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LA RECIENTE

LITERATURA SOBRE LA
ECONOMIA DEL CAMBIO
TECNOLOGICO Y LA
INNOVACION: UNA GUIA
TEMATICA

Andrés López1

Publicado en I&D. Revista de Industria y Desarrollo. Año 1. N° 3.


Buenos Aires. Septiembre 1998.

Introducción

Desde largo tiempo atrás los economistas han reconocido que el cambio tecnológico es el
determinante central de la dinámica económica a largo plazo. Smith, Marx o Schumpeter son sólo algunos
de los nombres que han argumentado de un modo más lúcido en esa dirección.
Sin embargo, sólo recientemente, y muchas veces desde posiciones que están fuera de la
“corriente principal” (mainstream) de la disciplina, el tema ha comenzado a ser objeto de estudio
preferente. Si esta renovada atención en parte está motivada por la insatisfacción con relación a como el
mainstream maneja, desde el punto de vista conceptual, los temas de innovación y cambio tecnológico,
hay algunos hechos que surgen de la propia evolución de la “economía real” que contribuyen también a
incrementar el interés por estos temas. En los últimos años, se ha asistido a la introducción masiva de
1
. Investigador del CENIT y Profesor de la Universidad de Buenos Aires.
nuevas tecnologías que redefinen completamente no sólo las rutinas innovativas, productivas,
comerciales, financieras, etc., sino también la propia forma de vida de buena parte de los habitantes del
planeta. Las llamadas nuevas “tecnologías de la comunicación y la información” (TCI), son el núcleo de
esta transformación, a la cual hay que sumar otras tecnologías todavía menos avanzadas en su desarrollo,
pero también de amplios efectos (biotecnología, nuevos materiales)2.
Al mismo tiempo, la dinámica de la competencia capitalista se ha desplazado ostensiblemente
hacia un peso cada vez mayor de las capacidades tecnológicas como determinantes del desempeño
económico y la competitividad de firmas y naciones. Productos y procesos llegan a la obsolescencia de
manera cada vez más rápida, y la capacidad de diferenciación y flexibilidad se han convertido en
elementos decisivos para la supervivencia en el mercado. La OECD ha podido afirmar, entonces, que
estamos ingresando en la era de las “economías basadas en el conocimiento” (knowledge-based economies),
las cuales “se basan directamente en la producción, distribución y uso de conocimiento e información”
(OECD, 1996a).
En este trabajo nos proponemos realizar un ordenamiento de la literatura más significativa que se
ha producido recientemente acerca de los determinantes, características y consecuencias de los procesos
de innovación y cambio tecnológico. Ciertamente, la intención no es presentar una discusión acabada
sobre todas las cuestiones vinculadas a dichos temas (tarea ciclópea, que ocuparía varios gruesos tomos),
sino proponer una “guía temática y de lecturas”, que ordene los principales campos de debate e indique
algunas de las referencias más relevantes actualmente disponibles en cada uno de ellos3.
Para cada una de las temáticas que se introducen en el texto -las cuales, por cierto, están
interconectadas y han sido separadas sólo a fines de facilitar la presentación-, mencionamos los que, a nuestro
juicio, son los principales argumentos y debates en juego, indicando las referencias básicas a las cuales se
puede acudir para profundizar en cada caso. Presentamos también, al final de cada apartado temático, una lista
de referencias adicionales que consideramos significativas.
Antes de entrar en tema, es preciso, sin embargo, formular algunas aclaraciones. Si bien no es la
intención de este trabajo adentrarse en los debates teóricos “internos” a nuestra disciplina -la economía-,
es imposible obviar el hecho de que dentro de ella conviven distintos enfoques conceptuales, cuyas
diferencias se extienden, inevitablemente, al área que nos ocupa aquí.
El tratamiento que hace de la innovación y el cambio tecnológico el mainstream de la disciplina
resulta, a nuestro juicio, menos adecuado y fructífero que los aportes que, desde diferentes perspectivas,
han venido realizado desde tiempo atrás varios autores más o menos “heterodoxos”, a los cuales es común
ver agrupados -aunque este procedimiento no siempre está justificado- bajo el rótulo de “neo-
schumpeterianos” (por referencia a J. A. Schumpeter, quien fue uno de los muy pocos economistas de este
siglo en hacer de la innovación una preocupación central dentro de su esquema de pensamiento) o
“evolucionistas”4.
Es necesario advertir, en consecuencia, que la mayor parte de la literatura a la que hacemos
referencia aquí se ubica dentro, o en las cercanías, de estos enfoques “heterodoxos”, los cuales, de todos
modos, parecen comenzar a permear el pensamiento dominante en economía, tal como lo muestran los
borradores del próximo Informe sobre el Desarrollo Mundial (World Development Report), muy

2
. Antonelli (1992); ATAS (1995); Carlsson (1995); Coriat (1992a), Fransman (1991); Freeman (1995a); Freeman
y Pérez (1988); Freeman y Soete (1997); OECD (1991); Pérez (1986); Willinger y Zuscovitch (1988).
3
. Aunque los mencionaremos en varias ocasiones a lo largo del texto, cabe destacar aquí algunos de los más
influyentes artículos, libros y recopilaciones que tratan de presentar -desde diferentes ángulos- una visión “global”
acerca de la economía de la innovación y el cambio tecnológico, y que son un punto de partida ineludible para
aquéllos que deseen adentrarse en dicha área: Dosi et al (1988), Dosi (1988a), Edquist (1997a), Freeman (1975 y
1994), Freeman y Soete (1997), Heertje (1984), Landau y Rosenberg (1986), Lundvall (1992a), Nelson (1987),
OECD (1992) -hay traducción de los capítulos 1 y 2 (OECD, 1996b)-, Rosenberg (1979 y 1982) y Stoneman
(1995).
4
. Entre los trabajos más representativos de este enfoque figuran Dosi et al (1988) y Nelson y Winter (1982). Para
una revisión de sus objetivos y conceptos básicos véase Burgueño y Pittaluga (1994), Clark y Juma (1988), López
(1996a) y Nelson (1995).

2
influyente publicación del Banco Mundial, que en su edición del próximo año se dedicará al tema del
cambio tecnológico5.
Una segunda advertencia, que se desprende de la anterior, es que estamos lejos de pretender que
este trabajo sea “representativo” del conjunto de la literatura y de los temas vinculados con la economía
del cambio tecnológico y la innovación. Lo que se presenta es una selección, necesariamente subjetiva, de
las cuestiones que consideramos más relevantes, y de algunos aportes que, a nuestro juicio, resultan
significativos con relación a cada una de ellas. Tampoco se intenta hacer una “historia” de las ideas en
este campo, lo cual sería materia de otro trabajo -el citado libro de Heertje (1984), es un intento (que hoy
ha quedado algo desactualizado) en esa dirección; también Elster (1990), puede leerse desde ese punto de
vista, aunque no es la intención original de dicho trabajo-; nos concentraremos esencialmente, en cambio,
en las contribuciones más recientes sobre los distintos temas tratados.
La otra aclaración necesaria es que la mayor parte de la bibliografía referida no está disponible en
castellano. Por una cantidad de razones que sería largo discutir -algunas de las cuales seguramente el
lector podrá imaginar-, el grueso de la producción teórica sobre este tema se realiza en los países más
avanzados, siendo muy lento el ritmo de traducción de estos materiales al castellano. Si bien, con un
retraso más o menos extenso, varios de los libros clave en la materia se van haciendo disponibles en
español, el esfuerzo es incompleto y, más importante, no abarca a la mayor parte de la producción que se
presenta bajo la forma de papers y artículos académicos que se publican en las principales revistas del
área, así como a los documentos de trabajo que sólo más tarde se convierten en publicaciones “formales”.
Consecuentemente, si bien hemos tratado de presentar la mayor cantidad posible de referencias en
castellano -aunque es posible que se hayan “escapado” algunas traducciones cuya existencia
desconocemos-, el lector observará sin demasiado esfuerzo que predominan las lenguas extranjeras -y
notablemente la inglesa-. Al mismo tiempo, en lo posible, hemos excluido del cuerpo central del artículo
las referencias que corresponden a trabajos presentados en seminarios, congresos, etc., dado que son, en
general, de difícil acceso. De todos modos, el criterio general, teniendo en cuenta el objetivo del trabajo,
fue incluir la mayor cantidad de referencias relevantes para cada uno de los temas tratados. En lugar de
incorporar una sección específica para los estudios sobre Argentina, hemos preferido incluir las
referencias pertinentes en los apartados correspondientes a cada tema. Al final del artículo, para aquéllos
entrenados en el uso de Internet, se mencionan algunos de los websites en donde es posible encontrar
papers, monografías, documentos de trabajo y diferentes tipos de publicaciones -algunas de las cuales
pueden estar disponibles on-line- sobre estos temas.

Las concepciones acerca del conocimiento y los procesos de innovación

En la teoría económica “convencional”, usualmente la tecnología es asimilada a información


aplicable generalizadamente y materializada en un conjunto de instrucciones que, seguidas con precisión,
llevan a un resultado especificado. El conocimiento tecnológico se percibe como explícito, articulado,
imitable, codificable y perfectamente transmisible. Las firmas pueden producir y usar innovaciones a
partir de un stock general o pool de conocimiento científico y tecnológico que, según los casos, será o no
de acceso gratuito, pero que siempre entregará un conocimiento codificado y fácilmente reproducible.
En contra de esta concepción, los autores neoschumpeterianos o evolucionistas distinguen
información -la cual respondería a las características antes descriptas- de conocimiento. El conocimiento,
a su vez, incluye “categorías cognoscitivas, códigos de interpretación de la información, habilidades
tácitas y heurísticas de resolución de problemas y de búsqueda irreductibles a algoritmos” (Dosi, 1995).
Sobre esta base, los evolucionistas destacan el carácter muchas veces tácito de las tecnologías. En general,
éstas involucran el dominio de habilidades (skills), alcanzadas mediante procesos de aprendizaje activos;
por consiguiente, tienden a adquirir un carácter acumulativo y específico a los agentes que las poseen. De
aquí surge una primera oposición relativa al conocimiento tecnológico -articulado vs. tácito- que alude a

5
. Los interesados pueden ver -y opinar y discutir vía correo electrónico- el progreso en los borradores del informe
en el website del Banco Mundial (http://www.worldbank.org).

3
la imposibilidad general de escribir instrucciones precisas (blueprints) que definan la manera de emplear
una determinada tecnología (Dosi, 1988a y b).
Lundvall (1996), a su vez, distingue entre diversas formas de conocimiento: know-what (referido
a “hechos”), know-why (principios y leyes científicas básicas), know-how (capacidades o habilidades para
“hacer algo”) y know-who (quién sabe sobre “algo” y quién sabe “hacer algo”). Estas diversas formas de
conocimiento incluyen muchas veces componentes tácitos (en particular el know-how y el know-who) y si
en ocasiones se adquieren a través de medios “públicos” (libros, conferencias, bases de datos, etc.),
muchas veces surgen de procesos de aprendizaje, lo cual los hace difíciles de codificar y transferir6.
Hay otras oposiciones que también son esenciales para definir la noción de tecnología. Por un
lado, entre tecnologías “universales” -conocimiento, generalmente científico, difundido y referido a
principios generales de vasta aplicación- vs específicas -conocimiento relativo a “maneras de hacer
cosas”, muchas veces producto de la experiencia-. Por otro, entre tecnologías públicas -por ejemplo,
libros- vs privadas -por su carácter tácito o por estar protegido a través de patentes, secreto comercial,
etc.- (Dosi, 1988a y b). Asimismo, las tecnologías se distinguen por su grado de imitabilidad y por la
medida en que son completamente entendidas o no en cuanto a sus principios básicos.
En consecuencia, el cambio técnico es una actividad fuertemente tácita, acumulativa y “local”. No
sólo la naturaleza de las técnicas en uso determina el rango y la dirección de las posibles innovaciones,
sino que generalmente la probabilidad de realizar avances tecnológicos en firmas, organizaciones y aún
naciones es función del nivel tecnológico alcanzado por ellas (se dice, entonces, que el proceso de cambio
tecnológico es path-dependent).
A su vez, los resultados de las actividades de búsqueda son inciertos 7, estocásticos y no
predecibles (Kline y Rosenberg, 1986)8. Al embarcarse en actividades innovativas, las firmas están
motivadas por la percepción de alguna oportunidad inexplotada, pero tal percepción difícilmente puede
incluir el conocimiento detallado de todos los eventos posibles, combinaciones de insumos, características
de los productos, etc.; en otras palabras, ni la solución de los problemas, ni las consecuencias de las
acciones pueden ser conocidos ex ante con precisión (Dosi, 1988a y b)9. También la elección de
tecnologías es un tema más complejo y sutil que lo que supone habitualmente, ya que, en general, no
existe un conjunto bien definido de opciones tecnológicas. Juzgar como funcionará una tecnología creada
por otra firma es un asunto complejo y necesariamente cada firma desarrollará una versión idiosincrática
con variantes -algunas intencionales y otras no- respecto del original.
Otras referencias relevantes: David y Foray (1995); Foray (1997); Nelson (1980), Nelson y
Winter (1982).

b) El surgimiento y la difusión de innovaciones

El punto de partida de cualquier teoría del cambio tecnológico debe ser el análisis del proceso que
lleva a que surjan y se difundan innovaciones comercialmente exitosas. En particular, la preocupación

6
. Se argumenta que las TCI justamente permiten que ese tipo de conocimientos sea cada vez más fácil de codificar
y transferir a relativamente bajo costo (OECD, 1996a). En el mismo sentido de disminuir la importancia del
conocimiento tácito iría el contenido crecientemente “científico” de las “nuevas tecnologías” (Nelson y Wright,
1992).
7
. El concepto de incertidumbre aquí empleado difiere del de riesgo, ya que se la concibe como no representable en
términos de una distribución probabilística, por lo que es “no-asegurable” y “no-mensurable” (a diferencia del
riesgo). Por otro lado, podemos decir que la incertidumbre en el plano de la innovación tiene cuatro dimensiones:
técnica (factibilidad de alcanzar el resultado esperado); temporal (tiempo necesario para alcanzar dicho resultado);
comercial (éxito o no del producto/proceso en el mercado) y estratégica (reacción de los competidores).
8
. Esto no impide que se intente, con suerte dispar, generar ejercicios de “prospectiva tecnológica” (technology
foresight). Véase el número especial de la STI Review dedicado al tema (STI Review, 1996).
9
. Freeman y Soete (1997) revisan las dificultades para realizar estimaciones apropiadas de los retornos de las
actividades de I&D y concluyen que la mayor parte de las firmas son incapaces de hacer cálculos racionales sobre
los proyectos de I&D, por la incertidumbre inherente a esos procesos, porque carecen de la información necesaria
y porque les falta el tiempo y/o la propensión a usarla o a usar métodos complejos de evaluación.

