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MERIENDA CON LUZ CREPUSCULAR

©Antonio Segovia Molina

Si representamos la inspiración para este relato como un largo filamento, en un extremo encontraríamos la sonrisa arrobada de Carl Sagan
explicándonos cómo un rayo de sol puede transformarse en la gacela con que sueña un león africano. En el otro cabo estaría mi
desconocida amiga Cristina Pérez mostrándome un relato suyo, hermoso y sereno como el fluir del tiempo. El encuentro entre tan dispares
personalidades es un lujo de los que nos podemos permitir, modestia aparte, los que dedicamos algo de nuestro tiempo a “eso de escribir”.
Al Dr. Carl Sagan, in memoriam.
Para Cristina, in vitam.

Jueves, 8 de noviembre

Algún día me decidiré a comprarme un diario, de esos cosidos y encuadernados a mano, con
hojas de papel verjurado de 108 gr. / m2 y que contienen, además de la celulosa, un 30 % de
algodón, donde podré escribir cada noche y hacer dibujos o bocetos para ilustrarlo. Llevo años
escribiendo en papeles sueltos, de los que han sido ya utilizados por la otra cara por mis hijos o
mi marido... Ni siquiera me he tomado el tiempo necesario para clasificarlos y ordenarlos.

El valor de la constante de Planck (representada por la letra h) es 6,626 × 10-34


julios·segundo

Viernes, 9 de noviembre

¿Cómo podría describir la puesta de sol sin echar mano de los recursos estilísticos que la
lengua escrita pone a nuestra disposición? Si quiero transmitir el sentimiento que me embargaba
ante un espectáculo tan fascinante como aquel del astro cayendo a plomo por detrás del valle,
necesariamente he de recurrir a ellos. Lo cual no es fácil, porque una puesta de sol, amén de
cotidiana, y por muy bella que sea, ya ha sido descrita miles de veces, en la literatura antigua, en
la medieval, en la clásica, en la moderna, en la contemporánea... Esa puesta de sol que a mi se
me antojó única e irrepetible, la han retratado magníficamente los escritores persas y chinos,
hindúes y norteamericanos, lapones y sudafricanos... Sin embargo, me sigue pareciendo que el
sol ejecutó su danza para un público singular: yo.
"Sol que mueres, sol qué quieres, sol de soles, el sol de mi sol..."
No, no me gusta. Aunque la repetición de las eses pueda evocar la lentitud del ocaso, el
resultado es... demasiado rimbombante.
"Cíclope que se desliza como una serpiente y se esconde como un ratón..."
No, tampoco. Aceptaría lo de "cíclope", que hace referencia al tamaño y al brillo solar, como un
ojo omnipresente, un big brother cósmico; sin embargo "deslizarse como una serpiente y
esconderse como un ratón" es pueril, más propio de un cuento de niños que de la prosa poética
que busco...
"Fuego que no arde, quimera de los días, fantasma de las noches".
En esta ocasión creo que la frase es demasiado vaga, lejana. Tiene fuerza estilística pero escaso
valor descriptivo. Yo pretendo algo que aúne a ambos: una descripción bella, sencillamente.
Tal vez fuese mejor buscar adjetivos me que sirvan para evocar la solemne magnitud del sol
(inmensurable, insólito, dominante, fragoroso, egregio, tenaz, enérgico, fulgente, colosal...) y
otras palabras con las que hablar del estado de ánimo que transmite el paisaje crepuscular
(decaer, sucumbir, claudicar, sometimiento, abandono...). Después de elegir las más audaces,
he de combinarlas sabiamente buscando el clímax...
Ante la magnitud de la estancia -me refiero al paisaje-, frente al tenaz empuje de su muerte, la
estrella dominante, otrora enérgica, colosal, fragorosa, fulgente, cae sin remisión ni consuelo
en un sueño de héroes, mitos antiguos, noches sin verte... Y yo con él, compañero de su suerte,
me abandono, sucumbo, claudico, me rindo, me entrego hasta mañana a la ausencia de tu
mente.
Tiene ritmo, al menos, de hecho, parece un poema: si se colocan las frases unas encima de otras,
como versos, se transforma fácilmente en poema. Pero yo no quiero escribir un poema. Sólo
pretendo, ya lo he dicho, una descripción bella de un momento que hubo de marcar mi vida: la
puesta de sol que me sujetaba con delicadeza, como coge un niño a un pajarito caído del nido.
Podría describir la noche que siguió: las noches también tienen su encanto y, quizás más
posibilidades literarias.
Noche de San Bartolomé, Noche Triste, Noche de los Cristales Rotos, Nochebuena...
Y, no digamos ya, si en la noche ponemos una luna...
Claro de luna, media luna, luna lunera, Madreluna, plenilunio.

