifestaciones de los trabajadores de las
hilanderías de Shangai, el detonante de un movimiento de masas que acabaría en
huelga general.
En el Kuomintang también se habían producido cambios. Sun Yat-sen había fallecido
ese mismo año, hecho que ayudó a consolidar el ascenso de Chiang Kai-shek y a
debilitar a los sectores más vinculados con la experiencia revolucionaria de 1911.
A mediados de febrero se iniciaron importantes huelgas por mejoras salariales en las
hilanderías de Shangai controladas por los capitalistas japoneses. Pero no sólo los
trabajadores tenían quejas de la actuación de los imperialistas. El consejo comunal de
la ciudad, controlado por los representantes de las potencias extranjeras, había
aprobado una serie de ordenanzas en materia aduanera y portuaria que perjudicaban
directamente a la burguesía china del sector textil, único rama de la producción en la
que el capital chino tenía un peso importante. El asesinato de uno de los manifestantes
y las lesiones provocadas a muchos otros, despertó una ola de indignación. Estudiantes
universitarios, que habían comenzado a reunir fondos para las familias de las víctimas,
fueron arrestados por la policía de la "Concesión Internacional" de la ciudad, en manos
de británicos, norteamericanos, japoneses y otros.
Las huelgas de protesta, dieron lugar a enfrentamientos con los centinelas japoneses,
que el 15 de mayo dispararon en el interior de las fábricas asesinando a una docena de
obreros. El 30 de mayo se produjeron manifestaciones de estudiantes y obreros,
cargadas de odio hacia a los imperialistas. En esta ocasión fueron diez los
manifestantes asesinados. El 4 de junio los muertos superaban el centenar, y la
agitación en Shangai se transformó en una oleada general de huelgas: cerca de
200.000 trabajadores habían abandonado el trabajo en las fábricas extranjeras. En
estas circunstancias el PCCh multiplicó por diez su afiliación.
En la segunda mitad de junio el espíritu de rebelión llegó a Cantón, produciéndose en
la ciudad manifestaciones multitudinarias de solidaridad con trabajadores de Shangai.
Las tropas de las potencias extranjeras atacaron una manifestación de 100.000
personas el 23 de junio, provocando cincuenta muertos. La radicalización alcanzó
grados extremos y la dominación extranjera quedó suspendida en el aire. Así, el 1 de
julio de 1925, gracias al movimiento del proletariado cantonés, los dirigentes del
Kuomintang proclamaron en Cantón un gobierno nacional cuyo objetivo sería unificar
China bajo un régimen nuevo y unitario. Para lograr semejante tarea fundaron el
Ejército Nacional Revolucionario, dirigido por los oficiales adiestrados en la academia
militar de Whampoa.
Hong Kong también se contagió del movimiento revolucionario, estallando una huelga
en las que participaron 200.000 trabajadores portuarios e industriales y que se
prolongaría durante 16 meses. Se trató de una de las huelgas más largas conocidas en
la historia del movimiento obrero mundial. La movilización general en Hong Kong, entre
el 19 de junio de 1925 y el 10 de octubre de 1926, puso en la práctica el poder en
manos de los piquetes obreros, del comité de huelga y los cadetes militares
revolucionarios de Cantón. Su combatividad y duración alimentó una ola de solidaridad
que recorrió todo el país. La clase obrera no se limitaba a participar en la revuelta
general contra opresión imperialista. Asumía en la lucha un papel protagonista con los
métodos revolucionarios tradicionales del proletariado. Demostraba un carácter de clase
independiente frente a la burguesía y, por la propia dinámica de la revolución, se
situaba ante el poder.
Los trabajadores chinos no pretendían con su lucha expulsar a los explotadores
imperialistas para ceder el poder a sus explotadores nativos, luchaban para mejorar sus
condiciones de vida, para aumentar su salario, reducir su jornada laboral y conseguir
plenos derechos sindicales y políticos. Así, las huelgas no se limitaron a las empresas
extranjeras, y empezaron a extenderse a las de propiedad china.
La burguesía cantonesa estaba totalmente aterrorizada. No era para menos; los
comunistas, situados en primera línea de combate, habían organizado piquetes armados
en Cantón. El 20 de marzo de 1926, Chiang Kai-shek, fiel representante de los intereses
de la clase a la que pertenecía, proclamó la ley marcial e hizo arrestar a numerosos
dirigentes comunistas y consejeros soviéticos, registrando también las sedes de los
sindicatos y las misiones soviéticas. Gracias a un ambiente revolucionario claramente
ascendente, se consiguió que los arrestados fuesen liberados. En este incidente se
mostró el papel que las diferentes clases de la sociedad china estaban destinadas a
jugar en la revolución. La clase obrera, como vanguardia, organizaría junto con el
campesinado las fuerzas combatientes más decididas de la revolución social. La
burguesía, arrastrando tras de sí a la pequeña burguesía y a pesar de su resentimiento
por la postración a la que la sometía la dominación imperialista, preferiría soportar los
grilletes de sus hermanos de clase extranjeros frente a la amenaza real del triunfo de
un Octubre chino.

Moscú apoya las medidas contrarrevolucionarias de Chiang Kai-shek

El poder de Chiang se consolidaba cada día más en el seno de un Kuomintang


aterrorizado por el potencial revolucionario demostrado por la clase obrera. A mediados
de mayo de 1926, el II Congreso del Kuomintang aprobó una batería de medidas,
políticas y organizativas, destinada a debilitar la lucha obrera. A partir de entonces, los
comunistas no podían ocupar más de un tercio en los órganos dirección y ningún
comunista podía ser nombrado para puestos directivos en el ejército o el gobierno.
También se decidió que los comunistas no podían organizarse como fracción dentro del
Kuomintang y se exigió la lista detallada de todos los afiliados al PCCh. Respecto a la
IC, todas sus directrices deberían ser comunicadas a una comisión mixta del
Kuomintang y el PCCh. Además, la reunión del Comité Central ejecutivo del Kuomintang
recortó los derechos sindicales, estableciendo el arbitraje obligatorio en las huelgas y la
prohibición de la reivindicación de la jornada laboral de 8 horas.
La dirección de la IC aceptó los ataques del régimen de Cantón dirigido por el
Kuomintang. Borodin, representante de la troika moscovita en China, amenazó a los
asesores rusos que disgustasen a Chiang con la destitución y sustitución por colegas
más amables. No en vano, a principios de ese mismo año, el buró político del PC ruso,
con el voto en contra de Trotsky, había aprobado la admisión en la IC del Kuomintang
como partido simpatizante y nombrado a Chiang Kai-shek miembro de honor del
Presidium de su Comité Ejecutivo. Poco más de un año después de aceptar dicho honor,
Chiang, asesinará a decenas de miles de comunistas.
Semejante política no se basaba ni en la dinámica real del movimiento revolucionario,
en claro ascenso, ni en el sentir de los comunistas chinos. De hecho, en esos mismos
días se había celebrado el tercer congreso de los sindicatos chinos, que agrupaban ya
500.000 afiliados, reflejando el ambiente de confianza existente entre la clase. Por su
parte, los dirigentes del PCCh, propusieron responder a las medidas reaccionarias del
Kuomintang con un movimiento de masas. Chen Tu-hsiu, expresó con claridad su
oposición a la táctica de la IC, y, su postura fue respaldada por el pleno del Comité
Central del PCCh reunido a finales de junio de 1926. Era al menos la tercera ocasión,
desde la firma de la alianza con el Kuomintang en 1923, en que la dirección china se
oponía a la política de la IC.
Chen advirtió a los dirigentes de Moscú sobre la gravedad de la situación y solicitó una
discusión general para revisar la política de alianzas con el Kuomintang. Así mismo
solicitó encarecidamente a los líderes de la IC que al menos una parte del armamento
soviético quedara en manos de los comunistas y no de las tropas del Kuomintang. La IC
no sólo hizo oídos sordos, sino que redactó un informe en el que rechazaba los
argumentos del comité central chino.
Trotsky, que hasta ese momento había centrado la mayor parte de su atención política
a la lucha contra la consolidación de la burocracia estalinista dentro del PC ruso y
sometido ya, junto a sus camaradas de la Oposición de Izquierdas, a una persecución
brutal, se involucró de lleno en esta polémica. Frente al papel de dirigente de la
revolución con el que Stalin investía a la burguesía china, Trotsky explicaba que ésta
misma burguesía estaba predestinada a apoyar la contrarrevolución: "(…) Sin embargo,
es posible que el autor del artículo tenga en mente, en el antiguo estilo martinovista, la
siguiente perspectiva: primero, la burguesía nacional completa la revolución nacional
burguesa, por medio del Kuomintang que, con la ayuda de los mencheviques chinos,
estará lleno de sangre obrera y campesina. Culminada esta etapa, llamémosla
menchevique, de la revolución nacional, llega la hora de la etapa bolchevique: el PC se
retira del Kuomintang, el proletariado rompe con la burguesía, gana al campesinado y
dirige el país hacia la "dictadura democrática de obreros y campesinos (…) Seguir la
política de un PC pendiente de entregar obreros al Kuomintang es preparar el terreno
para la instauración de la dictadura fascista en China (...) La revolución nacional, en el
sentido de lucha contra la dependencia nacional, está sometida a una dinámica de clase
(…) la burguesía china, no desea un febrero chino por temor a que desemboque en un
octubre o un semioctubre chino"39.
El 5 junio de 1926, Chiang Kai-shek fue nombrado comandante en jefe del Ejército
Nacional Revolucionario. Un mes después, el 9 de julio, las fuerzas del régimen de
Cantón partieron en dirección al norte para iniciar su tarea de unificar el país. En seis
meses derrotaron completamente a Wu Pei-fu, caudillo militar feudal respaldado por
Inglaterra y Estados Unidos, que había tomado bajo su control las provincias centrales
de Hunán, Jopei y Jonán. Otra columna aplastó a Sun Chuan-fang, señor de la guerra
apoyado por EEUU y Gran Bretaña, que había dominado las provincias orientales de
Fuchién, Chachiang, Chiangsí y Anjuí. Ante este movimiento victorioso, otros señores
de la guerra locales empezaron a ver en el Kuomintang un posible ganador y, carentes
como siempre de cualquier escrúpulo o respeto por las alianzas que previamente habían
establecido, se acercaron a él. Estos pactos iban mucho más allá del plano militar,
obligaban a una clara renuncia en el programa social y político. Éstos militaristas
locales, al margen de por quién apostaran como vencedor en la contienda, por su
ligazón con el viejo régimen de propiedad de la tierra necesitaban la garantía de poder
seguir explotando de forma inmisericorde al campesinado para mantener sus
prebendas. De estas oscuras alianzas, participó también Stalin. Este fue el caso con
Feng Yu-hsiang, señor de la guerra que dominaba una de las áreas de la franja
noroccidental del país, quien, a través de los contactos iniciados con Borodin, se adhirió
al Kuomintang en agosto de 1926 y firmó una alianza con la URSS que le aseguró el
envío de material militar soviético. Antes de que se cumplieran diez meses, Feng
rompería de forma sangrienta sus acuerdos con Moscú.

La actitud clasista del campesinado en la revolución

En el campo, el fermento social alcanzaba también altas temperaturas, la revolución


cantonesa se convirtió en la inspiración que precisaba. Ya en 1921, un intelectual
comunista, Peng Pai, había iniciado tareas de organización entre los campesinos
logrando agrupar, en el ecuador de la década de los 20, una fuerza de casi 100.000
campesinos en las zonas de Haifeng y Lufeng, que apoyaron al régimen de Cantón. En
la zona de Hunán, otro dirigente comunista, Mao Tse-tung, había organizando ligas
campesinas que en agosto de 1926 agrupaban a decenas de miles de campesinos. En
1927 las asociaciones campesinas sumaban dos millones de campesinos.
Estas organizaciones imponían la reducción de los alquileres de la tierra, de las tasas
de usura y los impuestos. Se constituyeron también auténticos tribunales populares que
juzgaron a propietarios y nobles. El ascenso revolucionario en el campo acrecentó aún
más las tensiones de clase entre la base social de la revolución y el Kuomintang, ya que
numerosos oficiales eran propietarios de tierras, procedían de familias propietarias o de
familias cuyos privilegios provenían de la vieja estructura social del campo. Aunque
sobre el papel se adquirió el compromiso de que sólo se debía confiscar la propiedad de
aquellos que fueran enemigos del Kuomintang, cuando los campesinos chinos iniciaron
la lucha atacaron a una clase, la clase propietaria que los explotaba de forma milenaria,
sin importarle su parentesco o no con el Kuomintang.
La actitud clasista del campesinado chino contrastaba con la criminal política
estalinista. Cuando el campesinado iniciaba la revolución agraria atacando los intereses
del Kuomintang, el PCCh se encontraba atado por una alianza estratégica con Chiang
Kai-shek. Éste, mucho más consecuente en la defensa de los intereses de su clase que
la IC dirigida por Stalin y Bujarin, favoreció la actividad de las bandas
contrarrevolucionarias de la Asociación Antibolchevique, colocando a un buen número
de sus miembros en puestos de dirección que dependían de Chiang.
En cualquier caso, era tal el odio a los terratenientes y a los imperialistas que la
marcha hacia el norte de las tropas del Kuomintang fue un éxito imparable, provocando
a su paso una ola revolucionaria. Por lo general al frente de la vanguardia militar
estaban los mandos educados en la academia de Whampoa, algunos de ellos
pertenecientes al PCCh. Los obreros, a través de sus sindicatos, jugaron un papel
crucial en facilitar la ocupación de las zonas urbanas y el abastecimiento de las tropas,
proporcionando además guías locales al Ejército Nacional Revolucionario. En Hunán, los
sindicatos se extendieron a varios distritos, aumentando su afiliación de 60.000 a
150.000 obreros. En Wuhan llegaron a contar con 300.000 afiliados después del avance
del ejército nacionalista.
A mediados de junio de 1926 cayeron las capitales de Hunán y Changa. El 16 de
septiembre las tropas del Kuomintang entraron en la gran ciudad de Hankow, acogidas
triunfalmente por la población. La amurallada ciudad de Wuchang se tomó el 8 de
octubre.
Sin embargo, Chiang estaba más preocupado que contento por la creciente marea
revolucionaria que su avance militar había desatado. Era evidente el papel decisivo que
la clase obrera y el campesinado habían jugado en la conquista de las ciudades, tanto
que en muchas áreas del país empezaban a querer ser algo más que tropas de asalto
en la batalla contra el imperialismo y los señores de la guerra. En varias zonas, la
población convirtió la bienvenida a las tropas nacionalistas en un levantamiento contra
los señores feudales, los terratenientes y los usureros. El PCCh lideraba además el
movimiento sindical y varias zonas campesinas, y cada día se hacía más evidente que la
política de la IC distaba mucho de la aplicada por las masas en la práctica.
Como respuesta a este ascenso revolucionario incontenible, Chiang prohibió las
huelgas y las manifestaciones, y envió expediciones al campo para someter a los
campesinos insurrectos. Chen Tu-hsiu apoyándose en estos hechos, volvió a insistir al
Ejecutivo de la Internacional Comunista. Aunque estaba de acuerdo en mantener una
alianza con el Kuomintang frente a los señores de la guerra y el imperialismo,
consideraba necesario liberar al PCCh de la disciplina del Kuomintang y permitir su
existencia y acción independiente. El Ejecutivo de la Internacional no sólo rechazó su
propuesta, sino que Bujarin, mano derecha de Stalin, ratificó la necesidad "de mantener
un frente nacional revolucionario único" ya que "la burguesía comercial desempeña
actualmente un papel objetivamente revolucionario"40.
La política de la IC no podía ya merecer el calificativo de errónea. El carácter
reaccionario de la política de Chiang, sus lazos con la burguesía y los terratenientes, sus
medidas antiobreras y represivas contra el movimiento campesino, se había
manifestado más que de sobra. La persistencia estalinista respecto a la colaboración de
clase con la burguesía china, se había transformado ya en una política abiertamente
contrarrevolucionaria.
En noviembre, las tropas de los señores de la guerra contrarios al Kuomintang, se
vieron obligadas a refugiarse en la zona Chiang, donde, acertadamente, estimaron que
encontrarían la protección naval y terrestre de las potencias imperialistas. Estas
últimas, temiendo la pérdida del control sobre Shangai y Nankín, centro de sus
intereses económicos, se decidieron a intervenir abiertamente. Las cañoneras
extranjeras que patrullaban el Yangtsé abrieron fuego contra la población civil. A pesar
de ello, en marzo de 1927, ambas ciudades fueron liberadas.
Así pues, a principios de 1927, la triple ciudad de Wuhan, compuesta por Hankow,
Hanyang y Wuchang, se convirtió en la nueva capital del régimen nacionalista. Los
acontecimientos se sucedían vertiginosamente. Si el 1 de enero se completaba el
traslado de los órganos gubernativos desde Cantón, dos días después, el 3 de enero,
miles de obreros y de estudiantes ocupaban la concesión inglesa.
En semejantes condiciones, algunos representantes de las potencias extranjeras,
especialmente los del imperialismo estadounidense, optaron por una vía distinta a la de
las cañoneras para desviar a la revolución de sus objetivos. Iniciaron conversaciones
para desarrollar una alianza con sectores del Kuomintang.
A su vez, a pesar de que no había trascurrido siquiera un año desde que el
Kuomintang aprobara que los comunistas no podían participar en el gobierno, se
produjo un giro de 180 grados, y en marzo de 1927 pasaron a formar parte del
gobierno de Cantón dos ministros comunistas. Este cambio de política no fue producto
del giro hacia posiciones socialistas de los líderes nacionalistas, sino más bien de todo lo
contrario. Asustados ante la posibilidad de un desbordamiento revolucionario de las
masas, la dirección burguesa del Kuomintang decidió poner a dos comunistas al frente
de las carteras de Agricultura y Trabajo. ¿Quién mejor que ellos para disciplinar a las
masas y obligarlas a respetar los limites del capitalismo y de la propiedad del
terrateniente? Los ministros "comunistas" harían el trabajo sucio de la burguesía. El
ministro de Agricultura, se empeñó en detener el levantamiento agrario y el ministro de
Trabajo aceptó todos los decretos antiobreros de Chiang. ¿Qué otra cosa se podía
esperar? Reconciliar los intereses de la burguesía y los terratenientes con los de la clase
obrera y el campesinado sin tierra era imposible, alguien tenía que ceder. Los
"ministros comunistas" aconsejados por la IC, exigieron, cuando no impusieron,
grandes concesiones a las masas revolucionarias.

La insurrección de Shangai

Shangai era una ciudad decisiva y, en su avance hacia este enclave estratégico, las
tropas lideradas por Chiang Kai-Shek habían encontrado dificultades en enero de 1927.
Los sindicatos intentaron realizar una insurrección armada con el objetivo de abrir las
puertas de la ciudad al Ejército Nacional Revolucionario. La tentativa fracasó, sin
embargo la represión no fue lo bastante fuerte como para postrar al movimiento obrero
de la ciudad. En la segunda quincena de febrero, los obreros volvieron a intentarlo. Esta
vez la huelga fue más masiva. Si el primer día fueron 150.000 los huelguistas, llegaron
a 360.000 el 22 de febrero, cuarto día de huelga. El siguiente paso fue la formación del
Comité Revolucionario provisional de los ciudadanos de Shangai, cuyas tareas serían el
gobierno de la ciudad y la organización de la insurrección armada. Este segundo intento
fue derrotado también, pero tampoco esta vez el fracaso significó el abandono de la
lucha. Los dirigentes comunistas Chu En-Lai, Chao Shinh Yen, Ku Shun Chang y Lo Yi
Ming, preparaban ya un nuevo asalto, para el que organizaron piquetes y dieron
instrucción militar a 2.000 militantes comunistas.
El espíritu de lucha de los obreros perecía incombustible, y cuando se organizó el
levantamiento alcanzaron la victoria. El 21 de marzo de 1927, los sindicatos de Shangai
convocaron una huelga en la que participaron 800.000 trabajadores, obligando el cierre
de todas las fábricas. La amplitud de la respuesta y las lecciones extraídas de los
anteriores fracasos, transformaron la huelga en una insurrección general, esta vez
sostenida por miles de milicianos armados. Bajo sus órdenes se tomó la comisaría de
policía y el arsenal, y se llenó de barricadas la ciudad. Se ocuparon edificios y servicios
públicos, se cortaron las comunicaciones ferroviarias y telefónicas. Se formaron seis
batallones de tropas revolucionarias y se proclamó el gobierno de los ciudadanos. La
noche del 22 de marzo de 1927, la mayor ciudad de China no sólo había sido liberada
por la insurrección de las masas obreras, sino que estaba en poder del PCCh, que se
encontraba al frente de 5.000 obreros armados que integraban las milicias obreras.
Esta incontestable victoria y la magnífica demostración de capacidad revolucionaria del
proletariado chino, constataban el papel dirigente que correspondía al movimiento
comunista en la revolución. Sin embargo el triunfo fue desperdiciado de forma
dramática y absurda en pocos días por los graves errores de la dirección.

La cruel derrota de la revolución

Un día después de tomar el poder, el PCCh abrió las puertas de Shangai a Chiang Kai-
shek, quién recibió el tratamiento propio de un héroe revolucionario. Tal y como se
desarrollaron los acontecimientos en los días siguientes, es factible pensar que durante
el mismo desfile triunfal, sino antes, Chiang ya había diseñando el plan para aplastar a
las mismas masas obreras que habían hecho posible su entrada en la ciudad.
Recién llegado a Shangai, el 27 de marzo, Chiang, en coordinación con la burguesía
compradora, aterrorizada por el avance revolucionario de la clase obrera, puso en
marcha la maquinaria contrarrevolucionaria. Gracias al dinero recaudado entre la
burguesía china, pudo gastar decenas de miles de yuanes en contratar asesinos que se
hicieron pasar por obreros. Los infiltrados atacaron los piquetes de los trabajadores el
12 de abril, circunstancia aprovechada por Chiang que, con el pretexto de impedir
enfrentamientos entre los trabajadores, ordenó que los piquetes fueran desarmados.
Fue el primer paso del golpe de Estado.
Encolerizados por esta sucia maniobra, los obreros y estudiantes de Shangai se
declararon en huelga general. El 13 de abril, después de un gigantesco mitin de
protesta, 100.000 manifestantes se dirigieron al cuartel general del Ejército
Expedicionario del Norte, para exigir la libertad de los obreros detenidos y la devolución
de sus armas. Las tropas de Chiang Kai-shek abrieron fuego sobre los manifestantes,
asesinando a más de 100 e hiriendo a muchos más.
Inmediatamente después se aplicó la ley marcial y se disolvieron los sindicatos y las
organizaciones revolucionarias. El 18 de abril, Chiang proclamó un nuevo gobierno
nacional, que declaró su firme determinación anticomunista. Era evidente que el golpe
había contado con una cuidadosa preparación. Los hombres de la mafia, adiestrados
durante años como rompehuelgas, fueron lanzados contra los piquetes obreros y las
organizaciones sindicales. Miles de revolucionarios muertos sembraban las calles de
Shangai. Tan macabra tarea fue facilitada gracias a las listas que, un año antes, el
PCCh había entregado al Kuomintang en cumplimiento de los acuerdos de la IC con
Chiang. Este nuevo y contundente golpe fue profundamente acusado por el
movimiento.
Pocos días después, se celebró el V Congreso del PCCh, iniciado en Wuhan el 27 de
abril. Éste encontró un Partido numéricamente mucho más fuerte, contaba ya con
60.000 miembros. A pesar de ello, la gravedad de los errores cometidos había decidido
la suerte de la revolución. De hecho, los dirigentes comunistas no eran en absoluto
conscientes del peligro que los amenazaba. No tomaron ninguna medida defensiva en
previsión de posibles ataques de los líderes nacionalistas burgueses de Wuhan. Por el
contrario, se encontraban confiados porque se trataba de la supuesta "ala de
izquierdas" del Kuomintang, el sector "revolucionario" de la burguesía china, con
quienes compartían el gobierno. Este espejismo rápidamente se desvaneció. La
contrarrevolución, no respetó los límites de Shangai, llegando a Wuhan unas semanas
después del congreso. El 15 de julio, el Gobierno Nacional, dirigido por la burguesía
nacionalista, rompió formalmente las relaciones con los comunistas. Los ministros
comunistas fueron excluidos del gobierno, las organizaciones sindicales y campesinas
prohibidas, el PCCh ilegalizado y perseguido. El general nacionalista Wang Ching-wei,
siguiendo los pasos de Chiang Kai-shek en Shanghai, inició la carnicería en Wuhan,
desde la eliminación de las organizaciones populares hasta el asesinato en masa de
trabajadores y militantes comunistas.
Por su parte, el señor de guerra Fen Yu-hsiang, viejo conocido de Borodin, delegado
de la IC en China, colaboró activamente en la masacre. El antes amigo de la URSS no
dudó ni un solo instante en cambiar de amistades. Al fin y al cabo nunca se trató de
ideas, sino de cómo mantenerse en el poder. La ingente ayuda militar de la que Moscú
lo había provisto pocos meses antes, fue puesta al servicio de Chian Kai-shek para
asesinar y detener comunistas. Se calcula que la represión que siguió en los tres años
posteriores a la revolución de Shangai, se cobró la vida de un millón de revolucionarios.
En la lucha entre la revolución y la contrarrevolución en China, el papel del
imperialismo fue muy claro. Desde principios de abril, se situaron en la zona de Shangai
22.000 soldados y marinos británicos, estadounidenses, japoneses, franceses e italianos
con ocho naves de guerra británicas, trece estadounidenses y catorce japonesas. En el
resto de puertos chinos se llegaron a contabilizar otras 130 naves de guerra
extranjeras. Era algo más que una amenaza. La revancha imperialista por la toma de
Nankín a finales de marzo de 1927, costó la vida a 2.000 civiles de esta ciudad. Si bien
es cierto que la represión más cruenta y sistemática, la que garantizaría el
aplastamiento definitivo de la revolución, la llevaron a cabo fuerzas nativas, la
comunión de intereses contrarrevolucionarios entre Chiang y los representantes de las
potencias extranjeras, se consumó tras la masacre de Shangai.
Todos los representantes del imperialismo en China se comprometieron a apoyar un
régimen nacionalista anticomunista. Se hizo realidad la perspectiva que Trotsky había
trazado para la nefasta política de la IC: "Seguir la política de un PC dependiente de
entregarle obreros al Kuomintang es preparar el terreno para la instauración de una
dictadura fascista en China"41.
La dirección estalinista condujo con su política hacia una terrible derrota al
proletariado chino. Fue el primer acto de un drama que se repetiría posteriormente en
Alemania en 1933 y en la revolución española de 1936-1939.
Pero si la dirección del Partido es decisiva en la victoria, no lo es menos en la derrota.
Un buen mando militar no sólo está obligado al estudio concienzudo de las tácticas
ofensivas, también debe conocer el arte de replegarse en la derrota con el menor coste
posible para su ejército. Lenin se enfrentó en muchas ocasiones a la derrota y al
aislamiento, pero supo reagrupar sus fuerzas sacando todas las conclusiones
necesarias. Pero este método era un libro cerrado con siete llaves para los nuevos
burócratas que dirigían la Internacional Comunista.
La derrota de Shangai podría haber servido para extraer conclusiones, para estudiar y
corregir honestamente los errores. De haber sido así, hubiera sido posible una retirada
ordenada de las fuerzas, la ruptura inmediata con el Kuomintang, la prevención de
nuevos ataques por parte de la burguesía y sus bandas contrarrevolucionarias. Los
dirigentes de la IC podrían haber protegido a los militantes comunistas chinos,
preservar a los cuadros y dar el paso a la clandestinidad donde fuera necesario,
adaptando el Partido a las nuevas circunstancias creadas por el triunfo de la
contrarrevolución. Sin embargo, después del triunfo sangriento del golpe de Estado de
Chiang el 12 de abril de 1927, el octavo plenario del Comité Ejecutivo de la IC reunido a
finales de mayo de ese mismo año, siguió proclamando que era deber de los
comunistas chinos permanecer en el "Kuomintang de izquierda". Con este nombre, los
hombres de Stalin se referían al sector del Kuomintang que gobernaba en las zonas
donde aún no habían iniciado la represión. Este nuevo y fatal error quedaría al
descubierto sólo un mes y medio después, a mediados de julio, con la masacre de
Wuhan. Pero, desgraciadamente, este no sería tampoco el último de los errores de la IC
que los revolucionarios chinos pagarían con su sangre.

La Comuna de Cantón: una derrota ‘made in Stalin’

El 7 de agosto de 1927, ya en la clandestinidad, se reunió el comité central del PCCh.


Éste, cumpliendo órdenes de Stalin, destituyó a Chen Tu-hsiu como secretario general,
quién ni siquiera estaba presente en la reunión, bajo la acusación de que "su" política
de capitulación había propiciado la derrota Shangai. Borodin fue reemplazado como
delegado de la IC en China por Neumann y Lominadzé. Semejante actuación no podía
ser más ajena a los métodos del Partido Bolchevique en vida de Lenin.
En primer lugar, sino fuera por el carácter trágico de la situación, movería a risa la
acusación esgrimida contra Chen Tu-hsiu. Irónicamente se acusaba a Chen de
capitulación, el mismo hombre que había propuesto insistentemente a la dirección de la
IC la independencia política de los comunistas respecto al Kuomintang. En segundo
lugar, porque tal y como se demostraría en breve, cesar dirigentes sin abrir un debate
sobre los supuestos errores cometidos, no permitirían ni la recuperación del Partido ni
la del movimiento. En realidad todas estas maniobras, típicas del método estalinista,
perseguían ocultar la responsabilidad de los dirigentes de la IC en la derrota sangrienta
de la revolución, mientras permanecían impunes en sus despachos de Moscú.
Tras el cese fulminante de su secretario general, la dirección de los comunistas chinos
se vio obligada a virar 180 grados adoptando una línea ultraizquierdista, supuestamente
destinada a "mantener la tensión revolucionaria" a través del llamamiento a
levantamientos e insurrecciones.
Esta nueva política era consecuencia directa de la negativa de Stalin a reconocer la
derrota de la revolución china. Después de la esclarecedora experiencia de la masacre
de Shangai y Wuhan, parece seguro que su posición estaba determinada
exclusivamente por cuestiones de prestigio. Cualquier interés en esclarecer las causas
del fracaso podría comprometer su reputación de líder infalible.
La colaboración con el Kuomintang se hizo insostenible después de la experiencia de
Wuhan. Ignorando todo lo ocurrido, los dirigentes estalinistas de la IC emplazaron a los
comunistas chinos a tomar el poder. A pesar de que la revolución estaba en una fase de
claro descenso, se acordó la preparación de la insurrección en Cantón, ciudad en la que
el movimiento comunista todavía era fuerte.
El levantamiento debía iniciarse con el amotinamiento de las tropas del Ejército
Nacional Revolucionario que todavía simpatizaban con los comunistas. Efectivamente,
algunos de los militares que habían recibido adiestramiento de instructores soviéticos
en la academia de Whampoa, no sólo simpatizaban con la causa comunista sino que
ingresaron en el Partido. Sin embargo, para aprovechar esta circunstancia, era
necesario que estos individuos que no confiaban en la dirección de la burguesía
nacionalista, encontraran en el PCCh una dirección independiente y decidida. Una
dirección que no estuviera sometida a las maniobras de elementos políticamente
vacilantes que en los momentos decisivos, atemorizados por los cambios dramáticos
que acompañaban a la revolución, se pasaban con armas y bagajes al bando
contrarrevolucionario. De hecho, fue la traición de un militar del Kuomintang lo que
obligó a adelantar la insurrección, introduciendo elementos de desconcierto e
improvisación.
Al alba del 11 de diciembre de 1927, militares comunistas organizados por Yeh Chien-
ying, iniciaron la insurrección en coordinación con la "guardia roja". Es probable que
participaran activamente hasta 20.000 personas. Los insurrectos ocuparon la ciudad y
proclamaron un "régimen soviético", al que llamaron "Comuna". Sin embargo, a pesar
del empecinamiento de los jefes de Moscú, las masas acusaban ya el cansancio y las
derrotas previas, y el levantamiento quedó aislado. El 14 de diciembre las tropas
contrarrevolucionarias del Kuomintang habían sofocado la insurrección y 8.000
comunistas yacían muertos en las calles de Cantón.
Cuando el experimento fracasó dolorosa y estrepitosamente, la dirección china,
previamente aconsejada por Moscú, calificó de aventura putschista su propia táctica. En
esta ocasión también se pretendió distraer la atención de los verdaderos responsables a
través del linchamiento del "cabeza de turco" correspondiente. El sucesor de Chen Tu-
hsiu en la secretaria general, Chu Chiu-pai, fue fulminantemente cesado.

Trotsky y la revolución china

No será hasta el VI Congreso, en julio de 1928, cuando la IC renuncie a la consigna de


insurrección armada para China. Pero este cambio táctico no será producto más que de
la constatación, con más de un año de retraso, de la muerte de la segunda revolución
china. Los máximos dirigentes de la IC no sólo no reconocieron ninguno de sus errores,
sino que intentaron evadirse de sus responsabilidades culpando a otros de la derrota.
En ese mismo congreso, Bujarin, ideólogo de Stalin y padre de la teoría del socialismo
en un solo país, hizo el siguiente balance: "Podemos ahora aclarar ciertos problemas
fundamentales de la revolución china. Como es sabido, el PCCh ha sufrido una grave
derrota. Es un hecho indiscutible. Y es legítimo preguntarse si esta derrota no deriva de
una táctica errónea adoptada por la IC en la revolución china. ¿No ha sido justo, tal
vez, constituir un bloque con la burguesía? ¿Ha sido ése, tal vez, el pecado capital, el
error esencial, que determina todos los demás y que progresivamente conduce a la
derrota de la revolución china? En general, el error no se sitúa en la línea fundamental
de la orientación táctica, sino en los actos políticos y en la línea práctica efectivamente
adoptados en China (…) el error fue que nuestro partido chino no comprendió el cambio
de la situación objetiva, la transición de una etapa a otra. Así, por ejemplo, se podía
durante un cierto tiempo marchar de concierto con la burguesía nacional-revolucionaria,
pero al llegar un cierta etapa era necesario prever los cambios que sobrevendrían
próximamente (…) A consecuencia de este error, nuestro partido ha desempeñado, a
veces, el papel de traba al movimiento de masas, de traba a la revolución agraria y de
traba al movimiento obrero (…) Después de una serie de derrotas, el partido corrigió
sus errores con bastante energía. Pero esta vez, como suele pasar bastante a menudo,
ciertos camaradas cayeron en el extremo opuesto: no prepararon la insurrección
seriamente, dieron pruebas incuestionables de tendencias putchistas, de aventurerismo
de la peor especie"42.
La salvación a toda costa del prestigio de los dirigentes rusos se convertiría en un fin
en si mismo. Como ocurriría en todas las derrotas posteriores, los nuevos amos del
Kremlin hurtaron cualquier posibilidad de un debate honesto al movimiento comunista
internacional. La escuela de falsificación estalinista funcionaba ya a pleno rendimiento.
Pero no todos se sometieron a los dictados de Stalin. León Trotsky había levantado su
voz, desde el primer momento, contra estas teorías ajenas al marxismo que prepararon
el camino para las derrotas más crueles.
A finales de 1922 Stalin organizó su bloque dentro del Politburó, formando una troika
con Kámenev y Zinóviev, y obtuvo, a principios de 1923, la mayoría en el Comité
Central del PCUS. En octubre de ese mismo año, Trotsky declaraba una fracción en el
Partido para defender el programa de Lenin: la Oposición de Izquierdas (OPI).
La Oposición presentó batalla política contra todas y cada una de las desviaciones
burocráticas de la fracción mayoritaria del aparato tras la desaparición de Lenin. Se
opuso con firmeza a la teoría del socialismo en un solo país y denunció los tremendos
peligros que implicaba el llamamiento al enriquecimiento del campesino rico. Defendió
incesantemente la necesidad de desarrollar la industria soviética, en oposición frontal al
programa estalinista del socialismo a paso de tortuga.
En lo que se refiere a la revolución china, Trotsky se incorporó en plenitud de
facultades al debate con el proceso revolucionario ya iniciado. Dos factores decidieron
esta circunstancia. Por un lado, que el centro de la batalla contra el oportunismo
estalinista estuviera situado dentro de la propia URSS, lo que requería de su máxima
atención y concentración. Por otro, la propia situación de la Oposición de Izquierdas. En
1926, se constituyó la llamada Oposición Unificada o Conjunta, en base a la unión de la
Oposición de izquierda y la Oposición de Leningrado, liderada por Zinóviev y Kámenev
tras su ruptura con Stalin. La Oposición Unificada se rompió de 1927, momento en el
que Zinóviev y Kámenev capitularon ante Stalin.
Mientras existió la Oposición Unificada, Trotsky mantuvo importantes diferencias con
Zinóviev, entre otras por el apoyo que éste último manifestaba a la concepción
estalinista del papel dirigente de la burguesía china en la revolución. Fueron años muy
duros para Trotsky, que llego a encontrarse en minoría, incluso, entre sus compañeros
de la vieja Oposición de Izquierdas. Así lo reflejó su correspondencia con
Preobrazhenski, destacado dirigente bolchevique y compañero de Trotsky, que nunca
llegó a asimilar la posición marxista sobre el papel del proletariado en la revolución
colonial.
Los acuerdos con Zinóviev y Kámenev, finalmente frustrados, y las vacilaciones que
también surgieron en las filas de los oposicionistas de izquierdas, limitaron durante un
tiempo la capacidad de acción de Trotsky. Preguntado acerca de por qué la Oposición
no hizo pública su opinión en contra de la permanencia del PCCh en el Kuomintang,
Trotsky respondió: "Usted tiene razón cuando afirma que en la segunda mitad de 1927
la OPI rusa todavía no exigía abiertamente que el PC se retirara del Kuomintang. (…)
Personalmente me opuse resueltamente a que el PC entrara en el Kuomintang e
igualmente a que se aceptara el ingreso del Kuomintang en la Comintern desde el
comienzo, o sea desde 1923. Radek siempre se alineaba con Zinóviev en mi contra (…)
Ahora puedo decir sin temor a equivocarme que cometí un error al hacer una concesión
formal en esta cuestión"43. Las actas de las reuniones de la IC dan fe de su oposición.
En cualquier caso, cuando Trotsky se introdujo de lleno en la polémica sobre China, lo
hizo no sólo con valentía y claridad, sino con acierto. Sus advertencias acerca de la
traición de la burguesía se convirtieron en realidad.