4
central remite a las relaciones entre “ciencia” y “tecnología”, y a las condiciones y características de los
procesos de “generación” y “difusión” de las innovaciones.
Antes de que se desarrollaran las modernas concepciones que resaltan la enorme complejidad de
estos procesos, predominaba el llamado “modelo lineal de innovación”, bien caracterizado por Kline y
Rosenberg (1986). Allí, el cambio tecnológico se concibe como un proceso unidireccional que va desde la
investigación básica (ciencia), al surgimiento de aplicaciones prácticas (innovación), a la producción de
nuevos bienes y servicios y finalmente a la comercialización de aquéllos. En otras palabras, aquí se
supone que la innovación es simplemente ciencia aplicada -idea que responde bastante acabadamente al
“saber común” en relación al tema- y que las condiciones que permiten su transformación en productos o
procesos comercializables son relativamente sencillas.
Un reflejo de esta concepción es la distinción entre invención, innovación y difusión como tres
actos o etapas claramente separables y bien definidas. La invención sería una actividad creativa aislada del
proceso productivo y cuyo impacto se deriva de las etapas siguientes de innovación y difusión. La
innovación, en tanto, consistiría en la primera introducción comercial exitosa de un invento, cuyas
características técnicas básicas ya se encontraban plenamente definidas. A su vez, la difusión se entiende
como una actividad similar, en esencia, a la copia, encarada por los imitadores de la firma que
originalmente introdujo la innovación en cuestión.
Las críticas a este modelo son varias: i) no necesariamente la ciencia precede a la tecnología;
muchas veces la relación es la inversa. Además, el lapso entre los avances tecnológicos y su aplicación
científica varia desde meses hasta siglos; ii) el elemento “iniciador” de las actividades innovativas no se
vincula con la “ciencia”, sino con el “diseño” -procedimientos, especificaciones técnicas y características
operativas necesarias para el desarrollo y fabricación de nuevos productos y procesos-; iii) la “ciencia pura” no
es algo exógeno a la economía; iv) los procesos innovativos no consisten en etapas claramente separables o en
una sucesión de actos bien definidos, sino en procesos continuos; v) durante su “ciclo vital”, los “inventos”
experimentan cambios debidos al aprendizaje y a la interacción entre usuarios y proveedores, de los cuales
pueden surgir aumentos de productividad y bajas de precios muy significativas. En consecuencia, una
innovación solo adquiere significación económica a través de un proceso de rediseño, modificación y
mejoras que se desarrollan continuamente a partir de su introducción en el mercado (Cimoli y Dosi, 1994;
David, 1993; Kline y Rosenberg, 1986; OECD, 1992).
Como contraposición al modelo lineal, se ha desarrollado un modelo en cadena (chain-linked) o
interactivo del proceso de innovación (Kline y Rosenberg, 1986). Allí el proceso de innovación se
caracteriza por la existencia de continuas interacciones y feedbacks entre las distintas etapas y actividades
que están involucradas (percepción de un mercado potencial y/o de una oportunidad tecnológica, diseño
analítico -“invención”-, tests y rediseños, producción, comercialización), en el desarrollo de las cuales
puede ser necesario que se recurra tanto al cuerpo existente de conocimientos científicos y tecnológicos,
como a investigación “nueva”. A su vez, se pone el acento sobre la información que sube desde los
estadios “aguas abajo” (comercialización y distribución) hacia los que están “aguas arriba” (invención y/o
concepción analítica del producto o proceso). Asimismo, las relaciones entre “ciencia” y “tecnología” son
de doble vía, con retroalimentaciones mutuas en las distintas etapas del proceso de innovación (Burgueño
y Pittaluga, 1994; OECD, 1992).
Por otro lado, la visión convencional de los procesos de innovación presta atención casi
exclusivamente a las actividades “formales” realizadas en universidades, centros de investigación o,
principalmente, en laboratorios privados de I&D. Ciertamente, la I&D realizada en las firmas privadas ha
jugado un rol central a lo largo de la historia del capitalismo (Freeman y Soete, 1997; Mowery y
Rosenberg, 1989; Nelson, 1990; OECD, 1992) y es evidente la importancia que han tenido las
universidades y otros centros de investigación como generadores de nuevo conocimiento que impulsa el
avance de la ciencia y la tecnología.
Al mismo tiempo, una creciente literatura enfatiza sobre el papel clave de los procesos de
aprendizaje de carácter menos “formal”. Diversos aportes en la tradición evolucionista han refinado no
sólo el concepto de “aprender haciendo” (learning by doing) -apuntando que los procesos de aprendizaje
nunca son automáticos, sino que requieren una inversión específica de recursos, de distinta calidad y
magnitud según los casos-, sino que han construido clasificaciones cada vez más abarcativas de los
distintos procesos de aprendizaje -”aprender con el uso” (learning by using), “aprender con la

5
interacción” (learning by interacting), ”aprender a aprender” (learning to learn), etc.-, resaltando su
carácter “social” y su enmarcamiento en estructuras institucionales y productivas específicas. Por otro
lado, no sólo los procesos de aprendizaje son importantes, sino también los de “olvido”, ya que los
hábitos adquiridos pueden “bloquear” la incorporación de nuevos conocimientos (Johnson, 1992).
En cuanto a la difusión de tecnología, la OECD (1992) ha estudiado la diferente dinámica y
características de ese tipo de procesos, que pueden realizarse de forma “incorporada” (a través de la
compra de bienes de capital, componentes, insumos, etc.) o “desincorporada”, la cual puede ocurrir tanto
de forma “organizada” -mediante licencias, asistencia técnica, etc.- o “no-organizada”, por la generación
de externalidades o spillovers a partir de los procesos de innovación que realizan las firmas, de los cuales
siempre surgen “filtraciones” que permiten que el conocimiento generado en dichos procesos sea
absorbido por otros agentes -vía “ingeniería reversa”, solicitudes de patentes, movilidad del personal,
etc.-.
Contrariamente al “saber tradicional”, no se puede concebir a la “difusión” como un proceso
“trivial”, ya que, como se señaló antes, las innovaciones van siendo transformadas gradual y
continuamente a partir de su uso, mediante procesos de aprendizaje generalmente interactivos. La difusión
incluye, así, una serie de pasos que toma la firma para adaptar la tecnología a sus necesidades e
incrementar la eficiencia con la cual emplea dicha tecnología; de hecho, todo acto de adopción de una
tecnología involucra ciertas transformaciones y es, por lo tanto, un acto de innovación incremental en sí
mismo (OECD, 1992).
Otras referencias relevantes: David y Foray (1995); Dosi (1988a); Johnson y Lundvall (1994);
Malerba (1992); Mohnen (1989); Nelson y Winter (1982); Papaconstantinou et al (1996); Rosenberg
(1976a y b).

Algunas taxonomías de las actividades innovativas

Una distinción usual, aunque en sí misma no totalmente exenta de problemas10, es la que se hace
entre innovaciones de producto e innovaciones de proceso. Mientras que las primeras se refieren a la
introducción de productos nuevos o mejorados, las segundas aluden a cambios, o nuevas maneras, de
producir bienes y servicios existentes. Dentro de las segundas puede distinguirse, a la vez, entre
innovaciones de proceso tecnológicas -bienes de capital nuevos o mejorados- 11 e innovaciones de proceso
organizacionales -nuevas, y más productivas, formas de organizar el trabajo (de esto trataremos en el
próximo apartado)- (Edquist et al, 1997).
En una perspectiva amplia, debemos entender que, para cualquiera de esas categorías, al hablar de
“nuevos” productos, procesos o formas organizacionales, no necesariamente se trata de elementos
“nuevos” a nivel mundial, sino que también se tienden a considerar como innovaciones la introducción de
novedades a nivel de la firma o de la nación.
Al bajar al nivel empírico, sin embargo, no siempre es fácil identificar de manera inequívoca
cuando se está frente a una “innovación”. En el caso de productos, por ejemplo, puede ser difícil separar
los casos en los que ha ocurrido un cambio significativo en el diseño en un producto, de cuando se trata
de modificaciones “puramente cosméticas” -que no deberían ser consideradas como innovaciones-
(OECD, 1997a).
Esto nos lleva a la cuestión de diferenciar las innovaciones en términos de su significación. Como
observan Kline y Rosenberg (1986), hay una tendencia a identificar al cambio tecnológico con las
innovaciones “mayores”, claramente visibles y de amplio alcance y repercusiones sobre el conjunto de la
vida social -autos, televisores, computadoras, antibióticos, etc.-. Sin embargo, como dichos autores
señalan, una de las innovaciones más significativas en el área de transporte desde la Segunda Guerra
Mundial hasta nuestros días es, desde el punto de vista “tecnológico”, extremadamente simple: la
aparición del container. De aquí, surge que no siempre es una tarea sencilla establecer el impacto de una
innovación.

10
. Véase Archibugi et al (1994), citado en Edquist et al (1997).
11
. La mejora o introducción de un nuevo bien de capital puede ser tomada como una innovación de producto (para
la firma que la desarrolló) o como una innovación de proceso (para la firma adoptante).

6
Una primer distinción separa entre innovaciones incrementales y radicales. Las primeras ocurren,
en general, como resultado de procesos de aprendizaje y se asocian frecuentemente con optimización de
procesos, ruptura de cuellos de botella, mejoras de calidad, scaling up en las plantas, cambios en el lay-
out, etc. Las ganancias -de productividad, calidad, costos, etc.- que se derivan de este tipo de
innovaciones pueden ser muy importantes. Las innovaciones radicales son eventos discontinuos que
generalmente resultan de esfuerzos deliberados de investigación, y de los cuales resultan nuevos
productos, procesos o técnicas organizacionales; por tanto, su “identificación” resulta relativamente más
sencilla (Freeman y Pérez, 1988). Una distinción similar se emplea en los surveys sobre innovación que
realiza la CE, donde se ha distinguido entre innovaciones “incrementales” e innovaciones “significativas”
-que involucran tecnologías radicalmente nuevas o combinaciones de tecnologías existentes para nuevos
usos- (European Commision, 1993).
Por otro lado, también se han distinguido entre innovaciones genéricas y no genéricas. Mientras
que las primeras aluden a nuevos “sistemas” o clases de tecnologías que tienen una amplia difusión y
vastas consecuencias económicas, las segundas se refieren a alternativas tecnológicas dentro de esos
sistemas, potencialmente substitutas entre sí. También se ha diferenciado entre innovaciones
“arquitecturales” e innovaciones “modulares”. Las primeras ocurren cuando cambian las relaciones entre
los componentes de un sistema tecnológico, pero no en los diseños conceptuales básicos subyacentes de
los mismos, mientras que las innovaciones “modulares” corresponderían al caso inverso -cambios en los
diseños conceptuales básicos pero no en las relaciones entre componentes- (Edquist et al, 1997).
Otras referencias relevantes: Freeman (1975); Nelson y Winter (1982); Simonetti (1991).

d) El papel de las innovaciones organizacionales

La moderna literatura sobre la economía de la innovación no trata únicamente de innovaciones


“tecnológicas” -entendidas como transformaciones en el ámbito “material”- sino que también incluye
cambios y novedades en otras áreas12. Dentro de estas últimas, las innovaciones de tipo organizacional
vienen siendo objeto de estudio de una larga serie de trabajos recientes.
Las innovaciones organizacionales pueden incluir, por ejemplo, la implementación de técnicas
avanzadas de gestión, la incorporación de estructuras organizativas nuevas o modificadas
significativamente o la implementación de orientaciones estratégicas corporativas nuevas o
sustancialmente transformadas, entre otros elementos. Los sistemas de “justo a tiempo” (just in time
-JIT-), “gestión total de calidad” (total quality management -TQM-) o la “producción magra” (lean
production), serían ejemplos en este sentido (Womack et al, 1990).
Hay una serie de factores que distinguen a las innovaciones organizacionales de las
“tecnológicas”. Por un lado, se trata de “intangibles” (no implican cambios “materiales”). Por otro,
habitualmente no son el resultado de actividades formales de I&D. Asimismo, su difusión no se realiza,
en general, a través del mercado, sino por copia de las prácticas de las firmas líderes (aunque en ocasiones
la base de conocimiento que está detrás de las innovaciones organizacionales es vendida como servicios
de consultoría). Esta difusión se facilita porque, usualmente, no están protegidas por derechos de
propiedad (Edquist et al, 1997).
La importancia de los cambios organizacionales ha sido destacada por una vasta literatura.
Edquist (1997b) señala tres razones que subrayan dicha importancia: i) las innovaciones organizacionales
son una fuente importante de cambios en la productividad y la competitividad, y pueden tener fuertes
influencias sobre el empleo; ii) los cambios organizacionales y tecnológicos están íntimamente
relacionados y entrelazados en el mundo real; frecuentemente, las innovaciones organizacionales son un
requisito para que las innovaciones tecnológicas sean exitosas; iii) todas las tecnologías son creadas por
seres humanos; en este sentido, están “modeladas socialmente”, y esto se define en el marco de formas
organizacionales específicas.

12
. La lista propuesta por Schumpeter hace más de cincuenta años continúa teniendo valor en este sentido:
introducción de un producto nuevo o de un cambio cualitativo en un producto existente; introducción en un
proceso nuevo para una industria; apertura de un nuevo mercado; creación de nuevas fuentes de suministro de
materias primas u otros insumos; cambios en la organización industrial (Schumpeter, 1983).

7
De hecho, la trayectoria que va desde la aparición del sistema americano de manufactura, pasando
por las innovaciones de Frederick Taylor y Henry Ford, hasta la actual difusión de las prácticas
toyotistas13 -trayectoria que es una de las bases sobre las que se debe apoyar cualquier intento de
caracterización de la evolución histórica del sistema capitalista- remite, en esencia, a una historia referida
a innovaciones organizacionales mucho más que a cambios en el hardware (maquinas y equipos)14.
Asimismo, a nivel microeconómico, la “productividad” de los procesos innovativos es en gran
medida un tema organizacional, que depende de los individuos involucrados, de la manera en que se
organizan sus esfuerzos creativos y de las conexiones que se establecen entre ellos y el resto de la firma
(Metcalfe, 1995). Así, el concepto de capacidades tecnológicas no se limita al plano puramente “técnico”
e ingenieril, sino que incluye el dominio de procedimientos y estructuras organizacionales (OECD,
1992)15.
Por otro lado, la incorporación de tecnologías completamente nuevas generalmente requiere de
cambios en la organización del trabajo, en los patrones de comunicación intra e inter-empresas, en la
intensidad, métodos y objetivos de las actividades de capacitación, etcétera. Como señala Pérez (1986),
“la difusión de un nuevo estilo tecnológico implica también un conflictivo proceso de ensayo y error
conducente a la creación de un nuevo modelo organizativo para el manejo de la empresa”.
Justamente, el rol clave de lo organizacional parece reforzarse en el contexto de la presente oleada
de cambios tecnológicos vinculados a la introducción de la microelectrónica en los procesos productivos.
Se argumenta que para que las nuevas tecnologías se difundan y sean usadas eficientemente, es preciso
que simultáneamente se adopten nuevos sistemas de organización del trabajo, formación de capacidades,
relaciones con los usuarios, desarrollo de productos y estrategias de management (Coriat, 1992a; Ernst y
O’Connor, 1989).
Existe algún grado de acuerdo en que estos nuevos métodos organizacionales se identifican en
gran medida con los característicos del “toyotismo” u “ohnismo. De hecho, los procesos innovativos en la
empresa japonesa parecen corresponder, a escala micro, con el mencionado modelo de eslabonamiento en
cadena, lo cual estaría explicando en gran medida la capacidad que dichas firmas tienen para adaptarse
13
. Una brevísima presentación sería la siguiente: i) circa 1850: aparición del llamado “sistema americano de
manufacturas”, con la introducción de una serie de innovaciones -notoriamente, la estandarización de piezas- en la
fabricación de armamentos (Best, 1990); ii) circa 1880: primeros experimentos de Frederick Taylor con la
introducción del cronómetro en el taller y la normalización de tiempos y movimientos de los trabajadores
(organización “científica” del trabajo), con los cuales logra enormes aumentos de productividad (Coriat, 1991;
Best, 1990); iii) 1913-1914: Henry Ford introduce la cadena de montaje, a la cual agrega, luego, la cinta
transportadora. Se profundizan las ganancias de productividad y la reducción de tiempos muertos originadas en el
taylorismo. Se consolida la era de la producción en masa (Coriat, 1991; Best, 1990); iv) circa 1930: Alfred Sloan, en la
General Motors, da nacimiento al “cambio anual de modelos”, introduciendo una cuota de diferenciación y flexibilidad
en el rígido modelo “fordista”, y aporta innovaciones contables y comerciales dirigidas a perfeccionar la venta de bienes
producidos en masa en mercados oligopólicos (Best, 1990); v) 1950: desarrollo inicial de las prácticas hoy llamadas
“ohnistas” o “toyotistas” (Coriat, 1992b). El sistema toyotista -basado en los principios del just in time, la
autoactivación, el trabajo en equipo, etc.-, en esencia, está dirigido a producir vehículos diferenciados en masa, y
sus bases se han ido difundiendo gradualmente hasta convertirse en la best practice a nivel de la industria
internacional (Womack et al, 1990).
14
. Notoriamente, uno de los principios centrales del toyotismo consiste en invertir la secuencia de planeación de la
producción, con el objetivo de “fabricar lo que se vende”. Para ello, una fuente de inspiración fundamental fue el
método de reposición de existencias empleado en los supermercados. Asimismo, la materialización del principio
del just in time, el kan-ban, consiste simplemente en un sistema de cajas, con carteles (kan-ban) donde están
inscriptos los “pedidos” que se dirigen entre sí los diferentes puestos de fabricación internos (Coriat, 1992b).
15
. En el mismo sentido, se ha señalado que las firmas deben poseer ciertos “activos complementarios” que les
permitan crear, movilizar y mejorar sus capacidades tecnológicas; por ej., flexibilidad organizacional, capacidad
financiera, recursos humanos calificados, servicios de apoyo, adecuada gestión de la información y capacidades de
coordinación. Esto es cierto tanto para los procesos innovativos formales como para el aprendizaje de tipo más
informal, el cual no es un producto automático de las rutinas diarias de producción, comercialización, etc., sino
que requiere condiciones de organización adecuadas. Así, la implementación exitosa de un cambio técnico
depende de la efectiva integración de disciplinas especializadas, funciones y divisiones dentro de la firma y de la
existencia de lazos externos con fuentes de conocimiento y con las necesidades de los clientes (Bell y Pavitt,
1993).