Lunes, 12 de noviembre

Fue un atardecer de hace muchos años, pero creo que con aquel sol se marchó la posibilidad
de un futuro diferente... Haría falta otra vida para recuperar el tiempo perdido porque se trataba
de una puesta de sol de verdad irrepetible, como las circunstancias que han generado este
dejarme llevar, tan lánguido como el sopor que sigue al orgasmo pero tan desasosegante como
la sensación de ser un actor secundario en tu propia vida...

La energía asociada a una determinada radiación electromagnética se calcula con la fórmula:


E = h . (1 / 8), donde h es la constante de Planck y 8 es el valor de la longitud de onda. De esta
ecuación se deduce que la luz ultravioleta, cuya longitud de onda es muy corta -del orden de
millonésimas de milímetro-, lleva asociada una gran energía, lo que la hace lesiva para las
moléculas (desestabiliza electrones, rompe enlaces, promueve la creación de otros nuevos...) y,
por tanto, absolutamente inadecuada para los sistemas biológicos. ¡Suerte que tenemos –¿por
cuánto tiempo?– un filtro atmosférico de ozono para estas radiaciones letales!
Otro tanto ocurre con las radiaciones infrarrojas, cuya longitud de onda grande -en este caso
desde milésimas de milímetro hasta milímetros- les hace llevar asociada una energía tan
pequeña que son incapaces de promover una reacción química o bioquímica.
Del espectro de radiación solar, sólo la luz visible lleva asociada una cantidad de energía
suficiente para mantener activo el sistema biosfera.

Fue en un crepúsculo...
Creo que repito mucho la palabra "crepúsculo". Para evitarlo recurro al diccionario de
sinónimos y descubro uno que desconocía: "lubricán". Es raro y absolutamente literario así que
lo voy a utilizar.
El lubricán se esfumó dejando tras las montañas una mancha difusa, casi tierna, como un cuadro
de Zóbel. Ocurrió hace ¿cuánto? ¿treinta años? ¿más, quizás? Ambos éramos adolescentes e
irradiábamos el candor de la virginidad pronta a ser vulnerada. Yo lo desnudé dulcemente,
primero la camisa, botón a botón, mientras le besaba la carne que se abría paso, impetuosa,
impaciente por entrar en escena. Después el pantalón y la misma liturgia de los besos. El sexo
desnudo, en medio de aquel paisaje abierto, sin más paredes que las montañas cuajadas de pinos
laricios, negros y estirados, llamaba a gritos a un pudor que se resistía a hacer acto de presencia.
El sexo, grande, batallador, heroico. Luego, él: me despojó de mis vestiduras, liberando mi piel
blanca para que supliese la falta de luz. Después me besó en lugares de mi cuerpo que hasta
entonces sólo pertenecían a mi mundo secreto y lúbrico, su respiración se hizo la mía... Las
caricias, los sutiles roces (qué casualidad, mientras escribo canta Silvio "un dedo aquí, un labio
allá"), lentos como los años de los niños, fueron quebrándose necesariamente en terremotos y
oleadas de placer, como los vientos en barlovento; el temporal amainó con gritos, apenas
acallados por el canto de los cucos, y la extenuación, el sudor cayendo sobre la hierba tibia, el
sueño, ese apacible sopor...