La revolución permanente

A pesar de la extraordinaria crueldad de la represión, era inevitable que la lucha de


clases volviera a resurgir en China. Situado ante esta perspectiva, Trotsky intentó
extraer todas las conclusiones de los acontecimientos pasados. Analizó la correlación de
fuerzas entre las clases y elaboró el programa de la revolución en China basándose en
la experiencia rusa de 1917. "La insurrección proletaria china sólo puede desarrollarse,
y se desarrollará, como revolución dirigida directa e inmediatamente contra la
burguesía. La revuelta campesina china, mucho más que la rusa, es una revuelta contra
la burguesía. En China no existe una clase terrateniente como clase independiente. Los
terratenientes y la burguesía son lo mismo. La aristocracia del campo y los tuchun,
contra los cuales se moviliza el campesinado, son el último eslabón de la burguesía y
también de los explotadores imperialistas. En Rusia, la primera etapa de la Revolución
de Octubre fue el enfrentamiento de toda la clase campesina con toda la clase
terrateniente, y sólo después de varios meses comenzó la guerra civil en el seno del
campesinado. En China toda insurrección campesina es, desde el comienzo, una guerra
civil de campesinos pobres contra campesinos ricos, es decir, contra la burguesía
aldeana. El campesinado medio chino es insignificante. Casi el 80% de los campesinos
son pobres. Ellos, sólo ellos, desempeñan un papel revolucionario. No se trata de
unificar a los obreros con el conjunto del campesinado, sino solamente con los pobres
de la aldea. Tienen un enemigo común: la burguesía. Sólo los obreros pueden conducir
a los campesinos pobres al triunfo. Su victoria común no puede conducir a otro régimen
que la dictadura del proletariado y únicamente ese régimen puede instaurar un sistema
soviético y organizar un ejército rojo, que será la expresión militar de la dictadura del
proletariado apoyada por los campesinos pobres.
"Los estalinistas afirman que la dictadura democrática, próxima etapa de la
revolución, se convertirá en dictadura proletaria en una etapa posterior. Esta doctrina
corriente en la Comintern, no sólo para China sino también para todos los países de
Oriente es una desviación total de las enseñanzas de Marx sobre el Estado y de las
conclusiones de Lenin respecto de la función del Estado en una revolución"44.
La cita anterior sintetizaba las ideas fundamentales de la teoría de la revolución
permanente que Trotsky formuló durante la revolución rusa de 1905 y que coincidían
plenamente con las Tesis de abril de Lenin. En esencia, la teoría de la revolución
permanente, tan denostada por los epígonos estalinistas en aquellos años, planteaba
que, en la época contemporánea, la burguesía de los países atrasados es incapaz de
llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa debido a su debilidad
histórica y a su dependencia del capital imperialista. En esas condiciones es el
proletariado, encabezando a la nación, especialmente a las masas de campesinos
pobres, el que tiene en sus manos la resolución de estas tareas: la reforma agraria, el
desarrollo industrial, la modernización de las infraestructuras y la solución a la cuestión
nacional, entre otras. Para llevar a buen puerto estas medidas, el proletariado tiene que
expropiar política y económicamente a la burguesía nacional y sus aliados, los grandes
terratenientes y los imperialistas. La revolución empieza abordando las tareas
democráticas y continúa con las socialistas, no existe por tanto una división artificial
entre ambas. Por otro lado, la revolución, que empieza dentro de las fronteras
nacionales, adquiere una dimensión internacional. La contención de la revolución
proletaria en los límites de las fronteras nacionales no puede ser más que una fase
transitoria, para sobrevivir necesita el concurso del triunfo socialista en los países más
avanzados. Tal fue la experiencia de la revolución socialista de octubre en Rusia45.
Mientras tanto, los comunistas chinos, ajenos todavía a estos debates en la IC y
desconocedores de la posición de Trotsky, luchaban contra su exterminio físico en
medio de una represión salvaje. La burguesía nativa, apoyada por los civilizados
políticos de Occidente, pretendía aplicar un castigo ejemplar a quienes se habían
atrevido a desafiar su poder. En Shangai, los dirigentes sindicales fueron quemados en
las locomotoras. En el campo, los jefes de las ligas campesinas eran públicamente
acuchillados o asesinados a garrotazos. Especial saña hubo contra las mujeres
revolucionarias. Ellas, coco con codo con sus compañeros, habían conquistado a través
de la lucha su dignidad, poniendo en práctica la igualdad de derechos con el hombre. Su
desafío a la postración absoluta a la que la cultura china las condenaba46 fue castigado
brutalmente. Fueron detenidas, torturadas y asesinadas, como el resto de sus
compañeros, pero además, muchas de ellas fueron desnudadas y expuestas al escarnio
público. Entre 1927 y 1933 fueron asesinados cuatro quintas partes de los
revolucionarios profesionales y cuadros del Partido. Pero pesar de la tremenda
dispersión y de la destrucción del cuerpo vivo del Partido, quedaron núcleos de
resistencia, que en pocos años se transformaron en las bases rojas campesinas.
Notas
37. Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista. Editorial Ruedo Ibérico, Barcelona 1978, página
227.
38. Informe de la Comisión para los problemas nacional y colonial en el II Congreso de la Internacional
Comunista, 26 de julio de 1920. Editorial Progreso, Moscú.
39. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china,
Editorial Pluma, Colombia 1976, páginas 37 y 39.
40. Isaac Deutscher, El profeta desarmado, Ediciones ERA, México,1985, página 301.
41. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china,
Editorial Pluma, página 39.
42. Fernando Claudín, páginas 227-228.
43. León Trotsky, El historial de la Oposición sobre el Kuomintang, en La segunda revolución china, páginas 87
y 88.
44. León Trotsky, Manifiesto sobre China de la Oposición de Izquierda Internacional, en La segunda revolución
china, páginas 79 y 80.
45. “La idea de la revolución permanente fue formulada por los grandes comunistas de mediados del siglo XIX,
por Marx y sus adeptos, por oposición a la ideología democrática, la cual, como es sabido, pretende que
con la instauración de un Estado ‘racional’ o democrático, no hay ningún problema que no pueda ser
resuelto por la vía pacífica, reformista o progresiva. Marx consideraba la revolución burguesa de 1848
únicamente como un preludio de la revolución proletaria. Y, aunque ‘se equivocó’, su error fue un simple
error de aplicación, no metodológico. (…) El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución
histórica según el cual toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la
sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se
organiza y educa poco a poco para el socialismo. Sin embargo, el tránsito al socialismo no era concebido
por todos de un modo idéntico: los reformistas sinceros (tipo Jaurès) se lo representaban como una
especie de fundación reformista de la democracia con simientes socialistas. Los revolucionarios formales
(Guesde) reconocían que en el tránsito al socialismo sería inevitable aplicar la violencia revolucionaria.
Pero tanto unos como otros consideraban a la democracia y al socialismo, en todos los pueblos, como dos
etapas de la evolución de la sociedad no sólo independientes, sino lejanas una de otra. (…) La teoría de la
revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los
objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura
del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la
idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado
pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar
que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado (…)”
León Trotsky, La revolución permanente, Fundación Federico Engels, Madrid 2001, página 38.
46. Una mujer estaba sometida de por vida a sus padres, a los padres de su esposo, a su esposo y a su hijo.
Los matrimonios eran arreglados por los jefes de las familias sin intervención ni del hombre ni de la mujer
en la decisión. Luego del arreglo, la familia del novio pagaba una dote a la familia de la novia por el costo
de haberla mantenido hasta el momento de la boda.
En China existió también durante siglos una monstruosa forma de tortura contra la mujer. Las madres
quebraban los pies de sus hijas con un proceso de vendaje que duraba hasta quince años, con el objetivo
de embellecerlos al conseguir que sus dedos tocaron las plantas de sus pies. La justificación de semejante
aberración sería que la mujer danzaría así cual flor de loto mecida en el viento para su señor.

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal
VI. Hacia la guerra campesina

Los comunistas se refugian en el campo

La contrarrevolución afectó más profundamente a los obreros que a los campesinos.


Los obreros eran menos numerosos y estaban concentrados en los núcleos industriales.
Los campesinos estaban protegidos, hasta cierto punto, por su número y por su
dispersión sobre amplios territorios. En los enfrentamientos mantenidos durante la
revolución, miles de campesinos habían obtenido armas y adquirido experiencia
organizativa bajo la dirección de los comunistas. Además, una cantidad importante de
obreros revolucionarios se había ocultado de la represión en el campo.
Estas circunstancias, permitieron el nacimiento de grupos guerrilleros rojos. Algunos
soldados, de origen campesino que formaban en las filas de los ejércitos de la
contrarrevolución burguesa, desertaron al bando campesino, unas veces en grupos y
otras en compañías enteras. Así, a pesar de la derrota de la revolución, oleadas de
movilización campesina se reprodujeron en diferentes provincias del país. Grupos de
campesinos armados expulsaban o exterminaban a los terratenientes, con especial
inclinación hacia los tuchuns o señores de la guerra. Cuando se deshacían de los
poderosos, los campesinos tomaban el control del territorio. Ese fue el caso de
Chingkangshan, una de las primeras bases rojas que el PCCh estableció en los últimos
meses de 1927 gracias a las revueltas campesinas de la cosecha de otoño lideradas por
un joven cuadro comunista llamado Mao Tse-tung.
Los dirigentes comunistas, siguiendo la línea ordenada por Moscú a su nuevo
secretario general Chu Chin-pai, intentaron asaltar con grupos de campesinos armados
algunas ciudades, pero invariablemente fracasaron. Mao, comprendió entonces la
imposibilidad de la tarea ordenada por el Partido, y ordenó la retirada hacia el interior.
A finales de 1927, Mao se encontraba al frente de un puñado de fugitivos, pocos miles,
pero esta cifra se incrementaba constantemente con la llegada de los que huían de la
represión en sus aldeas. Reconociendo su precaria situación, se refugiaron en el macizo
montañoso de Chingkanshan, una zona prácticamente inaccesible. En Cha-ling, en
noviembre de 1927, a pesar del aislamiento, la escasa de población y unas condiciones
materiales extremadamente precarias, se estableció un nuevo gobierno formado por un
"consejo del pueblo" y una "asamblea de obreros, campesinos y soldados".
En esta misma época, surgieron los primeros enfrentamientos entre Mao y la
dirección del PCCh. La IC insistía todavía en su la línea ultraizquierdista de
insurrecciones urbanas a pesar del evidente ascenso de la reacción. En consonancia
con esta política, el Comité Provincial de Hunán exigió a Mao el asalto de Changsha con
los hombres de su base roja. Mao se negó a cumplir semejante orden.
Mientras tanto, llegaron a su área muchos de los hombres que sobrevivieron a las
derrotas sufridas en las ciudades. Tal fue el caso de Chu Teh tras el fracasado intento
de tomar Swatow. En abril de 1928, los hombres de Mao y Chu Teh eran ya 10.000,
gracias a la reconstrucción de las bases rojas de la zona de Chingkangshan. En
octubre, en la reunión del II Congreso de las organizaciones del partido de las zonas
libres, se aprobó una resolución redactada por Mao, que trazaba una línea estratégica
basada en la guerrilla campesina alimentada por la lucha social en el campo y la
extensión de "bases rurales rojas". En esta resolución podemos empezar a comprender
no sólo la estrategia campesina de Mao, sino la verdadera naturaleza política de su
discrepancia con Moscú. Mao consideraba errónea, y desde luego no le faltaba razón, la
apreciación estalinista de que era el momento de asaltar las ciudades con las fuerzas
del campesinado en armas. Sin embargo, en el fondo, había una coincidencia de gran
calado político: Mao consideraba secundario, por no decir anecdótico, el papel de la
clase obrera en la revolución china. Esta convergencia sobre la posición de las clases
en la revolución China, al menos en lo que respecta a dos fundamentales como son el
proletariado y la burguesía, quedará plenamente demostrada en el futuro, durante los
años de resistencia contra la invasión japonesa. En ese momento, tanto Mao como
Stalin, no pondrán ninguna objeción al papel dirigente de la burguesía en las ciudades,
reeditando los nefastos acuerdos con el Kuomintang que dieron lugar a la derrota de la
revolución de 1925-1927.
A pesar de discrepancias coyunturales, y aunque sea por diferentes caminos, Mao y
Stalin llegarán a ponerse de acuerdo en lo fundamental: el programa de la revolución
china no debía en ningún caso sobrepasar los límites del capitalismo.
A principios de la década de los treinta, el reflujo de la revolución en las ciudades
permitió una cierta reanimación económica. Todo ello posibilitó a su vez el
resurgimiento de la lucha huelguística, pero ésta se desarrollaría al margen del Partido
Comunista. Sus dirigentes, incapaces de comprender las características de la nueva
etapa, no ofrecieron a la clase obrera lo que necesitaba: consignas reivindicativas
propias de un período de recuperación de la unidad y la confianza en sus propias
fuerzas. Los sindicatos rojos, lanzados en ese momento por el PCCh en pleno furor
ultraizquierdista, en consonancia con la política de la IC, agruparon no más de sesenta
mil obreros. En el pasado, en el período de ascenso revolucionario, los dirigentes
comunistas habían liderado organizaciones sindicales que agrupaban a casi tres
millones.
La OPI, en clara discrepancia con la mayoría de la dirección de la IC, redactaba en
septiembre de 1930 un manifiesto para China. En él explicaba su punto de vista sobre
las tareas que el PCCh debía afrontar: "En esta coyuntura los comunistas chinos
necesitan una política a largo plazo. No deben dispersar sus fuerzas entre las llamas
aisladas de la revuelta campesina. El partido, débil y pequeño, no podrá controlar este
movimiento. Los comunistas tienen que concentrar sus fuerzas en las fábricas y talleres
y en las barriadas obreras para explicar a los obreros el significado de lo que está
ocurriendo en las provincias, para levantar el ánimo de los cansados y los
descorazonados, para organizar la lucha de los grupos obreros por la defensa de sus
intereses económicos, para levantar las consignas de la revolución agraria y
democrática. Sólo este proceso de activación y unificación de los obreros permitirá al
Partido Comunista asumir la dirección de la insurrección campesina, es decir, de la
revolución nacional en su conjunto"47.

Mao aumenta su influencia en el PCCh


El fracaso continuado de la táctica de la IC seguía devorando secretarios generales.
Chu Chiu-pai, sustituto de Chen Tu-hsiu, fue sustituido a su vez por Li Li-san, tras el
fracaso de Cantón, en el VI Congreso del PCCh celebrado en Moscú en 1928. Por su
parte, a principios de 1929 Mao y Chu Teh, abandonaron su fortaleza montañosa y
descendieron hacia Kiangsi. En marzo ocuparon Tungku y algunas semanas después
Tingchow. Ambas ciudades permanecieron hasta 1934 como bases rojas. La lucha
armada encabezada por Mao y Teh siguió avanzando extendiendo su influencia hasta
Kiangsí y Hunán.
En aquella época, Li Li-san necesitaba que su línea política obtuviera resultados
prácticos, pues la suerte de sus predecesores así lo aconsejaba. Impulsado por este
motivó, decidió lanzar en el verano de 1930 las fuerzas armadas de las bases rojas
sobre Nanchang y Changsha. En el plan se asignó a Mao y Chu Teh la toma de
Nanchang. A pesar de sus reticencias, se lanzaron a la aventura, pero después de un
día de duras batallas ordenaron la retirada. El asalto de de Changsha corrió a cargo de
Pen Te-huai, que al mando de sus hombres tomó la ciudad el 29 de julio, proclamando
un gobierno revolucionario presidido por Li Li-san, que sin embargo no se encontraba
presente. La victoria fue efímera. El l4 de agosto, se vieron obligados a abandonar la
ciudad. Resistiéndose a admitir su derrota, se ordenó volver a tomar la ciudad haciendo
converger todas las fuerzas, incluyendo las de Mao y Teh. A mediados de septiembre
era imposible no reconocer la imposibilidad de tomar la capital de Hunán y se
abandonó esta aventura.
Pocos días después, regresaron de la URSS Chu Chiu-pai y Chou En-lai, anunciando el
fin de la línea Li Li-san, y su salida de la dirección del Partido. Después de la nueva
purga, Li Li-san viajo a Moscú donde permanecería largo tiempo apartado del Partido.
Tras este nuevo cese, la intromisión de Moscú en la vida del PCCh se hará aún
asfixiante.
En mayo de 1930 llegó a Shangai el nuevo representante de la IC para China, Pavel
Mif, acompañado de 28 discípulos chinos que habían sido formados en la Universidad
de los Pueblos de Oriente de la URSS. Se trataba de un grupo de jóvenes de no más de
20 años sin ninguna experiencia concreta en la construcción del Partido. Su declaración
solemne de que su objetivo era la "bolchevización" del PCCh, les valió el nombre de los
"28 bolcheviques". Uno de ellos, Wang Ming, sustituyó en la dirección al defenestrado
Li Li-san. Stalin demostraba con esta decisión que el PCCh no le merecía mayor
consideración política que la de un mero destinatario de sus órdenes. Sin embargo,
había elementos que escapaban al control directo de Moscú. Las bases rojas avanzaban
en el campo mientras que en las ciudades solo se cosechan fracasos. Mao adquiría
conciencia del aumento de su influencia y deseaba consolidarla.
A principios de enero de 1930, los órganos del partido de las bases rojas habían sido
reestructurados, dando lugar a un comité central de las zonas rojas bajo el control
directo de Mao. Lo que le preocuparía a Stalin no sería tanto la táctica diferenciada de
Mao en esos momentos. Los zigzags y giros de 180 grados en la táctica y política de la
IC, eran ya habituales tanto en China como a nivel internacional. Lo que
verdaderamente preocupaba a la camarilla de Moscú era la existencia de dirigentes
comunistas que no estuvieran directamente sometidos a su control e influencia. Stalin
sólo se fiaba de los dirigentes que él mismo había designado.
Involuntariamente, Chiang ayudaría en la tarea de encumbrar a Mao en el PCCh. El
líder del Kuomintang, que seguía con enorme preocupación la ampliación de las zonas
rojas lideradas por Mao, lanzó en otoño de 1930 la primera "campaña de
aniquilamiento" de las bases comunistas en el campo en coordinación con los
gobernadores de las zonas afectadas, empeñando en ello 11 divisiones que sumaban
100.000 hombres. La lucha duró sólo tres días, tiempo en que tardó en producirse una
victoria inequívoca de la fuerzas lideradas por Mao. Los rebeldes capturaron 10.000
prisioneros —3.000 de los cuales se integraron en las fuerzas rojas—, 6.000 fusiles y
millones de municiones de las tropas del Kuomintang.
Inmediatamente después, en febrero de 1931, Chiang desarrolló la segunda
"campaña de aniquilamiento". Esta vez el saldo favorable para la fuerzas de Mao fueron
20.000 fusiles y otros tantos prisioneros, además de diez nuevos distritos que se
sumaron a las zonas rojas. Chiang, convencido de la amenaza que esta situación
suponía para su régimen, no se dio por vencido, y en julio de ese mismo año encabezó
una fuerza de casi 300.000 hombres, destinada a acabar de una vez por todas con los
insurrectos. La tercera campaña finalizó cuando en diciembre, en Ningtu, una división
entera del Kuomintang se negó a obedecer las órdenes de sus mandos y se pasó con
sus armas a las fuerzas revolucionarias. El saldo del triunfo obtenido sobre el
Kuomintang era enormemente positivo: la "China roja" contaba con 21 distritos con
una población de casi dos millones y medio de personas y un ejército de 30.000
hombres. El 7 de noviembre de 1931 se celebró el I Congreso de los "Sóviets" de toda
China. Entre 1933 y 1934, las zonas rojas llegarían a albergar una población de casi
nueve millones de habitantes.
En este proceso, la guerra campesina había operado como un poderoso imán sobre
las tropas de los soldados del Kuomintang. El reparto de la tierra, en muchas de las
zonas liberadas, pesaba más sobre la moral combatiente de los soldados nacionalistas
que toda la demagogia anticomunista de Chiang Kai Chek. Esta fue la causa
fundamental de las deserciones del ejército nacionalista.

El nacimiento de la Oposición de Izquierdas en China


Pero no todos los militantes del PCCh se situarían con una de estas dos líneas, la
oficial de la IC o la alternativa guerrillera de Mao. Junto a los antiguos militantes que
aún resistían en las ciudades integrados en el movimiento obrero, varios jóvenes
fueron enviados en 1927 a estudiar en las universidades soviéticas. Así nació la
primera oportunidad de que los textos e ideas de la OPI entraran en contacto con los
comunistas chinos. Dos universidades rusas albergaban estudiantes chinos en Moscú:
la Universidad de los Pueblos de Oriente y la Universidad Sun Yat-sen. El director de la
primera era Choumiatsky, ferviente seguidor de Stalin, mientras que la otra estaba
dirigida por Radek y Joffe, que en aquel entonces militaban en las filas de la Oposición.
Adolf Joffe que había negociado los primeros acuerdos con Sun Yat-sen en 1923 que
tan negativas consecuencias tendrían, se había mantenido fiel al combate librado por
Trotsky contra la degeneración burocrática del PCUS convirtiéndose en un destacado
dirigente de la Oposición hasta su muerte.
Gracias a la presencia de oposicionistas en la dirección de la universidad, numerosos
estudiantes chinos se habían unido a la OPI. Finalmente, parte de este grupo de
estudiantes fue enviado de regreso a China, donde organizaron una fracción llamada
Nuestra Palabra, lo que permitió, por primera vez, la difusión en China de los
documentos de la Oposición rusa.
Wang Fan-hi, miembro de la Oposición, estableció contacto con un grupo de
trabajadores de Shangai. Este grupo fue ganado para la Oposición a mediados de
1928. Wang estimaba que habían ganado casi a 150 de los 400 estudiantes de la
Universidad Sun Yat-sen48. La organización era clandestina, aunque los documentos
todavía podían circulaban con cierta facilidad.
Otro grupo de oposicionistas consiguió salir de Moscú en septiembre de 1929 y, al
llegar a Shangai, se unieron temporalmente al grupo Nuestra Palabra. Finalmente y de
acuerdo con la orientación que habían decidido con los camaradas de la Oposición rusa,
este segundo grupo notificó al comité central del PCCh que estaban dispuestos a
reincorporarse a sus lugares dentro del partido. Los miembros de la Oposición
comenzaron a trabajar en secreto dentro y fuera del partido, ocupando posiciones
importantes en el aparato como cuadros formados en Moscú. Fue entonces cuando
surgieron las primeras discrepancias en la OPI china, entre quienes estaba a favor de
trabajar dentro del Partido Comunista y quienes, como era el caso de Liu Renjing, se
negaban a ello. Así, el regreso desde Moscú de los sucesivos grupos traería consigo
cierta confusión y división en la OPI china. El resultado fue que en 1929 había tres
grupos oposicionistas entre los estudiantes que habían regresado de Moscú: Nuestra
Palabra, el grupo Octubre, y el grupo Militant, que se formó a finales de 1929 con
militantes que habían trabajado en el Partido Comunista Chino antes de ser
expulsados.
Los distintos grupos de la Oposición, y especialmente el grupo que trabajaba como
fracción en el Partido Comunista Chino, disfrutaban de cierta tolerancia por parte del
PCCh. Por un lado, Moscú no conocía realmente la existencia de grupos de la Oposición
en China y los líderes del PCCh estaban mucho más preocupados por las discrepancias
y enfrentamientos surgidos entre Mif y Wang Ming, delegado de la IC y secretario
general del PCCh respectivamente, con los restos de la vieja dirección que aún seguía
en el Partido, Li Lisan, Chou En-lai, Liu Shaoqi y Mao.
Esta situación dio un giro radical cuando Stalin conoció la existencia de oposicionistas
chinos organizados y que Chen Tu-hsiu estaba en contacto con ellos, momento en el
que se inició una frenética campaña de expulsiones en el PCCh. Propusieron a Chen
que viajara a Moscú para "mantener discusiones", con la posibilidad de acceder a un
empleo dentro de la IC, "invitación" que Chen rechazó.
A finales de 1929, Chen Tu-hsiu recibió los documentos de la Oposición rusa
traducidos. Su estudio le posibilitó una comprensión nueva y diferente de los
acontecimientos de 1925-1927. La noticia de que Chen finalmente había ingresado en
la Oposición provocó una profunda impresión en muchos militantes comunistas chinos,
hasta el punto de transformarse en un auténtico acontecimiento dentro del PCCh. Se
inició entonces una campaña de la IC contra el "centro liquidador de Trotsky-Chen". La
profundidad de la crisis fue tal que la dirección tuvo que expulsar a cientos de
militantes que apoyaban a Chen. El propio Chen fue expulsado el 15 de noviembre de
1929.
En respuesta a esta nueva purga burocrática, Chen Tu-hsiu publicó el 10 de diciembre
una Carta abierta a todos los compañeros del partido, en la que militantes del PCCh
pudieron leer: "Desde que contribuí con mis camaradas a fundar el PC chino en 1920,
he aplicado siempre fielmente la política oportunista de los dirigentes de la IC: Stalin,
Zinóviev, Bujarin y otros, que ha conducido a la revolución china a un triste y
vergonzoso fracaso. Aunque he trabajado sin descanso día y noche, mis deméritos son
más grandes que mis méritos. (…) me daría vergüenza adoptar la actitud de
camaradas responsables durante ese período, que se limitan a criticar los errores
oportunistas del pasado excluyéndose ellos mismos"49. Rápidamente, Chen concitó el
apoyo de destacados militantes. En menos de una semana, más de 80 veteranos
cuadros comunistas chinos que habían tenido o aún tenían responsabilidades en el
partido, publicaron un texto titulado Nuestra posición política. Se trataba de una
declaración abiertamente favorable a Trotsky: "Si hubiéramos tenido la dirección
política de Trotsky antes de 1927, quizás habríamos sido capaces de dirigir la
revolución china por el camino de la victoria". En la citada declaración, estos cuadros
del PCCh se identificaban con las posiciones políticas defendidas por la Oposición de
Izquierda para la revolución china: "Las tareas de la revolución democrático-burguesa
china (independencia nacional, unidad estatal y revolución agraria) sólo pueden
realizarse con la condición de que el proletariado chino, en alianza con los pobres de la
ciudad y la aldea y a la cabeza de esa alianza, tome el poder político. En otras
palabras, la revolución democrático burguesa china sólo puede llegar a su término y
triunfo por la vía rusa, esto es, por vía de un Octubre chino"50. Los firmantes formaban
parte de la fracción de Chen, conocida como la Fracción Proletaria, con su base
fundamental en Shangai. Entre otros estaban Peng Shuzi, antiguo secretario de
organización del partido. El grupo nucleado en torno a Chen se desarrolló con rapidez,
estableciendo grupos en Pekín, Tianjin, Wuhan, Sichuan y Ningpo, además de
Shantung y Anhui. Algunos de sus militantes incluso formaron células en Hong Kong y
Macao, agrupando a varios cientos de trabajadores.
Semejante avance para la OPI china, no fue bien recibido, sin embargo, por los
grupos de antiguos estudiantes, quienes consideraban a Chen un "viejo oportunista". El
mismo día en que Chen fue expulsado del PC, el grupo Nuestra Palabra escribió a
Trotsky denunciando su "oportunismo" y declarando su determinación a luchar contra
él. Trotsky respondió con claridad: "Hoy recibí, por fin, una copia de la carta del
camarada Chen Tu-hsiu del 10 de diciembre de 1929. Creo que esta carta es un
documento excelente. Responde con posiciones claras y correctas a todos los
problemas importantes; en particular, respecto de la cuestión de la dictadura
democrática, la posición del camarada Tu-siu es absolutamente correcta. Cuando me
escribieron [se refiere al grupo Nuestra Palabra] para explicarme por qué no podían
unificarse con Chen Tu-hsiu, me señalaron que él seguía, aparentemente, apoyando la
posición de la "dictadura democrática". Creo que esta cuestión es decisiva, porque toda
posición que no sea la de dictadura proletaria que dirige a los campesinos pobres
equivale a la de dictadura democrática, que en realidad no es sino una nueva política
kuomintanguista. ¡Aquí no puede haber concesiones! Pero de la carta del 10 de
diciembre surge claramente que la posición del camarada Chen es correcta (…) ¿Cómo
podemos ignorar a un revolucionario destacado como Chen Tu-hsiu, que rompe
formalmente con el partido, luego es expulsado del mismo y anuncia por fin que está
en un cien por ciento de acuerdo con la Oposición? ¿Acaso hay muchos militantes en el
Partido Comunista con la experiencia de Chen Tu-siu? Cometió muchos errores en el
pasado, pero es consciente de ellos. Tener conciencia de los propios errores del pasado
es muy importante para los revolucionarios y dirigentes. ¡Tenemos muchos jóvenes en
la Oposición que pueden y deben aprender del camarada Chen Tu-siu!"51.
Los dirigentes de los diferentes grupos oposicionistas, algunos de ellos jóvenes
inexpertos, se dirigían a Trotsky una y otra vez recabando su apoyo y la
desautorización del resto. Por su parte, Trotsky insistía pacientemente en la necesidad
de trabajar conjuntamente en la medida en que había un acuerdo general en los
aspectos estratégicos. "Es norma de la Oposición Internacional no tomar partido por
ningún grupo de la Oposición de Izquierda china, en contra de cualquier otro. La razón:
no hay nada en nuestros materiales que permita suponer la existencia de diferencias
tan importantes como para obligar a mantener la desunión (…) A la luz de lo anterior,
ningún grupo de la Oposición de Izquierda china puede arrogarse el carácter de único
representante de la Oposición de Izquierda Internacional ni atacar a los demás grupos
(…) Es por eso que creemos necesario que estos cuatro grupos se unifiquen
públicamente, con sinceridad, apoyándose en los principios comunes"52.
Por fin, se llegó al acuerdo de celebrar una conferencia en Shangai el 1 de mayo de
1931. Trotsky consideraba que "(…) después de estudiar los nuevos documentos llegué
a la conclusión de que no existe la menor diferencia principista entre los diversos
grupos que han emprendido la senda de la unificación. Hay matices tácticos que en el
futuro, según se desarrollen los acontecimientos, podrían llegar a constituir diferencias.
Sin embargo, no existe razón para suponer que dichas diferencias de opinión
coincidirán necesariamente con alineaciones anteriores"53.
Las diferencias se centraron en la capacidad o no del Kuomintang para conseguir la
unidad nacional. Todos los delegados presentes creían que sólo la dictadura del
proletariado podría resolver esta tarea, pero Chen no excluía la posibilidad de que
pudiera haber algún otro tipo de solución. En cualquier caso, Chen retiró finalmente la
formulación en disputa. Las otras resoluciones se aprobaron por unanimidad. Los
delegados eligieron una dirección de ocho miembros, también por unanimidad.
Aparentemente se había superando las viejas divisiones personales, si bien algunos
oposicionistas como Liang Ganjiao, Liu Yin y Ma Yufu abandonaron el movimiento.
Tres semanas después de la conferencia de unificación, la joven organización sufrió
un terrible golpe gracias a la información que Ma Yufu había suministrado a los agentes
especiales de la policía del Kuomintang. Chen Duxiu y Luo Han lograron escapar de las
detenciones. La recuperación del trabajo fue corta ya que Chen Tu-hsiu y sus
colaboradores fueron arrestados en 1932. Fue entonces cuando en nombre del PCCh,
uno de los dirigentes estalinistas chinos, Bo Ku, exigió al gobierno de Chiang Kai-shek
la condena a muerte para quién había sido uno de los fundadores del marxismo en
China.

Un régimen capitalista corrupto y dependiente


El septiembre de 1931, coincidiendo con la tercera "campaña de aniquilamiento", se
produjo el ataque japonés a Manchuria. Chiang temía más a la insurgencia campesina
que al imperialismo japonés, y siguió por tanto centrando su atención militar sobre las
zonas rojas. Entre junio de 1932 y marzo de 1933, el líder del Kuomintang lanzó la
cuarta "campaña de aniquilamiento". Esta vez movilizó a 500.000 hombres, y si bien
no consiguió una clara victoria, si pudo destruir las importantes bases rojas de la zona
Jupé-Jonán.
Animado por este resultado, en otoño de 1933 comenzó la quinta "campaña de
aniquilamiento". En esta oportunidad, Chiang se había preparado a conciencia,
contando con el asesoramiento de destacados dirigentes nazis alemanes. Chiang, que
había aprendido de sus anteriores expediciones, reunió para la ocasión un millón de
hombres. La táctica consistió en un asedio total que provocó una zona desierta en
torno a los guerrilleros, con el objetivo de aislarlos y aniquilarlos. Con el paso de los
días, las bases rojas se quedaron sin sal ni quinina, sumando 60.000 los hombres
perdidos en el combate. A principios de octubre, a costa de grandes pérdidas, los
hombres de Mao lograron romper en un punto el cerco del Kuomintang. Entre el 15 y
16 de octubre de 1934, 100.000 hombres, es decir, el grueso del ejército rojo, los
cuadros del partido y los técnicos, escaparon al asedio. Acababan de iniciar la "Larga
Marcha".
El régimen del Kuomintang se había transformado en una maquinaria militar
bonapartista al servicio de la burguesía, los terratenientes y los imperialistas
extranjeros. En su política no había ningún rastro de modernidad, de soberanía
nacional o de derechos democráticos. La base social del Kuomintang necesitaba
perpetuar las formas de explotación tradicionales para mantener sus privilegios y, con
ese objetivo, ejercía una represión de clase sistemática y permanente. Quienes hacía
no más de cuatro o cinco años eran presentados por la camarilla estalinista como los
dirigentes de la revolución, solicitaban ahora la ayuda de los carniceros nazis en su
tarea de exterminio. Los generales alemanes que pasaron por China como Max Bauer,
Von Seeckt y Von Falkenjhausen eran también portavoces de los monopolios alemanes
en un nuevo intento de conquista económica. Así pues, gracias a esta macabra
colaboración se desarrolló una lucrativa industria bélica para el capital alemán,
encargada de mantener el aprovisionamiento de las tropas de Chiang.
Por otra parte, los señores de la guerra no sólo no habían desaparecido sino que
campaban a sus anchas en vastas zonas del país. Eran necesarios para el sistema, ya
que garantizaban el saqueó de los recursos de los campesinos y la imposición de la paz
social en las aldeas. De hecho, desde 1927 Chiang había establecido alianzas con
muchos de ellos. Esto no sólo impidió cualquier reforma agraria por más tímida que
fuera, sino que eliminó también cualquier intento de control real por parte del
Kuomintang del conjunto del territorio nacional, transformando en papel mojado la
vieja aspiración nacionalista de la unificación nacional. En cualquier caso estas alianzas
eran muy inestables, cada señor reivindicaba el mando absoluto sobre sus hombres sin
ninguna ingerencia del gobierno, lo que producía enfrentamientos permanentes. Los
militaristas locales mantenían una constante tendencia centrífuga, aunque nunca
consiguieron acabar con la precaria supremacía de Chiang. En conjunto, Chiang y los
señores de la guerra contaban, a principios de los años treinta, con una fuerza armada
de dos millones de hombres.
Estas condiciones también tuvieron un profundo efecto en el capitalismo chino, que
acentuó su carácter dependiente de la maquinaria burocrática y militar del Estado,
ajeno a cualquier pretensión de libre competencia o desarrollo independiente del sector
privado de la economía. El control absoluto de las palancas del poder estatal, permitió
a Chiang, como buen bonapartista, usar el Estado chino en su único y estricto interés
personal. Emprendedor y ambicioso, Chiang hizo con su matrimonio un buen negocio.
Se casó con una de las hijas de Charlie Soong, individuo estrechamente ligado a los
intereses del imperialismo estadounidense y que en 1930 dominaba la banca y bolsas
chinas. Chiang concedió a su nueva familia y su círculo económico, posiciones
predominantes en el régimen. Los Soong controlaban los cuatro bancos más
importantes: Banco de China, Banco Central de China, Banco de Comunicaciones y
Banco de los Agricultores, lo que implicaba la capacidad de emitir moneda de curso
legal. Las relaciones diplomáticas, en un país dominado por el capital extranjero,
adquirían una importancia estratégica, asi que T. V. Soong, cuñado de Chiang, fue
durante largo tiempo ministro de Asuntos Exteriores.
Con semejante poderes, el estrecho círculo de Chiang rápidamente se hizo con el
control de la industria textil, negoció las inversiones extranjeras en sectores como la
siderurgia, el transporte o los fletes marítimos, concediendo, como era de esperar,
especial primacía a intereses estadounidenses.