8
flexible y rápidamente a un entorno cambiante. A su vez, las formas de gestión tradicionales parecen
contraponerse a la actividad innovativa.
Otras referencias relevantes: Alange et al (1995), Boyer (1991); Burgueño y Pittaluga (1994);
Cimoli y Dosi (1994); Coriat y Dosi (1996), Edquist (1992), Gjerding (1992), OECD (1997a) y Teece
(1991).

e) Mecanismos de inducción y senderos de avance del cambio tecnológico

En un reciente artículo, Ruttan (1997) revisa las que, en su visión, son las tres aproximaciones
más influyentes en relación a los mecanismos de inducción y los patrones de avance del cambio
tecnológico: i) la del cambio técnico inducido por factores “económicos”; ii) la “evolucionista”; iii) la que
se basa en la noción de “path-dependence”.
La primera, de hecho, abarca dos tradiciones de trabajo diferentes. Por un lado, la hipótesis del
“empuje de la demanda” (demand-pull), avanzada por Griliches (1977) y Schmookler (1977), que,
sucintamente, postula que la demanda de mercado es la que estimula la actividad innovativa, y determina
su ritmo y características. Por otro lado, mucho tiempo atrás Hicks sugirió que los cambios en los precios
relativos impulsan la innovación, con un sesgo hacia el ahorro del factor de producción -capital o trabajo-
que se hace relativamente más caro. Esta última sugerencia fue criticada, dentro del propio seno de la
teoría microeconómica convencional, por Salter (1960), quien argumentó que cuando los precios de un
factor de la producción se elevan, se adoptan aquellas innovaciones que tiendan a reducir los costos
totales, sin importar que estén ahorrando en el uso de uno u otro factor.
Obsérvese que, usando la expresión de Rosenberg (1982), en estas aproximaciones teóricas el
cambio tecnológico continúa siendo una “caja negra”, en donde los mecanismos de producción y difusión
de nuevos conocimientos no constituyen un objeto de atención relevante para la teoría económica. Lo
único que cambia es que el ritmo y la dirección de las innovaciones que se introducen en el sistema
económico se hacen dependientes de las modificaciones que se producen en algunas de sus variables más
relevantes.
En este sentido, y aunque Ruttan los separa, los enfoques “evolucionistas” y del “path-
dependence” comparten el objetivo abrir la “caja negra”. En ambos enfoques hay coincidencia en señalar
que las actividades innovativas son fuertemente selectivas, acumulativas y orientadas a lo largo de
senderos de avance bastante precisos. Esta idea general ha recibido diferentes nombres: paradigmas
tecnológicos (Dosi, 1988a y b), trayectorias tecnológicas (Nelson y Winter, 1977), diseños dominantes
-focusing devices- (Rosenberg, 1976c) o “guías tecnológicas” -technological guide-posts- (Sahal, 1985).
Un paradigma tecnológico (PT) determinado entraña una heurística y concepciones específicas
sobre “como hacer las cosas” y cómo mejorarlas, compartida por los profesionales de diversas
actividades, así como un marco cognoscitivo colectivo. A la vez, también define los modelos básicos
(“ejemplares”) de los productos industriales y los sistemas de producción que progresivamente se
modifican y mejoran. En otras palabras, un PT implica una definición de los problemas relevantes y de
los patrones de investigación, de las necesidades a satisfacer y de los principios científicos y la tecnología
material a utilizar (Cimoli y Dosi, 1994)16.
Asimismo, los PT definen las oportunidades para realizar innovaciones y los procedimientos
básicos para explotarlas; en otras palabras, ofrecen una fuente relativamente coherente de “mutaciones”
(Dosi y Orsenigo, 1988). Los esfuerzos y la creatividad de ingenieros y organizaciones se canalizan en
direcciones precisas, cegándose a otras posibilidades. Esto da lugar al concepto de trayectoria tecnológica,
constituida por una serie ordenada y acumulativa de innovaciones sucesivas que caracterizan los
desarrollos y cambios experimentados por las tecnologías a medida que se difunden y emplean en las
actividades de producción de bienes y servicios. Estas trayectorias tienen dimensiones sectoriales y
también especifidades empresariales (Burgueño y Pittaluga, 1994; OECD, 1992).

16
. Los ejemplos citados habitualmente para ilustrar la noción de PT se refieren al conjunto de oportunidades de
desarrollo tecnológico que se abrieron, en distintas épocas, en torno al motor de combustión interna, la
petroquímica y los semiconductores.

9
De aquí surgen cinco conclusiones: i) cada PT modela y restringe el ritmo y la dirección del
cambio tecnológico; ii) por ende, se observan regularidades en el patrón del cambio técnico en diversas
condiciones del mercado, cuya interrupción se relaciona con cambios radicales en las bases del
conocimiento; iii) las sucesivas elecciones técnicas construyen un camino con alta irreversibilidad y
relativa independencia del sistema de precios; iv) por tanto, en general, en cualquier momento una o unas
cuantas técnicas dominan a las otras porque son mejores, independientemente de los precios relativos; v)
el cambio técnico se deriva en parte de los intentos para enfrentar los desequilibrios o desbalances
tecnológicos que dicho cambio por sí mismo genera (Dosi, 1988a y b; Cimoli y Dosi, 1994).
En estos modelos puede haber una gran variedad de mecanismos de inducción del cambio
tecnológico: i) cuellos de botella tecnológicos; ii) escasez o abundancia de determinados insumos; iii)
composición, cambios y tasa de crecimiento de la demanda; iv) nivel y cambios en los precios relativos
-en particular, entre trabajo y capital-; v) shocks mayores en precios y proveedores; vi) patrones de
conflicto industrial -huelgas, etc.- (Dosi, 1988b).
En general, la posibilidad de desarrollar nuevos PT se hace más atractiva a medida que aparecen
dificultades crecientes para progresar con los existentes. Sin embargo, estas dificultades no pueden
inducir automáticamente el surgimiento de nuevos PT, puesto que hace falta frecuentemente la presencia
de avances en el conocimiento que permitan nuevos desarrollos tecnológicos. A su vez, el proceso de
aparición y selección entre PT depende de: i) la naturaleza e intereses de las instituciones “puente” entre
la investigación pura y las aplicaciones económicas; ii) factores institucionales; iii) procesos de prueba y
error asociados a menudo con la presencia de empresas “schumpeterianas”; iv) los criterios de selección
del mercado y, especialmente, los requerimientos de los usuarios (Dosi, 1988a).
Retornando a la distinción de Ruttan, los modelos que el llama “evolucionistas” se basan en
procesos autoorganizativos, durante los cuales la posición de los agentes cambia, así como los incentivos
a adoptar y las capacidades para hacer un uso eficiente de la innovación. Incluso la propia innovación
cambia debido a mejoras incrementales que en parte resultan de su propia difusión. Durante la etapa de
difusión, las firmas tendrán diferentes comportamientos -algunas serán adaptadores tempranos, otras
preferirán esperar, etc.- y, en función de factores no sólo tecnológicos, sino fundamentalmente del
ambiente en el que se desarrolla el proceso, las diversas estrategias recibirán recompensas diferenciadas,
con perdedores y ganadores. Si bien esta diversidad puede, obviamente, tener consecuencias negativas
para ciertas firmas, a nivel sistémico es esencial para materializar el potencial del proceso de desarrollo
colectivo (Silverberg et al, 1988). Como observa Nelson (1995), en estos modelos se trabaja con dos
tecnologías, de las cuales hay una potencialmente superior. Ese potencial sólo se alcanza cuando algunas
firmas dedican recursos a su desarrollo -porque perciben las posibilidades que abre-. Este proceso puede
ser largo pero, salvo en situaciones excepcionales, finalmente la tecnología potencialmente superior se
impone.
En contraposición, el enfoque del path-dependence se basa en que la comparación entre dos
tecnologías sólo tiene sentido si ambas tienen el mismo grado de madurez. En esta perspectiva, basada en
la idea de que existen retornos crecientes derivados de la adopción de una tecnología (increasing returns
to adoption), se sugiere que muchas veces una tecnología no es elegida porque es eficiente, sino que se
hace eficiente porque ha sido elegida; las tecnologías se hacen más atractivas cuanto más ampliamente
son adoptadas (Arthur, 1988).
Este fenómeno tiene varios orígenes: i) las trayectorias de aprendizaje a medida que se utiliza la
tecnología en cuestión; ii) externalidades de red, producidas a partir de las ventajas que se derivan de
elegir una tecnología cuyo número de usuarios crece rápidamente; iii) economías de escala; iv)
complementariedades tecnológicas, a partir de la necesidad de contar con ciertas habilidades,
requerimientos de infraestructura, inversiones en otros productos, etc.. Todos estos factores pueden llevar
a un efecto de “bloqueo” (lock in) de características irreversibles en el proceso de competencia entre
diversas tecnologías. En resumen, la idea central es que la elección de tecnologías está gobernada
básicamente por las estrategias de los primeros usuarios, que focalizan el cambio tecnológico en una
dirección específica, haciéndola más atractiva que su rival.
En esta perspectiva, no hay ninguna presunción de que, en el proceso de competencia entre
tecnologías, se elija la que es innatamente “mejor”. Por el contrario, a causa de la presencia de retornos
dinámicos crecientes, en los momentos tempranos del PT puede ocurrir que eventos fortuitos conduzcan a

10
que una de las tecnologías en competencia se vuelva más atractiva que las restantes. Esta ventaja inicial
hace que los esfuerzos innovativos se concentren en esa tecnología (o en un determinado sistema
organizacional), cegándose a las restantes -las cuales, de haber continuado siendo investigadas, podrían tal
vez haber alcanzado atributos técnicos superiores- (Arthur, 1988 y 1990; David, 1993)17.
En estos modelos, queda obviamente abierta la posibilidad de incorporar al análisis factores tales
como presiones políticas, intereses sectoriales, juicios profesionales, etc. en la determinación de las
tendencias tecnológicas. Las tecnologías, entonces, no se escogen por su eficiencia técnica sino por
factores económicos, institucionales y sociales y despliegan su superioridad solo en el curso de su
difusión. Por ejemplo, cuando una industria se establece emergen patrones de interacción entre las firmas
y sus proveedores y clientes, así como entre firmas en la misma industria. Esto lleva a que se formen, por
ejemplo, cámaras empresarias, que desarrollarán tareas de lobbying. A su vez, esta “cristalización” de
intereses puede ser otra fuente de presiones hacia el lock in de un determinado sendero tecnológico y
organizacional. En el curso de su maduración la industria misma va a alcanzar capacidad para modelar su
propio ambiente selectivo, a través del surgimiento de reglas de comportamiento e interacción entre las
firmas, de la formación de una variedad de organizaciones vinculadas que deciden, por ejemplo, sobre
estándares técnicos, y de la acción política. Cambio tecnológico y estructura institucional coevolucionan a
lo largo de estos procesos (Nelson, 1995).
Otras referencias relevantes: Dosi (1997); Katz y Shapiro (1994); Malerba (1992); Mowery y
Rosenberg (1982); Nelson y Winter (1982); Silverberg (1997).

f) Patrones sectoriales del cambio técnico

Según se sugirió en el apartado anterior, existen diferencias importantes en cuanto al modo de


desarrollo y adquisición de los conocimientos tecnológicos entre los distintos sectores productivos. Las
diferencias en las oportunidades tecnológicas, los regímenes de apropiabilidad y los patrones de demanda,
contribuyen a determinar las diferencias inter-sectoriales en el ritmo de innovación y, conjuntamente con
la naturaleza específica del conocimiento en que se basan las innovaciones, definen las formas
organizacionales características para el desarrollo de las actividades innovativas en cada sector (Dosi,
1988a y b).
Una de las contribuciones más importantes en este campo es la conocida taxonomía de Pavitt
(1984). Allí, las industrias se clasifican en cuatro grupos: i) basado en la ciencia: se caracteriza por la
importancia de las actividades de I&D, ya que las oportunidades para innovar se vinculan directamente
con los avances en la investigación básica, y por desarrollar tecnologías que benefician al resto del aparato
productivo; ii) intensivo en escala: incluye industrias oligopólicas con grandes economías de escala y alta
complejidad técnica y empresarial. Las capacidades de innovación se basan tanto en el desarrollo como en
la adopción de equipo innovador, en el diseño de productos complejos, en la explotación de ciertas
economías de escala y en la capacidad de dominar organizaciones complejas; iii) proveedores
especializados: se caracteriza por la alta diversificación de la oferta y la elevada capacidad para desarrollar
procesos innovativos. Estos sectores suministran equipos e instrumentos para el sistema industrial,
apoyando sus actividades innovadoras tanto en el conocimiento formal como en el más tácito basado en la
relación usuario-productos; iv) dominado por proveedores: está compuesto por las industrias más
tradicionales cuyos procesos de innovación provienen de otros sectores, a través de compras de materiales
y de bienes de capital. El aprendizaje se relaciona principalmente con la habilidad para adoptar y producir
(Cimoli y Dosi, 1994).
Un concepto más reciente que también intenta captar las especificidades de los patrones de
cambio tecnológico a nivel sectorial es el de sistema sectorial de innovación (SSI), propuesto por Breschi
y Malerba (1997). Un SSI se define como un grupo de firmas que participan en los procesos de diseño y
fabricación de los productos de un determinado sector, así como en la generación y empleo de las
tecnologías dominantes en ese sector. Dichas firmas pueden relacionarse de dos modos diferentes: a través
17
. Un ejemplo paradigmático de la consolidación de una tecnología menos “eficiente”, aún en presencia de
alternativas comprobadamente superiores, es el del teclado “QWERTY” que se usa en las máquinas de escribir y
en las computadoras personales (ver David, 1985).

