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La Terapia Neural:

Cómplice y Gestora de Encuentros para la


Vida
Escribo este texto con la claridad que me permite un corazón que está
aprendiendo a saber lo que siente, y a sentir lo que sabe. Y sin estar
segura de poder expresar con mis palabras lo que ahora siento y se,
escribo impulsada por la inmensa alegría del encuentro. Esta vida sabia,
nos ha puesto aquí, frente a frente para encontrarnos. Con ingeniosas y
bellas excusas, su propósito es que nos encontremos, y para que el
propósito se cumpla, es necesario, además del deseo de hacerlo, estar
presentes.

Estar presentes, en este aquí y en este ahora, único e ineludible,


significa no resistirse a la vida, dejarse vivir por ella siendo simplemente
lo que somos. Y para eso, no hay otra forma que despojarnos de lo que
no nos deja ser, o por lo menos intentarlo. Despojarnos de las máscaras
que nos ocultan, de los papeles o roles que nos niegan, de las normas
que nos obligan, de las certidumbres que nos atemorizan y de los
discursos que nos distraen. Para encontrarnos, hay que desnudar el
corazón retirando lo que nos cubre, es decir, los pretextos que
inventamos para no tocarnos. Si no lo hacemos, podemos llegar,
toparnos y pasar, podemos incluso vernos, leernos y escucharnos, pero
nunca ,nunca, encontrarnos.

Por esto hoy, aunque escribir sobre Terapia Neural, es más difícil para
mí, es, a la vez, más placentero. Porque en este esfuerzo por organizar y
moldear palabras para expresar a otros mis ideas y sentimientos, está la
necesidad de verme a mí misma; y en el descubrimiento de lo que soy,
está el encuentro con los otros.

Hoy, no deseo, y posiblemente no pueda, hablar de Terapia Neural si no


es desde mí, desde mi experiencia y desde mi camino. Un camino, como
el de todos, lleno de contradicciones, sueños, subidas, bajadas, luces y
sombras, en el que la Terapia Neural ha sido una gran cómplice; en ella
me revelo y ella se revela en mí, y así, nos vamos transformando
mutuamente.

Consecuente con sus fundamentos y por supuesto con los míos, no me


refiero a la Terapia Neural como si estuviera por fuera de mí, así como
no están por fuera de mí los otros, el Universo ni la vida misma. Todo
está en mí, no solamente por interacción o interdependencia, si no
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esencialmente porque en este mundo de complejidad vital, todos


“intersomos”, es decir, que no sólo nuestro hacer afecta el entorno, y al
revés, sino que nuestro ser, pertenece al ser de los demás; somos para,
con y en los demás, y al revés. La relación entre todos y de todos con el
Universo se da en el “interser”, por eso es que al encontrarnos con
nosotros mismos, ocurre el milagro del encuentro con los otros y con el
Universo.

Con gozoso asombro, veo cómo en mi vida los límites entre lo personal y
lo laboral, se desvanecen; me doy cuenta cada vez con mayor claridad
cómo lo íntimo y lo público, lo “desde dentro” y lo “desde fuera”, el
sentimiento y el pensamiento, y el vivir y el discurso, se enredan en una
iluminadora confusión. Me entero que estos límites, así como la mayoría
en los que cree nuestra humanidad, son artificios; es decir, que todo
habla de lo mismo, que todo habla de lo que somos.

Todo se va mezclando, mis creencias, mis experiencias, mis emociones,


mis afectos; todo se integra, o mejor, todo devela su inherente
integración. La separación no existe, el discurso se diluye en la vida, en
mi vida, y sólo así, el discurso cobra sentido. Las explicaciones y
concepciones que privilegian el pensamiento y la razón, sólo le sirven a
la vida cuando llegan y afectan el lugar donde los cambios son reales y
profundos: el fondo del corazón, el lugar donde anidan los sentimientos,
el lugar de lo innombrable, de lo invisible.

Siempre me ha apasionado y estremecido la correspondencia que


encuentro cada día entre la concepción de la Terapia Neural, la esencia
de la organización social, y mis creencias y propósitos de vida, es decir,
entre la relación con mis pacientes, el trabajo comunitario, y mi
cotidianidad e intimidad. Esta correspondencia entre espacios
supuestamente tan diferentes, no es ni lineal ni azarosa; se me parece
más bien a los rasgos comunes que se encuentran en letras escritas con
la misma mano, se me parece a la metáfora...

