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La Industria Cultural

Por Anabella Squiripa, en 12 de Abril de 2008

Un término más que utilizado en el círculo artístico y entre intelectuales


contemporáneos es el de “Industria cultural”, término conocido pero poco
comprendido. Todos, absolutamente todos formamos parque de ella de un modo activo
tan arraigado en las sociedades de consumo actuales que forma parte de nuestras vidas
cotidianas.
¿Pero qué es la industria cultural? Antes que nada, es preciso indicar el nacimiento
de esta expresión, sus creadores y el contexto en el que se origina.

Foto: Wikipedia

Todo comenzó en la Escuela de Frankfurt, un movimiento filosófico y sociológico


fundado en 1923, asociado al Instituto de Investigación Social de la Universidad de
Frankfurt. Su portavoz fue Max Horkheimer en un principio, nombrado director del
Instituto en 1931, año en el que Theodor Adorno, experto en música, filosofía y
sociología, se asoció al Instituto. Su amigo Walter Benjamin también colaboró y en
1933 se sumó Herbert Marcuse, discípulo del filósofo Martin Heidegger. También
formaban parte de ésta Erich Fromm, Jürgen Habermas, Georg Lukács y otros
grandes pensadores modernos que tenían por programa comprender el fracaso de las
revoluciones socialistas en Europa, militar contra la ideología nacionalsocialista y
ponerse en guardia contra toda instauración o restauración de regímenes totalitarios.
Al año siguiente los nazis cerraron el Instituto (las razones son más que obvias), lo que
llevó a la mayoría de sus miembros al exilio, entre ellos Horkheimer, Adorno y
Marcuse. El Instituto volvió a abrir sus puertas en Nueva York con el nombre de
Nueva Escuela de Investigación Social y retornó a Frankfurt a comienzos de la década
de 1950 junto con Horkheimer y Adorno, que fue su director entre 1958 y 1969.
Marcuse y los demás miembros permanecieron en U.S.A., a excepción de Benjamin,
quien permaneció en Francia desde un principio y murió (suicidio o asesinato, aún
caben dudas) en 1940 en Portbou, un pueblo de la frontera hispano-francesa, cuando
intentaba cruzar a España para luego llegar a USA y reunirse con sus cofrades.
Foto: languag2

Los tres pilares del pensamiento de la escuela de Frankfurt eran Marx, Hegel y Freud,
y sus miembros se proponían una revisión de éstos tres, argumentando que la sociedad
moderna sufría múltiples enfermedades y que la única cura viable era una radical
transformación de la teoría y la práctica, y que la tecnología era una de esas
enfermedades y no una solución. Pero la Escuela de Frankfurt nunca fue una escuela
en sentido cerrado en la que todos tomaban las mismas líneas de investigación o los
mismos presupuestos teóricos, sino que sus miembros estaban unidos por el objetivo de
desarrollar un pensamiento crítico y reflexivo, inspirado en el pensamiento marxista.
Entre las tantas investigaciones y aportes que realizaron los frankfurtianos, se destaca
la obra Dialéctica del Iluminismo, publicada en 1947 por Max Horkheimer y Theodor
Adorno, en U.S.A., donde asisten al prodigioso desarrollo de los medios masivos de
comunicación, el cine, la prensa, la publicidad, etc., el caballo de batalla de la
industria cultural. Los Medios definen las identidades de las sociedades, producen
industrialmente elementos culturales de acuerdo con normas de rendimiento, de
estandarización y división del trabajo idénticas a las que aplica el capitalismo; ejercen
gran influencia en la determinación de los roles de cada individuo dentro de la sociedad
y guían la percepción de la vida. No son un “servicio público” sino más bien un
instrumento de control público; y éste en muchos países para consolidar sobre todo el
orden socio político vigente. Para Adorno, los medios de comunicación son
instrumentos de alineación cultural todopoderosos que “tienden a desarrollar
reacciones automatizadas y debilitan la fuerza de resistencia individual”. Su función es
homogeneizar y hacer inofensivos los posibles conflictos.
En la Dialectica del iluminismo, hace su aparición la expresión “industria cultural” (o
kulturindustrie) para referirse así a un estado avanzado de las sociedades llamadas
“post-industriales” y a una modificación del estatuto de la cultura tradicional. Pero la
expresión es igualmente empleada en un sentido peyorativo. Horkheimer y Adorno
ponen en cuestión el efecto ideológico que acarrea una cultura estandarizada,
programada, producida cuantitativamente, en función de un criterio económico según el
modo precisamente industrial, y no cualitativamente según normas estéticas. De
acuerdo con ello, esta producción masiva de “bienes culturales” crea demandas,
antes que dar respuestas a las necesidades efectivas de los individuos.
Los nuevos empresarios de una cultura pretendidamente democrática o democratizada
obedecen en realidad a imperativos de puro marketing y se contentan con distribuir con
fines mercantiles las migajas de la cultura burguesa tradicional. Horkheimer y Adorno
juzgan severamente ese proceso que conduce, según ellos, a una gigantesca
“mistificación de las masas”.
La defensa del arte moderno de Adorno, de un arte exigente, altamente elaborado hasta
hermético, pretende reaccionar contra la manipulación de necesidades de un sistema
donde “el poder de la técnica es el poder de aquellos que dominan económicamente la
sociedad”. La industria cultural designa una explotación sistemática y programada
de los “bienes culturales” con fine comerciales. Industrias dedicadas a la creación de
mensajes estandarizados dirigidos a la sociedad de consumo, efectuando un
rebajamiento de los procesos intelectuales y sensitivos, anulando la capacidad crítica y
convirtiendo al receptor en el hombre-masa, un individuo desindividualizado y pasivo.

“Trabaja, come, compra, consume y después muere.”

Foto: adbusters

La expresión “industria cultural” –en la actualidad, empleada frecuentemente en


plural- pierde su sentido peyorativo y designa más amablemente el conjunto de nuevas
tecnologías, particularmente informáticas utilizadas para los fines de producción, de
gestión y de difusión de prácticas artísticas y culturales. Aquí surge la expresión
“democratización cultural”, ubicada bajo el control de otra forma de racionalidad de
la economía que los deja escépticos a los frankfurtianos. Esta democratización se
transforma en asunto de management y de marketing; obtiene resultados innegables
sobre una cultura estandarizada, condicionada y comercializada sobre la moda de
los bienes de consumo. Esta crítica recuerda el ensayo de Marcuse sobre el carácter
afirmativo de la cultura y hace también pensar en las tesis de Benjamín sobre la
pérdida del aura de la obra de arte, pero eso es otro tema.

Temas: alienacion, escuela de frankfurt, industria cultural, sociedad de consumo

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