11
de procesos de interacción y cooperación en el desarrollo tecnológico y mediante procesos de
competencia y selección a partir de sus competencias innovativas, productivas y comerciales.
Una implicación interesante del concepto de SSI es que los límites geográficos de los sistemas
innovativos son, desde el punto de vista sectorial, endógenos, ya que emergen de las condiciones
específicas de desarrollo y los regímenes tecnológicos dominantes en cada actividad. Así, diferentes
industrias pueden tener distintos límites competitivos, interactivos y organizacionales. Las firmas en
ciertas industrias pueden competir globalmente pero tener una base organizativa e interactiva “local”,
mientras que en otras ramas la competencia puede ser regional pero con firmas basadas en equipos e
insumos provistos por fuentes extranjeras. Asimismo, la cantidad de innovadores, así como su grado de
concentración/dispersión geográfica, también dependen de las características del SSI.
Otro elemento importante que surge de este enfoque es que hay diferentes límites espaciales en
relación con las actividades innovativas de las firmas. En sistemas con bases de conocimiento
predominantemente tácitas, que forman parte de sistemas complejos y extensos, y en los cuales las
fuentes de nuevos conocimientos provienen en gran medida de la interacción usuarios-proveedores, la
proximidad geográfica jugará un rol relevante en facilitar la transmisión de conocimiento entre agentes.
Por tanto, los límites espaciales de los procesos innovativos tendrán una naturaleza predominantemente
“local”.
Lo contrario ocurre cuando la base de conocimiento es más codificable, simple e independiente, y
cuando las fuentes de nuevo conocimiento se asocian con avances científicos y predominantemente
genéricos. Aquí, la proximidad geográfica no jugará un rol tan relevante, y los límites espaciales de los
procesos innovativos tenderán a tener una naturaleza “nacional”, “internacional” o aún “global” (Breschi
y Malerba, 1997).
Otras referencias relevantes: Breschi (1995 y 1997), Breschi et al (1997), Dosi (1982), Guerrieri
y Tylecote (1997), Klevorick et al (1995), Levin et al (1987), Malerba y Orsenigo (1995a),

g) Agentes e interacciones en los procesos innovativos

Los procesos innovativos tienen su epicentro en la firma productora de bienes y servicios. Como
señala Teece (1988), el “hogar” natural para las actividades de innovación, desde el punto de vista
organizacional, parece estar dentro de la corporación empresaria, donde se desarrollan, además, los
procesos de producción y comercialización. Por un lado, esto facilita las interacciones en el proceso de
innovación, tanto dentro de la firma -entre sus diferentes divisiones- como con los proveedores y
usuarios, ya que, para ser efectiva, la I&D necesita de conocimientos que se adquieren a través de
interacciones y trabajos complementarios realizados en contacto cercano con las firmas productoras y
usuarias, las cuales muchas veces requieren de innovaciones “a medida” de sus necesidades específicas.
Asimismo, la “internalización” de las actividades de innovación evita las dificultades -”costos de
transacción”- que surgen al tratar de escribir, ejecutar y monitorear el cumplimiento de contratos con
organizaciones externas a la firma, teniendo en cuenta las peculiares características ya señaladas de este
tipo de actividades (Nelson, 1990; Teece, 1988).
Asimismo, como señala Kozul-Wright (1995), la firma ofrece un marco institucional adecuado
para facilitar la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre real, lo cual se aplica especialmente
al caso de la innovación. El carácter tácito de la innovación también refuerza la importancia de la firma
como vector principal del proceso de cambio tecnológico. En este sentido, la firma está en posición de
cumplir una serie de condiciones críticas, actuando como: i) organización de acumulación del
conocimiento; ii) institución que puede reproducir ese conocimiento, transmitirlo e incluso compartirlo
con otras firmas; iii) agente social que puede establecer relaciones de confianza y cooperación.
A su vez, las firmas pueden adoptar diferentes estrategias innovativas (ofensivas, defensivas,
imitativas, dependientes, etc.) -que las harán realizar en cada caso distintos tipos de actividades
tecnológicas y valorizar diversamente las múltiples fuentes de conocimiento disponibles-: estas estrategias
no dependen únicamente de las “señales” que reciben desde el exterior (en forma de precios, demandas,
etc.), sino también de sus propias competencias, estructuras organizativas y objetivos (Freeman y Soete,
1997, Nelson, 1991).

12
Pero las firmas no innovan en aislamiento, sino que establecen diferentes clases de relaciones con
otros agentes -competidores, proveedores, institutos de I&D, universidades, etc.-, sin las cuales los
procesos innovativos serían más lentos y de menor alcance. De hecho, según la OECD (1997b), los flujos
de tecnología e información que circulan entre las personas, las empresas y las instituciones son la clave
de los procesos innovativos La performance innovativa de un país depende, entonces, de como estos
actores se relacionan como elementos de un sistema colectivo de creación y uso de conocimiento. Hay,
además, un creciente consenso en torno al hecho de que la pertenencia a redes o los vínculos con otras
firmas -asi como también con otro tipo de instituciones, como universidades, centros de investigación y
asistencia tecnológica, etc.-, son cada vez más importantes para determinar el desempeño y la
competitividad de las unidades económicas.
Los trabajos reunidos en Lundvall (1992a) enfatizan la naturaleza interactiva de los procesos de
innovación y aprendizaje. Las redes formales e informales en las que participan las firmas pueden
compensar, al menos parcialmente, las limitaciones en el espacio de búsqueda de cada una. Asimismo, la
generación y difusión de tecnología descansa fuertemente en la reducción de costos de transacción vía
internalización de los intercambios en redes. El intercambio de flujos de información puede resultar en
una “mezcla” de diferentes visiones del futuro; si, por esta vía, distintos actores llegan a compartir una
expectativa similar, el riesgo percibido ante cualquier cambio tecnológico puede reducirse (Carlsson y
Jacobsson, 1994).
Así, por ejemplo, las innovaciones de producto tienen lugar en “mercados organizados”, donde
hay interacción entre usuarios y productores. Este tipo de innovaciones sería escaso si los mercados se
basaran en relaciones anónimas entre agentes autónomos, ya que los productores tendrían dificultades
para observar nuevas necesidades, y los usuarios carecerían de información cualitativa sobre las
características de los nuevos productos (Lundvall, 1992b).
La naturaleza interactiva de los procesos de cambio tecnológico parece reforzarse al avanzar hacia
la llamada “economía basada en el conocimiento”, donde las firmas desarrollan vínculos para promover el
aprendizaje interactivo y buscan socios y redes que les provean de activos complementarios (Rothwell,
1994, citado en Freeman y Soete, 1997). Estas relaciones, que muchas veces adquieren un carácter
internacional (Freeman y Hagedoorn, 1994; Mytelka, 1991; Narula y Hagedoorn, 1997), ayudan a las firmas a
repartir los costos y riesgos asociados con los procesos de innovación, ganar acceso a nuevos conocimientos,
adquirir componentes tecnológicos claves y compartir activos en la manufactura, la comercialización y la
distribución (OECD, 1996a).
En el mismo sentido, se argumenta que los recientes cambios en el plano tecnológico y
organizacional, asociados con la difusión de la microelectrónica y el llamado sistema toyotista de
producción, así como las presiones emergentes de la globalización, también incrementan la importancia
de la cooperación inter-firma: “los costos crecientes de la innovación, la necesidad de un rápido ajuste
ante los cambios tecnológicos y el hecho de que las tecnologías se hacen crecientemente sistémicas o
genéricas, implican que las firmas necesitan compartir los costos y riesgos de sus actividades de I&D”
(Dunning, 1994).
Otras referencias relevantes: Camagni (1991); Coombs et al (1996); Chesnais (1988a); Fagerberg
(1995); Freeman (1991); Johnson (1992); Lundvall (1994); Mytelka (1992); Perrin (1997); UNCTAD
(1996a).

h) Innovación, tamaño de firma y estructura de mercado

Una de las discusiones que más interés ha suscitado en la literatura sobre el cambio tecnológico ha
girado acerca de la relación que existe entre el tamaño de las firmas, el grado de concentración de los mercados
y las actividades de innovación. El eje organizador de este debate son las llamadas “hipótesis
schumpeterianas”, supuestamente adelantadas, como su nombre lo indica, por Schumpeter (1983), a saber: i)
hay una relación positiva entre innovación y poder monopólico; ii) las grandes firmas son
proporcionalmente más innovativas que las pequeñas18.

18
. Muchos autores opinan que, en realidad, esta hipótesis proviene de Galbraith -Kamien y Schwartz (1982)-.

13
La multitud de tests empíricos que han sido desarrollados a partir de estos argumentos ha aclarado
sólo parcialmente las cuestiones en debate, ya que existe una serie de problemas que dificultan la
obtención de conclusiones inequívocas: como medir los flujos de innovación, como definir los tamaños
de firma, como evaluar el grado de “poder monopólico”, como establecer relaciones causales en
fenómenos que se desarrollan simultáneamente a lo largo del tiempo, etc.. Los resultados de estos tests no
han avalado, por otro lado, ninguna de ambas hipótesis de un modo concluyente. Por tanto, prevalece la
opinión de Freeman y Soete (1997), quienes ponen en duda que puedan formularse generalizaciones
válidas sobre las relaciones entre tamaño de firma, niveles de concentración y actividad innovativa.
Habría, en principio, dos fuentes de interacción entre innovación y poder monopólico. La primera
es entre innovación y la anticipación del poder monopólico que resultaría del éxito de la innovación (en
donde la estructura del mercado resulta “endógena”, ya que es creada a partir de las actividades
innovativas que desarrollan los agentes, su éxito o fracaso y su capacidad de apropiación de los resultados
comerciales que genera). El grado de concentración resultante de las actividades de innovación que
desarrollan las firmas depende, entre otros factores, de las oportunidades de innovación y de la facilidad
de imitación por parte de las firmas no innovadoras (Nelson y Winter, 1982).
La segunda fuente de interacción, es entre innovación y posesión de poder monopólico. Aquí se
supone que una firma que tiene poder monopólico en los productos existentes puede ser capaz de extender
su poder hacia nuevos productos. Asimismo, puede responder rápidamente a las innovaciones de los
rivales. Sin embargo, también el monopolio puede tener efectos retardatarios sobre la innovación. Por
ejemplo, una firma con poder monopólico puede tener menos incentivos a innovar que una firma que gana
beneficios normales, o puede ser un “rápido segundo” que espera a que otros imiten. Asimismo, si ya
gana beneficios extraordinarios con un producto existente, puede tardar más en reemplazarlo (Kamien y
Schwartz, 1982; Scherer, 1992).
El problema remite, en este caso, a una discusión sobre “cuanto” poder monopólico es óptimo.
Algunos estudios sugieren que hay una relación en forma de U, donde a mercados más competitivos
corresponden niveles de actividad innovativa relativamente bajos, que van creciendo a medida que se
incrementa el grado de “oligopolización”, hasta llegar a un cierto punto de “máxima” actividad
innovativa; pasado ese punto, mayores niveles de concentración empiezan a tener efectos negativos sobre
las actividades de innovación (Scherer, 1992). La ubicación de ese punto de inflexión depende del ritmo
de avance del conocimiento, de la tasa de crecimiento de la demanda, de la velocidad con que los
competidores reconocen las nuevas oportunidades de innovación, etc..
En tanto, Symeonidis (1996), citado en Freeman y Soete (1997), señala que “no hay un trade-off
general entre políticas de competencia y progreso técnico, aunque en algunas industrias intensivas en I&D
un cierto nivel de concentración puede ser inevitable”. El rango de niveles sostenibles de concentración en
cualquier industria depende de una cantidad de factores específicos, que incluyen los costos promedios de
los proyectos de I&D, las oportunidades tecnológicas existentes, el grado de continuidad y predictibilidad
de la tecnología y la extensión de las economías de aprendizaje, las características de la demanda (por
ejemplo, el grado de diferenciación de producto), y la intensidad de la competencia vía precios.
Una línea de investigación interesante es la que vincula el patrón de cambios en la estructura de
mercado con la evolución de la tecnología. El punto de partida sería el trabajo de Abernathy y Uterback
(1975) -citado en Nelson (1995)- donde se argumenta que antes de la emergencia de un “diseño
dominante” en una determinada actividad, tiende a haber un predominio de innovaciones de producto, ya
que hay una “competencia” de diseños “candidatos” a ser dominantes, cada uno con un mercado que, en
ese momento, es reducido. Las firmas tienden, entonces, a ser pequeñas, y las barreras a la entrada bajas.
Cuando se consolida un diseño dominante, las innovaciones de proceso se hacen más importantes, así
como las economías de escala, creciendo la intensidad de capital de los procesos de producción. Así, las
barreras a la entrada se elevan, y suben las exigencias de escala y capital para que una firma sea
competitiva; por tanto, aumenta el grado de concentración de la industria en cuestión.
En cuanto a la relación entre innovación y tamaño de firma, se argumenta que las firmas grandes
tienen ventajas por economías de escala en las actividades de I&D, por la capacidad de
autofinanciamiento de dichas actividades, por un mejor uso del equipo y mayores posibilidades de realizar
una “división del trabajo” entre los investigadores, entre otros factores. Asimismo, se supone que la gran
firma puede hacer un mejor uso, desde el punto de vista comercial, de los resultados de las actividades

14
innovativas. En “contra” de la gran firma aparecen las fallas de un sistema de incentivos “jerárquicos”, los
problemas de coordinación y la lentitud burocrática, entre otros factores.
De los estudios disponibles surge que las grandes firmas son mucho más proclives a mantener
programas de I&D formales y recibir patentes que las firmas pequeñas, pero esto no implica que en las
firmas pequeñas no existan actividades innovativas. Por otro lado, algunos trabajos muestran que las
firmas pequeñas tienden a generar más innovaciones por empleado que las grandes, y también alcanzan
más innovaciones por dólar gastado en I&D. Sin embargo, también se argumenta que las firmas de mayor
tamaño pueden continuar con los proyectos de I&D de forma más “intensiva” que las pequeñas y
medianas empresas (PyMEs). Asimismo, se debe distinguir entre quien genera la innovación y quien la
comercializa y difunde exitosamente -tarea en la cual la gran firma puede ser más eficiente- (Scherer,
1992).
Otras referencias relevantes: Breschi et al (1997); Cohen y Levin (1989); Levin et al (1985);
Malerba y Orsenigo (1995a y b y 1996); Utterback (1987); Utterback y Suárez (1993).

i) El cambio tecnológico en las PyMEs

Al presente, una vasta literatura reconoce la importancia de las actividades innovativas que
desarrollan las PyMEs. De hecho, algunos autores enfatizan que este tipo de firmas tiene algunas ventajas
específicas para el desarrollo de actividades de innovación, particularmente en cuanto a su flexibilidad
interna y su capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes. Las desventajas, en tanto, provendrían
de su tamaño limitado -que les impone restricciones financieras y de recursos materiales-, su dificultad
para aprovechar las economías de escala en la I&D, las menores posibilidades de comercializar
exitosamente sus innovaciones y los costos crecientes de las actividades de investigación (Rizzoni, 1994;
Scherer, 1992).
De todos modos, el “universo PyME” es, de hecho, un conjunto heterogéneo de firmas que
presentan diferentes estructuras, siguen distintas estrategias y desarrollan patrones específicos de
comportamiento. Rizzoni (1994) ha presentado una tipología interesante, en donde a diferentes “clases”
de PyMEs, les corresponden estrategias innovativas diferenciadas.
Más allá de estas diferencias, las actividades innovativas en este tipo de firmas se caracterizan, en
general, por un elevado grado de informalidad; difícilmente cuenten con estructuras específicas dedicadas
a I&D o desarrollen programas formales de investigación, el personal que realiza tareas innovativas
generalmente desempeña también otro tipo de labores en otras áreas, etc. (Yoguel y Boscherini, 1996a).
Algunos autores argumentan que las PyMEs son innovadores importantes en industrias skill-
intensive, con rápido ritmo de cambio tecnológico y que están en las etapas tempranas de sus ciclos de
vida (Acs y Audretsch, 1988), idea que aparece vinculada al argumento anteriormente citado respecto del
carácter dependiente de la estructura de mercado respecto de la evolución del “ciclo de vida tecnológico”
de una industria.
Al mismo tiempo, otros autores, si bien reconocen que las PyMEs generan una porción
proporcionalmente elevada de innovaciones, señalan que la mayor parte de ellas no son particularmente
“innovativas”. Al mismo tiempo, las firmas grandes pueden llevar las nuevas tecnologías a un nivel de
“perfección” mayor que las PyMEs, y pueden destacarse en ciertas “clases” de actividades de innovación
(Scherer, 1992). Por consiguiente, parece haber un cierto “umbral” mínimo necesario para desarrollar
actividades innovativas de un modo exitoso.
Las interacciones y vínculos con otras firmas e instituciones adquieren, frecuentemente, un rol
clave para la propia supervivencia de las PyMEs. Según Pyke (1994), hay tres maneras básicas a través de
las cuales las PyMEs pueden mantenerse y prosperar en un ambiente globalizado: pueden fortalecer sus
intenciones de convertirse en proveedores preferenciales de grandes corporaciones mejorando sus
estándares de calidad y plazos de entrega; pueden tratar de competir “individualmente” en mercados
finales, probablemente en nichos específicos; o pueden buscar fortalecerse colectivamente asociándose
con otras firmas pequeñas, quizás en distritos industriales, para cooperar, producir y vender a través de
alianzas, instituciones colectivas y consorcios.