El espectro de la luz visible abarca longitudes de onda que van desde los 400 nanómetros
(correspondientes al color violeta) hasta los 700 nanómetros (color rojo). A cada una de estas
longitudes de onda, como ya se ha explicado anteriormente, corresponde una energía
determinada. Por ejemplo, a la luz azul, de 8 = 500 nm., le corresponde una energía de 57,7
kilocalorías / einstein (un eistein es un "mol de fotones", aun cuando los fotones no son
corpúsculos y no sea del todo correcto hablar de moles para referirnos a ellos), es decir, el
número de Avogadro de fotones (6,023 . 1023).
Las energías asociadas a las radiaciones visibles son absorbidas por ciertos compuestos
químicos, los pigmentos fotosintetizadores, el más universal de los cuales es la clorofila. La
energía de un fotón sirve para "lanzar" un electrón de la clorofila a un estado de más alta
energía: un estado excitado. Los electrones que, de este modo "pierde" la clorofila, son
rápidamente sustituidos por electrones del agua, que se disocia según la ecuación:
H2O + luz 2 H+ + 2 e– + 1/2 O2

Miércoles, 14 de noviembre

Debo revisar lo escrito, quizás sea demasiado remilgado. Es difícil no caer en la cursilería
cuando se escribe de amor.
Despuntaba la aurora y su piel desnuda y dormida acusaba el frescor de la mañana con el
erizamiento de su leve y rubio vello. En su boca, la charnela de los labios se escondía en el
fondo de una comisura profunda, como avergonzada. A mi me excitaba besar esas comisuras
tiernas hechas de gominola. Creo que me enamoré de mi marido, unos años después, porque
tenía unas comisuras parecidas a aquellas.
El beso debió reconfortarle y, en lugar de despertar, se sumió en un sueño más profundo; yo,
mientras, fui a lavarme en un riachuelo cercano que no había dejado de arrullarnos en toda la
noche. La orilla era resbaladiza, pues una arcilla limpia y pura como un alma cándida formaba
una amplia explanada en el lado derecho del meandro. El sol, resucitando entre los montes del
noreste, pintó de nuevo el valle con tonalidades cambiantes: la arcilla marrón se tornó roja como
un pecado sin arrepentimiento. Tomé un buen puñado entre mis manos y me dirigí adonde él
seguía durmiendo.
Con el mismo esmero con que solía manejar el torno del alfar, fui cubriendo de barro su vientre
terso y su sexo, que yacía entre sus muslos, como un soldado macedonio en las largas noches de
campañas alejandrinas, sumido en un descanso tenso, dormido pero alerta...
Es ingenioso lo del soldado macedonio tenso. Además conecta con el destino que le di al molde
de arcilla...
–¿Qué haces?–me preguntó, aun sumido en su letargo, al sentir sobre su cuerpo el frescor del
limo fino.
–Un molde de tu vientre y de tu sexo. Guardaré la esencia de tu cuerpo en este molde, será
como una fotografía tridimensional con la que resucitaré este momento cuantas veces quiera...
Cuando la arcilla se hubo secado, la retiré suavemente. Quedaron marcados sus firmes músculos
abdominales, la poderosa vorágine del vello púbico y, en forma de incisión roma y profunda
sobre la cara interna del barro húmedo, la huella inconfundible de su pene.

Con cada ciclo de fotosíntesis, obtenemos una molécula de glucosa, de fórmula C6 H12 06 .
Son necesarias, por tanto, seis moléculas de agua, seis de CO2 y la energía de 24 cuantos de
luz visible.
Los destinos de la glucosa sintetizada en la planta son diversos: puede almacenarse en la
molécula de almidón (polisacárido de reserva), utilizarse para la síntesis de celulosa
(polisacárido de función estructural) o transformarse mediante las rutas anabólicas
apropiadas, en otros compuestos orgánicos...