La ‘Larga Marcha’: la supremacía definitiva de Mao en el Partido


Mientras tanto, Mao se retiró con el objetivo de salvaguardar a sus hombres durante
la espera de condiciones objetivas más favorables. Al frente de la resistencia contra el
Kuomintang, quedaron los jóvenes de las "guardias rojas" y los más viejos con una
misión suicida: resistir a un enemigo imbatible facilitando así que las fuerzas
fundamentales del ejército rojo retrocedieran y escaparan. Gracias al heroísmo de
estos muchachos y ancianos, que resistieron hasta su último aliento, se pudo iniciar la
"Larga Marcha".
Junto a Mao iban sus viejos compañeros, Lin Piao, Ping-hui y Chu Teh. En su avance,
el ejército guerrillero de Mao procuraba levantar a los campesinos de las aldeas contra
los terratenientes, dejándolos armados en defensa de la tierra de la que se acababan
de apoderar. Situaban así en la retaguardia una estela de milicias campesinas
dispuesta a resistir el avance del Kuomintang.
En enero de 1935 se celebró la conferencia de Tsunyi, que reflejó en la dirección del
Partido los cambios que se habían producido ya en la práctica. El PCCh apenas
sobrevivía en las ciudades debido a la trágica combinación de la represión y los errores
de su política. Mientras tanto, los dirigentes comunistas que había desarrollado su
actividad en el campo, a pesar de las derrotas sufridas, agrupaban un buen número de
hombres. Independizado de Moscú por la lejanía geográfica de los centros dirigentes,
Mao decidió reorganizar la dirección. El buró político amplió sus reuniones a los
comandantes militares más importantes. Al frente de la mayoría, Mao repudió la línea
Wang Ming y fue elegido presidente del PCCh.
La invasión japonesa determinó buena parte de la trayectoria de la "Larga Marcha".
En el sur todavía no había posibilidades de organizar la resistencia al invasor
precisamente porque la lejanía de las tropas niponas no despertaba en el campesinado
la necesidad de esa lucha como prioridad. Sin embargo, en el norte, donde los
imperialistas japoneses avanzaban inexorablemente estableciendo regímenes
autónomos de rapiña, había condiciones favorables para la intervención de los
maoístas.
Se determinó, por tanto, marchar en dirección al norte, hacia la Gran Muralla. Esta
decisión implicaba la superación de grandes obstáculos naturales en las agrestes zonas
de Yunnan y Szechuan para evitar las zonas bloqueadas por el enemigo. El ejército
guerrillero tuvo la oportunidad de demostrar su heroica capacidad de sacrificio y
convicción revolucionaria. Atravesó pantanos y arenas movedizas, páramos carentes de
cualquier tipo de alimento a excepción de hongos y algunas raíces, altas montañas e
incluso glaciares. Los guerrilleros perdieron su equipamiento no sólo por la necesidad
de abandonarlo ante el excesivo peso, sino porque literalmente se lo comieron.
Cinturones, cartucheras, refuerzos de mochilas y todo aquello con un posible valor
nutritivo, excepto las indispensables correas de los fusiles, sirvió para evitar la muerte
por inanición. Aún así los hombres fallecían por decenas, a veces por cientos.
La táctica y objetivos del desplazamiento provocaron en ocasiones enconados debates
entre los máximos dirigentes. Tal fue el caso de Chang Kuo-tao, uno de los fundadores
del PCCh, que enfrentado a Mao defendió que las fuerzas rojas debían permanecer en
zonas agrestes del país como Sikang o el Tibet. Si la propuesta de Chang Kuo tenía la
ventaja de dificultar los ataques del enemigo, por los obstáculos naturales existentes
en las zona citadas, traía aparejada una importante limitación: el carácter
políticamente atrasado de las poblaciones aisladas que habitaban estas áreas, poco
permeables al programa del PCCh, con las que los guerrilleros no podían prácticamente
ni comunicarse por falta de un idioma común. Había aún otro elemento más importante
si cabe en la propuesta de Chang Kuo. Éste contaba con la presencia en la zona del
señor de la guerra Sheng Shi-tsai, quién mantenía buenas relaciones con la URSS en
aras de fomentar su independencia frente al Kuomintang.
Los dirigentes de la IC eran orgánicamente incapaces de aprender de la experiencia, y
de nuevo confiaron en estos mercenarios reaccionarios carentes de escrúpulos. Esta
nueva equivocación quedó en evidencia trágicamente en 1942, cuando este militarista
decidió volver a pactar con el Kuomintang, dirigiendo, en prueba de arrepentimiento, la
masacre de una gran número de militantes comunistas que en los años de resistencia
japonesa habían colaborado en la administración de su región. Tras la polémica, un
buen número de comandantes se posicionaron en apoyo de la línea defendida por
Chang Kuo. Cuando Mao reinició la marcha, quedaran atrás una parte considerable de
sus comandantes, como Chou En-lai, Lin Piao o Chu Teh.
A finales de octubre de 1935, 7.000 de los 100.000 hombres que habían iniciado la
marcha desde Kiangsí, llegaron a Shensí. El desarrollo de los acontecimientos, tanto el
aislamiento de los guerrilleros en la zona del Tibet como la consolidación de la base de
Shensí, volvieron a dar nuevamente la supremacía Mao. Se convocó con urgencia una
reunión de representantes de todas las fuerzas dirigidas por miembros del partido en la
base de Shensí, en la que Chang Kuo fue destituido.

Notas
47. León Trotsky, Manifiesto sobre China de la Oposición de Izquierda Internacional, en el libro La segunda revolución
china, página 78.
48. Muchos de estos datos proceden del artículo de Damien Durand titulado El nacimiento de la OPI en China, escrito en
1984 y disponible en Internet.
49. Fernando Claudín, página 655.
50. Trotsky, A la Oposición de Izquierdas china, 8 de enero de 1931, en La segunda revolución china, página 93.
51. León Trotsky, Carta a China, 28 de agosto de 1930. Archivo Internet CEIP.
52. León Trotsky, Carta a China, 1 de septiembre de 1930. Archivo Internet CEIP.
53. León Trotsky, A la Oposición de Izquierda china, 8 de enero de 1931, en La segunda revolución china, páginas 91 y
92.
Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal

VII. Guerra contra el invasor japonés

El movimiento antiimperialista renace

Tal y como Lenin había explicado en su texto El imperialismo, fase superior del
capitalismo, a pesar de que en 1916 el mundo ya había sido repartido, ese hecho de
ningún modo garantizaría la paz y el equilibrio mundial. Más tarde o más temprano, se
desatarían luchas sangrientas por nuevos repartos.
Las ambiciones de un dominio militar directo sobre China por parte de Japón, no fueron
abandonadas tras el fracaso cosechado durante la Primera Guerra Mundial y a finales de
los años veinte el imperialismo nipón volvió a la carga con el llamado "plan Tanaka".
La maquinaria militar japonesa se había puesto en marcha en septiembre de 1931 para
establecer su dominio de Oriente. Entre 1927 y 1945 se desarrolló una durísima y
abierta pugna entre el imperialismo norteamericano y el japonés por el control de China,
lo que supuso una etapa de redoblado sufrimiento para las masas chinas. Los
monopolios japoneses ya no se conformaban con la mano de obra semiesclava de sus
hilanderías de Shangai o las minas de Manchuria, querían transformar China en una
fuente segura de materias primas y alimentos con los que para frente a unos planes
expansionistas condicionados por el déficit minero y alimenticio de su archipiélago.
Muchos notables chinos vieron en las "bayonetas japonesas" un buen instrumento para
reprimir a sus compatriotas pobres, convirtiéndose de hecho en colaboracionistas. Por su
parte, los sectores decisivos del Kuomintang estaban estrechamente vinculados a los
intereses estadounidenses. En cualquier caso, el conjunto de los explotadores chinos
seguían siendo títeres del imperialismo, la única diferencia era a qué potencia rendían
pleitesía.
La penetración militar japonesa se inició en Manchuria, territorio clave por su riqueza
minera y agrícola. Chiang, ocupado en sus campañas de exterminio comunista, ordenó a
su general en la zona, Chuan Hsue-liang, que se retirara. Haber iniciado una
confrontación con Japón hubiera significado no sólo abandonar la represión
anticomunista, sino iniciar una guerra de liberación nacional que hubiera puesto sobre la
mesa la necesidad de un frente único nacional. Los generales del Kuomintang, por regla
general, prefirieron siempre una rendición deshonrosa o un mal acuerdo ante los
japoneses, que combatir al lado de los comunistas. Temían que una resistencia
consecuente alentara una lucha de masas que desembocara, como antaño, en una lucha
revolucionaria contra la burguesía, los terratenientes y sus aliados imperialistas.
Chiang se limitó a pedir el amparo de la Sociedad de Naciones, que, como era de
prever, se limitó a una condena que careció de cualquier trascendencia práctica. Los
capitalistas estadounidenses, si bien oficialmente formaban parte de un país opuesto a la
invasión, no sufrieron ningún conflicto moral por lucrarse con la venta de sus mercancías
a los invasores. Japón constituyó un Estado títere en Manchuria, Manchukuo, al frente
del cual situó al último emperador de la dinastía manchú.
Un sector de la intelectualidad y el movimiento estudiantil se indignó con la abierta
traición del Kuomintang. El movimiento antiimperialista en las ciudades empezaba a
resurgir. Esta dinámica llevó, pasado un tiempo, al cuestionamiento de la represión
anticomunista. Los habitantes de las ciudades no entendían que las fuerzas militares
nacionales se utilizarán para aplastar a compatriotas mientras los invasores extranjeros
esclavizaban zonas cada vez más extensas del territorio chino. Este proceso fue
alimentado además con la resuelta oposición al invasor de las bases rojas de Mao. El
Kuomintang, atemorizado por este cuestionamiento, y con su máxima dirección
favorablemente impactada por los métodos represivos del fascismo alemán, respondió
con mano dura al movimiento estudiantil.
Mientras tanto, las tropas japonesas intentaban tomar el control de Shangai,
sometiendo la ciudad a un bombardeo salvaje. En estas circunstancias, algunos mandos
de la XIX división del Kuomintang destacada en la zona, intentaron hacer frente al
invasor, pero finalmente se impuso como prioritaria la represión anticomunista, y las
tropas fueron trasladadas a la zona de Fukien. Los japoneses accedieron así a una
cabeza de puente en el corazón de China. En una línea totalmente opuesta, tras el
ataque a Shangai el PCCh declaró la guerra a Japón en todas las zonas rojas.
La defensa de sus intereses de clase por encima de la salvaguarda de la soberanía
nacional que practicaba la burguesía china, se reflejó con toda crudeza en los acuerdos
firmados por el Kuomintang con las autoridades japonesas. Reconocieron la ocupación
de Manchuria y Jehol y desmilitarizaron parte del la zona de Hopeh, clave por estar
situada cerca de Pekín. Para Chiang y los notables de la China centro-meridional era una
prioridad indiscutible lanzar la quinta "campaña de aniquilamiento" contra el movimiento
comunista. Esta monstruosa política alimentaba la oposición al régimen chino. La XIX
división trasladada a Fukien para tareas de represión interna a costa de desproteger
Shangai, se declaró en rebeldía y, desobedeciendo las órdenes del estado mayor,
reanudó la resistencia antijaponesa en el otoño de 1933. Chiang no logró sofocar esta
rebelión hasta la primavera de 1934.
Los japoneses siguieron avanzando, imponiendo la firma de dos nuevos acuerdos de
rendición en 1935. El primero supuso la desmilitarización unilateral por parte de China
de toda la provincia de Hopeh y la provincia de Chahar y, el segundo, comprometió a las
autoridades chinas a sofocar cualquier movimiento antijaponés. A la vez hubo
numerosos contactos promocionados por diplomáticos alemanes y japoneses destinados
a conseguir un acuerdo antisoviético con el régimen de Nankín.

El golpe de Sian

Esta política de rendición sistemática ante el invasor, aumentaba día a día las simpatías
de sectores cada vez más amplios de la intelectualidad y el movimiento estudiantil hacia
los comunistas, si bien existían dos alas claramente diferenciadas. Una que aceptaba la
colaboración con los comunistas como un mal menor o un paso obligado para acabar con
las calamidades del régimen de Chiang y, otra, que estaba empezando a buscar una
referencia revolucionaria.
Uno de los más importantes representantes de este último sector fue el reconocido
artista Lu Hsun, traductor de Lunacharsky y Gorki, aunque nunca llegó a afiliarse al
PCCh. En la primavera de 1930 fundó con otros 50 escritores la Liga de Escritores de
Izquierda, a la que se unieron organizaciones culturales del arte, el cine y el teatro. El
programa de la Liga denunciaba tanto la opresión social interna como la explotación
imperialista. Chiang, consciente de que una parte de la intelectualidad empezaba a
reflejar en su producción cultural una crítica profunda de su régimen, endureció la
represión cultural. A partir de 1934 lanzó una campaña por el regreso al confucionismo,
es decir, la vuelta al conservadurismo moral y cultural de los nobles. Hubo también
raptos, torturas y asesinatos al mejor estilo fascista.
Entre octubre y noviembre de 1935 los japoneses habían conseguido establecer en
Jopei, cerca de Pekín, un régimen autónomo compuesto por grupos de notables
colaboracionistas . La respuesta del movimiento estudiantil no se hizo esperar: el 1 de
noviembre once asociaciones estudiantiles enviaron al congreso del Kuomintang un
manifiesto en defensa de la libertad civil y una política decidida de resistencia frente al
Japón. El 9 de diciembre hubo una manifestación en Pekín con varios millares de
estudiantes. La habitual respuesta represiva del régimen, consiguió el efecto contrario al
pretendido. La situación de aislamiento del PCCh en las ciudades, empezó a romperse a
través de la intervención entre los jóvenes estudiantes.
A pesar de todo, el régimen chino seguía insistiendo en la represión anticomunista,
hasta el punto de enviar tropas para impedir el paso de los guerrilleros cuando éstos se
dirigían a enfrentarse con los japoneses en la China septentrional y en Mongolia interior
en la primavera de 1936. La táctica de Chiang contaba con que el inevitable
enfrentamiento entre EEUU y Japón, permitiría, antes o después, liberar a China de la
ocupación japonesa, quedando, eso sí, bajo la tutela estadounidense. De esta forma se
libraría del invasor japonés sin necesidad de una amplia movilización social que podía
traer aparejada un ascenso revolucionario.
La situación se hacía cada día más insostenible, extendiendose la insatisfacción por
esta política entreguista a sectores del propio ejército. En octubre, cuando Chiang se
dirigía a Sian para convencer al general Chang Hsue-liang de la prioridad de la represión
interna frente a la lucha contra la ocupación, se produjo una rebelión. Dicho general con
el apoyo del señor de la guerra Yang Ju-cheng, era partidario de acabar con la represión
y establecer una alianza antiimperialista con la URSS. En la noche del 12 de diciembre,
se amotinaron las tropas, intentando arrestar a Chiang para juzgarlo por su traición a la
patria. Este consiguió huir descalzo y en pijama, pero rápidamente fue capturado. Los
dirigentes de las tropas en rebeldía, en colaboración con los militaristas locales,
exigieron un gobierno de coalición que incluyera al PCCh. La base de tropa reclamaba
además la ejecución de Chiang. Si bien no hay pruebas documentadas, varios dirigentes
comunistas afirman que en esos momentos llegó un mensaje urgente de Stalin a favor
de la liberación de Chiang y la formación del frente popular chino, amenazando en caso
contrario al PCCh con la ruptura de relaciones con la URSS. Lo cierto es que los
acontecimientos que se desarrollaron con posterioridad, dan credibilidad a dicha
afirmación.
A pesar de la postración en que Chiang se encontraba en ese momento, se abrieron
negociaciones con el PCCh, que se desarrollaron entre el 17 y el 24 de diciembre de
1936. En nombre del PCCh participaron Chou En-lai, Yeh Chien-ying y Po Ku.
Finalmente, Chiang fue liberado sin proceso ni condena, con el mero compromiso de
renunciar a la represión interna y emprender la resistencia contra el invasor japonés.
Distinta suerte corrió el general que encabezó la rebelión contra Chiang. Chang Hsue-
liang fue arrestado y el señor de la guerra Yang Ju-cheng condenado.
En el transcurso de las negociaciones para establecer un Frente Popular chino, el PCCh
realizó grandes concesiones a cambio de poco o más bien nada. No se creó ningún
organismo que pudiera recibir la consideración de gobierno de coalición y los presos
políticos liberados debieron comprometerse a renunciar a sus ideales. En pago, los
dirigentes comunistas se comprometieron a cambiar el nombre de República Soviética
que ostentaban las zonas rojas por el de Región Autónoma, y el de Ejército Rojo por el
de VIII ejército. Los comunistas también aceptaron el régimen del Kuomintang como
gobierno oficial de China y la colaboración militar con las tropas oficiales en la lucha
contra los japoneses. La política frentepopulista de Stalin se aplicaba a la perfección en
China. Mao, de haberlo deseado, contaba con la independencia necesaria para oponerse
a las directrices que llegaban de Moscú. Si no lo hizo fue porque su posición coincidía
plenamente con la política de colaboración de clases propuesta por Stalin a través de los
Frentes Populares.

la política frentepopulista de Mao

El cambio de nombres no era más que el reflejo del profundo giro a la derecha que se
había producido entre los dirigentes comunistas chinos meses antes. En diciembre de
1935 se había celebrado en Wayaopao, localidad situada en la base de Shensí, una
reunión con los miembros del comité central presentes en la zona para discutir la táctica
del frente único contra la invasión japonesa. En dicha reunión, Mao hizo una encendida
defensa de la alianza con los sectores de la burguesía nacional que se oponían a la
invasión japonesa. Semejante coalición se basaría en la contención de la lucha de clases.
"La burguesía nacional presenta un problema complejo", afirmaba Mao, "Esta clase
participó en la revolución de 1924-1927, pero luego, aterrorizada por las llamas de la
revolución, se pasó a la pandilla de Chiang Kai-shek, enemigo del pueblo. La cuestión
reside en si hay posibilidad de que, en las circunstancias actuales, esta clase sufra un
cambio. Creemos que sí (…) Una de las principales características políticas y económicas
de un país semicolonial es la debilidad de su burguesía nacional. Precisamente por esa
causa, el imperialismo se atreve a abusar de ella, y esto determina uno de los rasgos de
la burguesía nacional: no le gusta el imperialismo"54. Mao repetía el viejo discurso
estalinista sobre la existencia de un sector de la burguesía nacional progresista. Con este
análisis, Mao obviaba todas las lecciones de la derrota de la revolución de 1925-27. No
obstante, no se trataba de una iniciativa personal de Mao o la política nacional del PCCh,
sino la aplicación en China del programa de la IC estalinizada para todos los países a
mediados de los años treinta: el frente popular. En esta ocasión además, el pacto con la
burguesía no se limitaba a los países atrasados sometidos al yugo imperialista, sino al
conjunto de Europa amenazada por el ascenso del fascismo. Semejante política causó
estragos no solamente China. También malogró el heroico levantamiento del
proletariado español contra el fascismo.
Inevitablemente, un pacto con la burguesía nacional china llevaba acompañado una
renuncia en el programa del Partido Comunista Chino. Puestos a elegir, Mao optó por
rebajar el programa. "Hay también un choque de intereses entre la clase obrera y la
burguesía nacional (…) En el período de la revolución democrático-burguesa, la república
popular no abolirá la propiedad privada que no sea imperialista o feudal y, en lugar de
confiscar las empresas industriales y comerciales de la burguesía nacional, estimulará su
desarrollo. Protegeremos a todo capitalista nacional que no respalde a los imperialistas
ni a los vendepatrias chinos. En la etapa de la revolución democrática, la lucha entre
trabajadores y capitalistas debe tener sus límites (…) Queda así claro que la república
popular representará los intereses de todas las capas del pueblo, que se oponen al
imperialismo y a las fuerzas feudales"55. El programa agrario también sufrió
modificaciones en aras de atenuar la lucha contra los terratenientes: "En cuanto al
Partido Comunista, ha estado siempre, en cada período, al lado de las grandes masas
populares contra el imperialismo y el feudalismo; sin embargo, en el presente período, el
de la resistencia antijaponesa, ha adoptado una política de moderación respecto al
Kuomintang y a las fuerzas feudales del país, porque el Kuomintang se ha manifestado a
favor de la resistencia al Japón"56.
Este nuevo giro era difícil de asumir por la militancia comunista. No se trataba sólo de
la experiencia de la segunda revolución china, ahogada en sangre por el Kuomintang,
sino de las cinco "campañas de aniquilamiento" que se habían sucedido desde entonces.
En los escritos de Mao quedaron reflejadas estas reticencias de la militancia: "¿Por qué
esos camaradas hacen una apreciación tan inadecuada? Porque, al examinar la actual
situación no parten de lo fundamental, sino de un cierto número de fenómenos parciales
y transitorios, el proceso de Suchou57, la represión de huelgas, el traslado al Este del
Ejército del Nordeste, la partida del general Yang Ju-cheng al extranjero, etc., y de este
modo forman un cuadro sombrío. Decimos que el Kuomintang ha comenzado a cambiar,
pero al mismo tiempo afirmamos que aún no ha efectuado un cambio completo. Es
inconcebible que la política reaccionaria seguida por el Kuomintang en los últimos diez
años pueda cambiar radicalmente sin nuevos esfuerzos, sin más y mayores esfuerzos de
nuestra parte y del pueblo. No pocas personas, que se proclaman hombres de ‘izquierda’
que solían condenar violentamente al Kuomintang y en los momentos del Incidente de
Sían abogaban por dar muerte a Chiang Kai-shek y por ‘forzar el paso de Tungkuan’, se
asombran de que, apenas establecida la paz, se produzcan acontecimientos como el
proceso de Suchou, y preguntan: ‘¿Por qué Chiang Kai-shek aún hace estas cosas?’ Esas
personas deben comprender que ni los comunistas, ni Chiang Kai-shek son seres
sobrenaturales, ni individuos aislados, sino miembros de un partido y elementos de una
clase"58.
Es difícil encontrar una forma más indecorosa y desleal de ocultar los crímenes del
Kuomintang y la burguesía "nacional" china, para justificar las nuevas órdenes de Moscú
a favor de la política frentepopulista.
En los aspectos esenciales, no existía ninguna diferencia entre el programa de Stalin y
el de Mao: "La transformación de la revolución se efectuará en el futuro. La revolución
democrática se transformará indefectiblemente en una revolución socialista. ¿Cuándo se
producirá esta transformación? Eso depende de la presencia de las condiciones
necesarias y puede requerir un tiempo bastante largo. (…)Es erróneo dudar de este
punto y querer que la transformación se efectúe dentro de poco, como lo hicieron en el
pasado algunos camaradas que sostenían que esta transformación comenzaría el mismo
día en que la revolución democrática empezase a triunfar en las provincias importantes.
Creían tal cosa porque no lograban ver qué tipo de país es China política y
económicamente, porque no comprendían que, en comparación con Rusia, China
encontrará más dificultades y necesitará más tiempo y esfuerzos para dar cima a su
revolución democrática en los terrenos político y económico"59.
La perspectiva del PCCh era una revolución democrático burguesa clásica. Mao
consideraba necesaria una etapa antes de desbancar del poder a la burguesía: un
régimen burgués que permitiera el desarrollo del capitalismo hasta alcanzar la madurez
necesaria para ser transformado. Ni más ni menos que la postura de los mencheviques
durante la revolución rusa de 1917, que fue combatida frontalmente por Lenin.
Mao, siguiendo la estela de sus homólogos de los Partidos Comunistas del resto del
mundo, se prodigó en inflamadas alabanzas a Stalin: "Este 21 de diciembre, el camarada
Stalin cumplirá sesenta años (…) Felicitar a Stalin significa apoyarlo, apoyar su causa, la
victoria del socialismo y el rumbo que él señala a la humanidad, significa apoyar a un
amigo querido. Pues hoy la gran mayoría de la humanidad está sufriendo y sólo puede
liberarse de sus sufrimientos siguiendo el rumbo señalado por Stalin y contando con su
ayuda (…) El amor y el respeto del pueblo chino por Stalin y su amistad hacia la Unión
Soviética son profundamente sinceros; toda tentativa de sembrar discordias, toda
mentira o calumnia serán en vano"60.
Por otra parte, no ocultaba una notoria hostilidad hacia Trotsky y la OPI: "Resulta
perfectamente evidente que, en la etapa actual, la revolución china sigue siendo, por su
naturaleza, una revolución democrático-burguesa, y no es una revolución proletaria
socialista. Sólo los contrarrevolucionarios trotskistas cometen el disparate de afirmar
que ya se ha consumado la revolución democrático-burguesa en China y que cualquier
revolución posterior no puede ser sino socialista. (…) La revolución agraria que se
desarrolla bajo nuestra dirección desde 1927 hasta hoy es también una revolución
democrático-burguesa, porque está dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no
contra el capitalismo. Nuestra revolución mantendrá este carácter por un tiempo
bastante largo"61.

La postura de la Oposición de Izquierdas

La agresión japonesa, iniciada en 1931, asumió un carácter sistemático y devastador a


partir del verano de 1937. Con ello, se pusieron las bases para una guerra de liberación
nacional a una escala cada vez más amplia.
En torno a la posición a adoptar en la guerra chino-japonesa, se abrió una agria
polémica dentro de la OPI. Trotsky determinó en primer lugar el contenido de clase del
enfrentamiento militar. Explicó cómo el carácter del régimen reaccionario de Chiang Kai-
shek no anulaba el hecho de que China era la víctima de una agresión colonialista por
parte de una potencia invasora. Una victoria de Japón significaría esclavitud para las
masas obreras y campesinas y un atraso aún mayor para China, a costa del
fortalecimiento del imperialismo japonés. Por el contrario, una victoria china
desestabilizaría la sociedad japonesa y liberaría la lucha de clases en el país más
poblado del mundo.
Mantener una posición pacifista o de derrotismo revolucionario, equiparando a China
con Japón, era lo mismo que confundir una huelga obrera con un cierre patronal. Trotsky
se situó firmemente al lado del pueblo chino en su lucha contra el invasor japonés.
Desde luego, dicha postura, a diferencia de la mantenida por los dirigentes estalinistas
de la IC y por el propio Mao, estaba lejos de albergar la menor esperanza en el régimen
del Kuomintang. Trotsky alentaba a sus partidarios a colocarse en primera línea en la
guerra por la liberación nacional, desplegando a su vez una enérgica agitación contra la
incapacidad de la oligarquía gobernante para ganarla. Llegado el momento, no estaba
descartado convertir la guerra contra el invasor en un levantamiento contra el corrupto
régimen chino: "Debemos ganar prestigio e influencia en la lucha militar contra la
invasión extranjera y en la lucha política contra las debilidades, las deficiencias y la
traición internas (…) Es necesario empero, saber cuándo transformar la oposición política
en insurrección armada"62.
Esta posición no negaba la posibilidad de acuerdos militares con el Kuomintang, que
permitieran coordinar acciones armadas contra el imperialismo japonés, siempre y
cuando "al participar en la legítima y progresiva guerra nacional contra la invasión
japonesa, las organizaciones obreras mantengan su total independencia política…"63.
Participar en la guerra de liberación nacional era fundamental, puesto que a través de
ella las masas chinas despertarían nuevamente a la lucha por la transformación de la
sociedad. Pero cuando Trotsky explicaba la necesidad de comprender cuando había
llegado el momento de pasar de la oposición a la insurrección armada, no lo hacía en el
mismo sentido que Mao, convencido como estaba este último de que la lucha por el
socialismo formaba parte de un futuro lejano.
Por el contrario, Trotsky explicaba las debilidades y contradicciones que pesaban sobre
el Kuomintang, un régimen de bonapartismo burgués. A diferencia de los regímenes
fascistas de Hitler y Mussolini, coetáneos de Chiang, que contaban con un apoyo entre
las masas de la pequeña burguesía y el campesinado, el Kuomintang carecía de base
social: los campesinos chinos odiaban a Chiang. Era la dominación de la espada desnuda
sobre la sociedad, un dictadura militar que sólo podía mantenerse gracias a la dispersión
de sus enemigos, obligada a oscilar entre la presión de los imperialistas y el movimiento
revolucionario de las masas.
Por tanto, la situación existente en la China de principio de los cuarenta caracterizada
por la extrema dependencia de su burguesía nacional respecto del capital extranjero; la
ausencia de tradiciones revolucionarias independientes en el seno de la pequeña
burguesía y la simpatía que los obreros y campesinos habían demostrado hacia la
bandera roja con la hoz y el martillo, lejos de separar a China de la revolución socialista,
la acercaban aún más. Evidentemente, el proletariado y el campesinado chino no
contaban con las premisas económicas para una transición automática al socialismo,
pero sí con la posibilidad de expulsar del poder a imperialistas, capitalistas y
terratenientes, y sobre la alianza de la clase obrera y el campesinado bajo la dirección
de la primera, establecer la dictadura del proletariado como en Rusia en 1917. La
revolución socialista china se extendería como la pólvora por toda Asia y se convertiría,
en palabras de Trotsky, en un régimen que "sería el vínculo político de China con la
revolución mundial"64.
El punto de vista de Trotsky respecto a la guerra se encontró con la incomprensión de
un sector de los oposicionistas, dentro y fuera de China. La sección china de la OPI se
estaba recuperando de los golpes de la represión burguesa y estalinista. Entre agosto y
noviembre de 1937 fueron liberados muchos oposicionistas gracias a un decreto del
Kuomintang que abrió las cárceles a todos los presos políticos condenados a menos de
15 años. Pero las discrepancias políticas y reticencias personales entre los diferentes
grupos de oposición chinos, lejos de suavizarse, se enconaron con la guerra.
Wang Fanxi resumía así la situación: "En general, había tres posiciones políticas: la de
Chen Tu-hsiu, que se puede definir como apoyo incondicional de la guerra de
resistencia; la de Zheng Zhaolin, que se oponía a cualquier apoyo a la guerra,
defendiendo que el conflicto chino-japonés era desde el principio una parte integral de la
nueva guerra mundial, y la posición de la aplastante mayoría de los trotskistas chinos
que se puede resumir como el apoyo a la guerra y la crítica de la dirección"65.
La evolución política posterior de Chen no está del todo aclarada. Hay quienes afirman
que en los últimos días de su vida giró hacia los principios de Sun Yat-sen. La falta de
traducción de sus últimos artículos nos impide conocer que hay de cierto en esta
acusación. Cansado y aislado, el viejo Chen empezó a acusar los golpes físicos y políticos
que recibió a lo largo de toda su vida, especialmente sus últimos años de cárcel. Trotsky
desarrolló una intensa campaña internacional para sacarlo de China, convencido del
riego que corría su vida. A pesar de sus discrepancias o errores, Trotsky respetaba
profundamente a este gran revolucionario. No parece una exageración afirmar, que de
no haber sido por la degeneración burocrática de la URSS, Chen Tu-shiu podría haber
sido el indiscutible dirigente del Octubre chino. Chen murió el 27 de mayo de 1942 en
compañía de algunos de sus viejos camaradas comunistas.
El resto de la OPI china siguió sufriendo tanto la represión por motivos ideológicos
como sus propias luchas fraticidas. Un sector encabezado entre otros por Pen Pi Lan y
Peng Shu Tse, viejos oposicionistas que habían colaborado con Chen Tu-hsiu, fundaron
al calor de la proclamación de la Cuarta Internacional, el Partido Comunista
Revolucionario chino. Tras la toma del poder, previendo una represión similar a la
ejercida por Stalin en la URSS, se refugiaron en Hong Kong, convirtiéndose en los
principales dirigentes en el exilio de la sección china.

Incompetencia militar del Kuomintang y primeras victorias comunistas

La nueva fase de lucha contra el imperialismo japonés mostró de forma aún más
evidente las limitaciones del ejército del Kuomintang para ganar la guerra de liberación
nacional. La mayoría de sus altos mandos habían llegado a la cúpula militar por su furor
anticomunista y no por méritos militares. Los soldados, muchas veces reclutados a la
fuerza, estaban mal equipados, escasamente remunerados y pésimamente alimentados.
A ello hay que añadir que las tropas de los señores de la guerra carecían de la movilidad
geográfica necesaria para enfrentar al invasor, ya que los militaristas locales no estaban
dispuestos a trasladar a sus hombres fuera de sus provincias ante el temor de un
levantamiento campesino. De esta manera el avance japonés se volvía imparable.
Desde Pekín las tropas niponas dieron el salto a la zona controlada por los mongoles,
cayendo en agosto Kalga, la mayor ciudad de esta región. Estos fracasos fueron aún
más injustificables ante las masas a la luz de las primeras victorias comunistas.
El 25 de septiembre de 1937, en Shansí, las fuerzas dirigidas por líder maoísta Lin
Piao, ahora rebautizadas como VIII ejército, presentaron batalla. Una división japonesa
fue aplastada, quedando en manos de los vencedores una gran cantidad de valioso
armamento ligero. El material pesado que no podían transportar fue destruido.
Por encima incluso de su importancia militar, estas victorias tuvieron un enorme efecto
político: se había demostrado que era posible derrotar el "ejército imperial". Se acababa
de inaugurar una nueva etapa realmente gloriosa para las fuerzas armadas lideradas por
el PCCh, que se convertirían en un poderosa máquina de guerra capaz de derrotar a los
ejércitos de la reacción.
Frente a la pasividad de las democracias burguesas con sede en Washington y en
Londres, la URSS, en ese momento bajo la amenaza del pacto antisoviético firmado por
Alemania y Japón, envió cinco escuadrillas de aviones y créditos por valor de 250
millones de dólares que fueron depositados en manos del Kuomintang.
Los japoneses, si bien aumentaban considerablemente la extensión geográfica de su
ocupación, se enfrentaban a la hostilidad abierta de la población civil. Convencidos de la
imposibilidad de contar con la aceptación de los habitantes nativos, decidieron prevenir
cualquier intento de rebelión a través del terror, desarrollando una política de auténtico
exterminio contra la población. Tras la toma de Nankín asesinaron a 50.000 civiles.
Especialmente dolorosa fue otra técnica del horror aplicada con saña y de forma
sistemática en el conjunto del país: la violación de las mujeres chinas.
Sin embargo, los terribles sufrimientos padecidos por el pueblo chino durante la guerra
no fueron perpetrados exclusivamente por extranjeros. El carácter criminal de la
ineptitud de los mandos militares del Kuomintang, fue reconfirmado en la zona del valle
del río Amarillo. Incapaces de detener el avance del enemigo, los generales nacionalistas
volaron con dinamita los diques del río. Las aguas se derramaron violentamente sobre la
población civil, y si bien algunas divisiones japonesas fueron arrastradas, los efectos
devastadores los sufrieron millones de campesinos chinos. La catástrofe fue de tal
magnitud, que se cambió el curso de este gigantesco río, transformando la región de
Huai en un inmenso e inhabitable pantano.
Mientras, caían en manos del enemigo Kiukiang en julio, y varias ciudades de la
provincia de Jupé, incluyendo Wuhan, en octubre. A finales de 1938, las fuerzas niponas
ocupaban ya un millón y medio de kilómetros cuadrados de las más fértiles regiones
chinas —un tercio de todas las tierras cultivables—, habitadas por 170 millones de
personas.
A pesar de la renuncia a la lucha de clases, fruto del pacto con el Kuomintang, los
dirigentes maoístas tenían enormes dificultades para imponer la paz social.
Con el avance japonés, los campesinos comprobaban no sólo la incapacidad de la
burguesía y los terratenientes chinos para defender su patria, sino cómo sus nuevos
amos japoneses eran aún más despiadados. Esta situación propició que en cada vez más
aldeas se constituyeran organismos populares. Empezaban a sonar los primeros
compases de la tercera revolución china.
El PCCh, ante un nuevo escenario caracterizado por el surgimiento y propagación de
órganos de poder popular en el campo, intervino para calmar el desasosiego que la
actuación de las masas pobres causaba entre los sectores acomodados. Con este
objetivo impuso una composición frentepopulista a los gobiernos locales: un tercio para
los comunistas, un tercio para el resto de organizaciones (principalmente asociaciones
campesinas) y un tercio para los sectores ricos que colaboraban con la resistencia. En
aquellas zonas, que no fueron pocas, donde los representantes del viejo poder habían
huido o colaborado con el invasor, los campesinos se hacían con el control total de los
gobiernos locales. Pero en aquellas otras donde no se pudo demostrar participación en la
represión o colaboración, los dirigentes del PCCh insistían en la integración de los nobles
y campesinos ricos en los nuevos órganos de gobierno. A pesar de todo, el ansia de
liberación y resistencia del campesinado pobre permitió conquistar un territorio habitado
por casi cien millones de personas en la primavera de 1945.
Este ascenso revolucionario se expresó también en el frente militar. Si al término de la
Larga Marcha los efectivos de las fuerzas rojas eran de 30.000 hombres, a finales de
1937 el VIII Ejército sumaba el doble. Entre 1938 y 1939 estas cifras volvieron a
duplicarse. En 1940 el VIII Ejército contaba ya con 400.000 hombres, a los que había
que sumar otros 100.000 del recientemente fundado IV. Los oprimidos daban muestras
de una increíble heroicidad y creatividad. Un sistema defensivo, que más tarde sería
sistematizado y mejorado en Vietnam, fue la construcción de cuevas y trincheras a modo
de escondite para guerrilleros, población civil y animales domésticos. El empleo de gases
asfixiantes por parte de los japoneses, llevó a los guerrilleros a construir
compartimentos estancos dentro de las cuevas, que convertirían en trampas mortales
para los enemigos, ya que cuando penetraban en ellas eran ahogados a través de
inundaciones controladas. La expansión japonesa, que en sus primeros años fue
sumamente fácil, se convertía ahora en una empresa extremadamente difícil.
Las cosas no empeoraban sólo para los imperialistas japoneses, Chiang empezó a
alarmarse seriamente por el ascenso revolucionario en el campo. Nuevamente, los
intereses de clase se impusieron sobre la lucha por la soberanía nacional. En 1939 se
procedió a bloquear las bases guerrilleras.
Mao intentaba una y otra vez encontrar el "ala de izquierdas" de la burguesía, pero la
única discrepancia real dentro del Kuomintang se centraba en qué potencia imperialista
ganaría la Segunda Guerra Mundial y de qué nacionalidad debían ser los capitalistas con
los que había que pactar. De hecho, sectores del régimen gratamente impactados por el
avance del nazismo en Europa y que carecían de lazos económicos con las potencias
imperialistas "democráticas", empezaron a sopesar la posibilidad de un acuerdo con
Japón. Fue en este contexto, durante el otoño de 1940, cuando el Kuomintang ordenó a
Chu Teh, comandante en jefe del ejército guerrillero, transferir al norte del Yangtsé
todas las unidades del VIII y IV Ejército. Era obvio que Chiang quería debilitar la
revolución social que se estaba produciendo en zonas claves del país. A pesar de lo
evidentemente reaccionaria que era esta orden, la política frentepopulista se impuso con
consecuencias trágicas. El 4 de enero de 1941, mientras las fuerzas guerrilleras
avanzaban hacia el norte, los comandantes y cuadros del IV ejército fueron sorprendidos
por el ataque a traición de 80.000 hombres del Kuomintang respaldados por maniobras
de apoyo japonesas. Después de una semana de encarnizada resistencia, sólo mil
guerrilleros sobrevivieron. Fueron capturados y enviados a un campo de concentración
que nada tenía que envidiar a los campos de exterminio nazis. A principios de 1942, los
hombres del VIII ejército habían pasado de 400.000 a 300.000, y la población de las
zonas liberadas se redujo a la mitad.