Veo esta correspondencia, en parte, gracias al aprendizaje que me ha


permitido la Terapia Neural; y darme cuenta de ella me asombra tanto,
gracias a la ignorancia que implica pertenecer a esta humanidad que no
cree en la vida, y a la que lo obvio le parece extraño. La realidad me
sorprende porque formo parte de una sociedad que fragmenta, que
irrespeta, que impone, y que prefiere dominar a cooperar, excluir a
incluir, y obedecer a desear.

Entender la sociedad de la que formamos parte suele ser muy


importante en este camino de descubrir lo que somos y de decidir en lo
que queremos creer. Específicamente, entender cómo la sociedad se
transforma y cómo hemos llegado a ser lo que somos, es muy útil para
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quienes asumimos la Terapia Neural, o cualquier otra práctica médica,


como una actitud frente a la vida y no simplemente como una técnica.
En esta discusión, que no tiene fin ni verdades absolutas, hay ideas y
pensadores que iluminan mis reflexiones:

Maturana afirma que para que haya un cambio cultural es necesario que
haya cambio emocional; que una sociedad se transforma sólo en la
medida en que las actitudes y valores de los seres humanos lo hacen, es
decir, sólo si se afectan las motivaciones, los sentimientos y los
sentidos. Sólo si se quiere y se desea con el corazón es posible ser,
transformarse o permanecer, como individuos o como sociedad; otra voz
a favor de trascender los discursos.

Capra, entre otros, coincidente con filosofías ancestrales como la china,


describe un “ritmo básico universal”, en el que la dinámica de la historia
de la humanidad es vista como fluctuaciones cíclicas y continuas que
tienen su propio ritmo y propósito. Como movimientos complejos y
sincrónicos de la cultura y de todas sus manifestaciones (incluyendo las
emociones, las creencias y las formas de organización de la sociedad),
que emergen de las relaciones que estos mismos permiten, y cuyo
carácter vital los hace impredecibles e incontrolables.

Las sociedades y los seres humanos, así como la naturaleza y el


Universo, son intrínsecamente dinámicos o cambiantes. Contagiados por
la vida, nuestro devenir y nuestra historia sucumben a su irresistible
movimiento y ritmo, a sus ciclos, a su música y a su baile...

Esta mirada se aparta de la propuesta del modelo evolutivo que plantea


que la historia de la humanidad es el resultado de las guerras y los
conflictos. La idea de que la evolución, tanto biológica como social, ha
sido posible gracias a las luchas desalmadas de organismos (y
microorganismos) que compiten por su propio beneficio a costa del
exterminio de los más débiles, ya no puede sostenerse, la vida está llena
de motivos para no creerla.

¿Por qué extraña razón se nos hizo más fácil suponer que un día
levantamos las manos de la tierra y nos pusimos por primera vez de pie
para tomar un arma y matar a otros (animales y seres humanos), y no
para recolectar y cargar alimentos parar compartir?, ¿por qué los dibujos
de nuestros antepasados se nos parecen más a flechas que a plantas?.
Por la misma razón por la que vemos luchas en lugar de abrazos,
violencia en lugar de vínculos, partes separadas en lugar de relaciones...
Los modelos con los cuales nos vemos, pensamos y sentimos, no nos
dejan entender nuestra propia naturaleza.
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En un esfuerzo por reinterpretar nuestra historia, muchos autores como


Riane Eisler y Humberto Maturana, plantean que el desarrollo de la
humanidad y de la civilización, se debe más a la capacidad de cooperar
y de amar de los seres humanos y de la vida misma, que a la
competitividad y a la dominación. De hecho, se propone, y eso es en lo
que creo, que somos esencialmente seres del amor, de la caricia y del
encuentro. No porque la historia más accesible a nuestra limitada
memoria, esté llena de violencia, dominación y competitividad, significa
que esa sea nuestra naturaleza; esa parte de la que nos acordamos es
sólo un momento de nuestra fluctuante historia, y eso que sobresale es
sólo una parte de lo que somos. En nuestro cuerpo, así como en la
naturaleza, la tendencia es a cooperar...

Según esta mirada alternativa, la historia de la humanidad ha fluctuado


entre modelos de solidaridad y modelos de dominación, es decir, entre
sociedades que privilegian el poder de unos sobre otros, y sociedades en
las que prevalecen los vínculos afectivos y la cooperación. En general, y
sin querer irrespetar la singularidad y complejidad de las sociedades, es
evidente que los grandes cambios en la historia de la Cultura Occidental,
después del surgimiento del patriarcado en el año 3000 AC hasta
nuestros días, no se han salido del modelo de dominación. Incluso
algunos, como el surgimiento del capitalismo, el positivismo y el
mecanicismo, han significado el perfeccionamiento de las condiciones
para dominar, controlar y excluir.