15
Mientras que la primer posibilidad corresponde, por ejemplo, a los patrones de vinculación
característicos del toyotismo, la última está asociada, centralmente, a las famosas experiencias de los
llamados “distritos industriales” italianos. Allí, la proximidad de proveedores de materias primas y
equipos, productores de componentes y subcontratistas, junto con la combinación de intensa rivalidad
inter-firma y cooperación a través de las asociaciones de productores, han generado procesos de
aprendizaje colectivos y senderos evolutivos de desarrollo para las firmas instaladas en dichos distritos
(Humphrey y Schmitz, 1996).
De aquí ha surgido, en ocasiones, la idea de que la asociatividad, al menos en el caso de las
PyMEs, se identifica con vínculos a nivel local, idea que, ciertamente, no es correcta. En este sentido,
Humphrey y Schmitz (1996) formulan una distinción muy importante entre clusters, networks y distritos
industriales. Según dichos autores, el aprendizaje mutuo y la innovación colectiva pueden existir en
clusters definidos como concentraciones sectoriales o geográficas de empresas, o por el networking de
PyMEs que no se encuentran necesariamente en el mismo sector o localidad. Un cluster se define por la
concentración sectorial y geográfica de firmas, la cual debería estimular la generación de economías
externas, pero no implica el desarrollo de relaciones de especialización y cooperación entre agentes
locales. Un distrito industrial emerge cuando un cluster desarrolla no sólo patrones de especialización
interfirma, sino también formas implícitas y explícitas de colaboración entre agentes económicos locales
y fuertes asociaciones sectoriales. Finalmente, un network no implica necesariamente la proximidad
geográfica de las PyMEs, ya que la cooperación entre firmas y el aprendizaje colectivo puede existir aún
entre empresas que no están en la misma localidad.
Otras referencias relevantes: Audretsch y Vivarelli (1994); Camagni (1991); Gatto y Yoguel
(1993); UNCTAD (1994); Yoguel y Boscherini (1996b); Zanfei (1994).

j) Retornos privados y retornos sociales de las innovaciones: el problema de la apropiabilidad

Existe una “tensión” básica alrededor del problema de la “apropiabilidad” de las innovaciones.
Por un lado, debe desarrollarse un ambiente rico en incentivos, de modo que los beneficios privados
esperados a partir de la realización de actividades de innovación sean significativos. Además del retorno
que un agente privado esperaría de una inversión en cualquier tipo de actividad, en el caso de la
innovación se suma el hecho de la “incertidumbre” inherente a este tipo de procesos, la cual exige una
“sobrerenta” o ganancia extraordinaria, cuya necesidad ya anticipó Bentham hace ciento setenta años, y a
la cual Schumpeter (1983) otorgó un papel clave en su esquema teórico.
Por otro, debe fomentarse la generación de numerosos spillovers, de forma que las firmas se
apropien sólo de una fracción de los beneficios de la innovación y se maximicen los retornos sociales de
la misma. En efecto, la sociedad como un todo se beneficia más (recibe más externalidades) cuanto más
se difundan las ventajas de una innovación, lo cual sucede con más intensidad cuanto mayores sean las
“fugas” de beneficios que el innovador original no puede apropiarse para sí (por ejemplo, por la imitación
de sus competidores -que hará bajar los precios-, por la movilidad de recursos humanos, etc.)19.
Pese a las dificultades de medición intrínsecas al problema, varios trabajos han mostrado no sólo
que los retornos sociales de las actividades de innovación son significativos, sino que, efectivamente, son
mayores que los que pueden apropiarse privadamente (OECD, 1992). Recientemente, varios estudios han
explorado diversos métodos para mejorar la estimación de los spillovers innovativos, en orden a precisar
su dimensión y poder establecer comparaciones tanto temporales como entre países, sectores y diferentes
tipos de actividades tecnológicas (Los y Verspagen, 1996; Los, 1997; Verspagen, 1995), e incluso han
tratado de captar en qué medida esos spillovers pueden difundirse internacionalmente (Verspagen, 1997a).
La sociedad capitalista ha desarrollado distintos métodos para garantizar la apropiabilidad privada
de los beneficios de la innovación. Probablemente el más conocido de ellos es el sistema de patentes, que,
por otro lado, intenta balancear la “apropiabilidad perfecta”, por tiempo limitado, con la apertura
(disclosure) pública de su contenido, la cual garantizaría, luego de su expiración, la difusión de sus
19
. En ocasiones, sin embargo, las firmas pueden, por distintas razones, no querer “bloquear” flujos de información
internos que pueden ser útiles para otras empresas (Nelson, 1990), aunque éste no es el caso general, en especial si
la firma no percibe que ese “desbloqueo” le asegura una determinada contraprestación del otro lado.

16
beneficios. La evidencia muestra, sin embargo, que no siempre son las patentes el medio empleado para
proteger las innovaciones.
Levin et al (1987) presentan los resultados de una amplia encuesta realizada en los EE.UU. sobre
los métodos empleados para apropiarse de los resultados de la innovación industrial. Además de las
patentes, aparecen el secreto comercial, el tiempo de desarrollo de las nuevas tecnologías (lead time), la
rapidez en moverse a lo largo de la curva de aprendizaje y los servicios post venta. La relevancia de los
distintos métodos varía según la industria y el tipo de innovación considerada. Al mismo tiempo, en otros
trabajos se han señalado otras formas de protección de los retornos de la innovación: por ejemplo, las
marcas, el acaparamiento de insumos críticos, el control de canales de distribución, la publicidad y la
presencia de economías de escala.
De otro lado, como señalan David y Foray (1995), desde el punto de vista social importa el
“poder distributivo” (distribution power) de un sistema de innovación, lo cual apunta a facilitar una
eficiente distribución y utilización del conocimiento científico y tecnológico disponible en la sociedad. Si
por una parte esto implica, por ejemplo, estimular las interacciones entre “ciencia” y “tecnología”,
también supone que los mismos medios que se usan para asegurar un mayor retorno privado de las
actividades innovativas, pueden disminuir el “poder distributivo” del sistema. Consiguientemente, puede
surgir un trade-off entre “apropiabilidad” -que favorecería una mayor acumulación de nuevo
conocimiento- y “poder distributivo” -que favorecería que ese conocimiento sea socialmente más “útil”-.
A su vez, Levin et al (1987) señalan que no siempre un fortalecimiento de la apropiabilidad
privada lleva a acelerar el ritmo de surgimiento de las innovaciones, y cuando lo hace, esas innovaciones
pueden tener, a nivel social, un costo excesivo.
Otras referencias relevantes: Dasgupta (1988); Foray (1997); Griliches (1990); Primo Braga
(1990); Teece (1987).

k) La medición de la actividad innovativa y de sus efectos

Esta es un área que por largo tiempo ha preocupado a los economistas interesados en analizar los
procesos de innovación y su relación con la dinámica económica global. Por un lado, está la cuestión de
como medir la “actividad innovativa” en sí misma. Por otro, aparece la inquietud por conocer cómo
influye esa actividad innovativa sobre el ritmo de crecimiento de la productividad y de la economía. La
masiva introducción de “nuevas tecnologías” y el pasaje hacia la knowledge-based society han aumentado
aún más el interés por investigar en estos temas.
Reflejo de esta actividad son los influyentes manuales desarrollados por la OECD, que tratan de
captar distintos aspectos de los procesos de innovación y generación de conocimientos. El llamado
Manual Frascati (OECD, 1993) - concebido originalmente en 1963-, que define lo que se entiende por
actividades de I&D, y el más reciente Manual de Oslo (OECD, 1997a) -cuya primera versión es de 1992-,
que tiene como objetivo la recopilación e interpretación -pensando en facilitar las comparaciones
internacionales- de datos sobre innovación tecnológica, son los más conocidos. Asimismo, hay manuales
sobre balance de pagos tecnológico (OECD, 1990), patentes (OECD, 1994a) y recursos humanos
dedicados a la I&D -Manual de Canberra- (OECD, 1995a).
La evolución de estos “manuales” ha acompañado la propia evolución del pensamiento sobre los
procesos innovativos. Así, el Manual Frascati corresponde a una etapa en donde predominaba el “modelo
lineal” antes citado, concibiéndose que la I&D era no sólo el factor esencial del avance tecnológico, sino
que había una relación más o menos directa entre gastos en I&D y beneficios sociales y económicos. A
medida que la comprensión sobre los procesos innovativos reconoce cada vez más su carácter sistémico e
interactivo, se hace necesario el desarrollo de esquemas de medición cada vez más sofisticados, de lo cual
el Manual de Oslo es un ejemplo.
Pese a estos esfuerzos, las dificultades para “medir” la “cantidad” de innovación que se genera en
una economía son bien conocidas, y en varios trabajos se han analizado las ventajas y desventajas de
diferentes indicadores -que tienen distintos niveles de referencia (la firma, regiones, naciones, etc.):
patentes, recursos monetarios y humanos destinados a I&D, número de nuevos productos lanzados en los
últimos años, etc., sin que exista un consenso acerca de algún indicador o conjunto de indicadores bien

17
definido que permita hacer comparaciones intertemporales o entre distintos países (o firmas) de modo
satisfactorio.
La OECD (1996a) señala cuatro razones por las cuales los indicadores vinculados con el
“conocimiento” no pueden alcanzar el mismo status que otros indicadores económicos tradicionales (por
ejemplo, los de las cuentas nacionales): i) no hay fórmulas que permitan pasar de “insumos” para la
“creación de conocimientos” a “productos derivados” de esos conocimientos; ii) los insumos para la
creación de conocimiento son difíciles de “mapear”, debido a su intrínseca complejidad y carácter
sistémico; iii) el conocimiento no puede ser reducido a un agregado a partir del uso de un sistema de
precios, ya que cada “pieza” de conocimiento es, en cierto sentido, única; iv) la creación de nuevo
conocimiento no necesariamente es una adición al stock de conocimiento existente y la obsolescencia de
las unidades de conocimiento “en stock” no puede ser registrada adecuadamente.
Esta general insatisfacción con los indicadores existentes ha llevado a plantear algunas propuestas
para reformularlos. Por un lado, la OECD (1996a) sugiere que es necesario avanzar en la definición de
indicadores sobre los siguientes temas: insumos para la creación de conocimiento; “stocks” de
conocimiento; impacto de la “producción” de nuevos conocimientos; formación e impacto de networks de
conocimiento; procesos de aprendizaje. La misma OECD (1997b) señala que un tema central es la
medición de los “flujos” de conocimiento que circulan entre distintos agentes, organizaciones e
instituciones en toda la economía en distintas formas, incluyendo la difusión de tecnología y la movilidad
de personal.
David y Foray (1995), por su parte, señalan que un sistema de innovación no puede ser evaluado
mediante la comparación de medidas de “insumo” (como gastos de I&D) con medidas de “producto”
(patentes, productos nuevos, etc.). Por el contrario, la evaluación debe referirse a algunas medidas sobre el
uso que se hace del conocimiento que dichos sistemas producen o adquieren y sobre cuan eficientemente
asignan recursos entre acceso a las bases de conocimiento existentes y realización e programas
independientes (y potencialmente redundantes) de investigación.
En el caso de los países en desarrollo (PED) aparecen algunas especifidades de los procesos
innovativos (ver más abajo) que han llevado a postular la necesidad de “adaptar” los indicadores
desarrollados para los países desarrollados (PD) para poder captar la dinámica y efectos de las actividades
de innovación en dicho grupo de países (Brisolla, 1997). En este sentido, se ha pensado en desarrollar un
Manual de Oslo “latinoamericano” (Jaramillo y Albornoz, 1997; López y Lugones, 1997);
Si bajamos hacia la “micro”, mientras que en las firmas grandes hay algunos indicadores
usualmente empleados para medir su actividad innovativa (gastos en I&D, patentes, etc.), en el caso de las
PyMEs, por las características antes mencionadas, esta tarea resulta más compleja. En atención a esto,
algunos trabajos han propuesto indicadores específicos para este tipo de firmas (Yoguel y Boscherini,
1996a).
En cuanto al impacto de la tecnología sobre la performance económica, hay dos grupos de
indicadores usualmente empleados: los vinculados con la productividad y los relacionados con el
desempeño comercial (UNCTAD, 1991). En este campo, uno de los temas que más interés ha suscitado
recientemente remite a la llamada “paradoja de la productividad”, que surge de comprobar que la masiva
introducción de nuevas tecnologías en los PD no se traduce en aumentos significativos de la
productividad en dichas economías (OECD, 1991).
Se han propuesto diversas interpretaciones para explicar este fenómeno (OECD, 1991 y 1996c),
que sugieren la existencia de problemas de medición, así como otras que aluden a un cambio en los
objetivos de las actividades innovativas (que buscarían diferenciación de producto, mejoras en la calidad,
etc., y no tanto aumentos de productividad). Una de las explicaciones más interesantes ha sido propuesta
por David (1991), quien hace una analogía con la introducción del motor eléctrico en las fábricas
americanas hacia fines del siglo XIX, señalando que entre la introducción de una nueva tecnología y la
verificación de sus efectos económicos plenos, media un tiempo en donde se desarrollan procesos de
aprendizaje y se realizan innovaciones e inversiones complementarias, que finalmente permiten que esas
nuevas tecnologías generen aumentos de productividad significativos.
Otras referencias relevantes: Griliches (1990); Holbrook (1997); Lipsett et al (1995); Nordhaus
(1997); Patel y Soete (1988), Sakurai et al (1996).

18
l) Tecnología, crecimiento y desarrollo

Como dijimos al comienzo, el cambio tecnológico ha sido reconocido desde tiempo atrás como
un factor determinante del crecimiento a largo plazo de las naciones. Solow fue, en 1957, el primero en
proveer una prueba, basada en técnicas econométricas, de este argumento (Solow, 1979), demostración
que, aunque luego discutida y criticada severamente, abrió un espacio para desarrollar técnicas y
conceptos cada vez más sofisticados para analizar las relaciones entre cambio tecnológico y crecimiento
económico.
Una de las principales críticas que recibió el enfoque de Solow fue el carácter exógeno que, en su
modelo, tenía el cambio tecnológico; en otras palabras, las innovaciones -o al menos las ideas básicas
sobre las cuales se apoyan las innovaciones- se concebían, implícita o explícitamente, como proviniendo
“desde fuera” del sistema económico, a un ritmo constante. El propio Solow reconocía en su trabajo
original las limitaciones de su enfoque, que de hecho se justificaba en la necesidad de contar con un
modelo matemáticamente tratable. Por otro lado, de dicho modelo se derivaban, además, “predicciones”
inconsistentes con varios “hechos estilizados” observados a lo largo de la evolución del capitalismo.
Modernamente han surgido, dentro del propio mainstream neoclásico, las llamadas “nuevas
teorías del crecimiento”, cuyos representantes más notables son Romer (1992, 1993 y 1994) y Lucas
(1988); a diferencia de Solow, aquí el progreso tecnológico se concibe como “endógeno” al sistema
económico. Los elementos determinantes del crecimiento serían, en estos modelos, según los casos, las
externalidades generadas por los procesos de innovación y la acumulación de capital humano y
conocimiento, la cual se supone que genera rendimientos crecientes a largo plazo.
Una ruptura más radical con el mainstream neoclásico, en particular por su tratamiento del
comportamiento de los agentes económicos, el funcionamiento de los mercados y las características de los
procesos de aprendizaje, surge con los modelos “evolucionistas” de crecimiento, los cuales, siguiendo a
Higachi et al (1996), pueden ser divididos en tres vertientes.
La primera de ellas opera generalmente con modelos de economía cerrada, e intenta analizar los
patrones de cambio tecnológico y su relación con los procesos de crecimiento a partir del comportamiento
de agentes microeconómicos que tienen diferentes capacidades de innovación/imitación y que compiten
entre sí, ganando/perdiendo cuotas de mercado. Además de conseguir predecir el comportamiento de
series agregadas de producto, inversión, etc. de modo consistente con las observaciones empíricas, estos
modelos permiten discutir antiguas hipótesis de la teoría económica, como la de “ondas largas” y del
“estado estacionario” (Nelson y Winter, 1974 y 1982; Silverberg, 1988; Silverberg et al, 1988; Silverberg
y Lehnert, 1994).
Una segunda vertiente apunta a comprender como las diferentes dinámicas de innovación a nivel
nacional se relacionan con los esquemas de comercio y crecimiento. La preocupación central es por la
persistencia de patrones de desarrollo desigual a nivel internacional, sugiriéndose que la condición
necesaria, pero no suficiente, para la convergencia de salarios y rentas es la convergencia de niveles
tecnológicos y capacidades innovativas (Cimoli y Dosi, 1994). Por un lado, diversas combinaciones
productivas implican diferentes oportunidades y capacidades tecnológicas en el futuro; así, la
especialización productiva actual de un país afectará su potencial de dinamismo tecnológico20. Además, el
conocimiento tecnológico es difícil de transferir de un país a otro; buena parte del mismo se acumula en
las firmas en forma de trabajadores especializados, tecnología propia y know how difíciles de copiar y
también en sus interacciones con proveedores, institutos de I&D, etc. (Dosi, 1991).
En este campo, Fagerberg (1988) expone un modelo donde las tasas de crecimiento de distintos
países dependen de: i) la difusión de tecnologías a nivel internacional; ii) las actividades innovativas
internas; iii) las tasas de inversión. Mediante tests econométricos se muestra la importancia de los tres
factores, así como el hecho de que su contribución depende del grado de industrialización ya alcanzado y
es, además, específica de cada país y región (ver también Fagerberg, 1994).
20
. Una de las razones clave por las cuales la especialización influye sobre la competitividad a largo plazo de las
naciones -aún si tienen similares propensiones a innovar- es que existen diferencias importantes en las
posibilidades de aprendizaje y de innovaciones mayores y menores entre diferentes industrias (Andersen, 1992).