El PCCh profundiza su giro a la derecha

A pesar de los últimos reveses, la guerra de resistencia contra el Japón había


transformado la sociedad China y al propio PCCh. El Partido se encontraba al frente de
cientos de miles de hombres armados y de zonas liberadas habitadas por casi 50
millones de personas. Había experimentado también un crecimiento explosivo de su
afiliación. Si al término de la Larga Marcha los afiliados eran 40.000, en 1942 los
inscritos superaban los 800.000, llegando al 1.200.000 en 1945. Mao decidió entonces
adaptar la política y estructura de su partido a la nueva situación, lanzando la Campaña
de Rectificación entre 1941 y 1942.
Su mano derecha fue Liu Shao-chi, dirigente del partido que en 1939 había defendido
en un artículo titulado Cómo ser un buen comunista que "Los subordinados deben
obedecer absolutamente a los superiores; hay que obedecer a los superiores, aunque
estén equivocados"66. Como veremos más adelante, este llamado a la disciplina sería la
respuesta por parte de la dirección frente a la insatisfacción de sectores de la base. De
hecho, lejos de romper con el régimen del Kuomintang tras el golpe asestado a los
hombres del IV Ejército, se profundizó en la política de colaboración de clases y
retroceso revolucionario: "(…) trabajar por los intereses de todo el pueblo que lucha
contra el Japón, y no por los de un solo sector de la población (…) En cuanto a la
cuestión agraria, llevamos a cabo, por una parte, la reducción de los arriendos y los
intereses, de manera que los campesinos tengan alimentos, y establecemos, por la otra,
el pago por éstos de los arriendos e intereses reducidos para que también los
terratenientes puedan vivir. En lo referente a la relación entre el trabajo y el capital, por
un lado aplicamos la política de ayuda a los obreros a fin de que tengan trabajo y
alimentos y, por el otro, seguimos una política de desarrollo de la industria y el
comercio, de modo que los capitalistas puedan obtener algún beneficio"67.
Semejante postración de los dirigentes maoístas ante los intereses de la burguesía y
los terratenientes, no sólo no se correspondía con el entusiasmo revolucionario de
millones de campesino chinos, tampoco se comprendía teniendo en cuenta la profunda
crisis que atravesaban sus enemigos de clase. El aparato estatal y militar del
Kuomintang se resquebrajaba. Su sostenimiento implicaba arrojar a un pozo sin fondo
cuantiosos recursos humanos y económicos. A la muerte de tres millones de soldados,
había que sumar una política fiscal que alcanzó niveles insoportables, obligando al
campesino a pagar impuestos con años de anticipación. Incluso así, la recaudación fiscal
no llegaba a cubrir ni la tercera parte del presupuesto, por lo que se recurrió a medidas
inflacionistas. Éstas enriquecieron a los terratenientes, que recibían en especie los
alquileres y el pago de la deuda campesina, pero arruinó literalmente tanto a los
asalariados de la administración y la industria privada, como a los pequeños empresarios
y comerciantes, cuyos ingresos menguaban en forma de billetes y monedas que no
valían nada.
Sectores que tradicionalmente habían formado parte de la base social del Kuomintang,
se arruinaron y empezaron a sopesar la necesidad de un nuevo régimen. No se trataba,
desde luego, del paso a las filas comunistas, pero expresaba tanto la bancarrota del
Kuomintang como la necesidad de nuevas formas de dominación política, siempre y
cuando no cuestionaran la propiedad privada y el beneficio. Muchos de ellos, vinculados
al mundo de los notables rurales, esperaban recuperar su posición una vez cesada la
ocupación de sus aldeas nativas.
Así nació la Liga Democrática que contó, desde el principió, con el generoso
apadrinamiento de los EEUU, que si bien todavía apostaba por Chiang no quería
descartar ninguna posibilidad. Este grupo también fue conocido como la "tercera fuerza".
Lo cierto es que el parecido con lo que en la actualidad conocemos por "tercera vía"
trasciende las palabras. En esencia, se trataba, al igual que en la actualidad, de sectores
acomodados que intentaban buscar un rostro más amable para el régimen imperante,
con el fin de aplacar las ansias revolucionarias de la sociedad. Cambios superficiales para
que lo fundamental permaneciera. Los representantes de la Liga Democrática hacían de
la renovación política el eje de su discurso. La dirección del PCCh rápidamente se
apresuró a establecer lazos con este sector proponiendo la máxima colaboración.
Por su parte, Chiang consideró a partir de 1941 que se había materializado su
perspectiva de acabar con la ocupación japonesa gracias a la victoria de otra potencia.
En la segunda mitad de ese año se habían producido dos hechos decisivos: el ataque
nazi a la URSS el 22 de junio y el inicio del enfrentamiento abierto entre Japón y EEUU
con el bombardeo japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre. Chiang se inclinó clara y
definitivamente por el triunfo del imperialismo estadounidense en Asia. Ambos estaban
francamente preocupados ante la posibilidad de una victoria revolucionaria tras la
derrota y retirada las tropas japonesas. EEUU, intentó acabar con la situación lastimosa
del ejército del Kuomintang enviando generales a Chungking, nueva sede del régimen.
La cercanía del desenlace de la Segunda Guerra Mundial desató una actividad militar
mucho más agresiva de las dos potencias decisivas: EEUU y URSS. En los primeros días
de agosto de 1945, el imperialismo estadounidense realizó una de sus más brutales y
despiadadas acciones de guerra conocidas en la historia: los bombardeos atómicos sobre
Hiroshima y Nagasaki. Su objetivo no era solamente la derrota de Japón, en esos
momentos en franco colapso militar, sino lanzar una clara advertencia a todo aquel que
se atreviera a desafiar su control en Asia. Después de todo, la verdadera causa de la
oposición al fascismo por parte de los líderes aliados era la amenaza que Hitler, Musolini
y el emperador Hiroito representaban para sus posesiones coloniales, no la defensa de
ninguna causa democrática. Así lo demostró su pacto de no intervención durante la
guerra civil española, que en la práctica significó negar cualquier tipo de ayuda a los
resistentes antifascistas.
El 6 de agosto, la bomba atómica sobre Hiroshima provocó, sólo en las primeras horas,
más de 100.000 muertos y otros tantos heridos. Dos días después, el 8 de agosto, se
iniciaba la ocupación soviética de Manchuria. Al día siguiente, la segunda bomba atómica
de EEUU caía en Nagasaki sembrando la destrucción. La derrota japonesa era un hecho.

Notas
54. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, discurso del 27 de diciembre de
1935, Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
55. Ibíd.
56. Mao Tse-tung, Sobre la contradicción, agosto de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968,
publicado en MIA.
57. En noviembre de 1936, el gobierno del Kuomintang arrestó en Shangai a siete dirigentes del Movimiento
por la resistencia al Japón y la salvación nacional, entre los que se encontraba Shen Chin-yu. En abril de
1937, la Alta Corte del Kuomintang en Suchou los sometió a proceso, inculpándolos de “atentado contra la
República”, acusación arbitraria que utilizaban habitualmente las autoridades reaccionarias del
Kuomintang contra todo movimiento patriótico.
58. Mao Tse-tung, Luchemos por incorporar a millones de integrantes al frente único nacional antijaponés, 7 de
mayo de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
59. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés.
60. Mao Tse-tung, Stalin, amigo del pueblo chino, 20 de diciembre de 1939, Ediciones en Lenguas Extranjeras
de Pekín, 1968, publicado en MIA.
61. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, 27 de diciembre de 1935,
Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
62. León Trotsky, Sobre la guerra chino-japonesa, 23 de septiembre de 1937, en La segunda revolución china,
página 167.
63. León Trotsky, China y el pacifismo, 16 de octubre de 1937, en La segunda revolución china, página 172.
64. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china, página
36.
65. Citado en el artículo de Pierre Broue Chen Tu-hsiu y la Cuarta Internacional, septiembre de 1983.
66. K. S. Karol, La segunda revolución china, Seix Barral, Barcelona 1977, página 132.
67. Mao Tse-tung, Discurso ante la asamblea de representantes de Shensi-Kansu- Ningsia, 21 de noviembre de
1941. Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.

Revolución proletaria
y guerra campesina en China (1925-1949)
Bárbara Areal

VIII. La victoria de Mao

El capitalismo en la encrucijada

El final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, gracias a la victoria aplastante de los


soldados del Ejército Rojo sobre las tropas nazis en el frente oriental, lejos de abrir un
período de estabilidad para el capitalismo, liberó las fuerzas de la revolución socialista
en Europa y en Asia.
En China, la tarea fundamental para los imperialistas en esta nueva etapa no era
tomar posesión de las regiones ocupadas por los japoneses, sino restaurar el orden
social que había sido destruido en las zonas bajo control guerrillero. Era necesario
desarrollar una verdadera contrarrevolución social y política en las zonas dirigidas por
el PCCh. El imperialismo estadounidense, animado por anteriores experiencias de
colaboración con dirigentes estalinistas, intentó implicar a los dirigentes maoístas en
dicha tarea y su invitación fue aceptada.
Chiang Kai-shek envió entre el 14 y el 23 de agosto de 1945 tres telegramas
convocando a Mao a las reuniones de negociación en Chungching. El PCCh decidió
implicar a sus máximos dirigentes en esta empresa: Mao Tse-tung, Chou En-lai y Wang
Yuo-fei. El embajador norteamericano en China, Patrick J. Hurley, fue aceptado por
ambas partes como mediador.
Los propósitos de EEUU y el Kuomintang quedaron claros desde el primer momento
de la rendición japonesa. Chiang ordenó a Chu Teh mantener paralizado al VIII ejército
y no emprender la ocupación de las zonas controladas por los japoneses. Al mismo
tiempo, acordó con los generales nipones, al mando de 1.238.000 soldados que todavía
permanecían en China, que se rindieran solamente a las fuerzas del Kuomintang, y que
aseguraran mientras tanto el orden social en las zonas ocupadas. Pero todas estas
precauciones no pudieron impedir que, a partir de la derrota japonesa, la guerrilla
incrementase en 60 millones el número de habitantes de las zonas bajo su control.
En general, la guerrilla se limitó a mantener el control de las zonas rurales, evitando
intervenir en las ciudades, a las que los dirigentes maoístas calificaban de trampas
favorables al Kuomintang.
EEUU, consciente del peligro que el capitalismo corría en China, proporcionó
incontable apoyo económico, militar y logístico a Chiang. Entre septiembre de 1945 y
junio de 1946, aviones norteamericanos transportaron 540.000 soldados del
Kuomintang a zonas estratégicas para evitar el avance de la guerrilla.
Día a día, la hipótesis de establecer un gobierno con participación de los comunistas,
que respetara los límites de la economía capitalista, a pesar de ser apoyada por la
"tercera fuerza", EEUU y el propio PCCh, se volvía más inviable. Existían dos obstáculos
insalvables. Por un lado, la oposición de los sectores más reaccionarios del
Kuomintang, aquellos cuyas prebendas necesitaban del mantenimiento de una
dictadura militar abiertamente anticomunista, y, por encima de todo, la acción
revolucionaria de las masas campesinas.
En cualquier caso, las preocupaciones por el destino de China tras el final de la
guerra, no aplacaron la sed de poder de la camarilla de Chiang. La decisión tomada
durante la guerra de confiscar el capital japonés y colaboracionista, permitió una
incautación masiva de bienes por parte de las cuatro grandes familias que controlaban
el aparato del Estado: capitales por valor de 1.800 millones de dólares, el 90% de la
producción de acero, el 100% de la industria minera y metalúrgica, el 40% de las
hilanderías, el 60% de los telares y, aproximadamente, el 80% del capital industrial del
país.
Chiang parecía entender mejor que algunos de sus coetáneos la dinámica de la lucha
de clases en su país. Una larga experiencia de décadas le había enseñando que en
China no había lugar para un régimen capitalista democrático y estable. El destino de
China no se decidiría en una mesa de negociación. La cuestión del poder se dirimiría a
través del enfrentamiento armado. Así, mientras sostuvo la pantomima de la
negociación, no dejó de conquistar terreno y prepararse para una guerra civil abierta.
Llegó a reunir 4.300.000 soldados con el fin de enfrentarlos al ejército popular del
PCCh, que disponía a su vez de 1.200.000 combatientes.
Los imperialistas norteamericanos, poco seguros también de la baza de un gobierno
de unidad nacional, mantuvieron su alianza con Chiang, proporcionando moderno
armamento a sus hombres. Al contrario que Chiang, Mao estaba plenamente
convencido de la viabilidad de "construir una nueva China luminosa, una China
independiente, libre, democrática, unificada, próspera y poderosa". Es decir, una China
que repartiera la tierra entre los campesinos, instaurara una república parlamentaria y
respetara las relaciones de producción y propiedad capitalistas.
Unos días antes de partir a Chungching, el 13 de agosto de 1945, el Comité Central
del PCCh envió una circular interna redactada por Mao a todas las organizaciones
partidarias. En ella quedaba de manifiesto la nueva vuelta de tuerca que sufría la
política y el programa del Partido. Respecto al Kuomintang, a pesar de que la
experiencia acumulada durante veinte años aconsejaba la máxima desconfianza
política, se afirmaba: "Es posible que, bajo la presión interna y externa, el Kuomintang
reconozca condicionalmente el status de nuestro Partido después de las negociaciones,
y que nuestro Partido también reconozca condicionalmente el status del Kuomintang, lo
que abriría una nueva etapa de cooperación entre ambos (más la Liga Democrática y
otros partidos) y de desarrollo pacífico. Si se produce esta situación, nuestro Partido
deberá esforzarse por dominar todos los métodos de la lucha legal e intensificar en las
regiones del Kuomintang su trabajo en los tres sectores principales: las ciudades, las
aldeas y el ejército (los tres son puntos débiles de nuestro trabajo en esas regiones).
Durante las negociaciones, el Kuomintang exigirá sin duda que reduzcamos
considerablemente la extensión de las regiones liberadas y los efectivos del Ejército de
Liberación y que suspendamos la emisión de papel moneda. Por nuestra parte,
estamos dispuestos a hacer las concesiones que sean necesarias y que no perjudiquen
los intereses fundamentales del pueblo"68. Efectivamente, fue necesario hacer
dolorosas concesiones, que Mao defendió argumentando que gracias a ellas se evitaría
la guerra civil: "Algunos camaradas han preguntado por qué tenemos que ceder ocho
regiones liberadas. (…) Porque de otro modo el Kuomintang no se sentirá tranquilo. Va
a regresar a Nankín, pero algunas regiones liberadas en el Sur están justamente al
lado de su cama o en su corredor. Mientras estemos allí, no podrá dormir tranquilo y,
por lo tanto, luchará por esas regiones a toda costa. Nuestra concesión en este punto
nos ayudará a frustrar la maquinación del Kuomintang para desatar la guerra civil y a
ganarnos la simpatía de los numerosos elementos intermedios nacionales y
extranjeros. (…) En 1937, para realizar la Guerra de Resistencia de amplitud nacional,
renunciamos por nuestra propia iniciativa al nombre de ‘Gobierno Revolucionario de
Obreros y Campesinos’, cambiamos el nombre de nuestro Ejército Rojo por el de
Ejército Revolucionario Nacional, y cambiamos nuestra política de confiscar la tierra de
los terratenientes por la de reducir los arriendos y los intereses. Esta vez, cediendo
ciertas regiones en el Sur, hemos deshecho totalmente los falsos rumores del
Kuomintang ante todo el pueblo chino y los pueblos del mundo entero. Lo mismo
ocurre con el problema de las fuerzas armadas. (…) Primero, propusimos reducir
nuestras actuales fuerzas a 48 divisiones. Como el Kuomintang tiene 263 divisiones,
esto significa que nuestras fuerzas serían un sexto más o menos del total del país. Más
tarde, propusimos una reducción a 43 divisiones, es decir, un séptimo del total. El
Kuomintang dijo entonces que reduciría las suyas a 120 divisiones. Nosotros dijimos
que podríamos reducir las nuestras, en la misma proporción, a 24 ó hasta 20
divisiones, lo que aún sería un séptimo del total"69.
Todas las concesiones de los dirigentes maoístas no sirvieron para nada. La guerra
civil finalmente estalló, dando una ventaja inicial a Chiang debido a que ésta
perspectiva fue descartada por dirigentes del PCCh. Mao despreciaba una vez más las
enseñanzas de Lenin: "Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las
guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan la continuación, el
desarrollo y el recrudecimiento —naturales y en determinadas circunstancias
inevitables— de la lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar
las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renegar de la
revolución socialista"70.

Guerra civil sin cuartel

En el verano de 1946, el Kuomintang se consideró lo bastante fuerte para


desencadenar un ataque general contra todas las zonas controladas por el PCCh, en las
que vivían 160 millones de personas. La falta de preparación para un escenario de este
tipo permitió que, a principios de 1947, el Kuomintang ya hubiera recuperado el control
sobre 165 ciudades medianas y pequeñas que en el momento de la rendición japonesa
habían sido liberadas por los guerrilleros. En conjunto, las zonas liberadas perdieron
entre un 15 y un 20% de su población. En Manchuria, cuyas ciudades estaban
ocupadas desde agosto de 1945 por tropas soviéticas, se volvió a demostrar que la
actitud colaboracionista de Mao no era sólo una táctica china, sino la aplicación en
China de la estrategia general de la burocracia estalinista rusa.
Stalin había firmado un tratado con Chiang en el mismo mes de agosto, por el que se
comprometía a retirarse de Manchuria —con excepción de las bases de Dairen y Port
Arthur bajo control conjunto chino-soviético—, en los primeros 90 días a partir del final
del conflicto, y ceder la plaza exclusivamente a autoridades del Kuomintang. Pero,
afortunadamente, Manchuria estaba muy lejos y las tropas del Kuomintang no llegaron
en el plazo establecido, a pesar de la ayuda de la flota norteamericana para transportar
soldados del Kuomintang, dando tiempo a los guerrilleros a ocupar muchas de las
aldeas del litoral manchú.
En vista de los buenos resultados obtenidos, a principios de 1947 Chiang decidió
desatar una guerra civil generalizada, empezando por atacar los dos mayores centros
de resistencia roja en Yenán y Shantung. A pesar de empeñar 230.000 hombres en el
intento de capturar la primera ciudad y 450.000 en la segunda, al final del primer año
de guerra civil la correlación entre las fuerzas combatientes se había transformado
sustancialmente. Los hombres del ahora Ejército Popular de Liberación (EPL) de Mao,
habían dejado fuera de combate a más de un millón y medio de soldados del
Kuomintang, haciendo prisioneros a un millón de ellos.
Éstas y sucesivas victorias fueron posibles, sin lugar a dudas, gracias al arrojo
revolucionario de los soldados rojos y al genio militar de muchos líderes guerrilleros,
como Chu Teh, cuya capacidad como estratega militar sería equiparada por algunos
con la de Napoleón. Sin embargo, sin desmerecer ninguno de estos factores decisivos,
la clave de la victoria del EPL estará en la promesa de reforma agraria, del pedazo de
tierra para cultivar que los campesinos veían en sus victorias. La tropa de los ejércitos
de Chiang estaba compuesta por una abrumadora mayoría de campesinos pobres, de
manera que la política abiertamente contrarrevolucionaria de sus generales entraba en
contradicción con la base social de su ejército.
El PCCh desplegó una enérgica política orientada hacia la base de los ejércitos del
Kuomintang. En su Conferencia Nacional Agraria celebrada el 13 de septiembre de
1947 se propuso una ley agraria que incluía en su artículo 10º: "Las familias de los
oficiales y soldados del Kuomintang, militantes del Partido Kuomintang y otro personal
enemigo que vivan en las zonas rurales, recibirán tierra y propiedades equivalentes a
las de un campesino"71. De los cientos de miles de prisioneros hechos por el EPL, la
mayoría fueron liberados. Unos volvieron a sus aldeas pero muchos pasaron a formar
parte del EPL. Aunque en 1947, después de las primeras derrotas, la reacción contaba
todavía con un ejército de 3.700.000 soldados, apoyados generosamente por el
inmenso poder del imperialismo norteamericano, el EPL tenía a su favor un arma
inmensamente más poderosa: la generalización por todo el país de la revolución
agraria. El EPL aumentó sus efectivos hasta los dos millones de hombres en el primer
año de la guerra civil.
En las ciudades las cosas no pintaban mucho mejor para el Kuomintang. Durante la
guerra civil, el gasto militar devoraba el 75% del presupuesto total y la inflación se
incrementó en proporciones formidables. Semejante desastre económico provocó la
desesperación y el enojo con el Kuomintang de sectores de la pequeña burguesía
urbana, que encontraron un cauce de expresión en la agitación que intelectuales y
estudiantes reanudaron contra el régimen corrupto y sus aliados imperialistas de los
EEUU. A lo largo de 1946 y 1947 se produjeron grandes manifestaciones estudiantiles
en ciudades importantes como Shangai y Pekín.

La revolución por etapas

A cada momento, más factores se sumaban para impulsar un giro a la izquierda en la


política de la dirección del PCCh: las victorias militares en la guerra civil, el ascenso
revolucionario en el campo, el descontento en las ciudades y el desgaste político del
Kuomintang. Pero éste giro no se produjo. Mao insistía no sólo en que la revolución no
podía superar un estricto programa democrático burgués, sino en la necesidad de
ganar el apoyo de sectores de la burguesía nacional que permitieran el desarrollo de un
capitalismo chino fuerte. Y, ese tipo de apoyo, sólo se podía obtener a costa de
suavizar la lucha entre las clases.
Tal orientación valía tanto para las ciudades como para el campo, donde también se
buscaba la colaboración de los campesinos ricos. Sin embargo, las directrices del
Partido eran difíciles de asumir tanto por la base como por las masas campesinas. La
revolución estaba en marcha, y eso implicaba inevitablemente una espiral ascendente
en la lucha de clases, que las intenciones subjetivas de la dirección maoísta no podían
detener. Esta dinámica contradictoria quedó perfectamente reflejada en varios artículos
de Mao. En ellos se aprecian los esfuerzos de la dirección del PCCh por detener la
acción revolucionaria de las masas encabezada por un sector de su militancia: "En
lugar de propagar la línea de apoyarse en los campesinos pobres y asalariados
agrícolas y unirse firmemente con los campesinos medios para abolir el sistema feudal,
han difundido unilateralmente la línea de campesinos pobres y asalariados agrícolas. En
lugar de propagar el punto de vista de que el proletariado ha de unirse con todo el
pueblo trabajador y los demás oprimidos —la burguesía nacional, los intelectuales y
otros patriotas (incluidos los shenshi sensatos que no se oponen a la reforma
agraria)— a fin de derrocar la dominación del imperialismo, del feudalismo y del
capitalismo burocrático y establecer una República Popular China y un gobierno
democrático popular, han difundido unilateralmente la idea de que son los campesinos
pobres y asalariados agrícolas los que conquistan el país y lo gobiernan, o de que el
gobierno democrático tiene que ser un gobierno exclusivo de los campesinos, o de que
este gobierno sólo debe escuchar la voz de los obreros, campesinos pobres y
asalariados agrícolas, y no han hecho mención alguna de los campesinos medios, los
artesanos independientes, la burguesía nacional y los intelectuales. Este es un grave
error de principio. Sin embargo, noticias de este tipo han sido divulgados por oficinas
de nuestra agencia de noticias, periódicos y emisoras"72.
La más alta dirección del PCCh reconocerá, con el paso del tiempo, como la extensión
y profundidad de la revolución agraria se produjo a pesar de las directrices de los
dirigentes maoístas. Liu-Shao-Chi73 explicaba así en el verano de 1950 aquellos
momentos decisivos para la revolución: "En el período comprendido entre julio de 1946
y octubre de 1947, en numerosas regiones de China del Shangtung y de la China del
noroeste, las masas campesinas y nuestros militantes rurales no han podido, al hacer
la reforma agraria, seguir las directivas publicadas el 4 de mayo de 1946 por el Comité
Central del Partido Comunista Chino, las cuales exigían considerar inviolable en lo
esencial la tierra y los bienes de los campesinos ricos. Ellos llevaron a cabo sus ideas y
han confiscado la tierra y los bienes tanto de los campesinos ricos como de los grandes
propietarios terratenientes. (…) Hemos autorizado a los campesinos a requisar la tierra
y los bienes excedentes de los campesinos ricos y a confiscar todos los bienes de los
grandes terratenientes para satisfacer en una cierta medida las necesidades de los
campesinos necesitados, para hacer que los campesinos participen con mayor
entusiasmo revolucionario en la guerra popular de liberación"74.
Aunque Mao y Stalin habían hecho todo lo humano y lo divino por evitarlo, las ideas
de La revolución permanente y de Las Tesis de Abril reaparecían de nuevo en la
dinámica viva de la revolución china.
Siendo la revolución en el campo un hecho consumado, Mao intentaría sortear por
todos los medios su extensión a la ciudad, estableciendo una muralla entre la
transformación social en el campo y la ciudad: "Hay que prevenirse contra el error de
aplicar en las ciudades las medidas que se emplean en las zonas rurales para la lucha
contra los terratenientes y campesinos ricos y para la destrucción de las fuerzas
feudales. Hay que hacer una rigurosa distinción entre la liquidación de la explotación
feudal ejercida por los terratenientes y campesinos ricos y la protección de sus
empresas industriales y comerciales. (…) Hay que realizar un trabajo educativo entre
los camaradas de los sindicatos y entre las masas obreras para hacerles comprender
que de ninguna manera deben ver solamente los intereses inmediatos y parciales,
olvidando los intereses generales y de largo alcance de la clase obrera"75.
Mao no actuaba de forma independiente, los dirigentes moscovitas eran los
verdaderos autores de este guión para la revolución China. El propio, Mao, bastantes
años después de la toma del poder, reconocería ante el Comité Central del PCCh que
desde la URSS "habían querido impedirles hacer la revolución china"76. A pesar del
empeño puesto por los dirigentes soviéticos y chinos en la aplicación de la teoría
menchevique de la revolución por etapas, la realidad se encargó de demostrar que ese
esquema era inviable: la corrupta y debilitada burguesía china y sus aliados, los
terratenientes y los imperialistas, nunca aceptarían reformas esenciales como la
distribución de la tierra, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de la
población. Sólo había dos alternativas: revolución y derrocamiento del capitalismo, o
contrarrevolución imponiendo una nueva dictadura militar burguesa.

Por fin la victoria

El avance imparable de la revolución en el campo y las esperanzas que ésta sembraba


entre los sectores oprimidos de las ciudades, permitió una victoria militar arrolladora
sobre el Kuomintang. A mediados de 1948, la ofensiva del EPL se desarrollaba en todo
el norte del país. En septiembre, las tropas del Kuomintang perdieron Hunán, y en
octubre Mukden y Changchun. Manchuria estaba bajo el control del PCCh.
En diciembre de ese mismo año se desarrolló una de las más épicas y trascendentales
batallas de la guerra civil. Sus dimensiones y duración nos dan apenas una idea de la
gesta revolucionaria inconmensurable protagonizada por el pueblo chino. Comandadas
por Chu Teh, las tropas del EPL tomaron el estratégico enlace ferroviario de Xuzhou
tras un intenso combate que duró 65 días y en la que se vieron implicados un millón de
hombres por ambos bandos. Por su parte, en los primeros días de 1949, Lin Piao ocupó
el puerto de Tianjin y lanzó desde allí sus tropas en dirección a Pekín.
Después de estas inmensas derrotas, Chiang dimitió como presidente el 21 de enero,
y el 31 las tropas del Ejército Popular de Liberación, desfilaron en la antigua capital
imperial: Pekín. Mao hacía su entrada triunfal en Pekín en un jeep "made in USA",
procedente, como otros tantos vehículos y armas, del botín de guerra arrebatado a los
derrotados ejércitos nacionalistas.
Chiang preparó una línea defensiva para la retirada de sus tropas a la isla de Taiwan.
En pocos días el PCCh tomó el control de Hangzhou, Wuhan y, en mayo, Shangai, el
corazón industrial. El avance era absolutamente imparable. A mediados de octubre
cayeron bajo el control de los maoístas Cantón y Xiamen. El 1 de octubre de 1949,
desde lo alto de la Puerta de la Paz Celestial, Mao Tse-tung proclamó el nacimiento de
la República Popular China. La nueva bandera sería roja con cinco estrellas. Por fin,
superando todo tipo de obstáculos, la acción revolucionaria del campesinado había
asestado el golpe mortal a los terratenientes y burgueses, extranjeros o nativos. Los
opresores que durante milenios habían humillado a las masas chinas, pagaban por fin
su deuda histórica. Millones de trabajadores y jóvenes de todo el mundo fueron
profundamente conmovidos por esta inmensa y aplastante victoria de los oprimidos.

Perspectivas para el nuevo poder

Aunque pueda parecer sorprendente, los progresos de la revolución china no fueron


muy bien recibidos en Moscú. Stalin veía estos colosales acontecimientos con un
enfoque "ruso", lejos de cualquier perspectiva internacionalista. Desde hacía ya tiempo,
el avance de la revolución dificultaba los acuerdos a los que había llegado en la
Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, con los dos máximos representantes del
capital internacional: Churchill y Rooselvelt. La política frentepopulista de la camarilla
estalinista, así como todos los esfuerzos para no despertar la susceptibilidad de los
nuevos aliados imperialistas, se veía continuamente dificultada por el "hervidero"
chino. En vista de que el programa de contención revolucionaria del PCCh no conseguía
detener a las masas, Stalin se esforzó al máximo en dar garantías a los imperialistas.
El general Hurley, máximo representante del imperialismo estadounidense en China,
pasaría por Moscú antes de iniciar las negociaciones entre el Koumintag y el PCCh en
1945. Tras sus reuniones con Molotov trasmitirá a Chiang Kai-shek y Roosevelt que:
"1º) Rusia no apoya al PCCh; 2º) Rusia no quiere en China disensiones ni guerra civil;
3º) Rusia desea mantener con China las más armoniosas relaciones"77.
El 16 de diciembre de 1949, en su primer viaje a la URSS, Mao fue recibido con
extraordinaria frialdad y no como el dirigente de una revolución triunfante. Después de
varios días de espera, se mantuvieron ocho largas semanas de negociaciones, de las
que la recién fundada República Popular China no consiguió más que migajas: la
protección de China frente a un ataque japonés, un crédito de 300 millones de dólares
a devolver en cinco años y la promesa de retirada de las tropas soviéticas antes de
1952 de los puertos de Lushun y Dalian, ocupados al final de la Segunda Guerra
Mundial. Varios años antes, en 1937, Stalin había entregado al Kuomintang, es decir, a
los verdugos de los comunistas chinos, 250 millones de dólares para financiar la guerra
contra la invasión japonesa.
En cualquier caso, la revolución china era un hecho objetivo y su triunfo definitivo se
produjo en un escenario diferente al de finales de 1945, cuando Moscú estaba en plena
luna de miel con los imperialistas aliados. La guerra fría había acabado con la etapa de
convivencia pacífica y la burocracia soviética se encontraba ahora inmersa en una agria
batalla por mantener las esferas de influencia logradas tras la Segunda Guerra Mundial.
La supresión del capitalismo en Europa del Este por parte de la burocracia estalinista,
apoyada en las bayonetas del ejército rojo y en el movimiento de las masas de Polonia,
Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, no dio lugar al establecimiento de regímenes de
democracia obrera. Los nuevos estados satélites comenzaron por donde terminó la
contrarrevolución burocrática en la URSS, como Estados obreros deformados
construidos a imagen y semejanza del ruso.
En esas circunstancias, de la misma manera que sucedió en Europa del Este, ya no
había motivos para resistirse a la liquidación definitiva de los restos, inertes, de la
burguesía y los terratenientes chinos.
Los estalinistas rusos ayudaron a Mao en sus inicios pero esta ayuda, que siempre fue
limitada, no era desinteresada. Los jefes de Moscú exigieron un control férreo sobre la
misma y sobre el rumbo de la política china, pero la situación, no obstante, presentaba
algunas diferencias con el contexto de Europa del este.
El nuevo Estado Chino, que también se estableció como una copia del existente en
Rusia, no era tan fácil de dominar. Los intereses de la nueva dirección del país, es
decir, de los estalinistas chinos, no se someterían tan fácilmente a los dictados de la
burocracia de Moscú ahora que disponían de los recursos de una gran nación. La
semilla del futuro enfrentamiento entre la burocracia rusa y los dirigentes maoístas
quedó sembrada desde el mismo momento del triunfo revolucionario.
Muy poco tiempo después de la toma del poder, a mediados de 1950, el imperialismo
estadounidense desafío al nuevo régimen chino con la guerra de Corea. Su actuación
consiguió justo el efecto contrario del perseguido. No sólo cosecharon una humillante
derrota ante los soldados del EPL, sino que empujaron hacia la izquierda a los
dirigentes maoístas. La amenaza de acciones militares directas de la potencia
capitalista más poderosa, provocó el inicio del fin en la colaboración con la supuesta
"burguesía democrática", en realidad una sombra fantasmagórica sin apoyo en la
sociedad. Se celebraron grandes juicios contra los contrarrevolucionarios y se procedió
a la confiscación o transformación en sociedades mixtas de la mayor parte de las
empresas de propiedad capitalista.
A pesar de las previsiones de Mao, el capitalismo chino fue barrido con rapidez. El
pueblo chino, no sin un inmenso sacrificio, pudo elevarse sobre su atraso. El primer
plan quinquenal se inició en 1953, permitiendo la modernización definitiva del país. En
1958, China se convirtió en el tercer productor mundial de carbón, superando a Gran
Bretaña y Alemania Occidental. La tasa media de crecimiento anual fue de un 11%
entre 1949 y 1957. La esperanza de vida pasó de 40 años en 1949 a 70 en 1979.
Maestros y médicos llegaron a aldeas y barrios obreros, convirtiendo la educación y la
sanidad en un derecho universal y no en el patrimonio exclusivo de una élite.
El país fue unificado y liberado del yugo colonial.