Se plantea que antes de este gran periodo, los seres humanos se


organizaban en comunidades en las que primaba el amor, la
preocupación por los otros, y el respeto por la tierra; comunidades que
adoraban a la Diosa, como símbolo de vida y de la sabiduría de la
naturaleza, es decir de lo femenino. El conflicto, la competitividad y la
agresión existían como episodios del convivir, pero no como el modo de
vida imperante. Ahí está la diferencia.

Lo femenino, tan reconocido en esas comunidades prehistóricas, no fue


erradicado totalmente por el patriarcado, lo que sucede es que desde
entonces ha quedado oculto, subordinado y relegado. “El antiguo amor a
la vida y a la naturaleza, las antiguas usanzas de compartir en vez de
arrebatar, de cuidar antes que oprimir, y la visión de poder como
responsabilidad en lugar de dominación”, están presentes en la
sociedad y en los seres humanos, porque lo femenino es parte de
nuestra esencia.

Esta mirada diferente de la historia puede estar tan llena de


suposiciones e imaginación como la del modelo evolutivo; pero además,
está impregnada de deseos y de esperanzas, lo que nos es más útil que
la obediencia y la resignación.
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Para mí es importante entender la concepción de la Terapia Neural


desde la forma como nos relacionamos los seres humanos, es decir,
desde la posibilidad y necesidad de encontrarnos y de amarnos; desde
conceptos, que son más bien emociones, como la solidaridad y la
dominación. Remitirnos a lo que somos y a nuestras relaciones, permite
que el discurso y el pensamiento pierdan peso para que lo gane la vida y
el sentimiento, impulsándonos a hacer transformaciones desde lo más
íntimo de nuestro ser. Esta manera de entender la historia de la
humanidad me lleva a pensarme y a sentirme a mí misma, me toca y me
habla de lo que soy, por eso me gusta e intento entenderla.

La racionalidad de la que forma parte la Terapia Neural, es la


racionalidad que justifica y garantiza que todos los seres nos
preocupemos por todos; que el dolor y la alegría del otro nos interese;
que el otro nos importe; es decir, que el otro no sea “el otro”. Es la
racionalidad de la solidaridad, del amor y del encuentro; de ese
encuentro con los demás que implica el encuentro con uno mismo. La
Terapia Neural está en el camino hacia la reinvención de la vida, hacia
una vida en la que todos aprendamos y recordemos cómo cuidarnos los
unos a los otros. Y en este camino, sólo es posible aprender y recordar,
desaprendiendo y olvidando.

Primero, es necesario desaprender a dividirlo todo en opuestos: los seres


humanos somos buenos o malos, hombres o mujeres, feos o bonitos; lo
que vemos es blanco o negro, está afuera o adentro, es mecánico o
biológico; las enfermedades son psicológicas u orgánicas; las medicinas
son alternativas u ortodoxas... Todo dividido en opuestos que se
excluyen y que se disputan a muerte el puesto de la verdad y la
hegemonía. Así no es posible comprender ni hacer parte de la
transformación hacia la solidaridad. Esta mirada que parece obsesión,
nos obliga a alejarnos cada vez más los unos de los otros y nos separa
de nuestra esencia.

Según la filosofía ancestral China, todas las manifestaciones de la


realidad se originan en la interacción dinámica y armónica de dos
fuerzas: Yin y Yang, las cuales son extremos de una unidad que lo
abarca todo; nada es solo Yin o solo Yang. Es decir que no son opuestos
que se excluyen, sino aspectos complementarios; uno no se subordina al
otro, y uno no es sin el otro. La ambigüedad, la incoherencia y la
contradicción se reconocen entonces dentro de la sabiduría de la vida.

Por nuestra incapacidad para pensar y sentir sin separar y oponer,


hemos distorsionado los significados de conceptos como Yin y Yang, y
como femenino y masculino, volviendo contrincantes a los
complementarios, y dominio a la cooperación. Estas fuerzas
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complementarias se necesitan mutuamente en un justo equilibrio, pues


el favoritismo de una de ellas supone instantáneamente la distorsión de
ambas; la pérdida de la sabia armonía implica que ya no sean lo que
realmente son.

Para nuestro pervertido sentido común que ha privilegiado lo masculino


sobre lo femenino: lo Yin o lo femenino es igual a mujer, pasividad,
debilidad, sentimentalismo y sumisión, y lo Yang o lo masculino es igual
a hombre, actividad, fortaleza, inteligencia y poder. Una fuerza
atropellando y negando a la otra, y en ese camino, el ser humano
desconectándose de sí mismo y de la naturaleza.