19
El tercer grupo de trabajos intenta reunir las dos líneas de investigación anteriores. Se trata de
analizar los patrones de convergencia/divergencia a nivel internacional a partir de modelos generales que
integren la dinámica micro y macroeconómica. Dosi et al (1994a) trabajan con un modelo que genera una
serie de regularidades tales como: i) países inicialmente idénticos pueden diferenciarse de manera persistente a
lo largo del tiempo; ii) algunas fluctuaciones locales (a nivel de la firma) determinan efectos agregados de
largo plazo a nivel nacional; iii) pueden existir retroalimentaciones o coevoluciones “virtuosas” y “viciosas”
entre innovación, competitividad y acumulación de capital; iv) en diferentes etapas, se observan patrones
específicos de “catching up”, convergencia o divergencia entre las naciones; v) las ventajas comparativas o
absolutas nacionales emergen endógenamente, como resultado de procesos autoorganizativos en los cuales las
fuerzas clave son el aprendizaje y la selección por el mercado.
Ahora bien, Nelson (1994) sugiere que las teorías evolucionistas del crecimiento se distinguen,
además de por los factores antes mencionados, por la introducción de dimensiones cualitativas -que
habitualmente se identifican con el “desarrollo económico”-, en contraste con las teorías convencionales
que representan el proceso de crecimiento como algo puramente cuantitativo. Así, el desarrollo se define
como un proceso “multifacético”, en el cual el cambio tecnológico, las características de las firmas y sus
comportamientos y las instituciones son vistos como los factores que modelan patrones de desarrollo
específicos. En consecuencia, es preciso entender como se generan y difunden las innovaciones, la
estructura de incentivos que enfrentan los agentes, la organización interna, competencias y estrategias de
las firmas y las instituciones en las cuales los agentes están enraizados socialmente y que restringen y
guían tanto la coordinación microeconómica como el cambio macro (Dosi et al, 1994b).
Los autores evolucionistas coinciden en que las asimetrías a largo plazo en el desempeño de las
diferentes economías nacionales surgen y se mantienen a través del tiempo a través de cuatro vías: i) la
estructura productiva de cada país; ii) las características y estrategias de las firmas; iii) el contexto
institucional; iv) el set de incentivos económicos vigentes. El aprendizaje tecnológico no se relaciona
directamente con el funcionamiento de los mercados sino con los incentivos y oportunidades que perciben
los agentes, que son el resultado de historias particulares de tecnologías, firmas e instituciones (Cimoli y
Dosi, 1994; Dosi, 1991).
A su vez, los procesos de desarrollo o catch-up, si bien dependen principalmente de fuentes
tecnológicas externas, requieren del surgimiento de una “capacidad social de absorción” (Abramovitz,
1994; Albuquerque, 1997; Mowery, 1993), que involucra la disponibilidad de recursos humanos
calificados, capacidades organizacionales al interior de las firmas, mercados de capitales eficientes y marcos
institucionales que incentiven los procesos de aprendizaje, entre otros factores. De este modo, los países que
son, en esencia, dependientes de tecnologías generadas en el exterior, se benefician de ella en la medida en que
tienen esas capacidades sociales para asimilar los spillovers que surgen del conocimiento que importan; esta
intuición parece confirmada a partir de algunos trabajos empíricos recientes (Mowery y Oxley, 1995;
Verspagen, 1997b).
De todos modos, el propio Nelson (1994 y 1995) advierte que los modelos formales de
crecimiento evolucionario resultan aún demasiado mecanicistas y “cuantitativos”. En buena medida esto
ocurre porque la formulación y articulación de hipótesis acerca de la influencia de la diversidad entre
firmas e instituciones sobre el crecimiento y desarrollo económicos es todavía incipiente. Más aún,
Nelson se muestra escéptico sobre la posibilidad de que modelos evolucionistas formales de crecimiento a
nivel de naciones puedan captar los hechos que caracterizan al “desarrollo”, dado que los procesos
involucrados son muy variados y complejos.
Otras referencias relevantes: Freeman y Soete (1997); Pianta (1995); Silverberg y Soete (1994),
Silverberg y Verspagen (1995).

m) Cambio tecnológico y empleo

En una época en la que conviven el cambio tecnológico acelerado -principalmente vinculado a la


expansión de las TCI- con un elevado nivel de desempleo en muchos PD -y particularmente en Europa-, y
presiones a la baja sobre el salario real de una parte importante de la clase obrera, no sorprende que se
reavive el interés por las relaciones entre la innovación tecnológica y la creación/destrucción de empleos.

20
Si la exploración de estas relaciones ha sido objeto de estudio para la economía desde largo
tiempo atrás -la obra de Smith, Ricardo o Marx es una prueba cabal en este sentido-, recientemente se han
producido algunas contribuciones relevantes que intentan desagregar analíticamente las distintas
cuestiones que están implicadas en el nexo tecnología-empleo.
Edquist et al (1997) parten de la distinción entre los efectos de las innovaciones de producto vis a
vis las innovaciones de proceso. Mientras que las segundas tienen generalmente un efecto de reducción
neta del empleo, las primeras pueden tener un efecto de creación de puestos de trabajo. A su vez, en
diferentes tipos de industrias y ramas de servicios predominan uno u otro tipo de innovaciones, con lo
cual diferentes trayectorias de especialización a nivel nacional generarán distintas consecuencias sobre la
evolución del empleo (no sólo cuantitativa sino también cualitativamente).
De aquí llegan a la cuestión de la relación entre crecimiento y empleo, la cual dista de ser
mecánica (y así se habla de “crecimiento sin empleos” -jobless growth-). Por un lado, puede haber
crecimientos en la productividad vía mejoras de procesos, lo cual implica, en principio, una destrucción
neta de empleos. Sin embargo, puede haber mecanismos compensatorios, si la demanda en los sectores
donde ocurre el aumento de la productividad crece más que lo que se incrementó la productividad (lo cual
depende, entre otras cosas, del traslado a precios de la mayor productividad y de la elasticidad precio de
los bienes en cuestión). En tanto, puede haber aumentos en la productividad asociadas con innovaciones
de producto, las cuales, en la medida que los nuevos productos no sustituyan totalmente a bienes más
antiguos, tendería a crear empleos netos.
En definitiva, el traslado de las ganancias de productividad al empleo depende de la medida en
que las firmas trasladan dichas ganancias en forma de menores precios y nuevas inversiones, y del grado
en que los consumidores responden a los menores precios con un aumento de la demanda. El
funcionamiento de los mercados y su grado de concentración aparecen, entonces, como variables clave
(OECD, 1996c).
Asimismo, el efecto del cambio tecnológico sobre el empleo se distribuye de manera desigual
entre las distintas categorías de trabajadores. Una de las comprobaciones más notables es como las nuevas
tecnologías redefinen la demanda de trabajo de alta calificación vs trabajo de baja calificación, siendo que
la primera ha venido creciendo a tasas mucho más elevadas durante los últimos años, lo cual se refleja,
pari passu, en la evolución de los salarios reales de ambas categorías de trabajo (OECD, 1996c). Esto
lleva a plantear la necesidad de replantear las políticas de educación y de capacitación laboral, de modo de
adaptar la fuerza de trabajo a las necesidades de los nuevos paradigmas tecnológicos y organizacionales
(Boyer, 1995).
Otras referencias relevantes: Colecchia y Papaconstantinou (1996), Foray y Lundvall (1996),
Freeman y Soete (1997); Lundvall (1995), Freeman et al (1982), Gjerding (1992), OECD (1994b y
1995b), Petit (1995), Papaconstantinou (1995), Soete (1995).

n) Tecnología, comercio internacional y competitividad

Crecientemente, desde diversas perspectivas teóricas, se reconoce que los patrones de comercio
internacional y la competitividad a largo plazo de las naciones están influidos fuertemente por las
diferencias en los procesos de innovación y en las capacidades tecnológicas que se desarrollan y acumulan
en distintos espacios geográficos nacionales.
Dosi y Soete (1988), Goglio (1991) y Yoguel (1996) presentan buenos resúmenes de la evolución
desde las teorías clásicas (basadas en los conceptos de ventajas comparativas absolutas y relativas) y
neoclásicas (basadas en la dotación de factores) del comercio internacional, a las concepciones más
modernas -que Goglio agrupa bajo el nombre de modelos de “brecha tecnológica”-, en las cuales el
progreso tecnológico y las asimetrías en las capacidades innovativas son determinantes del tipo de comercio
que se desarrolla en cada caso.
Estos modelos incluyen una serie de elementos que tradicionalmente se omiten en las teorías
tradicionales -clásicas y neoclásicas- del comercio internacional: la intuición de que diferentes
capacidades tecnológicas pueden explicar las diferencias salariales entre países y tener significativos
efectos sobre el nivel de bienestar; la importancia de los procesos de aprendizaje y la presencia de

21
externalidades que de ellos se derivan, las cuales pueden tener efectos acumulativos positivos sobre las
tasas de crecimiento; la “endogeneidad” de los procesos de cambio tecnológico y la existencia de
asimetrías no sólo en las capacidades para innovar, sino también en la productividad con la que se usan
las técnicas disponibles (Goglio, 1991).
Dentro de estos modelos de “brecha tecnológica”, por un lado existe una literatura que se agrupa
bajo el nombre de “nueva teoría del comercio internacional”, la cual ha evolucionado en el seno de la
propia tradición neoclásica (Krugman, 1994 y 1995; Grossman y Helpman, 1990 y 1991). Aquí, los
patrones de comercio se determinan por factores tales como la presencia de economías de escala,
externalidades y competencia vía diferenciación de producto, así como por las diferencias en las
actividades tecnológicas que realizan distintas naciones (“innovadoras” o “imitadoras”). De esta forma, se
pueden explicar temas tales como la existencia de comercio intraindustrial (no considerado por la teoría
neoclásica tradicional), o los patrones de intercambio Norte-Sur (cuyo carácter persistentemente
asimétrico en términos del contenido tecnológico de los bienes intercambiados no puede ser explicado por
las versiones tradicionales de la teoría del comercio internacional).
Goglio (1991) señala que estos nuevos desarrollos teóricos han sido pensados originalmente para
explicar los patrones de comercio Norte-Norte, lo cual limita su aplicabilidad, ya que, cuando se usan para
explicar el comercio Norte-Sur, suponen que en el “Sur” existe una cierta capacidad de imitación. Esto
hace que su pertinencia para explicar los patrones de comercio en los PED esté limitada, de hecho, al
pequeño grupo de ellos que ha recorrido un sendero de industrialización y acumulación de capacidades
tecnológicas relativamente complejo.
En una línea más heterodoxa, varios autores neoschumpeterianos o evolucionistas (Dosi et al,
1990; Dosi, 1991; Dosi y Soete, 1988; Freeman y Soete, 1997; Soete, 1989), argumentan que la
distribución internacional de las capacidades tecnológicas influye decisivamente en el patrón de
especialización del comercio de cada país y determina una jerarquía de las economías nacionales en el
comercio internacional (Yoguel, 1996). A diferencia de la “nueva teoría del comercio internacional”, aquí
se introduce la noción del conocimiento tecnológico como fuertemente tácito y acumulativo, y se presta
mayor atención a los procesos de aprendizaje y a los senderos de evolución de las capacidades
empresarias.
Estos modelos trabajan con dos procesos de ajuste entre y dentro de los países: i) las diferencias
intersectoriales a nivel nacional en materia de avance tecnológico generan patrones de especialización en
sectores con ventajas absolutas; ii) las brechas tecnológicas intrasectoriales entre países llevan a ajustes en
la participación de cada país en el comercio mundial (Dosi y Soete, 1988).
La concepción relativa a la naturaleza de la brecha tecnológica entre Norte y Sur hace que estos
modelos contengan aplicaciones más generalizables, que pueden incluir no sólo a aquellos PED con una
acumulación significativa de capacidades tecnológicas, sino también a otros de menor grado de desarrollo
relativo (Goglio, 1991).
Otras referencias relevantes: Bekerman y Sirlin (1994 y 1996); Chudnovsky y Porta (1991); Dosi
y Soete (1983); Forstner y Ballance (1991); Krugman (1986); Ocampo (1991); Tyson (1990 y 1992).

o) Innovación y medio ambiente

Si bien el cambio tecnológico ha sido visto por muchos como un factor destructor de las
condiciones de vida naturales y del medio ambiente, recientemente varios autores y policy-makers han
comenzado a enfatizar que la única manera de compatibilizar el crecimiento económico con la protección
del medio ambiente es a través de una reorientación de las actividades de innovación hacia un sendero
más “verde”. Las precondiciones para que esto ocurra serían tanto microeconómicas -cambios en las
estrategias, percepciones y rutinas empresarias- como regulatorias -esquemas de control de la
contaminación que estimulen respuestas innovativas por parte de las firmas- (López, 1996b).
En OTA (1994), Porter y Van der Linde (1995a y b) y Socolow et al (1994), pueden encontrarse
diferentes argumentos en respaldo de esta hipótesis. Mientras que la primer respuesta de las firmas
industriales ante la introducción de exigencias en el plano ambiental se dio a través de las soluciones de
tipo end of pipe (tratamiento al final del proceso), las nuevas ideas enfatizan el papel de la prevención de

22
la contaminación (o eco-eficiencia) y de las nuevas tecnologías “más limpias”, las cuales podrían surgir a
partir de respuestas “innovativas” de las firmas ante regulaciones ambientales adecuadas.
En parte, estos argumentos pueden encajar en el marco teórico “evolucionista”. Por un lado, se
puede argumentar que el énfasis temprano en las soluciones end of pipe, sobre cuya base se han moldeado
en la mayor parte de los países las exigencias contenidas en las regulaciones ambientales, han dado lugar
a un “bloqueo” (lock-in) del sistema, en el cual tanto las firmas, como los proveedores de equipo, las
instituciones de I&D y los policy-makers encuentran muy difícil, o no tienen incentivos, para abandonar
las estructuras institucionales y organizacionales que estaban detrás del previo sistema de gestión
ambiental.
Por otro, a partir de las nociones de path-dependency y del cambio tecnológico como un proceso
fuertemente “acumulativo, tácito y localizado”, surge que las posibilidades de las firmas de responder
innovativamente a las regulaciones ambientales no es generalizada sino que, en principio, estaría limitada
a aquellas que ya hayan alcanzado un nivel elevado de competitividad, eficiencia productiva y
capacidades tecnológicas endógenas.
En el enfoque evolucionista, la verificación de las hipótesis de “compatibilidad” entre crecimiento
y protección del medio ambiente implicaría el pasaje a un nuevo paradigma tecnológico “más verde”. No
obstante, hay incertidumbre sobre cuáles serían las políticas adecuadas para facilitar tal pasaje, ya que éste
implica transformaciones de largo alcance en el plano institucional, las estrategias empresarias, la lógica
que gobierna las elecciones tecnológicas, los gustos de los consumidores, etc.; más aún, podrían ser
necesarios avances en el plano del conocimiento científico, cuya aparición es imprevisible.
Otras referencias relevantes: Barnett (1995); Chudnovsky et al (1997); Freeman y Soete (1997);
OECD (1992); Palmer et al (1995); Scholz et al (1994); Skea (1995); Sorsa (1994).