Un Estado obrero deformado

Trotsky había trazado, antes de su muerte, una perspectiva posible en caso de que
los Ejércitos Rojos campesinos surgieran victoriosos de la guerra civil contra Chiang
Kai-Shek. Pronosticó que la cúpula del PCCh traicionaría a su base campesina y, ante la
pasividad del proletariado en las ciudades, se fusionaría con la burguesía llevando a
cabo un proceso de desarrollo capitalista clásico. Pero esto no ocurrió porque China no
tenía salida bajo el capitalismo78.
Por la peculiar correlación de fuerzas surgida tras la Segunda Guerra Mundial, el
imperialismo fue incapaz de intervenir con éxito contra la revolución. Basado en el
corrupto régimen de Chiang, que después de décadas en el poder no había sido capaz
de resolver ni una sola de las tareas de la revolución democrático burguesa, ni siquiera
la unificación de China, el capitalismo chino no ofrecía ninguna solución a los problemas
endémicos de las masas.
La revolución de 1949, como hemos descrito anteriormente, no se desarrolló en las
líneas clásicas de una revolución proletaria como en octubre de 1917 en Rusia o en la
propia China en 1925-27. Empezó donde la revolución rusa terminó, es decir, dando
lugar a un Estado burocrático de Partido único. Apoyado en un ejército campesino, la
base clásica del bonapartismo, Mao maniobró entre las clases para construir un
régimen a imagen y semejanza del de Stalin.
Como consecuencia de la política de los dirigentes estalinistas chinos, que
abandonaron la perspectiva de la revolución proletaria y del internacionalismo, fue otra
clase, el campesinado, la que llevó a cabo las tareas históricas de aquella. Esta
particularidad, determinaría las características del nuevo régimen. Ted Grant explicó
con claridad las claves de este proceso: "Paradójicamente, este movimiento campesino
es una ramificación del fracaso de la revolución de 1925-27. Con la derrota del
proletariado, los estalinistas chinos transfirieron su base de la clase obrera al
campesinado. Se alejaron de las ciudades y encabezaron una guerra campesina.
"Toda su base social y la psicología de su dirección, que llevaba en las montañas y en
las zonas rurales más de veinte años, les desvinculó del proletariado y de su
perspectiva. Las posiciones de este grupo estaban necesariamente determinadas por
sus condiciones de vida. El núcleo original que formaba la dirección de este
movimiento, estaba compuesto por una proporción de ex obreros, ex campesinos,
aventureros e intelectuales. En ese sentido, era un agrupamiento bonapartista clásico
que después se fusionó en un ejército".
El proletariado, que fue clave en la revolución de 1925-27, en esta ocasión jugo un
papel muy limitado apoyando la acción de los ejércitos campesinos pero sin tomar la
iniciativa en ningún momento. La posición de Mao al respecto era clara: no alentar la
actividad revolucionaria independiente de los trabajadores de las ciudades. Ted Grant
comenta: "Incluso en el amanecer de la guerra campesina, en un momento en que los
estalinistas seguían un rumbo ultraizquierdista y los vínculos con las ciudades todavía
no se habían roto completamente, la inevitable psicología de un ejército bonapartista
se estaba extendiendo por todo el ambiente. La Comintern, que por entonces aún no
estaba totalmente degenerada, veía este proceso con un cierto recelo. Por esa época,
por ejemplo, se formaron "sindicatos" en los llamados distritos "soviéticos" [las bases
rojas]. [Harold] Isaacs, en su [libro] La tragedia de la Revolución China escribió lo
siguiente: ‘Pero el carácter de estos sindicatos, cualquiera que sea su número, era tan
dudoso que incluso el centro sindical del partido en Shangai tenía queja. En su informe
de 1931 hablaba de la presencia de comerciantes y campesinos ricos en los sindicatos.
Al año siguiente, dirigió una carta demoledora a los funcionarios del sindicato de
Kiangsi en la que les acusaban de admitir a campesinos, sacerdotes, comerciantes,
capataces, campesinos ricos y terratenientes, mientras por otro lado, sectores
considerables de trabajadores agrícolas, coolies (nombre que se en da en los países
asiáticos a los sirvientes nativos), empleados y artesanos eran excluidos de la
militancia con distintos pretextos. Los compañeros del partido responsables de este
trabajo eran acusados de ser desdeñosos e insolentes con los trabajadores. La carta
describía a los sindicatos como antiproletarios, que representan los intereses de los
terratenientes, campesinos ricos y empresarios"79.
Cuando posteriormente las direcciones de la IC y del PCCh giraron hacia los frentes
populares, la posición del proletariado en las ciudades quedó aún más desguarnecida.
La subordinación a la burguesía nacionalista, y el recelo por parte del partido a realizar
una actividad en las ciudades industriales que pudiera romper los acuerdos con sus
aliados burgueses, hizo todavía más difícil a los trabajadores poder desplegar una
acción independiente.
Sin embargo, la madurez de las condiciones objetivas de la sociedad china para la
revolución necesitaba expresarse a pesar de la inmadurez del factor subjetivo. La
revolución no podía esperar, y la ausencia de dirección por parte de la clase obrera le
daría un aspecto inédito, distorsionado, pero no la detendría.
En la forma que adoptó el triunfo revolucionario incidieron otros factores no menos
importantes. Por un lado, el aplazamiento de la revolución en los países capitalistas
desarrollados, impidiendo el auxilio que un proletariado victorioso en Europa podría
proporcionar a las masas chinas. Por otro, la existencia de la URSS, que a pesar de su
degeneración burocrática constituía un poderoso ejemplo de las enormes posibilidades
que representaba la planificación económica tras la abolición del capitalismo.
A pesar de la resistencia de Stalin al avance de la revolución socialista en China, las
conquistas sociales de la URSS alimentaban el espíritu revolucionario de las masas
chinas y del resto de los países coloniales. Y no sólo eso. Si bien es cierto que el
campesinado chino llevó la revolución a la victoria, no lo es menos que lo hizo
impregnado de los símbolos y ejemplos del Octubre soviético. Fueron las órdenes de
dirigentes que se declaraban comunistas las que obedeció. Hasta principio de 1937, la
lucha armada del campesinado se libró bajo el nombre del Ejército Rojo, las zonas bajo
su control se denominaron bases rojas y, en ellas, se aplicó el reparto de la tierra por
un gobierno popular integrado por los dirigentes que aparecían identificados con el
poder soviético.
Respecto a la política militar, es cierto que la lucha guerrillera, llena de gestas
heroicas, cosechó un gran éxito durante el período de resistencia frente a los ataques
del Kuomintang. Pero la victoria en las batallas decisivas para la transformación del
conjunto del país y la toma del poder, se obtuvieron a través de la movilización de
ejércitos de masas. En la batalla de Xuzhou en diciembre de 1948, conducida por el
genio militar de Chu Teh, participaron cientos de miles de soldados del EPL. En el punto
álgido de la guerra civil el Ejército de Liberación Popular sumó alrededor de dos
millones de hombres.
La incontestable fortaleza del ejército de Mao frente a las tropas del Kuomintang, no
surgía de la táctica de la guerra de guerrillas, sino de las nuevas relaciones de
propiedad de la tierra que se constituyeron en las zonas bajo control del PCCh. La
entrega de la tierra a los campesinos pobres jugó un papel fundamental, elevando la
moral del ejército campesino hasta hacerla inquebrantable y atrayendo a las tropas de
Chiang a las filas de la revolución. Fue el carácter revolucionario de la guerra
campesina el motor decisivo para el triunfo final.
La victoria de 1949 transformó China, levantó al pueblo chino de su postración
ancestral, permitió la modernización de la economía y una de las más profundas y
extensas reformas agrarias de la historia. Sin embargo, el papel asignado al
proletariado en la construcción del socialismo no podía ser reemplazado. El
campesinado pudo sustituir a la clase obrera en la tarea de ejecutar la reforma agraria,
expulsar a los imperialistas y expropiar a los capitalistas. Pero estas tareas no
suponían, por si solas, la construcción del socialismo, sino parte de sus premisas
económicas.
El desarrollo socialista pleno de China necesitaba de la extensión internacional de la
revolución y la participación consciente y democrática del proletariado en la gestión y
control de la economía, la política y el Estado. Marx y Lenin explicaron que los
trabajadores necesitan un Estado para vencer la resistencia de las clases explotadoras
y organizar la producción sobre bases democráticas, bajo el control y la administración
del conjunto de la clase obrera. Es decir, los trabajadores reemplazarían la vieja
maquinaria del Estado burgués por un semiestado, una estructura muy simple dirigida
a su propia desaparición, que empezaría a disolverse desde el principio. Un Estado de
este tipo fue la Comuna de París y el Estado Obrero Soviético que siguió a la revolución
de octubre. En China no se estableció, en ningún caso, un Estado obrero sano basado
en las condiciones que Lenin defendió para la democracia obrera:
1) Elección directa y revocabilidad de todos los representantes públicos de los
trabajadores y campesinos.
2) Ningún funcionario público percibirá un salario superior al de un obrero cualificado.
3) Ningún ejército permanente, sino el pueblo en armas.
4) Gradualmente, todos los trabajos de administración del Estado se realizarán de
forma rotativa por parte de toda la población. Cuando todo el mundo es un "burócrata"
por turnos, nadie es un burócrata.
Si la democracia obrera no existía en el control de la actividad económica y del
Estado, que era dirigido con mano de hierro por los máximos dirigentes del PCCh,
mucho menos en lo que respecta a la vida interna del Partido. Llama la atención la
similitud con los métodos del PCUS tras la consolidación de la casta burocrática. Si
entre 1921 y 1928 se celebraron los seis primeros congresos del PCCh, el VII se realizó
en 1945, el VIII en 1956, el IX en 1969 y el X en 1973. Cuando al propio Partido se le
dificultaba la posibilidad de debatir y decidir, las posibilidades para las grandes masas
de la población eran mucho más escasas.
El socialismo tiene derecho a existir en la medida en que es un sistema superior al
capitalismo y, por ello, su fortaleza se debe demostrar fundamentalmente en el
desarrollo de las fuerzas productivas, en su mayor productividad frente al capitalismo.
A largo plazo, ganar la batalla es imposible sin que los obreros, los nuevos
protagonistas tras el derrocamiento de la burguesía, tomen las riendas de la economía
y la controlen democráticamente a través de sus órganos de poder. "La fuerza del
proletariado en no importa que país capitalista es infinitamente más grande que la
proporción del proletariado con respecto a la población total. Esto es así porque el
proletariado domina económicamente el centro y los nervios de todo el sistema de la
economía capitalista (…)"80. En el caso de una economía socialista, la posición de los
trabajadores en la gestión y el impulso productivo es aún más decisiva.
El papel que el proletariado chino jugó en la revolución de 1949 fue muy limitado. Los
golpes sufridos tras la derrota de 1927 combinados con la política frentepopulista del
PCCh, lo mantuvieron desorientado y pasivo, si bien es cierto que participó en huelgas
y recibió a los ejércitos rojos campesinos con entusiasmo. Pero una vez tomado el
poder era necesario, indispensable, incorporar a los obreros a la gestión de la industria,
al gobierno y la planificación de la economía. Sin embargo, el nuevo gobierno maoísta
surgido de la victoria frente al Kuomintang, que llevó a cabo transformaciones
enormemente progresistas desde el punto de vista económico, nunca se basó en la
participación consciente del proletariado.
Tras los primeros años de crecimiento económico explosivo, la dirección maoísta se
vio en la necesidad de desarrollar aún más las fuerzas productivas. Pero el progreso y
la industrialización no dependían de la voluntad subjetiva de los dirigentes chinos, no
se podía decretar. El desarrollo industrial de China estaba condicionado
fundamentalmente por la inversión y la tecnología disponibles, así como por la
formación y participación activa del proletariado. Las aventuras de 1958 y 1966,
conocidas como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, tuvieron efectos
catastróficos: hasta un 15% de caída de la producción industrial entre 1967 y 1968. Se
calcula que debido a la escasez alimenticia murieron más de 15 millones de personas
de hambre entre 1958 y 1962.
Tras la muerte de Mao, los dirigentes del PCCh dieron un giro de 180 grados pasando
de la autarquía a la introducción de reformas de corte capitalista. Progresivamente la
política de reformas ha permitido el reestablecimiento de las relaciones capitalistas en
la parte del león de la economía china.
Pero la historia no ha terminado, incluso hoy, cuando la propiedad privada renace en
China de mano de la restauración capitalista, nadie puede hurtar al pueblo chino su
orgulloso pasado revolucionario. Si la contrarrevolución ha triunfado en la China del
siglo XXI, ni los obreros ni los campesinos han tenido responsabilidad alguna. La
paternidad de este vuelta a la reacción recae sobre la política de los dirigentes
estalinistas que, apoyados en la teoría del socialismo en un solo país y en la ausencia
de una democracia obrera real, abrieron las puertas de la Gran Muralla al gran capital.
En cualquier caso, ni los máximos dirigentes del PCCh, transformados hoy en
multimillonarios hombres de negocios, ni los capitalistas extranjeros, deberían dormir
tranquilos. China concentra en la actualidad al proletariado más numeroso del planeta,
y, estos mismos obreros, antes o después, se reencontrarán con las arraigadas e
inconmensurables tradiciones revolucionarias que forman parte inseparable de la
historia del pueblo chino.
Notas
68. Mao Tse-tung, Circular del CC del PCCh sobre las negociaciones de paz con el Kuomintang, 21 de agosto de
1945, Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
69. Mao Tse-tung, Sobre las negociaciones de Chungching , 17 de octubre de 1945, Ediciones en lenguas
extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
70. Lenin, El programa militar de la revolución proletaria, escrito en septiembre de 1916. Publicado en MIA.
71. Ted Grant La revolución china (1949), incluido en el volumen I de sus Obras completas, Fundación Federico
Engels, Madrid 2007.
72. Mao Tse-tung, Corregir los errores de “izquierda” en la propaganda de la reforma agraria, 11 de febrero de
1948. Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
73. Liu-Shao-Chi, fundador del PCCh en 1921, participó en la Larga Marcha y fue nombrado presidente de la
República Popular China en 1959.
74. Liu-Shao-Chi, Discurso pronunciado el 14 de junio de 1950 al Comité Nacional del Consejo Consultivo Político
sobre la ley de reforma agraria adoptada finalmente el 28/6/50. MIA.
75. Mao Tse-tung, Sobre la política concerniente a la industria y el comercio, 27 de febrero de 1948. Lenguas
Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
76. K. S. Karol, La segunda revolución china, Seix Barral, Barcelona 1977, página 48.
77. Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista, página 506.
78. Ted Grant, La revolución colonial y la división chino-soviética, escrito en agosto de 1964, Escritos de Ted
Grant nº 3, Fundación Federico Engels, Madrid 2003.
79. Ted Grant, Obras Completas, Volumen 1.
80. Cita de Lenin recogida por Trotsky en La Internacional Comunista después de Lenin, escrito en 1928, Akal
Editor, Madrid 1977, página 276.

La Revolución China1

León Trotsky

En primer lugar, el simple hecho de que el autor de este libro pertenezca a la escuela
del materialismo histórico no es suficiente para ganar nuestra aprobación para su
trabajo. Dada la situación imperante, la etiqueta marxista nos predispone a la
desconfianza, antes que a la aceptación. Estrechamente ligado a la degeneración del
Estado soviético, en los últimos quince años este marxismo ha sufrido una decadencia y
degradación sin precedentes. De instrumento de análisis y crítica, se ha transformado en
instrumento para el panegírico barato. En lugar de analizar hechos, se ocupa de
seleccionar sofismas en interés de sus clientes encumbrados2.
En la Revolución China de 1925-1927 la Internacional Comunista desempeñó un papel
importantísimo, que este libro describe en forma acabada. Sin embargo, buscaríamos en
vano en la biblioteca de la Internacional Comunista un solo libro que hiciera una pintura
global de la Revolución China. En su lugar, encontramos decenas de trabajos
"coyunturales" que reflejan dócilmente cada zigzag de la política de la Internacional
Comunista o, más correctamente, de la diplomacia soviética en China, y subordinan a
cada viraje tanto los hechos como la metodología general. En contraste con esta
literatura, que no puede provocar sino repugnancia mental, el libro de Isaacs es una
obra científica del principio al fin. Se basa en el estudio concienzudo de un sinnúmero de
fuentes originales y material suplementario. Isaacs trabajó durante más de tres años en
este libro. Debe agregarse que pasó más de cinco años en China como periodista y
observador de la vida en ese país.
El autor del libro enfoca el tema de la revolución como revolucionario, y no ve motivo
alguno para ocultarlo. A los ojos de un filisteo el punto de vista revolucionario equivale a
la ausencia de objetividad científica. Nosotros pensamos exactamente lo contrario: sólo
un revolucionario —siempre y cuando, desde luego, esté equipado con un método
científico— es capaz de mostrar la dinámica objetiva de la revolución. La aprehensión del
pensamiento en general no es un acto contemplativo, sino una actividad. La voluntad es
indispensable para penetrar en los secretos de la naturaleza y la sociedad. Así como un
cirujano, de cuyo bisturí depende una vida humana, distingue con todo cuidado los
distintos tejidos de un órgano, un revolucionario que encare seriamente su tarea debe
analizar con toda conciencia la estructura de la sociedad, sus funciones y reflejos.
Para comprender la actual guerra entre China y Japón, es necesario partir de la
Segunda Revolución China. En ambos casos encontramos no sólo las mismas fuerzas
sociales sino, frecuentemente, los mismos personajes. Baste decir que Chiang Kai-shek
es el personaje central del libro. En el momento de escribir estas líneas es difícil predecir
cómo y de qué manera terminará la guerra chino-japonesa. Pero el resultado de este
conflicto del Lejano Oriente tendrá, en el mejor de los casos, un carácter provisorio. La
guerra mundial que se acerca con ímpetu incontenible replanteará el problema chino
junto con los demás problemas de la dominación colonial. Porque ésa será la tarea de la
Segunda Guerra Mundial: dividir nuevamente el planeta según las nuevas relaciones
entre las potencias imperialistas. La arena principal de la lucha no será, desde luego, esa
bañera liliputiense que se llama Mar Mediterráneo, ni siquiera el Océano Atlántico, sino
la cuenca del Pacífico. El objeto más importante de la pugna será China, donde vive la
cuarta parte de la raza humana. El destino de la Unión Soviética —la otra gran pieza en
juego— también quedará decidido hasta cierto punto en el Lejano Oriente. Al prepararse
para este choque de titanes, Tokio está tratando de asegurarse el campo de pruebas
más grande que pueda conseguir en el continente asiático. Gran Bretaña y Estados
Unidos tampoco pierden su tiempo. Puede predecirse con certeza, empero —y los que
rigen los destinos del mundo lo reconocen— que la guerra mundial no dirá la última
palabra: vendrá después una nueva serie de revoluciones que replanteará no sólo las
decisiones de la guerra, sino también las condiciones de propiedad que dan lugar a la
guerra.

La historia no es pacifista
Hay que confesar que esta perspectiva dista de ser idílica, pero Clío, la musa de la
historia, no pertenece a la Sociedad de Damas por la Paz. La vieja generación que pasó
por la guerra de 1914-1918 no cumplió una sola de sus tareas. Le deja en herencia a la
nueva generación el fardo de las guerras y revoluciones. Estos acontecimientos tan
importantes y trágicos para la historia de la humanidad, frecuentemente marcharon
juntos. Conformarán, sin duda, el telón de fondo de las décadas futuras. Sólo queda
esperar que la nueva generación, que no puede desligarse arbitrariamente de las
condiciones heredadas, ya haya aprendido, por lo menos, a comprender mejor las leyes
de su época. Para conocer la Revolución China de 1925-1927 no encontrará guía mejor
que este libro.
A pesar de la indudable grandeza del genio anglosajón, es imposible no comprender
que donde menos se entienden las leyes de la revolución es precisamente en esos
países. La explicación está por un lado en que la aparición de la revolución en dichos
países ocurrió en un pasado distante, y suscita entre los "sociólogos" oficiales una
sonrisa condescendiente, como si se tratara de una broma infantil. Por otro lado el
pragmatismo, tan característico del pensamiento anglosajón, es lo menos indicado para
comprender las crisis revolucionarias.
La Revolución Inglesa del siglo XVII, al igual que la Revolución Francesa del XVIII, se
dio la tarea de "racionalizar" la estructura de la sociedad, es decir, limpiarla de
estalactitas y estalagmitas feudales y someterla a las leyes del libre cambio, que en esa
época parecían las leyes del "sentido común". Al actuar de esa manera, la revolución
puritana se vistió de ropaje bíblico, revelando una incapacidad infantil de comprender su
propio significado. La Revolución Francesa, que ejerció considerable influencia sobre el
pensamiento progresista en Estados Unidos, se guió por las fórmulas del racionalismo
puro. El sentido común, que se teme a sí mismo y recurre a la máscara de los profetas
bíblicos, o el sentido común secularizado, que considera a la sociedad producto de un
"contrato" racional, siguen siendo hasta el día de hoy las formas fundamentales del
pensamiento filosófico y sociológico anglosajón.
Sin embargo, la verdadera sociedad histórica no ha sido construida, como dice
Rousseau, sobre un "contrato" racional ni, al decir de Bentham, sobre el principio del
"sumo bien", sino que se ha desarrollado "irracionalmente", sobre la base de
contradicciones y antagonismos. Para que la revolución sea inevitable las contradicciones
de clase deben forzarse hasta el punto máxima tensión. Es precisamente la necesidad
históricamente ineluctable de conflicto, que no depende de la buena ni mala voluntad
sino de las relaciones objetivas entre las clases, lo que hace de la revolución,
conjuntamente con la guerra, la expresión más dramática de la base "irracional" del
proceso histórico.
"Irracional", empero, no significa arbitrario. Por el contrario, en la preparación
molecular de la revolución, en su ascenso y decadencia, está alojada una profunda
legitimidad interna, que puede ser aprehendida y, en gran medida, prevista. Más de una
vez se ha dicho que las revoluciones poseen una lógica propia. Pero no es la lógica de
Aristóteles, menos aún la semilógica pragmática del "sentido común". Es la función más
elevada del pensamiento: la lógica del desarrollo y sus contradicciones, es decir, la
dialéctica.
La obstinación del pragmatismo anglosajón y su hostilidad hacia el pensamiento
dialéctico tiene causas materiales. Así como un poeta no puede llegar a la dialéctica a
través de los libros, sin experiencia personal, una sociedad opulenta, desacostumbrada a
las convulsiones y habituada al "progreso" ininterrumpido es incapaz de comprender la
dialéctica de su propio desarrollo. Pero es obvio que este privilegio del mundo
anglosajón forma parte del pasado. La historia se prepara a darle a Gran Bretaña y
Estados Unidos una gran lección de dialéctica.

El carácter de la revolución china


El autor del libro no trata de deducir el carácter de la revolución china de definiciones
apriorísticas ni de analogías históricas, sino de la estructura viviente de la sociedad china
y de la dinámica de sus fuerzas internas. En esto reside el principal valor metodológico
del libro. El lector se llevará no sólo un cuadro más acabado de la marcha de los
acontecimientos, sino también —lo que es mucho más importante— aprenderá a
comprender sus resortes sociales. Únicamente sobre esta base es posible juzgar
correctamente los programas políticos y las consignas de los partidos en pugna que, si
bien no son independientes ni, en última instancia, factores decisivos en el proceso, son,
de todos modos, sus signos más manifiestos.
La revolución china incompleta es, en sus objetivos inmediatos, "burguesa". Pero este
término, mero eco de las revoluciones burguesas del pasado, nos sirve de muy poco en
realidad. Para que la analogía histórica no se vuelva una trampa intelectual, es necesario
contemplarla a la luz del análisis sociológico concreto. ¿Cuáles son las clases que luchan
en China? ¿Cuáles son las interrelaciones de dichas clases? ¿Cómo y en qué sentido se
transforman dichas relaciones? ¿Cuáles son las tareas objetivas de la revolución china,
es decir, las tareas que dicta el proceso mismo? ¿Qué clases están llamadas a
cumplirlas? ¿Con qué método se pueden cumplir? El libro de Isaacs responde
precisamente a esos interrogantes.
Los países coloniales y semicoloniales —y por lo tanto atrasados— que abarcan a la
mayor parte de la humanidad, difieren extraordinariamente entre sí en cuanto al grado
de su atraso. Ocupan una escala histórica que va del nomadismo y aún el canibalismo
hasta la cultura industrial más moderna. Esta combinación de extremos caracteriza en
mayor o menor grado a todos los países atrasados. Sin embargo, la jerarquía del atraso,
si se puede emplear semejante término, se ve determinada por el peso específico de los
elementos de barbarie y cultura en la vida de cada país colonial. El África Ecuatorial está
muy atrasada respecto de Argelia, Paraguay respecto de México, Abisinia respecto de la
India o China. Tras su dependencia económica común de la metrópoli imperialista, la
dependencia política tiene en algunos casos el carácter de esclavitud colonial abierta
(India, África Ecuatorial), mientras que en otros se ve ocultada por la ficción de la
independencia estatal (China, América Latina).
El atraso encuentra su expresión más orgánica y cruel en las relaciones agrarias. Ni
uno solo de estos países ha realizado su revolución democrática en un grado apreciable.
Las reformas agrarias a medias son absorbidas por las relaciones semifeudales, y éstas
se reproducen ineluctablemente en el terreno de la pobreza y la opresión. La barbarie
agraria siempre va de la mano con la falta de caminos, el aislamiento de las provincias,
el particularismo "medieval" y la ausencia de conciencia nacional. La tarea más
importante en esos países consiste en purgar a las relaciones sociales de los remanentes
del feudalismo antiguo y de las incrustaciones del moderno. Sin embargo, no puede
pensarse en realizar la revolución agraria mientras subsista la dependencia respecto del
imperialismo extranjero, que con una mano instaura relaciones capitalistas mientras que
con la otra mantiene y recrea todas las formas de servidumbre y esclavitud. La lucha por
la democratización de las relaciones sociales y la creación del Estado nacional se
convierte así, ininterrumpidamente, en insurrección abierta contra la dominación
extranjera.
El atraso histórico no implica una mera repetición del desarrollo de los países
adelantados, Inglaterra o Francia, con un atraso de dos o tres siglos. Engendra una
estructura social "combinada" enteramente nueva en la que las últimas conquistas de la
técnica y estructura capitalistas echan raíces en las relaciones de la barbarie feudal o
prefeudal, transformándolas, sometiéndolas y creando relaciones peculiares entre las
clases.

La burguesía es hostil al pueblo


Ni una sola de las tareas de la revolución "burguesa" puede realizarse en los países
atrasados bajo la dirección de la burguesía "nacional", porque ésta, desde su nacimiento,
surge con apoyo foráneo como clase ajena u hostil al pueblo. Cada etapa de su
desarrollo la liga más estrechamente al capital financiero foráneo del cual es, en esencia,
su agente.
La pequeña burguesía de las colonias, la del artesanado y el comercio, que es la
primera víctima en la lucha desigual con el capital extranjero, cae en la insignificancia
económica, se ve desclasada y pauperizada. No puede ni siquiera concebir desempeñar
un papel político independiente. El campesinado, la clase numéricamente más grande, y
la más atomizada, atrasada y oprimida, es capaz de efectuar insurrecciones locales o
lanzarse a la guerra de guerrillas, pero requiere la dirección de una clase más avanzada
y centralizada para que su lucha se eleve al plano nacional. Esa tarea de dirección recae,
por la naturaleza misma del proceso, sobre el proletariado colonial, que, desde sus
primeros pasos, se opone a la burguesía no sólo foránea sino también nacional.
El desarrollo capitalista ha transformado a la China de un conglomerado de provincias y
tribus, vinculadas por la proximidad geográfica y los aparatos burocráticos, en un
remedo de entidad económica. El movimiento revolucionario de las masas tradujo por
primera vez esta creciente unidad al idioma de la conciencia nacional. En las huelgas,
insurrecciones agrarias y expediciones militares de 1925-1927 nació una nueva China.
Mientras los generales, ligados a la burguesía propia y extranjera, sólo podían
despedazar al país, los obreros chinos se convirtieron en portaestandartes del impulso
irresistible hacia la unidad nacional. Esta movilización evoca una analogía con la lucha
del Tercer Estado francés contra el particularismo, o con la lucha posterior de los
italianos y alemanes por la unidad nacional. Pero a diferencia de los países primigenios
del capitalismo, donde la tarea de lograr la unidad nacional recayó sobre la pequeña
burguesía, parcialmente bajo la dirección de la burguesía y aun de los terratenientes
(¡Prusia!), en China el proletariado surgió como fuerza motriz principal y dirigente
potencial de dicha movilización. Pero precisamente por eso el proletariado puso a la
burguesía ante el peligro de que no quedara en sus manos la dirección de la patria
unificada. En todo el curso de la historia el patriotismo ha estado ligado
inseparablemente a la propiedad y el poder. Cada vez que ha surgido un peligro, la clase
dominante jamás ha vacilado en desmembrar el país si era necesario para preservar su
dominio de una parte del mismo. No debe sorprendernos, por tanto, que la burguesía
china, representada por Chiang Kai-shek, haya dirigido en 1927 sus armas contra el
proletariado, portaestandarte de la unidad nacional. La denuncia y la explicación de
dicho viraje, que ocupa el lugar central del libro de Isaacs, es la clave para comprender
los problemas fundamentales de la Revolución China y de la guerra chino-japonesa
actual.
La llamada burguesía "nacional" tolera todo tipo de degradación nacional mientras
pueda mantener su existencia privilegiada. Pero cuando el capital foráneo se propone
asumir el control absoluto de toda la riqueza del país, la burguesía colonial se ve
obligada a recordar sus obligaciones "nacionales". La presión de las masas puede,
inclusive, lanzarla a la guerra. Pero será una guerra contra una de las potencias
imperialistas, la menos dispuesta a negociar, con la esperanza de pasar al servicio de
otra potencia más magnánima. Chiang Kai-shek lucha contra los invasores japoneses
sólo dentro de los límites que le imponen sus patrones británicos o yanquis. Sólo la clase
que no tiene nada que perder, salvo sus cadenas, puede llevar la guerra contra el
imperialismo y por la emancipación nacional hasta el fin.
Una grandiosa prueba histórica
Las posiciones expuestas más arriba acerca del carácter especial de las revoluciones
"burguesas" en países históricamente atrasados de ninguna manera son producto del
mero análisis teórico. Antes de la segunda Revolución China (1925-1927) ya habían
conocido una grandiosa prueba histórica. La experiencia de las tres revoluciones rusas
(1905, febrero y octubre de 1917) posee un significado para el siglo XX no menor que el
de la Revolución Francesa para el siglo XIX. Para comprender los destinos de la China
moderna, el lector debe considerar la lucha de las distintas concepciones en el
movimiento revolucionario ruso, porque dichas concepciones ejercieron, y ejercen
todavía, una influencia directa y además poderosa sobre la política del proletariado chino
y una influencia indirecta sobre la política de la burguesía china.
Fue precisamente en virtud de su atraso histórico que la Rusia zarista resultó ser el
único país europeo donde el marxismo como doctrina, y la socialdemocracia como
partido, se desarrollaron poderosamente antes del advenimiento de la revolución
burguesa. Fue en Rusia, naturalmente, que el problema de la correlación entre la lucha
por la democracia y la lucha por el socialismo, o entre la revolución burguesa y la
socialista, se vio sometido al análisis teórico. El primero en plantear este problema fue
Plejánov, el fundador de la socialdemocracia rusa, en la década de 1880. En la lucha
contra el llamado populismo (narodnikis), variante del socialismo utópico, Plejánov
estableció que no había razón para creer que Rusia conocería un curso privilegiado de
desarrollo, que, al igual que las naciones "profanas" tendría que atravesar la etapa
capitalista y que, en esta senda, adquiriría el régimen de democracia burguesa
indispensable para la lucha posterior del proletariado por el socialismo. Plejánov no sólo
separó la revolución burguesa como tarea diferenciada de la revolución socialista —que
relegó al futuro indeterminado— sino que pintó una combinación de fuerzas
completamente distinta. La revolución burguesa iba a ser realizada por el proletariado en
alianza con la burguesía liberal, y así se abriría el camino al progreso capitalista;
después de unas cuantas décadas, alcanzado cierto nivel de desarrollo capitalista, el
proletariado realizaría la revolución socialista en lucha directa contra la burguesía.
Lenin —no inmediatamente, por cierto— revisó esa doctrina. A principios de este siglo
planteó, con mucha más fuerza y coherencia que Plejánov, que el problema agrario era
el problema central de la revolución burguesa en Rusia. De allí llegó a la conclusión de
que la burguesía liberal era hostil a la expropiación de la propiedad terrateniente y por
esa razón buscaría un acuerdo con la monarquía, en base a una constitución del tipo de
la prusiana. A la idea de Plejánov de alianza entre el proletariado y la burguesía liberal,
Lenin opuso la concepción de la alianza entre el proletariado y el campesinado. El
objetivo de la colaboración revolucionaria de ambas clases sería —proclamó Lenin— la
instauración de la "dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el
campesinado", como única manera de liberar al imperio zarista de sus escombros
policiaco-feudales, de crear un sistema de campesinos libres y de allanar el camino al
progreso capitalista según el modelo norteamericano. La fórmula de Lenin significó un
tremendo salto adelante respecto de la de Plejánov, al plantear correctamente la tarea
central de la revolución, la transformación democrática de las relaciones agrarias, y
señalar, con igual acierto, la única combinación de fuerzas de clase realista capaz de
realizar dicha tarea. Pero hasta 1917 el pensamiento del propio Lenin siguió ligado a la
concepción tradicional de la revolución "burguesa". Al igual que Plejánov, Lenin partía de
la premisa de que recién después de "la realización de la revolución democrático
burguesa" se pondrían a la orden del día las tareas de la revolución socialista. Lenin,
empero, al revés de lo que sostiene la leyenda fabricada posteriormente por los
epígonos, consideraba que después de la realización de la transformación democrática el
campesinado, como tal, no podría permanecer aliado al proletariado. Lenin basaba sus
esperanzas socialistas en los jornaleros agrícolas y en los campesinos semiproletarizados
que venden su fuerza de trabajo.

Una contradicción interna


El punto débil de la concepción de Lenin era la contradicción interna existente en la
concepción de "dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado".
Un bloque político de dos clases cuyos intereses no coinciden sino parcialmente, excluye
la dictadura. El propio Lenin subrayó la limitación fundamental de la "dictadura del
proletariado y el campesinado" al calificarla abiertamente de burguesa. Con ello quería
decir que, en aras de la alianza con el campesinado, el proletariado debería renunciar,
en la revolución venidera, al planteamiento directo de las tareas socialistas. Lo cual
significaría, para ser precisos, que el proletariado tendría que renunciar a la dictadura.
En esa eventualidad, ¿quién ejercería el poder revolucionario? ¿El campesinado? Pero
esta clase es incapaz de desempeñar ese papel.
Lenin dejó estos interrogantes sin respuesta hasta sus famosas Tesis del 4 de abril de
1917. Fue en ese momento cuando rompió por primera vez con la concepción tradicional
de la revolución "burguesa" y con la fórmula "dictadura democrático-revolucionaria del
proletariado y el campesinado". Proclamó que la lucha por la dictadura del proletariado
constituía la única forma de llevar la revolución agraria hasta el fin y de asegurar la
libertad de las nacionalidades oprimidas. Sin embargo, el régimen de la dictadura
proletaria, por su propia naturaleza, no podía quedar en el marco de la propiedad
burguesa. El dominio del proletariado ponía automáticamente en el orden del día de la
revolución socialista, que en este caso no quedaba separada de la revolución
democrática por una etapa histórica sino que estaba orgánicamente ligada a la misma o,
más precisamente, era un devenir orgánico de la misma. El ritmo de transformación
socialista de la sociedad y los límites que alcanzaría en el futuro próximo dependerían de
factores tanto internos como externos. La Revolución Rusa era un eslabón de la cadena
de la revolución internacional. Tal era en líneas generales, la esencia del concepto de
revolución permanente (ininterrumpida). Fue precisamente esta concepción la que
aseguró la victoria del proletariado en octubre.
Pero así es la amarga ironía de la historia: la experiencia de la Revolución Rusa no sólo
no ayudó al proletariado chino, sino que se convirtió, en su forma reaccionaria y
distorsionada, en uno de los principales obstáculos en su camino. La Comintern de los
epígonos comenzó por canonizar para todo Oriente la fórmula de "dictadura democrática
del proletariado y el campesinado" a la que Lenin, influido por la experiencia histórica,
había declarado carente de valor. Como siempre sucede en la historia, una fórmula
perimida sirvió para encubrir un contenido histórico opuesto a aquél al que había servido
en su momento. La Comintern reemplazó la alianza de masas plebeya, revolucionaria,
de obreros y campesinos, sellada en soviets libremente elegidos como organismos
directos para la acción, por el bloque burocrático entre direcciones partidarias. El
derecho de representar al campesinado en este bloque fue otorgado inesperadamente al
Kuomintang, partido netamente burgués, interesado vitalmente en mantener no sólo la
propiedad capitalista de los medios de producción, sino también la de la tierra. La
alianza de obreros y campesinos fue ampliada para constituir el "bloque de las cuatro
clases": obreros, campesinos, pequeña burguesía urbana y la llamada burguesía
"nacional". En otras palabras, la Comintern tomó una fórmula desechada por Lenin para
abrir el camino a la política de Plejánov, además en forma encubierta y, por lo tanto,
más dañina aún.
Para justificar la subordinación política del proletariado a la burguesía, los teóricos de
la Comintern (Stalin, Bujarin) plantearon el hecho de la opresión imperialista que
supuestamente impulsaba a "todas las fuerzas progresistas del país" a formar una
alianza. Pero este fue precisamente en su momento el argumento de los mencheviques
rusos con la salvedad de que ellos en el lugar del imperialismo ponían al zarismo. En
realidad, el sometimiento del Partido Comunista chino al Kuomintang significó su ruptura
con el movimiento de masas y una traición directa de sus intereses históricos. Así se
preparó la catástrofe de la segunda Revolución China bajo la dirección directa de Moscú.

Significado del marxismo ruso


Para más de un filisteo político acostumbrado a sustituir el análisis científico por el
"sentido común", la controversia entre los marxistas rusos acerca del carácter de la
revolución y la dinámica de sus fuerzas de clase parecía escolasticismo puro. La
experiencia histórica reveló, en cambio, el significado profundamente vital de las
"fórmulas doctrinarias" del marxismo ruso. Quienes hasta ahora no lo han comprendido
tienen mucho que aprender del libro de Isaacs. La política de la Internacional Comunista
en China demuestra fehacientemente qué le habría ocurrido a la Revolución Rusa si los
bolcheviques no hubieran desplazado a tiempo a los mencheviques y social
revolucionarios. En China se confirmó una vez más la concepción de la revolución
permanente, no con una victoria sino en una catástrofe.
Desde luego que no se puede identificar a Rusia con China. Con todos los rasgos
importantes que comparten, las diferencias son demasiado obvias. Pero no es difícil
darse cuenta de que dichas diferencias no debilitan sino que fortalecen las conclusiones
fundamentales del bolchevismo. En cierto sentido la Rusia zarista también era un país
colonial, lo que se reflejaba en el papel predominante del capital extranjero. Pero la
burguesía rusa gozaba de los beneficios de una independencia mucho mayor del
imperialismo foráneo que la china. Rusia era un país imperialista. Con toda su
mezquindad, el liberalismo ruso tenía una tradición mucho más seria y una base de
apoyo mucho más amplia que el chino. A la izquierda de los liberales había poderosos
partidos pequeño burgueses, revolucionarios o semirevolucionarios en relación al
zarismo. El Partido Social Revolucionario encontraba bastante apoyo en el campesinado,
sobre todo en sus estratos superiores. El Partido Social Demócrata (menchevique) era
respaldado por amplios círculos de la pequeña burguesía urbana y la aristocracia obrera.
Fueron precisamente esos tres partidos —los liberales, los social revolucionarios y los
mencheviques— los que durante mucho tiempo prepararon, y en 1917 la formaron, una
coalición, que en esa época todavía no se llamaba Frente Popular, pero ya poseía todas
sus características. En contraste los bolcheviques, ya en vísperas de la revolución de
1905, adoptaron una posición intransigente respecto de la burguesía liberal. Sólo esta
política, que alcanzó su máxima expresión en el "derrotismo" de 1917, permitió al
Partido Bolchevique conquistar el poder.
Las diferencias entre China y Rusia —la dependencia incomparablemente mayor de la
burguesía china respecto del capital extranjero, la ausencia de tradiciones
revolucionarias independientes en el seno de la pequeña burguesía, la gravitación
masiva de obreros y campesinos hacia la bandera de la Comintern— exigían una política
aún más intransigente, si eso fuera posible, que en Rusia. Sin embargo, la sección china
de la Comintern, siguiendo las órdenes de Moscú, renunció al marxismo, adoptó el
escolasticismo reaccionario de los "principios de Sun Yat-sen" y entró a las filas del
Kuomintang, sometiéndose a su disciplina. En otras palabras, recorrió un trecho mucho
más largo en la senda del sometimiento a la burguesía que los mencheviques o social
revolucionarios rusos. Ahora están aplicando la misma política fatal en la guerra con
Japón.