Sobran las evidencias del daño que nos ha traído esta distorsión:
Mujeres esforzándose por parecerse a los hombres, hombres
esforzándose por diferenciarse de las mujeres; unos dejándose matar
por desconocer su poder, otros matando para demostrarlo; todos
perdidos, incapaces de encontrarnos y de sentirnos plenos con lo que
somos, porque ya lo olvidamos. Se nos olvidó que somos seres
emergentes de la sabiduría de la naturaleza, milagros de vida; se nos
olvidó que todos somos uno y que nuestra esencia es el amor.

El “progreso” que con tanto afán ha buscado nuestra “civilización”, ha


consistido en un desarrollo acelerado de la tecnología a costa de la
convivencia y de la equidad, en unos deseos locos de acabarnos los
unos a los otros, y en un miedo inexplicable de vincularnos ente sí.
Aprender a encontrarnos, no será fácil...

La tarea es entonces, “sanar la brecha”, reconociendo que somos al


mismo tiempo femenino y masculino, sentimiento y pensamiento,
integración y autoafirmación; que no existe un aspecto sin el otro, que
se contienen entre sí y que uno no es más que el otro. Se trata de que
hombres y mujeres recuperemos nuestro femenino perdido, ese que nos
impulsa a cuidarnos los unos a los otros, a respetar los ciclos de la
naturaleza, a tejer redes entre todos, y a creer sin necesidad de
demostración. Y que le demos a nuestro masculino su justo lugar,
entendido como la fuerza que afirma a cada ser con su voluntad, su
libertad y su valor.

Este es el camino en el que la Terapia Neural es cómplice; en el que se


integra lo que creíamos separado, y en el que se recupera la conexión
con la vida y con la tierra, es decir, con lo que somos. Es por eso que la
verdadera transformación no es el resultado de una batalla hacia fuera o
de convencer a los otros; sino la consecuencia de un intenso proceso
creativo en el que uno se mira a sí mismo, escucha su propia voz y
siente la luz de su alma.
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Con esta mirada, quiero contar mi versión de lo que es la Terapia Neural,


la cual segura y afortunadamente compartimos muchos. Se trata de un
intento por darle una explicación que nos permita más coherentes y más
libres. Sin olvidar que las explicaciones son sólo cajones en los que la
vida no cabe; posibles metáforas que se acercan, unas más que otras, a
la realidad, pero que en ningún momento la reemplazan. Es más,
cuando se trata de vivir, lo mejor es prescindir de ellas.

Esta explicación tiene el don de desaparecer o transformarse en el


momento en que comience a estorbar, a producir más desencuentros, o
a complicar en lugar de iluminar. Para mí lo importante es que no sea
sólo un cambio en la forma de decir, sino un crecimiento en cómo se
siente y se vive la Terapia Neural.

La Terapia Neural es una forma de relacionarse los seres humanos, en la


cual cada uno se encuentra con los otros y con el Universo a través del
reconocimiento de sí mismo. Es una terapia cuya esencia y propósito es
el encuentro. Genera encuentros para el reconocimiento de lo que
somos. Impulsa a cada ser a mirarse a sí mismo desde el lugar en que se
pone la aguja.

Este lugar no es sólo un punto en el cuerpo, es una situación irrepetible


que emerge del encuentro de mínimo dos seres humanos (terapeuta y
paciente). Es una síntesis de tiempo y espacio, y de pensamiento e
intuición. Es un lugar anatómico, emocional, espiritual y social a la vez,
que surge en el instante mismo del encuentro. La única manera de
conocerlo es estando ahí, atentos, formando parte del momento, y hacer
lo que uno cree que hay que hacer; llegar como si no se tuviera nada
entre las manos y al mismo tiempo como si se lo tuviera todo...

Desde el lugar en el que se pone la aguja, el cuerpo se escucha, se ve y


se da cuenta de sí mismo; surgiendo como consecuencia un nuevo
orden dentro de él. Al mirarse a sí mismo desde esa parte de sí, el
cuerpo recuerda lo que Es, recupera sus conexiones y se reconoce como
parte del Todo. En este proceso, a veces, brotan de su memoria
situaciones que forman parte de su historia, como si necesitara volver a
vivirlas para seguir construyéndose; o como si mirarlas con nuevos ojos
le permitiera aprender lo que antes no había podido; y en ese camino,
sanar.