Jueves, 15 de noviembre

No puedo evitar que lo escrito me siga pareciendo cursi, ñoño. Quiero que en el texto
predomine una interpretación subjetiva del momento y del lugar a que me refiero. ¿Fue así?
¿Realmente fue tan tierno y placentero? ¿Será igual para todos los amantes o cada uno es un
caso singular? Quizás el placer –quizás, también, todas las sensaciones– son sentidas de un
modo distinto por cada persona, pero, ante la imposibilidad lingüística de describirla de modo
objetivo, cada oyente o lector creerá que ha sentido lo mismo... Sólo desde mi mundo interior
puedo transmitir al lector esa especie de embrujo que nos convierte en cómplices para
desenvolvernos en la misma mezcla de realidad y fantasía. Sin embargo, creo que utilizo
demasiados adjetivos y, a veces, me pierdo en comparaciones y metáforas. Debo agilizar el
relato si no quiero que pierda interés.
Fue hace años y, en el recóndito fondo de un viejo arcón que hay en el desván, escondo un
molde de arcilla de su vientre y su cuerpo jóvenes, cuando aun los músculos abdominales no
estaban sepultados bajo una lápida adiposa y su sexo no conocía más universo que el fragor
delicado de nuestros encuentros secretos
Lo siento, no puedo dejar de ser cursi. Será mejor que lo deje: mañana continuaré.

Muchas flores poseen en la base de sus pétalos unas glándulas que segregan un líquido dulce,
formado por una mezcla de mono y disacáridos; las glándulas se llaman nectarios y la
secreción es el famoso néctar. Es éste otro de los posibles destinos de la glucosa obtenida en la
fotosíntesis.
En realidad se trata de un ingenioso mecanismo de adaptación a la polinización entomófila:
ciertos insectos nectarívoros son atraídos hacia las flores en busca de la preciosa secreción. En
su afán, impregnan su cuerpo, especialmente sus patas, con los granos de polen de los
estambres, que serán llevados a otras flores, a las que fecundarán, mientras son
recompensados con más néctar.
La entomogamia es tan importante que si los insectos desaparecieran súbitamente, se
extinguirían después la casi totalidad de las plantas fanerógamas (sólo sobrevivirían aquellas
que han encomendado su fecundación al capricho de los vientos).

Viernes, 16 de noviembre

Con el molde, en la Escuela de Artes y Oficios, hice un busto de cera, un torso humano que
pretendía ser la figura épica de un guerrero antiguo. Lo modelé a escondidas, un poco por pudor
y un mucho por temor a ser descubierta. Pero, finalmente, lo di a la luz: desconociendo su
origen, la profesora me felicitó, era un trabajo soberbio...
¿Cuántos años han pasado? ¿Treinta? ¿treinta y cinco? Ahora, con la mudanza, son muchos los
trastos que voy a tirar: los juguetes viejos y rotos de los niños, una cuna desvencijada, papeles
que he ido acumulando sin más criterio que el temor a perder los recuerdos... Pero ese trozo de
arcilla, escondido en el fondo del arcón de mi abuela y el torso de cera... Me resisto a
desprenderme de ellos. No necesito tenerlos a la vista, sólo saber que estaban guardados en el
arcón de la buhardilla, con mis libros del instituto, con mis diarios de hojas sueltas y mis
poemas de adolescencia, con los lienzos que he pintado durante tantos años, con otras esculturas
de barro, bustos de mi marido y de los niños, torsos imaginarios y formas indefinidas me hace
sentir que tengo los pies en el suelo, que estoy anclada a la vida. Mis pertenencias son el lastre
que evita mi ascensión, mi vuelo hacia un futuro ignoto que me amedrenta.
Hoy, al volver a tomar el barro entre mis manos, he sentido un estremecimiento, una especie de
vahído, un temblor de piernas, no sé... Quizás la lasitud de un amor perdido... Creía que ya lo
había olvidado, pero en realidad sólo lo había guardado.

Seguramente el insecto más apreciado por el ser humano desde antiguo, por el gran beneficio
económico que de él podemos obtener, es la abeja melífera. Como es bien sabido, con el néctar
libado en las flores y con ciertas sustancias aportadas en unos divertículos de sus esófagos,
elaboran la apreciada miel, sustancia asaz azucarada con que alimentan a sus larvas y se
aseguran unas reservas energéticas para el crudo invierno. Una clase especial de miel es la
jalea real, destinada sólo a alimentar a las larvas de futuras reinas.
No todo el néctar libado, obviamente, se transforma en miel o jalea real. Parte de él es utilizado
para cubrir las necesidades energéticas del animal y para la "autoconstrucción" de su cuerpo.
Algunos de los azúcares del néctar se transforman, en los cuatro pares de glándulas que a tal
efecto poseen las abejas en posición ventral, bajo la dermis, en ácidos grasos (palmítico, por
ejemplo, pero también algunos insaturados) y en monoalcoholes de cadena larga (como el
miricilo). Algunos ácidos, mediante los enlaces ester correspondientes, se unen a los alcoholes;
esta mezcla de ésteres, ácidos grasos y alcoholes es la famosa cera con que las abejas fabrican
las celdas de los panales, destinadas a la crianza y maduración de las larvas.

