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¿Por qué extinguir a LyFC?

Edgar Belmont1

Extinguir a Luz y Fuerza del Centro o integrarla a la Comisión Federal de Electricidad no


es una idea nueva y con el paso del tiempo se fue convirtiendo en una amenaza constante o
en un mecanismo de presión sobre el Sindicato Mexicano de Electricistas. Si bien dicha
iniciativa ya se había planteado en 1975, el Gobierno Federal opto por mantener divididas a
ambas empresas y a sus respectivas organizaciones sindicales con el objetivo de ejercer una
mayor control sobre el sindicato oficial (SUTERM), la integración de ambas
organizaciones sindicales suponía que se adoptara en principio –sino el nombre del
sindicato de mayor antigüedad- el diseño institucional del SME donde existen principios y
garantías como el derecho de voz y voto o la posibilidad de cada agremiado a formar
grupos políticos.

Aunque la integración de ambas empresa se cancela al dotar a Luz y Fuerza de


personalidad jurídica y patrimonio propios en 1994, las diferencias entre ambas
organizaciones sindicales se harían mas evidentes debido a que en el SUTERM se mantiene
un consentimiento a la política energética de corte neoliberal y que el SME ha mantenido
una clara oposición a la privatización simulada del sector eléctrico, la cual comienza con
las reformas a la Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica en 1992. La integración
consensuada de ambas empresas y sindicatos fue cancelada por el gobierno salinista pero
sobre todo por las divergencias o por la disputa que existe en torno a la orientación del
sector eléctrico. Esto explica porque el Decreto de extinción de LyFC, emitido por el Poder
Ejecutivo, no sólo vulnera el equilibrio de poderes sino porque es en el fondo una decisión
política cuya legalidad y legitimidad han sido cuestionadas por especialistas en derecho
constitucional y laboral. En lo que si coincidimos con la posición del Secretario del
Trabajo, Lic. Javier Lozano, es que esta decisión fue “oportuna” o mejor dicho oportunista
al emplear una estrategia mediática que responsabilizaba a los trabajadores de la falta de
inversión y de la mala administración de LyFC. Ello explica porque la promesa -que no































 





























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Dr.
en
sociología
del
trabajo

(edgarbelmont@yahoo.com)



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cesa de repetirse en los medios de comunicación- de que al liquidar a los trabajadores y al
extinguir LyFC la calidad del servicio va a mejorar, mentira que es insostenible ante la
vulnerabilidad de la infraestructura eléctrica y el incremento de los apagones en la zona
centro del país: la calidad del servicio no va a mejorar por decreto.

A pesar de que el decreto de extinción de LyFC violenta la Constitución Política, la Ley


Federal del Trabajo y el ideal o las aspiraciones de una sociedad democrática, el Gobierno
-con el afán de justificar la decisión de cerrar la fuente de trabajo a 44 mil trabajadores-
emplea estrategias discursivas que terminan por confundir a la opinión pública. En este
sentido, se recurre a las metáforas de la guerra, de la batalla por el empleo y por la
competitividad, es decir, a un régimen discursivo que apela al sacrificio de la clase
trabajadora y al suponer que en esta batalla las víctimas de la globalización económica son
las empresas; de igual forma -quizás lo mas grave- es que con una simpleza se señala que la
extinción de LyFC es en nombre de la nación y del interés público pues con estas mismas
estrategias se ha planteado, en distintos momentos, la mal llamada “desregulación” de
sector energético, la privatización de la empresa pública y ahora la extinción de la empresa
pública LyFC y el cierre de la fuente de trabajo a 44 mil trabajadores.

En este contexto se creo un escenario mediático que dramatiza y que responsabiliza a los
trabajadores de la situación financiera, técnica y operativa de LyFC, presentado a las
organizaciones sindicales como un obstáculo para la modernización de la empresa. Por ello
la cerrazón al diálogo, a la interlocución, a la bilateralidad consagrada en el derecho
laboral. En todo este escenario se omite la responsabilidad del Gobierno Federal y de la
Administración sobre la situación del organismo, se manipulan cifras, se dicen verdades a
medias y se hacen comparaciones de “indicadores de desempeño” insostenibles.