p) El concepto de sistema nacional de innovación

Recientemente, ha surgido un concepto que, en alguna medida, intenta sintetizar una gran parte
del vasto conjunto de factores que están alrededor de la problemática del cambio tecnológico y su
influencia sobre los patrones de crecimiento y desarrollo: sistema nacional de innovación (SNI). Este
concepto -empleado por primera vez por Freeman (1987)- ha conocido una rápida difusión, y ha sido
objeto de distintas aproximaciones. Una de ellas, que informa la mayor parte de los estudios nacionales
contenidos en Nelson (1993a), puede caracterizarse como más “formalista”, ya que se centra en las
organizaciones e instituciones dedicadas a actividades de ciencia y tecnología. En contraste, los autores
vinculados al grupo IKE (surgido en la Universidad de Aalborg, Dinamarca), trabajan con una definición
más amplia, que enfatiza la interacción entre sistemas productivos y procesos de innovación e incluye
también en su análisis los procesos menos formales de aprendizaje (Lundvall, 1992a)21,22.
Edquist (1997b) presenta un buen resumen de los avances y debilidades de los enfoques basados
en el concepto de SNI. Dicho enfoques comparten, según Edquist, las siguientes características: i) ponen a
21
. En esta última perspectiva, el SNI comprende todos los elementos que contribuyen al desarrollo, introducción,
difusión y uso de innovaciones. Un SNI incluye no sólo universidades, institutos técnicos y laboratorios de I&D,
sino también elementos y relaciones aparentemente lejanos de la ciencia y la tecnología. Por ejemplo, el nivel
general de educación, la organización laboral y las relaciones industriales tienen crucial importancia en las
actividades innovativas, al igual que los bancos y otras instituciones financieras. El SNI se define, entonces, a
partir de la estructura de producción y del marco institucional de una nación. La estructura productiva determina
las relaciones que se establecen entre sectores y empresas, así como las rutinas prevalecientes en la producción, la
distribución y el consumo. El aprendizaje, aspecto fundamental del proceso de innovación, se halla fuertemente
relacionado con estas rutinas y relaciones. En tanto, el marco institucional abarca no sólo los centros públicos y
privados dedicados a actividades de I&D, sino todas las formas de organización y las convenciones y
comportamientos prevalecientes en una comunidad que no se encuentran directamente mediados por el mercado.
En este caso, lo institucional no se reduce a las instituciones formalmente constituídas, sino que abarca la
estructura de rutinas, normas, reglas y leyes que rigen el comportamiento y determinan las relaciones personales
(Johnson y Lundvall, 1994).
22
. Amable et al (1997) prefieren emplear el término sistemas sociales de innovación, que tiene la ventaja de poder
emplearse en referencia a distintos espacios geográficos (o de relaciones) no necesariamente limitados por
fronteras definidas desde un punto de vista político-legal.

23
los procesos de innovación y aprendizaje en el centro del análisis; ii) adoptan una perspectiva holística,
interdisciplinaria e histórica; iii) enfatizan las diferencias entre sistemas, más que la presunta optimalidad
de los mismos, así como las interdependencias y las no-linearidades; iv) incluyen innovaciones tanto de
productos como organizacionales; v) destacan el rol central de las instituciones; vi) aún se encuentran en
un estadio conceptualmente difuso; vii) son marcos conceptuales más que teorías formales.
En parte por lo embrionario de estos desarrollos teóricos, y en parte por la propia complejidad del
tema, resulta muy difícil medir y comparar la performance de distintos SNI. Por otro lado, el progreso
técnico no es un objetivo en sí mismo, sino en la medida en que se supone que contribuye a metas
socialmente deseables, las cuales pueden diferir según los países y/o regiones. Asimismo, no existe un
“ideal” de SNI; diferentes sistemas pueden desarrollar modos de innovación específicos que, sin embargo,
den lugar a senderos de crecimiento similares.
De todos modos, más allá de su estado “rudimentario”, hay dos derivaciones importantes que
surgen a partir del enfoque de SNI. Por un lado, se argumenta que las capacidades de innovación y
aprendizaje están fuertemente “enraizadas” (embedded) en la estructura social e institucional de cada
nación/región. Estas estructuras juegan, entonces, un rol clave en relación con las divergencias nacionales
-y, a fortiori, locales y regionales- en los patrones de crecimiento y desarrollo (Dosi et al, 1994b). De
aquí se desprende que, tan o más importante que el aprendizaje o transferencia de “tecnologías”, son el
aprendizaje institucional y las transformaciones en la organización social, procesos imprescindibles para
adaptar y emplear eficientemente las prácticas tecnológico-organizacionales desarrolladas en otros países
(Johnson y Lundvall, 1994; Lazonick, 1994).
Por otro, se concluye que diversas combinaciones productivas, a nivel nacional, implican
diferentes oportunidades y capacidades tecnológicas en el futuro; así, la especialización productiva actual
de un país afectará su potencial de dinamismo tecnológico. Entonces, la relación entre procesos de
innovación y estructura productiva se puede concebir como bidireccional. Si por un lado la última es un
marco estable para el aprendizaje rutinario que se produce dentro del sistema, a su vez los procesos de
aprendizaje tienden a reforzar la estructura de producción vigente.
Como derivado del enfoque de SNI han surgido otros conceptos que enfatizan la dimensión
espacial de los procesos innovativos. Así, se ha trabajado con el concepto de sistema regional de
innovación -SRI- (Cooke, 1996), el cual se entronca en la tradición de estudio de experiencias exitosas de
desarrollo económico “local”, cuyos ejemplos más “célebres” son, en las áreas “high-tech”, el Sillicon
Valley y la Ruta 128 en los EE.UU., o la zona de Cambridge en Gran Bretaña, mientras que los “distritos
industriales” italianos ejemplifican casos de desarrollo basado, generalmente, en industrias “tradicionales”
(textiles, cerámicas, etc.).
Al mismo tiempo, una serie de trabajos (por ejemplo, Jaffe et al, 1993), enfatizan la importancia
de las externalidades “locales” en el plano tecnológico. Así, por ejemplo, la I&D se realiza más
eficientemente cuando otras firmas o instituciones que realizan dicha actividad están cercanas
geográficamente, ya que esto permite a las firmas acceder a recursos calificados, así como interactuar
entre ellas.
De la combinación de la idea de spillovers tecnológicos delimitados espacialmente, con el
carácter acumulativo de las capacidades innovativas de las firmas, surge la posibilidad de procesos auto-
reforzantes de convergencia/divergencia entre diferentes naciones y regiones. Así, una ventaja inicial -tal
vez pequeña- de una región/nación en términos de capacidad innovativa, puede generar altas tasas de
crecimiento, atrayendo nuevas firmas innovativas a la región/nación, que a su vez reforzarían la capacidad
de crecimiento, etc.; de forma similar, pueden concebirse procesos donde los feedbacks sean negativos
(Verspagen, 1997c).
Incipientemente, se estarían conformando también sistemas “supranacionales” de innovación
(SSNI); un ejemplo en este sentido es el de la Unión Europea (UE), donde, según Caracostas y Soete
(1997), ha emergido -o más bien está emergiendo- un sistema “post-nacional” de innovación. De todos
modos, pese al avance de la “globalización” y de la mayor internacionalización de las actividades
innovativas, varios trabajos (Archibugi y Michie, 1995; Patel, 1995), muestran que las actividades
tecnológicas de las firmas siguen, en general, concentradas en sus respectivos países de origen, y que si el
“tecno-globalismo” (Ostry y Nelson, 1995) tiene significado, el mismo se limita, por el momento, a la
explotación a nivel internacional de las innovaciones.

24
Finalmente, señalemos que tanto el marco conceptual básico como la mayor parte de los estudios
de caso y temáticos realizados a partir del enfoque de SNI corresponden a PD. Si bien en un estado muy
preliminar, un intento interesante en dirección a formular una tipología de SNI para los PED se encuentra
en Albuquerque (1997).
Otras referencias relevantes: Caniels (1996); Carlsson y Stankiewicz (1995); Chudnovsky
(1997); Freeman (1988, 1995b y 1997); Katz y Bercovich (1993); OECD (1996d y 1997b), Patel y Pavitt
(1994).

q) Los procesos innovativos en los países en desarrollo

Si bien no llega a constituir un cuerpo teórico separado, la literatura referida a los procesos de
cambio tecnológico e innovación en los PED recoge una rica serie de argumentos y evidencia empírica
que permiten entender y explicar las características y dinámica específicas que asumen dichos procesos,
por contraposición a lo que ocurre en los PD.
Muchas veces se suele concebir, y el mainstream dentro de la teoría económica generalmente
asume esta posición, que los PD tienen el monopolio de las actividades innovativas, las cuales dan como
resultado la creación de tecnologías que se incorporan en la “capacidad de producción”, esto es, en el
stock de bienes de capital y en el know-how operativo requerido para manufacturar los bienes dentro de la
frontera de eficiencia productiva. Estas tecnologías, a su vez, serían difundidas entre las firmas de los
PED, en los cuales, por tanto, no se realizarían actividades innovativas.
Ya desde los años ’60, una larga lista de trabajos han mostrado que esta concepción es errónea, y
que en algunos casos, incluso, los PED se convertían en exportadores de tecnología23. Uno de los
primeros temas clave que mostraba esta literatura era que, a causa de las diferencias en la dotación de
recursos, en el tipo y calidad de los insumos, en los gustos locales, etc., siempre es preciso realizar
adaptaciones en alguna medida “idiosincráticas” a las tecnologías importadas para su operación en el
medio local (Teitel, 1990). Asimismo, se destacan los problemas de elección (Pack, 1990), y acceso a las
tecnologías, las diferencias en las capacidades para emplearlas con el mismo nivel de eficiencia que en los
países de origen, las distintas trayectorias de “aprendizaje” recorridas a partir de la adopción de una nueva
tecnología (Enos y Park, 1988), etc..
Esto implica que los procesos de adopción de tecnologías extranjeras no son triviales, ya que no
consisten en meras copias de los diseños originales24, sino que involucran una secuencia de actividades en
la cual no sólo se transforman y adaptan las tecnologías extranjeras sino que, en condiciones
institucionales y organizacionales adecuadas, se acumulan capacidades tecnológicas locales.
En este sentido, una distinción relevante es entre cambio técnico y aprendizaje (o acumulación)
tecnológico. El primer concepto incluye cualquier forma en la cual una firma incorpora nuevas
tecnologías (a través de nuevos equipos o plantas, cambios incrementales, etc.). Si bien los insumos para
ciertas clases de cambio técnico (bienes de capital, servicios de ingeniería, etc.) pueden, en general, ser
comprados en el mercado, no ocurre lo mismo cuando se trata de generar cambios incrementales
continuos en las fábricas existentes, para lo cual el usuario de la tecnología debe jugar un rol activo y
poseer las capacidades relevantes. El aprendizaje tecnológico se refiere, entonces, a los procesos que
fortalecen las capacidades para generar y administrar el cambio técnico (Bell y Pavitt, 1993).
En la misma dirección, los trabajos de Dahlman et al (1987) y de Lall (1992) introducen la noción
de “capacidades tecnológicas”. Dahlman et al trabajan básicamente a nivel micro, distinguiendo entre
capacidades de producción -operación y mantenimiento, control de calidad, optimización de procesos,
23
. Véanse, para el caso argentino, Ablin y Katz (1982); Berlinsky (1982a y b); Bisang (1994); Castaño et al
(1981); Chudnovsky (1979); Katz y Ablin (1978); Katz et al (1978); Katz y Kosacoff (1989); Maxwell (1977);
Sercovich (1978). Para una visión general sobre las experiencias de América Latina, Katz (1975, 1983, 1987 y
1990) y Teitel (1990), y para el conjunto de países en desarrollo, Chudnovsky et al (1984); Dahlman et al (1987),
Dahlman y Sercovich (1990), Fransman y King (1984), Lall (1984, 1990 y 1995) y Teitel (1993). Katz (1997) es
un intento en dirección a evaluar la dinámica del aprendizaje tecnológico durante los años ‘90, en el contexto de
los procesos de reforma estructural en América Latina.
24
. A su vez, los procesos de transferencia de tecnología también tienen costos para el poseedor de los activos a
transferir (Chudnovsky, 1991; Teece, 1977).

25
etc.-, capacidades de inversión -estudios de factibilidad, ingeniería básica y de detalle, gestión de
proyectos, capacitación de la mano de obra, etc.- y capacidades de innovación -desarrollo de nuevas
tecnologías, mejoras, adaptaciones, etc.-. La evidencia empírica muestra que la mayor parte de las firmas
en los PED dominan, total o parcialmente, el núcleo básico de las capacidades de producción (operación,
mantenimiento y optimización de los procesos productivos). Sólo un grupo limitado de firmas han
conseguido el dominio de las capacidades de inversión. Finalmente, un grupo más pequeño aún ha
avanzado hacia el desarrollo de capacidades significativas de innovación.
En base a este marco analítico, se postula que la capacidad de las firmas para innovar depende de
su tamaño y naturaleza (empresas familiares, subsidiarias de empresas transnacionales (ET), empresas
públicas, grandes firmas locales), de su campo de actividad y nivel de especialización, del acceso a la
información técnica y a los mercados de factores, de la disponibilidad de recursos financieros, de sus
competencias organizacionales y de planeamiento y de su capacidad para cambiar las estructuras
existentes para absorber nuevos métodos y tecnologías (Katz, 1990; Lall, 1992).
Lall (1992), en tanto, introduce la noción de capacidades tecnológicas “nacionales”, las cuales no
son simplemente la suma de las capacidades individuales a nivel de la firma desarrolladas aisladamente,
ya que existen externalidades e interacciones que potencian -u obstaculizan- el desarrollo de los procesos
innovativos. Por otro lado, el marco institucional, de políticas, el funcionamiento de los mercados, la
infraestructura física y tecnológica, etc., obviamente generan un cuadro de incentivos y restricciones para
el avance tecnológico a nivel nacional. En particular, debe existir un adecuado balance entre incentivos a
innovar (buena parte de los cuales surgen de la necesidad de competir en el mercado) y promoción de los
esfuerzos tecnológicos, que incluyen tanto importación de tecnología como esfuerzos endógenos.
De este cuerpo de trabajos se desprende una gran cantidad de derivaciones. Una de las cuestiones
centrales alude a la relación entre el acceso a las tecnologías creadas en los PD y los esfuerzos innovativos
a nivel doméstico. Dentro de las corrientes “heterodoxas” habría consenso con la afirmación de Fagerberg
(1988), para quien “para cerrar la brecha con los PD, los PED no pueden descansar únicamente en una
combinación de inversión e importación de tecnología, sino que también deben incrementar sus
actividades innovativas domésticas”. Al mismo tiempo, para aprovechar los insumos tecnológicos del
exterior es preciso que se desarrollen capacidades sociales de absorción en los países receptores (Dahlman
y Nelson, 1993); a mayor capacidad tecnológica acumulada en la firma/país receptor, mayor será la
eficiencia y las posibilidades de mejoras subsecuentes en las tecnologías que se importen.
Los estudios sobre importaciones de tecnología y actividades domésticas de I&D muestran
resultados variados. Si en algunos casos parece haber complementariedad entre ambos elementos (esto es,
ciertas importaciones de tecnología generan actividades de I&D en el país receptor), en otras situaciones
la relación es la inversa; en particular, varios trabajos muestran que la inversión extranjera directa (IED)
puede tener efectos adversos sobre la realización local de actividades de I&D (Kumar, 1996). En este
sentido, una cuestión central pasa por saber si las ET realizan actividades de I&D en los países
receptores25. Si hay una tendencia a la descentralización de actividades de I&D por parte de las ET
(Cantwell, 1994), esta tendencia, según las evidencias disponibles, parece estar limitada esencialmente a
los PD (Chudnovsky, 1991), aunque por cierto esto no implica que las filiales no desarrollen otro tipo de
actividades de innovación (Katz, 1990; Kumar, 1996).
La otra gran cuestión en relación con la IED remite a la existencia o no de “externalidades” o
“spillovers”, en forma de capacitación de recursos humanos, desarrollo de proveedores, etc. (Blomstrom y
Kokko, 1996; Kumar, 1996), las cuales no sólo dependen de la complejidad del producto que
manufacturan y su mercado de destino, sino también de la capacidad de absorción de las firmas locales,
sean éstas proveedoras o competidoras de las filiales, de la infraestructura industrial y tecnológica del país
receptor y de las políticas que éste defina para maximizarlas (Lall, 1992). Asimismo, hay una serie de
otros temas, que aluden a la edad física y tecnológica de los equipos y procedimientos que se emplean en
las filiales de ET, la posible fijación de “precios de transferencia” por la transferencia intra-corporación de
activos tecnológicos, etc. (Chen, 1994; Chudnovsky, 1991).