Lunes, 19 de noviembre

El médico me dice que si no adelgazo puedo tener serios problemas de salud, que tengo el
colesterol por las nubes y que el nivel de azúcar en mi sangre es tan alto que podría poner una
cadena de confiterías... Pero no es tan fácil adelgazar. Me gusta más escribir que salir a correr o
ir a un gimnasio. Prefiero modelar la arcilla que montar en bicicleta. Es mi forma de huir, mi
válvula de escape: cuando tomo el barro y le voy dando forma, van alejándose de mí muchos
fantasmas. Si sólo hiciera deporte, jamás me dejarían en paz, me acompañarían por siempre.

Martes 20 de noviembre

¡Qué mansedumbre reina en las tardes de otoño! Mi marido está en la oficina, mis hijos en la
facultad y yo, a solas en la buhardilla, arrullada por la música de Vivaldi o de Pergolesi (a veces
también Dover o Radiohead), acaricio hoy el barro, mañana las letras, quizás el lienzo. De este
modo tan sencillo voy viviendo pasiones virtuales en la yema de los dedos mientras saboreo con
deleite una chocolatina o un bombón. Y ahora, con este jaleo de la mudanza, vienen el antiguo
molde de arcilla y el torso de cera a crear tsunamis en el Mar de los Sargazos, calmo y sereno,
por el que navegaba mi ánimo.
No sé de él desde hace muchísimo tiempo. Por supuesto que lo he vuelto a ver: esta ciudad es
muy pequeña, pero ya no hablamos. Después de nuestra ruptura, los encuentros en la calle –
cariñosos al principio– fueron poco a poco, con el paso de las semanas, derivando hacia un
sencillo hola o adiós, después, con los meses, a un elevar de cejas y finalmente, con los años, a
la indiferencia de los desconocidos. Él también está muy gordo, apenas nada en su cuerpo
recuerda su porte de antaño. Miro el molde de arcilla y no puedo asociarlo a ese señor, de
aspecto casi venerable, con su barbita cuidadosamente recortada y sus gafas de cristal sin
montura, que pasea por la calle Mayor, siempre colgado del brazo de una mujer de buena planta,
más joven que él. No, este molde pertenece a un semidiós que bajó del universo de los mitos
para robarme la adolescencia.
Y, lo siento, pero prefiero caer en la ñoñería que ponerme a llorar. Las mujeres somos así,
enseguida lloramos o comemos chocolatinas y bombones...

La cera que se extrae de los panales está impregnada de miel, lógicamente. La separación de
ambas sustancias es relativamente fácil: al poner los panales en agua hirviendo, la miel se
disuelve mientras que la cera, insoluble y muy hidrófoba, sube a la superficie. El enfriamiento
hace que solidifique (su punto de fusión está en torno a los sesenta grados).
La cera de los panales vacíos, sin larvas y, por tanto, sin miel, se conoce como cera vana . La
cera virgen es de natural amarillenta (cera toral) pero se suele blanquear para su uso en la
industria cosmética sometiéndola a la luz del sol. La cera toral es la que se utiliza comúnmente
en la fabricación de velas.