El decreto de extinción de LyFC aviva no solamente el encono y polariza a la sociedad


mexicana sino que aviva la controversia que existe entre los Poderes de la Unión en torno a
los criterios que orientan la política energética. En esta controversia el Poder Ejecutivo
reclama su facultad para administrar los recursos de la nación, el Poder Legislativo reclama
-por su parte- su facultad para legislar en materia energética y que la política energética se

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apegue a los preceptos constitucionales, mientras que el Poder Judicial se ha pronunciado
sobre la necesidad de acabar con la privatización simulada que existe en el sector eléctrico.

Parte de estas controversias se expresa no sólo en la crudeza del discurso presidencial al


sostener por ejemplo que los objetivos o que las misiones del servicio público han llegado a
su fin; sino en las restricciones presupuestales a las empresas energéticas que se han
agudizado en las última décadas y que ha hecho cada vez más vulnerable la infraestructura
eléctrica, situación que repercute tanto en las condiciones de trabajo como en la calidad del
servicio. Al hablar de la calidad del servicio debemos tomar en cuenta antes que la
satisfacción del usuario las condiciones en las que se produce el servicio y los dispositivos
que se ponen en juego en la relación usuario-trabajador; esta perspectiva, la de un sociólogo
del trabajo, es sin embargo secundaria cuando vemos que el decreto de extinguir a la
empresa pública se hace de forma ilegal pero eso si en nombre del interés público y de la
competitividad económica.

No hay espacio para hablar de la coherencia o de la restructuración productiva, sin


embargo, basta decir que para mejorar el servicio y el trato al usuario es necesario renovar
equipos, dar mantenimiento a la infraestructura eléctrica, revertir los problemas operativos,
construir consensos socio-productivos y promover una cultura de servicio público. Por ello,
la liquidación o el despido de los trabajadores de LyFC no implica mejorar el servicio; para
cumplir esta promesa debemos redistribuir la responsabilidad que a cada uno de los actores
que intervienen en la prestación del servicio, incluyendo el usuario y el Poder Ejecutivo
como responsable de la administración de las empresas paraestatales. Por ejemplo, es
inaudito que antes de la abrupta decisión del Poder Ejecutivo de que la Policía Federal
ocupe las instalaciones de LyFC, la noche del 10 de octubre, se hayan solicitado 9,600
millones de pesos para inversión física en la infraestructura con el objetivo de atender las
zonas críticas que existen en el centro del país y de revertir los problemas técnicos y
operativos de LyFC, mientras que la Secretaria de Hacienda decide programar de forma
irresponsable sólo 1,200 millones, apostando sospechosamente a un mayor deterioro del
servicio. Simplemente con que el Estado de México pague sus adeudos, los cuales son
superiores a los 5 mil millones de pesos, las condiciones de negociación serian otras. La
reestructuración de LyFC, es claro, puso a prueba la disposición del Gobierno Federal para

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construir consensos y como hemos visto éste aposto por cancelarlo antes de llegar a la
mesa de negociación contractual.

En la administración del sector eléctrico existen inconsistencias e incongruencias que no se


resolverán por decreto. Al liquidar a LyFC se crispa no sólo el ambiente político sino se
hacen evidentes las dolencias de un red eléctrica vulnerable, pues las variaciones de voltaje
y las interrupciones del servicio van a persistir en tanto que no se definan los criterios de la
modernización de la empresa pública; una mesa de negociación para precisar los mismos y
restituir la legalidad es importante para revertir este golpe. Debemos discutir la
responsabilidad del Estado para otorgar un servicio de forma continua, en condiciones de
calidad a precios estables y accesibles y que sea adaptado al desarrollo tecnológico. La
decisión de extinguir a LyFC no sólo es poco afortunada desde el punto de vista técnico
sino también político porque vulnera el Estado de Derecho y porque queda claro que se
trata de una decisión que busca medir la correlación de fuerzas en el actual contexto
sociopolítico.

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