¿Mirarse a sí mismo para qué? Para vivir lo no vivido y cumplir ciclos


inconclusos. Para curar heridas que no nos dejan tocarnos, para
perdonar y perdonarnos cuando es necesario. Para mirar a los ojos los
miedos que nos paralizan. Para integrarnos y superar la ruptura entre
nuestro ego y nuestro ser. Para recordar la sabiduría de la vida, y para
que así, la vida siga...
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Entonces, la Terapia Neural más que borrar apartes de memoria o


“desinterferir” irritaciones, propicia que cada quien se reinvente,
recuerde lo aprendido y encuentre su sentido. Las preguntas empiezan a
cambiar: en lugar, (a veces además) de preguntase ¿cuál es la irritación
que no deja fluir?, uno se pregunta ¿qué debe reconocer de sí mismo
cada quien para continuar su aprendizaje?, ¿qué es lo que ahora es
posible y necesario aprender?.

Creo que la Terapia Neural despierta la memoria que nos rescata de los
momentos de estancamiento y desesperanza, que no son sino
momentos de olvido; trayendo a la conciencia el recuerdo de lo que
somos, y de lo que cada uno sabe y puede. Incita a estar en el mejor
momento y lugar, y con la mejor compañía. Es obvio por lo tanto que su
intención no es quitar enfermedades, dolores o inflamaciones, ni evitar
la muerte. Mucho menos intenta hacer seres invulnerables, estéticos y
productivos, por el contrario, nos aleja del deseo absurdo de parecernos
a otros y de compararnos con modelos inventados por un sistema que
no respeta lo que cada uno es.

La Terapia Neural acompaña el camino de la vida de cada ser. Es una


maestra que sugiere, impulsa y provoca, pero que nunca hace por uno lo
que cada quien debe hacer por sí mismo. Ella no obliga a nada, porque
sólo es posible que salga lo mejor de cada uno cuando es el corazón el
que guía, no el miedo ni la obediencia, sino el amor y la cooperación.

Es una compañera que nos ayuda a hacernos concientes y


consecuentes; que nos permite jugar, caminar y bailar con la vida,
cuando la excusa es una enfermedad. La enfermedad, así como las
despedidas, la muerte y los problemas, es un momento sagrado, es
decir, tiene un sentido para la vida. Es una oportunidad para
transformarnos, para ser más felices y más libres. No es una
equivocación ni un defecto, por el contrario, la vida expresa su mayor
poder y sabiduría justo en ese instante.

Hacer Terapia Neural es cuestión de fe. Fe en la vida, en que todo


siempre está bien a pesar de las apariencias y en que todo tiene un
sentido. Fe en el ser humano, en su poder y en su amor. Fe en que
somos más de lo que vemos y fe en lo que no vemos. Fe en que los
propósitos de la vida son los nuestros. Y sin ofrecer milagros, se cree en
ellos y se está atento a encontrarlos en cada momento...

De esto se trata la Terapia Neural, y en el fondo, de esto se trata la vida;


de mirarnos, de encontrarnos y de entregarnos. La Terapia Neural es
entonces una metáfora y la aguja, una excusa. Así como de ella,
podemos hablar de las caricias, de los abrazos, de las palabras, del
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amor, del arte... Y también del trabajo social con sentido, es decir, del
que busca condiciones que permitan la cooperación y el contacto, del
que facilita la producción social de conocimiento, del que reconoce y
estimula la capacidad de autoorganización de las comunidades, y del
que permite recuperar el asombro y la conciencia de la realidad en que
se vive.

En últimas, el propósito es bailar con la vida. En un baile en el que no


hay ni predeterminación ni libre albedrío absolutos; en el que no es
posible quedarnos quietos, porque si no, no hay baile, y en el que lo
mejor es seguirle el paso y el ritmo, porque si no, no hay gozo, sólo una
lucha estéril contra el fluir y la alegría de la vida.

SANDRA ISABEL PAYÁN GÓMEZ

Bibliografía
Capra, Fritjof, El Punto Crucial, Editorial Troquel, Buenos Aires, 1999.
Eisler, Riane, El Cáliz y La Espada, Cuatro Vientos Editorial, Chile, 1990.
Maturana, Humberto, La Democracia es una Obra de Arte, Cooperativa
Editorial Magisterio, Bogotá, 1995.
Murdock, Maureen, Ser Mujer: Un Viaje Heroico, GAIA Ediciones, Madrid,
1991.
Restrepo, Gloria; Velasco, Alvaro y Preciado, Juan Carlos, Cartografía
Social, serie Terra Nostra Nº 5, Universidad tecnológica y Pedagógica de
Colombia, Tunja, 1999.
Tao Te King, t y c por Richard Wilhelm, Editorial Sirio, Barcelona, 1997.

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