25
. Para una visión general sobre las actividades de innovación de las ET véase Cantwell (1989, 1993 y 1994),
Chesnais (1988b y 1992) y Pearce (1989 y 1995).

26
Otra área de interés en este campo alude a la transferencia de tecnología vía licencias, patentes,
etc., la cual supuestamente permitiría una mayor libertad de transformación de las tecnologías
transferidas, especialmente luego de la expiración de la licencia. Por ejemplo, se discute en qué medida
estas transferencias implican la absorción local del know why de los respectivos procesos, sobre el
carácter oligopolio de la mayor parte de los mercados, sobre los problemas de información asimétrica e
insuficiencia de información por parte de las firmas compradoras, la falta de capacidades para evaluar y
seleccionar las opciones más apropiadas, etc. (Chen, 1994; Chudnovsky, 1991). Algunos estudios
sugieren, además, que la edad de los activos tecnológicos transferidos por esta vía puede ser superior a los
que se obtienen por importación de bienes de capital o vía IED (Mowery, 1993).
Justamente, la importación de bienes de capital aparece como otra vía de difusión de tecnologías
hacia los PED. Nuevamente, los temas en discusión son varios. Por un lado, por esta vía se pueden
favorecer procesos de aprendizaje a través de ingeniería reversa (una de las claves, aparentemente, del
proceso de desarrollo en Japón -Freeman, 1988-), learning by using y by doing, etc. (Mowery, 1993). Al
mismo tiempo, la importación de equipos, y particularmente la de plantas llave en mano, puede implicar
meramente la transferencia de activos físicos sin el correspondiente know-why, el cual permitiría no sólo
mejorar las capacidades de producción, sino desarrollar eventualmente capacidades de inversión e
innovación. Asimismo, muchas veces una nueva maquinaria exige cambios organizacionales para ser
aprovechada plenamente, cambios que las firmas compradoras no siempre están en condiciones de realizar
por sí solas (Dahlman et al, 1987), Así, por ejemplo, algunos estudios sugieren que diferentes formas y
secuencias de importación de plantas y equipos dan lugar a distintas trayectorias de aprendizaje
productivo y tecnológico, con obvias repercusiones sobre el desempeño económico de las firmas en
cuestión (Enos y Park, 1988; Sercovich, 1978).
Finalmente, al presente surge la pregunta de la inserción de los PED en el nuevo escenario de
competencia internacional “globalizada” e introducción masiva de nuevas tecnologías, principalmente
vinculadas con la microelectrónica (Brundenius y Goransson, 1993; James, 1991). Si por un lado se ha
postulado que este cambio de “paradigma tecnológico” abre ventanas de oportunidades (Pérez, 1989;
Pérez y Soete, 1988) para los PED, muchos analistas opinan que paralelamente pueden surgir nuevas
barreras que “agranden” la brecha relativa con los PD (Ernst y O’Connor, 1989).
Una inquietud paralela surge al preguntarse por la difusión de las técnicas “toyotistas” hacia los
PED (Humphrey, 1995). Varios trabajos han subrayado las dificultades que existe para la adopción de
estas técnicas en contextos institucionales y organizacionales diferentes (Fleury, 1995; Kaplinsky, 1995),
lo cual podría plantear problemas de competitividad en el mediano plazo para las firmas que no logren
reconvertir sus prácticas organizacionales en dirección a las best practices dominantes.
Otras referencias relevantes: Amsdem (1989); Bell y Cassiolato (1993); Cassiolato (1996);
Cortes y Bocock (1984); Chudnovsky (1985); Dunning (1994); Dunning y Narula (1997); Ernst (1994);
Freeman y Soete (1997); Kumar (1995); Mansfield (1994); Meyer-Stammer (1995); Mytelka (1997); Pack
(1993); Pack y Westphal (1986); Pietrobelli (1996); Siddhartan y Safarian (1997);Teitel (1993);
UNCTAD (1992 y 1996b); Unger (1988); Wade (1990).

r) Estado, mercado e innovación tecnológica

Este apartado podría ser, en sí mismo, objeto de un survey separado. Brevemente, sin embargo, es
posible señalar algunos de los puntos principales en debate. Contra la suposición de Schumpeter (1983)
sobre la posibilidad de “planificar” el cambio tecnológico, que abriría la posibilidad de una superioridad
de una economía socialista planificada vis a vis el capitalismo de mercado en el plano de la innovación, la
experiencia histórica ha mostrado lo contrario, y los países del socialismo realmente existente han estado
muy a la zaga respecto de las economías capitalistas en cuanto a su dinamismo innovativo (Freeman,
1995b).
Las economías capitalistas tendrían tres atributos básicos que favorecen la innovación: la
competencia entre agentes productivos -que básicamente se dirime a través de la innovación-, la
diversidad en las “fuentes” de nuevas ideas -que amplia la posibilidad del surgimiento de innovaciones

27
técnicamente factibles y comercialmente rentables- y un mecanismo de selección ex-post -el mercado-,
que “elige” las mejores de esas ideas (Nelson, 1990).
Sobre esta base, se argumenta que si bien puede haber “derroches” y “redundancias” al dejar los
procesos de innovación en manos del “mercado”, se pierden economías de escala y de scope por falta de
coordinación en las actividades de I&D y algunos gastos de I&D valiosos socialmente no se realizan por
falta de rentabilidad privada, este “despilfarro” generado en el proceso competitivo es el precio a pagar
por evitar los peligros de “confiar en una sola mente para la innovación”. El capitalismo asegura que
existan múltiples fuentes de iniciativas, con una competencia real entre aquellos que ponen en juego
diferentes ideas (Nelson, 1990).
En la práctica, sin embargo, estos mecanismos no funcionan tan perfectamente como se los
describe aquí, y por ello surge la posible necesidad de la acción estatal. En primer lugar, dado que en los
mercados surgen permanentemente tendencias a la concentración, es preciso que exista una política de
defensa de la competencia, que asegure la posibilidad de libre entrada y salida de los mercados y reduzca
el margen para prácticas predatorias, de modo de garantizar un rol preeminente a la innovación como
determinante de la lucha competitiva (Pelikan, 1988).
En segundo lugar, dado que, en principio, el retorno social de muchas actividades que generan
conocimiento es inferior a su retorno privado, hay una tendencia a subinvertir en actividades de I&D. Esto
es más acentuado cuanto más lejos de la aplicación comercial está la actividad en cuestión. Por tanto,
podría haber lugar para que el Estado contribuya a financiar ciertas actividades de I&D (Arrow, 1979;
Nelson, 1979).
El funcionamiento de los mercados financieros y de capitales es otra área de actuación posible. Si
en general los mercados financieros funcionan con una gran cantidad de fallas de mercado (Stiglitz,
1994), dichas fallas se acentúan, por diversos motivos, cuando se trata de financiar actividades de I&D; de
aquí, las dificultades que pueden existir para que las firmas puedan financiar con préstamos de terceros
sus proyectos de innovación. Esta es otra razón para que los gobiernos introduzcan algunos instrumentos
específicos, que deben adecuarse a las especificidades de los sistemas de innovación de cada país -así, ya
se habla también de sistemas nacionales de financiamiento a la innovación- (Christensen, 1992; OECD,
1995c).
Dado que la innovación tecnológica es un proceso de “destrucción creadora” (Schumpeter, 1983),
es obvio que genera “perdedores”, sectores, firmas, calificaciones y puestos de trabajo que desaparecen.
Las políticas educativas y de capacitación juegan, entonces, un rol vital para facilitar los procesos de
reconversión y, en el actual momento de transición, garantizar el acceso a la “knowledge-based
economy” (Boyer, 1995; Lundvall, 1995; OECD, 1996a).
La fijación de “standards” técnicos es ser otra tarea importante del gobierno. Varios trabajos han
mostrado que tales estándares tienen un papel relevante, ya que facilitan la transferencia de información
sobre las características de los productos entre fabricantes y usuarios, evitan duplicaciones redundantes en
los sistemas de producción y distribución y contribuyen al desarrollo de infraestructuras técnicas
(Hawkins, 1995).
La necesidad de diseñar políticas específicas para el sector PyME es otra área que reúne cierto
consenso. Crecientemente, se reconoce que tales políticas deben dirigirse a asistir a grupos de firmas,
facilitando la formación de networks y el aprendizaje mutuo (Humphrey y Schmitz, 1996). Otra área
importante es la capacitación de recursos humanos y el fortalecimiento de los vínculos entre las PyMEs y
el sistema educativo y de ciencia y técnica. Asimismo, se debe facilitar la creación de “nuevas firmas”,
para lo cual hace falta no sólo facilitar el acceso a recursos financieros, sino también proveer un marco
institucional adecuado (Bianchi, 1996). Los servicios de asistencia e información técnica son también
cruciales para el desempeño tecnológico de las PyMEs (Pyke, 1994).
Uno de los problemas más complejos es el de la “apropiabilidad”. Si por un lado, el gobierno
debe contribuir a garantizar -por ejemplo, mediante un sistema de patentes, leyes de secreto comercial,
etc.-, la apropiabilidad privada de los retornos a la inversión en I&D (de modo de estimular un aumento
del stock de conocimiento disponible), al mismo tiempo debería tratar de mantener el “poder distributivo”
del sistema de innovación (haciendo más útil socialmente el stock de conocimiento disponible, facilitando
el acceso al mismo y su transferencia a otros agentes). Esto podría implicar, según algunos autores,
redefinir el funcionamiento del sistema de instituciones de propiedad industrial e intelectual, de modo de

28
acelerar la difusión de los conocimientos generados privadamente, lo cual tiende, ciertamente, a reducir la
tasa de retorno privada de las actividades de innovación (David y Foray, 1995).
La perspectiva de SNI, junto con el reemplazo del “modelo lineal” por el “modelo en cadena” de
innovación, implican, a su vez, que se debe adoptar un enfoque integrador en materia de políticas hacia la
innovación tecnológica, considerando tanto los múltiples factores que inciden sobre el ritmo y
características de los procesos innovativos, así como las variadas interacciones y sinergías que surge a lo
largo de dichos procesos.
Más allá de estos puntos que suscitan, en general, un consenso bastante amplio, hay un área de
discusión donde los consensos están ausentes: la posibilidad de instrumentar algún tipo de “selectividad”
en las políticas tecnológicas. Es aquí donde se verifican algunas discrepancias bastante importantes al
propio interior del propio “evolucionismo”, entre aquellos que sostienen posiciones más escépticas
respecto de la posibilidad de intervención del Estado en esa dirección, y los que sostienen que dicha
intervención es factible (López, 1996a).
Dado que, por su propia naturaleza, el cambio técnico es impredecible y nadie, incluido el Estado,
puede reclamar un conocimiento “superior" sobre su curso futuro, se podría argumentar -tal como afirma
Chang (1994)- que las políticas selectivas son perjudiciales, puesto que a largo plazo dañan los
mecanismos de selección natural de la economía de mercado. Si sólo el mercado puede revelar la
información necesaria para la coordinación de la actividad económica, si el conocimiento humano nunca
puede ser codificado y está disperso entre una multitud de agentes y si los gustos y tecnologías están
cambiando constantemente, sólo el mercado y la competencia, operando análogamente a un proceso de
selección natural, estarán en condiciones de elegir los “ganadores” de la competencia capitalista, tarea que
está más allá de cualquier comprensión humana.
De hecho, la principal recomendación que se encuentra en muchos textos evolucionistas es que la
diversidad, el pluralismo y la experimentación son de importancia fundamental para guiar la evolución del
sistema económico; en consecuencia, una política hacia la innovación debería fomentar esas
características. Más allá de esto, autores como Nelson (1993b) son extremadamente escépticos sobre la
posibilidad de que los gobiernos adopten medidas más “activas” en materia de política de innovación. Por
un lado, la creciente globalización económica frustraría los intentos de definir y mantener políticas
tecnológicas e industriales nacionales. Por otro, la base para formular políticas selectivas es débil, ya que
no hay evidencia que señale, por ejemplo, que un país está en desventaja si carece de industrias high-tech
(y tampoco está claro que en los casos donde hay industrias high-tech exitosas, ello se deba a políticas
promocionales). Metcalfe (1995) agrega que la intervención pública en el campo de la innovación puede
fallar por la falta de información detallada a nivel social y micro.
Los programas de I&D direccionados a objetivos específicos son generalmente criticados (ver,
por ejemplo, Mowery y Rosenberg, 1993, sobre las iniciativas en ese sentido en los EE.UU.). También se
critican las prácticas que vinculan la política comercial con la de innovación, a través de lo que Mowery y
Rosenberg llaman “mercantilismo tecnológico” (actitud que ignoraría las interdependencias entre la
investigación científica y tecnológica realizada en distintos países). Nelson (1993b), por su parte, califica
de “búsqueda histérica” a las preocupaciones de muchos analistas y policy makers por encontrar prácticas
de comercio desleales en orden a favorecer la defensa de determinadas industrias locales.
Sin embargo, algunos autores evolucionistas van más allá de estas posiciones cautas y admiten la
posibilidad de que el Estado tenga un peso mayor en la orientación de los procesos innovativos. Dalum et
al (1992), por ejemplo, señalan que la evolución del conocimiento no es sólo accidental, sino también
acumulativa, y que a menudo se desarrolla a lo largo de trayectorias que pueden permanecer estables a lo
largo del tiempo. Esto hace que la evolución tecnológica sea predecible hasta cierto punto.
Consecuentemente, el rol de las políticas públicas puede ser doble: i) estimular el proceso de cambio
técnico según las líneas prevalecientes; ii) hacer más fácil para los agentes el cambio de trayectoria.
Carlsson y Jacobsson (1994), a su vez, argumentan que el estímulo a los procesos de aprendizaje no
implica trabajar sólo en el esquema institucional de la sociedad, sino también en la modelación de la
estructura productiva, de modo de asegurar la suficiente flexibilidad como para que la economía se
beneficie de las cambiantes oportunidades tecnológicas que se presentan.
Si el análisis de políticas se focaliza en PED, encontramos similares discrepancias. Autores como
Teubal (1995a) se basan en un esquema evolucionario para justificar la necesidad de adoptar políticas

29
tecnológicas horizontales, que serían “market friendly”. Según Teubal, el objetivo último de una política
“evolucionista” en los PED sería endogeneizar el proceso de innovación; en otras palabras, lograr que las
firmas, luego de un período de aprendizaje colectivo, decidan incrementar los recursos dedicados a
actividades innovativas con poca o ninguna asistencia estatal. Contrariamente, Lall (1992), en base a una
perspectiva ampliamente similar a la evolucionista respecto de la naturaleza de los procesos innovativos,
abogará por la necesidad de políticas de carácter selectivo para fomentar la aceleración del ritmo de
cambio tecnológico en los PED.
Otras referencias relevantes: Adam y Farber (1994); Adler (1987); Chudnovsky (1993);
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