Nuevos métodos de la burocracia


¿Cómo es posible que la burocracia surgida de la Revolución de Octubre aplique en
China, al igual que en el resto del mundo, métodos directamente opuestos a los del
bolchevismo? Sería demasiado superficial responder al interrogante con referencias a la
incapacidad o ignorancia de tal o cual individuo. El quid de la cuestión es: junto con sus
nuevas condiciones de existencia, la burocracia adquirió una nueva manera de pensar. El
Partido Bolchevique dirigió a las masas, la burocracia comenzó a darles órdenes. Los
bolcheviques accedieron a la dirección expresando correctamente los intereses de las
masas. La burocracia se vio obligada a recurrir a las órdenes para salvaguardar sus
intereses contra los de las masas. El método de dar órdenes se extendió naturalmente
también a la Comintern. Los dirigentes moscovitas comenzaron a creer seriamente que
podían obligar a la burguesía china a desplazarse hacia la izquierda de sus intereses, y a
los obreros y campesinos chinos hacia la derecha de los suyos, según las diagonales
trazadas por el Kremlin. Sin embargo, la esencia misma de la revolución consiste en que
tanto los explotados como los explotadores les dan a sus intereses la máxima expresión.
Si las clases hostiles se desplazaran en diagonales, no habría necesidad de guerra civil.
Armada con la autoridad de la Revolución de Octubre y de la Internacional Comunista, ni
qué hablar de los recursos financieros inagotables, la burocracia transformó al joven
Partido Comunista Chino de fuerza motriz en freno, en el momento decisivo de la
revolución. A diferencia de Alemania y Austria, donde la burocracia podía traspasar parte
de la responsabilidad por la derrota a la socialdemocracia, en China no había
socialdemocracia. La Comintern ejerció el monopolio de la ruina de la Revolución China.
La dominación que ejerce actualmente el Kuomintang sobre una parte considerable del
territorio chino no habría sido posible sin el poderoso movimiento nacional revolucionario
de las masas de 1925-1927. La masacre de esta movilización por un lado consolidó el
poder en manos de Chiang Kai-shek, y por el otro condenó a Chiang Kai-shek a tomar
medidas a medias en la lucha contra el imperialismo. La comprensión del curso de la
revolución china adquiere así una importancia directa para entender el curso de la
guerra chino-japonesa. Esta obra histórica adquiere, así, la mayor actualidad política.
La guerra y la revolución se encontrarán entrelazados en el futuro próximo de la
historia de China. El objetivo de Japón, de esclavizar para siempre, o por mucho tiempo
al menos, un país gigantesco dominando sus centros estratégicos, se caracteriza no sólo
por la avidez, sino también por la testarudez. Japón ha llegado demasiado tarde.
Desgarrado por sus contradicciones internas, el imperio de Mikado no puede reproducir
la historia del ascenso británico. Por otra parte, China se encuentra muy adelantada
respecto de la India de los siglos XVII y XVIII. Los viejos países coloniales libran hoy sus
guerras por la independencia con éxito creciente. En esta coyuntura histórica, aunque la
guerra del Lejano Oriente culminara en la victoria de Japón, y aunque el vencedor
escapara a la catástrofe interna por algunos años —ni lo uno ni lo otro están
garantizados— el dominio de Japón sobre China duraría muy poco, quizás los pocos años
que se necesitaran para darle un nuevo impulso a la vida económica china y movilizar
una vez más a sus masas trabajadoras.
Los grandes monopolios y empresas japonesas ya van a la zaga del ejército para
dividirse el botín aún no consolidado. El gobierno de Tokio trata de regular los apetitos
de las camarillas financieras que buscan destrozar el norte de China. Si Japón lograra
mantener las posiciones conquistadas durante unos diez años, esto significaría, sobre
todo, la industrialización intensiva del norte de China para servir a los intereses militares
del imperialismo japonés. Nuevos ferrocarriles, minas, empresas mineras y metalúrgicas
y plantaciones algodoneras surgirían rápidamente. La polarización de la nación china
recibiría un impulso febril. Nuevos cientos de miles y millones de proletarios chinos se
movilizarían en el menor tiempo posible. Por otra parte, la burguesía china caería en una
dependencia cada vez mayor del capital japonés. Sería todavía menos capaz que en el
pasado de ponerse al frente de una guerra nacional, tanto como de una revolución
nacional. Ante el agresor extranjero surgiría el proletariado chino, numéricamente más
fuerte, socialmente fortalecido, políticamente maduro, destinado a dirigir la aldea china.
El odio hacia el esclavizador extranjero es un poderoso cemento revolucionario. Hay que
pensar que la nueva revolución nacional se planteará en vida de la generación actual.
Para resolver las tareas que se le imponen, la vanguardia del proletariado chino debe
asimilar las lecciones de las Revolución China. El libro de Isaacs es una herramienta
irreemplazable para ello. Sólo queda esperar que el libro aparezca en chino y en otros
idiomas.

Notas
1. Este texto, uno de los últimos de Trotsky sobre la revolución colonial y el último acerca de China, fue escrito
como prólogo al libro The Tragedy of the Chinese Revolution, del periodista norteamericano Harold Isaacs
(1910-1986), quien residió durante varios años en China. La primera edición del libro apareció en 1938. Luego
Isaacs rompió con el marxismo y las ediciones posteriores de su libro aparecieron sin este prólogo. En 1935 fue
corresponsal de New Militant en París bajo el seudónimo de H. F. Roberts. Tomado de la versión publicada en La
segunda revolución china (notas y escritos de 1919 a 1938), León Trotsky, Editorial Pluma, Colombia, 1976, p.
183.
2. Cuando Trotsky se refiere en este párrafo al marxismo, hace referencia obviamente a la tergiversación que
sufrió a manos del estalinismo.
La larga marcha hacia el capitalismo
en China
Corriente Marxista Internacional

Introducción
Después de la revolución rusa de 1917, la revolución china de 1949 fue el
acontecimiento más importante del siglo XX. Llevó a la expropiación de los
terratenientes y a la abolición del capitalismo, acabando con el dominio imperialista en
una extensa zona del globo.
Sin embargo, mientras la revolución rusa culminó en la formación de un Estado
obrero relativamente sano, establecido por la clase obrera bajo la dirección del Partido
Bolchevique —un partido revolucionario con una perspectiva internacionalista—, la
revolución china de 1949 dio lugar a un Estado obrero deformado, siguiendo el modelo
estalinista.
Las condiciones más elementales de la democracia obrera estaban ausentes en China
desde el principio. No hubo sóviets, ni control obrero, ni verdaderos sindicatos
independientes del Estado, ni una auténtica dirección marxista. Este fue el producto
peculiar de una revolución llevada a cabo bajo la dirección de los estalinistas al frente
de un ejército campesino que en ningún caso se basó en la clase obrera de las
ciudades.
Históricamente el ejército campesino ha sido el instrumento clásico del dominio
bonapartista. Mao, basándose en este ejército campesino, maniobró entre las clases de
una manera bonapartista, utilizando el Ejército Rojo como un ariete, primero contra los
terratenientes y más tarde contra los capitalistas.
La victoria de la revolución china fue posible debido a una serie de condiciones
objetivas peculiares. En primer lugar, por la incapacidad del imperialismo
estadounidense para frenar el avance del ejército campesino. En segundo, por que el
capitalismo chino fue incapaz de hacer progresar la sociedad como demostró el régimen
burgués totalmente degenerado de Chiang Kai Shek. Por último, otro factor importante
en la ecuación fue la existencia de un poderoso Estado obrero deformado estalinista en
Rusia, al otro lado de las fronteras chinas.
Mao Tse-Tung y los estalinistas formaron en China un Estado a imagen de la Rusia
estalinista —una caricatura burocrática monstruosa de un Estado obrero—, de tal
manera que la revolución china de 1949 comenzó donde acabó la revolución rusa.
Tenemos que recordar que la revolución abolió el capitalismo en China a pesar de las
perspectivas de la dirección del Partido Comunista Chino. La previsión original de Mao
era que China debería atravesar por una larga etapa de desarrollo capitalista. Su
programa y perspectiva se fundamentaban en la teoría estalinista de las dos etapas,
que partía de que en un país atrasado y subdesarrollado como China no era posible una
revolución. Por tanto, la primera etapa de la revolución debería ser "democrática", es
decir, burguesa y sólo después de que se hubiera desarrollado el capitalismo sería
posible la lucha por el socialismo. Esta teoría fue refutada por los propios hechos una
vez que los comunistas chinos llegaron al poder.
En las etapas iniciales Mao formó un "Frente Popular" con una serie de partidos
burgueses. Esto hizo que algunos pensaran que Mao "traicionaría" la revolución, como
había hecho el Partido Comunista en España y otros países donde el Frente Popular fue
utilizado para frenar el movimiento de la clase obrera. Sin embargo, en 1949 existía
una diferencia fundamental en China. El poder estatal estaba en manos de Mao, los
"cuerpos de hombres armados" no estaban controlados por la burguesía. La burguesía
huyó junto con Chiang Kai Shek a Taiwán. No había una burguesía efectiva con la que
formar una alianza real.
En estas condiciones, el Frente Popular se convirtió en un instrumento con el que
frenar a los trabajadores en las ciudades, para que no fuesen más allá de los límites
impuestos por el régimen estalinista. Pero como no existía ninguna "burguesía
progresista" con la que se pudiera construir una China capitalista "democrática" para
dirigir eficazmente la economía y el país, y como el verdadero poder estatal estaba en
manos del Ejército Rojo, los estalinistas chinos tuvieron que hacerse cargo de los altos
puestos de dirección de la economía. Este desarrollo singular fue, en cierto sentido, una
confirmación distorsionada de la teoría de la revolución permanente.
A pesar de que la revolución china no adoptó la forma de una revolución proletaria,
los marxistas revolucionarios apoyamos firmemente la supresión de las relaciones de
producción capitalistas y las reminiscencias feudales, evidentes todavía en el campo,
que sirvieron para establecer las bases para un desarrollo de la economía que de otra
manera habría sido imposible. No obstante, los marxistas explicamos que aunque el
Partido Comunista y la burocracia estatal serían capaces de jugar un papel
relativamente progresista en el desarrollo de China, las deformaciones burocráticas
existentes desde el comienzo requerirían que las masas llevasen a cabo una segunda
revolución política para avanzar hacia el verdadero socialismo, hacia el auténtico poder
obrero.
El crecimiento de la economía china tras la revolución de 1949 fue espectacular.
Basta con comparar el desarrollo económico de China e India en el período de 1949-
1979. Los dos países comenzaron más o menos al mismo nivel, pero el crecimiento en
China fue mucho mayor durante todo este período. Esto sólo se puede explicar por el
hecho de que China tenía una economía centralizada y planificada, donde los medios de
producción y el monopolio del comercio exterior estaban bajo control del Estado.
Aunque bajo un régimen de genuina democracia obrera se podría haber conseguido
mucho más, la economía planificada bajo Mao supuso un enorme paso adelante y
permitió un crecimiento sobre el que descansa la China moderna actual.
Todos estos logros no pueden ocultar, si queremos entender los acontecimientos
posteriores, las enormes deficiencias del régimen burocrático. Los dirigentes del PCCh
tenían, como sus homólogos rusos, una estrecha perspectiva nacionalista, característica
de todos los regímenes estalinistas. Si China y Rusia hubieran sido auténticos estados
obreros, habrían formado conjuntamente una federación socialista con los países de
Europa del Este para desarrollar un plan de producción en común, utilizando de una
manera racional y combinada los recursos materiales y humanos de todos estos países.
En su lugar —como habían pronosticado los marxistas— la perspectiva nacional de las
burocracias china y rusa llevó finalmente a un enfrentamiento entre ellas, incluso en el
terreno militar1.
La escisión chino-soviética de 1960 fue un acontecimiento que produjo un tremendo
impacto en las filas del movimiento obrero. La burocracia soviética había intentado
situar a China dentro de su "esfera de influencia", pero esta estrategia no podía ser
tolerada por la burocracia china, cuyo poder era demasiado grande como para aceptar
fácilmente el papel de dócil vasallo. Además, Mao no había triunfado gracias avance del
ejército ruso (como ocurrió en la mayoría de los países de Europa del Este tras la
Segunda Guerra Mundial) y tenía su propia base independiente similar a la de Tito. Los
marxistas afirmaron, en el momento de producirse la llegada de Mao al poder, que
Stalin tendría que enfrentarse a otro Tito. Cuando estalló el conflicto, los estalinistas
rusos retiraron toda su ayuda, expertos, etc., asestando en aquel momento un duro
golpe al desarrollo de la economía china.
Contestando a los que pensaron que en aquella fractura la dirección del PCCh jugaba
un papel progresista, los hechos demostraron que la burocracia china no pretendía una
vuelta a los principios del internacionalismo proletario y la revolución mundial, sino una
profundización de sus rasgos más reaccionarios: se embarcaron en el camino de la
autarquía, aislando a China del resto de la economía mundial y de la división
internacional del trabajo, al tiempo que competían con la burocracia de la URSS en el
mundo, lo que les llevo a dar su apoyo a toda una serie de regimenes antiobreros y
contrarrevolucionarios.
Mao intentó enmascarar sus maniobras con denuncias sobre el "revisionismo" de la
burocracia soviética, buscando una justificación ideológica y teórica para su ruptura con
la Unión Soviética. Pero en esencia, la burocracia china no era diferente a su homóloga
soviética. Intentaba construir su propia versión del "socialismo en un solo país", algo
que es imposible conseguir incluso en un país con dimensiones continentales.
De este modo, una China atrasada y aislada tuvo que desarrollar los medios de
producción partiendo de un nivel muy bajo, sin la ayuda de la técnica más avanzada de
la URSS. Esto significó que el desarrollo económico de China se logró con un coste
enorme, tanto en términos de recursos humanos como materiales. Aún así, China dejó
de ser un país colonial atrasado —en realidad un territorio para el saqueo y el pillaje de
las potencias imperialistas— para transformarse en una fuerza poderosa.
A pesar de sus deficiencias, la burocracia china consiguió lo que la decadente
burguesía china no había conseguido hacer ni de lejos, crear una verdadera unidad
nacional y un Estado moderno por primera vez en la historia del país. La revolución
agraria, que se impuso de un manotazo, y la nacionalización de los medios de
producción establecieron las bases para el desarrollo a una escala sin precedentes.
Entre 1949 y 1957 la tasa de crecimiento medio anual de la economía china fue del
11%. En el período de 1957 a 1970 la producción industrial continuó creciendo un 9%,
mucho más que en el mundo capitalista (en el mismo período la tasa de crecimiento de
la India fue menos de la mitad que la china). En 1952 China todavía producía 1.000
tractores al año, una señal de que la agricultura todavía era muy primitiva. En 1976
China fabricaba 190.000 tractores al año.
Todo esto se consiguió a pesar del trastorno provocado por aventuras como el Gran
Salto Adelante de 1958 y la Revolución Cultural de 1966. El Gran Salto Adelante fue
responsable de una caída severa de la producción agrícola, desatando una hambruna
que costó la vida a 15 millones de chinos. Entre 1967 y 1968 hubo una caída del 15%
de la producción industrial, que incidió muy negativamente en los niveles de vida de las
masas. Después de estos dos importantes contratiempos en el desarrollo económico, la
economía se recuperó gracias al plan estatal.
Incluso en 1974, cuando el resto del mundo estaba en recesión —la primera recesión
simultánea desde la Segunda Guerra Mundial—, China creció un 10%. Estos datos eran
comparables a los de la URSS en los años treinta, revelando las ventajas de una
economía planificada y nacionalizada.
La revolución de 1949 y sus consecuencias posteriores, cambiaron la sociedad china
e introdujeron al país en el siglo XX. Antes de 1949 la tasa de analfabetismo en China
era del 80%. En 1975, el 93% de los niños asistían a la escuela, al tiempo que se
produjo un tremendo avance en sanidad, vivienda, etc. La pobreza terrible que existía
antes de la revolución fue erradicada, con una mejora general de los niveles de vida. La
esperanza de vida en 1945 era de 40 años, en 1970 había alcanzado los 70, muy
similar a la de la mayoría de los países capitalistas desarrollados. La situación de la
mujer también mejoró sustancialmente.
Trotsky sobre la burocracia
A pesar de los enormes éxitos, la burocracia no era una capa social históricamente
necesaria en el desarrollo de la economía china. La planificación no necesitaba de la
burocracia para funcionar. Todo lo contrario, el plan funcionaba a pesar de la
burocracia. En la recopilación de artículos y cartas de Trotsky publicada en su obra En
defensa del marxismo, hay un texto escrito en octubre de 1939 en que señala lo
siguiente: "Si la canalla bonapartista es una clase, esto significa que no es un aborto
sino una criatura viable de la historia. Si su parasitismo merodeador es ‘explotación’ en
el sentido científico del término, esto quiere decir que la burocracia posee un futuro
histórico como clase dirigente indispensable de un sistema de economía dado"2.
Trotsky insistió en que la burocracia rusa no tenía futuro histórico: surgió de la
degeneración de la Unión Soviética en unas condiciones de extremo atraso y
aislamiento. Así mismo, el régimen chino se modeló de una manera similar a la Rusia
estalinista y la burocracia china jugó el mismo papel que su hermana soviética.
La existencia de esta burocracia significaba que, a pesar de toda la retórica, los
privilegios sociales y las desigualdades dentro de la sociedad china se mantenían. En
1976, por ejemplo, el salario de un trabajador industrial trabajando 48 horas
semanales era de 12 dólares mensuales. Los profesionales ganaban 120 dólares o más.
Existía un diferencial salarial de 10 a 1.
En la URSS, Lenin había aceptado un diferencial de 4 a 1, un "compromiso burgués"
como él lo definió, como una forma de conseguir poner en movimiento la economía.
Pero este diferencial en el camino de la igualdad era visto como una medida temporal
por los bolcheviques, mientras llegara el triunfo de la revolución mundial. Los
bolcheviques tenían un programa internacionalista y eran absolutamente conscientes de
que la única solución real estribaba en la revolución mundial. Su perspectiva era que
una vez el proletariado de los países más desarrollados hubiera derrocado al
capitalismo, sería posible un desarrollo armonioso de la economía, porque la técnica
más moderna de estos países estaría disponible para la Rusia atrasada.
Desgraciadamente, la revolución fue derrotada en un país tras otro y Rusia
permaneción incluso más aislada, lo que dio carta de naturaleza al proceso de
degeneración burocrática.
La burocracia china no consideró jamás estos diferenciales de la misma forma que los
bolcheviques. Los diferenciales salariales después de la revolución china no eran vistos
como un compromiso "burgués" temporal impuesto por el aislamiento de la revolución
y la naturaleza subdesarrollada de la economía, sino como la consolidación de la
riqueza y privilegios de la burocracia. Los burócratas vivían bien por encima de las
condiciones de los trabajadores comunes. Al igual que la URSS, en esta actitud estaba
implícita la posible restauración del capitalismo en una etapa posterior.
Durante todo un periodo histórico, la economía planificada les garantizaba su poder,
ingresos, privilegios y prestigio, así que no tenían ningún inconveniente en defenderla.
Pero como Trotsky había señalado para la Unión Soviética, la burocracia no se
contentaría simplemente con beneficiarse de los privilegios basados en su posición
administrativa en la sociedad, querrían ser capaces de transmitírselos a sus hijos y para
que esto fuera posible tendrían que cambiar las relaciones de propiedad. Trotsky
explicaba lo siguiente en La revolución traicionada:
"Sin embargo, admitamos que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario
se adueñen del poder. La burocracia continúa a la cabeza del Estado. La evolución de
las relaciones sociales no cesa. Es evidente que no puede pensarse que la burocracia
abdicará en favor de la igualdad socialista. Ya desde ahora se ha visto obligada, a pesar
de los inconvenientes que esto presenta, a restablecer los grados y las
condecoraciones; en el futuro, será inevitable que busque apoyo en las relaciones de
propiedad. Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las
formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de
los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto a la
familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios, que no se pueden legar a los hijos
pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de la
propiedad. No basta ser director de trust, hay que ser accionista. La victoria de la
burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora".
Y continúa:
"Calificar de transitorio o de intermediario al régimen soviético, es descartar las
categorías sociales acabadas como el capitalismo (incluyendo al ‘capitalismo de
Estado’), y el socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible
de sugerir la idea falsa de que la única transición posible del régimen soviético conduce
al socialismo. Sin embargo, un retroceso hacia el capitalismo sigue siendo
perfectamente posible. Una definición más completa sería, necesariamente, más larga y
más pesada.
"La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que:
a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del Estado un
carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad,
se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas del
reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El
desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los
trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La
burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta
incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido
gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los
trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al
socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en
marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los
obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El
problema será resuelto definitivamente por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno
nacional y el internacional.
"Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan
hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos
serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos
precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los
elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden
refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una
formación social sin precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que
perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar
todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las
reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior
y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para actuar"3.
Como podemos ver, en las perspectivas de Trotsky el regreso al capitalismo en la
URSS era una posibilidad concreta. Señaló que la economía nacionalizada y planificada
no estaba a salvo en manos de la burocracia y esto implicaba, obviamente, la amenaza
de la restauración capitalista en algún momento.
Un Estado obrero deformado burocráticamente por definición es una formación
transicional entre el capitalismo y el socialismo que, o bien puede ser derrocado por la
revolución política de los trabajadores para así instaurar un régimen de auténtica
democracia obrera, o dar marcha atrás hacia el capitalismo. Históricamente, el Estado
obrero deformado en la URSS empezó a existir sobre la base de la degeneración de la
revolución rusa. Se trataba de una fase innecesaria en el desarrollo de las fuerzas
productivas, no era una fase inevitable o una forma social necesaria. Si la revolución
rusa se hubiera extendido a los países desarrollados en los años veinte el estalinismo
nunca habría existido.
A pesar de sus limitaciones, sin embargo, estos regímenes desarrollaron los medios
de producción a un nivel inaudito. En ese sentido tenían un contenido progresista que
nacía de la propiedad estatal de los medios de producción y la economía planificada.
Trotsky analizó este fenómeno novedoso en La revolución traicionada e hizo un
pronóstico: en la medida que el régimen pudiera hacer avanzar la economía de un país
atrasado como era la URSS de finales de los años veinte, podría alcanzar algún éxito.
Pero cuanto más sofisticada se hiciera la economía, la burocracia se convertiría
progresivamente en un freno para su desarrollo.
Cuando la economía creció, la burocracia comenzó a consumir una proporción cada
vez mayor de riqueza. Con ello llegó el despilfarro, la corrupción y el saqueo a gran
escala de la riqueza producida por la clase obrera y los campesinos. Más importante
aún, cuando la economía avanzó y se hizo más compleja, más evidente era que el
sistema de gestión burocrático de este régimen no podría conseguir dirigir cada detalle
de la vida económica. La burocracia dejó de ser un freno relativo al desarrollo de las
fuerzas productivas para convertirse en un obstáculo absoluto.
Trotsky también insistió en otra cuestión fundamental: la productividad del trabajo.
Como veremos este aspecto se convertiría en un elemento clave para comprender
cómo y por qué los regímenes estalinistas colapsaron en Europa del Este y la Unión
Soviética. Trotsky en el primer capítulo de La revolución traicionada indicaba lo
siguiente:
"Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no
bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un
nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario,
descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está
determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total
de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la
cultura, y ante todo con el rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como
abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia con gran
desventaja para la URSS".
"(…) Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido
militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a
escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a
bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa"4.
Los análisis de Trotsky partían de toda la experiencia precedente. En agosto de 1925
escribió un análisis esclarecedor sobre los problemas a los que se enfrentaba el joven
Estado soviético Con el título de ¿A dónde va Rusia? (más tarde conocido como ¿Hacia
el capitalismo o hacia el socialismo?), Trotsky planteó la cuestión de modo terminante:
"¿Qué significa el ritmo de nuestro desarrollo desde el punto de vista de la economía
mundial? Precisamente gracias a nuestros éxitos hemos entrado en el mercado
mundial, es decir en el sistema mundial de división del trabajo. Y con ello nos
encontramos siempre en el cerco capitalista. En estas condiciones, el ritmo de nuestro
desarrollo económico determinará la fuerza de nuestra resistencia respecto a la presión
económica del capitalismo mundial y a la presión militar y política del imperialismo
mundial"5.
Haciendo un gran énfasis en la cuestión de la tasa de crecimiento de la economía
soviética en 1925, Trotsky insistía: "¡Es precisamente la velocidad de marcha lo
decisivo! (…) Es evidente que nuestro ingreso en el mercado mundial supone que no
sólo aumentan nuestras buenas perspectivas sino también los peligros. La razón
profunda de este fenómeno es siempre la misma: la forma atomizada de nuestra
agricultura, nuestra inferioridad técnica y la enorme superioridad de producción actual
del capitalismo mundial respecto a nosotros".
"La superioridad económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el
capitalismo produce, todavía, mercancías más baratas y al mismo tiempo mejores que
el socialismo. En otras palabras: la productividad del trabajo se encuentra, todavía, a
un nivel mucho más elevado en los países que viven según la ley de la inercia de la
vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a aplicar los
métodos socialistas en condiciones de barbarie heredadas.
"Nosotros conocemos la ley fundamental de la historia: la victoria pertenece en
última instancia al sistema que asegure a la sociedad humana un nivel económico más
elevado.
"La disputa histórica será decidida —aunque no sea de un sólo golpe— por el
coeficiente de comparación de la productividad del trabajo"6.
Trotsky resalta el aspecto crucial que explica lo ocurrido décadas después en los
antiguos países estalinistas. Aunque la economía planificada permitió a la Unión
Soviética hacer un enorme progreso en el desarrollo de los medios de producción, aún
iba por detrás de los países capitalistas desarrollados. En la medida que la burocracia
desarrollaba las fuerzas productivas el régimen estalinista tenía garantizada una
relativa estabilidad. En realidad, en los años treinta no sólo se desarrollaron las fuerzas
productivas, sino que se desarrollaron a un ritmo más rápido que en el mundo
capitalista. Esto explica la resistencia del régimen estalinista en aquel período y
también por qué las tendencias procapitalistas dentro de la burocracia no podían
cristalizar aún como una fuerza viable.
Sin embargo, Trotsky también señaló que en determinada etapa de su desarrollo, la
burocracia de ser un freno relativo se convertiría en un freno absoluto para el desarrollo
de las fuerzas productivas. La tasa de crecimiento se ralentizaría y esto reabriría la
posibilidad de la restauración capitalista. Exactamente lo que ocurrió en los años
sesenta y setenta. El crecimiento económico en la Unión Soviética primero se
desaceleró hasta alcanzar un nivel comparable con el Occidente capitalista y después se
estancó.
Una vez que se llegó a ese punto, según Trotsky había dos posibilidades: o los
trabajadores derrocaban a la burocracia, mientas preservaban la economía planificada
bajo el control obrero y la administración democrática de la sociedad, o se produciría el
regreso contrarrevolucionario al capitalismo.
La historia ha demostrado que lo último fue el destino de estos regímenes. En Rusia y
Europa del Este, que habían estado en crisis desde los años setenta, asistimos al
colapso del sistema cuando quedó claro que ya no podía desarrollar más la economía.
En Rusia, el sistema colapsó repentinamente y pasaron varios años antes de que la
economía finalmente se estabilizara y comenzara a desarrollarse una vez más sobre
bases capitalistas.

La burocracia china extrae las lecciones oportunas


En China los acontecimientos se han desarrollado de una forma algo diferente. La
burocracia china observó cuidadosamente lo que estaba ocurriendo en Rusia y el ala
representada por Deng Xiaoping sacó lecciones de la experiencia rusa y de su propio
pasado reciente. China tiene unas dimensiones continentales con una enorme
población, pero incluso este inmenso país no podía desarrollarse aislado del resto de la
economía mundial. El "socialismo en un solo país" ha demostrado ser un fracaso. El
régimen autárquico que intentó construir la burocracia bajo el liderazgo de Mao reveló
finalmente todas sus limitaciones.
El ala de Deng observó el proceso en Rusia y Europa del Este, el desarrollo de su
crisis y los tumultuosos acontecimientos vividos en 1989-1991, cuando, uno tras otro,
todos estos regímenes colapsaron y completaron la transición al capitalismo. Vieron
cómo la todopoderosa burocracia rusa, en su momento monolítica, se derrumbaba
como un castillo de naipes. En todos los antiguos países estalinistas de Europa del Este
y la Unión Soviética —especialmente en la antigua Unión Soviética— la economía sufría
una destrucción feroz de sus fuerzas productivas y la burocracia perdía el control del
proceso. Costó algún tiempo antes de que la economía se estabilizara y comenzara a
crecer de nuevo. En estos acontecimientos la burocracia china podía ver su posible
futuro. Por lo tanto, sacaron la conclusión de que no podían permitir que en China
ocurriera lo mismo, era necesario algún cambio político para evitar un colapso similar
en su propio país.
En el mismo período los acontecimientos de Tiananmen (1989) revelaron que la
burocracia china se podría enfrentar a un destino similar. Esto, junto con el colapso de
la Unión Soviética, tuvo un impacto tremendo en el pensamiento de los sectores
dirigentes de la burocracia. Su posición cambió, desde la utilización de los mecanismos
del mercado para conseguir aumentar la productividad, mientras mantenían el principio
de que el sector estatal debería ser el dominante, hasta llegar a la aceleración del
proceso que finalmente llevaría a la situación actual donde el sector económico
dominante es el privado.
De manera similar a lo que ha ocurrido en la Unión Soviética, según crecía la
economía con Mao también lo hacía el apetito de los burócratas, y la ausencia de
coordinación entre los diferentes sectores de la economía se magnificaba. Eso explica
fenómenos como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural. Mao estaba
intentando impulsar la economía con estos métodos mientras al mismo tiempo
intentaba frenar los excesos de la burocracia que ponían en peligro la estabilidad del
sistema.
En este sentido era similar a lo que Stalin hizo en los años treinta, atacando a
elementos dentro de la burocracia, pero siempre con el objetivo de preservar la
estabilidad del régimen. Stalin incluso tuvo que ejecutar a burócratas, golpeando al ala
más corrupta para salvar al conjunto de la burocracia. En la Revolución Cultural existía
un elemento de esto cuando se atacó a una capa de la burocracia china.
Demagógicamente Mao denunció a los "elementos capitalistas" para consolidar su
propia posición, mientras al mismo tiempo limitaba las formas más extremas de
corrupción que estaban minando todo el régimen.
En esencia, la Revolución Cultural no fue, como se pretendía en Occidente, un
movimiento de los trabajadores y los jóvenes imponiendo su voluntad sobre los
burócratas. Algunos autodenominados trotskistas como Mandel y compañía,
compararon la Revolución Cultural con la Comuna de París, demostrando así su total
incapacidad de entender lo que realmente estaba ocurriendo. Confundieron el
movimiento desatado por un ala de la burocracia china dirigido contra otra ala de la
burocracia, con la genuina insurrección de los trabajadores de París en 1871. No
entendían que la Revolución Cultural siempre estuvo controlada desde arriba, por Mao,
como árbitro supremo. Como ya hemos explicado, Mao con sus métodos, lejos de
impulsar la economía hacia adelante, sólo consiguió un mayor desbaratamiento y caos.
Durante tres años hubo un colapso completo tanto de la producción agrícola como
industrial, mientras muchas escuelas y universidades fueron clausuradas. El ala dirigida
por Deng Xiaoping estaba horrorizada y comenzó a sacar conclusiones de esta
experiencia.
Debemos entender que una economía planificada sólo puede funcionar eficazmente si
existe un control de la clase obrera a todos los niveles. El plan debe ser discutido en
cada uno de esos niveles por los trabajadores. Por eso la democracia obrera, el control
y gestión obrera, son elementos esenciales en el funcionamiento de un plan. Los
trabajadores, que también son los consumidores, tienen un interés material en
garantizar que el plan funcione eficazmente en todos los terrenos. El burócrata sólo
está interesado en cumplir su cuota, independientemente de la calidad o la coordinación
con el resto de la producción, porque así obtendrá sus primas. Además, una burocracia
centralizada no puede decidir todos los aspectos de la producción. Cuando todo
depende de un mando central burocrático se producen terribles distorsiones e
ineficacias. El plan global debe ser controlado a todos los niveles por los trabajadores.
Esto explica por qué el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural fracasaron. No
puedes luchar contra la burocracia con medios burocráticos. Así que estos dos episodios
simplemente acabaron intensificando los trastornos provocados por la burocracia.
Lo que ocurrió en la Revolución Cultural es significativo para entender los últimos
acontecimientos con Deng. La burocracia maoísta se había basado en las masas para
golpear a un sector excesivamente corrompido, provocando un riesgo implícito en la
situación. Permitir que las masas fueran más allá implicaba la posibilidad de perder el
control por parte del conjunto de la burocracia. Una vez que frenaron los excesos de
éste ala, Mao y sus seguidores reforzaron la lucha contra el movimiento que habían
desatado, y en 1969 dieron marcha atrás. Así, la principal consigna: "las masas tienen
razón, que el pueblo diga lo que es correcto", se convirtió en: "lo que es correcto es lo
que está en la mente del presidente Mao".
Reforzando la lucha contra las masas, la correlación de fuerzas giró, inevitablemente,
hacia el ala procapitalista. Mao tenía buenas razones para preocuparse por la actividad
de los trabajadores y los campesinos, que protagonizaron distintas oleadas huelguistas
y movimientos desde abajo en el período precedente, las últimas en 1966-1967 y en
1976 cuando hubo un resurgir de las organizaciones obreras para reparar los agravios
sufridos en materia de salarios y condiciones de vida. Asistimos a un fenómeno
bastante común en este tipo de regímenes: la tendencia de la clase obrera a ir más allá
de los límites establecidos por la burocracia. Lo que estaba descartado era que la
burocracia maoísta al defender el plan estatal llegara tan lejos como para entregar el
poder a los trabajadores. Esto hubiera significado la pérdida de sus privilegios.
En el contexto de estancamiento económico que vivió China a mediados de los
setenta, desde un punto de vista genuinamente marxista la única solución habría sido
introducir una verdadera democracia obrera. Por supuesto esto sería lo último que haría
la burocracia. No debemos olvidar que el ala de la burocracia que aún defendía el plan
lo hacía para luchar sus propios intereses, sus propios privilegios. Trotsky explicaba
este mecanismo en su obra En defensa del marxismo: "La burocracia ante todo está
preocupada por su poder, su prestigio y sus ingresos. Se defiende a sí misma mucho
mejor que defiende a la URSS. Se defiende a sí misma a expensas de la URSS y a costa
del proletariado mundial". Esa es la esencia de la naturaleza de la burocracia.
Un amplio sector de la dirección del PCCh respiró aliviado cuando la Revolución
Cultural terminó. Su afán era regresar a la estabilidad y disfrutar de sus privilegios
dentro del sistema.

Fin de la era Mao


Cuando Mao murió el ala procapitalista de la burocracia china pasó a la ofensiva y
planteó la cuestión del mercado, es decir, del mercado mundial. En realidad, Deng
Xiaoping y los demás tenían un propósito, puesto que era imposible separar China de la
economía mundial, deberían participar en el mercado mundial. Esa era la idea original.
Pero en ausencia de democracia obrera, la participación en el mercado mundial puede
servir como una prueba brutal de la mala administración y la ineficacia.
En las condiciones que prevalecían en China en los años setenta, incluso un partido
marxista revolucionario no habría excluido una especie de NEP, como hicieron los
bolcheviques a principios de los años veinte. En la medida que las palancas principales
de la economía seguían bajo el control del Estado, guiadas por el plan, estos métodos
se pueden utilizar para estimular y desarrollar la economía en un Estado obrero aislado.
Lenin consideró esta alternativa cuando ofreció a los capitalistas occidentales
concesiones en Siberia donde había muchas materias primas pero la economía estaba
subdesarrollada. El débil y joven Estado obrero no tenía los medios para explotar las
riquezas de Siberia. Lenin insistía que, en tal situación, la única forma de conseguir la
inversión y la tecnología necesarias para desarrollar las fuerzas productivas sería
otorgando concesiones al capital extranjero. La idea consistía en que ofreciendo la
posibilidad a los capitalistas de obtener un beneficio razonable, éstos desarrollarían la
región impulsando nuevos medios de producción, técnica, etc., lo que redundaría a su
vez en beneficio de la revolución.
En 1918 en su libro Acerca del infantilismo "izquierdista" y del espíritu
pequeñoburgués, Lenin afirma lo siguiente: "Nosotros, el partido del proletariado, no
podemos sacar de ningún sitio la pericia para organizar la gran producción, como los
trusts; no podemos sacarla de ningún sitio como no sea de los mejores especialistas del
capitalismo"7. Al año siguiente, el 4 de febrero, presentó una resolución en el Consejo
de Comisarios del Pueblo en la que decía: "El CCP... considera la concesión, en líneas
generales, a los representantes del capital extranjero, por principio, permisible en
interés de desarrollar las fuerzas productivas del país..." La diferencia por supuesto era
que en 1918-1919 no existían dudas sobre la naturaleza de la Unión Soviética. Era un
Estado obrero sano —o al menos un Estado obrero relativamente sano— donde estas
concesiones serían utilizadas para fortalecer el Estado obrero y no debilitarlo.
Debemos recordar también que el retraso de la revolución mundial obligó a los
bolcheviques a realizar estos compromisos, que eran aceptables en la medida que el
poder estatal estaba en manos de la clase obrera y el Estado mantenía el control de los
puestos de mando de la economía. El problema, sin embargo, fue que los capitalistas
extranjeros, lejos de llegar a acuerdos económicos con la Rusia soviética en 1921,
querían aplastarla.
Con la burocracia china la cuestión fue planteada de forma muy diferente. Los
capitalistas extranjeros podían llegar a acuerdos con la burocracia, pues ésta no estaba
interesada lo más mínimo en la revolución internacional, algo que quedó patente en las
magníficas relaciones que se establecieron entre el aparato del PCCh y el
archirreaccionario presidente de los EEUU Richard Nixon.
Después de la muerte de Mao la idea de abrir al país a la inversión extranjera cobró
fuerza entre la burocracia y Deng Xiaoping la personificó. En última instancia, el grueso
de la burocracia había llegado a la conclusión de que la autarquía había fracasado, que
China no se podría desarrollar aislada.
Deng había sido secretario general del partido, vicepresidente del partido y jefe del
Estado Supremo del Ejército, el segundo hombre de China después de Mao, pero fue
destituido de la dirección durante la Revolución Cultural. A pesar del alto rango de sus
cargos fue denunciado como un "monstruo", líder de una conspiración
contrarrevolucionaria que estaba siguiendo una "política capitalista". Lo significativo
fue, no obstante, que mantuvo su carné del partido. Normalmente cualquiera que
cayera en desgracia ante el "gran timonel" habría sido expulsado o habría sufrido algo
peor. Esto no ocurrió con Deng porque todavía conservaba un gran apoyo en el seno de
la burocracia. Mirando en retrospectiva incluso podría haberse atrevido a dar una
respuesta, porque la mayoría de los funcionarios del aparato del Estado —o al menos
sus capas superiores— apoyaba a Deng, pero no pudo hacerlo debido a la posición
dirigente de Mao. En cualquier caso, cuando lo peor de las purgas iniciadas con la
revolución cultural pasó, Deng fue nombrado de nuevo, en enero de 1974, miembro del
Politburó.
La importancia del apoyo de Deng dentro de la burocracia se confirmó tras la muerte
de Mao. La "Banda de los cuatro", que incluía a la viuda de Mao, jugaba con la idea de
continuar la Revolución Cultural. Sin embargo, las verdaderas ideas del ala dominante
de la burocracia estaban claras. La "Banda de los cuatro" fue arrestada el 6 de octubre
de 1976 y jamás recuperaron sus puestos de poder. Mientras, Deng emergió como líder
del partido en 1978.
Es en ese período cuando se establecen las bases de todo el desarrollo posterior. El
debate dentro del Partido Comunista sobre la apertura de la economía a la inversión
extranjera comenzó en 1977-1978. El ala de Deng recurrió al término "socialismo de
mercado" para describir lo que estaba proponiendo. Afirmaban que la era Mao había
dejado la economía en el caos, algo que no era del todo cierto porque, a pesar de los
trastornos, durante aproximadamente veinticinco años la economía avanzó
rápidamente.
Lo que sí es cierto es que cuando la economía se hizo más sofisticada, el sistema de
mando burocrático comenzó a mostrar sus limitaciones. Como en la Unión Soviética,
existía falta de coordinación entre los diferentes sectores productivos, desequilibrios en
la inversión, sobreproducción de ciertos productos y baja producción de otros. La
chapuza, la corrupción, el sabotaje, el despilfarro y el caos a gran escala se extendían
con rapidez. La productividad en la industria estaba decayendo, mientras se fortalecía
las tendencias inflacionarias, la escasez de bienes de consumo y el descontento social.
Esta situación comenzó a tener un impacto sobre las necesidades de los trabajadores
y campesinos que cada vez estaban más inquietos. Este estado de cosas se podría
haber superado mediante la introducción de una genuina administración y control
obrero en la economía, pero para que eso ocurriera habría sido necesaria una
revolución política que hubieses derrocado a la burocracia. El aparato burocrático, como
la experiencia atestiguaba, no iba a renunciar a su poder tan fácilmente. La idea de
Deng y la del ala de la burocracia a la que él representaba, era continuar la tarea de
desarrollar las fuerzas productivas y mejorar la productividad con los estímulos de
mercado, aplicando al mismo tiempo las técnicas más avanzadas. Algo que sólo se
podía conseguir abriendo el país a la inversión extranjera y participando en el mercado
mundial.
Si el poder estatal hubiera estado en manos de los trabajadores podrían haber
frenado las tendencias hacia la restauración capitalista. Pero el poder estatal estaba en
manos de la burocracia y, en estas condiciones, la introducción de incentivos
capitalistas suponía un peligro real de destrucción total de la economía planificada a lo
largo de todo un período.
No obstante, no se debería abordar este proceso, que se ha prolongado a lo largo de
treinta años, desde un punto de vista mecánico. Sería fácil, con la ventaja que da el
tiempo transcurrido, afirmar que cuando Deng llegó al poder, en 1978, la burocracia
tenía una estrategia clara para restaurara el capitalismo, pero tal afirmación sería un
error. La burocracia se mueve empíricamente, dependiendo de sus necesidades en cada
momento determinado. Incluso en la Rusia estalinista hubo períodos de mayor apertura
a las fuerzas de mercado y a la descentralización, seguidos por períodos de
recentralización. Estos zigszags representaban intentos de la burocracia para hacer
avanzar la economía, por que era absolutamente consciente de que si no desarrollaba
los medios de producción arriesgaba su propia posición privilegiada.