Miércoles, 21 de noviembre

¿Por qué recuerdo –debería escribir "añoro", pero no me atrevo: quizás alguien lea este diario–
ahora aquel remoto crepúsculo y el cuerpo férreo y ya inexistente de mi primer amor? Mi
marido siempre ha sido un amigo incondicional y un excelente padre; los niños, buenos
estudiantes, cariñosos, tienen un futuro prometedor; y yo me siento realizada como mujer: mis
obras se venden bien, mi nombre suena en los círculos selectos del arte contemporáneo... ¿Por
qué, entonces, esta desazón? ¿Por qué ahora?
He cogido el molde de arcilla de mi semidiós y lo he mirado durante un buen rato. Quizá el
poniente aquel fue sólo un sueño y este molde sea uno más de los cientos que he realizado a lo
largo de mi vida... Pero no es así: lo beso y siento la misma sensación ardiente de mi juventud.
El molde está vivo, eternamente vivo.
El torso de cera es mi ídolo resucitado y no dejo de acariciarlo, besarlo. He subido a la
buhardilla, atraída por el influjo de la cera modelada, hasta siete veces esta mañana, para ver el
vientre desnudo y el pene apenas rígido de mi héroe.
Esta mañana, mientras daba buena cuenta de una onza de chocolate amargo frente al busto
macilento de cera virgen y el escalofrío del primer amor se apoderaba otra vez de mi cuerpo,
como una brisa recurrente, se me ha ocurrido algo. Algo perverso, diría yo.

Aunque en el reino vegetal el almidón, obtenido por el acúmulo de glucosas, es la molécula de


reserva energética por excelencia, no es difícil encontrar plantas que utilizan para este fin
sustancias lipídicas. Así, encontramos que hay semillas dotadas de gran cantidad de aceites
vegetales como "paquetes de energía" para la germinación y las primeras fases del
crecimiento. Entre éstas podemos citar las pipas de girasol o las habas de cacao, de cuyo
residuo pulverizado se obtiene el delicioso chocolate según una práctica arcana enseñada a los
aztecas por el mismísimo dios Qetzalcoatl. Puesto que en el metabolismo animal los glúcidos se
"queman" antes que otros principios inmediatos, mientras que los lípidos tienden a
almacenarse en los tejidos adiposos subcutáneos, un consumo excesivo de alimentos ricos en
grasas, como el chocolate, suele producir obesidad. No obstante, la obesidad no es el resultado
sólo de un consumo abusivo de grasas sino del exceso de calorías procedentes de glúcidos,
lípidos o proteínas.

Jueves, 22 de noviembre

Sí, el médico me ha prohibido las grasas y, sobre todo el chocolate. Me habla de nosequé
problemas cardiovasculares y de colesterol bueno y colesterol malo y otras pamplinas. Y dice
que haga más ejercicio, que ande o que vaya a nadar o a un gimnasio... Ignoraré sus órdenes,
otra vez. Pero, en esta ocasión, sin remordimientos. Por cierto, ¿no ha ganado el texto en
agilidad?

Viernes, 23 de noviembre

He derretido la escultura de cera. La he colocado en un barreño junto al radiador: mientras se


calentaba, el héroe de leyenda antigua ha ido perdiendo firmeza y, como si toda la vida pasase
por su cuerpo en unos minutos, se ha puesto fofo e informe, se ha desleído en un charco
humeante.
Luego he rellenado el molde de arcilla con chocolate caliente y denso. Pasadas unas horas, he
roto el molde de arcilla con una extrema precaución: al desmoldar la figura de chocolate ha
aparecido un torso bello y perfecto, el cuerpo sublime y exquisito de un negrísimo adolescente
bantú. Por lo menos.

El modo ideal de obtener un peso equilibrado consiste en seguir escrupulosamente unos hábitos
alimenticios saludables y hacer ejercicio físico regularmente.

Mi marido se ha llevado una grata sorpresa al ver el vientre y el sexo de chocolate servido en
una fuente, a la hora de merendar. Acostumbrado a mis obras de arte, ha pensado que esta
excentricidad la he preparado para él, para embaucarlo en un capricho lujurioso, un jugueteo de
amor. No sabe que sólo quiero librarme de una antigua obsesión que me persigue a través de los
años y de los kilos.
Nos hemos comido los músculos, el vello púbico, el pene de mi antiguo amor y una íntima
satisfacción me ha embargado.
Al tiempo que mi marido comía, yo perdía lastre y, ya sin temor, he despegado hacia la libertad
que perdí en la adolescencia.
¡Ah, mi maldita cursilería!

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