El giro de Deng en 1978


Fue esta consideración la que llevó al Partido Comunista Chino a finales de los años
setenta a sacar la conclusión de que era necesario abrirse a la inversión extranjera. En
diciembre de 1978 el Comité Central del Partido celebró un pleno histórico en el que se
discutió el nuevo giro. Aunque en sus decisiones finales mantenía formalmente que la
planificación centralizada seguiría siendo la forma dominante, introducía elementos de
descentralización y estimulaba la creación de empresas privadas.
Finalmente la dinámica de los acontecimientos llevó a Deng a sugerir en 1979 la
creación de cuatro zonas económicas especiales abiertas a la inversión extranjera: dos
alrededor de Hong Kong y Macao, y otras dos en las provincias de Guangdong y Fujian,
en la costa sureña. Inicialmente había bastantes restricciones a los niveles y tipos de
inversión que podían hacer los capitalistas extranjeros. Esto indica lo que dijimos antes,
que incluso el ala de Deng veía estas medidas como un medio de modernizar las
fuerzas productivas, mientras mantenía el carácter centralizado de la planificación
económica en manos del Estado.
Al principio eran muy cautos y sólo hicieron concesiones limitadas y precisamente
debido a las restricciones, las cuatro zonas especiales no tuvieron, de inmediato, tanto
éxito como se esperaba. Estos resultados llevaron a que en 1983 se levantaran las
restricciones y, por ejemplo, se permitiera funcionar a empresas de propiedad
totalmente extranjera. A pesar de que no había una estrategia totalmente acabada, una
vez que la burocracia se embarcó en este camino comenzó a desarrollar una lógica
propia. La burocracia encontró cada vez más difícil reglamentar las fuerzas de mercado.
Si querían que los capitalistas invirtieran, tenían que crear las condiciones favorables
para ello.
Mientras se estaban creando estas zonas especiales, se desarrollaba al mismo tiempo
un proceso semejante en la agricultura. El viejo sistema agrario colectivizado comenzó
a ser desmantelado y se introdujeron las reglas de la producción privada, a través del
"alquiler" de la tierra a las familias. Legalmente la tierra seguía siendo propiedad
estatal —y lo es hasta el día de hoy— pero en la práctica se convertía en propiedad
privada. Por ejemplo, la tierra alquilada se podía traspasar a la descendencia. Este
cambio llevó a una situación en la que a finales de los años ochenta los que habían
alquilado la tierra incluso vendían el alquiler o lo dejaban como una herencia.
Esta apertura a la privatización de la propiedad de la tierra llevó a una diferenciación
dentro del campesinado: mientras un sector se enriquecía, otro perdía su fuente de
sustento y se veía obligado a emigrar a las ciudades. Por un lado hubo un aumento de
la productividad de la tierra y por el otro el empobrecimiento de capas importantes, lo
que provocó una afluencia de mano de obra barata que serviría como base para el
desarrollo del capitalismo en las ciudades.
Asistimos a un fenómeno similar al que tuvo lugar en Rusia después de 1861 con la
disolución del Mir, la vieja comuna agrícola. Cuando las comunas desaparecieron, los
campesinos comenzaron a trasladarse a las ciudades, proporcionando la mano de obra
necesaria para el desarrollo del capitalismo entre 1880 y 1912. Lo que está ocurriendo
hoy en China es semejante pero a una escala mucho mayor que la vista en Rusia.
También se puede comparar con el proceso de los primeros días del capitalismo
británico, con la expulsión brutal de los campesinos de la tierra obligados a vivir a las
ciudades en unas condiciones atroces. Incluso se podría comparar con el período del
Salvaje Oeste durante la expansión del capitalismo en EEUU. Lo que estamos viendo en
China contiene elementos de todos estos ejemplos históricos, pero no tiene
precedentes tanto en términos de envergadura como en la velocidad del proceso.
Una de las primeras medidas introducidas por el régimen chino para intentar atraer la
inversión extranjera fue la creación de un "mercado laboral" adecuado. De este modo
se aprobaron una serie de reformas que permitieron a los administradores de las
empresas estatales seleccionadas acabar con el llamado empleo "para toda la vida". Se
introdujo la idea de que los trabajadores podían ser despedidos.
Unos años después, en 1983, el Estado dio un paso más, permitiendo que las
empresas estatales pudieran contratar trabajadores durante un período de tiempo
limitado. Este nuevo sistema significó que los trabajadores recién contratados no
disfrutarían de los beneficios del estado del bienestar que habían logrado los obreros
estatales en el pasado. En 1987 había 7,5 millones de trabajadores con contratos de
este tipo en empresas estatales.
En el mismo período, la fuerza laboral del sector privado comenzó a crecer de
aproximadamente un cuarto de millón en 1979 a 4,3 millones en 1984, principalmente
en empresas muy pequeñas. Al principio, se impuso un límite al número de
trabajadores que podían ser empleados en empresas privadas, pero en 1987 este límite
se eliminó. Además se permitió desarrollar una forma encubierta de empresa privada,
en forma de Town Village Enterprises (TVE), empresas que serían controladas y
dependientes de los ayuntamientos, pero cuya actividad se orientaba a la obtención de
beneficios, funcionando al fin y al cabo como empresas capitalistas.
A pesar de todo, durante este período el sector estatal continuó dominando y guiando
todo el proceso económico. A mediados de los años ochenta el sector estatal todavía
empleaba aproximadamente al 70% de la fuerza laboral urbana, pero la situación de
estos trabajadores estaba cambiando: cada vez un número mayor se veía obligado a
aceptar contratos de trabajo temporales.
El cierre de las empresas controladas por el Estado provocó un fenómeno
anteriormente desconocido: el del desempleo. A esto hay que añadir que poco después
de la introducción de las primeras "reformas de mercado", la inflación comenzó a
dispararse agudizando el malestar social. En 1981 y temiendo las consecuencias
políticas de estos hechos, el régimen decidió ralentizar el proceso, un recurso que se
repetiría en cada nueva crisis. Pero el resultado de este mecanismo era siempre el
mismo: después de la desaceleración inicial y el reequilibrio de la situación, la
burocracia decidía avanzar y acelerar el proceso. Nunca dio pasos atrás fundamentales.
En 1982 las cifras oficiales del Partido señalaban que el sector estatal era el
dominante. Pero en 1984 se dieron nuevos movimientos en dirección a una mayor
libertad de acción para el capital privado. Cada vez se ponía más énfasis en la
producción privada y el mercado. Los precios de la mayoría de los bienes de consumo y
productos agrícolas se liberalizaron. A partir de ese momento el mercado sería la fuerza
que decidiría el nivel de precios.
El XII Congreso del Partido Comunista celebrado ese mismo año, aprobó la idea de
transformar el país en una "economía de mercado planificada", una absoluta
contradicción expresada incluso en la terminología utilizada por el régimen. El área
dominada por las zonas económicas especiales se amplió añadiendo otras catorce
ciudades de la línea costera. Un año después se sumaron las regiones de los deltas del
río Pearl, el río Min y el río Yangtze. Básicamente, toda el territorio de la línea costera
de China fue abierto a la inversión extranjera.
El proceso continuó acelerándose en 1986 cuando se adoptaron nuevas medidas:
mayor facilidad para la inversión extranjera; impuestos más bajos; más libertad para
contratar y despedir; acceso más fácil a las divisas. Como parte de este proceso se
eliminaron los empleos para toda la vida; se abolió el sistema igualitario de salarios
vinculándolos a la productividad y se renovó la legislación a favor de los contratos
temporales, todo muy familiar para los trabajadores de Occidente.
En el XIII Congreso del Partido, en 1987, se hicieron nuevas propuestas para
desarrollar una "economía orientada a la exportación". El crecimiento de la capacidad
industrial exigía la importación de maquinaria y otros bienes. Como consecuencia, a
mediados de los años ochenta presenciamos un aumento profundo del déficit comercial
chino, combinado con otra explosión de las presiones inflacionistas. Entre 1988 y 1989
hubo una tasa anual de inflación del 18%. El poder adquisitivo real de las familias de la
clase obrera fue golpeado duramente.
La inestabilidad social que esto provocó obligó al régimen a ralentizar el proceso.
Bajo presión, a finales de 1988, la burocracia puso el freno a las llamadas "reformas" y
en un intento de conseguir controlar la inflación restringió la oferta monetaria, lo que
provocó un nuevo fenómeno en la economía china: la recesión de 1989. Las
consecuencias se dejaron sentir inmediatamente: se agudizó el malestar social seguido
por una oleada de huelgas. Fue en este contexto donde estalló el movimiento de masas
de la Plaza de Tiananmen en Pekín.
¿Qué representó el movimiento de Tiananmen? En 1989 estaban presentes
claramente los elementos de una revolución política contra la burocracia. Aunque no es
la cuestión que pretende abordar este documento, la revuelta de Tiananmen fue un
auténtico levantamiento revolucionario. Decenas de miles de estudiantes salieron a las
calles y ocuparon la principal plaza de China entonando La Internacional. Durante días
el movimiento dejó muy claras sus intenciones: no estaban a favor del capitalismo ni
eran contrarrevolucionarios. Aspiraban precisamente a terminar con los privilegios de la
burocracia y su gobierno despótico. Pero lo que comenzó como una protesta estudiantil
y juvenil se extendió a los trabajadores, lo que aterrorizó al régimen y convenció al ala
estalinista para ahogar al movimiento en sangre. Mediante una represión brutal, el
régimen pudo asegurarse el control de la situación.
Cuando nos preguntamos en qué momento se produjo el punto de inflexión clave del
proceso de restauración capitalista, es bastante arriesgado señalar uno sólo, tratándose
de un proceso global que comenzó hace casi treinta años. Pero se han producido
acontecimientos que han contribuido a acelerar el proceso y Tiananmen fue uno de
ellos.
Después de aplastar las protestas de Tiananmen el péndulo giró a la derecha. El
movimiento de masas de Tiananmen despertó las esperanzas de muchos jóvenes y
trabajadores, pero fueron derrotadas. Una vez que la burocracia se sintió segura de
nuevo, el movimiento en dirección al capitalismo se intensificó.
Mientras tanto, tenemos que recordar lo que estaba ocurriendo en Europa del Este y
la Unión Soviética. A partir de 1989 todos los antiguos regímenes estalinistas de Europa
del Este colapsaron uno tras otro. La burocracia perdió el control de la situación y se
inició la transición caótica hacia el capitalismo. La Unión Soviética resistió un poco más,
pero finalmente sucumbió y el viejo régimen estalinista colapsó en 1991. Como ya
hemos señalado, estos regímenes estaban tan corrompidos que apenas hubo
resistencia por parte de la burocracia. En Rusia, donde la perspectiva de una guerra
civil era real, los estalinistas de la línea dura demostraron ser tan corruptos que no
presentaron ninguna resistencia seria. El sistema al que representaban había alcanzado
sus límites y se derrumbó.
Estos acontecimientos tuvieron, sin duda, un fuerte impacto en los estalinistas
chinos. Hasta entonces habían estado introduciendo reformas de mercado, abriendo
zonas enteras de China a la inversión capitalista, pero el sector estatal aún seguía
siendo el dominante, y la posición del partido era que debería seguir siendo así. Las
palancas del control económico todavía se encontraban en manos de la burocracia. El
proceso todavía podía ser revertido. Pero la burocracia no tenía interés en dar marcha
atrás. Como ya hemos dicho, nunca dieron un paso atrás. Enfrentados a momentos de
inestabilidad el proceso se ralentizó, pero nunca dieron marcha atrás.

1992: ‘Economía socialista de mercado con características chinas’


El efecto combinado de las protestas de Tiananmen y el colapso del estalinismo en
Europa del Este y la Unión Soviética, tuvo un impacto profundo en la burocracia china.
Después de estos acontecimientos la dirección del Partido Comunista decidió acelerar el
proceso de "reforma de mercado". Comenzó a considerar la restauración capitalista
como la solución a su propia crisis, pero estaba decidida a que el proceso se
desarrollara bajo su firme control. En esencia, esto significaba que la burocracia estaba
preparando el terreno para transformarse en una nueva clase capitalista.
El hecho de que la burocracia se moviera en esta dirección no significaba que
necesariamente consiguiera completar el proceso de restauración capitalista. Una cosa
es declarar una intención y otra es conseguirlo. Si se hubiera producido una crisis seria
en el Occidente capitalista a una escala similar a la del crac de 1929, las cosas se
podrían haber desarrollado de una manera diferente. Pero esa posibilidad no se
materializó. El boom en Occidente se prolongó debido a una serie de factores que
hemos tratado en otros documentos, de tal manera que nuevas contradicciones se
están acumulando preparando una crisis aún mayor. Pero la burocracia china no
comprende esto. No tiene una posición marxista ante estos procesos y reacciona
empíricamente a los acontecimientos. El capitalismo estaba experimentando un boom a
escala mundial mientras el estalinismo colapsaba y eso es todo lo podía ver.
Las conclusiones que la burocracia china sacó de todos estos acontecimientos
quedaron claras en 1992. Ese año se celebró el XIV Congreso del Partido, que
oficialmente sancionó el abandono de una economía dominada por el sector estatal,
dando paso a una nueva y original formula: la "economía socialista de mercado con
características chinas". Ese mismo año Deng inició una nueva etapa en el "programa de
reformas", como él lo llamaba. Hizo una visita a la zona especial de Shenzen y realizó
una de sus más famosas declaraciones: "En la medida que hace dinero es bueno para
China". Este fue otro importante punto de inflexión en el proceso.
Los mecanismos del mercado llevaban algún tiempo funcionando en China. Lo
significativo de 1992 fue que el Partido decidió abandonar oficialmente su compromiso
con el mantenimiento de las empresas de propiedad estatal como el sector económico
dominante, optando de este modo por el hundimiento del sector público. Desde ese
momento se impulsó con fuerza la privatización de las empresas de propiedad estatal.
En torno a 2.500 empresas locales dirigidas por el Estado y 100 empresas centrales
fueron seleccionadas y obligadas a llevar a cabo esta conversión, que se completó por
entero en 1998.
A finales de los años noventa las empresas estatales representaban en las zonas
urbanas sólo un tercio del empleo, cuando en 1978 el 78% del empleo urbano se
localizaba en el sector estatal.
En este mismo período, la contribución de las empresas estatales al PIB había caído
hasta el 38%. En septiembre de 1999 en el IV Pleno del XV Congreso del Partido se dio
otro paso en la dirección señalada. Pasaron a la posición: "dejar a un lado la política",
es decir, el Estado relajó el control de las empresas estatales de tamaño medio y
pequeño. En julio de 2000, por ejemplo, el gobierno de la ciudad de Pekín, que abarca
una zona muy extensa, anunció que la propiedad estatal y colectiva en las empresas
estatales pequeñas y medianas estaría desfasada en tres años. En 2001 las empresas
estatales sólo suponían el 15% del total del empleo manufacturero y menos del 10%
del comercio interior.
China sobrevivió al crac bursátil del Sudeste Asiático, en parte porque todavía
mantenía un cierto grado de control estatal sobre el comercio exterior y por la no
convertibilidad de su moneda. Estos dos factores protegieron a China de los efectos de
esa crisis, de la que salió fortalecida, asumiendo un papel dominante en la región.
Después, en el período que abarca desde 1998 a 2001, hubo una nueva aceleración del
proceso. La jerarquía del Partido Comunista estaba totalmente convencida de que las
empresas privadas eran más eficaces que las empresas dirigidas por el Estado. Las
únicas empresas de propiedad estatal que podían concebir eran las que existían bajo el
plan burocrático, condenadas a la mala gestión que ello implicaba. No podían concebir
industrias estatales eficientes bajo control obrero.
Un documento titulado China’s Ownership Transformation, publicado en 2005,
proporciona algunas cifras interesantes al respecto. El texto fue escrito por Ross
Garanaut, Ligang Song, Stoyan Tenev y Yang Yao, de la International Finance
Corporation, Universidad Nacional Australiana, China Centre for Economic Research y
de la Universidad de Pekín, respectivamente. El documento fue publicado por la
International Finance Corporation, una rama del Banco Mundial, y esta disponible en
Internet en la siguiente dirección:
http://www.ifc.org/ifcext/publications.nsf/attachmentsbytittle/
China_content($FILE/China_content_foreword_preface_pdf
Los autores del mismo insisten en que la privatización comenzó de verdad en 1992.
Haciendo referencia a los hechos de 1995 señala lo siguiente: "el Estado decidió
mantener entre 500 y 1.000 empresas estatales grandes y permitir que las pequeñas
empresas fueran alquiladas o vendidas". Existía una buena razón para ello, pues en
1997 las 500 empresas estatales más grandes —la mayoría controlada por el gobierno
central—, concentraban el 37% de los activos industriales del Estado y proporcionaban
grandes ingresos al Estado.
El documento, cuando hace referencia al período en que se estaba acelerando el
proceso, afirma que "la tendencia reflejaba la creencia de que para la completa
transformación de una empresa es necesario que la administración posea la mayoría de
las acciones". Y siguiendo la tradición china, la consigna que daba sentido al anterior
razonamiento se concretó: "el sector estatal se retira y el sector privado avanza".
Inventaron la consigna para que el mensaje llegara a las masas.
Muchas de las cifras incluidas en este material muestran el perfil del proceso y
revelan su aceleración. Por ejemplo, el documento explica que: "Si esta interpretación
se extiende al resto del país [partiendo de una muestra referida a seis ciudades]
entonces la privatización en China ha ido ya más lejos que en Europa del Este y que en
los países que integraban la antigua URSS".
Sin embargo, no se trata del recurso simple de venderlo todo. No es una cuestión de
mirar los porcentajes de la propiedad estatal y la privada (aunque en última instancia
este es un factor decisivo). No es simplemente cuánto está en manos del Estado, sino
también cuánto de ese sector que permanece en manos del Estado aún funciona y con
qué objetivo. Es por tanto necesario observar cuidadosamente la dirección global del
proceso y si éste, inexorablemente, se dirige hacia el capitalismo. En 1992 el 40 por
ciento de las ventas procedían del sector privado. En 1991 había 13 millones de
industrias privadas con 21 millones de trabajadores, —fundamentalmente pequeñas
empresas— pero era sólo el principio. En los pueblos introdujeron concesiones a los
campesinos ricos como el alquiler de la tierra y permitieron que pudieran vender sus
productos en el mercado, provocando una mayor diferenciación entre campesinos ricos
y pobres. En 1998 todavía había 238.000 empresas controladas por el Estado, pero en
2003 la cifra había caído a 150.000. Las dificultades en el camino son todavía
evidentes. Por ejemplo, en el proceso de transformación capitalista todavía no se ha
desarrollado una burguesía que sea capaz de dirigir las principales corporaciones chinas
a la escala de algunas multinacionales estadounidenses o japonesas sin la ayuda del
Estado. El Estado continuará jugando un papel clave durante algún tiempo, pero
finalmente surgirá una poderosa burguesía.
La burocracia ha estado vendiendo la mayoría de las pequeñas y medianas empresas,
estimulando al mismo tiempo el desarrollo de empresas privadas que nunca estuvieron
en manos del Estado. En estos momentos 450 de las 500 principales multinacionales
operan en China, lo que muestra un desarrollo muy rápido el sector privado frente al
sector estatal. Y si miramos lo que queda del sector estatal, comprobaremos que una
parte de él se está preparando para una nueva privatización. Los grandes
conglomerados estatales están siendo divididos en diferentes empresas con un criterio
muy claro: los sectores ineficientes se cierran y los rentables se venden.
Los directores de las empresas estatales están muy ocupados participando en el
desmantelamiento de los bienes públicos. Además tienen buenos amigos y contactos en
el sector privado, a los que permiten disponer de la mejor maquinaria, los mejores
componentes, etc., mientras dejan que sus empresas se desmoronen y entren en
declive. El sentimiento dominante entre estos directores es que "esta fábrica tarde o
temprano será privatizada y yo voy a facilitarlo". En resumen, el objetivo es reducir la
empresa estatal a una situación donde valga lo menos posible para poder venderla
barata. En muchas ciudades los ayuntamientos deciden la mejor manera de conseguir
que una empresa en funcionamiento pueda ser vendida a un precio barato a los mismos
directores y de este modo consiguen que no se desmantelen. La idea es que cuando los
directores se hayan convertido en propietarios utilizarán estos bienes para desarrollar
las empresas y entonces cosecharán beneficios.
A lo largo de este proceso de privatización, los trabajadores han pagado un alto
precio con la pérdida de millones de puestos de trabajo. En el período de 1990 a 2000,
se destruyeron 30 millones de empleos en el sector público. Apareció el llamado
"cinturón oxidado" en las zonas industriales tradicionales, como en el Noreste, el
corazón del viejo plan estatal de China. Durante un período de varios años todas las
conquistas de la revolución de 1949 fueron poco a poco eliminadas y, aunque hubo
conatos de resistencia por parte de la clase obrera, la burocracia avanzó
implacablemente. La burocracia ha sometido al libre mercado la asistencia sanitaria, la
vivienda y el trabajo. Incluso ahora hay que pagar por la educación.

Las Town Village Enterprises (TVE)


Como hemos señalado anteriormente, otro elemento importante en el desarrollo del
capitalismo ha sido el crecimiento de las Town Village Enterprises (TVE). Las TVE
aportan ahora en torno al 30% del PIB, pero su naturaleza no siempre está clara y
tienen un carácter contradictorio. Simplemente sería imposible para los burócratas
privatizar estas empresas sin generar un caos político y económico. Privatizarlas de una
vez habría significado que muchas empresas, y en realidad muchos sectores, habrían
cerrado o quebrado. Esto habría significado el final del dominio del PCCh.
La introducción de las TVE fue simplemente una medida transicional en el camino
hacia la privatización total. Permite a los directores y otros sectores parasitarios de la
sociedad ganar tiempo para acumular el capital necesario para hacerse con la
propiedad de estas empresas. Constituyen, en definitiva, un ejemplo perfecto de cómo
las viejas empresas estatales y el sector estatal sirven a los intereses del capitalismo en
China, nutriendo y apoyando a los nacientes elementos burgueses de la sociedad hasta
que puedan asumir directamente la propiedad. En algunos casos, las TVE son empresas
municipales; en otros, sociedades conjuntas con capitalistas privados. En cualquier
caso, todas funcionan como empresas capitalistas y gradualmente están cayendo en
manos de los capitalistas.
Las TVE son incluidas algunas veces en las estadísticas para demostrar que la
economía es aún propiedad pública, incluso para justificar que existe todavía un
importante sector de economía "socialista". Pero una mirada más cercana revela una
imagen diferente. El número de TVE pasó de 1,5 millones en 1987 a 25 millones en
1993, empleando a 123 millones de trabajadores, pero desde 1996 su número ha ido
descendiendo según se iban privatizando totalmente. Incluso cuando siguen siendo
empresas estatales o municipales, funcionan como empresas privadas donde la
dirección tiene el derecho a contratar y despedir trabajadores.
Según Hart-Landsberg and Burkett, los estudios han demostrado que: "... como
media los trabajadores de las TVE pueden ganar salarios base más bajos que el salario
mínimo, y deben completar el resto a través de las horas extras y cuotas de
producción. Incluso el salario base no está garantizado porque el salario mínimo es
establecido por las autoridades municipales cuyos intereses materiales, tanto
institucional como privadamente, están atados a la maximización del beneficio. En
realidad, la competitividad y márgenes de beneficio de las TVE están en gran parte
relacionadas con la oferta abundante de mano de obra rural baratísima, liberada por la
disolución del sistema comunal y el empobrecimiento de familias campesinas
individuales" (China and Socialism – Market Reforms and Class Struggle, p. 45).
El destino de las TVE esta estrechamente vinculado a todos los procesos que se están
desarrollando en la economía. Cuando el sector privado se convirtió en dominante, las
TVE se adaptaron a esta situación. Como explican los autores del trabajo anteriormente
citado: " en el marco de las nuevas oportunidades para la producción privada, ha sido
igualmente devastador para las TVE que muchos administradores comenzaran a
transferir ilegalmente los activos o productos de las TVE a empresas privadas donde
podrían conseguir mayores beneficios. Este desmantelamiento de bienes se aceleró a
mediados de los años noventa, después de que el Partido se comprometiera con la
privatización de las pequeñas empresas estatales (…) Enfrentados al declive de
beneficios y la desindustrialización, los funcionarios de los distritos y aldeas siguieron la
estela de los funcionarios estatales y comenzaron a vender las TVE a principios de
1996" (Ibíd.).

Utilizando el Estado para construir un capitalismo fuerte


La burocracia china no quiere convertirse en una presa de la dominación imperialista y
no va a permitir que eso ocurra. Sabe que debe mantener un sector capitalista chino
fuerte y lo está haciendo acumulando y fortaleciendo algunas de las empresas
estatales. Tiene a su disposición enormes cantidades de capital y los bancos estatales
son utilizados para inyectar dinero en estas empresas estatales.
Según los autores de China’s Ownership Transformation: "El gobierno chino ha
fortalecido más de veinte corporaciones y conglomerados gigantescos que han
demostrado ser competitivos en el mercado internacional. Algunas de estas empresas
han despedido a decenas o cientos de miles de trabajadores, no porque tengan
problemas económicos, algunas de ellas son enormemente rentables, sino porque
desean colocarse en posición para ser jugadores internacionales importantes. En 2002,
las doce principales corporaciones transnacionales chinas, principalmente de propiedad
estatal, controlaban más de 30.000 millones de dólares en activos extranjeros, tenían
unos 20.000 empleados extranjeros y unas ventas en el extranjero de 33.000 millones
de dólares".
Aunque son propiedad del Estado éstas corporaciones estatales chinas están siendo
preparadas para competir con las estadounidenses, japonesas, etc., sobre bases
capitalistas. El citado documento incluye una tabla titulada The Composition Of China’s
GDP By Ownership Types, que muestra que en 1988 el sector estatal suponía el 41%
del PIB, cifra que se reducía en 2003 al 34%. Lo que ellos llaman "Sector Privado
Verdadero" en el mismo período de 1988 a 2003 había pasado del 31 al 44% del PIB.
Pero si miramos el global del sector no estatal, en 2003 contaba con el 66% del PIB. El
documento concluye haciendo la siguiente observación: "el sector privado es ahora el
sector dominante de la economía china (…) la parte del sector privado es incluso mayor
si tenemos en cuenta que un porcentaje significativo de las granjas colectivas en
realidad están bajo control privado y que el sector privado en general es más
productivo que los demás sectores de la economía".
Un fenómeno similar se desarrolló antes en otro lugar y a una escala más pequeña.
En Corea del Sur el Estado creó las grandes empresas, pero de ninguna manera se
podía definir como un estado obrero deformado o ni siquiera un estado en transición.
Era un capitalismo que sólo podía construirse sobre la base de la inversión estatal de
capital, porque la burguesía era demasiado débil como para hacerlo. En el contexto
chino vemos un proceso similar a una escala mucho mayor. Aunque se está creando
una burguesía mucho más fuerte en China, todavía no tiene los recursos para dirigir y
desarrollar las principales empresas, muchas de las cuales todavía son propiedad
estatal. Por lo tanto, es el Estado bajo control de la burocracia el que gobierna China y
este Estado está construyendo el capitalismo y desarrollando la burguesía.
Si se analiza la legislación china de los últimos tres o cuatro años se observan
importantes modificaciones para que el marco legal se adecue a las nuevas relaciones
de propiedad. En 2004 se produjeron cambios importantes en la Constitución,
insistiendo en el papel del sector no estatal en el apoyo a la actividad económica del
país y la protección de la propiedad privada frente a las injerencias arbitrarias.
Hasta hace poco en China existían leyes que regulaban o impedían que las empresas
privadas participaran en ámbitos como los servicios públicos o el sector financieros. En
2005 se eliminaron estas leyes, permitiendo a las empresas privadas entrar en estos
sectores. En el caso fundamental de la banca, la burocracia esta comenzando a
privatizar una parte importante de la misma, permitiendo al capital extranjero optar a
su control.
En China las relaciones de propiedad han cambiado, pero aunque se ha hecho mucho
para que la estructura legal corresponda con ellas, todavía hay remanentes del viejo
sistema legal. El desarrollo de las nuevas relaciones de propiedad en realidad pueden
entrar en conflicto con las viejas formas legales; que no necesariamente se adaptan
inmediatamente a la base económica. Tarde o temprano, sin embargo, esta
"superestructura" debe corresponder con la infraestructura, es decir, a las relaciones de
producción dominantes. Carlos Marx señaló en 1859 en el prefacio de la Contribución a
la crítica de la economía política: "Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las
fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones
de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto,
con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta
entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se
convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la
base económica, se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa
superestructura erigida sobre ella" (El subrayado es nuestro).
En China no estamos tratando con una revolución social, sino con una
contrarrevolución. No obstante, la idea de Marx sigue siendo válida. Una vez que
cambian las relaciones de propiedad, la superestructura legal debe reflejar este hecho.
Así que podemos esperar que el proceso de adecuar la "superestructura" legal a la base
económica continuará rápidamente. Aunque hay alguna oposición dentro de ciertas
capas de la burocracia, "tarde o temprano", las dos deben estar en correspondencia8.

La entrada en la OMC
Otro momento decisivo clave llegó en noviembre de 2001 cuando China decidió entrar
en la Organización Mundial del Comercio. La cuestión de la entrada en la OMC es
importante. Al solicitar el ingreso en la OMC, China se comprometía a abandonar en
cinco años todo el monopolio estatal sobre el comercio exterior y desde entonces lo
están haciendo paso a paso. La razón por la que China entró en la OMC es obvia. La
economía china sólo puede desarrollarse estrechamente vinculada a la economía
mundial. Depende mucho de las exportaciones y tiene que llegar a acuerdos
comerciales internacionales. Debe participar plenamente en la economía mundial, lo
que a su vez acelera el proceso de transformación capitalista dentro de China.
El abandono del monopolio estatal del comercio exterior es un factor importante en la
apertura de China al capitalismo. Debemos recordar que uno de los elementos clave en
el programa bolchevique, y que Trotsky defendía firmemente frente a Stalin y Bujarin,
era que el Estado obrero rodeado por un mundo capitalista debe mantener el monopolio
estatal del comercio exterior. Esto era especialmente decisivo en el caso de un país
subdesarrollado.
Bujarin, exactamente igual que la burocracia china pero con ochenta años de
diferencia, también defendió la falsa idea de que para desarrollar la economía soviética
era necesario permitir que una capa del campesinado se enriqueciera, confiando que los
incentivos materiales producirían un incremento de la producción. Es evidente, sin
embargo, que no tenía ni idea de hacia donde conducirían sus planteamientos. No
concebía su postura como algo que llevaría a la restauración de las relaciones
capitalistas. Pero de haber prevalecido su posición se habría producido un regreso al
capitalismo en la Unión Soviética tan pronto como en 1928. Incluso en aquel momento
las presiones del capitalismo se dejaban sentir con fuerza. Hay paralelos entre Deng y
Bujarin. Incluso el lenguaje que utilizaban era similar. Deng lanzó la consigna: "hacerse
rico es glorioso", mientras que Bujarin decía a los campesinos: "¡Enriqueceos!". En
esencia, el monopolio estatal del comercio exterior era una medida protectora contra la
influencia capitalista del exterior.
Si se analiza la historia del capitalismo en los países desarrollados se comprueba que,
en sus primeras etapas, el proteccionismo se utilizó para proteger los mercados
internos; más tarde, el libre comercio se convirtió en la consigna de las potencias ya
maduras económicamente, una vez habían desarrollado industrias modernas y
competitivas que no necesitaban del proteccionismo.
Hasta hace poco este también era el caso en los países subdesarrollados. Pakistán,
por ejemplo, tenía muchas medidas y aranceles proteccionistas hasta hace unos veinte
años. Pero en el período reciente han tenido que abrir su mercado interno. Los
imperialistas están dictando la política de estos países y no pueden tolerar medidas
proteccionistas, aunque al mismo tiempo guarden celosamente sus propios mercados,
como es el caso del sector agrícola, etc.
La diferencia ente China y Pakistán es que la imposición de la apertura de los
mercados en este último país, ha supuesto la destrucción de miles de industrias y
fábricas. El nivel de la industria pakistaní era demasiado lento para resistir la
competencia extranjera. Sin embargo, China no es Pakistán y el gobierno chino debe
razonar de una forma concreta: "Somos suficientemente fuertes y tenemos la
productividad necesaria para hacer frente a la competencia extranjera", lo que por otra
parte provoca medidas de represalia, especialmente por parte de EEUU, donde el
proteccionismo se está planteando como una medida para defender el mercado
norteamericano frente a las mercancías baratas salidas de las manufacturas chinas.

¿Transición fría?
Después de todos los datos y argumentos anteriormente señalados, parece bastante
claro que en China se ha producido una transición hacia el capitalismo ¿Pero cómo
ocurrió? No ha habido contrarrevolución armada, ni un enfrentamiento importante entre
diferentes alas de la burocracia. Para entender lo sucedido es necesario volver sobre los
principios que Trotsky planteó en obras fundamentales del marxismo como La
revolución traicionada, y a la experiencia de la restauración capitalista en la URSS y en
los países del Este de Europa, comentada al principio de este documento. Al mismo
tiempo también es importante profundizar en la propia historia de la burguesía y del
capitalismo para comprender en su totalidad la dinámica de este fenómeno.
La idea de que para construir las bases del capitalismo es necesaria una revolución
burguesa surge de la experiencia clásica de Francia en 1789 y de Inglaterra en 1640.
La burguesía había desarrollado y acumulado su riqueza dentro de los confines del
feudalismo y finalmente tuvo que sobrepasar estos límites. La clase burguesa en
ascenso dirigió a la nación contra la aristocracia terrateniente y derrocó al feudalismo,
creando las condiciones para el desarrollo capitalista moderno. Sin embargo, cuando el
capitalismo se consolidó y maduró en unos cuantos países clave (Gran Bretaña, Francia
y EEUU), estaba bastante claro que en los países menos desarrollados no se produciría
una repetición calcada del proceso. Marx pudo prever esto en el caso de Alemania,
cuando afirmó que la burguesía alemana se había vuelto reaccionaria incluso antes de
llegar al poder.
Los mencheviques rusos no comprendían esta cuestión. Esperaban que todos los
países atravesaran las mismas etapas que los países capitalistas más avanzados. Rusia
era un país atrasado y subdesarrollado, con un enorme campesinado y una clase
terrateniente con una posición dominante. Así, de una forma mecánica, plantearon
trasladar a Rusia el esquema de desarrollo histórico que habían registrado Francia y
Gran Bretaña. De ahí que para ellos la tarea de los marxistas rusos fuera apoyar a la
"burguesía progresista". No comprendían que en la época del imperialismo, la
burguesía de los países subdesarrollados y dependientes no podía jugar el papel
progresista que había jugado la burguesía ascendente de Gran Bretaña o Francia.
Esto también explica por qué el desarrollo del capitalismo en otros países no siempre
sucede a través del mecanismo clásico de la revolución burguesa, con la burguesía
encabezando a las masas. El capitalismo no se estableció de esta manera ni en Japón ni
en Alemania, aunque en la actualidad son dos de los países más poderosos del mundo.
En Japón en aquel momento, la burguesía era débil y decadente, así que fue la
burocracia del Estado feudal, bajo la presión del capitalismo norteamericano, la que
guió el movimiento hacia el capitalismo.. ¿Por qué ocurrió esto? Porque los
acontecimientos mundiales dominan todos los procesos. El futuro de Japón como nación
influyente sólo podría asegurarse si desarrollaba la producción capitalista. Por lo tanto,
como la burguesía en Japón no era capaz de cumplir su papel histórico, otra clase llevó
a cabo esta tarea. En Alemania fueron los junkers del viejo aparato del Estado feudal
prusiano los que dirigieron un proceso similar.
Sin embargo, precisamente porque no hubo revolución, permanecieron remanentes
del viejo sistema feudal. En Alemania estas contradicciones se resolvieron finalmente
como resultado de la revolución proletaria abortada de 1918, que al menos completó
las tareas inacabadas de la revolución burguesa. En Japón la misma tarea la llevaron a
cabo las fuerzas de ocupación estadounidenses después de 1945. McArthur obligó a
realizar la revolución agraria en Japón por temor a los efectos de la revolución china
sobre las masas japonesas.
En estos casos no hubo "revolución burguesa" sino una forma de transición "fría" de
un sistema a otro. Lenin insistía en que la historia conoce todo tipo de mutaciones y
transformaciones. ¡El proceso vivo de la lucha de clases no siempre corresponde
necesariamente en cada detalle con los libros de texto! No hay una regla rígida de
cómo se debe realizar la transformación social. Como marxistas debemos ser
conscientes de esto, de otra manera iríamos dando bandazos de un lado a otro
sorprendidos por acontecimientos que no corresponden con ideas mecánicas y
preconcebidas.
Trotsky previó que la burocracia se podría adaptar fácilmente a la restauración
capitalista. Explicó que si se producía exitosamente la contrarrevolución burguesa en la
Unión Soviética, la nueva clase dominante tendría que purgar a muchos menos
elementos del Estado que en el caso de una revolución política. Esto es precisamente lo
que ocurrió con la vieja burocracia soviética cuando Yeltsin llegó al poder, y la
burocracia china no es diferente. Las palabras exactas de Trotsky en La revolución
traicionada son las siguientes:
"Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente,
encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los
directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los
servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa
tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo
principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de
producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar granjeros fuertes a partir de
granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses fuertes en cooperativas de
producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la
desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de
alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el
poder y las ‘corporaciones’, es decir, los capitanes de la industria soviética, sus
propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas
extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración
burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la
propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma"9.
Las bases sociales de la Unión Soviética eran las de un Estado obrero, con una
economía de propiedad estatal planificada y centralizada, pero la burocracia había
acabado con la democracia obrera en los sóviets y en el partido, de tal manera que el
régimen político resultante se había conformado como una dictadura burocrática. Si en
aquellas circunstancias se hubiera producido un proceso de restauración capitalista, un
régimen burgués se habría apoyado en amplios sectores de estos burócratas que, sin
muchas dificultades, se habrían transformado de funcionarios privilegiados del Estado
obrero a sirvientes privilegiados del capitalismo. Por el contrario, una revolución política
habría tenido que imponer al conjunto de la casta de funcionarios un salario obrero y
eliminar sus privilegios lo que, sin duda, habría provocado un enfrentamiento mucho
mayor. La situación actual en Rusia demuestra que Trotsky tenía razón.
El análisis de Trotsky sobre la URSS contiene elementos importantes que nos ayudan
a comprender el proceso actual en China. Aquí también estamos tratando con una casta
privilegiada, como insistía Trotsky, que en determinado momento querría convertirse
en propietaria de los medios de producción como una garantía de sus privilegios.
En China existen intereses burgueses muy poderosos. La nueva burguesía está
utilizando al Partido Comunista para defender sus intereses de clase. En estas
condiciones ¿la burocracia podría dar marcha atrás en el proceso y con éxito? Si un ala
de la burocracia decidiera deshacer el camino, implicaría inevitablemente un
enfrentamiento importante con el ala procapitalista. Así que una "transición fría" que
llevara a alguna forma de economía planificada burocráticamente, sería harto difícil.
Pero incluso esta es una perspectiva hipotética porque no hay indicios de que exista tal
ala en el seno de la burocracia.
Un elemento importante en la ecuación es la experiencia de la clase obrera y el
fortalecimiento que ha experimentado en estos últimos años. Cualquier movimiento
contra el capitalismo tendría que basarse en la movilización de los trabajadores chinos
que no aceptarían fácilmente el regreso al estalinismo: tenderían a moverse hacia el
genuino socialismo, hacia un verdadero poder obrero.
Sin duda, en este escenario un sector del partido se vería afectado. De cartas y
artículos que han aparecido en la prensa china parece que todavía quedan militantes en
el Partido Comunista que creen en los ideales de la revolución de 1949. Un movimiento
revolucionario de la clase obrera les impactaría y entrarían en conflicto con el ala
dominante procapitalista.
En los años treinta, cuando Trotsky analizaba las contradicciones en el seno de la
URSS no dejó de señalar la existencia de un "ala Reiss" en la burocracia rusa, que
aspiraba a regresar a los ideales de la Revolución de Octubre, al genuino bolchevismo10.
En los años treinta esta ala existía. La revolución aún era un acontecimiento
relativamente reciente y muchos militantes del partido del período anterior a la
revolución podían ver las diferencias entre el estalinismo y el verdadero bolchevismo.
Sin embargo, el régimen estalinista en la Unión Soviética sobrevivió décadas. Stalin,
a través del terror y las grandes purgas, destruyó cualquier vínculo con los ideales de
Octubre. A pesar de todo, en el momento del colapso de la Unión Soviética en 1991
había un sector en el seno del PCUS, una pequeña minoría, que buscaba las ideas del
auténtico leninismo.
En China la situación es algo diferente. Un "ala Reiss" como describía Trotsky está
prácticamente descartada en estos momentos. La revolución de 1949 no se basaba en
las ideas de Lenin. El Partido Comunista Chino se había transformado en una
organización estalinista mucho antes de la llegada al poder. Por lo tanto, aquellos que
venían del período anterior a 1949 tenían como punto de referencia el estalinismo.
En China jamás existió un Estado obrero sano, como en la Unión Soviética durante
los primeros años de revolución. Nunca existió un período de verdadera democracia
obrera o poder obrero. El Estado chino comenzó, desde que el Partido Comunista llegó
al poder, como un Estado obrero deformado. En realidad, el Partido Comunista heredó
el viejo aparato del Estado mandarín. Incluso en los primeros días de la Rusia soviética,
Lenin no se engañaba sobre las enormes dificultades de la transición al socialismo en el
marco de un país tan atrasado como Rusia. Él mismo insistió en numerosos escritos
que si se rascaba la superficie del Estado obrero se podría reconocer al viejo aparato
del Estado zarista. Pero al menos en los tiempos de Lenin los trabajadores, a través de
sus órganos de poder —los sóviets—, podían frenar las tendencias conservadoras del
estrato de funcionarios heredados del viejo régimen. Pero en China ese no fue el caso.
A pesar de todo, incluso de una manera distorsionada, deben existir elementos
dentro del Partido Comunista que miran con horror la transición al capitalismo en
China. Una capa de militantes está indignada al comprobar cómo los trabajadores han
perdido todos sus derechos y como todos los ideales de la revolución son pisoteados.
Recuerdan la China maoísta como una sociedad más "igualitaria". Pero en el contexto
actual, con el desarrollo de un proletariado tan fuerte, la vieja idea maoísta de basarse
en el campesinado no significa nada para los trabajadores. Actualmente el proletariado
se ha convertido en la fuerza dominante, por lo tanto, los trabajadores en las ciudades
que buscan una salida mediante el "regreso a Mao", se encontraran defendiendo el
poder obrero. Este desarrollo tendría un fuerte impacto en el seno del Partido,
provocando rupturas en líneas de clase.
Entre las capas superiores de la burocracia, sin embargo, no hay prueba de la
existencia de un ala que quiera regresar a economía estatal centralizada y planificada.
Desde el punto de vista de la burocracia, el sistema está "funcionando". ¡Y lo está
haciendo muy bien! Anteriormente citamos lo que Trotsky argumentaba respecto a las
ambiciones de la burocracia soviética para testar sus privilegios a su descendencia. Hoy
muchos de los hijos e hijas de los burócratas chinos se han transformado en
propietarios de los medios de producción. Entre esta capa no existe ningún deseo de
regresar a una economía planificada y nacionalizada. No existen bases materiales para
ello. Se resistirían a cualquier intento de dar marcha atrás en el reloj y contarían con el
apoyo del aparato del Estado. También merece la pena observar que muchos altos
mandos del ejército se han transformado en propietarios de empresas rentables. De
este modo la casta de oficiales también tiene intereses materiales en las nuevas
relaciones de propiedad que se han establecido.

China: una potencia mundial


Las cifras demuestran que China se ha convertido en la cuarta potencia económica del
mundo después de EEUU, Japón y Alemania y en el tercer productor mundial de bienes
manufacturados después de EEUU y Japón. China se ha transformado en una fuerza
importante, no sólo militarmente, que ya lo era, sino también económicamente.
Inicialmente, los capitalistas extranjeros pensaban que podrían obligar a China a
abrir sus mercados para inundarlos de mercancías occidentales. Sin embargo, China se
ha desarrollado de manera diferente de lo que esperaban los imperialistas,
convirtiéndose en una gran potencia exportadora. EEUU tiene un déficit comercial con
China que ha alcanzado el récord de 205.000 millones de dólares. Los imperialistas no
hacen más que quejarse en todos los foros de que China está exportando demasiado a
Europa, EEUU y a todo el mundo, y buscan cualquier resquicio para imponer aranceles
intentando limitar las importaciones de China. Pero para detener las mercancías chinas
tendrían que poner unas tarifas arancelarias extremadamente elevadas, porque el nivel
de productividad de China es muy alto y sus productos muy baratos.
Con el enorme desarrollo de sus fuerzas productivas, el cambio enorme de su
economía y la consolidación de las relaciones capitalistas, es lógico que ahora China se
comporte como una potencia imperialista. Está importando materias primas y
exportando productos manufacturados y capital lo que tiene consecuencias en la
economía mundial. Uno de los factores decisivos en el aumento del precio del petróleo
es la elevada demanda de China, que se ha convertido en el segundo consumidor de
petróleo del mundo y un importador neto. También importa grandes cantidades de
minerales: hierro, cobre, bauxita, zinc, manganeso o estaño, además de madera y
semilla de soja. Es el primer consumidor de cemento del planeta y el segundo de acero.
Sus relaciones con América Latina y el Caribe ilustran el carácter imperialista de
China. En 1999, por ejemplo, China exportó mercancías a América Latina y el Caribe
por valor de 5.000 millones de dólares e importó por valor de 3.000 millones de
dólares. En 2004, estaba exportando a la región mercancías por valor de 18.000
millones de dólares e importando por valor de 22.000 millones de dólares. América
Latina exporta a China materias primas y alimentos principalmente, mientras que China
exporta a América Latina textiles, ropa, zapatos, maquinaria, televisiones y plásticos.
En 2004, China invirtió 6.320 millones de dólares en América Latina y el Caribe,
destinando a esta región casi la mitad de la inversión que realizó en el extranjero. Sólo
en petróleo venezolano está planeando invertir 350 millones de dólares. China también
ha creado una "alianza estratégica" con Brasil donde ya hay fábricas de propiedad
china. El 15% de las exportaciones brasileñas se dirigen a China y la cifra va en
aumento. China también está compitiendo con India por los recursos petroleros en
Asia.
En 2004 el comercio mundial creció un 5% y China fue responsable del 60% de este
crecimiento. Siguiendo este desarrollo, China también se ha convertido en una fuerza a
tener en cuenta en el conjunto de las relaciones internacionales, y están construyendo
un poderoso ejército y una gran armada. La razón es que en el futuro necesitarán
controlar las rutas marítimas del Pacífico y otras áreas. No es difícil prever que esta
dinámica les llevará a entrar en conflicto abierto con EEUU. En estos momentos hay
congresistas estadounidenses muy preocupados por el creciente nivel de la implicación
de China en América Latina, que no se recatan en citar la "doctrina Monroe" que
establecía el principio de que ninguna potencia que no fuera EEUU podría tener una
influencia decisiva en América Latina.

Fortalecimiento de la clase obrera


Este enorme desarrollo de la economía china tiene otra cara. Con el masivo crecimiento
de las fuerzas productivas se ha producido un enorme fortalecimiento de la clase
obrera. Cada año 20 millones de personas se trasladan a las ciudades, que han
experimentado a su vez una expansión vertiginosa. En la actualidad, el 40% de la
población vive en las ciudades. Hay 166 ciudades en China con más de un millón de
habitantes, y en los próximos quince años se espera que 300 millones de personas se
trasladen a vivir en ellas. La industria de la construcción en China está en auge y
cuenta con 38 millones de trabajadores. En más de 80 ciudades se están construyendo
sistemas de transporte subterráneo. Todo esto tiene un efecto sobre la economía, con
un aumento de la demanda de acero, hormigón, etc., Se trata de una proletarización de
la sociedad china a una escala no vista anteriormente.
Dentro de quince años se calcula que habrá 800 millones de habitantes urbanos. Es
la mayor concentración proletaria de la historia, un fenómeno sin precedentes que
alumbrara la clase obrera más poderosa del mundo.
Los millones de campesinos que están trasladándose a las ciudades vivían en unas
condiciones terribles en sus localidades. Las colectividades agrarias, que en el pasado
proporcionaban toda una serie de beneficios, asistencia sanitaria, pensiones etc., han
sido destruidas. Dos tercios de la población rural en China no tienen sistema de
pensiones. Por eso buscan empleo en las ciudades.
Un fenómeno similar se produjo con los flujos migratorios desde Europa a EEUU en el
siglo XIX, y en la actualidad con las migraciones masivas desde América Latina, África y
Asia hacia los países capitalistas desarrollados. Estos inmigrantes están dispuestos a
realizar los peores trabajadores y vivir en unas condiciones terribles, pero al menos
reciben un ingreso, dinero para enviar a sus familias. Para ellos es un medio de escapar
de la pobreza, aunque recogen muy poco beneficio de la riqueza que están
produciendo. Esta situación lleva implícito el potencial para movimientos revolucionarios
en el futuro.
El elemento progresista de todo esto es la creación de millones de "sepultureros" del
capitalismo, millones de proletarios. En ese sentido los marxistas damos la bienvenida
al desarrollo de la industria capitalista: a un precio terrible, está creando la clase que
llevará adelante la transformación de la sociedad.
En cualquier caso, es necesario no perder de vista que el desmantelamiento de la
economía planificada es un paso atrás extraordinariamente reaccionario. El desarrollo
económico actual fácilmente podría ser igualado y sobrepasado, evitando los
desequilibrios, la naturaleza caótica del crecimiento y la creciente polarización social, si
existiera un régimen de genuina democracia obrera.
Existe una enorme polarización entre las clases, entre la ciudad y el campo, entre las
zonas capitalistas y las viejas zonas que concentran la industria estatal. El 10% más
rico en las ciudades posee el 45% de la riqueza, mientras el 10% más pobre sólo el
1,4%. Cifras que confirman que se está creando una nueva clase burguesa adinerada,
al tiempo que existen más de 200 millones de desempleados.
El desarrollo desigual también afecta a las diferentes regiones de China, con un
crecimiento muy por encima de la media en el Este y las regiones costeras. Este
desarrollo desigual tiene el riesgo de encender la cuestión nacional en China. Hay cien
millones de personas que pertenecen a minorías nacionales (tibetanos, turkmenos,
mongoles, uigures) y los enfrentamientos regulares con la policía se están
recrudeciendo.
Es verdad que el desarrollo económico ha elevado los niveles de vida para algunos,
pero existen otros elementos a tener en cuenta. El crecimiento económico, lejos de
garantizar la estabilidad, está provocando una mayor militancia obrera y fermento
social. Las pésimas condiciones de vida y de trabajo, la forma en que está distribuida la
riqueza, son las causas principales de este auge de las luchas. Las masas desprecian a
los burócratas que están destruyendo todas sus conquistas.
Las condiciones de la clase obrera en China son similares a las descritas por Engels
para los trabajadores de Inglaterra en el siglo XIX. El 80% de todas las muertes en las
minas del mundo ocurren en China, aunque paradójicamente sólo produce el 30% del
carbón mundial. En 1991 murieron 80.000 trabajadores en accidentes laborales. En
2003 la cifra se había disparado hasta los 440.000. Existen unas presiones increíbles
sobre la clase obrera. China no es una sociedad feliz y estable mirando hacia un futuro
confortable. Entre la población de 20 y 35 años de edad, la primera causa de muerte es
el suicidio. Cada año hay 250.000 suicidios y otros 2,5-3,5 millones de intentos.
Millones han perdido sus empleos. Hay grandes protestas, pero el proceso hacia el
capitalismo continúa.
Ya hemos dicho que lo que hoy está ocurriendo en China tiene algunas similitudes
asombrosas con el inicio del desarrollo del capitalismo en Rusia hace más de cien años.
La disolución de las viejas comunas agrícolas, seguido por el desarrollo de la industria
en la última parte del siglo XIX creó un proletariado fresco, formado por campesinos
que abandonaban la tierra. La creación de este proletariado y las terribles condiciones
creadas por este proceso llevaron a la revolución de 1905 y más tarde a la Revolución
de Octubre. En China se están creando las condiciones para un enfrentamiento violento
entre las clases, que finalmente llevará a un resultado similar, a una insurrección
revolucionaria.
Ya hemos tenido huelgas muy duras. A pesar de las dificultades para obtener
información, debido a la censura de la burocracia, el número de conflictos laborales de
todo tipo aumentó un 12,5% en 2000 y un 14,4% en 2001, cuando alcanzó los 155.000
conflictos. En 1999 se produjeron cerca de 7.000 "acciones colectivas", en argot oficial,
que normalmente eran huelgas o huelgas de manos caídas. Desde 1999 el número de
acciones colectivas ha aumentado aproximadamente un 20% al año. Aunque las cifras
absolutas todavía son bastante bajas estos movimientos son una señal de lo que está
por venir. Esta es una señal inequívoca de que el crecimiento económico no se traduce
mecánicamente en estabilidad social. En realidad es el caso contrario.
La economía china se encuentra gobernada por las leyes del capitalismo. Se ha
registrado una inversión masiva en los últimos veinte años que está basada en la
perspectiva de un mercado mundial siempre en crecimiento. Pero no es posible
sostener esta situación indefinidamente, por lo tanto, en determinada etapa, China
también se enfrentará a una crisis. No podemos poner una fecha ni decir exactamente
cuando ocurrirá. Pero ocurrirá y cuando lo haga, será una crisis profunda y tendrá un
impacto en todo el mundo.
El proletariado chino es una clase obrera nueva y fresca. Había, y todavía hay, una
clase obrera considerable que trabaja en las industrias estatales. Esta capa, a pesar de
la burocracia, había conseguido algunas condiciones muy favorables. Ahora las están
perdiendo. La relación entre los trabajadores y las empresas para las que trabajan cada
vez se parecen más a las de Occidente. La consecuencia, en un determinado momento,
será una explosión de la lucha de clases.

La posición del Partido Comunista


Por el momento el Partido Comunista domina y controla la situación. ¿Pero qué está
ocurriendo en el Partido Comunista? El Partido Comunista tiene entre 60 y 70 millones
de militantes. Eso es apenas el 5% de la población. En el pasado el Partido era un
instrumento de la burocracia estatal, pero en el período reciente se ha permitido la
entrada de los capitalistas chinos. Según cifras oficiosas, el 30% de los capitalistas
chinos son miembros del Partido Comunista, lo que demuestra que la nueva clase
propietaria considera que sus intereses pueden ser defendidos mejor si se pertenece al
partido. Los capitalistas son todavía una pequeña minoría en términos absolutos, pero
es muy significativo que se les haya permitido entrar en un número tan grande.
Hace unos años, se produjo una renovación de casi la mitad de los miembros del
Comité Central. Obviamente, algunos de los viejos burócratas eran considerados un
obstáculo para el movimiento hacia el capitalismo y fueron apartados. De esta manera,
el Partido Comunista podría ser utilizado por los capitalistas como un instrumento para
defender sus intereses de clase sin demasiados sobresaltos. Dentro de las capas
inferiores del partido debe haber muchos militantes que creen en el "comunismo", al
menos lo que ellos entienden como comunismo. Pero en las filas superiores, que son las
que tienen en sus manos las palancas del poder, lo que les guía es el proceso hacia el
capitalismo.
¿Cuál es el futuro del Partido Comunista Chino? En la medida que la economía
continúe desarrollándose al ritmo actual, la dirección del Partido Comunista podría
controlar la situación y mantener cierta estabilidad en la sociedad y en el partido. Pero
cuando se enfrente a un contratiempo serio, una crisis económica grave, luchas de
clase importantes, conflictos nacionales y sociales de todo tipo, podría existir una
tendencia a romperse en pedazos, en tendencias diferentes. Debemos tener en cuenta
que el Partido Comunista Chino no es un partido como tal, por lo tanto no se puede
comparar con los Partidos Comunistas de Occidente. El Partido Comunista Chino es
parte del aparato del Estado desde 1949, cuando alcanzó el poder.
Con todo, sobre la base de acontecimientos convulsos, su control del Estado se
podría romper. En el caso de la burocracia rusa este fenómeno se dio de manera
explosiva. El viejo y monolítico partido estalinista se rompió en muchos partidos
representando a diferentes grupos de interés y, por supuesto, a diferentes clases. De
su seno surgieron las fuerzas que se agruparon en los partidos capitalistas, pero
también organizaciones que nuclean a miles de trabajadores. En cualquier caso, en
China actualmente la burocracia controla la situación y el partido está siendo utilizado
para desarrollar el capitalismo.
Lo único que se puede asegurar es que no será un proceso tranquilo. La nueva
economía capitalista está creando nuevas contradicciones que provocarán divisiones
dentro de la jerarquía del partido. En realidad estas divisiones se han manifestado en la
discusión de los nuevos cambios en las leyes que rigen la propiedad. ¿Cómo
interpretamos estas divisiones dentro del PCCh?
Como siempre debemos partir de todo el proceso y ver cual es su dinámica principal
y dominante. La situación ha llegado a un punto donde se han establecido las
relaciones de producción y propiedad capitalistas. Existe una diferenciación entre el
trabajo asalariado y el capital, existe la competencia en el mercado, el beneficio como
motor de la actividad económica, etc., Todavía quedan fuertes remanentes del viejo
sistema, pero éstos, o están siendo preparados para la privatización o están
funcionando como empresas estatales capitalistas. Debemos tener en cuenta este
sector estatal, pero tenemos que comprender que ahora el sector privado es la parte
más dinámica de la economía y que el movimiento hacia el capitalismo se ha
consolidado.
Dentro de la burocracia de un país tan grande es inevitable la aparición de
contracorrientes, fracciones diferentes con distintas ideas e intereses. Existe un ala que
está vigilando todo el proceso y está preocupada por la inestabilidad que ello pueda
provocar. El primer ministro y el presidente comparten estas preocupaciones porque
ven los peligros que provocan los continuos desequilibrios y la polarización social. Éste
ala quiere introducir reformas sociales para suavizar los golpes que reciben las masas.
Temen la amenaza de la revolución desde abajo, por eso están exigiendo alguna
inversión en zonas menos desarrolladas y aumentar el gasto social. Pero, en esencia,
no desafían el capitalismo y no intervendrán activamente en frenar su desarrollo y
consolidación. Su preocupación estriba en que las desigualdades y la creciente tensión
social, lleve en determinado momento a un movimiento revolucionario del proletariado.
Por supuesto tienen razón. El problema es que el mantenimiento de la vieja estructura
estalinista también habría llevado a un movimiento de las masas en una etapa
determinada y al colapso final del sistema. Por lo tanto, este ala de la burocracia no
empujará el proceso hacia atrás, sólo intentará introducir algunas reformas sociales
para intentar suavizar las contradicciones más explosivas.
La burocracia del Este de China, que está más estrechamente vinculada a la nueva
clase capitalista, ve estas vacilaciones como una desviación innecesaria de recursos
esenciales para el desarrollo de la industria. En lugar de ralentizar el proceso, éste ala
desea acelerarlo y poner fin de una vez por todas a los restos del viejo sistema. El
conflicto actual, por lo tanto, no es entre los que quieren dar "marcha atrás" y los que
quieren el capitalismo. Se trata más bien de cómo asegurar la estabilidad del sistema
en su conjunto. Lo irónico es que, a largo plazo, la dinámica de los acontecimientos
podría romper el PCCh y provocar una inestabilidad aún mayor.
Este equilibrio temporal e inestable se puede mantener en la medida que el PIB
crezca al ritmo anual actual de aproximadamente un 9%. Millones de empleos se
pierden cada año en la industria estatal, pero millones más se crean en los sectores
capitalistas. Así se puede absorber gran parte del flujo de trabajadores rurales a las
ciudades. Aunque los empleos creados proporcionan salarios muy bajos, todavía son
más elevados que los ingresos disponibles en las zonas rurales.
Como hemos señalado, el grueso de la economía china funciona sobre bases
capitalistas. Sólo un tercio del PIB es producido por el sector estatal. Aún queda algún
trecho para privatizar lo que queda, pero el sector estatal ya no es el dominante.
Seguirán reestructurando y privatizando más de lo que queda de los sectores estatales
y se perderán además millones de empleos. En esta situación mantener el crecimiento
es una necesidad absoluta.
Si pudiera contar con otros 10-20 años de crecimiento anual a tasas de un 7-10%,
podrían conseguir un nivel de urbanización e industrialización con relativa suavidad.
Pero todo dependerá de la situación del mercado mundial. El 50% del PIB chino
depende de las exportaciones. Tiene unos costes laborales muy baratos y medios de
producción muy modernos, es decir, niveles muy altos de productividad. Pero China
sufre presiones. Los signos de desaceleración en algunos sectores de la economía
mundial, especialmente en las economías de la zona euro, y las previsiones de caída
para la economía estadounidense, son amenazas que se ciernen sobre China. Existen
los inicios de sobreproducción a escala mundial, en parte debido al crecimiento chino.
Cualquier declive significativo en los mercados mundiales afectaría drásticamente a las
posibilidades de crecimiento de la economía china, como ocurrió en el pasado con el
Sudeste Asiático. China se enfrentará a la perspectiva de la sobreproducción de acero,
hierro, carbón y bienes de consumo, derivada de una posible crisis mundial.
Lo que está alarmando al FMI es que, más allá de la retórica acerca de la eficiencia
del mercado, se da cuenta que de hecho el problema central de la economía mundial es
la sobreproducción. Según los economistas del FMI, más del 75% de las industrias
chinas sufren de sobrecapacidad productiva, con las consecuentes incertidumbres sobre
la tasa de ganancia. Esto es inevitable, debido al frenesí de las inversiones que inundan
al país, que increíblemente constituyen el 45% del PIB, un porcentaje que no tiene
precedentes en la historia, ni siquiera en Japón durante el boom posbélico. China está a
la cabeza de la inversión directa extranjera. En 2004 recibió 54 billones de dólares en
inversión extranjera, una prueba clara de la confianza de la burguesía internacional en
el mercado chino.
Mientras las exportaciones aumenten y los países occidentales se endeuden, China
puede avanzar, pero a este ritmo de crecimiento de las inversiones es como si China
duplicase su capacidad productiva cada 4 o 5 años, un ritmo que llevará
inevitablemente a una gigantesca crisis de sobreproducción. En julio de 2005, el FMI
publicó un informe general acerca de la situación china (IMF, Staff report for the 2005,
8.7.2005) que gira alrededor del problema del boom de las inversiones, que a su vez
ha incrementado enormemente lo que Marx definió como la composición orgánica del
capital, reduciendo la rentabilidad de las inversiones del 16 al 12%.
China también sufre la presión de EEUU para que revalúe su moneda o se enfrentará
a aranceles elevados sobre sus exportaciones. En la actualidad, se está discutiendo una
ley en el Congreso estadounidense que ¡impondría un arancel del 27,5% a las
importaciones chinas! En 2008 China planea permitir que su moneda flote. Sin embargo
China no es Haití o Nigeria, donde el FMI puede llegar y decirles lo que deben hacer.
China es una potencia importante y por lo tanto surgirán grandes enfrentamientos en
torno a esta cuestión.
En 2005 hubo un aumento masivo de las exportaciones chinas hacia EEUU. El
Acuerdo de Multi-Fibra puso fin en enero de 2005 al acuerdo de cuotas textiles. Como
resultado, en los primeros cuatro meses de ese año, las exportaciones textiles chinas
aumentaron un 70%. China produce más textiles y más baratos que ningún país
capitalista avanzado, y esto significa el final de esta industria en Europa.

China y EEUU
¿Cuál es la perspectiva para los próximos años? Algunos analistas han señalado que se
está preparando un crac similar al de 1997, ya que la economía china es un tren
desbocado. La crisis de sobreproducción está acechando y de cristalizar, se producirá
un cambio fundamental en el sistema. La sobreproducción es una característica de una
economía capitalista no de una planificada. Si el crecimiento económico de China se
desacelera tendrá grandes consecuencias sobre EEUU y los países asiáticos. Malasia ha
aumentado sus exportaciones a China de 1.000 millones a 7.000 millones de dólares en
cinco años. Japón también tiene grandes intereses en China, que cuenta ya con la
presencia de 16.000 empresas japonesas.
Debido a su industria altamente competitiva, China está entrando en conflicto con el
imperialismo norteamericano. Sin embargo, existe una contradicción en las relaciones
entre ambas potencias. Entre los mayores poseedores de bonos del Tesoro de EEUU
están China y Japón, y los imperialistas necesitan que este chorro de millones de
dólares provenientes de estos dos países se mantenga para financiar su elevado déficit.
Por su parte las autoridades chinas tienen interés en mantener la economía
estadounidense a flote porque constituye uno de los mercados fundamentales para sus
manufacturas. No quieren ver una crisis en EEUU. EEUU tiene un enorme déficit
comercial y una parte del mismo es con China, lo que provoca contradicciones dentro
de EEUU. Las empresas norteamericanas que han invertido en China están cosechando
grandes beneficios: están produciendo barato en China y vendiendo sus productos en
EEUU a precios determinados por el mercado mundial. Prácticamente toda
multinacional importante tiene presencia en China. ¿Cómo puede entonces EEUU frenar
el poder chino cuando su economía y sus principales empresas dependen de la
economía china? Estas presiones contradictorias lejos de amainar en el futuro,
agudizarán el conflicto entre ambas potencias.

Se está preparando la revolución


El desarrollo del capitalismo provoca el crecimiento de la diferenciación social, que a su
vez sienta las bases para grandes luchas de clases en China. Aunque ya hemos
mencionado las desigualdades en las ciudades, es necesario completar el cuadro con
una cifra bastante elocuente: el 20% más rico de la población consume el 50% del
ingreso nacional total, mientras que el 20% más pobre un miserable 4,7%. Estas cifras
han sido tomadas del informe de la ONU publicado en un artículo de Xinhua News
Agency (http://news.xinhuanet.com/english/2005-09/27/content_3549257.htm). El
mismo informe continúa señalando que "según el Instituto de Estudios Salariales y
Laborales del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, desde 2003 la desigualdad de
ingresos en China ha empeorado rápidamente y ha alcanzado el nivel ‘naranja’, el
segundo más serio según el baremo del Instituto. Si no se toman medidas efectivas
podría empeorar y alcanzar el más elevado: el ‘nivel rojo".
El informe de la ONU se basa en el coeficiente Gini, una medida estadística de la
desigualdad en un país determinado. Cero expresa "igualdad completa" y uno
representa "desigualdad completa". En China este coeficiente es de 0,45. Según los
niveles aceptados internacionalmente cuando el coeficiente Gini en un país sobrepasa el
0,40, la situación se puede volver inestable. En China no sólo ha alcanzado el 0,40, sino
que lo ha sobrepasado y continúa creciendo.
Como comenta la agencia Xinhua: "Si la tendencia continúa desenfrenada, el objetivo
de prosperidad común para todo el pueblo no se conseguirá y se ampliará el abismo,
desencadenando el malestar social". Es muy común observar un paisaje de nuevos
rascacielos gigantescos brotando por todas partes en las modernas ciudades chinas,
rodeados de zonas inmensas de pobreza urbana. Esto por sí solo es suficiente para
provocar la lucha de clases en China.
¿Cuáles serían las tareas de los marxistas en esta situación? Obviamente, la primera
tarea es explicar qué está ocurriendo. Si queremos iniciar un diálogo con los
trabajadores, los estudiantes y los militantes honestos del Partido Comunista en China,
debemos estar seguros de que nuestro análisis se corresponde con la situación real
concreta. Por lo tanto, debemos estudiar con detalle todos los aspectos de la economía,
sociedad y política china.
Sería un grave error intentar abordar un proceso complejo, contradictorio e
históricamente sin precedentes, sobre la base de una fórmula predeterminada que no
se corresponde con lo que están viviendo los trabajadores y los jóvenes chinos. Este
tipo de enfoque no nos conduciría a ninguna parte.
Necesitamos tener en cuenta las tradiciones de China. Los rusos tenían la bandera de
los bolcheviques, de Lenin y Trotsky, pero en China esa tradición desapareció. La
principal tradición china es la maoísta, aunque no es la única. También está el
importante legado de Chen Tu Hsiu (1879-1942), uno de los fundadores del Partido
Comunista Chino, que en un determinado momento giró hacia las posiciones de la
Oposición de Izquierdas y rompió con el estalinismo.
Chen estaba fuertemente influenciado por la Revolución de Octubre de 1917, y
comprendió que el progreso social sólo era posible derrocando el latifundismo y el
capitalismo. Fue uno de los líderes del antiimperialista Movimiento del Cuatro de Mayo
en 1919. Al año siguiente aunó fuerzas con otros revolucionarios para fundar el Partido
Comunista Chino que celebró su primera conferencia nacional en Shangai en julio de
1921.
Su destino fue trágico y paralelo al de la segunda revolución china. Después de
seguir el consejo de Stalin en 1926, la revolución china fue derrotada. No obstante, la
Comintern no aceptó ninguna responsabilidad del fracaso y culpó de todo a Chen. En
1927 fue destituido burocráticamente de la dirección del Partido cuando exigió una
valoración seria de la política de la Comintern. Finalmente fue expulsado del Partido en
1929, acusado de ser un oportunista, y a través de esta dolorosa experiencia se unió a
la Oposición de Izquierdas trotskista.
Es muy positivo y prometedor que en la actualidad existan en China sociedades Chen
Tu Hsiu, creadas especialmente para estudiar sus obras. En el período reciente,
especialmente entre los estudiantes, se han creado también círculos de discusión
marxista. Existe interés entre algunas capas por descubrir las ideas del auténtico
marxismo. Esto refleja el deseo de moverse hacia una sociedad auténticamente
igualitaria, que sólo puede ser una sociedad socialista basada en la democracia obrera.
A estas capas más avanzadas de la clase obrera y la juventud en general, debemos
explicarlas claramente lo que pensamos que ha ocurrido en China, insistiendo en la
superioridad de la economía planificada, pero también analizando la crisis de la
burocracia china y por qué ha sucedido, por qué el régimen maoísta no sobrevivió.
La tarea fundamental a la que ahora se enfrenta China es la revolución social. El
grueso de la economía está en manos privadas. El movimiento hacia el capitalismo es
un hecho constatable. Todo lo que se dice de "socialismo con características chinas" es
una hoja de parra en la que nadie cree, ni siquiera la burocracia china. Aunque existen
tendencias contradictorias consideramos que el proceso de restauración capitalista ha
llegado a un punto de no retorno.
El aparato del Estado era, y es, un monstruoso régimen burocrático totalitario que se
ha fundido con las características más repulsivas del capitalismo y el estalinismo. El
cascarón exterior, la forma, es la de un aparato estatal estalinista, pero el contenido es
burgués.
China por propio derecho ha emergido como una potencia mundial. Su destino está
vinculado a los acontecimientos que se librarán internacionalmente, particularmente en
la economía mundial. De la misma manera los acontecimientos en China impactarán a
escala mundial tanto económica como políticamente.
En particular, la clase obrera china está destinada a jugar un papel clave en el
próximo período retomando sus extraordinarias tradiciones revolucionarias En una frase
célebre Napoleón afirmó: "China es como un gigante dormido. Cuando despierte,
asombrará al mundo". Parafraseando a Napoleón, podemos afirmar que hoy el gigante
dormido es el proletariado chino. Cuando despierte no habrá fuerza sobre el planeta
capaz de detenerle.
Abril de 2006
Notas
1. El enfrentamiento entre las burocracias de China y la URSS está ampliamente documentado por Ted Grant en el primer
volumen de sus obras completas, editado recientemente por la Fundación Federico Engels.
2. León Trotsky, Nuevamente y una vez más sobre la naturaleza de la URSS, 8 de octubre de 1939. Incluido en En
defensa del marxismo, Barcelona, Editorial Fontamara, 1977, p. 46.
3. León Trotsky, La revolución traicionada, Fundación Federico Engels, Madrid 2001, pp. 214-15, el subrayado es nuestro.
4. Ibíd., p. 46.
5. León Trotsky, ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?, incluido en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la
economía de transición, Recopilación de escritos de Trotsky. Publicado por el CEIP
(http://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/economicos/index.htm).
6. Ibíd.
7. Lenin, Acerca del infantilismo “izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués. Editorial Progreso, Moscú 1980, p. 34.
8. En marzo de 2007, 2.799 parlamentarios chinos, de un total de 3.000, reunidos en la Asamblea Popular Nacional,
aprobaron el reconocimiento de la legitimidad de la propiedad privada. De esta manera se legitimó en la esfera del
derecho la preponderancia de las relaciones de propiedad capitalista. Como señaló Marx en 1875: El derecho jamás
puede elevarse por encima del régimen económico y del desarrollo cultural condicionado por este régimen.
9. León Trotsky, La revolución traicionada. Op. cit., pp. 213-214.
10. Trotsky hacía referencia a Ignace Reiss, alto mando de la GPU en Europa occidental que rompió con el estalinismo y
se sumo a las filas de la Cuarta Internacional. Reiss fue asesinado por agentes de la policía secreta de Stalin a las
semanas de hacer pública su ruptura.

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